Malos hábitos que pasan desapercibidos

Frank Spartan ha escrito largo y tendido sobre los buenos hábitos. Los buenos hábitos, apalancados en un horizonte temporal suficientemente amplio, impulsan nuestro desarrollo hacia delante y nos permiten alcanzar objetivos que antaño parecían imposibles.

Sin embargo, a pesar de todos los supuestos beneficios de estas buenas prácticas, a veces no conseguimos los resultados deseados.

Sí, quizá nuestra vida mejora un poco aquí y allá, pero no tanto como nos gustaría.

Y entonces nos desilusionamos, bajamos la guardia y volvemos a la vieja costumbre de comer toneladas de helado viendo Netflix… en todas las dimensiones de la vida.

Buenos hábitos al carajo.

¿Por qué suele pasar esto?

Bueno, digamos que hay varias posibles razones.

Una posible razón es la falta de consistencia. Para que un buen hábito se instaure de forma estable en nuestro comportamiento – lo cual es esencial para que genere buenos resultados – debemos practicarlo de forma consistente. La consistencia es mucho más importante que la intensidad. Correr 3 kilómetros cada 3 días es mucho más beneficioso para tu salud que 25 kilómetros cada 3 meses. Y beberte 6 cervezas cada día es mucho más perjudicial para tu grasa corporal que tener una bacanal gastro-etílica y acabar tirado en la acera cada 6 meses.

Otra posible razón es no elegir un buen método. Si eliges una forma de hacer las cosas que no es técnicamente adecuada, no obtendrás los resultados que deseas por mucho empeño que pongas. Da igual que vayas todos los fines de semana a fiestas para conocer gente nueva si lo que haces es hablar sin parar, no escuchar lo que dicen los demás y poner expresión facial de asesino en serie cuando te presentan a alguien.   

Y otra posible razón es que en tu vida hay malos hábitos ya presentes, cuyos efectos negativos bloquean los potenciales efectos positivos de los buenos hábitos en los que estás concentrando tu atención.

Esta última razón es más compleja, por dos motivos.

  • En primer lugar, esos malos hábitos suelen ser largamente inconscientes. No nos damos cuenta de que existen, porque se han instalado ya en nuestra conducta y los ejecutamos mecánicamente.
  • En segundo lugar, el efecto pernicioso de estos malos hábitos en el buen hábito que estamos intentando implantar no es directo, sino indirecto. Esos malos hábitos perjudican nuestros resultados en otras áreas, lo que impacta en nuestra perspectiva mental, nuestro estado de ánimo y nuestro nivel energía, lo que a su vez impacta en la probabilidad de éxito de que incorporemos con éxito el buen hábito a nuestra vida.

En otras palabras, esos malos hábitos te sabotean silenciosamente, sin que te des cuenta.

Pero no te preocupes, porque aquí está tu amigo Frank para recordarte que están ahí. Y también para darte una toñeja si no haces lo necesario para eliminarlos de tu vida sin contemplaciones.

Veamos cuáles son los más frecuentes y dañinos de la lista.   

1. Priorizar lo que parece urgente

Empezamos con un clásico entre los clásicos: Tratar mentalmente lo que no parece urgente, aunque sea importante, como algo secundario en nuestra agenda del día. Como algo que haremos “si tenemos tiempo”.

Tengo noticias para ti: Lo “importante que no parece urgente” no sucederá hasta que lo metas en tu agenda con prioridad uno. Porque todo eso “que parece urgente” se expande misteriosamente como un gas venenoso que acaba ocupando todo tu tiempo disponible.

Para poder eliminar este mal hábito tienes que hacerte consciente de la necesidad de ponerte las gafas de largo alcance a la hora de organizar tu día. Has de identificar las cosas en las que quieres mejorar y desarrollarte, por ser pilares fundamentales de tu felicidad a largo plazo, y aterrizarlas en actos concretos durante el día que tienes delante. Y eso requiere un poco de ejercicio de reflexión e introspección. Requiere leer. Requiere hablar con personas con experiencia vital. Requiere estar solo y expandir el conocimiento de ti mismo, para entender cuáles son esas cosas que conformarán una vida satisfactoria para ti.

Aunque, francamente, si tienes un mínimo de criterio, probablemente lo sepas ya. Son esos pilares atemporales y universales que ya conoces: La salud, la familia, las relaciones personales, una ocupación con significado, la salud financiera, el crecimiento personal. Cosas de ese estilo.

Todo esto tarda tiempo en construirse. Por eso, si quieres construirlo, tienes que actuar hoy. Y mañana. Y al día siguiente. Y al otro.

Para poder hacer eso, tienes que eliminar, inmediatamente, el mal hábito de permitir que lo que parece urgente agote todo tu tiempo disponible. Y en los espacios libres que obtengas, hacer lo que debes hacer para maximizar tus probabilidades de ser feliz a largo plazo.

Ejercicio. Llamar a tus padres. Practicar tu hobby favorito. Aprender algo que te entusiasma. Cenar con tus hijos. Intercambiar algunos mensajes con tus amigos que te hagan sentir bien.

Cualesquiera que sean las notas de la melodía que te haga bailar en la vida, colega.

La ausencia de dedicación a estas cosas hoy provoca que sean muy difíciles de enmendar mañana. Y eso quiere decir que no solamente son importantes, sino que también son, en el verdadero sentido de la palabra, urgentes. Probablemente bastante más que muchas de las memeces sin importancia que perseguimos como pollos sin cabeza en nuestro día a día, como si nos fuera a tragar la tierra si no las hiciéramos ahora mismo.

No te despistes. No dejes de llevar a cabo las acciones asociadas a los pilares realmente importantes para ti. Poco a poco, lo que habría sido una vida de apatía insípida y mediocre se convertirá en una vida brillante y llena de cosas por las que dar gracias.  

Lo que nos lleva, curiosamente, al segundo mal hábito.

2. Irte a dormir sin agradecer

La inmensa mayoría de nosotros solemos irnos a dormir sin dar gracias por todo lo bueno que tenemos en nuestra vida, o lo bueno que nos haya sucedido durante el día. No hay ninguna estadística al respecto, pero Frank Spartan se juega la barba a que es así.

Normal y humano. Lo que nos pide el cuerpo en ese momento es desconectar y dormir. O quizá preocuparnos por lo que tenemos que hacer al día siguiente.

Sin embargo, hay un mundo de diferencia entre tomarse un minuto antes de dormir para mostrar agradecimiento y no hacerlo. Ese corto minuto, día a día, puede transformar nuestra forma de enfocar las cosas de forma extraordinaria.

Ese minuto nos ayuda a ser más positivos. A relativizar. A disfrutar más de lo que tenemos y a sufrir menos por lo que no tenemos. A vivir más en el ahora, en lugar de hacerlo tanto en el mañana o en el ayer. A desarrollar la voluntad y la motivación para mejorar en el futuro desde una posición de fuerza en el presente.

Y viceversa: La ausencia de ese minuto nos dificulta horrores el hacer todo eso, aunque parezca que no porque estamos acostumbrados a ello.

No te acostumbres a algo malo. Agradece al final de tu día.

3. No decir lo que importa a quien importa

Muchos de nosotros nos relacionamos con las personas más relevantes de nuestra familia asumiendo que “ya saben” que las apreciamos y las queremos. Nos relacionamos con nuestros compañeros de trabajo asumiendo que “ya saben” que tenemos buena opinión de su valía profesional y valoramos su apoyo. Nos relacionamos con nuestros amigos asumiendo que “ya saben” que hemos pasado muy buenos momentos con ellos y apreciamos mucho su cariño y su amistad.

Y nos limitamos a hablar de tonterías sin importancia, asumiendo que todo eso que no decimos es tan evidente como un elefante de la Sabana en medio de la calle.

Pero no, no lo es.

Estos casos se dividen en dos grupos:

  1. El grupo de personas que no saben que las queremos y apreciamos tanto como lo hacemos
  2. El grupo de personas que sí lo saben

Puedes decirme que el grupo 1 es muy pequeño o inexistente en tu vida. Que la gente que te importa ya sabe que te importa.

Y Frank Spartan te contestaría dos cosas:

La primera, probablemente te equivocas. Aunque creas que hay indicios suficientes, la gente no suele saber lo que te pasa por la cabeza. La habilidad de leer el pensamiento es poco común entre los terrícolas.

La segunda, aunque estés en lo cierto y esas personas lo sepan ya, no es lo mismo. Lo que de verdad importa es que lo escuchen de tu boca. Porque oírlo de forma explícita (o leerlo de forma explícita) tiene un impacto D-E-S-C-O-M-U-N-A-L en su satisfacción emocional y su perspectiva de la relación que tienen contigo. Y en sus actos posteriores con respeto a ti, por supuesto.

Esto no es una invención. Frank Spartan lo he experimentado en su propia vida con claridad meridiana. Hay un mundo de diferencia entre el antes y el después de hacerlo.

No dejes de decir lo que importa a la gente que te importa. Asegúrate de que el mensaje es claro y llega, sea cual sea la vía que elijas para ello. Aunque cueste. Aunque te sientas raro. Aunque te pique todo el cuerpo al hacerlo. Es un breve momento de incomodidad a cambio de ascender a un plano superior en la relación.

La calidad de tus relaciones personales marca la diferencia en tu vida como pocas cosas pueden hacerlo. No te conformes con poco cuando puedes tener mucho, especialmente de forma tan sencilla como ésta.

4. Diluir el foco

Varios autores del mundo de la psicología y la neurociencia han desarrollado un concepto muy interesante: La felicidad sintética.

La felicidad puede entenderse de maneras diferentes. Una concepción tradicional de la felicidad es la emoción asociada a una recompensa, o al hecho de obtener algo que deseamos. Un ascenso en el trabajo, un coche nuevo, una pareja, el premio de la lotería. En otras palabras, algo externo a nosotros. Es lo que suele denominarse “felicidad natural”.

La “felicidad sintética”, por otra parte, está relacionada con aquellas prácticas que provocan la emoción de sentirnos felices, sin necesidad de que obtengamos nada del exterior. Una felicidad que depende de nosotros mismos. Y como tal, algo mucho más poderoso y valioso que depender de obtener recompensas o buenos resultados, ya que eso no es algo que podamos controlar del todo.

Pues bien, en el apasionante mundo de la felicidad sintética, hay un aspecto concreto que tiene un efecto enorme en nuestra capacidad de sentirnos felices: El prestar atención a lo que estamos haciendo en ese preciso momento. Un estudio de investigación de Killingsworth y Gilbert publicado en la revista Science en 2010 (“The wandering mind is an unhappy mind” ) profundiza en este tema con conclusiones muy interesantes.

Una de las conclusiones del estudio que merece la pena resaltar es que, con independencia de si la actividad que estamos realizando nos gusta o no, el no estar concentrados en ella provoca que experimentemos menores niveles de felicidad que si estamos concentrados en ella.

Otra de las conclusiones que merece la pena resaltar es que eso sigue siendo cierto si nuestra mente divaga y nos ponemos a pensar en otras actividades más placenteras que la actividad que estamos haciendo.

Esto es francamente sorprendente. Viene a decir que si estamos planchando ropa y nos concentramos realmente en lo que estamos haciendo, lo más probable es que nos sintamos más felices que si nuestra mente se evade a pensar en lo bien que lo pasamos en las Bahamas hace dos meses.

Y otra conclusión que merece la pena resaltar es que el divagar de la mente, el que no nos concentremos en lo que estamos haciendo, no es tanto la consecuencia de que eso que hacemos no nos guste, sino la causa de que lo que estamos haciendo no provoque en nosotros un sentimiento de felicidad.

En otras palabras, lo que más importancia tiene para conseguir felicidad sintética en tu vida es prestar atención a lo que estás haciendo en cada momento.

¿A dónde va tu amigo Frank con todo esto?

A que elimines, en la medida de lo posible, el mal hábito de no estar presente y no prestar atención a lo que estás haciendo. Con independencia de que sea algo que te guste hacer, o no.

Esto no es tan sencillo de hacer como de decir. La mente tiene vida propia. Hay que entrenarla un poco para que se concentre en el momento presente de forma natural. Y la forma más efectiva de hacerlo es la práctica de la meditación.

10 minutos al día, de forma consistente, en el momento que te resulte más cómodo hacerlo. Con eso basta para obtener resultados en tu capacidad natural para prestar atención.

O, dicho de otra manera, en tu capacidad natural para ser feliz.

5. Desvirtuar tu identidad

Hay un mal hábito que se ha extendido como la pólvora en la última década, particularmente entre los jóvenes: El basar tu identidad y tu valía personal en referentes poco sanos.

O, dicho de otro modo, compararte con las personas equivocadas, de maneras equivocadas y en las dimensiones equivocadas, y darle demasiada importancia a lo que crees que los demás piensan de ti.

Echa un vistazo a este gráfico:

En 2012 apareció Instagram. ¿Crees que es una coincidencia?

Evidentemente, es un problema multifactorial. Hay muchas posibles causas. Pero el uso de las redes sociales es, sin duda, una de las más relevantes.

Gota a gota, las redes sociales te desvinculan de la conexión contigo mismo y transfieren la fuente de tu identidad y tu valía personal a la opinión de los demás. Te hacen más dependiente de aceptación y validación. Y muy a menudo, de aceptación y validación de personas que no representan buenos valores y que no son dignas de ser modelos o referencias en tu vida.

Hay una correlación muy elevada entre el uso de las redes sociales y la conexión contigo mismo. Si tienes que usarlas por motivos profesionales, adelante. Pero en el terreno personal, limita muy mucho su uso. Es veneno que mata lentamente.

Tu referencia de valor no son los demás. Tu referencia de valor es la comparación entre quién eres ahora y quién eras hace 5 años. Son los objetivos que te pones para mejorar en lo que realmente es importante para ti y las acciones que decides tomar para conseguirlos.

Los resultados que consigas en el camino (dinero, ascensos, popularidad, posesiones materiales) serán los que sean. Parte por mérito y parte por azar. Pero esos resultados sólo son fuegos artificiales para el público. No deben ser tu métrica de identidad o de valía personal. Tu métrica de identidad y de valía personal debe ser interna: El haber hecho lo que crees que tienes que hacer para vivir una vida que merece la pena, o no haberlo hecho.  

Deja de mirar hacia fuera y empieza a mirar hacia dentro. Deja de buscar la  aprobación de los demás y empieza a buscar el sentirte orgulloso contigo mismo. Deja de basar tu satisfacción en obtener recompensas externas y empieza a basarla en elegir hacer lo que más conecta con quién eres realmente.

6. Vivir tu día a día sin tomar conciencia de tu propósito vital

El último gran mal hábito esta relacionado con la perspectiva con la que haces las cosas en tu día a día.

El propósito vital, el tener un “por qué” que dote de significado a nuestra vida, es un elemento de una importancia crucial. Y su peso – o el peso de su ausencia – en nuestro nivel de satisfacción aumenta con el paso del tiempo, hasta adquirir un nivel de protagonismo abrumador en la última fase de la vida.

En ese momento, al final del camino, es cuando hacemos el diagnóstico. ¿Ha merecido mi vida la pena?

¿Y con qué contamos para responder a esa pregunta?

Generalmente, con esto: Los recuerdos sobre el pasado y las sensaciones del presente.

Ambas son herramientas que dejan mucho que desear.

Los recuerdos del pasado son difusos y las sensaciones del presente están impregnadas de la sobrecarga emocional ligada a la proximidad de la muerte.

Sin embargo, hay otra forma de responder a esa pregunta. Una forma que nos proporciona una respuesta mucho más intensa y veraz.

Si observas la perspectiva mental con la que haces las cosas en tu día a día, es posible que constates que es largamente mecánica. Vas al trabajo “porque tienes que ganar dinero”, vas a la compra “porque tienes que comer”, le haces la cena a tus hijos “porque la tienes que hacer”, respondes a los mensajes de tus amigos “porque tienes que responder”, etcétera, etcétera.

En la inmensa mayoría de los casos, estas acciones son mecánicas. No nos molestamos en darles ningún significado mientras las hacemos. Simplemente, las ejecutamos una y otra vez, de forma largamente inconsciente. Día a día, mes a mes, año a año.

Eso es como pasar de largo ignorando las toneladas de satisfacción vital que tienes al alcance de tu mano. Delante mismo de tus narices.

Define tu propósito vital. Sea cual sea. Lo bonito del asunto es que no hay reglas. Es algo muy personal y prácticamente cualquier cosa vale, siempre que sea realmente importante para ti y dote de significado a tu vida.

Puede ser tu salud. Servir a los demás. Las comodidades materiales. Tus hijos. Tu relación de pareja. Tu empresa. La excelencia profesional. Ser amable con los demás. El placer sensorial. Dormir. Tu iguana.

Lo que sea, colega, de verdad. Whatever rocks your world.

Una vez lo tienes definido, haz todo lo que haces en tu día a día desde la perspectiva de ese propósito vital. Tomando conciencia de que todas esas “obligaciones” que tienes, las tienes porque estás persiguiendo algo realmente importante. Tomando conciencia de que toda tu vida, y las tareas que la componen, están orientadas a poder disfrutar de eso que da auténtico significado a tu presencia en este mundo.

Usa ese prisma y verás cómo cambia todo.

Verás cómo tus días, misteriosamente, parecen tener más luz.

Y verás cómo de sencillo es responder a esa gran pregunta cuando llegues al final del camino. No necesitarás recuerdos difusos ni sensaciones adulteradas. Lo sabrás con certeza absoluta, porque lo habrás vivido en la conciencia de tu día a día durante muchos, muchos años.

No caigas en el mal hábito de navegar a través de tus días sin ser proactivamente consciente de tu propósito vital.

Y con esto, terminamos.

Ahí tienes la lista de oro de los malos hábitos. Sácalos de tu vida y comprobarás cuánto cambia todo.

O no hagas nada y no pasará nada. O eso te parecerá.

Pura vida,

Frank.

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