Cuestion de Libertad https://cuestiondelibertad.es El Blog de Frank Spartan Wed, 10 Apr 2024 14:16:00 +0000 es hourly 1 https://cuestiondelibertad.es/wp-content/uploads/2019/04/cropped-logo-cuestion-de-libertad-icon-32x32.png Cuestion de Libertad https://cuestiondelibertad.es 32 32 142972977 Reglas de vida para los jóvenes de ahora https://cuestiondelibertad.es/reglas-jovenes/ https://cuestiondelibertad.es/reglas-jovenes/#respond Mon, 08 Apr 2024 22:17:36 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11283 Recuerdo que, durante mi adolescencia, me sentía confundido. Cosas de la edad, supongo. Es natural sentirse desorientado durante la transición desde un entorno protegido, en el que tus padres tomaban la mayoría de las decisiones por ti, a un entorno inexplorado, en el que ibas tomando cada vez más decisiones por tu cuenta y asumiendo …

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Recuerdo que, durante mi adolescencia, me sentía confundido. Cosas de la edad, supongo. Es natural sentirse desorientado durante la transición desde un entorno protegido, en el que tus padres tomaban la mayoría de las decisiones por ti, a un entorno inexplorado, en el que ibas tomando cada vez más decisiones por tu cuenta y asumiendo algunas de sus consecuencias.

Sin embargo, incluso juzgando la situación desde mi alborotada mentalidad de entonces, he de decir que tampoco fue, que digamos, una experiencia tan horrible. A pesar de la confusión y la incertidumbre sobre el futuro, los puntos de referencia eran relativamente estables. No sabía exactamente qué hacer, pero sí sabía a grosso modo cómo hacerlo para que las cosas fueran bien. Digamos que las reglas del juego eran claras, poco heterogéneas, se comunicaban con frecuencia de padres a hijos sin demasiadas interferencias del exterior y tenían bastante sentido lógico.

La situación para un adolescente o un joven adulto en el momento actual ha cambiado un poco. El grado de confusión y ausencia de visibilidad a la hora de que los jóvenes elijan su camino se ha multiplicado por varios dígitos. En parte debido a que el ritmo de cambio del mundo tecnológico ha adquirido mayor velocidad, pero también, y especialmente, debido a la evolución de nuestra cultura.

Unir los puntos hacia atrás y analizar qué llevó a qué en este asunto es un tema complejo, pero el resultado no es difícil de diagnosticar: Estamos en una situación en la que las instituciones y los medios de comunicación, elementos que juegan un papel fundamental en la construcción de nuestra cultura, han decidido promocionar la visibilidad y la relevancia social de una serie de colectivos en detrimento de otros, en base a un criterio subjetivo de equidad.

Básicamente, alguien, en algún sitio, decidió que las desigualdades no son buenas y que nuestra cultura debía evolucionar hacia la igualdad, como brújula prioritaria frente a todas las demás.

Ya hemos conseguido un gran nivel de bienestar material, amigos. Ahora toca “ser buenos”.

Y “ser buenos” parece no ser otra cosa que identificar a cualquier colectivo que tenga un menor nivel de relevancia socioeconómica que el colectivo que más tiene, y atribuir esa situación a una única causa: La discriminación.  

La filosofía moral de base es la siguiente: Al corregir una desigualdad, aunque sea por la fuerza, estoy corrigiendo una discriminación histórica. Y, por tanto, “soy bueno”.

Fin.

Armados con esa robusta filosofía y su caña de pescar, las instituciones salieron a la calle en busca de colectivos discriminados: ¿Las mujeres? Por supuesto. ¿La comunidad LGTBI? Por supuesto. ¿Los inmigrantes? Por supuesto. Y empezaron a tomar decisiones para reequilibrar las cosas, porque la foto general no encajaba con su nueva agenda política. Lo mismo hicieron nuestros medios de comunicación a la hora de crear y distribuir contenido. Y en el transcurso de ese proceso, se generó un clima de asignación de culpa al colectivo que, supuestamente, se encontraba en una situación más privilegiada que todos los demás.

¿Y cuál es ese despiadado colectivo, responsable de todos los males y desventuras de los demás grupos sociales?

Bueno, parece que sólo queda uno: Los hombres.

Y si son autóctonos, heterosexuales y tradicionales, más aún. Esos son poco menos que armas de discriminación masiva.

Los hombres están, hoy en día, culturalmente menos valorados que nunca antes en la historia de la humanidad. Ellos son los que han construido y que mantienen prácticamente todos los medios productivos y tecnológicos que nos rodean y de los que disfrutamos en el día a día, pero nuestra cultura actual ya no asigna un gran valor a esos menesteres. Lo prioritario como criterio de asignación de valor es la óptica de que los miembros de este colectivo son responsables de un fenómeno de desigualdad, y por tanto partícipes de un delito de discriminación incluso antes de haber nacido.

Sí, a los hombres de hoy les apunta, desde que nacen, un dedo acusador invisible. Un dedo que les cubre el cuerpo de lastres antes de empezar la carrera, con un argumento de culpabilidad manifiesta por los supuestos crímenes de las generaciones pasadas y las malformaciones congénitas de su ignominioso cerebro.

Si eres un chico joven hoy en día, es posible que hayas percibido esta dinámica cultural en situaciones concretas más de una vez. Dependiendo de dónde estés y cuáles sean tus circunstancias, la habrás notado más o menos, pero la realidad es que se encuentra ya extraordinariamente extendida en Occidente. En este contexto, vas a estar, probablemente, mucho más confundido a la hora de discernir cuál debe ser tu comportamiento, cómo decidir tu camino y cómo elegir tus referencias de valor que en mi época… y quizás la mayoría de las épocas anteriores.

Por eso, chico joven, el post de hoy es para ti. Cortesía de Frank. Y como las generalizaciones no son buenas en estos posts tan directos, te voy a dar un nombre.

A partir de ahora, eres Astinos.

Un nombre con el listón muy alto, así que prepárate, porque empieza el rock’n’roll.

¿Cuál debe ser tu objetivo principal?

Veamos, amigo Astinos, ¿qué es lo que tiene sentido perseguir? ¿La luz de qué faro debe guiar tu camino para que vivas una buena vida en el entorno sociocultural actual, con todos los cambios e incertidumbre que te rodean, y ese dedo acusador que te señala como el malo de la película?

Reducido a su máxima esencia, y anclado en la eterna sabiduría de la biología, el hombre debe dirigir su barco hacia el respeto. En esta cultura y en cualquier otra.

El respeto es lo que hace que el alma del hombre vibre y que éste se sienta conectado consigo mismo y con el mundo a su alrededor. El respeto es lo que la naturaleza del hombre anhela, en el plano social, profesional, relacional y familiar.

Pero… ¿cómo se consigue el respeto?

Nuestro amigo Einstein tiene la respuesta:

“En lugar de convertirte en una persona de éxito, trata de convertirte en una persona de valor”

– Albert Einstein

En esta frase hay varias ideas importantes para los jóvenes de hoy en día.

La primera es el concepto de valor. ¿Qué es el valor exactamente? ¿Qué resulta valioso y qué no?

Hay dos perspectivas de valor: La que podemos llamar “extrínseca”, que es el valor que te asigna el mundo exterior en base a las prioridades del entorno concreto en el que te encuentres, y la que podemos llamar “intrínseca”, que es tu propia medida de valor en base a tus prioridades personales.

En un mundo ideal, ambas perspectivas deberían ser consistentes, pero éste no es un mundo ideal. Hay muchas personas que persiguen validación externa y se pliegan a las métricas extrínsecas de valor, pero sacrifican los dictámenes de su fuero interno. Esas personas buscan lo que Einstein denomina “éxito”, pero se sienten desconectadas de sí mismas.

Si consigues el éxito, puede que sientas que también has conseguido algo que se asemeja al respeto de los demás. Pero ése es un respeto disfrazado. Un respeto efímero y volátil. Un respeto con pies de barro. Y por tanto un respeto que no merece demasiado la pena obtener.

El respeto que debes cultivar, amigo Astinos, es el que está anclado en métricas de valor intrínsecas. Un valor que emerge de principios morales, virtudes y comportamientos que conducen a que te sientas orgulloso de ti mismo. Aspectos que son eternos y que los sabios llevan muchos siglos señalando: Responsabilidad, espíritu de sacrificio, valentía, sinceridad, integridad, humildad, compasión, lealtad. Tanto cuando estés relacionándote con otros, como cuando estés solo y no te vea ni el apuntador.

La práctica de estas virtudes es la puerta de entrada al tipo de respeto que tiene auténtico valor: El respeto por ti mismo. Y también la puerta de entrada al respeto de los demás.

Pero… ¿basta con comportarse así? ¿O también has de “conseguir” algo en concreto en el mundo exterior para completar el camino del respeto?

Aquí entramos en el segundo gran concepto de la frase de Einstein: “Convertirte” en una persona de valor.

Sí, amigo Astinos, no naces con valor. La mujer nace con valor biológico innato por su capacidad reproductiva, y por eso es protegida socialmente con independencia de sus decisiones, sus logros y sus fracasos. Pero el hombre no. El hombre tiene que construir su valor a través de sus actos. Tiene que “convertirse” en algo valioso. Si no, es prescindible.

Esto no lo dice Frank Spartan, sino que está plasmado en la realidad social de muchos siglos y múltiples civilizaciones. El hombre que no crece, que no lucha, que no conquista, que no supera dificultades, que no se labra una posición para sobrevivir y prosperar, es apartado socialmente. En otras palabras, no recibe respeto. Y esto es tan consistente a lo largo de diferentes culturas y épocas históricas porque es parte inherente a la naturaleza esencial del hombre y su relación natural con su entorno.

Por lo tanto, amigo Astinos, vas a tener que currar para ganarte el respeto. El tuyo propio y el de los demás.

Veamos ahora cómo debes hacerlo en los tres grandes planos de la vida: El plano profesional, el plano de relación de pareja y el plano social.

El respeto en el plano profesional

El respeto en el plano profesional tiene muchas dimensiones, pero hay un orden natural en el proceso que debes tener en cuenta.

Lo primero de todo, la pieza base del engranaje, es hacerte realmente bueno en algo. Habilidad, o lo que en inglés se denomina “skill”.  

Para desarrollar una habilidad extraordinaria en algo tienes que estar dispuesto a trabajar duro. Tienes que estar dispuesto a renunciar a algunas cosas. Y tienes que estar dispuesto a renovarte y perfeccionarte de forma permanente. No hay atajos. El que te diga que los hay miente. Debes agachar la cabeza, apretar los dientes y andar el camino.

Con esta pieza crearás valor profesional.

La segunda pieza del engranaje es compartir ese valor con los demás. Desarrolla el hábito de dar más de lo que se te pide, aunque al principio te parezca que estás regalando aquello por lo que estás trabajando tan duro.

¿Por qué?  

Por dos razones: 1) Te acabarás sintiendo mejor, porque ayudar a los demás es una de las fuentes más elevadas de satisfacción universal: 2) Lo que das volverá a ti por triplicado, aunque sea en otra moneda y en otro momento.

Con esta pieza distribuirás valor profesional, te labrarás una reputación, ampliarás tus relaciones profesionales e incrementarás la conexión contigo mismo.

La tercera pieza del engranaje es la predisposición a pivotar en tu carrera profesional.

El mundo actual es muy distinto al de hace veinte años. Las cosas cambian muy deprisa. Empleos de siempre desaparecen por la disrupción tecnológica y se crean otros nuevos que nunca habían existido antes. Las personas vienen y van, el modo de trabajar evoluciona, las tendencias de consumo cambian rápidamente. Sin embargo, nuestras vidas son cada vez más largas y el coste de la vida no deja de crecer. Trabajar cada vez más años es el escenario más probable.  

En este contexto, desarrollar la capacidad de pivotar y abrazar el cambio profesional es absolutamente clave. Y para eso las dos piezas anteriores te servirán de gran ayuda: A través de la primera habrás adquirido el hábito de trabajar duro para aprender, y a través de la segunda habrás creado una red sana de relaciones profesionales que te abrirán puertas a nuevos destinos.

Cuando llegue el momento, pivota en tu profesión y sigue el mismo proceso: Trabaja duro para aprender a crear valor, compártelo con los demás y permanece atento a los cambios del entorno para volver a pivotar si es necesario.

Poco a poco te irás acercando a la situación profesional que mejor conecta contigo mismo, navegarás los cambios con destreza y te ganarás el respeto de los demás y el tuyo propio. Y, por añadidura, obtendrás mayor compensación económica y – si haces lo correcto – mayor libertad financiera.

El respeto en las relaciones de pareja

La dinámica de las relaciones de pareja ha sufrido alteraciones importantes en los últimos tiempos, avivadas por un cambio de mentalidad.

En el plano general, las mujeres son ahora más proclives a buscar su realización profesional e independencia económica que antes. El tradicionalismo se ha reducido y existe mayor libertad sexual. La estabilidad en las relaciones de pareja ha decaído y la tasa de natalidad se encuentra en mínimos históricos. Las personas son más individualistas y celosas de su libertad.

En este contexto, amigo Astinos, dependiendo de lo que estés buscando, las cosas no pintan fácil. Ahora es más probable que antes que tu pareja rompa contigo al cabo de un tiempo, que te ponga los cuernos, que haya tenido muchas relaciones previas y que no quiera tener hijos. Simplemente porque ahora todo eso es más aceptable socialmente, y porque desde algunas plataformas ideológicas de mucho calado incluso se incentiva como virtud.

Esto es la realidad de los grandes números. Si lo que buscas es una relación de pareja sana y estable, las cosas están peor en general. Eso no es muy discutible, salvo que tengas una venda en los ojos del grosor de un portaviones. Pero tú eres una persona de valor, amigo Astinos, o mejor dicho, te has convertido o te vas a convertir en ella. Y también hay mujeres de valor por ahí. Sólo tienes que poner mucho más cuidado a la hora de elegir que antes, porque las probabilidades de equivocarte son ahora mucho mayores que antes.

Verás que algunas mujeres de hoy en día tienen la cabeza llena de pájaros. Alardean de su independencia y libertad, se exponen en las redes sociales, buscan atención constante y tienen una cola de relaciones a sus espaldas que es más larga que la de un concierto de Metallica. Siempre tienen una razón de peso para justificar malas decisiones, y sus emociones del momento legitiman su comportamiento, sea cual sea. Pero no es que su naturaleza sea oscura, sino que simplemente están confundidas por los cantos de sirena de la cultura de ahora.

Sea como fuere, ese perfil de pareja no es bueno para una relación sana y estable, amigo Astinos. Sé un caballero con estas señoritas, pero no les entregues lo mejor de ti, porque, bien de forma voluntaria o involuntaria, lo destruirán. Avisado estás.

La buena noticia es que, a pesar de la polución cultural actual, hay todavía muchas mujeres que merecen la pena. Mujeres con buenos valores, listas, valientes, que también buscan una relación sana y estable. No es fácil encontrarlas, porque no destacan en el mundo digital en el que os movéis los jóvenes ahora. Pero están ahí.

Abordemos ahora la pregunta del millón: ¿Cómo puedes encontrarlas?

Primero, construyendo valor intrínseco. Carácter. Recuerda los principios morales eternos: Responsabilidad, espíritu de sacrificio, valentía, sinceridad, integridad, humildad, compasión, lealtad. Si abrazas estos principios en tu comportamiento, lo más probable es que atraigas personas similares a tu círculo, o que acabes topándote con ellas.

Debes proyectar también que tienes ambición para convertirte en un buen profesional, que tienes un proyecto de vida, que quieres combatir y conquistar. Puedes ser valiente, sincero y hacer pajaritas de papel con la lengua, pero si no demuestras capacidad de generar recursos, perderás la atención de muchas buenas mujeres. Sentirse seguras es consustancial a su naturaleza. Aunque ahora sean más independientes, tu dimensión socioeconómica importa en tu nivel de atractivo como pareja, y mucho.

Segundo, permanece atento a las señales que indican que una mujer tiene potencial sólido para una relación sana y estable.

Este aspecto es más complejo de generalizar porque hay una dimensión muy personal que es la compatibilidad de atributos de personalidad. Hay mujeres que encajarán contigo y mujeres que no, aunque todas sean bellísimas personas. Sin embargo, hay algunas cosas que Frank Spartan considera “innegociables”, y como soy un encanto te las cuento aquí:

  • Si es poco amable: Bandera roja. La amabilidad y el cariño de una mujer es fundamental para el éxito de una relación a largo plazo.
  • Si nunca acepta que se ha equivocado: Bandera roja. Signo evidente de inmadurez emocional y elevada probabilidad de problemas crecientes a largo plazo.
  • Si tiene muchas relaciones a sus espaldas: Bandera roja. Oirás muchas monsergas en nuestra cultura actual que dicen que eso da igual. No es verdad. Afecta negativamente a las probabilidades de éxito de una relación sana y estable posterior. Cualquier hombre sabe, visceralmente, que esto es así cuando lo vive en sus propias carnes.

Por supuesto, todas estas banderas rojas son las mismas para ti, amigo Astinos. Sé amable, acepta tus equivocaciones y sé selectivo con respecto a con quién te juntas. Y recuerda que las mujeres desean, fervientemente, sentirse escuchadas, apreciadas, valoradas, y queridas. No bajes la guardia con estos temas o perderás a esa persona que hoy en día es tan difícil de encontrar.

El respeto en el plano social

El plano social, o la amalgama de tus relaciones interpersonales con amigos y conocidos, es también un componente fundamental para el cultivo del respeto. La práctica de los principios morales universales de los que hemos hablado antes te ayudará enormemente en este campo, porque atraerás a personas que también admiran y practican esas virtudes. Y de ello surgirán, muy probablemente, relaciones auténticas y enriquecedoras, impregnadas de respeto mutuo.  

Dicho esto, hay un par de aspectos de comportamiento en situaciones concretas que tu amigo Frank va a destacar, porque marcan la diferencia a la hora de elevar – o precipitar – una relación de amistad a otro nivel.

Los malos momentos

Cuando una persona cercana está pasando por un mal momento, hay una respuesta habitual y una respuesta extraordinaria. La habitual es decir las palabritas de rigor, generalmente por whatsapp, y después de eso no hacer gran cosa. La extraordinaria es crear momentos, diseñados artesanalmente, para que la persona perciba, inequívocamente, que realmente estás ahí.

Hay un mundo de diferencia entre la respuesta habitual y la respuesta extraordinaria. En esos momentos difíciles, Frank Spartan puede asegurarte que la respuesta habitual no significa nada, y la respuesta extraordinaria lo significa todo.

Así como las mujeres suelen ser muy buenas en estas situaciones por su habilidad natural para empatizar y expresar su preocupación por los demás, los hombres solemos ser emocionalmente ineptos en este plano. Si tú lo haces, destacarás enormemente.

Sé de los que eligen la respuesta extraordinaria.

  

Los buenos momentos

Esto te puede parecer una incongruencia, pero no lo es.

Cuando alguien cercano consigue algo especial, sea un premio, un ascenso, un reconocimiento público, etcétera, y destaca, lo normal es alegrarse, ¿no es verdad? Parece algo natural.

Pero no es tan sencillo.

Se dice que la auténtica prueba de una amistad es la presencia y el apoyo en los malos momentos. Pero hay otra prueba, más sutil, que son los buenos momentos. Y es que mucha gente se alegra de los éxitos del prójimo, pero la mayoría de ellos lo hacen sólo hasta cierto punto, no más.

¿Por qué?

Por envidia.

La punzada de la envidia es muy traicionera. Todos somos vulnerables a ella. Cuando alguien destaca sobre nosotros, a veces hay algo en nuestro interior que cruje. A veces sentimos que no es justo. Otras veces, simplemente, nuestro orgullo se siente herido. Y a pesar de nuestras protocolarias felicitaciones y sonrisas, hay una pizca de esa sombra interior que se manifiesta en la energía exterior.    

Cuando sientas la picadura, elige ignorarla. Alégrate genuinamente y sé generoso al demostrar tu alegría. Esa persona lo percibirá y lo recordará.

Ahí lo tienes, amigo Astinos: Carácter virtuoso en la cotidianidad, respuesta extraordinaria en los malos momentos, elegancia y generosidad en los buenos.   

Con esto, Frank ha terminado. Y ahora empiezas tú.

Si funcionas con estos principios y te comportas de esta manera te sentirás orgulloso de ti mismo y serás, con todo merecimiento, respetado por los demás en las dimensiones clave de la vida. No tendrás que pedir respeto a nadie, ellos te lo darán gustosos. Y es que el respeto que el hombre pide, no lo obtiene. Tiene que ganárselo él mismo con su comportamiento. Sea en nuestra loca cultura de ahora, o en cualquier otra que venga después.

Pura vida,

Frank.

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Es posible que alguna vez te hayas preguntado si ahora eres más feliz que antes. Es un pensamiento habitual y uno de los temas de debate más frecuentes con nuestros amigos de la infancia. No me preguntes por qué, pero lo es. Quizá por esa dichosa manía que tenemos las personas de querer compararlo todo.

Las respuestas a esta pregunta son variopintas y no particularmente fiables, porque la percepción de felicidad presente de cada uno y su comparación con épocas pasadas dista de ser rigurosa. No todos le damos a la palabra “felicidad” el mismo significado. No todos estamos experimentando el mismo estado de ánimo ese momento. No todos tenemos las mismas lagunas de memoria ni nos concentramos en los mismos acontecimientos a la hora de recordar el pasado. Y no todos vivimos en las mismas circunstancias, ni en el pasado ni en el presente.

Sin embargo, si entre los 30 y los 50 años de edad te vieras inmerso en una situación en la que se pone esa pregunta sobre el tapete, sería muy posible que tanto tú como tus compañeros de la infancia zanjárais el debate con esta conclusión:

La verdad es que antes éramos más felices que ahora.

¿Por qué?  

Veámoslo.

¿Fue cualquier tiempo pasado realmente mejor?

“Cualquier tiempo pasado fue mejor” es un dicho muy popular. Y cuando un dicho es tan popular, suele serlo porque muchas personas lo creen de verdad.

Sí, es posible que todas esas personas se equivoquen y la época actual sea, en base a datos y métricas objetivas, mejor que las épocas pasadas. Pero… ¿acaso los hechos importan lo más mínimo si esas personas sienten que no es así?

En la práctica, probablemente no. No importa ni para ellas, ni para ti, ni para mí tampoco. Es lo que tiene la mente. Como dijo Picasso, “todo lo que puedes imaginar es real”.

Pero, aunque así sea, vamos a hilar un poco más fino y a poner el foco en un par de cosas.

La primera es que, tal y como reflejan los estudios de psicología y neurociencia, la memoria de las personas no funciona almacenando periodos de tiempo en bloques, sino momentos concretos que destacan sobre los demás en intensidad emocional (positiva o negativa). Por esta razón, una o varias experiencias aisladas concretas que tienen lugar dentro de un periodo de tiempo pasado pueden determinar nuestra valoración subjetiva presente de todo ese tiempo pasado, distorsionando nuestras conclusiones.  

La segunda es que hay multitud de sesgos cognitivos que afectan a la forma en la que interpretamos el pasado. Por ejemplo, tendemos a racionalizar y validar las decisiones que tomamos en su momento (sesgo de elección), a recordar lo que nos conviene y olvidar convenientemente lo que no (sesgo de confirmación y sesgo del propio beneficio), lo que cuadra con nuestra forma presente de ver las cosas (sesgo de consistencia), lo que nos deja en buen lugar (sesgo de egocentrismo), etcétera, etcétera. Y particularmente interesante es nuestra ampliamente investigada tendencia a recordar el pasado como mejor de lo que realmente fue, especialmente si no estamos demasiado satisfechos con nuestras circunstancias actuales. Un fenómeno psicológico denominado retrospección rosada («rosy retrospection»).    

En resumen, digamos que nuestra capacidad de recordar el pasado… suele dar bastante por el saco.

En cualquier caso, y aceptando nuestras limitaciones a la hora de interpretar las imágenes que aparecen en el retrovisor, profundicemos un poco más en este asunto: ¿Qué dice la literatura sobre la relación entre felicidad y edad? ¿Cómo evoluciona nuestra percepción subjetiva de felicidad a lo largo del tiempo?

Éste es un tema fascinante que ha sido objeto de investigación intensa durante muchos años. En 2010, se publicó un artículo en la revista The Economist, titulado “The U-bend of life” (“La curva de la vida en forma de U”). Dicho artículo se fundamentaba en diversos estudios que analizaron grandes muestras de población en diversos países con la intención de comparar sus niveles subjetivos de felicidad en las diferentes etapas de la vida. La conclusión de dichos estudios, promocionada activamente por Andrew Oswald y David Blanchflower (puedes leer su paper aquí), fue que la felicidad percibida por las personas tiende a disminuir a partir de aproximadamente los 30 años de edad, se estanca en la década de los 40 y empieza a aumentar a partir de los 50, trazando una curva en forma de “U”.

La explicación típicamente atribuida a estas conclusiones, reducida a su máxima esencia, es que a medida que las personas van acumulando obligaciones, incertidumbre y presiones financieras, y a su vez van reduciendo su autonomía y su tiempo libre, todo ello aderezado con una mayor toma de conciencia de su propia mortalidad, se sienten menos felices. Y una vez que la influencia de varios de esos factores se reduce, vuelven a enderezar su curva de felicidad.

La famosa crisis de los 40, de la que seguro que has oído hablar más de una vez o incluso vivido en tus propias carnes, está relacionada con todo este rollo. Como anécdota curiosa, estos estudios reflejan que la edad promedio en la que nuestra felicidad alcanza su cota más baja son los 47-48 años.  

Varios investigadores han cuestionado la solidez de estas conclusiones, argumentando que la metodología de medición no fue lo suficientemente rigurosa y que esa supuesta forma de “U” no se cumple en algunos países. Otros defienden que la pendiente de la curva no se endereza en absoluto en las últimas fases de la vida, porque los problemas de salud y otros efectos psicológicos perniciosos acaban teniendo demasiado peso en el resultado global.  

Pero quién de ellos tiene razón en el plano de la investigación empírica no es lo que realmente nos importa.

Lo que realmente nos importa es esto:

Frank Spartan apuesta la barba a que no te ha sonado particularmente extraño escuchar que nuestra percepción de felicidad suele disminuir a partir de los 20, ¿verdad que no? ¿Acaso no es eso lo que tú mismo has sentido en muchos momentos de tu vida posterior cuando has echado la vista atrás?

Si es así, no estás solo. De hecho, es un fenómeno ampliamente extendido, como podrás comprobar si preguntas a tu círculo de amigos. Yo mismo estuve en esa situación durante bastantes años. Y es que, si bajas la guardia y te dejas llevar por la corriente, ése es, sin género de duda, el resultado más probable.

Pero, sea como sea, yo no quiero una vida en forma de “U”. Ni mucho menos una vida en forma de “L”. Y seguro que tú tampoco.

Así que veamos qué demonios podemos hacer al respecto.

¿Podemos conseguir que la vida vaya siempre a mejor?

En el modelo mental de Frank Spartan, la felicidad, entendida en sentido amplio, se compone de dos ingredientes fundamentales:

  • El primero se podría denominar “satisfacción vital”, “significado” o “propósito”. La sensación de que estás aprovechando el tiempo haciendo algo que merece la pena, sea lo que sea que eso signifique para ti. Es una perspectiva temporal más holística, más largoplacista y quizás más espiritual, como si estuvieras contemplando la dirección que lleva tu vida desde lo alto de una montaña.
  • El segundo se podría llamar “emoción” o “placer sensorial”. Hace referencia a sentir vibraciones placenteras como alegría, pasión, seguridad, diversión, conexión, amor, calma, etcétera. Es una perspectiva más estrecha y cortoplacista, ligada a las sensaciones que experimentas en momentos concretos de tu vida. Y quizás también más “cuantitativa”: Cuántas emociones placenteras o incómodas sientes, cuánta intensidad tienen y durante cuántos momentos de tu vida las sientes.

Si observas estos dos ingredientes cuidadosamente, comprobarás que obedecen a dinámicas diferentes, aparentemente contrapuestas.

Por un lado, el ingrediente del significado vital o propósito generalmente implica lucha, sacrificio y autocontrol en el presente, a cambio de la expectativa de una recompensa más elevada, algo que merece la pena, en el futuro.

Por otro lado, el ingrediente de la emoción o placer sensorial implica gozo y disfrute en el presente, sin ninguna pretensión de futuro.

A pesar de esta aparente asimetría de funcionamiento, ambos ingredientes son necesarios para resolver con éxito la compleja fórmula de la felicidad. Sin tener la sensación de que estamos dedicando parte de nuestro tiempo a objetivos que nos inspiran, el placer sensorial del momento, por intenso y frecuente que sea, se vuelve insípido y sin brillo. Y una vida carente de placer sensorial no es tampoco un objetivo particularmente deseable, por muy elevadas y espirituales que sean nuestras actividades del día a día.  

La fórmula de la felicidad, en cierto modo, se parece mucho a la fórmula de la salud financiera. En la salud financiera también hay dos ingredientes fundamentales que operan con dinámicas aparentemente contrapuestas y que es necesario equilibrar: Invertir y gastar.

Invertir en el plano financiero es equivalente a trabajar en tu propósito en el plano de la felicidad. Implica sacrificio y renuncia al placer en el presente para disfrutar de una recompensa más elevada en el futuro, que no es otra que los beneficios del interés compuesto y eventualmente la libertad financiera.

Gastar en el plano financiero, por el contrario, es equivalente a experimentar placer sensorial en el plano de la felicidad. Uso mi dinero para comprar algo y disfruto de su utilidad ahora mismo.

De igual modo, el equilibrio entre estos dos ingredientes es también necesario: Invertir a costa de sacrificar un nivel mínimo de disfrute en el presente es un sufrimiento insostenible, y gastar en exceso a costa de mermar nuestra capacidad de inversión es una vía directa al estancamiento financiero. Ambos ingredientes deben, por tanto, danzar juntos en armonía para conquistar la salud financiera, al igual que el propósito vital y el placer sensorial deben hacerlo para conquistar la felicidad.

Ahora que hemos identificado los dos ingredientes básicos de nuestra percepción subjetiva de felicidad, pasemos a contemplar la gran pregunta:

¿Cómo podemos conseguir que nuestra percepción subjetiva de felicidad mejore a medida que pasa el tiempo?

En otras palabras, ¿cómo podemos sentirnos cada vez más felices según nos hacemos mayores?

Esto tiene su miga, porque el paso del tiempo trae consigo algunas corrientes que fluyen en sentido diametralmente opuesto a este objetivo. Por ejemplo:

  • Nuestra capacidad física y mental va mermando.
  • Nuestra pericia y capacidad de aportar valor en nuestra ocupación profesional se van deteriorando en términos relativos con respecto a las nuevas generaciones de profesionales.
  • Nuestras oportunidades para conocer y conectar con personas nuevas en el plano social se van reduciendo.
  • El riesgo de que perdamos a seres queridos va aumentando.
  • La conexión que tenemos con nuestros hijos se va debilitando (al menos temporalmente).
  • El tiempo que pasamos solos se va expandiendo.
  • Nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios tecnológicos se va erosionando.

… etcétera, etcétera.

No parece una foto que nos impulse de forma natural a desear con fervor que pase el tiempo lo más rápido posible. Se podría decir que empezamos la carrera hacia el objetivo de sentirnos más felices a medida que pasan los años con varias toneladas de piedras a cuestas, mientras un pigmeo borracho intenta ponernos la zancadilla para que nos rompamos la crisma.

Y así es. Es difícil rebatir la idea de que esas corrientes que fluyen en nuestra contra existen, estrellando sus aguas con impasible crueldad en nuestras acojonadas caras. Vaya que si existen. Y tienen una fuerza de mil demonios.

Sin embargo, a pesar de que esas corrientes estén ahí, podemos vencerlas. Podemos no sólo contener su impulso desempoderante, sino también atravesarlo y sentirnos cada vez más felices a medida que pasa el tiempo.

¿Cómo?

Dejando de intentar controlar todo eso que creemos que puede cambiar a nuestro alrededor y concentrando la atención en perfeccionar nuestra vida en las cosas que nunca cambian.

Las cosas que nunca cambian

Una de las tareas a las que Frank Spartan ha dedicado más tiempo en los últimos años es a identificar ideas que resisten el paso del tiempo. Verdades universales. Cosas de las que te puedes fiar, sea cual sea la época en la que vivas y sea cual sea la cultura del momento.

¿Por qué?

Porque todo cambia demasiado deprisa, y pretender acertar sobre qué nueva ola debes coger para navegar el cambio con éxito es demasiado complicado y no demasiado efectivo. Tiene mucho más sentido tener claro lo que siempre ha funcionado bien, y no dejar de ponerlo en práctica. Quizá no navegues tan deprisa como otras personas durante algunas fases de la vida, pero nunca te caerás al agua, ni mucho menos te ahogarás.

“A menudo me preguntan sobre qué va a cambiar en los próximos 10 años. Y ésa es una pregunta muy interesante. Pero nunca me preguntan sobre lo que no va a cambiar”

– Jeff Bezos

El estoicismo se ha convertido en una filosofía tan popular por esta precisa razón. Las ideas de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, entre otros, se acuñaron hace miles de años. Pero a pesar de su antiguedad, siempre han funcionado, porque están enraizadas en un conocimiento profundo de la naturaleza humana. En lo que el ser humano necesita para sentirse satisfecho consigo mismo, se vista con una toga de comando o con pantalones vaqueros.

Pues bien, partiendo de la idea de la utilidad imperecedera de aquello que es inmutable en la naturaleza humana, vamos a identificar tres áreas en las que debes concentrar especialmente tu atención para conseguir sentirte cada vez más feliz a medida que pasa el tiempo. Desde tu lozana juventud hasta que seas un auténtico carcamal.

Esas tres áreas son:

  1. Cómo tratas tu cuerpo
  2. A qué te dedicas
  3. Con quién compartes tu tiempo

Profundicemos en cada una de ellas.

1. Cómo tratas tu cuerpo

Resulta extremadamente sencillo infravalorar el efecto multiplicativo de los malos hábitos de dieta y ejercicio en el tiempo. Precisamente porque es un proceso silencioso, que avanza bajo la superficie y se manifiesta de forma súbita y sin previo aviso.

Si hay una variable que las investigaciones científicas señalan, sin ningún atisbo de duda, que influye positivamente en la longevidad, la resistencia a enfermedades y la salud cognitiva, es el ejercicio físico. Ninguna otra variable tiene un peso tan grande y un grado de fiabilidad tan elevado en la evidencia empírica existente.

Desarrollar y mantener el hábito de hacer ejercicio físico a lo largo de todas las etapas de tu vida es probablemente la mejor decisión que puedes tomar para maximizar las probabilidades de vivir una vida larga y saludable, disfrutar de mayor vitalidad y confianza en ti mismo, así como abrazar una perspectiva más optimista de las cosas. Y los beneficios no terminan ahí, porque todos esos efectos directos impactan también positivamente, de forma indirecta, en todas las áreas de tu vida: Trabajo, familia, relación de pareja, relaciones de amistad. El ejercicio es como un motor de propulsión multicanal que te impulsa a sentirte cada vez más feliz con el tiempo.

Si no haces ejercicio con frecuencia eres tonto del culo, básicamente. Además de un capullo, contigo mismo y con los demás. Dicho desde el cariño, por supuesto.

“Una persona sana quiere miles de cosas. Una persona enferma sólo quiere una”

– Confucio

2. A qué te dedicas

El trabajo ocupa entre un 20 y un 30% de nuestra vida consciente. Dada su enorme relevancia en el conjunto, no resulta fácil sentirnos felices sin estar medianamente satisfechos con nuestra ocupación laboral.

Sin embargo, la gran mayoría de personas no sienten pasión alguna por su empleo, una sensación que tiende a tonarse cada vez más acuciante a medida que pasa el tiempo.

¿Cómo podemos solucionar este embrollo?

¿Deberíamos quizá afanarnos en encontrar algo que nos apasione y dedicarnos a ello?

“Haz lo que te apasiona” es probablemente uno de los consejos más errados y dañinos que han existido jamás. La mente humana no funciona así. No solemos tener ni idea de qué es lo que nos apasiona, salvo muy contadas excepciones, hasta que no estamos plenamente inmersos en ello y vivimos los detalles en el día a día. Y como cualquier persona con un poco de perspectiva conoce perfectamente, esa “pasión” o “disfrute” se produce únicamente en algunas ocasiones, mientras que en otras ocasiones te encantaría meter la cabeza en una prensa hidraúlica o estrangular lentamente a alguien. Por mucho que, en conjunto, te encante lo que haces.

¿Cuál es entonces el mejor camino para ser cada vez más feliz en tu ocupación profesional a medida que pasa el tiempo?

Tu mejor apuesta es ésta: Hazte realmente bueno en lo que haces. Y nunca dejes de aprender y mejorar.

Si eres realmente bueno en lo que haces, los demás te lo harán saber. Te buscarán. Te validarán. Te agradecerán tu contribución. Te pagarán más. Te sentirás más relevante, más valorado y más seguro. Tendrás más influencia para modificar elementos del entorno laboral en tu propio beneficio. Tendrás más opciones de empleos alternativos. Y es la combinación de todas esas consecuencias la que genera el caldo de cultivo para que te sientas cada vez más satisfecho en una dimensión vital que ocupa una porción de tiempo tan relevante de tu vida.

Lo más probable es que, cuanto más competente seas, mayor sea también el grado de autonomía y estabilidad que obtendrás en tu profesión, tanto psicológica como financiera. Y esos son pilares de valor incalculable para poder cultivar otras ramas del árbol de la felicidad en este ámbito, como hobbies y actividades de motivación puramente intrínseca en tus ratos libres, y así sentirte cada vez más feliz a medida que pasa el tiempo.

“Ponte un objetivo que no puedas alcanzar hasta que no te conviertas en la persona que sí puede”

– Zig Ziglar

3. Con quién compartes tu tiempo

La energía que desprenden las personas con las que te relacionas a menudo es un aspecto fundamental para que te sientas feliz. Y la relevancia de este elemento en tu felicidad aumenta exponencialmente a medida que pasa el tiempo.

Quien más, quien menos, todos nosotros interactuamos de forma más o menos frecuente con algunas personas que diluyen y erosionan nuestra sensación de felicidad. Unas veces lo hacemos por costumbre. Otras veces por nostalgia. Otras veces para evitar situaciones de tensión o conflictos. Pero todo eso va pesando poco a poco en nosotros, como la tortura china de la gota de agua.

Por eso, una habilidad fundamental que debes desarrollar para sentirte cada vez más feliz con el paso del tiempo es ésta:

Depurar tus relaciones.

Y esa habilidad debe ir acompañada de un hábito de comportamiento igualmente fundamental:

Hacerlo cada cierto tiempo.

Si las interacciones con ciertas personas te succionan la energía vital y provocan que te sientas peor, sepárate de ellas sin contemplaciones.

Hay casos en los que en la práctica esto no es tan sencillo, pero en la inmensa mayoría de los casos sí lo es. No me cuentes milongas, porque Frank Spartan ha estado ahí más de una vez. Conozco el precio que hay que pagar y la recompensa que se obtiene. No es más que un breve momento de incomodidad en el presente a cambio de evitar un montón de basura en múltiples momentos futuros, por no hablar del coste de oportunidad que habitualmente conlleva el tener que relacionarte con personas que parecen los Dementores de Harry Potter.

Pocas decisiones son tan obvias como ésta.

Cuanto menos tiempo de vida te quede por delante, más importante es estar rodeado de las energías adecuadas. Pocas personas mejor que muchas, y siempre bien elegidas. Porque sólo con pocas personas bien elegidas tendrás la capacidad de desarrollar una relación que de verdad merezca la pena con el paso del tiempo.

Y eso, amigo mío, hará que te sientas cada vez más feliz.

“Mis mejores amigos son los que consiguen sacar lo mejor de mí”

– Henry Ford

Ahí lo tienes, colega. Tres áreas de tu vida a las que debes prestar especial atención y perfeccionar poco a poco, si es que quieres burlar con una sonrisa los arduos desafíos del paso del tiempo.

Pura vida,

Frank.

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Hace algunas semanas me reuní con un grupo de viejos amigos para tomar unas cervezas. Todos ellos habían estado muy presentes en mi vida a lo largo de los años, especialmente en la década de los 20.

Como era de esperar, los temas banales más variopintos coparon la mayor parte de nuestra conversación. Fueron buenos momentos. Momentos en los que no necesitábamos mucho más que estar juntos para disfrutar. El brillo de los ojos, la profundidad de las risas y la vibración de los tonos de voz no dejaban espacio para la duda.

Al de unos minutos, uno de ellos recordó una anécdota de los tiempos en los que salíamos a divertirnos juntos por la noche. Y otro hizo una comparación con las formas de divertirse de los jóvenes de ahora. De ahí surgió un debate filosófico muy interesante, cuya conclusión voy a omitir por el momento, hasta que la fuerza inexorable de la gravedad arrastró el tema de conversación hacia el movimiento armónico del trasero de la chica que acababa de entrar en el bar.

Men will be men, qué puedo decir.

Pero volvamos a ese debate filosófico de tan corta mecha que tuvo lugar durante aquella conversación con mis amigos. Entre otras cosas, porque su temática es la pieza troncal de este post.

Cuando las personas de ya cierta edad observamos el modo de comportarse de las nuevas generaciones, solemos fruncir el ceño en señal de falta de entendimiento. Sus usos y costumbres nos parecen extraños, alocados, carentes de lógica y perspectiva. Y los jóvenes, por su parte, contemplan a nuestra generación como un rebaño de carcas desconectados de la realidad y anclados en filosofías de vida que les resultan incomprensibles y anacrónicas.

Esto no es una novedad. Generación tras generación, mayores y jóvenes, padres e hijos, tíos y sobrinos, sufren de este desalineamiento de creencias, prioridades y comportamientos. Y generación tras generación, las barreras de comunicación se alzan inexpugnables entre ellos. Los mayores aleccionan, juzgan y critican, y los jóvenes se encogen de hombros y les ignoran.

Esto podría parecer un problema serio, pero, sorprendentemente, no suele provocar ninguna tragedia en el progreso humano. De algún modo, los jóvenes se las acaban apañando y las piezas terminan encajando. Aprenden algo de sus errores, encuentran un camino, viven su vida, y eventualmente adoptan el papel espejo de consejeros, jueces y críticos con la generación siguiente de jóvenes.

Entonces… esto es más anecdótico que otra cosa, ¿no es así? No hay nada relevante que merezca la pena señalar.

Frank Spartan discrepa de esta conclusión. Lo hay. Y es algo mucho más importante de lo que parece a primera vista.  

¿Y qué es?

Que esta vez es diferente.

La dinámica que gobierna la evolución de esta generación de jóvenes no es como las anteriores. Es más compleja, más inestable, más peligrosa. Y no sólo eso, sino que las carencias de entendimiento y las barreras de comunicación entre la generación veterana y la generación joven son más pronunciadas e infranqueables que nunca.

Veamos por qué.

¿Qué ocurre con los jóvenes de ahora?

“This time is different”.

Es posible que hayas oído antes esa expresión. Suele hacer referencia a las crisis económicas. Cuando llega una gran crisis, muchas personas adoptan la creencia de que va a tener consecuencias mucho más devastadoras que las crisis anteriores y que va a cambiar el mundo para siempre. Y los intelectuales con cierta perspectiva histórica contemplan las variadas expresiones de catastrofismo y se cachondean, pensando que lo único que sucede es que la historia se repite y que tarde o temprano las aguas volverán a su cauce.

Y, hasta ahora, eso es precisamente lo que ha sucedido. Una y otra vez, sin excepción.

Sin embargo, el plano cultural tiene unos cilindros de funcionamiento diferentes al plano económico. Si bien la economía tiende a seguir un patrón cíclico en línea con la naturaleza del ser humano y su inclinación a alternar secuencialmente avaricia y temor, complacencia y conservadurismo, osadía y pusilanimidad, la evolución cultural tiende a ser más errática. Ciertas experiencias, descubrimientos o incluso acontecimientos aparentemente irrelevantes pueden cambiar la cultura y los valores predominantes durante largos periodos de tiempo, o conducirlos por derroteros difícilmente predecibles.

Y eso es también, precisamente, lo que está sucediendo ahora mismo.

Cuando el teléfono móvil hizo su aparición en escena, todo parecían ser ventajas. De repente podías comunicarte a tu antojo con los demás, sin necesidad de utilizar un armatoste conectado permanentemente a la pared de la casa de tus padres. Y cuando la tecnología permitió incorporar el flujo de datos al ecosistema de comunicación, las ventajas se antojaban infinitas. Ahora ya era posible ejecutar todo tipo de tareas a través de Internet, y con ello ahorrar tiempo que poder emplear en otros menesteres.

Un mundo de autonomía y productividad sin límites, repleto de leche y miel. O eso creíamos.

Pero hay algo que no vimos venir.

Rebobinemos un poco para tomar perspectiva:

En épocas pasadas, durante la práctica totalidad de la historia de la humanidad, los niños y no tan niños crecieron en un ambiente de exposición limitada a la realidad externa. Sus interacciones con los demás se ceñían a los encuentros cara a cara, y su conocimiento de aquel mundo que se hallaba más allá de su entorno cercano provenía de las enseñanzas que recibían en el colegio.

Era un entorno controlado. Un entorno en el que los valores, las creencias, los aprendizajes y los hábitos de comportamiento navegaban de padres a hijos de forma más fluida. Y ello, en la inmensa de los casos, redundaba en el beneficio de los hijos. Por la sencilla razón de que los padres estaban naturalmente incentivados a comunicar lo que ellos creían, con toda su buena voluntad, que a los hijos mejor les iba a servir para tener una buena vida.

Sí, las barreras de comunicación y entendimiento entre generaciones existían también entonces. Los padres de aquella época creían que los hijos hacían cosas incomprensibles y los hijos de aquella época creían que los padres eran unos carcas. Pero los mensajes de padres a hijos acababan llegando sin demasiadas dificultades, porque el riesgo de que elementos externos alienaran la comunicación entre ellos era relativamente bajo. El entorno estaba más acotado y protegido frente a posibles influencias perniciosas. El riesgo de las malas compañías o la adicción a las drogas estaba ahí, pero siempre en un plano físico palpable y con cierto grado de línea visual.

El mundo de ahora es muy distinto a aquél.

Y aquél es un mundo que no tiene demasiados visos de volver, entre otras cosas porque la capacidad tecnológica y el uso humano de la misma tiende naturalmente a expandirse en el tiempo, no a contraerse.

Para ilustrar este punto, examinemos la experiencia vital de un niño cualquiera – llamémosle «Little Monster» – que nace en un país del mundo desarrollado en la época actual.

Little Monster recibe su primer acceso a los contenidos de un teléfono móvil (o tableta, o sucedáneos) a la edad de 2-3 años.

Al de unos años, Little Monster empieza a utilizar el ordenador en el colegio, con cierto acceso a Internet, y se va familiarizando con el acceso a contenidos a través del móvil de sus padres u otros aparatos electrónicos.

Cuando Little Monster alcanza los 11 o 12 años de edad, recibe su propio teléfono móvil.

Inmediatamente después, Little Monster encuentra la forma de acceder a todos los contenidos que desea con la ayuda de sus amigos, eludiendo el control parental.

A partir de ese momento, el canal al que Little Monster más atención presta, y a través del cual mayor volumen de información recibe, es su teléfono móvil. En la vida de Little Monster va surgiendo una nueva figura de autoridad, cada vez más incuestionable y poderosa, que es Internet. Y la importancia que Little Monster asigna a esta figura de autoridad se ve reforzada por su deseo de pertenencia a su grupo de amigos, en el que este comportamiento es generalizado.

A partir de los 12-13 años, prácticamente todo lo que le interesa a Little Monster está en Internet. Y todo lo que no está en Internet precisa de una expectativa de premio especial – o una amenaza de castigo especial – para que Little Monster le preste un mínimo de atención.

Esta realidad existe ya hoy en la inmensa mayoría de los niños. Y cuanto más nos acostumbramos a la tecnología, más profundidad adquieren estos comportamientos y más se reducen los rangos de edad a los que comienzan las diferentes fases por las que ha pasado nuestro querido Little Monster.

Ahora prestemos atención a los incentivos.

Como hemos mencionado, en la era pre-Internet la información que los niños recibían estaba controlada por su entorno más cercano, en concreto sus familiares y sus profesores. Y el fin último de esa transferencia de información era que los niños vivieran una buena vida, porque ése era el incentivo natural, fruto de su cercanía y vínculo emocional, de las personas que les rodeaban.

Pues bien, los contenidos que reciben los niños en Internet hoy en día responden a un incentivo natural que es diametralmente opuesto al anterior: Que los niños vivan una mala vida.

No, Frank Spartan no está diciendo que joderle la vida a los niños sea un objetivo maquiavélicamente premeditado por las compañías de telecomunicaciones o los poderes fácticos de la sociedad. Al menos, no tengo evidencia alguna de ello. Pero lo que sí digo es que existe una serie de patrones y dinámicas de causa-efecto que llevan inexorablemente a este resultado.

Veamos.

Por qué Internet nos conduce hacia una peor experiencia vital

Un aspecto interesante sobre la satisfacción vital y la felicidadal menos los niveles de felicidad declarados subjetivamente por las personas – es que han ido aumentando con el tiempo, en correlación con el nivel de riqueza y progreso tecnológico.

Esto ha sido así durante muchas décadas desde la Revolución Industrial. Sin embargo, hay muchas métricas que indican que el nivel de progreso tecnológico con impacto en la calidad de vida de las personas se está ralentizando, y que los incrementos marginales de calidad de vida son cada vez más pequeños.

Por ejemplo, imagina que vives en Estados Unidos en el año 1870. Tu vida transcurre en el campo, cultivas tu propia comida y tejes tu propia ropa. No tienes electricidad y si quieres agua tienes que cargar pesados cubos durante varios kilómetros. Has de trabajar en el campo de sol a sol para poder comer. No tienes casi contacto con nadie que no sea tu familia y tu esperanza de vida son 39 años.

Ahora imagina que te duermes y despiertas 50 años más tarde, en 1920. Tienes electricidad, teléfono y hasta quizá un coche. El agua se desinfecta con regularidad y tienes menos probabilidades de contraer el cólera. Tu esperanza de vida asciende a los 55 años.

En una nueva vuelta de tuerca, te despiertas 50 años más tarde, en 1970. Tienes un inodoro en el baño, un horno, un frigorífico, una televisión y calefacción central. Puedes volar en avión y acabas de ver cómo hemos llegado a la Luna. Hay penicilina y vacunas, y la esperanza de vida alcanza los 71 años. Trabajas menos horas, tienes tiempo libre, vacaciones y jubilación.

Un nuevo sueño y te despiertas en 2020. Hay nuevos avances, sí, pero no tan pronunciados. Ahora tienes un microondas, una televisión mejor y más grande, y más facilidad para viajar, pero sigue habiendo coches y aviones. Tienes más entretenimiento y acceso a más contenidos, pero tu calidad de vida no ha cambiado tanto a mejor como en épocas pasadas. Tu esperanza de vida son 79 años, 8 años más que hace 50. El cambio más relevante es el uso de ordenadores y la conectividad global a través de Internet. Y si eres mujer seguro que sientes que tienes más libertad y facilidades para hacer lo que te apetece que en épocas pasadas, aunque ello no parece haber redundado en una mayor felicidad, porque las mujeres han reportado, al contrario que los hombres, una reducción en sus niveles subjetivos de felicidad en los últimos años.

Paradojas de la vida. O quizá no tanto.

Cuando ves esta evolución, no es difícil entender por qué la felicidad subjetiva de las personas fue creciendo con el tiempo. Los cambios en calidad de vida gracias al progreso tecnológico fueron muy relevantes hasta 1970. Pero en los últimos 50 años, el ritmo de progreso se ha ralentizado. Cada vez es más difícil, y cada vez cuesta más. En 1905, Einstein revolucionó el mundo de la Física descubriendo la teoría de la relatividad especial, además de otros grandes descubrimientos, él solito mientras trabajaba en un empleo de registro de patentes. El descubrimiento del Bosón de Higgs, sin menospreciar en absoluto su relevancia, ha requerido una enorme inversión financiera y un equipo multidisciplinar dedicado al proyecto durante muchos años.

Lo que tu amigo Frank te está diciendo es que los incrementos marginales de calidad de vida gracias a la tecnología ya son prácticamente indetectables, y que estamos en una era en la que la felicidad depende mucho más de tus decisiones personales que de la ola de progreso tecnológico que nos transporta a todos hacia delante.

Como decían en Top Gun, ahora lo que importa no es el avión, sino el piloto.

Este fenómeno tiene especial relevancia en los niños y jóvenes de la actualidad, para los que Internet es el imán de su atención y la figura de autoridad principal.

Veamos.

¿Qué contenidos reciben los niños y jóvenes en Internet? ¿Qué tipo de cosas fluyen de forma natural hacia ellos en las redes?

  • Bromas de mal gusto
  • Contenidos irreverentes
  • Vídeos cortos en cascada
  • Contenidos que elogian la popularidad y el éxito rápido
  • Los contenidos más compartidos o de moda
  • Porno
  • Violencia
  • Comentarios ofensivos y agresivos

… etcétera, etcétera.

En otras palabras, lo que fluye de forma natural hacia ellos es una retahíla de contenidos morbosos, que producen la misma reacción neuroquímica en el cerebro que las drogas: una liberación intensa de dopamina ligada a una expectativa de placer a corto plazo, que a través de la repetición crea adicción a la sobreestimulación.

¿Y por qué les llega esto a los jóvenes de forma natural?

Porque ese tipo de contenido alimenta los bajos instintos. Y lo que alimenta los bajos instintos tiende a generar más atención y a compartirse más entre los usuarios, que es lo que buscan las empresas que producen y distribuyen el contenido para obtener un beneficio económico.

Show me the incentive, and I will show you the behaviour.

Ahora multiplica esta pauta cerebral por varias horas al día, la mayoría de los días del año, durante un par de décadas, y después une los puntos.

¿Qué es lo que ves?

El resultado más probable es una generación de veinteañeros con poca capacidad de concentración, escasa claridad mental, estrés, limitaciones de empatía, resiliencia y confianza en sí mismos, problemas de comunicación, aversión a la intimidad, sentido de identidad frágil, incapacidad de pensar a largo plazo, impaciencia generalizada y rechazo visceral a la cultura del esfuerzo.

Y todo ello envuelto en un ingrediente esencial: El firme convencimiento de que “ya me las arreglaré, porque tengo muchas opciones y mucho tiempo por delante, soy libre y puedo hacer lo que quiera”.

Pues bien, jovencito, Frank tiene noticias para ti. Si estás siguiendo ese camino y tienes esa actitud ante la vida, permíteme que haga gala de mi gran diplomacia y corrección política y te diga esto:

La vida que estás construyendo y el potencial futuro que esa vida te proporciona son un enorme montón de mierda.

No tienes ni las opciones que crees, ni la libertad que crees, ni mucho menos puedes hacer lo que quieras.

Ahora te cuento por qué.  

La ilusión de libertad

Hay una creencia que se encuentra cada vez más arraigada entre los jóvenes de las nuevas generaciones. Creen que tienen más libertad que nunca para hacer lo que quieran.

Y eso, en cierto modo, es cierto. La sociedad actual probablemente proporciona un mayor grado de libertad de actuación a sus miembros que cualquiera de las sociedades anteriores.

Pero hay una pieza fundamental que falta en ese puzzle: La libertad de la que puedes disfrutar en la práctica viene determinada por tu capacidad.

Puedes decirme que gozas de libertad total para subir una montaña. Pero si no has desarrollado la potencia física para hacerlo, porque has estado tumbado en el sofá comiendo bollos de crema en calzoncillos desde que naciste, esa libertad no existe en la práctica, ya que no tienes capacidad para ejercerla. Aunque en tu cabeza seas libre, no puedes manifestar esa libertad en el mundo real. Y por eso, a todos los efectos, esa libertad no existe para ti.

Lo mismo sucede en todas las demás facetas de la vida.

Tu libertad existe en proporción a tu capacidad.

Si quieres opciones, opciones a las que puedas acceder y que puedas ejecutar, te las tienes que ganar.

No podrás escapar de este principio. Nunca jamás. Es una verdad consustancial a la vida humana y su relación con el entorno. Opera en la sociedad de ahora, ha operado en todas las sociedades anteriores a ella, y operará en todas las sociedades que vienen después, con la excepción de aquellos modos de organización social en los que se suprime la libertad individual de forma autoritaria.

Por lo tanto, me temo que lo primero que debes hacer si quieres maximizar tu libertad es maximizar tu capacidad. Y maximizar tu capacidad no es ningún misterio, porque las palancas que la activan han permanecido largamente inmutables a lo largo del tiempo:

Concentrar tu atención y esfuerzo para convertirte en alguien muy competente en una materia que te interese, aprender a relacionarte con la gente, tener buenos hábitos, no dejar de aprender cosas nuevas, ser fiel a un sistema de valores que eleven tu vida y construir un propósito vital que trascienda tu propio placer e impacte positivamente en los demás.  

Y ya está. No hace falta nada más.

No existen garantías en esta vida. Pero si haces todo esto, tu grado de libertad real y las probabilidades de que tengas una vida de la que te sientas satisfecho crecerán exponencialmente. Lo harán, porque no puede ser de otro modo.

En épocas pasadas, los jóvenes oíamos estas cosas directamente de nuestros padres. Incluso las veíamos ocasionalmente en su comportamiento del día a día. Y tarde o temprano, nos acababan llegando. Pero hoy en día ya no nos llegan. Estamos distraídos con contenidos de nuestras pantallas que nos alejan, cruel e impasiblemente, del buen camino. Y quizá la voz de nuestros padres suena más lejana, porque ellos no están tan presentes físicamente en nuestras vidas como lo estuvieron en épocas pasadas.   

La conversación con mis amigos en el bar sobre las nuevas generaciones terminó con un deseo que todos nosotros suscribimos, cerveza en mano, sin dudarlo un instante: Que nuestros hijos se divirtieran tanto y tuvieran tan buenos momentos con sus amigos como los tuvimos nosotros cuando fuimos jóvenes. Algo que a todos los que estábamos allí, por alguna razón, nos parecía muy poco probable. Nadie dijo por qué, pero seguramente todos pensábamos lo mismo.

Y sí, es cierto: El entorno que ahora rodea a los jóvenes no les incentiva tanto a desarrollar sus capacidades como el entorno de antaño. Las influencias perniciosas a las que están expuestos son más sibilinas y poderosas, y la ola del progreso en calidad de vida ha aplanado su pendiente. Lo tienen más difícil para ser felices. En el resultado final, cada vez importa menos el avión, y más importa el piloto.

Este nuevo paradigma, aunque haya llegado para quedarse, no tiene por qué ser malo. Para aquellos que decidan tomar las riendas de su vida y actuar con intención, puede ser algo muy bueno. Pero no será así para los que bajen la guardia y se dejen llevar por la marea, porque la marea que lleva a nuestros jóvenes ya no es buena.

Como siempre, todo se reduce a una simple decisión: Vivir con la esperanza de que otros te permitan ser libre, o vivir haciendo lo que debes hacer para crear tu propia libertad.

Pura vida,

Frank.   

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¿Quién eres?

Una interesante pregunta, ¿no es verdad?

Aunque quizás no lo parezca a primera vista.

Muchos de nosotros tenemos otras preguntas más acuciantes que responder y otras prioridades a las que asignar nuestra atención en el día a día. Tenemos facturas que pagar, series de televisión que ver, cervezas que consumir y vacaciones que organizar. Plantearse la pregunta de “quién soy” e intentar averiguar la respuesta no parece excesivamente urgente, ni tampoco excesivamente importante.

Pero hay un pequeño detalle de fondo: Si observas cómo funciona tu vida con una pizca de cuidado, verás que todo lo que haces, por qué lo haces y cómo lo haces emana de una percepción subjetiva, sea consciente o inconsciente, de quién eres. O, mejor dicho, de quién crees que eres.

Así que me temo que, en la práctica, entender si eres realmente quien crees ser es bastante importante. Y también bastante urgente, porque tu tiempo de baile no es ilimitado y es posible que no haya ninguna secuela en la película de tu vida cuando se corra el telón. Cosas del directo.

El problema es que todo este galimatías de quiénes somos intimida un poco. Y además, es complejo. Abordarlo requiere tiempo y esfuerzo de reflexión.

Ya. Pero es que estás leyendo a Frank. ¿Qué narices esperabas? ¿Una palmadita en la espalda por el tiempo que pasas en Instagram?

Empecemos.

Quiénes creemos que somos

La inmensa mayoría de nosotros no hemos profundizado en averiguar quiénes somos. Y no lo hemos hecho porque la pregunta no existe realmente en nuestras cabezas. Simplemente, inducimos quiénes somos en base a una serie de elementos que se van manifestando en nuestra vida y en los que reparan nuestros pensamientos.

Somos de Madrid, ingenieros, con un tipo de personalidad, unos hábitos de comportamiento, unas creencias y unas preferencias, experimentamos placer con unas cosas y dolor con otras.

Básicamente eso es todo lo que solemos tener en cuenta para visualizar intuitivamente nuestra autoimagen, ¿no es verdad? Esas cosas conforman la práctica totalidad de nuestra realidad subjetiva consciente, y por tanto asumimos – a menudo sin darnos cuenta – que son las que definen nuestra identidad. Lo damos por hecho. Ni siquiera se nos pasa por la cabeza cuestionarlo lo más mínimo.

Parpadeamos un par de veces, arrancamos el coche y nos ponemos a tomar decisiones sobre si debemos ir hacia un lado o hacia el otro, con esa imagen de nosotros mismos en el espejo retrovisor.

Pero… ¿es esto realmente como parece ser?

Quizá no tanto.

Veamos algunos de los elementos más característicos que muchas personas creen que definen radicalmente su identidad, como el ser fans de un equipo de fútbol, su ocupación profesional o su ideología política.

Lo que suele pasar en la inmensa mayoría de los casos es que alguien es fan de un equipo de fútbol porque ha nacido en esa ciudad y/o ha tenido algún tipo de influencia externa fortuita que le ha llevado a aficionarse por ese equipo y no por otro.

Esos motivos no son esenciales, sino circunstanciales. O, dicho de otro modo, son fruto de los caprichosos designios del azar.

Podrías haber nacido en otra ciudad u otro país, y podrías haber tenido otras influencias fortuitas. Y el resultado habría sido, muy probablemente, otro distinto. Puedes decirme que no es así, porque estás seguro de que hay una fuerza sobrenatural que dirige tu destino y te lleva, inexorablemente, a ser fan del Athletic de Bilbao y no del Inter de Milán, y que así seguiría siendo si hubieras nacido en Milán hace 100 años y no existiera la televisión.

Y sí, entiendo por qué dirías eso. Nuestro cerebro necesita poder explicar que las cosas suceden por alguna razón y abomina convivir con la incertidumbre y la ausencia de control. Pero eso es una cosa, y que el destino te haya llevado inexorablemente a ser fan del Athletic es otra muy distinta.

Lo mismo ocurre con tu carrera profesional. La inmensa mayoría de personas han aterrizado en su ocupación laboral por una serie de eventos concatenados que partieron de la casilla de salida de una decisión de estudiar una cosa y no otra. Una decisión que se tomó en base a unos criterios largamente circunstanciales, como lo que te recomendaron hacer tus padres, qué era lo que ofrecía buenas perspectivas de encontrar empleo por aquel entonces y qué era lo que te parecía interesante desde la barrera, aunque no tuvieras ninguna visibilidad de cómo iba a ser tu día a día en esa ocupación profesional en la práctica, ni si aquello iba a encajar contigo.

Una cosa llevó a la otra y aterrizaste en un empleo. Empezaste a pagar facturas y a hacerte más dependiente de ese empleo. Y de ese empleo surgieron oportunidades relacionadas con empleos similares, o con personas en cuyo camino te cruzaste, por meras casualidades de la vida.

A pesar de la enorme carga de randomness que nos llevó a aterrizar en nuestros empleos, la inmensa mayoría de nosotros nos identificamos intensamente con ellos. No decimos “trabajo en ingeniería”, sino “soy ingeniero”. Esa expresión no es casualidad. Usamos esas palabras porque creemos, a un nivel muy visceral, que nuestra ocupación profesional es una parte fundamental de la esencia de nuestro ser.

Sin embargo, la visión más cercana a la verdad es probablemente ésta: Si tus padres te hubieran recomendado otra cosa, o esos estudios no hubieran ofrecido buenas posibilidades de empleo en ese preciso momento, o incluso si tu mejor amigo o tu pareja de entonces te hubiera dicho “¿por qué no estudiamos esto otro?”, es muy posible que hubieras acabado en una ocupación profesional distinta a la de ahora.

Sí, colega. Tienes mucho menos control sobre el desenlace de los acontecimientos de lo que crees.

Lo mismo ocurre con tu ideología política. La inmensa mayoría de nosotros tenemos unas preferencias políticas u otras porque estamos fuertemente influenciados por nuestros padres, las personas que nos rodean, las cosas que nos suceden y las circunstancias de nuestra vida. No nacemos con una ideología política concreta, sino que “aterrizamos” en ella por una serie de factores que, en un muy alto grado, escapan a nuestro control y son largamente fruto del azar.  

Quizá pienses que la justicia social es lo más importante del mundo y que eso forma parte de la esencia de quién eres. Pero si hubieras nacido en el seno de una familia emprendedora y hubieras visto a tus padres arriesgarlo todo, trabajar de sol a sol y después de muchos sacrificios conseguir buenos resultados, quizás no verías con tan buenos ojos que otras personas exigieran que tu familia compartiera a la fuerza los beneficios de su trabajo con ellas, elevando su calidad humana por encima de las vuestras, simplemente porque no les parece “justo” que otras personas tengan más que ellas.

¿A dónde quiere llegar tu amigo Frank con todo esto?

A que es muy posible que todo eso que crees que define quién eres sea, fundamentalmente, fruto del azar.

Puede que le hayas dado un significado cósmico y profundo a los elementos que tu mente y tus procesos de pensamiento te dicen que conforman tu identidad, pero quizás, en la práctica, esos elementos sean mucho más aleatorios de lo que parece.

Quizás el impulso de la marea haya tenido mucha más influencia en el hecho de que te encuentres donde estás ahora, que tus supuestos golpes de timón.

Piénsalo con serenidad y con mente abierta. ¿No es así en gran parte como sucedió?

Curioso, ¿verdad? Y probablemente un poco difícil de admitir también.

Pero no sufras. Veamos qué significa todo esto.

El peso del azar en nuestra autopercepción

Si aceptamos la hipótesis de que la influencia del azar en la concepción que tenemos de nosotros mismos ha sido muy relevante, podemos extraer varias conclusiones.

En primer lugar, hay una serie de elementos que tradicionalmente asociamos con nuestra identidad que quizá no debamos considerar tan importantes, o que quizá no debamos tomarnos tan en serio.

  • El que hayamos nacido en cierto lugar, por ejemplo. Las banderas, los nacionalismos, las costumbres.
  • El trabajo concreto que hacemos, por ejemplo. Las profesiones, la posición jerárquica, los sueldos, el estatus.
  • Con quién interactuamos habitualmente, por ejemplo. Colegas, amigos, conocidos.
  • El estilo de vida que llevamos, por ejemplo. Comodidades, gastos, aficiones.
  • Los logros que hemos cosechado, por ejemplo. Triunfos, premios, elogios, conquistas.

Sí, puede que todos estos elementos te gusten o que te hagan sentir bien. O puede que no. Pero sea como sea … ¿definen realmente tu identidad? ¿Son parte integral de tu esencia?

Quizás no tanto como tu mente te hace creer.

Esos elementos son los que son, pero podrían ser otros diferentes por la influencia del azar. ¿Y eso qué significaría? ¿Que tu esencia sería distinta? ¿Que ya no serías tú?

Primera conclusión: Cuestiona el papel que ciertas cosas tienen en quién eres realmente. Especialmente las que más ruido hacen en el ámbito sociocultural. En la gran mayoría de los casos, esas cosas son meros ornamentos del árbol… y no tienen mucho que ver con el árbol en sí.   

En segundo lugar, resistir cualquier tipo de cambio que “amenace” la integridad de nuestra autopercepción quizá no sea tan importante para nuestra supervivencia como parece.

La inmensa mayoría de nosotros vivimos bajo el yugo del Ego. El poder del Ego se ancla en la resistencia al cambio y la dependencia de nuestra autopercepción. El Ego es el que nos impulsa a reaccionar de ciertas maneras y el que nos susurra al oído que nos está ayudando, cuando en la práctica nos está empujando sin contemplaciones a un charco de barro.

Cuando alguien nos dice que estamos haciendo algo mal en un plano vital que es relevante para nosotros, solemos reaccionar a la defensiva. Y mucho más si sabemos, en nuestro fuero interno, que lo que nos dicen es verdad. ¿Por qué? Porque cuanto más real es la amenaza hacia nuestra autopercepción, más alta se alza la empalizada del Ego para protegerla.

El Ego es resistencia, juicio, expectativa, miedo, orgullo. Se hace fuerte cuando estás demasiado ligado a cierta concepción de ti mismo, y se debilita cuando dejas ir. Cuando empiezas a aceptar que lo que antes considerabas tu identidad está basado en elementos que se encuentran, en un alto grado, más allá de tu control. Y que, por tanto, no son realmente una parte sustancial de tu identidad.

Segunda conclusión: El Ego se resistirá a la evolución de tu autopercepción y a la transición a un nivel superior de entendimiento sobre quién eres. Permanece en guardia frente a esas resistencias y reconócelas cuando aparezcan.

¿Qué compone, entonces, la esencia de nuestra identidad?

Si quieres profundizar en quién eres, has de funcionar con un modelo mental de “primeros principios” y atravesar varias capas de niebla para acercarte al núcleo donde se encuentra la esencia de tu identidad. Has de dejar atrás las superficialidades del trabajo que haces, el lugar en el que vives, tu situación familiar, las personas con las que te relacionas, los deportes que practicas y la marca de zapatillas que usas.

Para adoptar esta nueva perspectiva, has de dejar atrás el qué y el cómo, para concentrarte en otra cosa mucho más importante.

El porqué.

El porqué es lo que realmente define quién eres.

Lo que importa no es que seas amable, sino por qué lo eres. Que seas amable les importa a los demás, porque ellos experimentan la manifestación externa de tu amabilidad. Pero el por qué eres amable es tu realidad interna. Nadie ve dónde reside el origen de tu amabilidad. Sólo lo ves tú.

Una persona puede ser amable con el objetivo de conseguir algo material y otra persona puede serlo porque se siente agradecida con su vida. Son dos energías diferentes y dos identidades diferentes, porque sus porqués son diferentes.

Los valores que conforman tu filosofía de vida son las hebras que conforman tus porqués. A través de ellas eliges: 1) qué es realmente importante para ti, 2) qué es más importante que qué, en caso de conflicto entre ambos, y 3) por qué todo eso es así y no de otra manera.

Cuando construyes una filosofía de vida y tomas decisiones consistentes con ella, tu identidad se manifiesta en todo su esplendor. Pero ambas condiciones son necesarias: No es suficiente con tener un porqué. Hay que plasmar ese porqué en actos que manifiesten esa energía interna en el mundo exterior. Sin esos actos, tu identidad es como una canción que has compuesto con mucho cariño, pero que no has escuchado nunca.

Al avanzar por ese camino comprobarás que algo empieza a cambiar. Ya no es tu realidad externa la que define quién eres, sino que el orden se invierte: Es la definición de quién eres y tu compromiso con esa identidad lo que empieza a determinar cómo te relacionas con la realidad externa.

Ahora tienes una motivación intrínseca para ser amable, para ser buen amigo, para hacer tu trabajo con excelencia, para ser buena pareja, buen hijo, buen padre o buen hermano, para cuidar tu cuerpo, para escuchar con atención, para tratar bien a los animales, para abordar los conflictos, para hacer unas cosas y no otras. Esas motivaciones intrínsecas, esos porqués, son las piezas que conforman tu verdadera identidad.

¿Cómo podemos conectar con nuestra identidad?

En nuestra cultura actual, la inmensa mayoría de personas están desconectadas de su identidad. Y eso sucede por dos grandes motivos:

Por un lado, están las personas que no tienen un porqué interno y auténtico, sino uno autoimpuesto por las circunstancias externas. Hago este trabajo porque necesito el dinero, me relaciono con estas personas por comodidad y rutina, practico esta afición en mi tiempo libre porque está de moda. En una palabra, se dejan llevar por la corriente. Estas personas no conocen su verdadera identidad, pero tampoco son demasiado conscientes de ello. Sólo perciben intermitentemente que algo chirría en su interior, pero no saben muy bien qué es.

“La mayoría de las personas son otras personas. Sus pensamientos son las opiniones de otro, su vida una imitación, sus pasiones una cita.” 

–  Oscar Wilde

Por otro lado, están las personas que sí tienen un porqué interno y auténtico, pero no lo ponen en práctica en la vida real debido a ciertas resistencias. Escuchan la llamada de su voz interior y saben lo que deberían hacer, pero no acaban de hacerlo. Y ello les causa conflicto interno, porque, a diferencia de las anteriores, estas personas sí intuyen cuál es su identidad, pero no la manifiestan con actos concretos en el mundo exterior. Es como si se pusieran el traje de Superman, pero en vez de salvar a Lois Lane de caer de aquel helicóptero, se escondieran con su traje debajo de la almohada porque tienen miedo a las alturas. Se sienten muy culpables de ello, sí, pero la pobre Lois se rompe la crisma.

“No hay mayor ilusión que el miedo”

–  Lao Tzu

Conectar con tu identidad requiere tres cosas. Si cualquiera de las tres falla, el tren no llegará a puerto, por mucho que te empeñes en echar leña a la caldera.

  • La primera es sinceridad contigo mismo. Debes construir una filosofía de vida que encaje de verdad con tu voz interior, aunque eso sea inconsistente con los comportamientos que ves a tu alrededor.
  • La segunda es coraje. Tendrás que poner esa filosofía en práctica con actos y decisiones concretas que puede que impliquen movimientos transformadores – como cambiar de rumbo profesional o abandonar ciertas relaciones – pero que son necesarios para que tu filosofía de vida interna se manifieste en la realidad externa.
  • La tercera es disciplina: Has de mantener el rumbo con las pequeñas decisiones del día a día, a pesar de la pesada e interminable insistencia del mundo en el que vives para que dejes de ser tú mismo.

Cuando esas tres cosas confluyen es cuando experimentas la auténtica conexión con tu identidad. El conflicto interno cesa y se produce la armonía entre tu energía interna y la realidad externa. Y ahí es cuando, por primera vez, te sientes conectado con todo lo que te rodea. Ya no actúas desde el Ego, sino desde el Ser. Algo que, por desgracia, muy pocas personas experimentan.  

Pero todo este rollo… ¿es realista, Frank? ¿Se puede vivir así en los tiempos que corren?

No sólo se puede, colega. Más que nunca, se debe. La cultura avanza en una dirección en la que todo lo que nos rodea no facilita sino una cada mayor desconexión con nuestra identidad. Reconectar y vivir con nuestra identidad en el centro es un imperativo moral para con nosotros mismos, además de ser un ejemplo inspirador para los demás y contribuir a liderar un cambio de paradigma cada vez más necesario para la supervivencia espiritual de nuestra sociedad.

Ahora bien, tracemos una pincelada de realidad: Para poder manifestar tu identidad en las diferentes dimensiones de tu vida de manera recurrente, en el complicado mundo en el que vivimos, has de construir un estilo de vida autosostenible.

¿Qué significa esto?

Que te lo tienes que currar. Y mucho.

Repetir mantras delante del espejo, en pijama y con expresión de estar iluminado, no es suficiente. Lo único que vas a conseguir es asustar a los vecinos.

Debes hacerte capaz de aportar valor al mundo, para poder valerte por ti mismo sin necesidad de traicionar tu esencia.

Para poder expresar tu identidad y, al mismo tiempo, vivir una vida de abundancia y no de privación, debes ser competente: Aprender cosas nuevas, desarrollar habilidades útiles, hacerte realmente bueno en algo.

Todo esto lleva tiempo, esfuerzo y paciencia. Pero una vez hayas desarrollado esa capacidad de aportar valor al mundo, te será mucho más sencillo canalizar tu identidad en una forma de vivir que sea sostenible en el tiempo, y experimentar la conexión con el Ser en todo lo que haces. Prestar mayor atención al momento presente y experimentar que esa identidad, que tan diferente y única antaño creías que era, tiene en verdad mucho que ver con todo lo que te rodea.

Difícil, sí. Pero un objetivo que merece de verdad la pena.

Además, ¿para qué estás aquí si no?

“El privilegio de toda una vida es poder convertirse en quien realmente eres”

–  Carl Jung

Pura vida,

Frank.

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Abramos con una interesante pregunta: ¿Qué es vivir con sabiduría? ¿Quién sabe vivir y quién no?

Una respuesta muy frecuente a esa pregunta es ésta: El que consigue lo que quiere.

Parece obvio. Si quiero algo y lo consigo, por definición seré feliz. ¿No es así?

Y si he conseguido lo que quiero, por definición habré hecho las cosas bien, ¿no es también así?

Sin embargo, esto que parece tan obvio en el plano teórico, no lo es tanto en el plano práctico. Muchas personas que acaban consiguiendo lo que querían no son particularmente felices, ni sienten esa certeza interior de haber aprovechado de verdad su vida.

¿Por qué? ¿Qué más quieren? ¿Si esas personas han conseguido lo que deseaban, cómo es que no se sienten satisfechas?

Bueno, quizá el problema no esté en conseguir lo que quieres, sino en discernir – a tiempo – qué es lo que tiene sentido querer.

Memento Mori

Vamos a jugar a un juego. Cierra los ojos e imagina que tienes 85 años y estás ya muy cerca del final de tu vida. Quizá te queda un año, quizá dos. Estás sentado en un mullido sofá, con la calefacción al lado, mirando la calle a través de la ventana. Tu cuerpo se siente cansado, pero tu mente permanece clara. Te acuerdas de todo lo que has hecho, las cosas a las que has prestado más atención y todo lo que has conseguido a lo largo de los años.

Visualiza la situación en profundidad. Sin prisa, te espero.

¿Lo tienes?

Bien.

Ahora dime: ¿Qué es lo que te gustaría ver desde ahí?

¿Quién está en tu vida? ¿Qué tipo de relación tienes con ellos? ¿Qué opinión tiene tu familia de ti? ¿Y tus amigos? ¿Qué has logrado en tu carrera profesional? ¿Qué posesiones tienes? ¿Qué recuerdos valoras más? ¿Qué cosas te dan igual? ¿De qué estás orgulloso? ¿De qué te arrepientes?

Ahora que sabes lo que le gustaría ver a tu Yo desdentado y cascarrabias de 85 años, dime:

Si sigues haciendo las cosas como las estás haciendo ahora, ¿crees probable que verás lo que deseas ver cuando llegues a ese sofá?

No te hagas trampas al solitario con la respuesta. Sería como engañar al médico.

Observa la conclusión.

Interesante, ¿no es verdad?

Este ejercicio de visualización es muy antiguo. Se llama Memento Mori.

Memento Mori es una expresión latina que se traduce como “recuerda que morirás”. Es uno de los principales conceptos de la filosofía estoica. Una herramienta para estimular nuestra toma de conciencia de que nuestro tiempo es limitado y es importante utilizarlo bien, prestando atención a lo que es de verdad importante y no tanto a lo que parece serlo, pero que en realidad no lo es.

Una de las menciones más impactantes de este concepto en nuestro pasado reciente fue la charla de Steve Jobs en la universidad de Stanford en 2005. Sus palabras, además de sabiduría universal, tenían un significado muy personal, porque un año antes de aquella charla le habían diagnosticado cáncer.

Éste es el fragmento más relevante de la charla, tal y como Jobs lo pronunció:

Remembering that I will be dead soon is the most important tool I have ever encountered to help me make the big choices in life. Because almost everything—all external expectations, all pride, all fear of embarrassment or failure—these things just fall away in the face of death, leaving only what is truly important. Remembering that you are going to die is the best way I know to avoid the trap of thinking that you have something to lose.

Ya sé. Pensar en la muerte no nos gusta nada. Es un bajón. Lo evitamos como a un conocido con mal aliento que se acerca demasiado. Sin embargo, Memento Mori es un ejercicio extraordinariamente revelador para vivir con mayor sabiduría en el ahora, porque es precisamente la consciencia proactiva de la muerte la que alumbra las decisiones importantes de la vida con luz más poderosa.

Frank Spartan utiliza diferentes modelos mentales para tomar decisiones (las zonas de competencia, los primeros principios, las consecuencias de segundo orden, la inversión del problema (eliminar el resultado que no deseas), la navaja de Occam, el sesgo de confirmación, interpretar el mundo en términos de probabilidades, la influencia de los incentivos, etcétera, etcétera). He escrito en este blog sobre algunos de ellos. Pero quizá los que más han influenciado las grandes decisiones de mi vida han sido dos: La Técnica de Minimización de Arrepentimiento y Memento Mori.

Ambos se basan en el mismo concepto: Trasladar el punto de vista al futuro y mirar hacia atrás, con el objetivo de apreciar mejor, desde el presente, lo que será de verdad importante en el conjunto nuestras vidas. Lo que merece la pena hacer hoy, y mañana, y pasado. Y, del mismo modo, lo que NO merece la pena hacer (las cosas a evitar).

Pero no puedes saber desde el ahora lo que vas a querer ver al final de tu vida, Frank – me dirás.

Eso no es cierto. Sí lo sabes. Lo que pasa es que nunca lo has pensado de esta manera. Son anhelos esenciales que conectan con tu yo más profundo. Una energía que refleja quién eres tú de verdad y lo que te gustaría manifestar en el mundo durante el tiempo del que dispones, más allá del ruido y la confusión que te envuelven.

Proyectarnos al futuro nos ayuda a pensar mejor en el presente, porque nuestra mente está expuesta a multitud de trampas cognitivas que nos desvían de las buenas decisiones en el ahora. Fenómenos que provocan que lo que queremos ver desde el sofá a los 85 años y lo que en verdad acabamos viendo no estén precisamente alineados… cuando ya es demasiado tarde para poder enmendar las cosas.

Veamos algunas de estas trampas que dificultan que vivamos con sabiduría. O, en otras palabras, que dificultan que sepamos discernir, a tiempo, lo que tiene sentido querer.

La claridad de pensamiento

Cuando decimos que una persona es inteligente, ¿a qué solemos referirnos?

Habitualmente, nos referimos a que esa persona sabe pensar rápido y bien. A que sabe entender y resolver problemas.

Sin embargo, la cualidad más importante para vivir una buena vida no es saber entender y resolver problemas, sino saber discernir qué problemas merece la pena intentar resolver y qué problemas no.

Y eso no es inteligencia. Al menos lo que habitualmente consideramos como inteligencia. Es otro tipo de cualidad.

Vamos a llamarla claridad de pensamiento.

Una cualidad íntimamente ligada a la capacidad de vivir con sabiduría.

Y también una cualidad, por desgracia, extraordinariamente escasa, porque su potencial de desarrollo está en batalla permanente con varios enemigos encarnizados.

Los 3 enemigos de la claridad de pensamiento

Los enemigos de la claridad de pensamiento son como cantos de sirena, emulando al pasaje de la Odisea de Homero. En dicho pasaje, Ulises decide no taparse los oídos para poder escuchar el canto de las sirenas en su camino de vuelta a Ítaca, a pesar de las peligrosas tentaciones que, según la leyenda, dichos cantos despiertan en el alma humana (y pide a su tripulación que le aten a un poste y no le obedezcan mientras escucha el canto).

Sí, colega, estás expuesto a múltiples cantos de sirena. Todos los días, a todas horas. Y si no te proteges contra ellos con antelación, distorsionarán y retorcerán tu forma de pensar y actuar sin que apenas te des cuenta.  

Entre todos ellos, hay 3 cantos que debemos vigilar particularmente bien, porque tienen un poder especial para desviar nuestra atención de lo que realmente merece la pena.

Veamos cuáles son.

El canto de sirena del ego

El ego nos susurra al oído que debemos protegernos de cualquier cosa que amenace nuestro sentido de identidad. Cuando percibimos que algo pone en entredicho la imagen que tenemos de nosotros mismos, reaccionamos automáticamente a la defensiva. Sirva esa reacción bien a nuestros intereses, o no (spoiler: Casi nunca lo hace).

El canto de sirena del ego aplica a todas las facetas de nuestro sentido de identidad, pero una de las más evidentes en el día a día es la ideológica. Cuando alguien es de una ideología concreta (sea de izquierdas o de derechas en política, o feminista, o vegano, o cosas por el estilo), lo más habitual es que esa persona se posicione automáticamente en contra de cualquier argumento emitido por otra persona que no comparta la misma ideología. Tanto si el argumento de esa persona es lógico y está rigurosamente avalado por datos y hechos, como si no es el caso.

No te creo, porque lo que dices amenaza lo que soy.

La protección de nuestra autopercepción es uno de los impulsos que más nos alejan de la claridad mental y que más debilitan nuestra capacidad de discernir lo que nos conviene y lo que no. Nos hace desear cosas y perseguir objetivos que no necesariamente merecen la pena, sino que simplemente encajan con la imagen que tenemos de nosotros mismos o nos protegen frente a todo aquello que amenaza esa imagen.

¿Cuántas amistades o relaciones de pareja se han roto porque una de las dos partes, o las dos, se han empeñado en tener razón en situaciones sin gran importancia? ¿Cuántas cosas interesantes se han dejado de aprender y cuántas experiencias se han dejado de vivir por el afán de mantener el status quo? ¿Cuántas personas han perdido la conexión que antes tenían porque el orgullo les impidió dar el primer paso para solucionar un desencuentro? ¿Cuántas cosas hemos perdido por no saber admitir una equivocación? ¿Cuántas cosas hemos dicho sin pensarlo dos veces que han generado una muesca imborrable en la relación con otra persona?

Alguna que otra, ¿no es verdad?

¿Cómo resistir el canto de sirena del ego?

La solución al canto de sirena del ego es el desarrollo de la verdadera confianza en uno mismo. Y la verdadera confianza en uno mismo se ancla en la creencia de que tu identidad está en constante evolución a medida que vas conociendo y experimentando el juego de la vida. Tu identidad es dinámica. Fluye. Y tus opiniones y creencias deben también fluir en ese proceso de descubrimiento constante.  

El ego no quiere fluir. No quiere cambios, ni novedad, ni cuestionamientos, ni sorpresas. Quiere permanencia, inmovilidad, certeza, predecibilidad. Para poder pensar con claridad, debes tener la mente abierta a los cambios.

Si estás abierto a aprender de todo lo que te sucede y aprecias tu identidad como un elemento en constante evolución, estarás menos a la defensiva. Menos cosas te ofenderán. Repararás en más detalles. Te elevarás por encima del suelo y verás las cosas con mayor perspectiva. Entenderás más. Responderás de forma más sosegada y menos automática.  

Sin esa apertura mental a los cambios, no estarás pensando con claridad. Y no te darás cuenta de ello.

El canto de sirena del consenso social

El siguiente canto de sirena que escuchamos en nuestro proceso de discernir lo que merece la pena querer es… lo que los demás parecen querer.

El comportamiento de las personas de nuestro entorno de referencia tiene mucha más influencia en las decisiones que tomamos de lo que parece.  Seguir al rebaño nos facilita enormemente la satisfacción de dos importantes necesidades: Una, la pertenencia: El evitar quedarnos solos y excluidos. Y dos, el estatus y el poder: El interés por proyectar que escalamos posiciones en la jerarquía del juego al que tantas personas juegan también.

Esta influencia nos aparta de la claridad de pensamiento, porque nos incita a vivir la vida de otros.  Nos condena a perseguir los objetivos del rebaño, de la misma forma que el rebaño, y con las métricas de éxito del rebaño.

¿Cómo resistir el canto de sirena del consenso social?

La vía más efectiva de resistir al canto de sirena del consenso social es depurar tus relaciones, reduciendo las interacciones con aquellas personas cuya visión del mundo y forma de actuar no conectan con tus aspiraciones personales, y aumentando las interacciones con las personas que sí.

Habitualmente, en nuestro día a día solemos frecuentar a un círculo de personas concreto por familiaridad y cercanía (la familia, los amigos de toda la vida) o imperativos circunstanciales (los compañeros de trabajo, los padres del colegio de tus hijos, etcétera, etcétera). Y lo más probable es que en ese grupo no haya personas que te inspiren a evolucionar en tu forma de pensar y actuar. Muchos de tus amigos lo son por meros caprichos del azar. Lo mismo que tus padres. Y las probabilidades de que esas personas te inspiren a pensar y actuar de forma más sabia son escasas.

No digo que no sean buenas personas, personas que aprecies muchísimo o personas con las que te encante compartir momentos. Digo que es poco probable que sean personas sabias. Debes saber diferenciar entre una cosa y la otra.

Si esas personas sabias no están ya en tu círculo, vas a tener que buscarlas de forma proactiva, allá donde se encuentren, y encontrar una manera de interactuar con ellas de vez en cuando. Serán personas que te mostrarán nuevos caminos, que te dirán la verdad aunque no te guste oírla, y con las que podrás contrastar ideas y formas de ver las cosas que sonarían alienígenas, locas o ridículas a tu grupo de relaciones de siempre.

Esas personas son tu “grupo de crecimiento”.

Se podría decir que el pensamiento crítico y la claridad mental a la que aspirar deberían estar completamente libres del canto de sirena del consenso social. Pero eso es muy complicado de conseguir y probablemente ni siquiera deseable, porque puede afectar negativamente a tu sociabilidad y provocar que acabes siendo un capullo integral en tus relaciones con los demás. Así que tu mejor apuesta para aumentar tu claridad de pensamiento en este ámbito es mantener cierta tolerancia a las influencias externas, pero mejorando la calidad de dichas influencias depurando tu círculo de relaciones.       

El canto de sirena de las emociones

Las emociones nos empujan por caminos que parecen obvios y naturales en el momento, pero que a menudo son desenmascarados por la perspectiva del tiempo como lo que suelen ser: Espejismos.

El canto de sirena de las emociones es uno de los más poderosos y embriagadores que existen. Pocas cosas parecen tan naturales que elegir el comportamiento que nos dicta la emoción pasajera que navega en ese momento por nuestros vasos sanguíneos.

¿Por qué?

Simplemente, porque nuestra mente nos hace creer que somos nuestras emociones. Que somos lo que sentimos. Pero no es así. Nuestras emociones son, en una gran parte, reacciones químicas largamente automáticas. Lo que define quiénes somos, mucho más que la emoción, es cómo elegimos reaccionar a esa emoción.

Sí, elegimos la reacción. Todas y cada una de las veces. Cuando reaccionamos automáticamente, estamos eligiendo no detenernos un momento para pensar antes de reaccionar.  

No podemos controlar – ni tampoco nos conviene intentarlo – las emociones que surgen en nuestro interior. Pero sí somos responsables de ellas, queramos o no. Somos responsables del grado de control que les permitimos ejercer sobre nosotros. Y cuanto antes seamos conscientes de esa responsabilidad, mayor será nuestra capacidad para pensar con claridad.

¿Cómo resistir el canto de sirena de las emociones?

La estrategia principal para resistir al canto de sirena de las emociones es simple, pero no fácil: Dejar que discurra un tiempo antes de elegir cómo actuar.

El tiempo ayuda a que nuestra capacidad de juicio se desempañe del vaho de las emociones intensas. Cuanto más intensa es la emoción, más necesario es esperar un poco antes de actuar.

«El remedio más poderoso contra la ira es esperar»

– Séneca

¿Y si nos enfrentáramos a una situación con posibles consecuencias importantes para nuestra carrera profesional, nuestras relaciones de amistad o pareja, nuestra salud física y mental, o cualquier otra dimensión vital de elevada trascendencia? ¿Qué debemos hacer para gestionar adecuadamente el canto de sirena de las emociones y minimizar su influencia en nuestra claridad de pensamiento?

En ese caso debes hilar un poco más fino, porque puede que esperar no sea suficiente. Además de esperar antes de actuar, debes salir de ti mismo y observar tus pensamientos desde el exterior, para poder evaluar si el mero paso del tiempo ha permitido que pienses con claridad, o si el vaho de la emoción está todavía distorsionando tu perspectiva.

¿Y esto cómo demonios se hace?

Hay varias formas de hacerlo, pero dos de ellas en particular son muy fáciles de poner en práctica.

La primera, escribir tu perspectiva en un papel. Qué piensas sobre la situación y cuál es tu elección de reacción a la misma. Y al de un tiempo, leer lo que escribiste.

Quizá cuando leas lo que escribiste haya cosas que te suenen mal. O quizá no. Sea como sea, es un ejercicio que ayuda a pensar con mayor claridad en situaciones de alta carga emocional, porque es como si un observador externo ficticio juzgara tu decisión. No es un observador totalmente imparcial, pero sí mucho más que tú mismo cuando intentas poner orden en la coctelera de pensamientos y emociones dentro de tu propia cabeza.

La segunda, contrastar tu perspectiva con alguien. Pero no con cualquier persona. Tiene que ser alguien que estés muy seguro de que tiene buen criterio, que prefiere decirte lo que de verdad piensa a lo que tú prefieres oír, y que al mismo tiempo siente cierto aprecio por ti.

Verás que no hay muchas personas a tu alrededor que tengan este perfil. Ése es precisamente el tipo de persona que debes incluir en lo que antes hemos llamado “grupo de crecimiento”. Ya ves que construir este grupo de forma proactiva tiene mucho más valor del que puede parecer a primera vista.

Las emociones siempre deben pasar por un filtro de juicio. Hay emociones que significan algo y emociones que no significan gran cosa. Hay emociones a las que conviene responder con una acción y emociones a las que conviene dejar pasar. Si te subes al lomo de la emoción y la espoleas alegremente sin pasarla primero por ese filtro, no estarás pensando con claridad.

Y por supuesto no lo sabrás.

Cómo juzgar si una decisión es buena

Bueno, ya somos un poco más conscientes de los 3 cantos de sirena más peligrosos que nos rodean y la forma más efectiva de lidiar con ellos. Ahora deberíamos ser capaces de discernir un poco mejor qué es lo que tiene sentido querer (= ser más sabios) y podemos empezar a tomar decisiones para conseguirlo.  

Pero… ¿cómo podemos saber si una decisión es buena o mala? ¿Cómo podemos saber con seguridad si nuestro marco mental de toma de decisiones está bien construido, o si por el contrario los cimientos son de barro?

La respuesta más habitual a esa pregunta es ésta: Por los resultados que obtenemos.

Tiene sentido, ¿no es verdad? Si conseguimos buenos resultados, eso significa que hemos decidido bien. Y si los resultados son malos, eso significa que hemos decidido mal.  

Esta creencia es tan incierta como popular.

Puedes decidir mal y obtener buenos resultados. Y puedes decidir bien y obtener malos. Para mejorar tu capacidad de toma de decisiones, debes desvincularte del resultado y centrarte en el proceso de decisión: Qué tuviste en cuenta, qué no tuviste en cuenta, cómo de fiable era la información de la que disponías, qué información no tenías que parecía importante, qué cosas priorizaste sobre otras y por qué, por qué tomaste la decisión en ese preciso momento y no en otro, cómo te sentías a la hora de tomar la decisión y qué sistema utilizaste para determinar lo que debías hacer.

¿Cuál es el problema? Que la mente es muy sibilina. Y si juzgas todo esto a posteriori utilizando la memoria, lo más probable es que tu mente construya una historia que protege tu ego. Mezclará hechos con suposiciones, inventará excusas, recordará lo que le conviene y olvidará lo que no le conviene.

Y así no conseguirás afilar tu claridad mental a la hora de tomar decisiones.

Sólo hay una forma de hacer esto bien: Documentar cómo tomaste la decisión en el momento de tomarla. De esa forma podrás evaluar con mucho mayor rigor, a posteriori, la calidad de ese proceso de decisión. Podrás ver si hubo puntos ciegos, si se infravaloraron riesgos o se ignoraron factores relevantes, con independencia de que el resultado de la decisión haya sido bueno o malo. Y eso te servirá para mejorar tu proceso de toma de decisiones en el futuro.

Ya sabes qué debes hacer para desarrollar tu claridad de pensamiento. Ponte en marcha, colega. No andamos sobrados de sabiduría en los tiempos que corren.

«Si eres tan listo, ¿por qué no eres feliz?»

– Naval Ravikant

Pura vida,

Frank.

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En su post anterior, Frank Spartan analizó la cruda realidad para los hombres de hoy en el mercado de las relaciones de pareja. La conclusión más evidente del análisis fue que al hombre promedio le convendría subir el listón en una serie de ámbitos de su desarrollo personal, si es que aspira a construir y mantener una relación de pareja fructífera en un tablero de relaciones entre hombres y mujeres cada vez más exigente y complicado, y que además no muestra signo alguno de reversión de tendencia.

Pero la historia no acaba ahí. Hay otra cara de esa moneda.

¿Es esto también cierto para las mujeres? ¿Tienen ellas también cosas que hacer, si quieren mejorar sus probabilidades de acceder a una relación de pareja que merezca la pena y permanecer satisfechas en ella? ¿O es que el problema – y la solución – son otros?

Analicemos el juego de las relaciones desde la perspectiva de la mentalidad y dinámicas de comportamiento de las mujeres en el contexto occidental actual, y veamos a qué conclusiones llegamos.

¿Qué quieren las mujeres?

Bueno, hay preguntas complejas, muy complejas, mega complejas, ultra complejas, y después está ésta.

Vamos a elucubrar un poco con algunos datos, ¿te parece?

En septiembre de 2019, Morgan Stanley publicó un informe muy interesante, titulado “The rise of the SHE economy” (= “El crecimiento de la economía de la mujer”), en el que analizaba las tendencias de penetración de las mujeres en los diferentes sectores del mercado laboral y sus pautas de consumo, así como sus implicaciones desde el punto de vista económico y social en EEUU. 

Una de las tendencias más evidentes que se analizaban en dicho informe era el progresivo aumento del número de mujeres solteras y sin hijos. En este ámbito, Morgan Stanley proyectaba que alrededor del 45% de las mujeres de edades comprendidas entre 25 y 44 años (los años laborales más productivos o “prime working years”) estarían solteras y sin hijos en 2030, la cifra más alta de la historia del censo estadounidense.

El informe se centraba exclusivamente en una de las causas de este fenómeno: la mayor priorización de la carrera profesional por parte de las mujeres, que los autores argumentaban provocaba el retraso (o cancelación) de las decisiones de tener una pareja estable y formar una familia.

Hasta aquí Morgan Stanley. Desde aquí Frank Spartan.

Las conclusiones de este informe son interesantes, pero vamos a presentar una teoría más ambiciosa: El hecho de que haya más mujeres solteras y sin hijos que antes, y el que parezca evidente que vaya a haber más aún el día de mañana que ahora, tiene una relación de causalidad multifactorial.

En otras palabras, las causas de que esto esté sucediendo son varias.

Veamos algunas de ellas.

“Dating up”

Una pauta de comportamiento que el colectivo femenino ha venido mostrando durante el principio de los tiempos y que, según las últimas investigaciones, sigue vigente, es tender a preferir relacionarse con hombres de mayor estatus o nivel socioeconómico que ellas. Es lo que se conoce como “dating up”, o relacionarse “hacia arriba”.

Hay variedad de opiniones sobre las causas de que esto se produzca. El argumento con mayor peso de sentido común es probablemente éste: Los patrones biológico-evolutivos incentivan a la mujer a preferir esa alternativa como medio de satisfacción de una necesidad innata de seguridad. El mismo argumento que probablemente explica el por qué la inmensa mayoría de las mujeres prefieren hombres de más estatura que ellas y hombres con mayor edad y experiencia vital que ellas, no solamente en la cultura occidental sino de forma generalizada.

Si aceptáramos que esto es así, el hecho de que las mujeres estén priorizando cada vez más su carrera profesional tiene una consecuencia evidente: Al elevar su posición en el espectro socioeconómico, el tamaño del universo de hombres que pueden satisfacer su inclinación natural de “relacionarse hacia arriba” se contrae cada vez más. En otras palabras, las posibilidades de encontrar un compañero “aceptable” se reducen.

Es cierto que este fenómeno no tendría por qué representar necesariamente un problema. Bastaría con que la mayoría de las mujeres se adaptara y fuera más flexible sobre el nivel socioeconómico de sus parejas. Pero como veremos más adelante, el “conformarse” con un perfil de pareja subóptimo no es un patrón de comportamiento característico de las mujeres en nuestra cultura actual.   

La influencia de las emociones

Otro aspecto que influencia significativamente la estabilidad de las relaciones de pareja en la cultura actual es la influencia de las emociones cuando las mujeres juzgan situaciones y toman decisiones.

“Las mujeres son más emocionales que los hombres” es una idea que lleva flotando en la cultura durante mucho tiempo. Sin embargo, la evidencia empírica sobre este asunto no es tan simple y sus conclusiones no son tan evidentes. De hecho, lo que la mayoría de los estudios demuestran es que hombres y mujeres experimentan emociones (tanto agradables como desagradables) de forma muy similar. Donde parece haber una diferencia de cierta relevancia es en lo que se denomina “mecanismos de regulación de las emociones”.

Diversos estudios como éste concluyen que lo que parece suceder es que los hombres utilizan mecanismos químicos y psicológicos, largamente innatos, que regulan sus emociones de forma más automática. Por otro lado, las mujeres utilizan mecanismos químicos y psicológicos más complejos para canalizar sus emociones y expresarlas de diferentes formas. 

¿En qué se suele traducir este fenómeno en la práctica?  En que los hombres, como norma general, son más capaces de, a pesar de sentir la emoción de forma similar, controlar mejor sus ramificaciones a la hora de juzgar una situación y tomar decisiones (en otras palabras, son más capaces de priorizar la lógica y la utilidad práctica de un comportamiento concreto a la hora de enfocar una situación concreta, atinen en la solución o no). Las mujeres, sin embargo, como norma general, amplifican el análisis del significado de la emoción adentrándose por sinuosos caminos en los que las luces de la lógica y la utilidad práctica no brillan con tanta intensidad. Por eso la desconexión entre hombre y mujer a la hora de abordar simultáneamente un conflicto es tan habitual: Cada uno tiende a centrar su atención en aspectos diferentes.

Esto último no está en ningún estudio, pero Frank Spartan no necesita una investigación empírica de profundidad sideral para saber que la hierba es verde. Es un fenómeno que un observador imparcial puede apreciar sin ninguna dificultad en el comportamiento habitual de ambos sexos ante situaciones de alteración emocional.

¿Cuáles son las implicaciones de este asunto en la cultura actual, en concreto en la dimensión de las relaciones de pareja?

Bueno, unamos los puntos.

En un contexto de debilitamiento progresivo de los valores tradicionales, unido a la idolatría del empoderamiento femenino y a la creciente ausencia de la figura de unos hijos que favorecen la subordinación del placer y felicidad individual a otros objetivos más importantes, ¿qué tendería cada vez más a suceder si la mujer promedio atravesara una fase de emociones “no demasiado satisfactorias” en su relación de pareja, como suele ser habitual tarde o temprano?

Exacto.  Lo que tendería cada vez más a suceder es que la mujer abandonara la relación, porque tiene cada vez menos incentivos de peso para permanecer en ella. 

Lo que hoy en día dicta la estabilidad de las relaciones ya no es tanto, como antaño, los valores, la visión de futuro y el proyecto de familia de ambos miembros de la pareja, sino las emociones transitorias de – mayoritariamente – uno de los dos miembros. El miembro que tiene cada vez menos tolerancia a emociones incómodas y comportamientos indeseables, y que a la vez percibe multitud de posibilidades de relación con otras parejas sin demasiada dificultad, como veremos más adelante.

El sacrificio personal para salvaguardar las virtudes de una vida en familia está perdiendo la batalla frente al individualismo hedonista y la creciente irrenunciabilidad al deseo, cada vez más generalizado, de sentirse bien prácticamente todo el tiempo.

No hago juicios de valor. No digo que sea bueno ni malo. Simplemente es.

Corrientes culturales dominantes

La cultura tiene una gran influencia en cómo adoptamos creencias, cómo elegimos prioridades y cómo nos comportamos en general. En las mujeres no es una excepción.

¿Qué corrientes culturales en nuestra sociedad actual podríamos decir que influyen en el comportamiento de las mujeres, especialmente en el contexto de sus relaciones de pareja? Hay muchas y muy variadas, pero algunas destacan entre las demás. Por ejemplo:

1. La ideología feminista

La ideología feminista es un fenómeno muy curioso. En la superficie parece un movimiento enfocado en luchar por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. Pero cuando examinas los mensajes que promulgan, las iniciativas que impulsan y los comportamientos que incentivan, ves una realidad muy distinta.

Para no extenderme demasiado, voy a unir las piezas del puzzle de forma muy rápida y te voy a presentar el puerto hacia el que el barco feminista actual se dirige: Una sociedad en la que las mujeres se bastan y se sobran, ellas mismas, para ser felices. Los hombres son malos por naturaleza, y por tanto, cuanto más lejos estén y menos relevancia tengan en la sociedad, mejor que mejor. Lo que las mujeres necesitan es más carrera profesional, más independencia, más placer personal, más potestad para hacer lo que les salga de las narices sin preocuparse por las consecuencias y menos roles tradicionales, incluida la maternidad, porque los roles tradicionales son opresores de la libertad de las mujeres.

Sí, lo que estoy diciendo es que la ideología feminista desincentiva la unión estable con el sexo opuesto y la maternidad. No es probablemente su objetivo primario y directo, pero sí es la consecuencia indirecta de su filosofía. Si sólo observas los puntos que han pintado delante de ti es posible que no lo veas con claridad, pero si los unes y das unos pasos atrás para observar con un poco de perspectiva, ésa es la figura que aparece ante tus ojos.

No me cabe duda de que hay una gran mayoría de feministas, de enfoque más moderado, que no están muy a favor de este desenlace. Pero el barco del cambio social no lo pilota el enfoque moderado, sino el enfoque radical. Las figuras políticas que tienen el micrófono en sus manos, las que influencian a los medios de comunicación, las que impulsan leyes y fomentan políticas institucionales son del perfil que son. Por mucho que las feministas moderadas ganen en número, sus voces no se alzan lo suficiente como para frenar las acciones y deseos de las feministas radicales y promover un enfoque social más equilibrado. Y este caldo de cultivo va impregnando la mentalidad de todo el colectivo de mujeres y moldeando sutilmente sus creencias, prioridades y comportamientos.

¿Crees que exagero? Estás en tu derecho. Pronto veremos la ruta que sigue ese barco y sabremos si es finalmente así. Por ahora, te dejo con un ejemplo que ilustra el proceso de programación mental de la ciudadanía que, desde las instituciones y los medios de comunicación, se hace con este asunto:

Una de las publicaciones digitales más relevantes de EEUU, Psychology Today, con 40 millones de visitas al mes, publicó dos artículos sobre el mismo tema en diferentes momentos de tiempo. Uno centrado en las mujeres y otro centrado en los hombres. A ver si aprecias las diferencias de enfoque entre uno y otro;

El primer artículo se titula “El crecimiento de las mujeres solteras empoderadas” “Lo que las mujeres quieren de los hombres”.

El segundo artículo se titula “El crecimiento de los hombres solteros que se sienten solos” “Los hombres deben trabajar sus carencias para alcanzar expectativas de relación más sanas”.

En resumen, ser una mujer soltera es signo de orgullo y empoderamiento, ser un hombre soltero es signo de fracaso y de sufrir carencias personales.

Esto es un ejemplo aislado, pero este tipo de mensajes se producen a gran escala, desde todos los ángulos, 24 horas al día. Hay, sin ningún género de duda, una agenda propagandística para moldear la mentalidad de la sociedad hacia ese lado.

Une los puntos. ¿Qué ves?

Yo también lo veo.

2. Las redes sociales

La aparición de redes sociales como Instagram y las plataformas de citas online han influenciado significativamente la autopercepción de las mujeres sobre su nivel de atractivo como parejas del sexo opuesto, e indirectamente su enfoque y comportamiento a la hora de relacionarse.

El análisis de datos en las plataformas de citas como Tinder revela que a la mayoría de las mujeres no les resulta atractiva la mayoría de los hombres, mientras que los hombres son menos selectivos en lo que al atractivo físico de las mujeres se refiere.  La combinación de estos dos modelos de preferencias implica que las mujeres, en general, reciben un nivel de interés y atención muy superior al que reciben los hombres en general.

Probablemente esto siempre ha sido así. Pero las redes sociales han multiplicado su efecto por muchos enteros. Y esa ola creciente de atención, cumplidos y ofertas de seducción que reciben las mujeres ha influido significativamente en la percepción de atractivo que tienen de sí mismas y de sus posibilidades de encontrar (o cambiar de) pareja si lo desearan.

¿Y qué suele ocurrir cuando percibes que tienes mucho poder y muchas opciones en un área determinada?

Efectivamente. Que incrementas aún más tus exigencias y condiciones con respecto a las características y comportamientos de tu pareja (como decíamos, las mujeres no aceptan tan fácilmente el tener que “contentarse” con una pareja que consideran subóptima en algunos aspectos) y al mismo tiempo descuidas la autocrítica sobre los propios.

Esta forma de enfocar las cosas conlleva, inevitablemente, mayor vulnerabilidad en las relaciones de pareja, porque la posibilidad de que aparezca otra persona que, a ojos de la mujer, sea más adecuada que su pareja actual es una amenaza muy real a la que muchas relaciones de hoy están expuestas. Un fenómeno psicológico que se conoce como “hipergamia”, y cuya activación se ve poderosamente favorecida por la cultura actual.

3. El deterioro del “pairbonding”

La consecuencia directa de los fenómenos anteriores es que la duración media de las relaciones de pareja se está reduciendo con el tiempo. Sin embargo, eso no quiere decir que las mujeres tengan menos parejas. Comparado con épocas pasadas, el número promedio de parejas que las mujeres han tenido en diferentes franjas de edad (entendido como “personas con las que han tenido relaciones sexuales”) es ahora mayor. Y la cultura del empoderamiento femenino, lejos de desincentivar ese comportamiento, lo venera como señal de fuerza e independencia.

Básicamente, hoy en día hay mayor apertura mental hacia la promiscuidad y mayor tendencia a exhibir comportamientos consistentes con esa mentalidad que antes.

De nuevo, no digo que esto sea ni bueno ni malo. Simplemente es. Pero lo interesante de esta reciente proliferación en el número de relaciones sexuales de las mujeres es que puede tener una consecuencia indirecta perniciosa sobre la estabilidad de sus relaciones de pareja: La creciente dificultad de conectar de forma íntima con sus parejas futuras, lo que se conoce como “pairbonding”.

Las investigaciones a este respecto no son demasiado amplias y sus conclusiones han recibido muchas críticas por motivos políticos. Simplificándolo mucho, lo que dichas investigaciones revelaban es que existe una correlación con significancia estadística entre el número de parejas previas que una mujer ha tenido y las probabilidades de divorcio (un resumen aquí). La interpretación de dicha correlación es menos sólida, pero muchas voces apuntan a que una mayor frecuencia de relaciones previas afecta negativamente a la capacidad de la mujer para establecer una conexión íntima profunda en una relación posterior, lo que a su vez estimula la probabilidad de separación.

¿Y al hombre no le afecta el número previo de parejas o relaciones sexuales que ha tenido?

Es muy posible que también lo haga. Pero, por alguna razón, las investigaciones a este respecto se han centrado en las mujeres, quizá con la intención de arrojar un poco más luz sobre las razones por las que sean ellas las que suelen abandonar, con mayor frecuencia, los matrimonios hoy en día.

Si la mayor actividad sexual actual de las mujeres influye en su capacidad de “pairbonding” o no, es algo muy difícil de saber con certeza. Pero lo que no es infrecuente es que las mujeres recuerden ciertas relaciones pasadas con especial intensidad. Y las comparaciones con sus parejas actuales son inevitables… y en muchas ocasiones, odiosas.

No digo nada. Sigamos.

¿Cómo están reaccionando los hombres?

Como hemos visto, hay varios factores que influencian que las mujeres sean cada vez menos propensas a mantener una relación estable con una pareja. Pero… ¿qué están haciendo los hombres? ¿Cómo se están adaptando a las nuevas reglas en el proceloso mundo de las relaciones?

Los hombres tienen un impulso biológico sexual muy poderoso. Ese impulso ha estado ahí desde el principio de los tiempos y sigue muy vigente hoy en día. Así que, al menos por ahora, las crecientes exigencias de nuestras compañeras no están provocando un éxodo masivo del mundo de las relaciones por parte de los hombres, ni mucho menos. En el plano sexual, los hombres siguen haciendo lo que las mujeres les dejan hacer. En ese sentido, su interés no ha cambiado mucho, al menos en lo que a relaciones casuales o esporádicas se refiere.

Donde sí están cambiando las cosas es en el plano de las relaciones más serias, o las relaciones con vocación de compromiso a largo plazo.

¿Por qué?

Fundamentalmente, por la dinámica legal en los procesos de divorcio o separación.

A lo largo y ancho del mundo Occidental, hay una corriente legal de creciente sobreprotección y sobrecompensación económica de las mujeres (en detrimento de sus parejas) en caso de divorcio o separación, especialmente cuando hay niños de por medio. Hay países donde el tratamiento raya el absurdo, como EEUU, y otros países donde es menos radical. Pero, en general, la realidad de sobreprotección impera, aderezada con incentivos perversos para reclamar la custodia de los hijos (y el correspondiente esquilme económico de la pareja) mediante argumentos de acusación de comportamientos indeseables en sus parejas sin necesidad de presentar ningún tipo de prueba.

Esto tenía cierto sentido cuando la mujer se encontraba, mayoritariamente, en una situación de dependencia económica. Hoy en día es más cuestionable. Pero, sea como sea, la realidad es que los hombres perciben, cada vez más, que se encuentran absolutamente desarmados ante la filosofía que impera en los juzgados y tienen todas las de perder si su pareja decide, por la razón que sea, aprovecharse de lo que el sistema legal ofrece a las mujeres hoy en día.

Sí, ya sé. Mi pareja nunca haría eso, y tal y tal.

Es un bonito argumento. Un argumento que somos los primeros que queremos creer. Pero hoy en día, prácticamente todos conocemos casos de personas cercanas en los que algunos comportamientos en situaciones de divorcio fueron muy distintos a los que habríamos apostado que sucederían. Y es que las personas no sabemos en absoluto predecir cómo actuaremos en situaciones de elevada alteración emocional, como la evidencia demuestra una y otra vez.

Aquí tienes una estadística interesante: En EEUU, un hombre tiene 8 veces más probabilidad de suicidarse que una mujer tras un proceso de divorcio.

¿Por qué? Bueno, lo primero es que son las mujeres las que se suelen ir. Lo segundo es que son las mujeres las que se suelen quedar con la custodia exclusiva de los hijos en EEUU. Y lo tercero es que, en muchas ocasiones, los hombres se quedan prácticamente arruinados tras la separación como consecuencia de las obligaciones de contribución económica que les impone el juez.

En otras palabras, el proceso de separación que el sistema legal actual de Occidente favorece es desproporcionadamente traumático para el hombre.

Bueno, Frank, pero esto tiene relevancia solamente si te separas, ¿no? ¿Cuál es la probabilidad de que una relación de pareja prospere a largo plazo, teniendo en cuenta los factores y tendencias culturales que hemos visto anteriormente? En otras palabras, ¿qué probabilidad dirías que hay de evitar la poco apetecible dinámica legal de un proceso de separación?

Las estadísticas de divorcio varían en función de la fuente que contemples, pero creo que podemos decir, sin riesgo de equivocarnos, que la probabilidad de que una pareja se mantenga unida durante un largo periodo de tiempo en Occidente no es, en el contexto actual, abrumadora ni mucho menos. Lo cual implica, por definición, que el riesgo de que la apisonadora legal le acabe pasando al hombre por encima es relativamente elevado.

En estas condiciones, ¿es casarse y tener hijos una buena apuesta para un hombre?

Cada vez más hombres piensan que no lo es.

Como ves, curiosamente ambas partes, hombres y mujeres, están llegando al mismo destino por caminos diferentes.

Conclusiones

Como hemos visto, hay múltiples factores que impactan negativamente en la estabilidad de las relaciones de pareja en la realidad actual. La mentalidad de las mujeres está cambiando en muchos ámbitos y sus comportamientos resultantes están contribuyendo a una dinámica de relaciones de pareja diferente, de menor duración y mayor inestabilidad, y a tasas de natalidad decrecientes como consecuencia de la priorización de otras aspiraciones como la carrera profesional o el disfrute de la libertad e independencia. Y a su vez los hombres están rehuyendo cada vez más los compromisos a largo plazo en vista de su creciente percepción de que el sistema favorece un trato injusto para ellos en los procesos de separación.

La pregunta es… ¿va a redundar esta tendencia de menor estabilidad en las relaciones en mayores niveles de satisfacción vital para ambos sexos, en el conjunto de su vida?

Ésa es una pregunta increíblemente compleja que Frank Spartan no sabe contestar. Estamos en territorio largamente inexplorado, en el que comprometerse a largo plazo y formar una familia ya no parece ser la opción más popular del menú. Pero permíteme que haga un par de reflexiones al respecto.

En el mundo de hoy resulta muy fácil caer en la tentación de creer que te mereces cosas. Me merezco disfrutar, me merezco ser libre, me merezco esto, me merezco aquello. Dame derechos, pero no obligaciones. Dame libertad, pero no responsabilidad. Todos los mensajes que oímos en nuestra cultura actual van por esa línea. Y no sólo eso, sino que además el mundo de ahora nos brinda la posibilidad de hacerlo realidad sin demasiado esfuerzo, y compartirlo con los demás para sentirnos valorados y admirados.

Eso suena muy bien, pero deja que te haga una pregunta: ¿Para qué demonios estamos aquí? ¿Para solamente alimentar a nuestro Yo? ¿Es eso todo lo que vamos a hacer con el tiempo que tenemos? ¿Es ése el propósito de nuestra existencia? ¿Es eso lo que vamos a dejar atrás cuando nos vayamos de aquí? ¿Un reguero de placer que desaparecerá con el viento cuando nuestras propias neuronas no nos permitan ya recordarlo?

¿Eso? ¿Y ya está?

Es posible que esa forma de vida sea más que suficiente cuando tienes 20 años. O incluso 30. Pero más adelante las cosas cambian. Más adelante surgen las grandes preguntas. Y la independencia, el placer y las fotos de Instagram no suelen ser respuestas válidas. Seas hombre o mujer, vas a querer sentir que tienes un propósito. Vas a necesitar dedicar tu energía a algo, libremente elegido, que vaya más allá de ti mismo.

Durante muchos siglos, la pareja estable, la familia y los hijos han sido una respuesta que ha servido a la inmensa mayoría de personas, hombres y mujeres, cuando esa dichosa pregunta aparece. Y si esa respuesta ya no es una opción válida en nuestra cultura, vas a tener que buscar otra que sirva para dar sentido a tu vida. Algo que sea trascendente y de lo que te sientas orgulloso.

Y francamente, no creo que muchas personas sepan hacerlo. No es tan sencillo.

Si la estabilidad de la pareja y la institución familiar se siguen deteriorando, tal y como parece que sucederá a corto y medio plazo, es muy posible que muchas personas experimenten grandes dificultades para acabar sus vidas con la sensación de que han hecho algo que realmente merece la pena. Algo que deje huella. Algo cuyo impacto perdure cuando ellos ya no estén. Y la ausencia de esa sensación probablemente eclipsará, con energía apabullante, cualquier reminiscencia de las experiencias de satisfacción profesional, libertad y placer de las que esas personas hayan disfrutado en épocas pasadas.

La estabilidad de la pareja y la familia son bastiones imperecederos frente al vacío existencial. Hay muchas otras formas de conseguir dotar de significado a una vida, pero ninguna tan al alcance de la mano de la inmensa mayoría de personas, porque todos estamos biológicamente predispuestos a ello.

Por si el nombre de este blog no te da suficientes pistas, Frank Spartan valora mucho la libertad. Dejé atrás un camino en el que el éxito profesional y social estaba prácticamente garantizado para poder vivir una vida más auténtica, fiel a mis valores y sin tantas influencias externas. Ahora dedico mi tiempo a actividades profesionales con vocación de mejorar el mundo y ayudar a los demás. Doy clase en la universidad. Comparto momentos especiales con mi familia y amigos con regularidad y tengo muchas oportunidades para reflexionar y reconectar conmigo mismo.

¿Y sabes qué te digo?

Que, a pesar de lo fantástico que es todo eso, el haber tenido pareja estable durante mucho tiempo y ser padre es lo mejor que he hecho en mi vida. Aunque aquella persona que fue mi pareja y yo ya no estemos juntos. Y no creo que nada de lo que vaya a hacer en el futuro se acerque siquiera, como fuente de sensación de haber vivido una vida que merece la pena, a esa experiencia. Si volviera a nacer, volvería a hacer lo mismo sin ningún atisbo de duda.  

Con el propósito y el sentido de la vida no se juega. Y nuestra cultura está, literalmente, jugando con fuego.  

¿Y si quisiéramos recuperar esa forma de vivir? ¿Quién debería mover ficha para redirigir la corriente hacia la estabilidad y el compromiso? ¿Quién tiene mayor capacidad para enderezar el barco? ¿Los hombres, o las mujeres?

Los hombres, como ya vimos en el post anterior, pueden – y deben, porque ello redunda en su propio beneficio personal en otras áreas – hacer muchas cosas para elevar su atractivo para el sexo opuesto como parejas estables. Pero son ellas las verdaderas guardianas de la puerta. Son ellas las que en la cultura actual llevan el timón que determina el destino final de este viaje. Y ese barco se dirige inexorablemente hacia otras aguas, con ambas partes ya remando en la misma dirección por motivos diferentes.

Aguas que puede que descubramos que no son tan apacibles y satisfactorias cuando lleguemos a ellas como creíamos desde aquí.

O quizá Frank Spartan se equivoque. Quizá acabemos en un mundo en el que la mayoría de nosotros consigamos encontrar otras formas de dar sentido a nuestra vida. Quizá retocemos encantados con nuestra libertad, nuestras relaciones sin pretensiones y un sinfín de alternativas de entretenimiento y placer al alcance de la mano que entierren y enmudezcan nuestra creciente sensación de vacío existencial.

No, ése no es precisamente el tipo de felicidad al que los filósofos griegos y sus sucesores contemporáneos nos recomendaban aspirar. Pero qué narices sabrán ellos. Seguro que nosotros sabemos elegir mucho mejor lo que nos conviene.

¿O no?

Pura vida,

Frank.

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La entrada El hombre atractivo, una especie en extinción se publicó primero en Cuestion de Libertad.

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Ser hombre hoy en día es, para muchos, una experiencia confusa.

Durante muchos, muchos años, los roles de género fueron relativamente nítidos. Para bien o para mal, esas dos personas que formaban una pareja estable en sus años mozos solían tener una visión relativamente uniforme de lo que cada uno debía contribuir al conjunto. Las parejas se encontraban en un radio geográfico de acción estrecho, puesto que las posibilidades de desplazamiento y comunicación eran mucho más reducidas que ahora. El peso de la tradición era muy elevado, la mujer promedio se encontraba en una situación de relativa dependencia económica por su limitado acceso al mercado laboral, y la familia era uno de los valores más venerados y respetados.

Aquél era un mundo en el que ser hombre no era confuso. Y ser mujer tampoco lo era. Pero ese mundo ya no existe.

Hoy vivimos en un mundo muy distinto. Todo es ahora mucho menos nítido. Vivimos en una cultura en la que se repiten mensajes y se fomentan comportamientos modelo que desafían la lógica, la biología evolutiva y los parámetros básicos de la naturaleza humana. 

Este post podría enfocarse desde muchas perspectivas diferentes. Pero Frank Spartan lo va a hacer desde la perspectiva del rol del hombre. ¿Por qué? Varias razones:

Primero, porque tengo dos hijos varones. Y esta reflexión me va a servir para educarles con mayor claridad mental sobre cómo deben abordar el mundo cuando sean personas adultas.

Segundo, en nuestra cultura actual, la figura que se encuentra más necesitada de referencias y modelos de comportamiento para vivir una buena vida es el adolescente heterosexual masculino. Veremos después por qué.

Y tercero, porque la preservación de la importancia de valores fundamentales como la familia depende directamente de que esos adolescentes se conviertan en personas adultas que puedan ofrecer suficiente valor, entendido en sentido amplio, a unas potenciales parejas cada vez más exigentes en sus condiciones para que éstas decidan “renunciar” a los supuestos beneficios de su independencia y libertad.

Sí, en este post vamos a hablar sobre los hombres. En concreto, sobre el tipo de atributos que estos deben aspirar a incorporar y desarrollar a su vida para estimular su atractivo para el sexo opuesto en una cultura que impulsa a una separación cada vez mayor entre hombres y mujeres. Pero no me refiero al tipo de atractivo vacío, endeble y efímero de un momento, ése que te permite ir de flor en flor en el proceloso mundo de las experiencias sexuales esporádicas. Me refiero al atractivo sólido, poderoso y profundo que hace que alguien que merezca la pena desee estar a tu lado y construir un proyecto de vida en común.

¿Y esto por qué, Frank? ¿Acaso formar una unión sólida con alguien y recorrer juntos el inexplorado mar de la existencia es el camino con mayor probabilidad de satisfacción vital? ¿Es eso una apuesta mejor que recorrer el camino en solitario?

Ésa es una buena pregunta. Mi intuición me dice que, para la gran mayoría de personas, sí lo es. Y estudios como éste, que cada vez son menos frecuentes por entrar sus conclusiones en conflicto con la narrativa cultural y política actual, lo corroboran.

Sin embargo, los datos nos dicen que la estabilidad de la pareja se está deteriorando progresivamente en nuestra cultura. La cuestión es… ¿es eso debido a que el modelo de satisfacción vital está cambiando y ahora preferimos ser más autónomos e individualistas? ¿O es más bien debido a que somos cada vez menos capaces de atraer al tipo de persona adecuada y mantenerla a nuestro lado, porque lo que nosotros mismos ofrecemos está cada vez más alejado de lo que nuestras potenciales parejas desean?

Frank Spartan cree que es lo segundo. Y si estoy en lo cierto, eso significa que tenemos deberes que hacer para mejorar nuestras posibilidades de ser felices. Especialmente, esos que hoy en día se encuentran tan perdidos y confundidos, nuestros queridos amigos los hombres.

Empecemos por darles una breve y cariñosa dosis de realidad.

La dinámica relacional actual

Cuando observas las relaciones de pareja en el contexto de las nuevas generaciones, no puedes sino concluir que las cosas han cambiado un poco con respecto a épocas pasadas. Pero para evitar que esto sea una tertulia de barra de bar en la que vomitamos opiniones en base a nuestra experiencia personal y sin ningún rigor informativo sobre lo que sucede en el plano general, vayamos a los datos.

Empecemos por los niveles de actividad sexual. En nuestra tertulia de barra de bar, alguien podría decir que los jóvenes de ahora tienen mucha más actividad sexual que antes, gracias a la relajación de las tradiciones y a las facilidades que proporciona la tecnología con aplicaciones como Tinder.  Lógico, ¿no?

Pero eso no es lo que sucede.

Como se refleja en este gráfico, el porcentaje de hombres jóvenes que reportan no haber tenido actividad sexual en el último año se ha triplicado en el periodo 2008-2018. Y los últimos bloques de datos reflejan que esa tendencia sigue en aumento.

En su libro “Generations”, Jean Twenge dice lo siguiente: “La Generación Z está teniendo materialmente menos actividad sexual en su fase de adultos jóvenes (18-25 años) que la que tuvo la Generación X y especialmente la Generación Millennial”

Bueno, ya tenemos la primera conclusión: La actividad sexual, en líneas generales, ha caído con respecto a épocas anteriores, y la tendencia continúa en esa dirección.

Pasemos a analizar otro fenómeno de comportamiento interesante: Las preferencias y expectativas de cada sexo con respecto a sus potenciales parejas del sexo opuesto. Y para eso, qué mejor fuente de datos que las estadísticas de Tinder, dada su relevancia en volumen de uso a nivel mundial.

Este gráfico refleja el comportamiento de hombres y mujeres a la hora de “marcar” a una potencial pareja (de entre todas las posibles que le presenta la aplicación) como “me gusta” o “no me gusta”. Las conclusiones obvias del gráfico son fundamentalmente dos: 1) Los hombres, como promedio, marcan que aproximadamente la mitad de las mujeres que ven en la aplicación les gustan, mientras que las mujeres, como promedio, marcan que la inmensa mayoría de los hombres que ven no les gustan. 2) De las mujeres marcadas como “me gusta”, los hombres consiguen un “match” solamente el 2% de los casos, mientras que, de los hombres marcados como “me gusta”, las mujeres consiguen un “match” el 36% de los casos.

Muchos otros análisis de datos reflejan estas mismas conclusiones. El famoso estudio “OK Cupid” concluyó que las mujeres encuentran a alrededor del 80% de los hombres “poco atractivos”. Y otros informes de la industria reflejan que las mujeres solamente marcan a los hombres como atractivos entre el 3% y el 14% de las veces.

Que las mujeres sean, como promedio, más selectivas que los hombres a la hora de relacionarse con una potencial pareja no es fruto de las directrices culturales, sino que es un fenómeno biológico y evolutivo que lleva ya mucho tiempo produciéndose. Por ejemplo, si observamos la evolución del código genético a lo largo de la historia, podemos concluir que la mayoría de las mujeres consiguieron pasar sus genes a las generaciones futuras, mientras que solamente una minoría de los hombres lo consiguieron. Las causas que provocaron que esto sucediera son variopintas, pero los datos muestran lo que muestran: La mayoría de las mujeres concentraban su interés en una minoría de hombres. Y si las estadísticas de Tinder son de algún modo extrapolables a la realidad actual en su conjunto, esta dinámica de comportamiento en el contexto de las relaciones de pareja sigue vivita y coleando hoy en día.

Pasemos a analizar una tercera dimensión: Las tendencias culturales.

Si observamos los cambios sociales que están en pleno apogeo en este momento, es relativamente sencillo concluir que, en el plano general, las probabilidades de formar una unión estable con una pareja se están reduciendo rápidamente.

Veamos algunos fenómenos que contribuyen a esta conclusión.

En primer lugar, el acceso de la mujer a posiciones profesionales más cualificadas implica que la dependencia económica de la pareja se ha reducido con respecto a épocas pasadas, y por tanto existe una menor necesidad para la población femenina, al menos en el plano material, de vivir en pareja.

Este cambio ha generado, además, la aparición de otro curioso fenómeno: Los estudios psicológicos concluyen que las mujeres suelen preferir parejas con mayor remuneración económica y estatus profesional que el que tienen ellas mismas (“las mujeres suelen relacionarse en paralelo y hacia arriba en el espectro socioeconómico”), mientras que los hombres suelen preferir lo contrario (“los hombres suelen relacionarse en paralelo y hacia abajo en el espectro socioeconómico”). Esto, desde el punto de vista estadístico y de grandes números tiene una implicación muy evidente: Cuanto más suben las mujeres en el escalafón socioeconómico al acceder a mejores puestos de trabajo y remuneración, más se reduce el universo de hombres que cumplen con sus expectativas socioeconómicas de pareja ideal.

En segundo lugar, la ideología feminista ha calado a nivel muy profundo en la mentalidad de la sociedad, tanto a nivel social como institucional. Hoy en día, la mujer promedio valora más su libertad y su independencia, da más importancia a la realización profesional como vía principal de satisfacción vital, es menos propensa a la maternidad, más proclive a las relaciones sexuales esporádicas y está más amparada a nivel cultural frente a sus malas decisiones, gracias a una priorización artificial y distorsionada de su rol social objetivo, impulsada por la ideología que ha calado en las instituciones.

En tercer lugar, las redes sociales son un mecanismo perfecto para alimentar el narcisismo y el “porque yo lo valgo”. En el paradigma social actual, las mujeres reciben atención ilimitada de una multitud de hombres que inundan sus posts con comentarios halagadores y mensajes privados con ofertas de seducción de todos los colores. Lo que antes era galantería ocasional de los tres chicos del barrio, hoy son cientos de interacciones digitales con hombres que se encuentran en multitud de localizaciones geográficas.

En conclusión, amigos míos, en nuestra cultura actual os vais a encontrar a un arquetipo de mujer mucho menos dependiente económicamente, más centrada en su carrera profesional, con más relaciones sexuales a sus espaldas, más celosa de su libertad e independencia para hacer lo que le dé la gana, menos interesada en tener hijos, menos acostumbrada a aceptar responsabilidad por sus errores y menos paciente para navegar los conflictos en el seno de la pareja gracias a las múltiples opciones de relaciones alternativas que tiene en la palma de la mano. Todo ello unido a que, como los datos demuestran, a la mayoría de las mujeres no les atraen demasiado la mayoría de los hombres.

No sé cómo te sientes al leer esto, pero tampoco importa demasiado, porque no es una opinión. Es un hecho como un portaviones. Es la conclusión fría y lógica de leer los datos y analizar las tendencias sociales. Es la razón por la que cada vez más mujeres declaran sentirse insatisfechas con las relaciones de pareja estables y en muchos casos las abandonan para centrarse en otras parcelas de su vida, y la razón por la que cada vez más hombres quedan excluidos de la actividad sexual y se refugian en la pornografía y otro tipo de adicciones, contribuyendo parcialmente a la epidemia cada vez más extendida de soledad y vacío existencial entre los jóvenes de hoy.   

Un aspecto que merece la pena destacar es que estas tendencias no muestran signo alguno de revertirse en el corto plazo. El colectivo femenino continúa avanzando en estas dinámicas de comportamiento con paso firme. En este contexto, cualquier hombre que desee maximizar sus opciones de construir una relación de pareja estable con alguien que merezca la pena y tener una elevada probabilidad de navegar juntos las aguas de la vida sin que el barco se vaya a pique, tiene que ponerse las pilas y hacer los deberes, si es que quiere sobrevivir en un tablero que se parece cada vez más a un jodido campo de minas.

¿Y qué deberes son esos, Frank?

Muy sencillo: Convertirse en lo que, según los abrumadores testimonios de nuestras compañeras del sexo opuesto, está actualmente en total peligro de extinción: Un hombre atractivo.

Atractivo en sentido amplio, diverso y profundo. Un tipo de atracción que no solamente sea un superpoder para formar una unión sólida con la persona adecuada, sino también para mantener esa unión a lo largo del tiempo, a pesar de las embestidas de la vida.

Veamos qué demonios significa esto.

El arquetipo del hombre atractivo

Bueno, ya hemos visto que, en un ecosistema de relaciones de pareja mucho más exigente, volátil y competitivo, tu mejor apuesta es elevar el listón de eso a lo que debes aspirar como persona varios centímetros.

La pregunta es… ¿qué es lo que hace atractivo a un hombre en los tiempos que corren? ¿Atractivo de verdad?

Si volvemos a nuestra tertulia de barra de bar, con toda probabilidad alguien diría algo como esto:

Bueno, a cada uno le atraen cosas diferentes. No se puede generalizar.

Y después bebería un trago de su bebida, que probablemente estaría tan mal elegida como su inoperante comentario.

Sí, claro que se puede generalizar. Dejando a un lado los rasgos físicos base, que son, hasta cierto punto, inmutables y sobre los que tenemos escaso control (ej. Si tengo la nariz grande, o la cara muy afilada, o soy bajito, poco puedo hacer salvo que sea prestidigitador), hay una serie de atributos en el perfil holístico de un hombre que provocan atracción en la mayoría de las mujeres. No en todas, evidentemente, pero sí en la mayoría. Y lo interesante del asunto es que esos atributos suelen sobrevivir a cambios sociales y culturales de todo tipo, porque están anclados en la biología y los patrones cerebrales del ser humano tras miles de años de evolución.

En este tema podría extenderme mucho, pero voy a darte las pinceladas clave y el argumentario correspondiente. Verás que muchos de los argumentos no hincan sus raíces en la lógica y la racionalidad, sino en un caldo de cultivo con un cariz más ancestral. De hecho, no es infrecuente que muchas personas tengan dificultades a la hora de verbalizar con claridad por qué les atraen ciertas cosas, e incluso que no sean del todo conscientes de que esas cosas les atraen.

Un último punto antes de empezar. La clásica reacción de “es que yo no soy así” no tiene cabida aquí. Tú serás como seas hoy, pero estás en constante evolución y puedes crecer y mejorar en cosas que te ayudarán a tener más posibilidades de tener una vida que merezca la pena sin tener que sacrificar tu esencia. ¿No es así? Pues eso. Si no eres así, empieza a trabajar a tu ritmo para empezar a serlo un poco más. O no lo hagas y confía en la suerte jugando a un juego donde todas las probabilidades de ganar están cada vez más en tu contra.

Empecemos.

1. Dimensión profesional
1.1 Competencia

Ser muy competente en un área profesional concreta que sea valorada (y remunerada) por el mercado es un atributo que genera atracción en el sexo opuesto, porque está íntimamente ligado a la sensación de seguridad. Si eres muy bueno en algo y el mercado lo reconoce, proyectas seguridad, control y estabilidad al exterior. Todas ellas sensaciones que casan muy bien con los deseos más primarios del sexo opuesto en el contexto de una relación de pareja a largo plazo.

A menudo se dice que “encontrar tu pasión” es la clave del éxito, como si todo dependiera de encontrar un tesoro debajo de una piedra y todo lo que tuvieras que hacer es buscar. No funciona así. La palanca de valor profesional se activa cuando una persona se convierte en alguien realmente bueno en algo. Porque sólo cuando eres realmente bueno en algo suelen surgir las oportunidades de canalizar y aplicar ese conocimiento y experiencia a una forma concreta de trabajar, en un contexto concreto y con un grupo de personas concreto, de forma que la combinación de todos esos ingredientes te resulte apasionante.

Ser competente es sexy. Y siempre lo será. Trabaja para ser realmente bueno en lo que haces.   

1.2 Estatus

El lugar donde te encuentras en la pirámide de estatus social a ojos de los demás influye poderosamente en el nivel de atracción que generas en el sexo opuesto. Es una métrica de valor que se ancla en el nivel de reconocimiento que los demás, subjetivamente, te otorgan.

Sí, seguro que muchas personas te dirán que eso no importa, que es superficial, bla, bla, bla. Monsergas. Importa, y mucho.

Si estás bien considerado por los demás, eso atrae. Si las personas de tu mismo sexo te admiran, eso atrae. Si las personas del sexo opuesto quieren acercarse a ti, eso atrae. El estatus es una de las fuerzas de atracción más poderosas que existe, por mucho que las personas se nieguen a reconocerlo abiertamente.

La buena noticia es que el estatus se puede obtener de muchas maneras y no está exclusivamente ligado al nivel socioeconómico o a la posición profesional que un hombre ocupa. Sí, un directivo de una multinacional tendrá, a ojos de muchas mujeres, más estatus social que un fontanero. Pero también se puede conseguir un nivel potente de estatus siendo una persona honesta, o siendo un buen amigo, o siendo valiente, o hablando bien en público, o siendo un organizador de planes de ocio para tu círculo de amistades. Prácticamente cualquier cosa que alimente el respeto y la apreciación de los demás hacia ti puede ser una fuente de estatus.

No te vuelvas loco para conseguirlo, pero sé consciente de que el estatus es un factor que influye poderosamente en la atracción que generas en el sexo opuesto.

1.3 Salud financiera

Tener las finanzas en orden es otra palanca de atractivo para el sexo opuesto. No es necesario estar montado en el dólar ni mucho menos, pero evitar problemas financieros y poder vivir sin demasiadas restricciones de gasto sí lo es.

No, no debería serlo, contigo pan y cebolla, y tal y tal.

Estoy de acuerdo, no debería serlo. Pero lo es. El mundo real no es Disney.

Entre dos personas con exactamente los mismos otros atributos, el que tiene mejor salud financiera gana. Gana porque ese atributo incide en dos ángulos emocionales muy relevantes para el sexo opuesto. El primero es defensivo, la sensación de seguridad. Y el segundo es ofensivo, la sensación de que la relación de pareja con esa persona va a tener buenas posibilidades de placer material, comodidades y entretenimiento, y no va a ser una experiencia de aburrimiento y privación.

Esto significa que para mantener el atractivo vas a tener que “invertir” recursos financieros en la relación, o al menos dar la impresión de que eres capaz de hacerlo. En la era de Instagram y la continua comparación con los demás, el tener restricciones financieras que bloqueen los deseos de estilo de vida o planes de ocio debilitará tu atractivo para el sexo opuesto, y aumentará el atractivo relativo de otros pretendientes.

¿Frío? Quizás. ¿Cierto? Tan cierto como que estamos aquí.

Volviendo al primer punto de esta lista, la competencia: Si te conviertes en alguien muy competente en tu profesión, lo más probable es que eventualmente ganes lo suficiente como para poder navegar el condicionante de «atractivo financiero” sin naufragar. Pero no te engañes. Por muy independientes y autónomas profesionalmente que sean las mujeres, el nivel socioeconómico del hombre es y seguirá siendo, en líneas generales, un factor clave en las dinámicas de relación de pareja y los catalizadores de atracción.

Trabaja desde bien pronto en tu salud financiera. Maximiza ingresos, recorta gastos en todo lo que no sea prioritario para ti e invierte la diferencia. El tiempo hará lo demás.

2. Dimensión física

Aún a riesgo de decir una perogrullada, el físico de un hombre es una palanca de atractivo muy importante. Y lo es cada vez más en los tiempos que corren, dado que el nivel de exigencia al otro lado del tablero continúa en aumento.

Hay cosas de tu físico que no puedes controlar, como la altura, tus facciones o el tipo de metabolismo que tienes. Sin embargo, hay otras que sí puedes controlar y que tienen un impacto muy relevante en el atractivo que generas en el sexo opuesto. La lista es relativamente larga, pero me voy a concentrar en las 2 más importantes.

2.1 Fuerza

La fuerza es un factor que va también íntimamente ligado a la sensación de seguridad en el sexo opuesto.

Es cierto que ya no convivimos con el riesgo de que el poblado de al lado nos invada para quitarnos la cosecha y esclavizarnos de por vida, pero en nuestra cultura actual siguen existiendo peligros de índole físico para la mujer. Y aunque no existan o las probabilidades de que se materialicen sean muy bajas, su radar sigue estando muy alerta. Relacionado con esto, hay tareas en el día a día que requieren mucha energía física, y que la mujer, si tiene elección, prefiere no hacer porque no le gustan.

El tener un elevado nivel de fuerza física y ser capaz de ponerla en funcionamiento cuando sea necesario es, y siempre será, un atributo atractivo para el sexo opuesto. Y si tienes algunas nociones de lucha, sea boxeo o algún arte marcial, aún mejor. Alguien que no es capaz de hacer daño a nadie no es particularmente atractivo, pero alguien que, a pesar de ser pacífico, es capaz de defenderse y pelear sí lo es.

Entrena.

2.2 Higiene

Muy a menudo, los hombres tendemos a asumir que las mujeres concentran su atención en las mismas cosas que nosotros. Pocas cosas hay menos acertadas que ésa.

El olor, por ejemplo, es un canal de verificación al que las mujeres le suelen dar una importancia superlativa. Muchos hombres no son conscientes de esto, porque para ellos un nivel de higiene excepcional en una mujer no es tan diferenciador en comparación con un nivel medio. Sin embargo, para la mujer, un nivel de higiene excepcional en un hombre sí representa una enorme diferencia. Y un nivel pobre de higiene, aunque sea en un episodio circunstancial, es absolutamente aniquilador. Terminator hace su aparición en escena y ya eres fiambre en la escala de la atracción. Sayonara, baby.

Jabón corporal, pelo limpio, ropa limpia, boca siempre fresca y colonia de nivel en las situaciones adecuadas, colega. Es una inversión ganadora.  

3. Dimensión de comunicación
3.1 Capacidad de expresión

La habilidad que tienes para comunicar ideas y expresar sentimientos es un atributo especialmente atractivo para el sexo opuesto. La historia de Cyrano de Bergerac es tan famosa porque encierra una profunda verdad: Las mujeres, a la hora de sentir atracción, son especialmente sensibles a lo que oyen. Lo que dices, pero especialmente cómo lo dices, porque son mucho más diestras en la comunicación no verbal que los hombres.

La capacidad de expresarte con destreza no es una habilidad fácil de desarrollar, pero puedes mejorar en ella haciendo algunas cosas. Leer biografías de personas célebres, por ejemplo, resulta muy útil para aprender a comunicar ideas y sentimientos. Escribir un diario con regularidad en el que describes cómo te sientes también es una buena técnica. Y nada mejor que practicar con tus amigas y recibir feedback sobre tu performance, evidentemente.

Los hombres, en general, somos bastante cenutrios en este ámbito. Es muy posible que destaques inmediatamente en cuanto dediques un poco de esfuerzo a pulir tus habilidades de comunicación.

3.2 Escucha activa

Muy pocas personas saben escuchar. Y esto, con nuestras compañeras del sexo opuesto, tiene una importancia demoledora.

En una escucha activa sobresaliente, hay dos planos fundamentales:

En primer lugar, centrar la atención en lo que la otra persona está diciendo, no en lo que tú vas a responder. Esto, además de estimular la sensación de que te están escuchando, tiene beneficios añadidos, como la reducción de interrupciones a la persona que habla.

En segundo lugar, no solamente entender lo que la otra persona está diciendo, sino intentar entender lo que está sintiendo al decirlo. Descifrar la emoción que hay detrás de las palabras.

Este segundo plano marca la diferencia, porque los hombres solemos abordar las conversaciones de forma lógica y con predisposición a resolver problemas. Si nos cuentan algo, nuestro cerebro empieza automáticamente a buscar soluciones y nuestra lengua regurgita consejos y recomendaciones. Pero, muy a menudo, las mujeres no buscan soluciones en este tipo de conversaciones. Muy a menudo, sólo quieren sentirse escuchadas y comprendidas.

De nuevo, este atributo es extraordinariamente inusual en el colectivo masculino. Si mejoras un poco en este ámbito, destacarás con facilidad.

4. Dimensión de carácter
4.1 Honestidad/Integridad

La honestidad y la integridad, en un mundo donde el engaño, los favores, el trapicheo y la mentira campan a sus anchas, son sinónimo de valentía y coraje. Y esos son atributos muy atractivos para el sexo opuesto. Comunican que eres alguien especial, admirable, diferente a los demás. Y eso es sexy.

Di la verdad y mantente fiel a tus valores, a pesar del riesgo de herir a la otra persona o de perder algo en el corto plazo. Una atracción anclada en falsedades y secretos no es sostenible en el tiempo.

4.2 Confianza en uno mismo

La confianza en uno mismo es uno de los atributos de carácter que mayor atracción provocan en el sexo opuesto. La confianza que un hombre muestra en sí mismo sirve como un indicador “atajo” por el que muchas mujeres estiman, por aproximación, cómo cubica esa persona en otros atributos relevantes como éxito profesional, estatus, competencia, incluso posición socioeconómica.

El problema es que la confianza en uno mismo se suele malinterpretar. Hay una forma sana y atractiva de llevarla y una forma que no es tan sana.

Empecemos por la que no es tan sana: Muchas personas asumen que tener confianza en uno mismo está relacionado con cosas como ser directos, exigentes y agresivos con los demás, o estar absolutamente seguros de poder conseguir nuestros objetivos.

Por ahí vas mal. No es una buena forma de construir relaciones de calidad, y además esconde una gran vulnerabilidad ante posibles fracasos. Y eso las mujeres, que tienen un sexto sentido para estas cosas, lo perciben enseguida.

Veamos ahora la forma sana: Tener confianza en uno mismo es estar cómodo con tus “defectos” o conviviendo con aquellas cosas que no te salen bien. Es aprender a aceptar todo eso que se supone que es “malo”, sin que ello te frene para hacer lo que quieres hacer o decir lo que quieres decir.

Parece contraintuitivo, pero es así como funciona. Los que más confianza sólida tienen en sí mismos no son los que persiguen firme y ciegamente experiencias positivas, sino los que están más cómodos atravesando experiencias negativas. Esos son los que siguen adelante a pesar de las dificultades y los fracasos. Y esos son los que, eventualmente, acaban triunfando en la mayoría de las áreas de la vida.

Aprende a convivir con las experiencias negativas e irradiarás confianza natural.  

4.3 Mesura

Un hombre que exhibe comportamientos hiperbólicos no es atractivo, porque proyecta ausencia de control sobre sí mismo. El sexo opuesto es, como promedio, más emocional y experimenta alteraciones de estado de ánimo más frecuentes por la influencia de las hormonas y otros factores biológicos. En este ámbito, como en muchos otros, la fuerza de la polaridad manda: Lo atractivo para la mujer es que su pareja sea, en líneas generales, un pilar de estabilidad y calma, especialmente en situaciones en las que el comportamiento inverso empeora las cosas.

¿Y eso qué significa en la práctica? Pequeñas cosas como no gritarle a la televisión, no hablar demasiado deprisa o demasiado alto, no emborracharte hasta caerte de espaldas cada fin de semana, no comer como un cerdo y mancharte la camiseta de tirantes con salsa, no bajar la ventanilla para insultar al coche de al lado, o no romper ningún cristal a pedradas cuando tu equipo de fútbol pierde. Ese tipo de cosas te restan atractivo a los ojos de una mujer, porque le indican que no tienes control sobre ti mismo.

Un exceso de vez en cuando, sin problema. Pero, en líneas generales, mantén la mesura, colega.

4.4 Liderazgo

El liderazgo es la capacidad de inspirar, motivar e influenciar a los demás para conseguir ciertos objetivos. El liderazgo puede ser muy atractivo para el sexo opuesto, pero con una puntualización importante: El estilo concreto de liderazgo que se utiliza.

Muchos hombres confunden liderazgo con autoridad o imposición. Esto no suele funcionar bien, y menos aún en un contexto como el actual, en el que las mujeres tienen mucha menos dependencia económica de la pareja y multitud de opciones de parejas alternativas a su alcance. Por el contrario, el tipo de liderazgo que suele generar atractivo en el sexo opuesto es el liderazgo inspirador: Aquél que no emana de una posición de autoridad impostada, sino de un nivel de competencia legítimo en ciertas áreas y de unos atributos de carácter y personalidad que inspiran a los demás para depositar su confianza en ti motu proprio.

¿Y por qué no puede ser la mujer la que lidera, Frank?

Claro que puede serlo. Hay mujeres que llevan el volante en la relación y las cosas funcionan bien. Pero no suele ser lo que mejor funciona en el campo de la atracción. La mujer se suele sentir más cómoda delegando decisiones en las áreas en las que ve que el hombre es competente. Es cuando percibe que el hombre no es competente o no tiene energía para liderar, que decide tomar el volante. No en todos los casos, pero me atrevería a decir que sí en la mayoría. Y llevar el volante porque no te queda más remedio no es precisamente un géiser explosivo de atractivo hacia tu pareja.

Demuestra competencia en los asuntos relevantes de la vida en pareja, lidera inspirando y deja que tu pareja decida si debes ser tú el que lleve el volante en algunas áreas. Es muy posible que lo haga en muchas. Y eso genera atractivo.

4.5 Resolución de conflictos

Un aspecto interesante en los patrones de personalidad es la capacidad de lidiar con conflictos o mostrar desacuerdo con las cosas que no te convencen (en inglés, “disagreeableness”). Como promedio, las mujeres son menos “disagreeable” que los hombres, es decir, que convivir con situaciones de tensión (negociar un aumento de sueldo o las condiciones de compra de un coche, por ejemplo) les cuesta un poco más que al hombre promedio. No es el agua en la que mejor nadan, digamos. Y esa diferencia en los patrones de personalidad es uno de los múltiples factores que explica la brecha salarial histórica entre sexos.

En este contexto, un hombre que no se amilane ante las conversaciones difíciles es, en virtud de la fuerza inexorable de la polaridad, atractivo. Es un atributo que irradia valentía, personalidad y fuerza, todas ellas relacionadas directamente con el sentimiento de seguridad en el sexo opuesto.  Por el contrario, un hombre que se deja pisotear por los demás o que pone a su pareja de escudo en un atraco no es atractivo. Cuando hay que plantar cara y ponerse firme, hay que plantar cara y ponerse firme.

Acostúmbrate a tener conversaciones difíciles y a gestionar momentos de tensión. Con mesura y seleccionando las situaciones con sabiduría, ¿eh, colega? Hay una fina línea entre tener personalidad y ser un plomo insoportable que adora las discusiones.

4.6 Mentalidad de crecimiento

El último atributo de esta sección es desarrollar una mentalidad de mejora continua. Seguir aprendiendo, seguir creciendo, seguir descubriendo. Desarrollar la curiosidad para expandir tu presencia a otras áreas, probar nuevas actividades, visitar nuevos lugares, conocer gente nueva.

En otras palabras, mantenerte en movimiento y continuar alimentando la aventura, la novedad, la excitación en la relación a medida que va pasando el tiempo.

En EEUU, las estadísticas muestran que el 45-50% de los matrimonios acaban en divorcio, y en los divorcios que tienen lugar, el 70-80% los inician las mujeres (hasta el 90% si tienen educación universitaria). Estancarse y dejar que la relación caiga en la rutina y la monotonía, con todas las opciones que las mujeres tienen a su alcance hoy en día y el bombardeo de mensajes divisivos en la cultura en la que estamos inmersos, no parece la mejor estrategia para que una pareja mantenga su unión en el tiempo y sea feliz en ella.

Mantente activo, curioso y abierto a nuevas experiencias.

El gran ingrediente: La compatibilidad

Bueno, colega, una vez que has hecho los deberes con todo lo que está en tu mano para maximizar tu atractivo para el cada vez más exigente colectivo femenino, queda un pequeño detalle: Has de encontrar a alguien con quien seas compatible en lo esencial.

Aquí sí que no se puede generalizar, porque cada uno tiene su personalidad, su sistema de valores y sus objetivos. Y por mucho amor que haya y mucha atracción que generes en tu pareja, si no hay un mínimo nivel de compatibilidad, los conflictos provocarán, inevitablemente, que sea muy complicado que la relación prospere.

Para más información sobre este gran ingrediente, lee esto.

Conclusiones

Como hemos visto, el hombre joven de hoy en día se siente perdido y sin referencias claras de comportamiento. Su rol tradicional de protector y proveedor de recursos tiene cada vez menos cabida en una sociedad en la que las mujeres son cada vez más independientes económicamente y van incorporando nuevas aspiraciones y objetivos a sus vidas. Los mensajes de las instituciones y los medios de comunicación fomentan el desarrollo de un hombre feminizado, sumiso y desprovisto de masculinidad. La política impulsa leyes discriminatorias y los juicios colectivos, azuzados por los activistas, operan con una doble vara de medir en el trato a hombres y mujeres, con el objetivo impulsar la relevancia social de las mujeres y encorsetar a los hombres en un rol de perritos falderos respetuosos y obedientes, con niveles decrecientes de testosterona.

Pero, a pesar de esa agenda política, ése no es el tipo de hombres que la mayoría de las mujeres quieren en sus vidas. La mayoría de las mujeres quieren hombres atractivos. Hombres que exhiban algunos o muchos de los atributos de los que Frank te ha hablado en este post. Hombres con los que puedan formar una unión sólida en la que se sientan seguras y satisfechas, sin comprometer su libertad e independencia, y expandir aún más sus posibilidades de vivir una vida que merezca la pena.

Quizá me equivoque, pero creo que, al final, casi todos nosotros favorecemos el tener compañía en este apasionante viaje. En compañía, el camino se disfruta más. Pero ha de ser compañía de la buena, porque el camino no es perfectamente llano. Tiene muchos baches. Muchos momentos difíciles y curvas inesperadas. Y solamente cierto tipo de compañía hace que el viaje sepa mejor que caminar solo.

En eso quiero que te conviertas, colega. En compañía de la buena. Porque ser buena compañía para los demás es la forma más efectiva de atraer buena compañía para ti mismo.

Ah, una última cosa: Por si no te has dado cuenta, todos los atributos de los que hemos hablado no sirven exclusivamente para estimular tu atractivo para el sexo opuesto, sino también para estimular tus posibilidades de vivir una gran vida, tengas pareja, o no.

Curiosa coincidencia, ¿verdad?

O quizás no.

Stay safe, kings.

Pura vida,

Frank.

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La entrada Eres egoísta… y eso tiene mucho sentido se publicó primero en Cuestion de Libertad.

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Hubo un tiempo, y no precisamente corto, en el que yo veía el mundo desde la perspectiva de “lo que debería ser”. Cuando el funcionamiento de algo o el comportamiento de alguien no se ajustaba a lo que yo consideraba correcto, los veía como una anomalía. Algo que no iba bien. La percepción de mis propias concepciones e ideas era el prisma a través del cual yo dotaba al mundo de significado.

Esta forma de actuar no es inusual. De hecho, la inmensa mayoría de nosotros juzgamos a los demás en base a lo que nosotros mismos consideramos importante. Y creemos que ellos nos juzgan a nosotros en función de esas mismas cosas. Proyectamos al mundo el color de nuestras propias gafas, por muy evidentes que sean las señales del exterior de que eso no es así.

Por ejemplo, si valoramos mucho la lealtad, vamos a juzgar a la otra persona en función de si ésta muestra lealtad con nosotros, o no. Y vamos a creer que esa persona va a valorar mucho el que nosotros le mostremos lealtad a ella. Pero la realidad puede ser muy distinta. Puede que esa persona funcione con otras prioridades y nos juzgue en función de otros parámetros que no tienen nada que ver con la lealtad. Y lo mismo puede pasar con el atributo de ser detallista, o ser servicial, o esforzarse en hacer las cosas bien, o ser romántico, o ser puntual.

Y es que el mundo no tiene por qué funcionar en base al color de nuestras gafas. El mundo funciona… como funciona. Nos guste, o no.

Sí, es frustrante. Sí, genera conflictos. Sí, conlleva desengaños. Pero es lo que es.

A medida que mi alter-ego Frank Spartan fue creciendo en mi interior, empecé a ver las cosas de otra manera. Empecé a observar el mundo de forma más aséptica e imparcial, sin el sofocante yugo del deseo de “lo que debería ser”.  Empecé a interesarme por entender las verdaderas causas de que las cosas sean como son y a apreciar los incentivos invisibles que provocan que las personas se comporten de ciertas maneras y no de otras.

Este cambio de perspectiva no es un proceso fácil. Es como experimentar un parto doloroso y volver a nacer, porque implica una alteración muy significativa en tu personalidad y tu dinámica de reacción a los acontecimientos externos.

Hay una expresión en el mundo anglosajón que lo define de forma muy gráfica y certera: “Red-pilled”.

La expresión “red-pilled” hace referencia a la escena de la película Matrix, cuando Morfeo le ofrece a Neo dos opciones: La pastilla roja (“red pill”), que lleva a despertar en una realidad incómoda donde se encuentra la verdad, o la pastilla azul (“blue pill”), que lleva a continuar dormido plácidamente en el cómodo lecho de la ignorancia. Por eso se dice que aquellos que eligen la verdad, a pesar de las dificultades, están “red-pilled”.

Ver las cosas como realmente son sin pasarlas por el prisma de cómo nos gustaría que fueran es una experiencia difícil, pero tiene muchas ventajas. La más evidente es que nos resulta mucho más fácil anticipar lo que va a suceder y modular nuestra conducta para conseguir nuestros objetivos, sean cuales sean.

Veamos un ejemplo que a muchos de nosotros nos cuesta asumir y con el que nos damos de bruces día sí, día también: El egoísmo.

Y es que la gente es egoísta. Nos guste, o no.

Por qué somos egoístas

El egoísmo del ser humano ha sido estudiado por grandes filósofos, desde Aristóteles hasta Nietzsche, pasando por Kant, Smith, Hobbes y muchos otros. El consenso general se encuentra en que el ser humano está incentivado a buscar su propio beneficio por un impulso innato de autoconservación o supervivencia que va incluido en su cerebro tras muchos siglos de evolución.

Primero yo, después los demás.

Sí, quizá no debería ser así. Pero es lo que hay, colega. Facts don´t care about your feelings.

Ahora bien, el egoísmo tiene distintas categorías. Alguien puede actuar en beneficio propio intentando no perjudicar a los demás, o incluso intentando que los demás salgan beneficiados también. Pero también puede actuar en beneficio propio sin importarle en absoluto si perjudica a otros. Y también, rizando el rizo, puede intentar beneficiarse y simultáneamente intentar perjudicar a otros.

También existen personas que se podrían denominar “altruistas”. Personas que buscan primordialmente el beneficio de los demás sin que ello redunde en ningún beneficio propio, o incluso si salen ellas mismas perjudicadas. Pero este tipo de personas es muy poco frecuente. El fenotipo más habitual de ser humano es el fenotipo “egoísta”: La persona que prioriza su propio beneficio, en sus diferentes categorías.

Ésta es la razón por la que el capitalismo suele funcionar mejor que el comunismo. La filosofía del sistema capitalista se adecúa mejor a la naturaleza humana que la filosofía del sistema comunista, porque el ser humano tiende a priorizar su propio beneficio. Por tanto, la forma más adecuada de organizar una sociedad es introducir los incentivos y mecanismos correctos para que la búsqueda natural del beneficio propio redunde también en beneficios para los demás.

Sí, no debería ser así. Sí, todos deberíamos ser altruistas por naturaleza. Pero no lo somos. Y por eso el comunismo no funciona en la práctica. Pretender modificar la naturaleza básica del ser humano en función de una visión subjetiva de “lo que debería ser” no suele salir bien. Pelearse con la verdad es jodido.

Lo que me lleva al siguiente razonamiento: Lo más probable es que el factor principal que guía la conducta de cualquier persona a tu alrededor sea el beneficio propio. Lo más probable es que cualquier acción que aprecies no sea desinteresada, sino transaccional: Las personas se comportan de cierta manera porque esperan recibir a cambio algo que les interesa.

Si profundizas en este fenómeno, comprobarás que sucede en el 99% de los casos, incluyendo tu propio comportamiento. Lo único que cambia es qué beneficio personal concreto interesa obtener en cada caso.

Si, el 99%. No exagero.

¿No me crees?

Veamos qué sucede en las diferentes situaciones que te sueles encontrar en la vida.

Trabajo

Tus compañeros de trabajo tienen objetivos y motivaciones propias que son más prioritarios para ellos que tu bienestar. Para algunos puede ser el sueldo, para otros la promoción, para otros el ambiente de trabajo, para otros los horarios o la flexibilidad. Sí, puede que algunos o muchos de ellos te aprecien, pero no te confundas: Ese aprecio no significa que, en una situación de conflicto de intereses, antepongan tu beneficio al suyo propio. Es más que probable que no sea así, especialmente si lo que tienen que sacrificar para beneficiarte es importante para ellos.

De la misma forma, tu bienestar no es el objetivo principal de tu empleador. El objetivo principal de tu empleador es otro. Puede ser la preservación de su puesto, la supervivencia y rentabilidad de la empresa, la satisfacción de los accionistas, la satisfacción de ver cumplido su propósito vital… lo que sea. Pero no es tu bienestar. Tu bienestar es un instrumento para conseguir su objetivo más prioritario.

No estoy diciendo que tu empleador o tus compañeros de trabajo sean malvados, ni que tu bienestar les importe un comino. Lo que digo es que lo que es infinitamente más probable es que no seas su principal prioridad. Ellos no son tu familia. Están ahí para ti bajo ciertas condiciones que se anclan en motivaciones egoístas. Si no se dieran esas condiciones, o sus principales objetivos entraran en conflicto con los tuyos, no estarían.

¿Y no puede haber lealtad, intercambio de favores, colaboración, complicidad genuina? Por supuesto que sí. Pero los objetivos prioritarios de cada uno para construir ese clima tan deseable son egoístas, no altruistas.

Esto no lleva aparejado ningún juicio de valor. No digo que sea bueno, ni malo. Simplemente, digo lo que es. Ésa es la realidad. Y cuanto antes aceptes esa realidad, antes podrás entender por qué las personas y las instituciones actúan como actúan en el ecosistema laboral y cuál es la forma más efectiva de conseguir tus objetivos profesionales.

¿Quizás debas ayudar a las personas adecuadas a conseguir sus principales objetivos y ser una corriente a favor de sus motivaciones egoístas, en lugar de asumir que deben priorizar la satisfacción de tus propios intereses, simplemente “porque tú lo vales”?

Quizás.

Relaciones de amistad

Crees que tus amigos harían cualquier cosa por ti, ¿verdad?

Te equivocas.

Si has hecho las cosas bien y has tenido un poco de suerte con el tipo de personas que tienes a tu alrededor, puede que estés bastante arriba en su lista de prioridades, pero no estás arriba del todo. Harían cualquier cosa… hasta cierto punto y hasta sufrir cierto nivel de consecuencias adversas para sí mismos. Más allá de eso, no. En la inmensísima mayoría de los casos, al menos.

Sea como fuere, no es necesario que nos vayamos a situaciones extremas. Basta con observar las relaciones de amistad en su entorno más cotidiano. ¿Qué perseguimos al llamar a alguien? ¿Al quedar con alguien para tomar algo? ¿Al hacer planes de ocio? ¿Al comunicarnos por whatsapp?

Las posibilidades son variopintas. Pero prácticamente todas, en prácticamente todos los momentos, son egoístas: Entretenernos, divertirnos, sentirnos escuchados, sentirnos conectados, sentir que nos prestan atención, sentirnos valorados.

¿Y qué pasa cuando llamamos a un amigo porque se siente mal y queremos ayudarle?

Ah… ya. Eso es altruismo puro, ¿no es así?

Rara vez lo es. Lo habitual es que ejecutes ese comportamiento desde una perspectiva transaccional, aunque no seas del todo consciente de ello. Lo mismo que cuando haces cualquier «buena obra” esperas obtener algo a cambio, como mínimo el sentirte bien contigo mismo.

Es posible que veas este comportamiento, supuestamente altruista hacia el otro, como una “inversión” en la relación de amistad, que te legitima para esperar un comportamiento similar de esa persona hacia ti si tú necesitaras su ayuda en el futuro. Y en el caso de esas obras de voluntariado tan cool, también es posible que las publicites en las redes sociales, para que todo el mundo vea lo buena persona que eres. A veces es difícil ser altruista sin contárselo a los demás, ¿no es verdad?

Si observas cuidadosamente la esencia de lo que haces con respecto a tus amigos, incluso en esas situaciones “puramente altruistas”, verás que la motivación primaria que te guía es, en la inmensa mayoría de los casos, egoísta. Y lo mismo sucede en lo que hacen tus amigos con respecto a ti. Ambos buscáis el propio beneficio como propósito fundamental de la relación de amistad.

Cuanto antes entiendas y aceptes esto, mejor entenderás y aceptarás a tus amigos, y mejor podrás gestionar tus relaciones personales para conseguir tus objetivos.

Relación de pareja

La percepción general que impera en las relaciones de pareja es un gran ejemplo de la distorsión de realidad que sufrimos sobre las motivaciones primarias de nuestro comportamiento.

Las relaciones de pareja, si no hay hijos de por medio, suelen ser transaccionales al 100%. Estoy con alguien si y sólo si obtengo algo a cambio que considero importante en un grado que considero suficiente. Esto puede romper la versión idílica de la pareja de las películas de Disney, donde todo se hace por amor desinteresado e incondicional, pero la vida real no es Disney. Las personas, en la vida real, funcionan con condiciones y motivaciones egoístas.

Vamos a generalizar un poco entre hombres y mujeres, ¿te parece?

Sí, ya sé, “yo conozco a alguien que no es así”, “no se puede generalizar”, bla, bla, bla.

Monsergas. Si quieres explicar el mundo, tienes que generalizar. Habrá excepciones a la regla, pero tiene que haber un reconocimiento de que existen probabilidades materialmente más elevadas de que se produzcan ciertos fenómenos frente a otros. Si no, como diría mi padre, ves menos que un gato de escayola.

Generalizar, si tus datos son fiables, te permite interpretar con mayor atino cómo funciona el mundo, por mucho que haya excepciones a tus generalizaciones. Nadie que diga “depende” muy a menudo tiene un criterio sólido sobre la realidad.

Sigamos.

Dejando las aspiraciones de formar una familia a un lado, tanto los hombres como las mujeres que están en una relación con cierto nivel de compromiso suelen buscar sentirse queridos y apoyados por su pareja, pero hay otras cosas fundamentales, en cada caso diferentes, que también suelen buscar.

Por ejemplo, una de las motivaciones primarias de las mujeres en una relación es la de buscar sentirse seguras y apreciadas. Y una de las motivaciones primarias de los hombres en una relación es la de buscar sentirse respetados y en paz. Esto no son tendencias culturales, son deseos primarios anclados en la biología de ambos sexos tras muchos siglos de evolución. Por eso a la mujer promedio le estalla la cabeza cuando su pareja se pasa horas jugando a videojuegos en vez de progresar en su carrera profesional y su estatus social, o cuando percibe que su pareja no aprecia su labor y su esfuerzo. Y por eso al hombre promedio le estalla la cabeza cuando su pareja hace algo que le deja mal delante de sus relaciones personales y/o profesionales, o cuando crea dramas constantes de la nada.

¿Hay relaciones que son excepciones a estos principios, en las que estas cosas no son tan importantes? Sí. Pero apuesto la barba, y no la pierdo, a que éstas han sido, y siguen siendo, las motivaciones primarias en la inmensa mayoría de relaciones de pareja heterosexuales desde el principio de los tiempos.

Por eso, es extremadamente probable que si un miembro de la pareja, o ambos, no recibe estas cosas en suficiente grado, abandone la relación y busque suerte con otras potenciales parejas. Y aún más en el contexto cultural actual, donde el creciente debilitamiento de la tradición provoca que las personas actúen en base a sus emociones del momento y no tanto en base a supuestos imperativos morales.

En otras palabras, si quieres tener una relación que funcione en la práctica, más te vale darle a tu pareja lo que busca al estar contigo. Lo que cada uno haya hecho por el otro en el pasado no importa. Lo que importa es lo que cada uno siente que recibe del otro en el presente y las expectativas de lo que recibirá en el futuro.

Nadie funciona incondicionalmente en una relación de pareja. Todos funcionamos de forma egoísta.

Esto puede parecer frío, pero es la cruda realidad. ¿Qué, principito o princesilla? ¿La pastilla roja o la pastilla azul?

Si entiendes y aceptas cómo funcionan las relaciones de pareja en la práctica, podrás hacerlo mejor. Si eres hombre heterosexual, sabrás que tu pareja quiere, probablemente, sentirse segura y apreciada contigo. Si eres mujer heterosexual, sabrás que tu pareja quiere, probablemente, sentirse respetado y en paz contigo. Y que para que las cosas funcionen tendrás que darle al otro, sin bajar la guardia durante demasiado tiempo, eso que de forma egoísta quiere obtener de su relación contigo.

Tu pareja no te quiere por ti mismo, ni hace cosas por ti por puro altruismo. Te quiere y hace cosas por ti esperando algo a cambio. Cuanto antes lo veas, mejor para ti.

La familia

Bueno, aquí llegamos a la excepción a la regla. Ya sabes que siempre tiene que haber alguna.

Las relaciones de familia directa, entendidas como padres, hermanos e hijos, pueden escapar, y a menudo lo hacen, de la motivación primaria egoísta que suele guiar nuestras acciones.

En la familia directa opera una motivación instintiva, biológica, que crea un lazo de unión de una potencia y calidad superiores a las que tenemos con otras personas. Y ese lazo provoca que no tengamos demasiado problema en relajar la búsqueda del beneficio propio y lo supeditemos al bienestar de los miembros de la familia directa, incluso si salimos mal parados. No es un lazo completamente invulnerable, pero las dinámicas que aquí operan juegan en otra liga. Especialmente la de los padres hacia los hijos (y dentro de ella, especialmente la de las madres hacia los hijos).

Ahí lo tienes, colega. Sólo tu madre y tu perro te quieren de forma absolutamente incondicional y están dispuestos a poner, de forma genuina y natural, tu bienestar por delante del suyo. Para todos las demás habitantes de este mundo, incluidas tus relaciones más cercanas, estás en un segundo plano y tienes que trabajártelo día a día si quieres mantenerte en él sin deslizarte más abajo.

No sufras, podría ser peor.

Conclusiones

La conclusión de todo este galimatías es muy evidente: Si quieres ser “red-pilled” y elegir ver la realidad tal y como es, no debes esperar que las personas se comporten en base a tu opinión de cómo deberían comportarse. Por el contrario, debes esperar que se comporten buscando su propio beneficio, dentro de las limitaciones de la situación concreta en la que se encuentren.

Por mucho que te resistas a incluir este principio en tu sistema de creencias, el mundo a tu alrededor continuará funcionando así. Día tras día, situación tras situación. Tu mejor jugada es aceptar la realidad, y centrarte en observar y entender qué tipo de beneficios concretos busca obtener, egoístamente, cada persona con la que interactúas. Por la sencilla razón de que esa información es fundamental para discernir entre esas personas.

No todos los beneficios tienen la misma calidad. No es lo mismo un empleador cuya motivación fundamental sea hacerse rico, que uno cuya motivación fundamental sea mejorar el mundo. No es lo mismo un amigo cuya motivación fundamental sea entretenerse y llenar tiempos muertos, que uno cuya motivación fundamental sea sentirse conectado a los demás. No es lo mismo una pareja cuya motivación fundamental sea experimentar cariño y compañerismo a largo plazo, que una cuya motivación fundamental sea no sentirse sola en el corto plazo.

Asume que la inmensa mayoría de personas con las que te vas a cruzar en tu vida son egoístas, pero aprende a diferenciar entre sus motivaciones para discernir a quién debes acercarte más y a quién menos. De quién puedes esperar más y de quién menos. Por quién debes hacer más y por quién menos.

Una vez hayas identificado a qué personas merece más la pena dedicar tu energía, lo mejor que puedes hacer para conseguir tus objetivos es ayudarlas a conseguir su propio beneficio. Primero, porque ellas mismas van a priorizar su búsqueda, en cualquier caso, en virtud de su naturaleza egoísta. Y segundo, porque gracias a la dinámica transaccional de las relaciones, ello acabará redundando, de una forma u otra, en tu propio beneficio personal.

También, por supuesto, puedes intentar relacionarte con los demás de forma no transaccional y sin condiciones. Dar, hacer y decir lo que crees que debes sin esperar absolutamente nada a cambio de la otra persona. Pero eso, amigo mío, es para nota. Es complejo filtrar las relaciones sin observar si se cumplen ciertas expectativas de contraprestación a tus comportamientos. Y aunque sea teóricamente lo más sabio, en la práctica es muy difícil renunciar a tus deseos más primarios. Tremendamente difícil. Créeme, lo he intentado.

Todos somos egoístas. Tú también lo eres. Y eso no es ni bueno ni malo, simplemente es. Lo que haces al respecto es lo que de verdad importa.

Pura vida,

Frank.

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La búsqueda de la verdad ha sido, a lo largo de la historia, uno de los valores más protegidos y respetados por el ser humano. Saber qué es cierto – y qué no lo es – se ha considerado por las diferentes civilizaciones como el pilar fundamental sobre el que construir todo lo demás.

Las razones de este gran interés histórico por la búsqueda de la verdad son múltiples. Podría mencionar muchas, pero voy a centrarme en las tres principales:

  • En primer lugar, nuestro deseo de supervivencia biológica. Si sabemos que algo va a tener consecuencias negativas para nuestra salud o a provocarnos limitaciones de funcionamiento, lo evitaremos para tener mayores probabilidades de prosperar. Por el contrario, si desconocemos la verdad, lo más probable es que acabemos sufriendo, con mayor o menor gravedad, las consecuencias de nuestra ignorancia. Los que saben lo tienen más fácil para sobrevivir, los que no saben lo tienen más difícil.
  • En segundo lugar, nuestro deseo de supervivencia psicológica y emocional. Tendemos a querer formar creencias sobre nosotros mismos y sobre el mundo que nos rodea que no sean fácilmente rebatibles por los demás como falsas, para evitar sufrir mellas en nuestra autoestima y salvaguardar nuestra identidad. Ese fenómeno nos hace alejarnos de lo que parece evidente que es falso y gravitar hacia otras alternativas que parecen más veraces.
  • En tercer lugar, nuestro deseo de progreso económico y social. Para que la sociedad evolucione de forma sostenible, es necesario apuntalar las nuevas iniciativas sobre cimientos sólidos. A través del método científico y su proceso natural de testeo de hipótesis y experimentación, vamos separando el grano de la paja y seleccionando aquellas leyes y principios sobre los que podemos apoyarnos para llegar al siguiente nivel de conocimiento.     

Dado que llevamos rodando con estos incentivos de comportamiento durante ya varios siglos, deberíamos entonces conocer la verdad sobre prácticamente todo lo que es relevante para la humanidad, ¿no es así? Debería haber un consenso general muy firme sobre lo que es cierto y lo que no, exceptuando lo que se encuentra más allá de los límites actuales de la ciencia.

Sin embargo, lo que sucede en la práctica es algo muy distinto. Disponemos de una gran cantidad de información, sí, pero al mismo tiempo nos resulta tremendamente difícil saber qué información es fiel a la realidad (= “cierta”) y qué información no lo es. De hecho, parecemos tener opiniones que son contrapuestas con las de muchas personas en la inmensa mayoría de las cosas, incluso las cosas más básicas.

¿Por qué pasa esto?

¿Es tan crucial impulsar y mejorar nuestro proceso de búsqueda de la verdad?

Y lo que es aún más importante… ¿qué demonios debemos hacer para conseguirlo?

Veámoslo.

Los diferentes tipos de verdad

La palabra “verdad” tiene interpretaciones muy variopintas. Dependiendo de con quién estemos hablando y el contexto de la conversación, el significado del término es diferente. Pero, reducido a su máxima esencia, podemos distinguir 3 tipos de verdades:

  1. Verdades objetivas
  2. Interpretaciones personales de hechos objetivos
  3. Creencias

Cada uno de estos tres grupos comprende una casuística de situaciones muy diferente de los otros. Y cada vez que te preguntes “si algo es verdad”, es fundamental que sepas muy bien en cuál de ellos te encuentras, o te acabarás metiendo en muchos líos.

1. Verdades objetivas

Las verdades objetivas son aquellos fenómenos que son ciertos, con independencia de que estés o no de acuerdo con que lo sean. Las conclusiones a las que volveríamos a llegar de forma natural como civilización a través del método científico si, de repente, todo lo que hoy sabemos sobre el mundo fuera destruido sin contemplaciones por Godzilla.

La fuerza de la gravedad opera de cierta manera, estés de acuerdo con ello o no. Los planetas del sistema solar siguen una órbita concreta alrededor del sol, estés de acuerdo con ello o no. El agua hierve a una temperatura determinada, estés de acuerdo con ello o no. La tierra no es plana, capullo, estés de acuerdo con ello o no. Y un arqueólogo que desentierre dentro de 200 años el cuerpo de un hombre que se autopercibe mujer llegará a la conclusión de que son los huesos de un hombre, estés de acuerdo con ello o no.  

2. Interpretaciones personales de hechos objetivos

¿Has estado alguna vez en una situación en la que dos personas observan el mismo hecho, pero cuando lo relatan, sus versiones no parecen coincidir?

Si no has presenciado el hecho directamente y sólo escuchas los relatos de ambas, ¿cómo podrías saber cuál de ellas está contando “la verdad”?

En psicología, este fenómeno se conoce como el efecto Rashomon, inspirado en la película de Akira Kurosawa, que se basa en la muerte de un samurái y la violación de su esposa. La historia se va presentando a través de los relatos de varios personajes de la trama, que no coinciden entre sí. La película finaliza sin que el espectador sepa cuál es la versión “auténtica” de lo sucedido, porque en realidad, ninguna versión lo es del todo. Y al mismo tiempo, todas las versiones lo son en parte.

El efecto Rashomon representa la subjetividad de un hecho concreto cuando pasa por el filtro de la mente humana. Nuestra definición de la verdad de una experiencia está influenciada por las limitaciones de la memoria, nuestras creencias e ideologías, nuestro estado de ánimo, nuestra cultura, el contexto en el que nos encontramos, nuestras vivencias previas, nuestros intereses personales y muchos otros factores. Por esta razón, dos personas pueden ofrecer, y a menudo lo hacen, dos versiones muy diferentes del mismo hecho objetivo, lo cual no es otra cosa que dos formas diferentes de percibir la realidad.

Seguro que le ves alguna que otra aplicación en el mundo de la política, la historia, incluso en tu vida cotidiana, ¿no es así?

3. Creencias

Las creencias son esquemas cognitivos o ideas acerca de cómo funciona el mundo. Cada persona va conformando su abanico de creencias sobre los diferentes aspectos de la vida a medida que va pasando el tiempo, en función de factores como la educación que recibe, las personas con las que se relaciona o las experiencias que tiene en su vida.  

Ejemplos de creencias son:

  • Es más importante conocer a las personas adecuadas que trabajar duro
  • El dinero no da la felicidad
  • Dios existe
  • Ir a la universidad es una pérdida de tiempo
  • El capitalismo funciona mejor que el comunismo
  • La causa del cambio climático es el ser humano
  • Vivimos en un patriarcado y no hay igualdad entre hombres y mujeres
  • Es mejor ser sincero que decirle a los demás lo que quieren oír
  • Alquilar es tirar el dinero

Las creencias componen una parte fundamental de la identidad de las personas. Influencian poderosamente nuestra escala de valores, nuestras decisiones y hábitos, así como con quién tendemos a relacionarnos. Son nuestro mapa de referencia para navegar el mundo. Para nosotros son nuestra “verdad”, en el auténtico sentido de la palabra. Se apuntalen en cimientos sólidos, fiables y contrastables con datos empíricos, o sean ideas largamente infundadas.

¿Por qué nuestra “verdad” no suele coincidir con la de los demás?

Empecemos por lo más obvio: El gran motivo por el que el concepto de “verdad” parece tan difuso y endeble en los tiempos que corren es que somos, como individuos y como sociedad, cada vez menos conscientes de que hay una gran diferencia entre nuestras creencias e interpretaciones subjetivas de los hechos, por un lado, y lo que hemos denominado verdades objetivas (“científicas”) por otro.

Muchos de nosotros ni siquiera consideramos que podemos estar equivocados. Tratamos nuestras creencias personales y nuestras interpretaciones subjetivas de la realidad como verdades absolutas. No caemos en la cuenta de que todas esas cosas de las que estamos tan seguros no tienen, ni de lejos, la solidez ni el nivel de veracidad que les otorgamos, sino que más bien están sostenidas por infinidad de hilos invisibles que son, largamente, fruto del azar: La tirada de dados que determina dónde hemos nacido, quiénes son nuestros padres, cuáles son nuestras circunstancias, a qué colegio hemos ido, con qué personas nos hemos juntado o incluso la forma concreta en la que ha llegado a nosotros la información.

Y, por supuesto, tampoco caemos en la cuenta de que los hilos invisibles que sostienen las creencias y las interpretaciones de la realidad de otras personas, también largamente fruto del azar, no tienen por qué ser, y a menudo no son, iguales a los nuestros. La tirada de dados de la providencia dio otros resultados. Y eso provoca que su visión de las cosas no coincida con la nuestra, incluso si el hecho que ambos experimentamos es, objetivamente, el mismo.

Sin embargo, a pesar de las dificultades de partida, en la práctica se desarrolla en nosotros un mecanismo más complejo: Al ser animales gregarios y sentir una intensa necesidad de pertenencia, durante el proceso de socialización adaptamos nuestras creencias e interpretaciones de la realidad a las de los miembros de nuestro entorno más cercano. Es un proceso largamente inconsciente, pero está condicionado por nuestro deseo de sentirnos aceptados.

La consecuencia de todo esto es que empezamos a funcionar con verdades de grupo. Verdades que son distintas de las verdades de otros grupos diferentes al nuestro. Verdades que se retroalimentan mediante cámaras de eco y otros fenómenos psicológicos como el sesgo de confirmación, que provoca que inconscientemente prestemos más atención a la información que avala nuestras creencias e interpretaciones previas, y obviemos la información que entra en conflicto con ellas.

La química de la rivalidad hace el resto. Se generan enfrentamientos entre los grupos y las formas de diálogo se deterioran. La importancia del contenido de fondo se diluye. Y lo que acaba importando no es tanto el acercarse cada vez más a la verdad, sino mantener la lealtad al propio grupo y la hostilidad hacia el grupo rival.  

Antes de que nos demos cuenta, la búsqueda de la verdad queda supeditada a los intereses de poder del grupo al que pertenecemos. Y como tal, se aliena y se contamina.

¿Te suena?

Seguro que sí.

¿Por qué es importante impulsar y mejorar nuestro proceso de búsqueda de la verdad?

Vale, Frank. Pero ¿de qué nos sirve acercarnos más a la verdad? Mientras podamos funcionar más o menos bien en nuestro día a día es suficiente, ¿no? Además, ¿no son todas las creencias y las interpretaciones subjetivas de la realidad igualmente válidas, si todos somos únicos y diferentes?

Bueno, dímelo tú, colega. ¿A qué aspiras en la vida?

Nunca vas a tener toda la información relevante, ni vas a eliminar totalmente la influencia de tus vivencias pasadas en tus creencias, ni vas a erradicar el impacto de los sesgos cognitivos, las emociones y el contexto en la manera en la que interpretas la realidad.

Es cierto. No va a ser perfecto. Pero eso no quiere decir que todo valga y que no puedas hacerlo mejor.

¿Cuál debe ser tu objetivo?

Maximizar las probabilidades de decidir bien para vivir una buena vida.

O lo que es lo mismo, minimizar las probabilidades de decidir mal.

Por eso, cuanto más te acerques a «la dimensión objetiva de la verdad”, o dicho de otra forma, cuanto mejor fundamentadas se encuentren tus creencias e interpretaciones de la realidad, más probabilidades tendrás de decidir bien y de obtener buenos resultados.

No todas las creencias son igualmente útiles, ni todas las interpretaciones de un hecho igualmente legítimas. Hay niveles de calidad, unos más altos y otros más bajos. Y subir peldaños en esa escalera tiene valor real.

Frank Spartan no tiene ningún problema en aceptar la existencia del efecto Rashomon («que cada uno tenga su verdad”) y comprender las causas por las que éste se produce. Pero eso no quiere decir que le dé la misma validez práctica a unas creencias y a unas interpretaciones de la realidad que a otras. Unas están menos sesgadas que otras. Unas se encuentran más fundamentadas en motivaciones vitales contrastadas y palancas de comportamiento universales que otras. Unas son más consistentes con la historia que otras.

Y unas tienen más probabilidad de conseguir buenos resultados que otras. Así de sencillo.

Ahora bien, ¿en qué áreas de tu vida debes perseguir esa búsqueda de la verdad para conseguir mejores resultados?

¿En todas?  

¿Debes buscar la verdad en todo lo que suceda, todo lo que observes, todo lo que leas, todo lo que escuches?

No.

Aquí es donde introducimos un concepto extraordinariamente importante: La diferencia entre inteligencia y sabiduría.

Aplicado al caso que nos ocupa, si definimos la inteligencia como la capacidad de leer e interpretar el mundo de la forma más veraz posible, podríamos decir que la sabiduría es la capacidad de discernir dónde merece la pena hacer ese esfuerzo de búsqueda de la verdad, y dónde no.

Las áreas en las que este esfuerzo puede merecer la pena son aquellas que afectan directamente a nuestras fuentes duraderas de felicidad, ampliamente contrastadas por la ciencia: La elección y desarrollo de nuestra carrera profesional, nuestras relaciones personales, nuestra salud física, mental y financiera, nuestra fuente de propósito, la educación de nuestros hijos.

En estos campos, acercarte todo lo que puedas a la dimensión objetiva de la verdad tiene mucho valor. En ellos debes operar, en el auténtico sentido de la palabra, como un científico. Consulta, contrasta, experimenta, descubre, perfecciona tu visión sobre las cosas, aunque ello amenace ligeramente tu identidad e introduzca diferencias de pensamiento con algunas personas de tu entorno de referencia.

¿Por qué?

Sencillamente, porque estas áreas vitales son demasiado importantes como para caminar con poca luz. Son áreas en las que no puedes permitirte tropezar y romperte las narices.

Ahora bien, la inmensa mayoría de todo lo demás es largamente prescindible, por mucho ruido que haga en tu entorno, en la televisión o en Twitter. Y debes tratarlo como tal sin que te tiemble el pulso.

Eso es vivir con sabiduría. Saber diferenciar cuándo debes buscar la verdad y cuándo no. Saber elegir cuándo conviene utilizar el poder de la inteligencia para apartar el humo, y cuándo conviene dejarlo tranquilo en su funda y convivir en paz con la ignorancia.

¿Cómo podemos acercarnos más a la verdad en las cosas que importan?

Vale, Frank. Ahora que tengo claro en qué áreas quiero acercarme todo lo posible a esa dimensión objetiva de la verdad, ¿cómo demonios lo hago?

Muy sencillo. Sólo tienes que prestar atención a dos cosas.

La primera, adoptar la perspectiva mental adecuada. En lenguaje llano, mandar al orgullo, ese duendecillo de dientes negros que te susurra al oído que siempre tienes razón, a freír espárragos.

Debes convencerte a ti mismo de que, por muy seguro que estés de algo, no estás en posesión de la verdad. Tu mayor enemigo en la búsqueda de la verdad eres tú mismo. Tus propias limitaciones. Y como tal, es perfectamente posible que tus convicciones no estén bien fundamentadas y se encuentren bastante lejos de la dimensión objetiva de la verdad.

Dudar de tus convicciones no es algo malo. Y ponerlas a prueba tampoco lo es. Recuerda, hemos descubierto todas las verdades objetivas que conforman nuestro conocimiento científico a través de dudar, contrastar y perfeccionar lo que antaño creíamos que era cierto. Y para eso ha sido necesario partir de una actitud de humildad. De una posición en la que decimos “no sé mucho, pero quiero saber más”. ¿Por qué no ibas a hacer tú lo mismo si quieres acercarte más a la verdad en las áreas importantes de tu vida?

La segunda, exponerte proactivamente a información que entra en conflicto con tus creencias e interpretaciones de la realidad. Salir de la cámara de eco. Escuchar otras visiones. Intentar entender por qué esas personas piensan como piensan. Empatizar y tratar de apreciar el mundo desde sus ojos.

Curiosamente, ese proceso de escucha activa suele transformar nuestra capacidad de entendimiento. Nos ayuda a identificar fallos de razonamiento y a rellenar espacios vacíos con piezas con las que antes no contábamos. Incluso puede provocar que ambas partes, antes enemigos de opinión, colaboren en la búsqueda de la verdad. Y es que todos los datos del mundo, por abrumadores que sean, no conseguirán cambiar la percepción de alguien que no se siente escuchado.  

Para terminar, aquí tienes algunas creencias e interpretaciones de la realidad que quizá te resulten contraintuitivas, pero que, tras su debido contraste, son imprescindibles en el cuadro de mando de la verdad de Frank Spartan:  

Cuanto más duro sea el proceso hacia algo que quieres conseguir, más satisfacción te producirá recorrer el camino y menos importancia le darás al resultado. Ante la duda, elige el camino duro frente al fácil.

En el viaje hacia la felicidad y la realización personal, el éxito profesional está profundamente sobrevalorado y las relaciones humanas profundamente infravaloradas.

Tu salud es más débil de lo que parece y debes cuidarla mucho más de lo que consideras razonable a primera vista.

El objetivo primario de las instituciones no es tu bienestar. Tu mejor estrategia es salvarte a ti mismo.

En todos los campos de la vida, un momento breve de incomodidad intensa es altamente preferible a una situación prolongada de incomodidad soportable.

Nadie tiene poder sobre ti si tu no se lo entregas voluntariamente antes.

Para ser capaz de querer a otra persona de verdad, has de ser primero capaz de estar bien sin ella.

Todo lo que no mejora, empeora.

Sentirte mejor depende de cosas que puedes hacer todos los días sin grandes esfuerzos.

La forma más efectiva de aprender es enseñar.

Es difícil recibir cosas buenas de los demás si no las das tú primero.

Tu vida es relevante en proporción a cuánto mejora el mundo a tu alrededor gracias a aquello en lo que decides invertir tu tiempo.  

¿Tiene todo esto algún fundamento? ¿Es así como funciona la realidad en la práctica? ¿O son creencias sin base?

El tiempo me lo dirá. Y también te lo dirá a ti. 

Pura vida,

Frank.

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Si observas tu día a día con un poco de atención, comprobarás que estás tomando decisiones sin cesar. Haces esto en vez de aquello, vas por aquí en vez de por allá, dices esto en vez de lo otro, reflexionas sobre una cosa en vez de sobre otra, empiezas por aquí en vez de por allá.  

La inmensa mayoría de esas decisiones tienen escasa relevancia. Muy a menudo, ni siquiera decidimos de forma demasiado consciente. Simplemente tomamos atajos cognitivos – lo que técnicamente se denomina “heurísticas” – anclados en fenómenos psicológicos largamente inconscientes, como la consistencia con nuestros comportamientos pasados, la influencia del contexto en el que nos encontramos y la forma concreta en la que se nos presenta la información.

Cómo te preparas el café, la ruta que eliges para ir al trabajo y el orden en el que haces las cosas son ejemplos de este tipo de decisiones.

El criterio fundamental que el cerebro aplica en estos casos a la hora de elegir el comportamiento adecuado no es otro que el criterio práctico. Si una determinada forma de actuar funciona y nos da los resultados deseados (o esperados), se refuerza y se repite. Si no, se desecha y se sustituye por otra. Ese feedback hace que aprendamos rápidamente, y por eso nos resulta relativamente sencillo descifrar cuál es la forma más eficiente de actuar en una situación similar la próxima vez.

Sin embargo, hay otro tipo de decisiones que no solamente no se repiten con tanta frecuencia, sino que además tienen (o pueden tener) un impacto material en nuestra vida. En estas situaciones no contamos con tantos datos previos de “ensayo-error” que nos permitan discernir cuál es el camino que genera mejores resultados. Nos encontramos, en el auténtico sentido de la palabra, bastante ciegos ante la encrucijada que se presenta ante nosotros.

¿Y cómo solemos actuar?

Generalmente, improvisando.

Reflexionamos en base a las circunstancias de ese momento, con las prioridades de ese momento, interactuando con las personas que se encuentran disponibles en ese momento, con el estado de ánimo de ese momento. Ese momento concreto y no otro. Y eso hace que el proceso de toma de decisiones sea algo muy complejo, que requiere mucho tiempo y consume mucha energía, sin necesariamente redundar en mayor acierto.

Por si eso fuera poco, las decisiones relevantes suelen generar cierto nivel de ansiedad emocional. Cuando estamos ponderando cómo actuar en esos casos, no es extraño que nos encontremos alterados. Y en un estado emocional alterado, nuestras posibilidades de actuar con destreza se reducen. Las emociones que sentimos son una corriente muy poderosa que es capaz de arrastrarnos hacia precipicios que no somos capaces de ver desde el oscuro lugar en el que nos encontramos.  

Pero… ¿y si contáramos con algunos “atajos” para estas decisiones relevantes y complejas, al igual que contamos con ellos en las decisiones irrelevantes y repetitivas? ¿Y si tuviéramos “reglas de comportamiento” que pudiéramos aplicar cuando ese tipo de situaciones se presenta? ¿Reglas que hemos construido nosotros mismos previamente con sabiduría? ¿Y si no con sabiduría, quizá al menos desde un estado emocional estable y equilibrado?

Ahhh… eso sería fantástico. No solamente tendríamos mayor claridad mental para decidir, sino que también ahorraríamos tiempo y energía al hacerlo.

Pero antes de entrar en harina, aclaremos un par de cosas.

La perspectiva de las reglas

Antes de desplegar nuestra iniciativa y creatividad para diseñar reglas a diestro y siniestro, es preciso que abordemos un aspecto fundamental: ¿Qué estamos intentando conseguir con estas reglas? ¿Cuál es el espíritu de todo esto?

Podríamos decir que buscamos decidir mejor para sentirnos bien.

Pero ¿qué significa eso de “sentirnos bien” exactamente?

¿Calma? ¿Placer? ¿Orgullo? ¿Felicidad?

Por otra parte, ¿queremos sentirnos bien desde una perspectiva egocéntrica? ¿Yo, mí, me conmigo? ¿O queremos añadir una dimensión altruista también, que tenga a los demás, sean personas cercanas o no, en consideración?

Y por último, ¿cuándo queremos sentirnos bien? ¿En el momento de tomar la decisión? ¿En el futuro? ¿Siempre?

Cada uno somos distintos y para gustos los colores – puedes decirme. Pero Frank Spartan no cree en esas monsergas del “todo vale”. Existen diferentes categorías de “sentirse bien” y no todas ellas tienen el mismo valor. Unas son mejores que otras, si quieres que nos entendamos.

Aquí van algunas ideas sobre el espíritu de las “reglas de vida”:

  • Una forma de decidir que te lleva a ser una mejor versión de ti mismo es buena. Una forma de decidir que te lleva en el sentido opuesto no lo es.
  • Una forma de decidir que se ancla en un buen conocimiento de ti mismo y prioriza la consistencia con tus valores y tu filosofía de vida es buena. Una forma de decidir que prioriza la aprobación y validación de los demás no lo es.
  • Una forma de decidir que asume que no todo es posible y que para progresar es necesario elegir unos beneficios y renunciar a otros es buena. Una forma de decidir que pretende abarcar todo, sin tener que renunciar a nada, no lo es.
  • Una forma de decidir que prioriza el beneficio personal evitando, en la medida de lo posible, el perjuicio a los demás es buena. Una forma de decidir que prioriza el beneficio personal ignorando el perjuicio que ello cause a los demás no lo es.
  • Una forma de decidir que asume que los demás son responsables de la forma en la que gestionan sus emociones y que el conflicto es a veces necesario para conseguir un bien superior es buena. Una forma de decidir que asume que hay que evitar el conflicto a toda costa para evitar “que nadie se sienta mal” no lo es.  
  • Una forma de decidir que te lleva a estar en paz contigo mismo es buena. Una forma de decidir que te lleva a la frustración y al sentimiento de culpa no lo es.

Bueno, ya hemos acotado un poco el asunto. Tenemos un campo de aterrizaje mucho más definido para aterrizar este avión.

Vale Frank. Pero una vez que ponga las reglas, ¿qué debo hacer en la práctica? ¿Tengo que seguirlas a ciegas, pase lo que pase y sean cuales sean las circunstancias?

No. No es ése el propósito de este ejercicio. Serías un androide sin cerebro si hicieras eso. Sí, cosas peores podrías ser, pero vamos a apuntar un pelín más alto, ¿te parece?

El propósito es que la regla represente tu punto de partida. Una flecha, cuidadosamente diseñada, que señala el camino de un comportamiento concreto que es deseable en esa situación.

El punto de partida no deben ser tus emociones del momento, ni lo que hiciste la última vez, ni lo que te dice tu mejor amigo, tu madre o tu hermana que debes hacer. Esas flechas pueden existir y has de tenerlas en cuenta, pero no deben ser las que están iluminadas. La flecha que debe estar iluminada es la que va asociada a “tu regla de vida personal” para esa situación.

En otras palabras, lo que debes hacer es ignorar todo el ruido a tu alrededor y concentrar la atención en el comportamiento que te marca la regla. Y después de tomar conciencia de eso, debes poner esa regla a prueba, preguntándote si existe alguna razón de peso para no aplicarla en ese caso concreto.

Una razón de peso, colega. No te hagas trampas al solitario.

Estar enfadado o triste, o no querer quedar mal con alguien que ni siquiera te cae bien no son razones de peso, sino distracciones estúpidas que te alejan del buen camino.

Recuerda, se supone que esas reglas están diseñadas con cimientos sólidos: En estado de calma, en consistencia con tu filosofía de vida, valores y prioridades, con el objetivo de que te conviertas en una mejor versión de ti mismo y asumiendo la responsabilidad por tus actos, pero no por los actos de los demás. Eso tiene muy buenos visos de ser una brújula sólida en situaciones complejas. Y por eso debe ser tu primer paso, aunque tus emociones te empujen hacia el lado contrario.

Ése es el auténtico propósito de las reglas: Empezar por la casilla de salida adecuada y continuar hasta que la evidencia te demuestre con contundencia que debes virar. Nada más, y nada menos.

Veamos ahora tres ejemplos prácticos de situaciones complejas y las reglas de vida que Frank Spartan tiene en su chistera cuando alguna de esas situaciones se presenta. Mis reglas no tienen por qué ser las tuyas, evidentemente. Pero quizá te sirvan para reflexionar y darle un poco de bola a este asunto.

Vamos allá.

Situación 1: Alguien hace algo “que no está bien”

Todos nos encontramos con esta situación de vez en cuando. Alguien hace o dice algo “moralmente reprochable”. Se aprovecha, es maleducado, trata mal a alguien… y nosotros lo vemos, o incluso lo sufrimos en primera persona.

¿Qué debemos hacer en esa situación? ¿Dejarlo pasar para que haya paz, o plantar cara?

Regla de Frank: Recrimina el mal comportamiento. Y hazlo inmediatamente.

Dos puntualizaciones de letra pequeña:

  1. Ser selectivo y ceñirme a las situaciones más evidentes. No puedo sacar el martillo de Thor para cualquier cosa.
  2. Si percibo que existe riesgo alto de violencia física, dejarlo pasar (salvo que sea absolutamente necesario para prevenir un daño mayor).

Soy plenamente consciente de que ésta es una regla de difícil aplicación, porque suele provocar conflictos y situaciones desagradables. Sin embargo, es necesaria. Esas personas deben recibir feedback sobre su mal comportamiento que les muerda el trasero, o ese comportamiento se reforzará. Y cada vez que eso pase, el mundo será un poco peor de lo que era.

No hagas oídos sordos a los malos comportamientos. Tu pasividad afecta al mundo en el que vives, aunque te resulte más fácil creer que no es así.

“No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”

Martin Luther King

 

Situación 2: “Dos caminos”, uno fácil y otro difícil

Otra situación que se presenta ante nosotros tarde o temprano es la de elegir entre un camino cómodo que lleva a un destino “del montón, pero aceptable” y un camino difícil que lleva a un destino “ideal, pero no imprescindible”.

¿Qué debemos hacer en esta situación? ¿Elegir lo fácil o lo difícil? ¿El destino del montón, o el destino ideal?

Regla de Frank: El destino es importante, pero el camino hacia él lo es mucho más. Si el camino difícil va a provocar que consiga mejorar en alguna de mis métricas de éxito internas más importantes, ése es el camino bueno.

Dos puntualizaciones de letra pequeña:

  1. Debo tener espacio disponible (tiempo y tolerancia emocional) para más dificultades de este estilo en mi día a día.
  2. El riesgo asociado a recorrer el camino difícil no debe ser excesivo. Si el impacto de que algo salga mal puede provocar que el barco naufrague, elegir el camino difícil probablemente no sea una buena idea.

Esta regla radica en la esencia del desarrollo personal: Debemos acostumbrarnos a superar dificultades. Hemos de tender a querer ir a mejor. Sin retos, la vida se vuelve insípida. No hay aventura, ni descubrimiento, ni la posibilidad de saborear el exhilarante beso del riesgo. La comodidad es la muerte del espíritu. Lo que hace que merezca la pena vivir es la posibilidad de escalar la montaña, aunque sea difícil. De hecho, el que sea difícil es precisamente lo que importa.

Por eso, tu movimiento natural de partida en esa encrucijada debe ser el de poner el pie en el camino difícil. Elegir saborear la vida probando, arriesgando, explorando. Como siempre, hasta que la evidencia te muestre que hay razones de peso para renunciar a ello en ese caso concreto.

“Dos caminos se separaban en un bosque,

Yo cogí el menos transitado,

Y eso marcó la diferencia.”

Robert Frost

 

Situación 3: ¿Expectativas de los demás o fidelidad contigo mismo?

La última situación, cuyas variantes y contextos suelen generar múltiples conflictos internos y gruesas capas de niebla mental a la hora de decidir, es la siguiente:

¿Debemos cumplir las expectativas de los demás, o ser fieles a nosotros mismos a costa de incumplir dichas expectativas?

Ésta tiene mucha, mucha miga. Y la respuesta acertada parece ser, evidentemente, “Depende”. ¿No es así?

Pues bien, Frank Spartan opina que no lo es.

Para estas situaciones, más aún que en las otras si cabe, una regla es extraordinariamente útil.

No solamente útil. Es necesaria. Porque es muy, muy fácil desviarse del camino a causa de la presión temporal del momento. Una presión que hace que tu comportamiento tienda, de forma natural, a cumplir esas expectativas.

Rebobinemos un poco, ¿te parece?

¿Quién puede tener expectativas sobre ti?

Me temo que la respuesta a esa pregunta no es otra que “prácticamente todo el mundo”. Porque las relaciones entre adultos son condicionales. Esperamos ciertos comportamientos de los demás, tanto en el plano social, familiar, profesional como sentimental. Por las razones que sea. Algunas de esas razones son sanas y equilibradas y otras no, pero las expectativas de los demás con respecto a nosotros siempre están ahí.

Cuando esas expectativas se rompen, a los demás no les agrada. Y cómo reaccionan a esa situación es un abanico de lo más variopinto. Pueden pasarlo por alto, pueden enfadarse, pueden entristecerse, pueden recriminarnos lo que hacemos, pueden volverse pasivo-agresivos, pueden hacerse las víctimas, y un largo etcétera.

¿Y nosotros qué solemos hacer?

Tendemos a evitar romper esas expectativas para evitar la incomodidad de la situación. Y no le damos muchas más vueltas.

Sin embargo, eso se convierte, paso a paso, en un hábito muy difícil de erradicar. Y antes de darnos cuenta, nos encontramos andando de puntillas sobre una pista de hielo, haciendo el menor ruido posible para que éste no se resquebraje, salvo en situaciones muy extremas.

Andar de puntillas no es forma de vivir, colega.

Puedes hacerlo mejor. Mucho mejor. Y para poder progresar, a menudo hay que pagar un precio. El mundo tiene esa curiosa manía de no darte las cosas gratis.

Pero hay un problema, ¿no es cierto? En el corto plazo, romper las expectativas de los demás, lejos de hacerte sentir bien, te hace sentir mal. Te hace sentirte egoísta, culpable, insensible, desconsiderado.

¿Cómo puedes superar eso?

¿Cómo puedes estar seguro de que, a pesar de este malestar del presente, acabarás sintiéndote bien en el futuro?

¿Cómo puedes estar seguro de que ese dolor que tus acciones provocan en los demás, al romper sus expectativas, es un precio que merece la pena pagar?

Sólo hay una manera: Estar plenamente convencido de que ese camino te llevará a un buen lugar a largo plazo. Para ello debes tener una visión de largo alcance, anclada en un profundo conocimiento de ti mismo, y una escala de valores bien trabajada. Sin hacer todo eso, tu confianza sobre quién eres y el camino que llevas no sería más que un mecanismo narcisista, una creencia sin buenos cimientos.

Una vez has hecho el trabajo y has plantado esos cimientos, eres tú el que decide dónde quieres ir y cómo quieres llegar allí. En ese camino acertarás y te equivocarás. Y en ambos casos te responsabilizarás de tus decisiones, aprenderás y lo harás cada vez mejor. Ésa es la vía. Quizá no sea una vía perfecta, pero es la tuya. Y eso, a largo plazo, es lo que importa.

Ésta es la regla de Frank: Cuando las expectativas de los demás entren en conflicto con tu visión de ti mismo y tu filosofía de vida, sigue tu camino con humildad. Si esas personas te aprecian y valoran de verdad, seguirán a tu lado. Y si se apartan porque decides actuar de esa manera, te habrás quitado un peso de encima.

Esta regla no tiene letra pequeña. Es el fundamento básico de construir una vida con propósito y preservar la libertad y la honestidad en las relaciones humanas. Tiene un precio. Pero es un precio que, a largo plazo, merece mucho la pena pagar.

Primero, prepárate bien. Después, mantente firme. Toma el timón, navega, yerra, aprende, mejora, conquista.

“Si quieres tomar la decisión equivocada, pregunta a todo el mundo”

Naval Ravikant

Ahí tienes, tres reglas de vida para tres situaciones difíciles. Bueno, digamos situaciones que antaño me parecían difíciles. Ahora ya no me lo parecen tanto.

Curioso, ¿verdad?

Pura vida,

Frank.

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La entrada Algunas reglas de vida para situaciones difíciles se publicó primero en Cuestion de Libertad.

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