Los seres humanos somos animales gregarios. Tendemos a vernos inclinados a hacer lo que percibimos que los demás hacen. Cuando una idea o comportamiento se convierte en algo generalmente aceptado por nuestro círculo de referencia, nuestro cerebro lo categoriza por defecto como algo deseable, salvo que tengamos evidencias muy significativas en contra, o que entre en conflicto directo con nuestras creencias más arraigadas.
Robert Cialdini, el psicólogo y escritor estadounidense, se refirió a este fenómeno en su libro Influencia como el principio de consenso social. Este principio dicta que las personas, especialmente en situaciones de incertidumbre, tienden a buscar referencias en el comportamiento de los demás y dichas referencias se convierten en los factores determinantes de su propio comportamiento.
El gran poder del principio del consenso social tiene dos raíces: Una evolutiva y otra cultural.
- Por un lado, cuando nos paseábamos por el bosque alegremente con un taparrabos, nuestra supervivencia física dependía de mantenernos aceptados por la tribu. Y ello implicaba que no nos convenía demasiado pasarnos de listos y desentonar con el consenso del grupo.
Esa idea, en términos de lógica cavernaria, se traducía en saber que tenemos más posibilidades de cazar un dinosaurio si nos acompañan otros cincuenta salvajes melenudos hambrientos que si lo hacemos nosotros solos. Y es que nuestros antepasados de la prehistoria no sabrían leer, pero de matemáticas básicas sabían un huevo.
- Por otro lado, nuestra cultura sigue las mismas directrices que nuestra supervivencia evolutiva, aunque lo hace de una forma un poco más sutil que provocando la muerte al desdichado que las incumple. Las herramientas de ahora son más civilizadas, pero no por ello menos efectivas.
Nuestro sistema educativo tradicional, por ejemplo, está diseñado para moldear las mentes de forma homogénea, no para estimular la originalidad y el pensamiento crítico. Y nuestra forma de relacionarnos en sociedad dispone de múltiples mecanismos para despreciar a aquellas personas que deciden saltarse la norma de lo generalmente aceptado a la torera.
En resumen, hoy tenemos distintas razones y distintos incentivos, pero se sigue produciendo el mismo efecto en nuestra psique que hace miles de años: Desear aceptación de los demás y buscar la mayor consistencia posible con ellos.
Lo cual tiene sus ventajas, pero también sus inconvenientes.
Uno de los inconvenientes más grandes es que a menudo rechazamos automáticamente ideas que nos parecen inconsistentes con lo que la inmensa mayoría de la gente hace. Cuando nos exponemos a ellas, el principio del consenso social provoca que automáticamente pensemos que son ideas equivocadas y no les demos demasiada bola.
Sin embargo, eso no tiene por qué ser necesariamente así. De hecho, en algunos casos de gran importancia para nuestra satisfacción vital, no lo es.
Veamos algunos de ellos.
1. La educación
La primera idea que parece errónea es que una educación de alto nivel y prestigio no es algo tan deseable si quieres vivir una buena vida.
La idea generalizada en nuestra sociedad es que cuanto más reconocido esté el colegio, la universidad, el máster o el posgrado, mejor formación recibirán nuestros hijos, más dinero estaremos dispuestos a pagar, más responsabilidad podremos delegar en la institución educativa, mayores expectativas adoptaremos con respecto a la competencia de nuestros hijos y menor flexibilidad tendremos con respecto a ideas poco convencionales que surjan en sus cabezas, por mucho que les apasionen.
Cuando entramos por ese selecto pasillo, creemos que nuestras opciones van a expandirse y que vamos a poder optar a hacer muchas más cosas.
Pero no es así.
Lo que sucede en la práctica es exactamente lo contrario. Nuestras opciones se estrechan. La presión por complacer a los demás aumenta. La conexión con nosotros mismos se diluye. Y el verdadero aprendizaje, que no es otra cosa que la capacidad de descubrir cosas por nosotros mismos a través del ensayo-error, desaparece ante nuestros ojos para transformarse en el triste sucedáneo de obedecer los dictámenes de personas cuya forma de ver el mundo no tiene por qué coincidir con la nuestra.
Quizá la educación de prestigio te proporcione la posibilidad de llamar a algunas puertas a las que no podrías llegar por tus propios medios. Pero eso es algo que generalmente no tiene tanto valor como se le suele dar, porque es muy posible que ésas nos sean las puertas a las que de verdad te interesa llamar. Puede que sean otras. El problema es que no acertamos a saberlo, porque las expectativas asociadas a ese tipo de educación no dejan espacio libre para que nos hagamos ese tipo de preguntas.
Y esto no es nada bueno, porque tu mejor apuesta para ser feliz a largo plazo es saber a qué puertas te interesa de verdad llamar y desarrollar la iniciativa y la libertad de pensamiento suficiente como para poder encontrar la manera de hacerlo. Así es como vivirás tu propia vida y no la vida que otros quieren que vivas.
Lo que Frank Spartan te está diciendo es que estrategias como montar un pequeño negocio o trabajar unos años en una start-up cuando todavía eres joven te darán una formación mucho más útil para la vida que el mejor colegio o universidad que puedas encontrar. Que hay formaciones especializadas en habilidades sociales que son fácilmente accesibles y que multiplicarán tus posibilidades de conseguir éxito en la vida más que cualquier título académico por muy selecto y sofisticado que sea. Y que la curiosidad autodidacta es un motor de propulsión para el aprendizaje mucho más poderoso que el deseo de impresionar a los demás con galardones socialmente aceptados.
“To ask the ‘right’ question is far more important than to receive the answer. The solution of a problem lies in the understanding of the problem; the answer is not outside the problem, it is in the problem.”
– Jiddu Krishnamurti
2. El gustar a los demás
La segunda idea que parece errónea es que gustar a cuanta más gente mejor no es un buen objetivo.
Cuando tomamos decisiones sobre cómo comportarnos en determinadas situaciones, el gustar a los demás suele ser una de nuestras principales brújulas. Tendemos a pensar que gustar siempre es mejor que no gustar, porque preserva la armonía en el ambiente, nos hace sentirnos seguros y alimenta nuestra autoestima.
Sin embargo, querer gustar no suma tanto valor a tu vida. De hecho, es muy posible que reste más que sume, porque es un objetivo que te aleja de otro objetivo mucho más importante, como es el de exponerte al mundo con tu auténtica voz, defendiendo sin miedos quién eres y lo que quieres.
Tu auténtica voz puede gustar a los demás o no gustarles. De hecho, es muy probable que a algunas personas no les guste. Pero eso no tiene nada de malo. Lo que sí tiene mucho de malo es subordinar tu propia esencia a los deseos de los demás, simplemente porque quieres gustarles.
¿Es eso algo arriesgado? Depende de cómo lo mires. Si por arriesgado te refieres a que vas a chocar con algunas personas, sí, seguro que lo harás. Pero según vayas evolucionando, irás aprendiendo. Irás puliendo tu actitud y tu visión de la vida. Irás acercándote a una versión de ti mismo más perfeccionada, más consciente, más responsable y más consistente con quién eres de verdad.
Por eso, esta forma de actuar, a pesar de las fricciones de corto plazo, es tu mejor movimiento a largo plazo. Y viceversa: Querer gustar parece poco arriesgado y muy satisfactorio a corto plazo, pero a largo plazo es muy posible que pierdas el rumbo y no sepas realmente quién eres, ni por qué demonios haces lo que haces.
“Care about what other people think and you will always be their prisoner.”
– Lao Tzu
3. El tener mucho dinero
La tercera idea que parece errónea es que tener mucho dinero no es algo tan deseable.
Muchos de nosotros soñamos con ser ricos. Fantaseamos con pegar un pelotazo o que nos toque la lotería para poder vivir esa vida maravillosa y exenta de problemas que vemos en las revistas y las películas de Hollywood, porque creemos que así seríamos mucho más felices.
Sin embargo, esto no es así. De hecho, Frank Spartan está totalmente convencido de que es mejor tener solamente suficiente dinero, que tener mucho más del suficiente.
¿Qué quiero decir con suficiente? Quiero decir el que te permita lanzarte a hacer lo que realmente te interesa hacer, pero sin que ello implique una vida desprovista de obstáculos. Tiene que haber obstáculos. Tiene que haber retos. Tiene que haber riesgo de consecuencias negativas importantes si tomas malas decisiones. Porque todas esas dificultades te mantienen en la brecha. Mantienen viva tu iniciativa, tu ética de trabajo, tu creatividad. Y te mantienen en una situación vital que no difiere demasiado de las personas con las que te interesa relacionarte, o al menos facilita que ellas no lo perciban así.
A veces le hago a la gente la siguiente pregunta: ¿Preferirías que te tocaran 3 millones de euros o 50 millones de euros en la lotería?
Todo el mundo, sin excepción, contesta 50. Y todo el mundo, sin excepción, me mira como si hubiera preguntado una chorrada.
Pero no, no es ninguna chorrada. La mejor elección es 3, no 50. Una cantidad tan grande como 50 tiene muchas más probabilidades de hacerte bajar la guardia. De volverte blando. De hacerte dependiente de la comodidad. De alejarte de tus amistades de toda la vida. De matar tu deseo de mejorar a través de tu propio esfuerzo. De que tus hijos no aprecien lo importante que es ganarse la vida con trabajo duro, que den muchas cosas por sentado y que no desarrollen las habilidades necesarias para encontrar la felicidad por sí mismos.
Todas ésas son cosas que drenarían una enorme cantidad de felicidad y satisfacción de tu vida. Puedes creer que no cambiarías lo más mínimo tu comportamiento ni adoptarías hábitos destructivos si de repente fueras rico, pero hay múltiples evidencias que demuestran que eso no es en absoluto tan sencillo como parece.
“It doesn’t matter about money; having it, not having it. Or having clothes, or not having them. You’re still left alone with yourself in the end.”
– Billy Idol
4. El amor romántico
La cuarta idea que parece errónea es que decidir sobre una relación sentimental que tiene vocación de prosperar a largo plazo con el criterio principal del amor romántico que sentimos por esa persona no es una buena idea.
Cuando pensamos en nuestra relación sentimental ideal, tendemos a pensar en una relación repleta de amor romántico. Una relación intensa y apasionada, en la que la otra persona nos parece una maravilla de la naturaleza y no paramos de ver arcos iris y unicornios con alas surcando los cielos. Y que cuando dejamos de experimentar esa sensación y de hacer el amor con esa persona tres veces al día, interpretamos que la relación ha perdido la magia y que necesita respiración asistida.
Sin embargo, el amor romántico no es el ingrediente que más probabilidades tiene de hacer que una relación prospere. El amor romántico es una idealización y un embelesamiento poco realista de la otra persona, que no se basa en una perspectiva equilibrada y que a menudo es posesivo, volátil e impredecible. Necesitamos algo más para construir una relación a largo plazo.
Una buena elección de pareja no debe basarse principalmente en el amor romántico. El amor romántico es deseable, pero no es suficiente. Las variables de mayor importancia al tomar ese tipo de decisión son otras: La compatibilidad de atributos de personalidad, la armonía de objetivos y filosofía de vida, una forma mutua de resolver conflictos que funcione, un estilo de comunicación constructivo, una manera similar de entender las relaciones íntimas.
Elegir con ese tipo de criterios en mente es elegir con buenas probabilidades de ganar, incluso de conseguir que el amor romántico perdure en el tiempo y se vaya transformando en un tipo de romance más equilibrado y sostenible.
Por el contrario, elegir con el amor romántico como brújula principal es como jugar a la ruleta rusa. Te dejas llevar por el subidón de adrenalina y confías en tener suerte, pero sin ninguna estrategia que favorezca el resultado que deseas.
«Love in action is a harsh and dreadful thing compared with love in dreams.»
– Fyodor Dostoyevsky
5. Las prioridades familiares
La quinta idea que parece errónea es que ni tus hijos ni tu pareja deben ser tu prioridad principal, y menos aún en ese orden.
Esta idea tiene su miga y no es nada políticamente correcta, pero permíteme que exponga el argumento y después podrás insultarme tanto como quieras.
Cuando tenemos pareja estable, es habitual sacrificar algunas cosas que son importantes para nosotros para satisfacer a nuestra pareja. Y cuando tenemos hijos, es habitual ponerles en el foco prioritario de atención, relegando todo lo demás a un segundo plano.
En otras palabras, primero ponemos las necesidades de nuestros hijos, luego las necesidades de nuestra pareja, y finalmente nuestras propias necesidades. Eso es lo que nos parece más lógico, porque de algún modo sentimos que es nuestro deber.
Sin embargo, ése no es el orden más astuto para que las cosas vayan bien a largo plazo. El orden más astuto es el orden inverso. Primero nosotros, luego nuestra pareja, y luego nuestros hijos. No por una cuestión de exaltación del egoísmo, sino porque es la estrategia que más probabilidades tiene de producir beneficios sostenibles en todos los eslabones de la cadena.
Si la relación con nosotros mismos no es satisfactoria debido a que dejamos de lado cosas que consideramos importantes para nuestra felicidad en aras de satisfacer a los demás, es probable que esa frustración se vaya filtrando a nuestra relación de pareja y a la relación con nuestros hijos, provocando el efecto contrario que pretendíamos.
Del mismo modo, si priorizamos a nuestros hijos por encima de todo y descuidamos nuestra relación de pareja, es probable que esa relación de pareja se deteriore y eso acabe impactando negativamente el bienestar de nuestros hijos.
Por eso es importante priorizar el objetivo de llegar a unos mínimos relativamente ambiciosos en cada uno de los eslabones, y hacerlo exactamente en ese orden. Primero, asegurarte de que preservas las cosas que son realmente importantes para ti. Una vez que has completado con éxito ese nivel, asegurarte de que dedicas suficiente cariño y atención a la relación con tu pareja. Y una vez que has completado con éxito esos dos niveles, asegurarte de que haces la mejor labor posible con tus hijos.
¿Por qué? Porque si esos dos pilares son sólidos, su fuerza se filtrará al bienestar de tus hijos y también a todo lo que te rodea, creando un ecosistema sólido y sostenible.
Esta idea será todo lo políticamente incorrecta que quieras, pero es verdad de la buena.
Ahora ya puedes proceder a insultarme sin reservas.
«Sometimes we pay most for the things we get for nothing.»
– Albert Einstein
6. La atracción
La sexta idea que parece errónea es que la atracción no responde a atributos externos, sino a atributos internos.
Cuando nos proponemos atraer a los demás e influenciarles para conseguir que hagan algo, a menudo enfocamos nuestra atención en desarrollar atributos externos: Tener buen aspecto, una posición económica cómoda, símbolos que representen que estamos en un escalón alto en las jerarquías de poder, etcétera, etcétera. Y usamos esos atributos externos como nuestras principales armas de seducción.
Y sí, esto puede hipnotizar a los demás durante unos momentos, pero no son unos cimientos estables desde los que ejercer un liderazgo efectivo. La capacidad de inspirar a otros y motivar un cambio en ellos surge de otras fuentes que son ajenas a este tipo de elementos externos. Surge de atributos internos.
El carácter, los valores, la visión del mundo, la filosofía de vida. La empatía, la sinceridad, la integridad, la generosidad. Ésas son las cosas que generan auténtica atracción. El tipo de atracción que perdura, que crece con el tiempo y que transforma las relaciones en algo mejor de lo que eran.
Todas estas cosas, sin excepción, surgen del interior. Surgen de una decisión personal sobre el tipo de persona que queremos ser y de cómo manifestamos esa decisión en el entorno en el que nos movemos en el día a día.
Por esta razón, la auténtica fuente de la atracción no es conseguir trofeos y pasearnos por ahí enseñando nuestro vistoso plumaje para impresionar a los demás. La auténtica fuente de atracción es el desarrollo personal. Es el cultivo del interior. Es, en una palabra, enfocar la atención en convertirnos en la mejor persona que podemos ser.
«Don’t be impressed by money, followers, degrees and titles. Be impressed by kindness, integrity, humility and generosity.»
– Richard Feynman
7. El éxito
La séptima idea que parece errónea es que el verdadero éxito no se obtiene a través de reconocimientos externos, sino a través de la consistencia entre quiénes somos en realidad y qué decidimos hacer con nuestro tiempo.
Quien más, quien menos, todos deseamos el éxito. Todos queremos que nos vaya bien. Donde solemos diferir es en la forma de conseguir ese éxito. O, dicho de otro modo, en la misma definición de lo que la palabra «éxito» significa.
A menudo, nuestra definición de éxito suele anclarse al reconocimiento externo. Es una definición muy simple: Si los demás consideran que somos una persona que ha obtenido la mayoría de los símbolos tradicionales de éxito, automáticamente pensarán que tenemos éxito y nosotros también pensaremos lo mismo. Por eso, nuestros objetivos vitales suelen ir ligados a obtener esos símbolos tradicionales de éxito.
¿Y cuáles son esos símbolos?
Los conoces muy bien: Puestos de autoridad dentro de nuestro campo profesional, vivir en ciertos barrios, tener cierto tipo de vivienda, vestir de ciertas maneras, tener cierto tipo de coches, pertenecer a ciertos clubes, elegir cierto tipo de vacaciones, relacionarnos con cierto tipo de personas, etcétera, etcétera.
Ésas son las cosas que pensamos que merece la pena conseguir, porque creemos que si las conseguimos sentiremos que hemos tenido éxito en la vida.
Sin embargo, el verdadero éxito no surge de ahí. El verdadero éxito surge del sentimiento que invade todo nuestro ser cuando hemos llegado al final del camino y miramos atrás. Y ese sentimiento se basa en una única pregunta:
¿Hemos manifestado en nuestros actos lo que reamente somos y lo que realmente queremos, o nos hemos traicionado a nosotros mismos?
Por eso, el origen del verdadero éxito es el conocimiento de uno mismo. Es intentar entender quién eres, qué es lo que realmente quieres y por qué. Y una vez tengas una idea más o menos clara de la respuesta a esas preguntas, entonces podrás elegir cómo mejor satisfacer los deseos que emanan de tu auténtica naturaleza a través de tus actos. A través de lo que haces y de lo que no haces.
Si decides andar ese camino, es posible que no consigas obtener tantos símbolos tradicionales de éxito como en el camino convencional. Sin embargo, a la hora de la verdad, cuando llegue ese momento en el que ya no es posible hacer trampa, es muy probable que sientas, en lo más profundo de ti, que has tenido verdadero éxito. El éxito que de verdad importa.
«Success means having the courage, the determination, and the will to become the person you believe you were meant to be.»
– George Sheehan
Conclusiones
A veces nos encontramos con ideas que parecen erróneas, pero que con un poco de perspectiva pueden revelarnos grandes verdades. Verdades que, si las incorporamos a nuestras decisiones y comportamientos, pueden resultarnos de gran utilidad para vivir una buena vida en este mundo loco en el que nos ha tocado vivir.
A veces sólo hace falta mirar en los lugares que se encuentran a la vista de todos con una perspectiva un poco diferente para descubrir un tesoro escondido.
A veces es algo tan simple como eso.
Pura vida,
Frank.
Qué buen post Frank! Totalmente de acuerdo.
Gracias como siempre por conducirnos hacia la reflexión y el autoconocimiento.
Un abrazo, pura vida!
Gracias por tus palabras Clara. Me alegro de que te haya gustado.
Pura vida,
Frank.