Frank Spartan ha hablado a menudo en este blog sobre la importancia de construir libertad en todas las áreas clave de la vida, como campamento base desde el que desarrollar, desde una posición de fuerza, los pilares que componen una vida que merece la pena. Una vida que nos enorgullezca haber vivido.
Porque de eso se trata, ¿no es verdad? De llegar al final del camino, mirar atrás y poder decir: “La verdad es que he jugado muy bien con las cartas que me han tocado”.
Con ese objetivo en mente hemos abordado los entresijos de muchas ramas del árbol: La libertad financiera, la libertad en nuestras relaciones, la libertad en el desempeño de nuestra ocupación profesional, la libertad en nuestra concepción del éxito, la libertad en nuestra definición de propósito. Todo ello enraizado en un conocimiento más profundo de nosotros mismos, para así encauzar con mayor atino hacia qué dirección tiene más sentido orientar todo ese poder que nos otorga esta libertad. Hacia dónde debemos dirigir el timón del barco. Y en ese navegar poder experimentar, día a día, el estar viviendo una vida en la que nuestra intuición nos dice, con claridad meridiana, que estamos aprovechando bien el tiempo del que disponemos.
Frank Spartan siempre ha descrito esta filosofía de vida con un enfoque positivo: Todo lo bueno que esa libertad nos permite crear, hacer y sentir, y que no podríamos disfrutar de igual forma en una vida convencional con las habituales ataduras mentales, emocionales y financieras.
Sí, hay muchísimo valor en todo lo positivo que la libertad nos permite obtener. Pero su valor va más allá. Se extiende a los momentos de tormenta. A las fases oscuras. A las situaciones de pérdida. Y éste es un tema del que apenas se habla, porque sólo solemos apreciar la enorme relevancia de esas fases oscuras y el calibre de su impacto en nuestra felicidad una vez que llegan. Rara vez lo hacemos antes de que lo hagan.
Hoy vamos a hacerlo.
El proceso de pérdida
Hay muchas formas de describir la madurez. Pero mi favorita es ésta: Aprender a perder. Llevar el proceso de pérdida con entereza y elegancia.
En las primeras fases de la vida, lo habitual es ganar. Lo habitual es recibir cosas nuevas y disfrutar de ellas. Facultades físicas que van mejorando, relaciones de amistad que van apareciendo y otras que se van consolidando, relaciones de pareja que fructifican, ocupaciones profesionales que prosperan, hijos que nos elevan hacia experiencias vitales profundas, etcétera, etcétera.
Sin embargo, en algún punto del camino, esa tendencia ganadora se tuerce. A veces se tuerce pronto por la mala fortuna, y a veces se tuerce más tarde por el curso natural de las cosas.
Y en ese punto empezamos a perder. Entramos en una nueva y dolorosa dinámica en la que lo más probable y frecuente ya no es ganar, sino perder. Empezamos a ver nuestras facultades físicas y mentales disminuir, nuestro aspecto físico deteriorarse, nuestro número de amistades reducirse, nuestra frecuencia de interacciones sociales y familiares contraerse, nuestra energía vital palidecer, nuestros familiares desaparecer. Y por si todo eso fuera poco, nos vamos haciendo dolorosamente conscientes de que nuestro tiempo empieza a acabarse.
Sí, es cierto que según nos vamos haciendo mayores ganamos en sabiduría, experiencia, perspectiva, y bla, bla, bla. Pero seamos serios. No he conocido a nadie de 70 años que no diera cualquier cosa para volver a los 20. Y es que la dentellada de la fase de pérdida en el trasero es real. Muy real. Y duele, aunque la lleves con la sabiduría de Mahatma Gandhi.
Cuando aún nos encontramos en la fase ganadora, apreciar el advenimiento de la fase perdedora no es sencillo. Uno de los mecanismos básicos del cerebro es proyectar continuidad y asumir que las cosas van a seguir más o menos igual que ahora, con lo que no caemos en la cuenta de forma natural. Para poder hacerlo hemos de forzarnos a parar y reflexionar. Y no solemos hacer eso de motu proprio, ¿verdad que no?
Si nunca has hecho este ejercicio, deja que te presente algunos datos que quizá te abran los ojos. Nada de experiencias personales anecdóticas, sino datos estadísticos de una muestra suficientemente representativa para sacar conclusiones fiables.
Observemos una variable que es relativamente sencilla de entender, como nuestras relaciones personales y el grado de interacción que tenemos con los demás a lo largo del tiempo.
Échale un vistazo a este gráfico, cortesía de Our World in Data:
Este gráfico refleja cuánto tiempo de media al día solemos pasar con otras personas de nuestro círculo cercano a medida que pasa el tiempo: Con nuestra pareja, familia, hijos, amigos, compañeros de trabajo… y solos.
Como puedes ver, el tiempo que pasamos al día con la familia (nuestros padres y hermanos) cae en picado a partir de los 20 años. El tiempo que pasamos con nuestra pareja aumenta hasta los 30, se mantiene constante hasta la jubilación, y después sube (aunque esta tendencia probablemente no se mantendrá en el tiempo, dado el progresivo colapso en la estabilidad de las relaciones de pareja en nuestra cultura actual). El tiempo que pasamos con nuestros hijos cae en picado a partir de los 45 años. El tiempo que pasamos con nuestros amigos cae progresivamente desde los 20 hasta los 40, y a partir de ahí se mantiene más o menos constante. El tiempo que pasamos con nuestros compañeros de trabajo se mantiene más o menos constante hasta que nos jubilamos y después cae de forma abrupta.
Sólo hay una línea del gráfico que aumenta prácticamente sin cesar, y es el tiempo que pasamos solos. Aumenta y aumenta, hasta que abarca tanto tiempo como el que pasamos con todas las otras personas juntas.
Interesante, ¿no es verdad? Seguro que lo intuías, pero probablemente no lo habías visto reflejado de forma tan explícita en ninguna parte.
¿Deprimente? No tiene por qué. Pero es lo que hay. Es lo que dicen los datos.
Ahora ricemos el rizo un pelín más. Liguemos todo esto con nuestras consideraciones anteriores y veamos en qué situación se encontraría el individuo medio con una edad en la que, muy probablemente, haya empezado ya a experimentar el proceso de pérdida del que hablábamos antes en varias áreas de su vida. Digamos los 50-55 años de edad.
A esa edad, con las estadísticas en la mano, lo más probable es que esa persona pase una gran parte de su tiempo sola, una parte relevante con su pareja (si la tiene, si no es así lo más probable es que la gran mayoría de esa parcela de tiempo la pase sola), una parte menos relevante con sus compañeros de trabajo, y una parte mucho más pequeña con sus hijos (si los tiene y viven cerca), otros familiares y amigos. Y esa dinámica continuará durante, como promedio, otros 30-35 años, hasta que la dama de la guadaña haga su aparición en escena y siente a esa persona amablemente en su regazo tras darle una toñeja.
Deja que te diga algo: Navegar esos 30-35 años desde una posición de fuerza es una cosa. Y navegarlos desde una posición de debilidad es otra muy distinta. Pero no nos damos demasiada cuenta de ello durante la vorágine de los 20-50 años de edad, porque estamos muy ocupados. Tenemos mucho trabajo, tenemos reuniones sociales, tenemos hijos, tenemos múltiples vías de entretenimiento, apenas estamos solos. Y además estamos en la fase ganadora, ¿no es verdad? Tenemos la sensación de estar ganando. O por lo menos de no estar perdiendo… aún.
Pero, de repente, ¡puf! La fase perdedora comienza a hincar sus colmillos en nosotros. Los tiburones de “El Viejo y el Mar” de Hemingway se empiezan a llevar pedazos del gran pez que habíamos conseguido pescar.
Nuestra relevancia en el trabajo se va esfumando. La presencia y el cariño, antes tan explícitos, de nuestros hijos se van diluyendo. Algunas amistades van reduciendo su contacto y otras van desapareciendo. Nuestros familiares van pasando a mejor vida.
Sólo quedas tú, con tu salud física y mental, tus relaciones personales y tus hábitos. Y con cada vez más tiempo para estar contigo mismo.
Y ahí, amigo mío, es cuando se ve si has invertido en los lugares correctos durante los años de tu fase ganadora, o si por el contrario te has dormido en los laureles persiguiendo fantasmas.
¿Qué es invertir?
El concepto de invertir en la vida es exactamente el mismo que el de invertir en finanzas: Asignar energía a algo en el presente (y dejar de asignar esa energía a otras posibles cosas) con la expectativa de que eso nos retorne beneficios en el futuro. Beneficios que compensen, con creces, el esfuerzo presente de esa inversión.
Esto, en finanzas, resulta bastante obvio. Todos lo hemos oído. Si no ahorras e inviertes para hacer crecer esos ahorros en el tiempo, no podrás costearte una jubilación digna. Cada vez somos más conscientes de la necesidad de hacer esto, porque los mensajes nos llegan de todos los lados. La inflación, las limitaciones del sistema de pensiones, etcétera, etcétera.
Pero… ¿y en las demás áreas? ¿En las áreas en las que no tenemos que asignar un dinero para invertir, sino un tiempo, una atención y un comportamiento? ¿Ahí también invertimos? ¿Somos tan conscientes de las virtudes de ese tipo de inversión, como lo somos de la inversión puramente financiera?
No, no lo somos. Observa los patrones más comunes de comportamiento a tu alrededor en las áreas clave de la vida.
1. Trabajo
¿Cuál es la forma más común de emplear nuestro tiempo y energía en el trabajo? Generalmente, una o varias de éstas:
- Si eres trabajador por cuenta ajena, ganar el máximo sueldo posible, o trabajar lo mínimo posible, o llegar al puesto más alto posible
- Si eres empresario, ganar el máximo dinero posible, o hacer tu empresa lo más grande y famosa posible
Humano y natural.
Pero ¿es ésa una buena inversión de tu energía?
No demasiado.
Al hacer eso, lo que más estás consiguiendo no son beneficios futuros, sino alimentar tu ego. Lo que haces es ligar tu satisfacción personal a la atención y validación externa. Y eso, lejos de facilitar tu vida futura, es un lastre enorme para las últimas etapas. Porque cuando empiezas a perder, dejas de ser admirado. Y eso suele ser letal para una persona que se ha alimentado su satisfacción profesional con admiración y validación externa en su etapa ganadora.
No, tu mejor inversión en el trabajo es otra. Tu mejor inversión es desarrollar habilidades útiles y competencias que multipliquen tu valía profesional y tus opciones laborales, fomentar tu vocación por la excelencia y la responsabilidad, y construir relaciones profesionales de calidad, basadas en el servicio y la confianza mutua. Eso es lo que paga grandes dividendos en el futuro. Eso es lo que hace que surjan oportunidades de colaboración interesantes para mantenerte activo en tu edad madura haciendo algo que te satisface. Eso es lo que, cuando mires atrás, te enorgullecerá, porque es el ADN de quién eres en tu faceta profesional. Y ahí es donde debes poner tu atención.
No el dinero. No la fama. No la validación externa ligada a métricas aleatorias de éxito. Todo eso se esfuma con increíble rapidez en la fase de pérdida. Si inviertes en los lugares correctos, el dinero vendrá solo. Y la admiración que permanece también.
2. Relaciones con los demás
¿Cuál es la forma más común de emplear nuestro tiempo y energía en nuestras relaciones con los demás?
Generalmente, ésta:
- A las personas más importantes de nuestra vida que no viven con nosotros (padres, hermanos, amigos), les dedicamos poco tiempo. Y el tiempo que dedicamos es protocolario, superficial, sin momentos especiales ni demasiada profundidad.
- A las personas importantes que viven con nosotros, las damos por sentadas. Nos acomodamos y bajamos la guardia. No las hacemos sentir especiales. Les damos las migajas de nuestro tiempo, cuando ya estamos cansados.
- Al mismo tiempo, dedicamos un montón de tiempo (en conjunto) a un elevado número de personas conocidas que ni nos van ni nos vienen, ni aportan nada especial a nuestra vida.
¿Es eso un buen uso de nuestra energía? ¿Va a darnos ese comportamiento grandes beneficios en el futuro?
Decididamente no. Ese tipo de comportamiento conduce a relaciones que no elevan nuestra vida, sino que la atan al insípido poste de la mediocridad .
Para invertir con criterio en esta área y plantarte en la fase de pérdida con relaciones de calidad, debes hacer otra cosa. O mejor dicho, dos cosas: Debes ser más selectivo y debes ser más profundo.
Para tener relaciones de calidad, necesitas profundidad. Y para poder construir profundidad, necesitas centrarte. No puedes hacerlo con todo el mundo. Has de eliminar lo innecesario y centrar una gran parte de tus energías en aquellas personas que te importen de verdad.
Puedes decirme que te gusta interactuar con mucha gente, aunque sea de forma superficial. Que eres una libélula social. Me parece perfecto. Pero eso no es invertir para el futuro. Eso es gastar en el presente. Tiene un disfrute, pero también un coste. El coste de no centrarte en las personas que más beneficios te reportarán a futuro, cuando más las necesitarás.
Tu decisión.
3. Ocio
¿Cuáles son las formas más comunes de emplear nuestro tiempo y energía en ocio?
Generalmente, éstas:
- Comer y beber cosas poco sanas y en excesiva cantidad
- Surfear en las redes sociales
- Ver Netflix
- Prestar atención a los medios de comunicación
Ésas son las actividades en las que «invertimos», como sociedad, la inmensa mayoría de nuestro tiempo libre. Cosas que atrofian el cuerpo, la mente y el espíritu. Día a día, semana a semana, año tras año. No hay que ser Pitágoras para poder predecir con acierto hacia dónde lleva eso.
¿Cómo puedes invertir en esta área para desarrollar hábitos saludables que te beneficien en el futuro?
Muy sencillo: Pon atención en recortar el tiempo y la energía que dedicas a actividades que no te producen ningún beneficio más allá del placer en el mismo momento en el que las llevas a cabo. Y después usa ese tiempo que has ahorrado para hacer otras cosas más productivas.
Es así de simple, de verdad.
Comer y beber en exceso no reporta ningún beneficio futuro. Si no puedes controlarte, sal menos a comer fuera. Y si comer y beber es un medio de relacionarte con los demás, busca otros planes además de ése, que los hay.
Usar las redes sociales no reporta ningún beneficio futuro. Si quieres usarlas, hazlo durante un tiempo específico al día y no te salgas de él.
Ver Netflix no reporta ningún beneficio futuro, salvo que veas contenido que te haga pensar y estimule tu aprendizaje. Si vas a usarlo, el mismo consejo que con las redes sociales: Días específicos durante un tiempo específico. Que Netflix no sea la opción que escoges «por defecto» cuando tienes un poco de tiempo libre.
Los medios de comunicación convencionales son, en la gran mayoría de los casos, contenidos basura altamente politizados. Si quieres estar bien informado de lo que pasa en el mundo o en un área concreta que te interese, elige algunas personas que te inspiren credibilidad en Twitter o YouTube y síguelas. No necesitas nada más.
Después, toma todo ese tiempo que has liberado de esas actividades que no reportan ningún beneficio futuro, y asigna parte de él a actividades que sí lo hacen: Ejercicio físico, leer libros, aprender algo que te interese, crear momentos de calidad con personas que te importan, practicar algún hobby que te apasione y estimule tu creatividad, etcétera, etcétera.
Así es el ocio de calidad. Parte placer hedonista y parte inversión de futuro. No te descuides, que te atrofias.
4. Autonocimiento
¿Cuál es la forma más común de emplear nuestro tiempo y energía en la relación con nosotros mismos?
Generalmente, ésta: Evitarlo.
Seamos sinceros, conocernos a nosotros mismos no es el plan más tentador que existe. A todos se nos ocurren muchas cosas que podemos hacer antes que sentarnos a reflexionar y a hacer introspección, especialmente en un mundo repleto de entretenimiento al alcance de la mano.
Eso es lo que hacemos, buscar estímulos sin descanso. Odiamos la soledad. Odiamos estar sin hacer nada.
Esto puede no generarnos grandes problemas en la fase ganadora, porque estamos ocupados y distraídos. Pero en la fase perdedora, cuando el tiempo de estar solos crece rápidamente y nos vemos las caras con el espejo con cada vez mayor frecuencia, es otra cosa. El no haber profundizado en quién eres, no haber depurado tus sombras y no estar acostumbrado a estar solo puede provocar que quieras seguir huyendo y buscando estímulos para distraerte. Estímulos que, en esa fase de la vida, no son demasiado alentadores.
¿Cómo puedes invertir ahora para tener una buena relación contigo mismo en el futuro?
Pasa más tiempo solo.
Resiste la tentación de estar con la mente ocupada o en compañía de otras personas todo el tiempo.
De forma proactiva, agenda momentos para estar contigo mismo. Momentos para pasear por la naturaleza, para escribir, para reflexionar. Practica actividades que favorezcan el autoconocimiento y la conexión con cuerpo y mente, como la meditación y el yoga. Y canaliza todo ese autoconocimiento en comportarte de forma más auténtica, más fiel a ti mismo, tanto en las cosas que haces en tu día a día como en tus relaciones con los demás.
Si cultivas este tipo de inversión, estarás mucho mejor preparado para los momentos de soledad en la fase de pérdida. Y para cualquier cosa que venga.
La mayoría de los males del mundo surgen de la incapacidad del ser humano para simplemente sentarse en una habitación sin hacer nada.
Blaise Pascal
5. Propósito
¿Cuál es la forma más común de emplear nuestro tiempo y energía en dar sentido a nuestra vida?
Generalmente, ésta: Perseguir el placer y la validación externa.
Nuestra filosofía de vida típica es muy simple: Buscamos un medio de ganarnos la vida y después intentamos maximizar nuestro placer individual y la validación de los demás dentro de nuestras posibilidades. Y damos vueltas y vueltas a esa pista hasta que el tiempo se acaba.
Pssst: Tengo noticias para ti.
Cuando llegue la fase de pérdida y tengas mucho más tiempo en tus manos, todo ese placer que has experimentado y toda esa validación externa no te van a importar un carajo.
El pensamiento fundamental que va a acompañarte en los momentos de silencio es éste: Si tu vida ha merecido la pena, o no. Si has hecho algo de lo que estás realmente orgulloso, o no. Es lo que pasa con la última etapa de la vida, que inevitablemente la mente busca darle un sentido a todo este embrollo.
Y cuando ese momento llegue, más te vale tener una buena respuesta, colega. Una que vaya más allá de: Bueno, me he divertido bastante, he sido popular en mi profesión o he tenido una vida con muchas comodidades. Eso puede parecer una buena respuesta en la fase ganadora, pero no suele serlo en la fase de pérdida. Confía en tu amigo Frank.
La respuesta que te va a gustar oír es que has hecho algo que va más allá de tu propio placer. Algo que va más allá que tú mismo. Algo que ha hecho el mundo a tu alrededor mejor de lo que era antes de que tú llegaras.
Para tener una buena respuesta en el futuro, tienes que invertir en el presente. Tienes que dedicar tiempo y energía a reflexionar sobre cómo puedes hacer una contribución que trascienda tu propio placer. Y una vez lo sepas, tienes que dedicar tiempo y energía a poner eso en práctica.
El propósito es algo muy personal. Puede ser la educación y la relación con tus hijos. Puede ser el esforzarte para tener una buena relación con las personas que más te importan. Puede ser el tipo de ocupación profesional que haces o cómo la haces. Pueden ser las actividades a las que te dedicas en tu tiempo libre. Puede ser cuidar de tus familiares cuando están enfermos o cuando están atravesando un mal momento.
Y puede ser prácticamente cualquier otra cosa, con una sola condición: Que se enfoque en el bienestar de los demás, no en el tuyo propio.
Invierte ahora en algo así y tendrás una buena respuesta cuando llegue la gran pregunta. Porque te aseguro que llegará.
Conclusión
La fase de pérdida acaba llegando. A veces, de forma abrupta e inesperada. Y cuando llega, muchos de nosotros no estamos bien preparados para navegarla con destreza.
No estamos bien preparados porque, durante la fase ganadora, no reparamos en lo que viene después. Vivimos atados a una rueda que gira y gira, buscando estímulos efímeros en nuestro tiempo libre, sin levantar la cabeza y apreciar que no estamos llevando el rumbo de nuestra vida de forma consciente.
Puedes hacerlo mejor que eso.
Puedes crear una visión ilusionante de tu futuro. Puedes desarrollar una mentalidad de libertad que impregne las áreas más importantes de tu vida. Y puedes canalizar esa libertad para vivir con intención, tomando aquellas decisiones que te propulsen hacia esa visión de futuro.
No te dejes llevar por lo que ves en la mayoría. Haz lo que sabes que es bueno para ti. No sólo para tu Yo Presente, sino para todos tus Yos Futuros. Gastar toda tu energía en satisfacer tus deseos del presente y vivir una vida que merece la pena rara vez van unidos. Una vida que merece la pena se construye teniendo en cuenta el futuro. Se construye invirtiendo energía en los sitios correctos, para navegar la fase de pérdida con alegría, calma y elegancia.
Y además… ¿quién sabe? Si inviertes tu tiempo y energía con criterio, puede que los beneficios futuros sean tales que nunca sientas que estás perdiendo. Puede que tu fase ganadora no tenga fin.
Eso molaría, ¿verdad que sí?
Pues manos a la obra. Hazlo realidad.
Pura vida,
Frank.