Tu principal obstáculo en la vida

En alguna ocasión, a Frank Spartan le han preguntado su opinión sobre las habilidades más importantes que debería cultivar una persona joven para enfrentarse a la vida con buenas posibilidades de éxito.

Y si mi memoria no me falla, mi respuesta ha sido bastante consistente a lo largo del tiempo:

  • Inteligencia
  • Coraje
  • Autocontrol emocional

Sin embargo, hay un pequeño problema: El sistema educativo tradicional, como muchos de nosotros hemos comprobado en nuestras propias carnes al pasar por él, no nos ayuda a desarrollar ninguna de esas tres habilidades. No está construido para hacer tal cosa en el momento actual, ni tampoco incentivado para hacerla en el futuro.

En resumidas cuentas, me temo que si quieres conseguir alguna de esas tres cosas, o las tres, no te queda otro remedio que tomar la iniciativa y desarrollarlas por tu cuenta. Lo lamento mucho, pero Frank Spartan no ha inventado las reglas de este sádico juego. Lo único que hago es decidir cuándo quiero respetarlas y cuándo no.

«Don’t let school get in the way of your education.»

– Mark Twain

Examinemos estas tres habilidades un poco más de cerca.

Inteligencia

La inteligencia siempre ha sido una habilidad muy importante para sobrevivir y prosperar, pero lo es aún más si cabe en el contexto de cómo están evolucionando las cosas. Vivimos en un mundo cada vez más complejo, cada vez más interconectado, cada vez más influenciado por factores sutiles y largamente imperceptibles, cada vez más incierto y difícil de predecir.

La inteligencia tiene diferentes dimensiones, todas ellas útiles. Pero Frank Spartan definiría esta habilidad de una forma muy sencilla, haciendo hincapié en su aplicación práctica: Inteligencia es la capacidad de juzgar una situación de la forma más acertada posible, con la información que tienes a tu disposición.

En otras palabras, saber pensar bien.

Para desarrollar la inteligencia se puede recurrir a muchas fórmulas. Una de mis favoritas es familiarizarse con los modelos mentales más relevantes y aplicarlos a nuestras decisiones cotidianas, un tema que cubrí brevemente en el último newsletter y en el que profundizaré en futuros posts.

Y es que, sorpresa, sorpresa, la inteligencia se puede expandir ampliamente si te lo propones. No es una habilidad que te colocan de serie cuando naces y sobre la que no tienes ningún control durante el resto de tu vida.

Coraje

El coraje es otra habilidad tremendamente importante. Y la razón es que el coraje es necesario para que esa inteligencia se manifieste en tu vida a través de tus actos.

Puedes interpretar el mundo tan bien como los ángeles, pero si no actúas para plasmar esa sublime interpretación en tu vida, no obtendrás ningún beneficio. El problema es que te enfrentas a una resistencia muy potente desde la casilla de salida, porque nuestra cultura, y en particular nuestro sistema educativo, demoniza el error

“Equivocarse es malo” es una creencia que tenemos implantada a un nivel muy profundo. Y eso desincentiva el desarrollo de la habilidad del coraje, provocando que sobrevaloremos los riesgos de los caminos poco convencionales y que infravaloremos sus potenciales recompensas. 

La buena noticia es que, al igual que la inteligencia, el coraje es un músculo. Se activa con ejercicio. Cuantos más actos de coraje llevemos a cabo, por pequeños que sean, más diluiremos la influencia de esa creencia profunda sobre el error y más presencia adquirirá el coraje en nuestra forma de afrontar la vida.

Autocontrol emocional

La tercera de estas grandes habilidades es el autocontrol emocional. Y esto no es otra cosa que saber gestionar el ego. Lo cual, curiosamente, tampoco es algo que venga de serie y sobre lo que no tengamos ninguna capacidad de actuación.

Esta tercera habilidad es, en la opinión de Frank Spartan, a la que menos atención solemos prestar según nos vamos desarrollando como personas. Tan escasa es la atención que le dedicamos, que la inmensa mayoría de nosotros nos encontramos absolutamente dominados por los designios de nuestro ego. Y ésa es una de las grandes razones por las que no conseguimos los resultados deseados.  

El autocontrol emocional y la gestión del ego es de una importancia crucial para tener éxito cuando nos enfrentamos a la vida. Son, en cierto modo, nuestro principal obstáculo en el camino. No sólo por la magnitud del impacto que tienen cuando tomamos decisiones, sino por lo difícil que es ser conscientes de su influencia en nuestra conducta. 

Por eso son el principal tema de este post.

Las implicaciones prácticas del ego

Voy a contarte una historia real que quizá no conozcas.

Había una vez, en los años 80, un guitarrista de mucho talento que tocaba en una banda de rock. La banda en cuestión acababa de firmar un acuerdo con una compañía discográfica para grabar su primer álbum. Un día, sin previo aviso, los otros miembros de la banda le dijeron al guitarrista que ya no contaban con él y que debía marcharse.

El guitarrista se sintió traicionado. Había trabajado duro para ganarse el puesto, poniendo lo mejor de su parte, y así se lo habían pagado. Profundamente dolido, empezó a pensar en lo que haría después.

Entonces se juró a sí mismo que montaría su propia banda. Una banda que sería tan fantástica y tan adorada por los fans que haría que sus excompañeros se arrepintieran hasta el fin de sus días de haberle expulsado.

Espoleado por su deseo de venganza, contrató a grandes músicos, escribió canciones día tras día y ensayó con determinación sobrenatural hasta que aquellas canciones sonaron perfectas. Gracias a todo ese duro trabajo, pronto firmó su primer contrato con una famosa compañía discográfica e inició su carrera hacia el estrellato.

El guitarrista se llamaba Dave Mustaine. Y la banda que formó, Megadeth.

Megadeth vendió 38 millones de discos en todo el mundo, recibió la certificación de disco de platino en 6 de sus 15 discos de estudio y 12 nominaciones a los premios Grammy. Dave Mustaine está globalmente reconocido como uno de los músicos más brillantes del heavy metal y su influencia se extiende a miles y miles de artistas.

Cualquiera diría, sin dudarlo un segundo, que Mustaine consiguió lo que se proponía y mucho más.

Pero había un pequeño problema: La banda que le expulsó se llamaba Metallica.

Metallica ha vendido casi 4 veces más discos que Megadeth y es considerada por muchos como la mejor banda de heavy metal de toda la historia. 

¿Pero eso qué más da?, me dirás. Mustaine alcanzó un nivel de éxito mucho mayor del que nunca había soñado. Multitud de giras con conciertos repletos de público, decenas de millones de discos vendidos en todo el mundo y una legión interminable de fans que adoraba su trabajo y le idolatraban como si fuera un dios.

¿No es eso suficiente?

Al parecer, no. 

En 2003, Mustaine admitió en una entrevista que no podía evitar sentirse un fracasado, porque no pudo superar a Metallica. En sus ojos, seguía siendo el guitarrista al que expulsaron de la mejor banda del mundo. Y sus impresionantes éxitos con Megadeth no habían conseguido que pudiera librarse de esa sensación.

Y es que el ego llevaba el volante en la vida de Dave Mustaine.

¿Qué es el ego?

El ego es esa vocecilla que te dice que tienes razón y que los demás están equivocados.

Esa vocecilla que te dice que es muy importante que ganes cuando compites con los demás.

Esa vocecilla que te dice que es mejor que no digas o hagas nada para no equivocarte.

Esa vocecilla que te dice que esto no es justo y que aquello debería ser de esa otra manera.

Esa vocecilla que te dice que el mérito de tus éxitos es todo tuyo y la culpa de tus fracasos es de los demás.

Esa vocecilla que te dice que eres el centro del universo y que todo gira en torno a ti.

Esa vocecilla que te dice que cuando alguien dice algo que no te gusta, debes tomártelo de forma personal.

Esa vocecilla que te dice que no eres suficientemente bueno si no consigues lo que han conseguido los demás.

Esta vocecilla que te dice que es mejor preservar la aceptación de los demás y plegarte a los convencionalismos que construir tu vida en base a quien eres y lo que quieres realmente, aunque ello te aparte de ciertos ambientes y ciertas personas.

Todos estamos muy familiarizados con esa vocecilla. Es extremadamente convincente y parece estar en todo momento de nuestro lado. De hecho, es ella la que lleva el volante en nuestras vidas, porque le hacemos caso prácticamente siempre.

Sin embargo, por alguna extraña razón, hay muchas ocasiones en las que comprobamos que hacer lo que nos dicta el ego no parece ayudarnos demasiado.

Y a pesar de ello, seguimos haciéndolo.

¿Por qué el ego tiene tanta presencia en nuestras vidas?

Cuando experimentamos el mundo, solemos hacerlo en base a dos dimensiones de la consciencia.

En primer lugar, percibimos que hay una serie de cosas ahí fuera. Un semáforo, una cerveza, un árbol, Chuck Norris, etcétera, etcétera. Eso es lo que consideramos como el mundo exterior.

En segundo lugar, percibimos que existe una entidad separada que observa el mundo exterior y experimenta pensamientos y emociones al respecto. Eso es lo que consideramos como nosotros mismos, o el “Yo”.

Cuando hacemos esto, no le damos demasiadas vueltas. Estoy “Yo” y está el mundo de ahí fuera. Es de cajón. ¿Qué tiene de complicado?

Pero quizá no sea tan sencillo como nos parece.

Eso que llamamos el “Yo” es en realidad el ego. Ésa es la vocecilla que oímos en nuestra cabeza constantemente. Y lo que hacemos es identificarnos con esa vocecilla.

En otras palabras, nos creemos a pies juntillas que esa vocecilla somos nosotros mismos. Y por tanto confiamos en ella sin cuestionarlo por un instante siquiera. Al fin y al cabo, ¿por qué no confiaríamos en nosotros mismos?

La verdad es que es difícil culparnos por esto, porque resulta jodidamente difícil apreciar que esa vocecilla no eres tú. Para empezar a entenderlo es necesario practicar algunas cosas de las que hablaremos después y que la mayoría de la gente no practica. Sin embargo, incluso practicándolas, muchas veces el ego nos la juega, porque es muy sibilino y suele pasar completamente desapercibido.

Si todo esto te suena a masturbación mental, déjame que te haga unas preguntas muy sencillas.

¿Te has fijado en cómo se suceden tus pensamientos? ¿En cómo aparecen y en cómo se van? ¿Te da la sensación de que tienes el control de cómo fluyen, o simplemente se mueven a su antojo?

¿Te has fijado en cómo funcionan tus emociones? ¿En cómo vienen y van con la aleatoriedad de todo lo que te sucede? ¿Te da la sensación de que tienes el control sobre ellas, o simplemente reaccionas sin saber muy bien qué es lo que las impulsa?

Si somos sinceros al responder a esas preguntas, probablemente concluyamos que no parece que estemos en absoluto en control, ¿verdad? Sin embargo, vamos por ahí inflados como pavos y con total certeza de que somos lo que pensamos y lo que sentimos.

Y quizá no sea así. 

Quizá tus pensamientos y tus emociones sean, al fin y al cabo, algo circunstancial. Quizá no formen parte del núcleo básico de lo que realmente eres. Quizá los puedas apreciar como algo separado de ti, algo que se encuentra en el mundo exterior, algo que puedes observar y evaluar.

Algo sobre lo que puedes decidir si quieres darle bola porque tiene un significado importante, o si tiene más sentido dejarlo ir por donde ha venido, porque no lo tiene.

Voy a contarte otra historia real, esta vez personal.

Hace no mucho tiempo, estuve colaborando con varias personas en el desarrollo de un proyecto empresarial. En un momento dado, surgió un problema inesperado que puso al proyecto en situación de alto riesgo y que requería solución urgente.

Después de algunas reflexiones, decidí tomar la iniciativa y aportar una solución que era poco atractiva para mí, pero que estaba dispuesto a llevar a cabo porque había desarrollado una buena conexión personal con los otros miembros del proyecto.

Curiosamente, ellos malinterpretaron mi sugerencia y no la recibieron bien. De hecho, hubo cierta recriminación hacia mí, como si pensaran que mi propuesta era egoísta y malintencionada.

Lo que pasó después fue totalmente justificado. Al menos, en mi cabeza.

Me presenté en sus oficinas como un huracán. No hubo lugar para medias tintas. Fui muy directo y hablé en un tono muy agresivo. Les eché en cara su actitud con innumerables argumentos, armado con la afilada espada de la lógica, y me marché de allí sin contemplaciones, sin dar un portazo porque no encontré ninguna puerta en mi camino.

Después de aquello me sentí un poco agitado, pero no tuve ningún problema para construir en mi cabeza miles de razones, todas ellas sólidas como una pared de hormigón, que justificaban todo lo que había hecho.  Y así transcurrió todo el día hasta que me fui a dormir, sin la más mínima duda de que tenía razón.

Al día siguiente, me levanté y me dirigí a la cocina para hacer un café. Y por algún extraño motivo, la sensación de agitación seguía ahí.

Pensé en si debía hacer algo al respecto, pero la vocecilla que oí en mi cabeza fue muy clara: Hiciste lo correcto. Se lo merecían. Tú actuaste con buena intención y ellos fueron injustos contigo.

Su argumento era convincente. Y en otro tiempo me habría convencido de ello sin ninguna duda.

Pero en esta ocasión no lo hizo.

Y es que recordé, a un nivel profundo, algo que había aprendido con las prácticas de gestión del ego y que se me había quedado grabado en la consciencia:

Da igual tener razón si después no te sientes satisfecho. Satisfecho de verdad.

Lo que me había impulsado a actuar así el día anterior fue satisfacer a mi ego. Satisfacer la necesidad de tener razón, de salvaguardar mi definición personal de lo que era justo, de no permitir a los demás que se aprovecharan de mí.

Mientras tomaba el café, intenté distanciarme de esos pensamientos y emociones que emanaban del ego, observándolos como entidades separadas y distintas del observador. Y me hice la siguiente pregunta:

¿Qué es lo que quiero realmente? ¿Cuál es el mejor resultado aquí?

Y escuché, en silencio, la respuesta.

La respuesta que me llegó no fue reafirmarme en lo que había hecho. Tampoco fue abandonar aquel proyecto y no volver a hablar con aquellas personas, ni contarle a todo el mundo lo viles y desagradecidas que eran, ni hacer un vudú con sus cabezas y proceder a clavarles agujas quirúrgicas en la lengua sin ninguna piedad.

No, lo que realmente quería era quedarme en paz, sin malos rollos. Eso era lo más importante para mí. Pero eso sólo llegó a puerto cuando me distancié un poco de mis pensamientos y emociones, me hice la pregunta adecuada y escuché la respuesta con sinceridad.

Y al escuchar supe que el ego había ganado, pero yo había perdido.

Sin pensarlo dos veces cogí el teléfono, mientras los aullidos desesperados del ego rebotaban rabiosamente dentro de mi cabeza, y me disculpé con aquellas personas por mi brusquedad el día anterior.

Podría decirte que todo acabó como en los cuentos de hadas y que aquellas personas me abrazaron y lanzamos margaritas al cielo, pero desafortunadamente no fue así. En cualquier caso, tampoco fue lo más importante. Lo más importante fue que al desenmascarar al ego y decidir disculparme, conseguí sentirme en paz y libre de malos rollos. Y no sólo eso, sino que además aprendí un poco más sobre los beneficios del autocontrol emocional.

¿Y no podrías haberte dado cuenta de todo esto un poco antes de liarla parda, Frank?

Sí, podría. Pero estas cosas no son nada fáciles. El ego me engatusó y me hizo bailar al son de su melodía sin apenas inmutarse. Y aunque yo consiguiera librarme de su hechizo poco después, está claro que todavía tengo mucho que aprender.

Todos tenemos mucho que aprender.

«Love is happy when it is able to give something. The ego is happy when it is able to take something.»

– Osho

Napoleón dijo: «Los hombres de gran ambición persiguen la felicidad y acaban encontrando la fama». Es exactamente así. Creemos que nuestros motivos son legítimos y que actuamos con rectitud, pero, en algún momento del camino, el ego se hace con el volante de nuestro vehículo y nos lleva por caminos muy diferentes a los que pretendíamos tomar.

Y no nos damos cuenta de ello. No nos damos cuenta en absoluto. Lo único que apreciamos es que, por alguna extraña razón, seguir el dictamen del ego no nos deja del todo satisfechos.

¿Podríamos entonces hacer algo para evitar que el ego nos lleve por caminos que no nos convienen demasiado?

Quizás sí.

Estrategias para reducir la influencia del ego en nuestras vidas

Existe una forma muy efectiva de conseguir que el ego tenga cada vez menos representación en cómo interactuamos con el mundo: Conocernos mejor nosotros mismos. De hecho, es probablemente la única forma de conseguirlo.

Este aspecto es extraordinariamente importante en la gesta de la conquista de la libertad personal y Frank Spartan ha cubierto sus implicaciones en varios artículos, como éste, éste y éste. A medida que vamos prestando atención y haciéndonos cada vez más conscientes de cómo somos, menos lugares tiene el ego para esconderse mientras intenta manipular los hilos de nuestra conducta.

Y ahí es donde empieza a manifestarse la verdadera libertad, porque comenzamos a librarnos de su influencia.

“The moment you become aware of the ego in you, it is strictly speaking no longer the ego, but just an old, conditioned mind-pattern. Ego implies unawareness. Awareness and ego cannot coexist.”

– Eckhart Tolle

Esto suena cojonudo, pero no cantemos victoria tan deprisa.

Nuestra frenética dinámica del día a día no incentiva precisamente a que nos vayamos conociendo mejor. Más bien al contrario. Tenemos a nuestro alrededor multitud de distracciones que nos empujan a apagar la luz de la consciencia y quedarnos a oscuras, mientras repetimos mecánicamente nuestros hábitos de entretenimiento habituales.

La buena noticia es que no es necesario que pongamos nuestra vida patas arriba para mejorar en nuestro nivel de autoconocimiento, porque hay un par de cosas que no requieren gran esfuerzo y que pueden sernos muy útiles a la hora de identificar esos momentos en los que el ego intenta inmiscuirse en nuestra conducta.

1. Escribir sobre uno mismo

Escribir un diario es una de las formas más sencillas de estimular el conocimiento de uno mismo. El mero hecho de verbalizar tus pensamientos y emociones y plasmarlos en un papel tiene un efecto terapéutico innegable, además de entrenar tu mente en el proceso de separar esos pensamientos y emociones de ti mismo y analizarlos con mayor perspectiva.  

2. Practicar la meditación

La meditación es un proceso de separación muy similar, pero en un plano más espiritual. En vez de verbalizar nuestros pensamientos y emociones en un papel, simplemente los observamos en nuestra consciencia.

Mediante esta práctica vamos entendiendo, a un nivel profundo, que no somos realmente lo que pensamos o sentimos, sino algo que trasciende a todo eso. Y eso nos ayuda a ser mucho más diestros a la hora de discernir las ocasiones en las que el ego intenta apropiarse del volante del vehículo y dirigirlo a su antojo.

Una vez que nos hacemos conscientes de la influencia manifiesta del ego en nuestra vida, resulta mucho más sencillo desactivarlo. Una vez que el ego se encuentra al descubierto, resulta mucho más sencillo observarlo como una entidad separada y comprender lo que pretende y por qué. Y una vez que comprendemos eso, resulta mucho más sencillo elegir proceder de la forma que más nos conviene, por mucho que el ego nos empuje hacia otro sitio.

Este proceso de mejora en la gestión del ego lleva su tiempo. Si tu expectativa es dominarlo tras un par de semanas de práctica, lo llevas crudo, colega. Los progresos son lentos y las recaídas continuadas. Pero si perseveras, verás cómo tus reacciones y tus decisiones son cada vez más acertadas.

Y eso, inevitablemente, te traerá buenos resultados tarde o temprano.

Pura vida,

Frank.

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