¿Somos más o menos felices con el paso de los años?

Es posible que alguna vez te hayas preguntado si ahora eres más feliz que antes. Es un pensamiento habitual y uno de los temas de debate más frecuentes con nuestros amigos de la infancia. No me preguntes por qué, pero lo es. Quizá por esa dichosa manía que tenemos las personas de querer compararlo todo.

Las respuestas a esta pregunta son variopintas y no particularmente fiables, porque la percepción de felicidad presente de cada uno y su comparación con épocas pasadas dista de ser rigurosa. No todos le damos a la palabra “felicidad” el mismo significado. No todos estamos experimentando el mismo estado de ánimo ese momento. No todos tenemos las mismas lagunas de memoria ni nos concentramos en los mismos acontecimientos a la hora de recordar el pasado. Y no todos vivimos en las mismas circunstancias, ni en el pasado ni en el presente.

Sin embargo, si entre los 30 y los 50 años de edad te vieras inmerso en una situación en la que se pone esa pregunta sobre el tapete, sería muy posible que tanto tú como tus compañeros de la infancia zanjárais el debate con esta conclusión:

La verdad es que antes éramos más felices que ahora.

¿Por qué?  

Veámoslo.

¿Fue cualquier tiempo pasado realmente mejor?

“Cualquier tiempo pasado fue mejor” es un dicho muy popular. Y cuando un dicho es tan popular, suele serlo porque muchas personas lo creen de verdad.

Sí, es posible que todas esas personas se equivoquen y la época actual sea, en base a datos y métricas objetivas, mejor que las épocas pasadas. Pero… ¿acaso los hechos importan lo más mínimo si esas personas sienten que no es así?

En la práctica, probablemente no. No importa ni para ellas, ni para ti, ni para mí tampoco. Es lo que tiene la mente. Como dijo Picasso, “todo lo que puedes imaginar es real”.

Pero, aunque así sea, vamos a hilar un poco más fino y a poner el foco en un par de cosas.

La primera es que, tal y como reflejan los estudios de psicología y neurociencia, la memoria de las personas no funciona almacenando periodos de tiempo en bloques, sino momentos concretos que destacan sobre los demás en intensidad emocional (positiva o negativa). Por esta razón, una o varias experiencias aisladas concretas que tienen lugar dentro de un periodo de tiempo pasado pueden determinar nuestra valoración subjetiva presente de todo ese tiempo pasado, distorsionando nuestras conclusiones.  

La segunda es que hay multitud de sesgos cognitivos que afectan a la forma en la que interpretamos el pasado. Por ejemplo, tendemos a racionalizar y validar las decisiones que tomamos en su momento (sesgo de elección), a recordar lo que nos conviene y olvidar convenientemente lo que no (sesgo de confirmación y sesgo del propio beneficio), lo que cuadra con nuestra forma presente de ver las cosas (sesgo de consistencia), lo que nos deja en buen lugar (sesgo de egocentrismo), etcétera, etcétera. Y particularmente interesante es nuestra ampliamente investigada tendencia a recordar el pasado como mejor de lo que realmente fue, especialmente si no estamos demasiado satisfechos con nuestras circunstancias actuales. Un fenómeno psicológico denominado retrospección rosada («rosy retrospection»).    

En resumen, digamos que nuestra capacidad de recordar el pasado… suele dar bastante por el saco.

En cualquier caso, y aceptando nuestras limitaciones a la hora de interpretar las imágenes que aparecen en el retrovisor, profundicemos un poco más en este asunto: ¿Qué dice la literatura sobre la relación entre felicidad y edad? ¿Cómo evoluciona nuestra percepción subjetiva de felicidad a lo largo del tiempo?

Éste es un tema fascinante que ha sido objeto de investigación intensa durante muchos años. En 2010, se publicó un artículo en la revista The Economist, titulado “The U-bend of life” (“La curva de la vida en forma de U”). Dicho artículo se fundamentaba en diversos estudios que analizaron grandes muestras de población en diversos países con la intención de comparar sus niveles subjetivos de felicidad en las diferentes etapas de la vida. La conclusión de dichos estudios, promocionada activamente por Andrew Oswald y David Blanchflower (puedes leer su paper aquí), fue que la felicidad percibida por las personas tiende a disminuir a partir de aproximadamente los 30 años de edad, se estanca en la década de los 40 y empieza a aumentar a partir de los 50, trazando una curva en forma de “U”.

La explicación típicamente atribuida a estas conclusiones, reducida a su máxima esencia, es que a medida que las personas van acumulando obligaciones, incertidumbre y presiones financieras, y a su vez van reduciendo su autonomía y su tiempo libre, todo ello aderezado con una mayor toma de conciencia de su propia mortalidad, se sienten menos felices. Y una vez que la influencia de varios de esos factores se reduce, vuelven a enderezar su curva de felicidad.

La famosa crisis de los 40, de la que seguro que has oído hablar más de una vez o incluso vivido en tus propias carnes, está relacionada con todo este rollo. Como anécdota curiosa, estos estudios reflejan que la edad promedio en la que nuestra felicidad alcanza su cota más baja son los 47-48 años.  

Varios investigadores han cuestionado la solidez de estas conclusiones, argumentando que la metodología de medición no fue lo suficientemente rigurosa y que esa supuesta forma de “U” no se cumple en algunos países. Otros defienden que la pendiente de la curva no se endereza en absoluto en las últimas fases de la vida, porque los problemas de salud y otros efectos psicológicos perniciosos acaban teniendo demasiado peso en el resultado global.  

Pero quién de ellos tiene razón en el plano de la investigación empírica no es lo que realmente nos importa.

Lo que realmente nos importa es esto:

Frank Spartan apuesta la barba a que no te ha sonado particularmente extraño escuchar que nuestra percepción de felicidad suele disminuir a partir de los 20, ¿verdad que no? ¿Acaso no es eso lo que tú mismo has sentido en muchos momentos de tu vida posterior cuando has echado la vista atrás?

Si es así, no estás solo. De hecho, es un fenómeno ampliamente extendido, como podrás comprobar si preguntas a tu círculo de amigos. Yo mismo estuve en esa situación durante bastantes años. Y es que, si bajas la guardia y te dejas llevar por la corriente, ése es, sin género de duda, el resultado más probable.

Pero, sea como sea, yo no quiero una vida en forma de “U”. Ni mucho menos una vida en forma de “L”. Y seguro que tú tampoco.

Así que veamos qué demonios podemos hacer al respecto.

¿Podemos conseguir que la vida vaya siempre a mejor?

En el modelo mental de Frank Spartan, la felicidad, entendida en sentido amplio, se compone de dos ingredientes fundamentales:

  • El primero se podría denominar “satisfacción vital”, “significado” o “propósito”. La sensación de que estás aprovechando el tiempo haciendo algo que merece la pena, sea lo que sea que eso signifique para ti. Es una perspectiva temporal más holística, más largoplacista y quizás más espiritual, como si estuvieras contemplando la dirección que lleva tu vida desde lo alto de una montaña.
  • El segundo se podría llamar “emoción” o “placer sensorial”. Hace referencia a sentir vibraciones placenteras como alegría, pasión, seguridad, diversión, conexión, amor, calma, etcétera. Es una perspectiva más estrecha y cortoplacista, ligada a las sensaciones que experimentas en momentos concretos de tu vida. Y quizás también más “cuantitativa”: Cuántas emociones placenteras o incómodas sientes, cuánta intensidad tienen y durante cuántos momentos de tu vida las sientes.

Si observas estos dos ingredientes cuidadosamente, comprobarás que obedecen a dinámicas diferentes, aparentemente contrapuestas.

Por un lado, el ingrediente del significado vital o propósito generalmente implica lucha, sacrificio y autocontrol en el presente, a cambio de la expectativa de una recompensa más elevada, algo que merece la pena, en el futuro.

Por otro lado, el ingrediente de la emoción o placer sensorial implica gozo y disfrute en el presente, sin ninguna pretensión de futuro.

A pesar de esta aparente asimetría de funcionamiento, ambos ingredientes son necesarios para resolver con éxito la compleja fórmula de la felicidad. Sin tener la sensación de que estamos dedicando parte de nuestro tiempo a objetivos que nos inspiran, el placer sensorial del momento, por intenso y frecuente que sea, se vuelve insípido y sin brillo. Y una vida carente de placer sensorial no es tampoco un objetivo particularmente deseable, por muy elevadas y espirituales que sean nuestras actividades del día a día.  

La fórmula de la felicidad, en cierto modo, se parece mucho a la fórmula de la salud financiera. En la salud financiera también hay dos ingredientes fundamentales que operan con dinámicas aparentemente contrapuestas y que es necesario equilibrar: Invertir y gastar.

Invertir en el plano financiero es equivalente a trabajar en tu propósito en el plano de la felicidad. Implica sacrificio y renuncia al placer en el presente para disfrutar de una recompensa más elevada en el futuro, que no es otra que los beneficios del interés compuesto y eventualmente la libertad financiera.

Gastar en el plano financiero, por el contrario, es equivalente a experimentar placer sensorial en el plano de la felicidad. Uso mi dinero para comprar algo y disfruto de su utilidad ahora mismo.

De igual modo, el equilibrio entre estos dos ingredientes es también necesario: Invertir a costa de sacrificar un nivel mínimo de disfrute en el presente es un sufrimiento insostenible, y gastar en exceso a costa de mermar nuestra capacidad de inversión es una vía directa al estancamiento financiero. Ambos ingredientes deben, por tanto, danzar juntos en armonía para conquistar la salud financiera, al igual que el propósito vital y el placer sensorial deben hacerlo para conquistar la felicidad.

Ahora que hemos identificado los dos ingredientes básicos de nuestra percepción subjetiva de felicidad, pasemos a contemplar la gran pregunta:

¿Cómo podemos conseguir que nuestra percepción subjetiva de felicidad mejore a medida que pasa el tiempo?

En otras palabras, ¿cómo podemos sentirnos cada vez más felices según nos hacemos mayores?

Esto tiene su miga, porque el paso del tiempo trae consigo algunas corrientes que fluyen en sentido diametralmente opuesto a este objetivo. Por ejemplo:

  • Nuestra capacidad física y mental va mermando.
  • Nuestra pericia y capacidad de aportar valor en nuestra ocupación profesional se van deteriorando en términos relativos con respecto a las nuevas generaciones de profesionales.
  • Nuestras oportunidades para conocer y conectar con personas nuevas en el plano social se van reduciendo.
  • El riesgo de que perdamos a seres queridos va aumentando.
  • La conexión que tenemos con nuestros hijos se va debilitando (al menos temporalmente).
  • El tiempo que pasamos solos se va expandiendo.
  • Nuestra capacidad para adaptarnos a los cambios tecnológicos se va erosionando.

… etcétera, etcétera.

No parece una foto que nos impulse de forma natural a desear con fervor que pase el tiempo lo más rápido posible. Se podría decir que empezamos la carrera hacia el objetivo de sentirnos más felices a medida que pasan los años con varias toneladas de piedras a cuestas, mientras un pigmeo borracho intenta ponernos la zancadilla para que nos rompamos la crisma.

Y así es. Es difícil rebatir la idea de que esas corrientes que fluyen en nuestra contra existen, estrellando sus aguas con impasible crueldad en nuestras acojonadas caras. Vaya que si existen. Y tienen una fuerza de mil demonios.

Sin embargo, a pesar de que esas corrientes estén ahí, podemos vencerlas. Podemos no sólo contener su impulso desempoderante, sino también atravesarlo y sentirnos cada vez más felices a medida que pasa el tiempo.

¿Cómo?

Dejando de intentar controlar todo eso que creemos que puede cambiar a nuestro alrededor y concentrando la atención en perfeccionar nuestra vida en las cosas que nunca cambian.

Las cosas que nunca cambian

Una de las tareas a las que Frank Spartan ha dedicado más tiempo en los últimos años es a identificar ideas que resisten el paso del tiempo. Verdades universales. Cosas de las que te puedes fiar, sea cual sea la época en la que vivas y sea cual sea la cultura del momento.

¿Por qué?

Porque todo cambia demasiado deprisa, y pretender acertar sobre qué nueva ola debes coger para navegar el cambio con éxito es demasiado complicado y no demasiado efectivo. Tiene mucho más sentido tener claro lo que siempre ha funcionado bien, y no dejar de ponerlo en práctica. Quizá no navegues tan deprisa como otras personas durante algunas fases de la vida, pero nunca te caerás al agua, ni mucho menos te ahogarás.

“A menudo me preguntan sobre qué va a cambiar en los próximos 10 años. Y ésa es una pregunta muy interesante. Pero nunca me preguntan sobre lo que no va a cambiar”

– Jeff Bezos

El estoicismo se ha convertido en una filosofía tan popular por esta precisa razón. Las ideas de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, entre otros, se acuñaron hace miles de años. Pero a pesar de su antiguedad, siempre han funcionado, porque están enraizadas en un conocimiento profundo de la naturaleza humana. En lo que el ser humano necesita para sentirse satisfecho consigo mismo, se vista con una toga de comando o con pantalones vaqueros.

Pues bien, partiendo de la idea de la utilidad imperecedera de aquello que es inmutable en la naturaleza humana, vamos a identificar tres áreas en las que debes concentrar especialmente tu atención para conseguir sentirte cada vez más feliz a medida que pasa el tiempo. Desde tu lozana juventud hasta que seas un auténtico carcamal.

Esas tres áreas son:

  1. Cómo tratas tu cuerpo
  2. A qué te dedicas
  3. Con quién compartes tu tiempo

Profundicemos en cada una de ellas.

1. Cómo tratas tu cuerpo

Resulta extremadamente sencillo infravalorar el efecto multiplicativo de los malos hábitos de dieta y ejercicio en el tiempo. Precisamente porque es un proceso silencioso, que avanza bajo la superficie y se manifiesta de forma súbita y sin previo aviso.

Si hay una variable que las investigaciones científicas señalan, sin ningún atisbo de duda, que influye positivamente en la longevidad, la resistencia a enfermedades y la salud cognitiva, es el ejercicio físico. Ninguna otra variable tiene un peso tan grande y un grado de fiabilidad tan elevado en la evidencia empírica existente.

Desarrollar y mantener el hábito de hacer ejercicio físico a lo largo de todas las etapas de tu vida es probablemente la mejor decisión que puedes tomar para maximizar las probabilidades de vivir una vida larga y saludable, disfrutar de mayor vitalidad y confianza en ti mismo, así como abrazar una perspectiva más optimista de las cosas. Y los beneficios no terminan ahí, porque todos esos efectos directos impactan también positivamente, de forma indirecta, en todas las áreas de tu vida: Trabajo, familia, relación de pareja, relaciones de amistad. El ejercicio es como un motor de propulsión multicanal que te impulsa a sentirte cada vez más feliz con el tiempo.

Si no haces ejercicio con frecuencia eres tonto del culo, básicamente. Además de un capullo, contigo mismo y con los demás. Dicho desde el cariño, por supuesto.

“Una persona sana quiere miles de cosas. Una persona enferma sólo quiere una”

– Confucio

2. A qué te dedicas

El trabajo ocupa entre un 20 y un 30% de nuestra vida consciente. Dada su enorme relevancia en el conjunto, no resulta fácil sentirnos felices sin estar medianamente satisfechos con nuestra ocupación laboral.

Sin embargo, la gran mayoría de personas no sienten pasión alguna por su empleo, una sensación que tiende a tonarse cada vez más acuciante a medida que pasa el tiempo.

¿Cómo podemos solucionar este embrollo?

¿Deberíamos quizá afanarnos en encontrar algo que nos apasione y dedicarnos a ello?

“Haz lo que te apasiona” es probablemente uno de los consejos más errados y dañinos que han existido jamás. La mente humana no funciona así. No solemos tener ni idea de qué es lo que nos apasiona, salvo muy contadas excepciones, hasta que no estamos plenamente inmersos en ello y vivimos los detalles en el día a día. Y como cualquier persona con un poco de perspectiva conoce perfectamente, esa “pasión” o “disfrute” se produce únicamente en algunas ocasiones, mientras que en otras ocasiones te encantaría meter la cabeza en una prensa hidraúlica o estrangular lentamente a alguien. Por mucho que, en conjunto, te encante lo que haces.

¿Cuál es entonces el mejor camino para ser cada vez más feliz en tu ocupación profesional a medida que pasa el tiempo?

Tu mejor apuesta es ésta: Hazte realmente bueno en lo que haces. Y nunca dejes de aprender y mejorar.

Si eres realmente bueno en lo que haces, los demás te lo harán saber. Te buscarán. Te validarán. Te agradecerán tu contribución. Te pagarán más. Te sentirás más relevante, más valorado y más seguro. Tendrás más influencia para modificar elementos del entorno laboral en tu propio beneficio. Tendrás más opciones de empleos alternativos. Y es la combinación de todas esas consecuencias la que genera el caldo de cultivo para que te sientas cada vez más satisfecho en una dimensión vital que ocupa una porción de tiempo tan relevante de tu vida.

Lo más probable es que, cuanto más competente seas, mayor sea también el grado de autonomía y estabilidad que obtendrás en tu profesión, tanto psicológica como financiera. Y esos son pilares de valor incalculable para poder cultivar otras ramas del árbol de la felicidad en este ámbito, como hobbies y actividades de motivación puramente intrínseca en tus ratos libres, y así sentirte cada vez más feliz a medida que pasa el tiempo.

“Ponte un objetivo que no puedas alcanzar hasta que no te conviertas en la persona que sí puede”

– Zig Ziglar

3. Con quién compartes tu tiempo

La energía que desprenden las personas con las que te relacionas a menudo es un aspecto fundamental para que te sientas feliz. Y la relevancia de este elemento en tu felicidad aumenta exponencialmente a medida que pasa el tiempo.

Quien más, quien menos, todos nosotros interactuamos de forma más o menos frecuente con algunas personas que diluyen y erosionan nuestra sensación de felicidad. Unas veces lo hacemos por costumbre. Otras veces por nostalgia. Otras veces para evitar situaciones de tensión o conflictos. Pero todo eso va pesando poco a poco en nosotros, como la tortura china de la gota de agua.

Por eso, una habilidad fundamental que debes desarrollar para sentirte cada vez más feliz con el paso del tiempo es ésta:

Depurar tus relaciones.

Y esa habilidad debe ir acompañada de un hábito de comportamiento igualmente fundamental:

Hacerlo cada cierto tiempo.

Si las interacciones con ciertas personas te succionan la energía vital y provocan que te sientas peor, sepárate de ellas sin contemplaciones.

Hay casos en los que en la práctica esto no es tan sencillo, pero en la inmensa mayoría de los casos sí lo es. No me cuentes milongas, porque Frank Spartan ha estado ahí más de una vez. Conozco el precio que hay que pagar y la recompensa que se obtiene. No es más que un breve momento de incomodidad en el presente a cambio de evitar un montón de basura en múltiples momentos futuros, por no hablar del coste de oportunidad que habitualmente conlleva el tener que relacionarte con personas que parecen los Dementores de Harry Potter.

Pocas decisiones son tan obvias como ésta.

Cuanto menos tiempo de vida te quede por delante, más importante es estar rodeado de las energías adecuadas. Pocas personas mejor que muchas, y siempre bien elegidas. Porque sólo con pocas personas bien elegidas tendrás la capacidad de desarrollar una relación que de verdad merezca la pena con el paso del tiempo.

Y eso, amigo mío, hará que te sientas cada vez más feliz.

“Mis mejores amigos son los que consiguen sacar lo mejor de mí”

– Henry Ford

Ahí lo tienes, colega. Tres áreas de tu vida a las que debes prestar especial atención y perfeccionar poco a poco, si es que quieres burlar con una sonrisa los arduos desafíos del paso del tiempo.

Pura vida,

Frank.

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