¿Por qué tenemos la sensación de que en nuestras relaciones falta algo importante?

Imaginemos que un intrépido extraterrestre llamado Zoltan se infiltra entre nosotros para comprobar si somos una civilización con la que merece la pena establecer contacto. Su misión es analizar la habilidad de los seres humanos para relacionarse entre ellos y con otras culturas, y posteriormente hacer un informe para sus superiores con las conclusiones de su investigación.

Tras un arduo viaje, Zoltan aterriza con su nave espacial en un lugar aleatorio del mundo occidental y se bebe una docena de cervezas para celebrar su llegada. Cuando se despierta, con resaca y a regañadientes, saca sus sofisticados aparatos de vigilancia de su nave espacial y observa el comportamiento de los humanos desde lo alto de una montaña durante algunos años.

Lo que Zoltan aprecia desde su montaña es que los seres humanos se van haciendo cada vez más capaces desde el punto de vista cívico, científico y tecnológico. Su sociedad es cada vez más justa y democrática, desarrollan cada vez más políticas de protección de los más débiles entre ellos, la ciencia soluciona cada vez más de sus problemas y la tecnología aumenta constantemente la productividad de prácticamente cualquier proceso que llevan a cabo.

Y Zoltan, en su infinita ingenuidad extraterrestre, asume que, a medida que la sociedad de los seres humanos evoluciona en estos aspectos, lo hará también en el aspecto relacional. Es decir, que a medida que los seres humanos expanden su potencial para hacer más y mejores cosas, sus formas de relacionarse entre ellos irán también evolucionando y aprenderán a disfrutar de interacciones más sabias, auténticas y enriquecedoras.

Pero eso no es lo que Zoltan encuentra. De hecho, para su sorpresa, es precisamente lo contrario.

Zoltan descubre que, a medida que pasan los años, los seres humanos se relacionan de forma cada vez más torpe. La frecuencia y gravedad de los conflictos bélicos se va reduciendo, sí, pero al mismo tiempo se sienten cada vez más insatisfechos, más frustrados, más resignados con sus relaciones.

Sorprendido y decepcionado por sus hallazgos, Zoltan escribe su informe, se toma otra docena de cervezas y fuma un poco de marihuana de despedida, y después se embarca en su nave espacial para volver a su planeta.

Cuando llega a su destino, Zoltan solicita audiencia y entrega su informe a sus superiores.

No son buenas noticias – le dice el Consejo de Sabios. ¿Cree que esto tiene solución, soldado?

No lo sé – dice Zoltan. No lo entiendo muy bien. Todo debería ir a mejor, pero por alguna razón va a peor.

Necesitamos más información – le dicen. No podemos arriesgarnos a establecer contacto con ellos sin tener muy claro que la forma en la que se relacionan no es una amenaza. Podrían acabar desintegrándose como sociedad. Debe regresar y evaluar ese riesgo para que podamos tomar una decisión.

Zoltan traga saliva y mira nerviosamente a los lados, buscando la cámara oculta.

¿Cuánto tiempo debo estar fuera? – pregunta Zoltan.

El que sea necesario – le responden.

Cumpliré sus órdenes – dice Zoltan, levantando con orgullo la barbilla.

Tiene nuestras bendiciones, soldado – le dicen. Por cierto, ¿por qué demonios está tan pálido? ¿Y por qué le huele tan mal el aliento?

El progresivo deterioro de las relaciones humanas

¿Estará nuestro amigo Zoltan en lo cierto? ¿Son nuestras relaciones humanas cada vez más débiles, más incompletas, más insatisfactorias?

Es probable que Frank Spartan no tenga una capacidad de lectura tan desarrollada como la de un extraterrestre con percepción extrasensorial, pero sus conclusiones no se me antojan nada sorprendentes. Las estadísticas de las que disponemos proporcionan una evidencia relativamente sólida sobre algunas tendencias que apuntan a que ese fenómeno del que habla Zoltan tenga elevadas probabilidades de ser real.

Tenemos más calidad de vida, más libertad, entretenimiento más variado, mejor sanidad, mejor alimentación, mayor comodidad, mayor cantidad y calidad de medios a nuestro alcance, más oportunidades laborales… pero peor salud mental: Más ansiedad, más depresión, más sensación de soledad que en épocas pasadas.

Curioso, ¿verdad?

La causa de estas tendencias de deterioro de bienestar emocional es evidentemente multifactorial. Hay muchas variables que pueden influir en que la salud mental de las personas se debilite. Pero lo que parece innegable es que unas relaciones de calidad es uno de los factores más efectivos, si no el más efectivo, para conseguir neutralizar ese deterioro, o al menos hacerlo parcialmente.

No tenemos evidencia científica a este respecto, pero el instinto de Frank Spartan coincide con la conclusión de nuestro amigo Zoltan: La pieza más importante que falta en el puzle de nuestro bienestar emocional es el debilitamiento progresivo de nuestras relaciones personales (tanto con los demás como con nosotros mismos), especialmente en un contexto tecnológico y social tan rápidamente cambiante y en el que esas relaciones son más necesarias que nunca para nuestro equilibrio mental y nuestra felicidad.    

Vale Frank, lo compro. Pero ¿cuál es la causa? ¿Por qué nuestras relaciones parecen ser cada vez menos satisfactorias?

Las causas son muy variadas. Pero hay tres de ellas que, en mi opinión, destacan sobre las demás. Y, curiosamente, se desarrollan en orden cronológico a medida que vamos atravesando diferentes etapas de la vida.

Veamos cuáles son.

1. Educación

La primera de esas tres grandes causas es la educación. Y no me refiero estrictamente a la educación académica, sino también, y especialmente, a la educación que recibimos en nuestro entorno familiar durante las primeras etapas de nuestra vida.

La tendencia generalizada de relación de padres-hijos sigue varias líneas maestras, ninguna de las cuales contribuye a desarrollar las habilidades de los hijos para relacionarse de forma más adecuada con los demás.

  • En primer lugar, los padres tienen cada vez menos tiempo disponible. Las horas de jornada laboral se han ido expandiendo y la logística de desplazamiento al trabajo, en línea con la tendencia de deslocalización de las grandes corporaciones, es cada vez más exigente.

Por otra parte, el tiempo resultante es de menor calidad, porque el nivel percibido de ansiedad y estrés en los padres ha ido aumentando con respecto a generaciones pasadas, lo que afecta a la energía cognitiva de la que disponen para educar a sus hijos.

  • En segundo lugar, y en cierto modo relacionado con el punto anterior, los hijos tienen una jornada repleta de actividades, en la que saltan ciegamente de una tarea a la siguiente sin apenas tiempo para aburrirse. Su proceso de aprendizaje se parece más a una línea de montaje en la que se limitan a procesar de forma lineal y estandarizada todo aquello que va llegando, que a un ambiente flexible y distendido en el que se intercambian ideas de forma libre y voluntaria, favoreciendo que, de forma natural, surja algo en sus cabezas que antes no existía.

En otras palabras, siguen un proceso de desarrollo personal automático, que les adecúa a un molde social de personalidad y comportamiento generalmente aceptados y que no les incentiva a hacerse preguntas para conocerse mejor a sí mismos.

  • En tercer lugar, en los últimos años hemos sido testigos de la proliferación de una filosofía de educación parental basada en darle a los hijos todo lo que piden, simplemente porque lo piden. Como padres, cada vez sucumbimos más a la tentación de tomar atajos para que nuestros hijos estén contentos o para que no molesten. Cada vez comulgamos con más ruedas de molino para que nuestros hijos no desentonen con respecto al grupo de amigos con el que se relacionan.

La consecuencia directa de esta filosofía de educación parental es que los hijos van interiorizando la creencia de que se merecen que el mundo les dé lo que necesitan, tal y como lo necesitan y exactamente cuando lo necesitan.

«It is not what you do for your children, but what you have taught them to do for themselves, that will make them successful human beings.»

– Ann Landers

¿Y cuál es el resultado de todas estas dinámicas que se producen durante la educación de nuestros hijos?

El resultado es que esos jóvenes se adentran en el mundo real con actitud exigente y poco tolerante, sin tener ni idea de quiénes son y lo que quieren.

Sin embargo, ellos no tienen ninguna culpa. Nadie les ha enseñado a hacerlo mejor. Ni el sistema educativo tradicional está preparado para hacerlo, ni han tenido suficiente tiempo de calidad con sus padres gracias al cual hayan absorbido algunas lecciones vitales importantes sobre cómo funciona el mundo real, cómo conocerse un poco mejor a sí mismos y cuáles son las llaves maestras que abren las puertas relevantes de la vida.

En otras palabras, se encuentran muy desorientados. Y esa desorientación es una base con cimientos muy frágiles para construir relaciones personales sólidas.

2. El entorno

La segunda de estas tres grandes causas es el entorno en el que nos desarrollamos cuando alcanzamos cierta edad. Y dentro de ese entorno hay tres elementos que tienen especial relevancia: El marketing, la tecnología y las grandes tendencias sociales.

¿Qué tienen esos tres elementos en común? Todos ellos son fuerzas que nos alejan de la conexión con nosotros mismos y nos empujan hacia priorizar la aceptación de los demás y las ideologías de grupo.

  • El marketing ha evolucionado desde una mera técnica de venta en situaciones aisladas hacia una estrategia muy compleja de persuasión y manipulación de masas basada en las ciencias del comportamiento, que se encuentra permanentemente presente. Allá donde vayamos, nuestra atención se ve secuestrada por múltiples agentes que nos impulsan a actuar de esta o aquella manera. Y esos agentes se han vuelto extraordinariamente eficientes haciendo su trabajo.  
  • La tecnología sigue esa misma estela. Con los años hemos ido desarrollando una adicción creciente a los dispositivos móviles, los cuales se han convertido en los generadores de dopamina más baratos y accesibles para la gran mayoría de la población. Sin embargo, el estilo de comunicación a través de esta tecnología es mucho más breve, disperso y superficial que el estilo de la interacción cara a cara, lo que ha provocado una serie de repercusiones en nuestra salud mental que no son demasiado positivas.

Por otra parte, el uso intensivo de las redes sociales no contribuye precisamente a la conexión relacional, sino que estimula la vanidad, la fragmentación de nuestra atención y el deseo de aceptación de los demás. Puedes tener trillones de amigos virtuales que dan “likes” a tus publicaciones y sentirte más solo que la una. De hecho, más a menudo que lo contrario, es exactamente lo que sucede.

«It has become appallingly obvious that our technology has exceeded our humanity.»

– Albert Einstein

La tecnología también ha provocado otro efecto en nuestra actitud hacia la vida que tiene un gran impacto en nuestra capacidad de relacionarnos: La impaciencia. La gran variedad de opciones de consumo que tenemos a nuestro alcance y la capacidad de acceder inmediatamente a ellas nos ha vuelto tremendamente impacientes. Si algo requiere algún tipo de esfuerzo, nuestro cerebro ha aprendido a generar el impulso natural de rechazarlo y elegir otra alternativa más sencilla de poner en práctica.

Y esto es un pequeño problema, porque la experiencia demuestra que las cosas que merecen la pena casi siempre requieren esfuerzo y paciencia. No las consigues con un click. La vida es así de cruel y retorcida. O quizá así de inteligente.

  • Finalmente, hay algunas tendencias sociales de gran calado que no contribuyen precisamente a que nuestras relaciones prosperen. Hay muchas y de muy diversos tipos, pero me voy a centrar brevemente en el movimiento feminista por su gran relevancia a nivel social.

El movimiento feminista ha realizado grandes contribuciones que han elevado la calidad de nuestra sociedad, eliminando o reduciendo algunas desigualdades manifiestas entre géneros a nivel global y local, así como protegiendo a algunos colectivos de peligros manifiestos. Y sigue haciéndolo con éxito.

Sin embargo, en algún punto del camino, una parte no pequeña de su energía se empezó a alejar de esa misión inicial y a enfocarse en un objetivo diferente, mucho más relacionado con el ansia de poder.

En aras de conseguir ese nuevo objetivo, algunos de los medios que el movimiento feminista emplea han cruzado líneas que desvirtúan la tendencia natural de relación entre géneros, dando lugar a un conflicto creciente que está provocando cambios estructurales muy relevantes en nuestra sociedad y amenazando la integridad de algunos grandes valores como la estabilidad de la familia y la armonía social.

No, no exagero. Si se siguen haciendo las cosas así, esa amenaza es muy real.

La ideología de cada uno es cosa suya. Frank Spartan tiene sus propias ideas, las cuales no encajan a la perfección en ningún grupo establecido y así seguirá probablemente siendo, porque no creo en absoluto en los grupos. Creo en la soberanía del individuo. Y tú tendrás tu propia forma de enfocar las cosas, que no tiene por qué ser en absoluto parecida a la mía.

No obstante, sea cual sea nuestro caso, si queremos construir unas relaciones personales satisfactorias, hemos de saber filtrar adecuadamente qué ideas contribuyen a que nos relacionemos con los demás de forma más sana y equilibrada y qué otras ideas contribuyen a lo contrario, sumergiéndonos en las oscuras profundidades de la satisfacción del ego, sea éste individual o relativo a un colectivo determinado.

Lo que nos lleva a la tercera gran causa de la debilidad de nuestras relaciones.

3. Ego

Cuando dejamos atrás los años de estudio y llegamos a cierta etapa de nuestra vida, nuestra visión suele empezar a estrecharse. Nuestras creencias se van afianzando, empezamos a decidir sobre nuestra carrera profesional, a estabilizar nuestro estilo de vida, a hacer una serie de grandes gastos que nos llevan en ciertas direcciones, a comprometernos con otra persona y formar una familia, etcétera, etcétera.

En ese momento, empezamos a desarrollar una necesidad que acaba cobrando una gran relevancia en nuestros procesos de decisión y que ejerce una gran influencia sobre la forma en la que hacemos las cosas:

Dar a los demás la impresión de que tenemos todo bajo control.

Si somos un poco observadores, comprobaremos que esto es el deporte nacional. Su nivel de adopción en nuestra sociedad es extraordinariamente elevado . Todo el mundo va por ahí dando la imagen de saber perfectamente lo que están haciendo y por qué.

¿Y cuál es la verdad?

La verdad es que nadie tiene ni puñetera idea de lo que está haciendo. Todos estamos improvisando. Ninguno tenemos una brújula infalible que nos muestra el camino correcto. Simplemente hacemos las cosas lo mejor que podemos, intentando no irnos al carajo en el intento.

Todos. Tú y yo también. Nadie tiene las cosas tan bajo control como parece desde fuera. Todos tenemos creencias contradictorias, insatisfacción existencial, altibajos emocionales, complejos, miedos, inseguridades y tintes paranoicos.

Nuestra vida no es tan perfecta. De hecho, es un milagro que sigamos vivos con tantas imperfecciones.

Sin embargo, no mostramos nada de esto a los demás. De hecho, nos guardamos muy mucho de hacerlo. ¿Por qué?

El ego.

Somos demasiado orgullosos para permitir que algo así salga a la luz. Creemos que mostrarnos vulnerables será nuestra muerte social, porque nuestras imperfecciones nos colocarían un escalón por debajo de los demás.

Esta resistencia interior no era tan poderosa cuando éramos más jóvenes. En aquella época nuestras relaciones eran más puras, más simples, más libres. Si había afinidad entre dos personas, eso generalmente bastaba para construir una buena relación. Otras variables como la clase social, la afiliación política, las apariencias y los intereses profesionales no estaban tan presentes.

Pero ahora es distinto. Ahora, todo eso importa. Vaya si importa.

Por eso, en vez de mostrar nuestra verdadera cara, preferimos disimular. Preferimos ser cínicos y sarcásticos. Preferimos callar. Preferimos no desentonar. Preferimos alardear de cosas que no nos importan demasiado, simplemente porque las personas del grupo al que nos interesa pertenecer las valoran.

“People are lonely because they build walls instead of bridges.”

– Joseph F. Newton

Así, lentamente, vamos perdiendo la conexión con nosotros mismos. Es el personaje social quien manda, quien habla, quien calla, quien decide, ignorando a nuestra voz interior, que nos habla desde la lejanía en un tono cada vez más débil e imperceptible.

Y cuando llegamos a ese punto, perdemos toda esperanza de formar relaciones auténticas.

Este fenómeno es muy real. Si sentimos que hemos perdido conexión con algunos amigos con los que antaño teníamos buena relación, es muy posible que ésta sea la razón. La razón por la que sentimos que los otros no nos entienden del todo. La razón por la que preferimos guardarnos algunas cosas para nosotros a compartirlas con alguien. La razón por la que nos pasamos la vida hablando de chorradas intrascendentes con los demás cuando estamos deseando hablar de otras cosas que nos importan mucho más.

El ego hace que la máscara social de invulnerabilidad se vaya apoderando del alma de muchas personas a medida que pasan los años. Y cuando nos encontramos con esas máscaras nos resulta muy difícil congeniar con ellas, a no ser que nosotros mismos nos pongamos otra máscara parecida.

Lo cual es precisamente lo que suele suceder.

Pero eso no es la mejor solución a este problema. Al menos a Frank Spartan no se lo parece, en vista de los resultados. Así que vamos a probar de otra manera. Una manera que nos va a costar un poco más, pero que tiene muchas más probabilidades de funcionar.

Cómo mejorar nuestras relaciones

Volvamos a nuestro amigo extraterrestre.

Zoltan se ha tirado otro porrón de años observando a los seres humanos y empieza a atar cabos. Va entendiendo mejor las causas del deterioro progresivo de sus relaciones personales y en su cabeza empiezan a germinar algunas ideas.

Zoltan escribe el informe con los resultados de su investigación y sus recomendaciones al alto mando. Cuando termina, se toma otra docena de cervezas, esnifa un bote entero de pegamento y se cae de bruces por la ladera de la montaña. A la mañana siguiente se despierta descalzo y en calzoncillos abrazando una gran roca. Todo apunta a que algún lugareño le encontró y se llevó sus botas y su uniforme de combate.

Zoltan escala de nuevo la montaña mientras emite todo tipo de exabruptos extraterrestres. Al llegar a la cima, se embarca en su nave y emprende el largo viaje hasta su planeta. Cuando llega se acicala un poco, se mete un caramelo de menta en la boca para disimular el mal aliento y se presenta ante el alto mando.

¿Y bien? – le pregunta el Consejo de Sabios. ¿Cuáles son sus conclusiones, soldado?  

Mi conclusión es que los humanos no son una raza particularmente peligrosa en este momento – responde Zoltan. No aprecio riesgo de autodestrucción a corto plazo. Sin embargo, su forma de relacionarse es cada vez más insana y eso incrementa el riesgo a medio y largo plazo.

¿Cree que es posible revertir esa tendencia? – le preguntan.

Francamente, no estoy seguro – responde Zoltan. Si tuviera que apostar, diría que sí. Creo que tienen mucho potencial para construir relaciones más profundas que les permitan vivir en armonía y con mayor satisfacción vital, pero hasta ahora no han tenido los incentivos adecuados para hacerlo. Necesitan un poco de ayuda para orientar su atención en la dirección correcta.

¿Recomienda que establezcamos contacto? – le preguntan.

Sí. Ésa es mi recomendación – responde.

Entendido – le dicen. El ejército le agradece encarecidamente sus servicios. Puede ir a dormir la mona.

Frank Spartan coincide con la evaluación de nuestro amigo Zoltan. El potencial está ahí, pero fallan los incentivos. Los incentivos que hemos construido nos empujan a desoír nuestra voz interior en aras de conseguir aceptación y mayores posibilidades de éxito social y material. Pero eso cercena nuestras posibilidades de estar en paz con nosotros mismos y establecer relaciones auténticas. 

Y eso es un caballo perdedor ya en la casilla de salida, porque sin cimientos sólidos en esas áreas todo lo demás se tambalea. Puede tardar más o menos en hacerlo, pero acaba siendo así. 

La única solución es la resistencia individual a dejarnos llevar por los incentivos del sistema. La única solución es el compromiso personal con descubrir y promocionar nuestra voz interior, cueste lo que cueste. La única solución es hacer a nuestra voz interior el núcleo del cual emana todo lo importante, especialmente nuestras relaciones con los demás.

Esa voz interior será imperfecta. Será vulnerable. Será diferente a lo que se suele ver. Y es probable que no conecte especialmente bien con algunas personas de nuestro entorno.

Sin embargo, también será auténtica. Será original. Será humilde y valiente al mismo tiempo. Y en ese entorno de confianza mutua sí que se pueden formar relaciones profundas y satisfactorias. Relaciones especiales y auténticas. Relaciones que quizá no serán tan numerosas como las de antes, pero que nos llenarán infinitamente más, porque podremos y querremos expresarnos tal y como somos. No como querríamos que los demás nos vieran.

Y eso es una liberación. 

«The most important ingredient we put into any relationship is not what we say or what we do, but what we are.»

– Stephen Covey

Pura vida,

Frank.

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