Algunas reglas de vida para situaciones difíciles

Si observas tu día a día con un poco de atención, comprobarás que estás tomando decisiones sin cesar. Haces esto en vez de aquello, vas por aquí en vez de por allá, dices esto en vez de lo otro, reflexionas sobre una cosa en vez de sobre otra, empiezas por aquí en vez de por allá.  

La inmensa mayoría de esas decisiones tienen escasa relevancia. Muy a menudo, ni siquiera decidimos de forma demasiado consciente. Simplemente tomamos atajos cognitivos – lo que técnicamente se denomina “heurísticas” – anclados en fenómenos psicológicos largamente inconscientes, como la consistencia con nuestros comportamientos pasados, la influencia del contexto en el que nos encontramos y la forma concreta en la que se nos presenta la información.

Cómo te preparas el café, la ruta que eliges para ir al trabajo y el orden en el que haces las cosas son ejemplos de este tipo de decisiones.

El criterio fundamental que el cerebro aplica en estos casos a la hora de elegir el comportamiento adecuado no es otro que el criterio práctico. Si una determinada forma de actuar funciona y nos da los resultados deseados (o esperados), se refuerza y se repite. Si no, se desecha y se sustituye por otra. Ese feedback hace que aprendamos rápidamente, y por eso nos resulta relativamente sencillo descifrar cuál es la forma más eficiente de actuar en una situación similar la próxima vez.

Sin embargo, hay otro tipo de decisiones que no solamente no se repiten con tanta frecuencia, sino que además tienen (o pueden tener) un impacto material en nuestra vida. En estas situaciones no contamos con tantos datos previos de “ensayo-error” que nos permitan discernir cuál es el camino que genera mejores resultados. Nos encontramos, en el auténtico sentido de la palabra, bastante ciegos ante la encrucijada que se presenta ante nosotros.

¿Y cómo solemos actuar?

Generalmente, improvisando.

Reflexionamos en base a las circunstancias de ese momento, con las prioridades de ese momento, interactuando con las personas que se encuentran disponibles en ese momento, con el estado de ánimo de ese momento. Ese momento concreto y no otro. Y eso hace que el proceso de toma de decisiones sea algo muy complejo, que requiere mucho tiempo y consume mucha energía, sin necesariamente redundar en mayor acierto.

Por si eso fuera poco, las decisiones relevantes suelen generar cierto nivel de ansiedad emocional. Cuando estamos ponderando cómo actuar en esos casos, no es extraño que nos encontremos alterados. Y en un estado emocional alterado, nuestras posibilidades de actuar con destreza se reducen. Las emociones que sentimos son una corriente muy poderosa que es capaz de arrastrarnos hacia precipicios que no somos capaces de ver desde el oscuro lugar en el que nos encontramos.  

Pero… ¿y si contáramos con algunos “atajos” para estas decisiones relevantes y complejas, al igual que contamos con ellos en las decisiones irrelevantes y repetitivas? ¿Y si tuviéramos “reglas de comportamiento” que pudiéramos aplicar cuando ese tipo de situaciones se presenta? ¿Reglas que hemos construido nosotros mismos previamente con sabiduría? ¿Y si no con sabiduría, quizá al menos desde un estado emocional estable y equilibrado?

Ahhh… eso sería fantástico. No solamente tendríamos mayor claridad mental para decidir, sino que también ahorraríamos tiempo y energía al hacerlo.

Pero antes de entrar en harina, aclaremos un par de cosas.

La perspectiva de las reglas

Antes de desplegar nuestra iniciativa y creatividad para diseñar reglas a diestro y siniestro, es preciso que abordemos un aspecto fundamental: ¿Qué estamos intentando conseguir con estas reglas? ¿Cuál es el espíritu de todo esto?

Podríamos decir que buscamos decidir mejor para sentirnos bien.

Pero ¿qué significa eso de “sentirnos bien” exactamente?

¿Calma? ¿Placer? ¿Orgullo? ¿Felicidad?

Por otra parte, ¿queremos sentirnos bien desde una perspectiva egocéntrica? ¿Yo, mí, me conmigo? ¿O queremos añadir una dimensión altruista también, que tenga a los demás, sean personas cercanas o no, en consideración?

Y por último, ¿cuándo queremos sentirnos bien? ¿En el momento de tomar la decisión? ¿En el futuro? ¿Siempre?

Cada uno somos distintos y para gustos los colores – puedes decirme. Pero Frank Spartan no cree en esas monsergas del “todo vale”. Existen diferentes categorías de “sentirse bien” y no todas ellas tienen el mismo valor. Unas son mejores que otras, si quieres que nos entendamos.

Aquí van algunas ideas sobre el espíritu de las “reglas de vida”:

  • Una forma de decidir que te lleva a ser una mejor versión de ti mismo es buena. Una forma de decidir que te lleva en el sentido opuesto no lo es.
  • Una forma de decidir que se ancla en un buen conocimiento de ti mismo y prioriza la consistencia con tus valores y tu filosofía de vida es buena. Una forma de decidir que prioriza la aprobación y validación de los demás no lo es.
  • Una forma de decidir que asume que no todo es posible y que para progresar es necesario elegir unos beneficios y renunciar a otros es buena. Una forma de decidir que pretende abarcar todo, sin tener que renunciar a nada, no lo es.
  • Una forma de decidir que prioriza el beneficio personal evitando, en la medida de lo posible, el perjuicio a los demás es buena. Una forma de decidir que prioriza el beneficio personal ignorando el perjuicio que ello cause a los demás no lo es.
  • Una forma de decidir que asume que los demás son responsables de la forma en la que gestionan sus emociones y que el conflicto es a veces necesario para conseguir un bien superior es buena. Una forma de decidir que asume que hay que evitar el conflicto a toda costa para evitar “que nadie se sienta mal” no lo es.  
  • Una forma de decidir que te lleva a estar en paz contigo mismo es buena. Una forma de decidir que te lleva a la frustración y al sentimiento de culpa no lo es.

Bueno, ya hemos acotado un poco el asunto. Tenemos un campo de aterrizaje mucho más definido para aterrizar este avión.

Vale Frank. Pero una vez que ponga las reglas, ¿qué debo hacer en la práctica? ¿Tengo que seguirlas a ciegas, pase lo que pase y sean cuales sean las circunstancias?

No. No es ése el propósito de este ejercicio. Serías un androide sin cerebro si hicieras eso. Sí, cosas peores podrías ser, pero vamos a apuntar un pelín más alto, ¿te parece?

El propósito es que la regla represente tu punto de partida. Una flecha, cuidadosamente diseñada, que señala el camino de un comportamiento concreto que es deseable en esa situación.

El punto de partida no deben ser tus emociones del momento, ni lo que hiciste la última vez, ni lo que te dice tu mejor amigo, tu madre o tu hermana que debes hacer. Esas flechas pueden existir y has de tenerlas en cuenta, pero no deben ser las que están iluminadas. La flecha que debe estar iluminada es la que va asociada a “tu regla de vida personal” para esa situación.

En otras palabras, lo que debes hacer es ignorar todo el ruido a tu alrededor y concentrar la atención en el comportamiento que te marca la regla. Y después de tomar conciencia de eso, debes poner esa regla a prueba, preguntándote si existe alguna razón de peso para no aplicarla en ese caso concreto.

Una razón de peso, colega. No te hagas trampas al solitario.

Estar enfadado o triste, o no querer quedar mal con alguien que ni siquiera te cae bien no son razones de peso, sino distracciones estúpidas que te alejan del buen camino.

Recuerda, se supone que esas reglas están diseñadas con cimientos sólidos: En estado de calma, en consistencia con tu filosofía de vida, valores y prioridades, con el objetivo de que te conviertas en una mejor versión de ti mismo y asumiendo la responsabilidad por tus actos, pero no por los actos de los demás. Eso tiene muy buenos visos de ser una brújula sólida en situaciones complejas. Y por eso debe ser tu primer paso, aunque tus emociones te empujen hacia el lado contrario.

Ése es el auténtico propósito de las reglas: Empezar por la casilla de salida adecuada y continuar hasta que la evidencia te demuestre con contundencia que debes virar. Nada más, y nada menos.

Veamos ahora tres ejemplos prácticos de situaciones complejas y las reglas de vida que Frank Spartan tiene en su chistera cuando alguna de esas situaciones se presenta. Mis reglas no tienen por qué ser las tuyas, evidentemente. Pero quizá te sirvan para reflexionar y darle un poco de bola a este asunto.

Vamos allá.

Situación 1: Alguien hace algo “que no está bien”

Todos nos encontramos con esta situación de vez en cuando. Alguien hace o dice algo “moralmente reprochable”. Se aprovecha, es maleducado, trata mal a alguien… y nosotros lo vemos, o incluso lo sufrimos en primera persona.

¿Qué debemos hacer en esa situación? ¿Dejarlo pasar para que haya paz, o plantar cara?

Regla de Frank: Recrimina el mal comportamiento. Y hazlo inmediatamente.

Dos puntualizaciones de letra pequeña:

  1. Ser selectivo y ceñirme a las situaciones más evidentes. No puedo sacar el martillo de Thor para cualquier cosa.
  2. Si percibo que existe riesgo alto de violencia física, dejarlo pasar (salvo que sea absolutamente necesario para prevenir un daño mayor).

Soy plenamente consciente de que ésta es una regla de difícil aplicación, porque suele provocar conflictos y situaciones desagradables. Sin embargo, es necesaria. Esas personas deben recibir feedback sobre su mal comportamiento que les muerda el trasero, o ese comportamiento se reforzará. Y cada vez que eso pase, el mundo será un poco peor de lo que era.

No hagas oídos sordos a los malos comportamientos. Tu pasividad afecta al mundo en el que vives, aunque te resulte más fácil creer que no es así.

“No me estremece la maldad de los malos, sino la indiferencia de los buenos”

Martin Luther King

 

Situación 2: “Dos caminos”, uno fácil y otro difícil

Otra situación que se presenta ante nosotros tarde o temprano es la de elegir entre un camino cómodo que lleva a un destino “del montón, pero aceptable” y un camino difícil que lleva a un destino “ideal, pero no imprescindible”.

¿Qué debemos hacer en esta situación? ¿Elegir lo fácil o lo difícil? ¿El destino del montón, o el destino ideal?

Regla de Frank: El destino es importante, pero el camino hacia él lo es mucho más. Si el camino difícil va a provocar que consiga mejorar en alguna de mis métricas de éxito internas más importantes, ése es el camino bueno.

Dos puntualizaciones de letra pequeña:

  1. Debo tener espacio disponible (tiempo y tolerancia emocional) para más dificultades de este estilo en mi día a día.
  2. El riesgo asociado a recorrer el camino difícil no debe ser excesivo. Si el impacto de que algo salga mal puede provocar que el barco naufrague, elegir el camino difícil probablemente no sea una buena idea.

Esta regla radica en la esencia del desarrollo personal: Debemos acostumbrarnos a superar dificultades. Hemos de tender a querer ir a mejor. Sin retos, la vida se vuelve insípida. No hay aventura, ni descubrimiento, ni la posibilidad de saborear el exhilarante beso del riesgo. La comodidad es la muerte del espíritu. Lo que hace que merezca la pena vivir es la posibilidad de escalar la montaña, aunque sea difícil. De hecho, el que sea difícil es precisamente lo que importa.

Por eso, tu movimiento natural de partida en esa encrucijada debe ser el de poner el pie en el camino difícil. Elegir saborear la vida probando, arriesgando, explorando. Como siempre, hasta que la evidencia te muestre que hay razones de peso para renunciar a ello en ese caso concreto.

“Dos caminos se separaban en un bosque,

Yo cogí el menos transitado,

Y eso marcó la diferencia.”

Robert Frost

 

Situación 3: ¿Expectativas de los demás o fidelidad contigo mismo?

La última situación, cuyas variantes y contextos suelen generar múltiples conflictos internos y gruesas capas de niebla mental a la hora de decidir, es la siguiente:

¿Debemos cumplir las expectativas de los demás, o ser fieles a nosotros mismos a costa de incumplir dichas expectativas?

Ésta tiene mucha, mucha miga. Y la respuesta acertada parece ser, evidentemente, “Depende”. ¿No es así?

Pues bien, Frank Spartan opina que no lo es.

Para estas situaciones, más aún que en las otras si cabe, una regla es extraordinariamente útil.

No solamente útil. Es necesaria. Porque es muy, muy fácil desviarse del camino a causa de la presión temporal del momento. Una presión que hace que tu comportamiento tienda, de forma natural, a cumplir esas expectativas.

Rebobinemos un poco, ¿te parece?

¿Quién puede tener expectativas sobre ti?

Me temo que la respuesta a esa pregunta no es otra que “prácticamente todo el mundo”. Porque las relaciones entre adultos son condicionales. Esperamos ciertos comportamientos de los demás, tanto en el plano social, familiar, profesional como sentimental. Por las razones que sea. Algunas de esas razones son sanas y equilibradas y otras no, pero las expectativas de los demás con respecto a nosotros siempre están ahí.

Cuando esas expectativas se rompen, a los demás no les agrada. Y cómo reaccionan a esa situación es un abanico de lo más variopinto. Pueden pasarlo por alto, pueden enfadarse, pueden entristecerse, pueden recriminarnos lo que hacemos, pueden volverse pasivo-agresivos, pueden hacerse las víctimas, y un largo etcétera.

¿Y nosotros qué solemos hacer?

Tendemos a evitar romper esas expectativas para evitar la incomodidad de la situación. Y no le damos muchas más vueltas.

Sin embargo, eso se convierte, paso a paso, en un hábito muy difícil de erradicar. Y antes de darnos cuenta, nos encontramos andando de puntillas sobre una pista de hielo, haciendo el menor ruido posible para que éste no se resquebraje, salvo en situaciones muy extremas.

Andar de puntillas no es forma de vivir, colega.

Puedes hacerlo mejor. Mucho mejor. Y para poder progresar, a menudo hay que pagar un precio. El mundo tiene esa curiosa manía de no darte las cosas gratis.

Pero hay un problema, ¿no es cierto? En el corto plazo, romper las expectativas de los demás, lejos de hacerte sentir bien, te hace sentir mal. Te hace sentirte egoísta, culpable, insensible, desconsiderado.

¿Cómo puedes superar eso?

¿Cómo puedes estar seguro de que, a pesar de este malestar del presente, acabarás sintiéndote bien en el futuro?

¿Cómo puedes estar seguro de que ese dolor que tus acciones provocan en los demás, al romper sus expectativas, es un precio que merece la pena pagar?

Sólo hay una manera: Estar plenamente convencido de que ese camino te llevará a un buen lugar a largo plazo. Para ello debes tener una visión de largo alcance, anclada en un profundo conocimiento de ti mismo, y una escala de valores bien trabajada. Sin hacer todo eso, tu confianza sobre quién eres y el camino que llevas no sería más que un mecanismo narcisista, una creencia sin buenos cimientos.

Una vez has hecho el trabajo y has plantado esos cimientos, eres tú el que decide dónde quieres ir y cómo quieres llegar allí. En ese camino acertarás y te equivocarás. Y en ambos casos te responsabilizarás de tus decisiones, aprenderás y lo harás cada vez mejor. Ésa es la vía. Quizá no sea una vía perfecta, pero es la tuya. Y eso, a largo plazo, es lo que importa.

Ésta es la regla de Frank: Cuando las expectativas de los demás entren en conflicto con tu visión de ti mismo y tu filosofía de vida, sigue tu camino con humildad. Si esas personas te aprecian y valoran de verdad, seguirán a tu lado. Y si se apartan porque decides actuar de esa manera, te habrás quitado un peso de encima.

Esta regla no tiene letra pequeña. Es el fundamento básico de construir una vida con propósito y preservar la libertad y la honestidad en las relaciones humanas. Tiene un precio. Pero es un precio que, a largo plazo, merece mucho la pena pagar.

Primero, prepárate bien. Después, mantente firme. Toma el timón, navega, yerra, aprende, mejora, conquista.

“Si quieres tomar la decisión equivocada, pregunta a todo el mundo”

Naval Ravikant

Ahí tienes, tres reglas de vida para tres situaciones difíciles. Bueno, digamos situaciones que antaño me parecían difíciles. Ahora ya no me lo parecen tanto.

Curioso, ¿verdad?

Pura vida,

Frank.

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