Reglas de vida para los jóvenes de ahora

Recuerdo que, durante mi adolescencia, me sentía confundido. Cosas de la edad, supongo. Es natural sentirse desorientado durante la transición desde un entorno protegido, en el que tus padres tomaban la mayoría de las decisiones por ti, a un entorno inexplorado, en el que ibas tomando cada vez más decisiones por tu cuenta y asumiendo algunas de sus consecuencias.

Sin embargo, incluso juzgando la situación desde mi alborotada mentalidad de entonces, he de decir que tampoco fue, que digamos, una experiencia tan horrible. A pesar de la confusión y la incertidumbre sobre el futuro, los puntos de referencia eran relativamente estables. No sabía exactamente qué hacer, pero sí sabía a grosso modo cómo hacerlo para que las cosas fueran bien. Digamos que las reglas del juego eran claras, poco heterogéneas, se comunicaban con frecuencia de padres a hijos sin demasiadas interferencias del exterior y tenían bastante sentido lógico.

La situación para un adolescente o un joven adulto en el momento actual ha cambiado un poco. El grado de confusión y ausencia de visibilidad a la hora de que los jóvenes elijan su camino se ha multiplicado por varios dígitos. En parte debido a que el ritmo de cambio del mundo tecnológico ha adquirido mayor velocidad, pero también, y especialmente, debido a la evolución de nuestra cultura.

Unir los puntos hacia atrás y analizar qué llevó a qué en este asunto es un tema complejo, pero el resultado no es difícil de diagnosticar: Estamos en una situación en la que las instituciones y los medios de comunicación, elementos que juegan un papel fundamental en la construcción de nuestra cultura, han decidido promocionar la visibilidad y la relevancia social de una serie de colectivos en detrimento de otros, en base a un criterio subjetivo de equidad.

Básicamente, alguien, en algún sitio, decidió que las desigualdades no son buenas y que nuestra cultura debía evolucionar hacia la igualdad, como brújula prioritaria frente a todas las demás.

Ya hemos conseguido un gran nivel de bienestar material, amigos. Ahora toca “ser buenos”.

Y “ser buenos” parece no ser otra cosa que identificar a cualquier colectivo que tenga un menor nivel de relevancia socioeconómica que el colectivo que más tiene, y atribuir esa situación a una única causa: La discriminación.  

La filosofía moral de base es la siguiente: Al corregir una desigualdad, aunque sea por la fuerza, estoy corrigiendo una discriminación histórica. Y, por tanto, “soy bueno”.

Fin.

Armados con esa robusta filosofía y su caña de pescar, las instituciones salieron a la calle en busca de colectivos discriminados: ¿Las mujeres? Por supuesto. ¿La comunidad LGTBI? Por supuesto. ¿Los inmigrantes? Por supuesto. Y empezaron a tomar decisiones para reequilibrar las cosas, porque la foto general no encajaba con su nueva agenda política. Lo mismo hicieron nuestros medios de comunicación a la hora de crear y distribuir contenido. Y en el transcurso de ese proceso, se generó un clima de asignación de culpa al colectivo que, supuestamente, se encontraba en una situación más privilegiada que todos los demás.

¿Y cuál es ese despiadado colectivo, responsable de todos los males y desventuras de los demás grupos sociales?

Bueno, parece que sólo queda uno: Los hombres.

Y si son autóctonos, heterosexuales y tradicionales, más aún. Esos son poco menos que armas de discriminación masiva.

Los hombres están, hoy en día, culturalmente menos valorados que nunca antes en la historia de la humanidad. Ellos son los que han construido y que mantienen prácticamente todos los medios productivos y tecnológicos que nos rodean y de los que disfrutamos en el día a día, pero nuestra cultura actual ya no asigna un gran valor a esos menesteres. Lo prioritario como criterio de asignación de valor es la óptica de que los miembros de este colectivo son responsables de un fenómeno de desigualdad, y por tanto partícipes de un delito de discriminación incluso antes de haber nacido.

Sí, a los hombres de hoy les apunta, desde que nacen, un dedo acusador invisible. Un dedo que les cubre el cuerpo de lastres antes de empezar la carrera, con un argumento de culpabilidad manifiesta por los supuestos crímenes de las generaciones pasadas y las malformaciones congénitas de su ignominioso cerebro.

Si eres un chico joven hoy en día, es posible que hayas percibido esta dinámica cultural en situaciones concretas más de una vez. Dependiendo de dónde estés y cuáles sean tus circunstancias, la habrás notado más o menos, pero la realidad es que se encuentra ya extraordinariamente extendida en Occidente. En este contexto, vas a estar, probablemente, mucho más confundido a la hora de discernir cuál debe ser tu comportamiento, cómo decidir tu camino y cómo elegir tus referencias de valor que en mi época… y quizás la mayoría de las épocas anteriores.

Por eso, chico joven, el post de hoy es para ti. Cortesía de Frank. Y como las generalizaciones no son buenas en estos posts tan directos, te voy a dar un nombre.

A partir de ahora, eres Astinos.

Un nombre con el listón muy alto, así que prepárate, porque empieza el rock’n’roll.

¿Cuál debe ser tu objetivo principal?

Veamos, amigo Astinos, ¿qué es lo que tiene sentido perseguir? ¿La luz de qué faro debe guiar tu camino para que vivas una buena vida en el entorno sociocultural actual, con todos los cambios e incertidumbre que te rodean, y ese dedo acusador que te señala como el malo de la película?

Reducido a su máxima esencia, y anclado en la eterna sabiduría de la biología, el hombre debe dirigir su barco hacia el respeto. En esta cultura y en cualquier otra.

El respeto es lo que hace que el alma del hombre vibre y que éste se sienta conectado consigo mismo y con el mundo a su alrededor. El respeto es lo que la naturaleza del hombre anhela, en el plano social, profesional, relacional y familiar.

Pero… ¿cómo se consigue el respeto?

Nuestro amigo Einstein tiene la respuesta:

“En lugar de convertirte en una persona de éxito, trata de convertirte en una persona de valor”

– Albert Einstein

En esta frase hay varias ideas importantes para los jóvenes de hoy en día.

La primera es el concepto de valor. ¿Qué es el valor exactamente? ¿Qué resulta valioso y qué no?

Hay dos perspectivas de valor: La que podemos llamar “extrínseca”, que es el valor que te asigna el mundo exterior en base a las prioridades del entorno concreto en el que te encuentres, y la que podemos llamar “intrínseca”, que es tu propia medida de valor en base a tus prioridades personales.

En un mundo ideal, ambas perspectivas deberían ser consistentes, pero éste no es un mundo ideal. Hay muchas personas que persiguen validación externa y se pliegan a las métricas extrínsecas de valor, pero sacrifican los dictámenes de su fuero interno. Esas personas buscan lo que Einstein denomina “éxito”, pero se sienten desconectadas de sí mismas.

Si consigues el éxito, puede que sientas que también has conseguido algo que se asemeja al respeto de los demás. Pero ése es un respeto disfrazado. Un respeto efímero y volátil. Un respeto con pies de barro. Y por tanto un respeto que no merece demasiado la pena obtener.

El respeto que debes cultivar, amigo Astinos, es el que está anclado en métricas de valor intrínsecas. Un valor que emerge de principios morales, virtudes y comportamientos que conducen a que te sientas orgulloso de ti mismo. Aspectos que son eternos y que los sabios llevan muchos siglos señalando: Responsabilidad, espíritu de sacrificio, valentía, sinceridad, integridad, humildad, compasión, lealtad. Tanto cuando estés relacionándote con otros, como cuando estés solo y no te vea ni el apuntador.

La práctica de estas virtudes es la puerta de entrada al tipo de respeto que tiene auténtico valor: El respeto por ti mismo. Y también la puerta de entrada al respeto de los demás.

Pero… ¿basta con comportarse así? ¿O también has de “conseguir” algo en concreto en el mundo exterior para completar el camino del respeto?

Aquí entramos en el segundo gran concepto de la frase de Einstein: “Convertirte” en una persona de valor.

Sí, amigo Astinos, no naces con valor. La mujer nace con valor biológico innato por su capacidad reproductiva, y por eso es protegida socialmente con independencia de sus decisiones, sus logros y sus fracasos. Pero el hombre no. El hombre tiene que construir su valor a través de sus actos. Tiene que “convertirse” en algo valioso. Si no, es prescindible.

Esto no lo dice Frank Spartan, sino que está plasmado en la realidad social de muchos siglos y múltiples civilizaciones. El hombre que no crece, que no lucha, que no conquista, que no supera dificultades, que no se labra una posición para sobrevivir y prosperar, es apartado socialmente. En otras palabras, no recibe respeto. Y esto es tan consistente a lo largo de diferentes culturas y épocas históricas porque es parte inherente a la naturaleza esencial del hombre y su relación natural con su entorno.

Por lo tanto, amigo Astinos, vas a tener que currar para ganarte el respeto. El tuyo propio y el de los demás.

Veamos ahora cómo debes hacerlo en los tres grandes planos de la vida: El plano profesional, el plano de relación de pareja y el plano social.

El respeto en el plano profesional

El respeto en el plano profesional tiene muchas dimensiones, pero hay un orden natural en el proceso que debes tener en cuenta.

Lo primero de todo, la pieza base del engranaje, es hacerte realmente bueno en algo. Habilidad, o lo que en inglés se denomina “skill”.  

Para desarrollar una habilidad extraordinaria en algo tienes que estar dispuesto a trabajar duro. Tienes que estar dispuesto a renunciar a algunas cosas. Y tienes que estar dispuesto a renovarte y perfeccionarte de forma permanente. No hay atajos. El que te diga que los hay miente. Debes agachar la cabeza, apretar los dientes y andar el camino.

Con esta pieza crearás valor profesional.

La segunda pieza del engranaje es compartir ese valor con los demás. Desarrolla el hábito de dar más de lo que se te pide, aunque al principio te parezca que estás regalando aquello por lo que estás trabajando tan duro.

¿Por qué?  

Por dos razones: 1) Te acabarás sintiendo mejor, porque ayudar a los demás es una de las fuentes más elevadas de satisfacción universal: 2) Lo que das volverá a ti por triplicado, aunque sea en otra moneda y en otro momento.

Con esta pieza distribuirás valor profesional, te labrarás una reputación, ampliarás tus relaciones profesionales e incrementarás la conexión contigo mismo.

La tercera pieza del engranaje es la predisposición a pivotar en tu carrera profesional.

El mundo actual es muy distinto al de hace veinte años. Las cosas cambian muy deprisa. Empleos de siempre desaparecen por la disrupción tecnológica y se crean otros nuevos que nunca habían existido antes. Las personas vienen y van, el modo de trabajar evoluciona, las tendencias de consumo cambian rápidamente. Sin embargo, nuestras vidas son cada vez más largas y el coste de la vida no deja de crecer. Trabajar cada vez más años es el escenario más probable.  

En este contexto, desarrollar la capacidad de pivotar y abrazar el cambio profesional es absolutamente clave. Y para eso las dos piezas anteriores te servirán de gran ayuda: A través de la primera habrás adquirido el hábito de trabajar duro para aprender, y a través de la segunda habrás creado una red sana de relaciones profesionales que te abrirán puertas a nuevos destinos.

Cuando llegue el momento, pivota en tu profesión y sigue el mismo proceso: Trabaja duro para aprender a crear valor, compártelo con los demás y permanece atento a los cambios del entorno para volver a pivotar si es necesario.

Poco a poco te irás acercando a la situación profesional que mejor conecta contigo mismo, navegarás los cambios con destreza y te ganarás el respeto de los demás y el tuyo propio. Y, por añadidura, obtendrás mayor compensación económica y – si haces lo correcto – mayor libertad financiera.

El respeto en las relaciones de pareja

La dinámica de las relaciones de pareja ha sufrido alteraciones importantes en los últimos tiempos, avivadas por un cambio de mentalidad.

En el plano general, las mujeres son ahora más proclives a buscar su realización profesional e independencia económica que antes. El tradicionalismo se ha reducido y existe mayor libertad sexual. La estabilidad en las relaciones de pareja ha decaído y la tasa de natalidad se encuentra en mínimos históricos. Las personas son más individualistas y celosas de su libertad.

En este contexto, amigo Astinos, dependiendo de lo que estés buscando, las cosas no pintan fácil. Ahora es más probable que antes que tu pareja rompa contigo al cabo de un tiempo, que te ponga los cuernos, que haya tenido muchas relaciones previas y que no quiera tener hijos. Simplemente porque ahora todo eso es más aceptable socialmente, y porque desde algunas plataformas ideológicas de mucho calado incluso se incentiva como virtud.

Esto es la realidad de los grandes números. Si lo que buscas es una relación de pareja sana y estable, las cosas están peor en general. Eso no es muy discutible, salvo que tengas una venda en los ojos del grosor de un portaviones. Pero tú eres una persona de valor, amigo Astinos, o mejor dicho, te has convertido o te vas a convertir en ella. Y también hay mujeres de valor por ahí. Sólo tienes que poner mucho más cuidado a la hora de elegir que antes, porque las probabilidades de equivocarte son ahora mucho mayores que antes.

Verás que algunas mujeres de hoy en día tienen la cabeza llena de pájaros. Alardean de su independencia y libertad, se exponen en las redes sociales, buscan atención constante y tienen una cola de relaciones a sus espaldas que es más larga que la de un concierto de Metallica. Siempre tienen una razón de peso para justificar malas decisiones, y sus emociones del momento legitiman su comportamiento, sea cual sea. Pero no es que su naturaleza sea oscura, sino que simplemente están confundidas por los cantos de sirena de la cultura de ahora.

Sea como fuere, ese perfil de pareja no es bueno para una relación sana y estable, amigo Astinos. Sé un caballero con estas señoritas, pero no les entregues lo mejor de ti, porque, bien de forma voluntaria o involuntaria, lo destruirán. Avisado estás.

La buena noticia es que, a pesar de la polución cultural actual, hay todavía muchas mujeres que merecen la pena. Mujeres con buenos valores, listas, valientes, que también buscan una relación sana y estable. No es fácil encontrarlas, porque no destacan en el mundo digital en el que os movéis los jóvenes ahora. Pero están ahí.

Abordemos ahora la pregunta del millón: ¿Cómo puedes encontrarlas?

Primero, construyendo valor intrínseco. Carácter. Recuerda los principios morales eternos: Responsabilidad, espíritu de sacrificio, valentía, sinceridad, integridad, humildad, compasión, lealtad. Si abrazas estos principios en tu comportamiento, lo más probable es que atraigas personas similares a tu círculo, o que acabes topándote con ellas.

Debes proyectar también que tienes ambición para convertirte en un buen profesional, que tienes un proyecto de vida, que quieres combatir y conquistar. Puedes ser valiente, sincero y hacer pajaritas de papel con la lengua, pero si no demuestras capacidad de generar recursos, perderás la atención de muchas buenas mujeres. Sentirse seguras es consustancial a su naturaleza. Aunque ahora sean más independientes, tu dimensión socioeconómica importa en tu nivel de atractivo como pareja, y mucho.

Segundo, permanece atento a las señales que indican que una mujer tiene potencial sólido para una relación sana y estable.

Este aspecto es más complejo de generalizar porque hay una dimensión muy personal que es la compatibilidad de atributos de personalidad. Hay mujeres que encajarán contigo y mujeres que no, aunque todas sean bellísimas personas. Sin embargo, hay algunas cosas que Frank Spartan considera “innegociables”, y como soy un encanto te las cuento aquí:

  • Si es poco amable: Bandera roja. La amabilidad y el cariño de una mujer es fundamental para el éxito de una relación a largo plazo.
  • Si nunca acepta que se ha equivocado: Bandera roja. Signo evidente de inmadurez emocional y elevada probabilidad de problemas crecientes a largo plazo.
  • Si tiene muchas relaciones a sus espaldas: Bandera roja. Oirás muchas monsergas en nuestra cultura actual que dicen que eso da igual. No es verdad. Afecta negativamente a las probabilidades de éxito de una relación sana y estable posterior. Cualquier hombre sabe, visceralmente, que esto es así cuando lo vive en sus propias carnes.

Por supuesto, todas estas banderas rojas son las mismas para ti, amigo Astinos. Sé amable, acepta tus equivocaciones y sé selectivo con respecto a con quién te juntas. Y recuerda que las mujeres desean, fervientemente, sentirse escuchadas, apreciadas, valoradas, y queridas. No bajes la guardia con estos temas o perderás a esa persona que hoy en día es tan difícil de encontrar.

El respeto en el plano social

El plano social, o la amalgama de tus relaciones interpersonales con amigos y conocidos, es también un componente fundamental para el cultivo del respeto. La práctica de los principios morales universales de los que hemos hablado antes te ayudará enormemente en este campo, porque atraerás a personas que también admiran y practican esas virtudes. Y de ello surgirán, muy probablemente, relaciones auténticas y enriquecedoras, impregnadas de respeto mutuo.  

Dicho esto, hay un par de aspectos de comportamiento en situaciones concretas que tu amigo Frank va a destacar, porque marcan la diferencia a la hora de elevar – o precipitar – una relación de amistad a otro nivel.

Los malos momentos

Cuando una persona cercana está pasando por un mal momento, hay una respuesta habitual y una respuesta extraordinaria. La habitual es decir las palabritas de rigor, generalmente por whatsapp, y después de eso no hacer gran cosa. La extraordinaria es crear momentos, diseñados artesanalmente, para que la persona perciba, inequívocamente, que realmente estás ahí.

Hay un mundo de diferencia entre la respuesta habitual y la respuesta extraordinaria. En esos momentos difíciles, Frank Spartan puede asegurarte que la respuesta habitual no significa nada, y la respuesta extraordinaria lo significa todo.

Así como las mujeres suelen ser muy buenas en estas situaciones por su habilidad natural para empatizar y expresar su preocupación por los demás, los hombres solemos ser emocionalmente ineptos en este plano. Si tú lo haces, destacarás enormemente.

Sé de los que eligen la respuesta extraordinaria.

  

Los buenos momentos

Esto te puede parecer una incongruencia, pero no lo es.

Cuando alguien cercano consigue algo especial, sea un premio, un ascenso, un reconocimiento público, etcétera, y destaca, lo normal es alegrarse, ¿no es verdad? Parece algo natural.

Pero no es tan sencillo.

Se dice que la auténtica prueba de una amistad es la presencia y el apoyo en los malos momentos. Pero hay otra prueba, más sutil, que son los buenos momentos. Y es que mucha gente se alegra de los éxitos del prójimo, pero la mayoría de ellos lo hacen sólo hasta cierto punto, no más.

¿Por qué?

Por envidia.

La punzada de la envidia es muy traicionera. Todos somos vulnerables a ella. Cuando alguien destaca sobre nosotros, a veces hay algo en nuestro interior que cruje. A veces sentimos que no es justo. Otras veces, simplemente, nuestro orgullo se siente herido. Y a pesar de nuestras protocolarias felicitaciones y sonrisas, hay una pizca de esa sombra interior que se manifiesta en la energía exterior.    

Cuando sientas la picadura, elige ignorarla. Alégrate genuinamente y sé generoso al demostrar tu alegría. Esa persona lo percibirá y lo recordará.

Ahí lo tienes, amigo Astinos: Carácter virtuoso en la cotidianidad, respuesta extraordinaria en los malos momentos, elegancia y generosidad en los buenos.   

Con esto, Frank ha terminado. Y ahora empiezas tú.

Si funcionas con estos principios y te comportas de esta manera te sentirás orgulloso de ti mismo y serás, con todo merecimiento, respetado por los demás en las dimensiones clave de la vida. No tendrás que pedir respeto a nadie, ellos te lo darán gustosos. Y es que el respeto que el hombre pide, no lo obtiene. Tiene que ganárselo él mismo con su comportamiento. Sea en nuestra loca cultura de ahora, o en cualquier otra que venga después.

Pura vida,

Frank.

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