¿Es preferible un dolor intenso y fugaz, o uno soportable y duradero?

Bud lleva varios años en su trabajo como directivo de una gran corporación. Lo que hace no le satisface del todo y a veces siente que ha vendido su alma al mismísimo diablo, pero se ha esforzado mucho para llegar a donde está y no quiere dejarlo precisamente ahora.

Beatriz lleva varios años de relación sentimental con su actual pareja. No está segura de que el individuo que escudriña la televisión como un halcón cuando hay un partido de fútbol, momentos después de haber pasado por alto su nuevo corte de pelo, sea el hombre de su vida. A veces piensa en dejarlo, pero cree que las cosas irán a mejor en algún momento y permanece en la relación.

Bill lleva mucho tiempo siguiendo las directrices de sus padres. Tiene otras aspiraciones sobre su carrera profesional, su círculo de amistades y sus aficiones que casan mejor con su personalidad y sus intereses, pero no se decide a explorarlas para no decepcionar a su familia después de todo lo que han hecho por él.

Ellen trabaja en una asesoría y tiene un cliente que no hace más que crearle problemas y disgustos. A veces piensa en decirle algunas verdades sin pelos en la lengua para corregir su actitud, pero no lo hace porque ese cliente representa una gran parte de los ingresos del negocio y tiene miedo de perderlo.

Todos estos son casos reales de personas que Frank Spartan conoce de primera mano, aunque sus nombres son ficticios para preservar su anonimato. Si la percepción es tu fuerte, quizá hayas reparado en que son los nombres de algunos personajes de la película Kill Bill.

Majaderías de Frank. Sigamos.

Estos no son casos aislados. Quizá las circunstancias concretas de cada uno de ellos sean muy particulares, pero el tipo de situación en la que se encuentran estas personas es extraordinariamente común. Tan común que la inmensa mayoría de nosotros acabamos inmersos, más tarde o más temprano, en una situación similar en nuestra propia vida.

Y no sólo eso. También es probable que, cuando se nos presente dicha situación, nosotros mismos reaccionemos de forma similar a como están reaccionando nuestros cuatro protagonistas: Eligiendo permanecer en el mismo camino en el que se encuentran, en vez de cambiar de dirección y tomar uno nuevo.

¿Por qué? Muy sencillo: Porque ésa es la forma en la que nuestra mente suele enfocar este tipo de decisiones, seamos conscientes de ello o no.

Pero eso no quiere decir que sea la forma más acertada de hacerlo.

Veámoslo.

Por qué preferimos diferir el dolor  

En situaciones como las descritas anteriormente, cuando pensamos que lo mejor es permanecer en el camino actual y no probar suerte con otras alternativas, lo que estamos haciendo es básicamente lo siguiente:

Evitar un dolor potencialmente corto pero muy intenso y elegir un dolor probablemente largo pero soportable.

Seguro que esto te suena. Apostaría la barba a que en situaciones reales de tu propia vida has tomado muchas decisiones con este tipo de mentalidad y que todavía te encuentras en más de un camino que alguna vez te planteaste abandonar.

Pues bien, vamos a desgranar esta filosofía de toma de decisiones un poco más. No con el objetivo de tocarte las narices, ni mucho menos, sino para entenderla mejor.

En este tipo de decisiones suele haber dos variables en juego:

  • Una de ellas es medianamente consciente – llamémosla “consciente” a secas – y por tanto la solemos tener en cuenta al decidir.
  • La otra es largamente inconsciente – llamémosla “inconsciente” a secas – y por tanto no la solemos tener en cuenta al decidir.

La variable consciente es la intensidad del dolor. Es decir, cómo de duras y difíciles creemos que serán las diferentes opciones.

Lo que generalmente hacemos es creer que la intensidad del dolor asociado a renunciar al camino existente y elegir el nuevo va a ser tan grande que nos resulta irrelevante que vaya a durar – potencialmente – poco tiempo. Lo que nuestra mente concluye es que debemos evitar ese dolor tan intenso a toda costa.

Este dolor asociado a elegir un nuevo camino puede tener muchas caras diferentes: Sensación de pérdida porque todo el esfuerzo que hemos hecho para llegar a donde estamos ha sido en balde, sensación de riesgo de fracaso personal, sensación de peligro de no cumplir las expectativas de los demás, sensación de destrucción de riqueza económica inmediata, etcétera, etcétera. Lo que hace nuestra mente es magnificar las dimensiones de todas esas posibles facetas del dolor, de forma que su intensidad nos resulta insoportable en el presente.

Por esta razón preferimos el dolor menos intenso del camino conocido, aunque dure más tiempo, y nos aferramos a la esperanza de que las cosas vayan a mejor.

La variable inconsciente es el coste de oportunidad del tiempo perdido. Es decir, todo lo que dejamos de hacer y todo lo que dejamos de sentir por permanecer donde estamos.

Decimos que esta variable es largamente inconsciente porque nuestra mente suele centrarse en la intensidad del dolor como factor principal en la decisión, ignorando el impacto de dicha decisión en nuestra insatisfacción a largo plazo. Ignora el descomunal efecto del creciente peso de esa insatisfacción en el tiempo.

El problema de ignorar la variable inconsciente es que, tal y como vamos comprobando en nuestras propias carnes, ésta se hace dolorosamente consciente a medida que vamos agotando el tiempo que nos queda para reaccionar. Cuando nos damos cuenta de que nos vamos quedando sin opciones de cambiar de dirección, la variable inconsciente pasa a ser consciente.

Y es en ese momento cuando el mundo se nos cae encima. Cuando nos damos cuenta de que ya no tenemos tiempo.

Entremos un poco más en todo esto, porque el tema tiene su miga.

Los sesgos cognitivos que nos empujan a permanecer en el camino actual

Vamos a entrar brevemente en el mundo de la psicología del comportamiento, porque hay algunas cosas que debemos tener en cuenta si queremos explicar todo este berenjenal mental con cierto criterio.

Cuando nos enfrentamos a este tipo de decisiones, hay una serie de sesgos cognitivos que se activan en nosotros y que influencian enormemente cómo enfocamos las cosas. Digamos que son unos pequeños duendecillos invisibles que mueven el volante de nuestros pensamientos en direcciones que no siempre nos convienen.

No me malinterpretes, no es que tengamos ninguna tara mental por haber bebido demasiada cerveza o fumado demasiada marihuana en nuestros años mozos, sino que estos sesgos son consustanciales a nuestra naturaleza debido a miles de años de evolución humana y no podemos hacer gran cosa para librarnos de ellos.

En otras palabras, esos duendecillos no son unos cabronazos crueles y sin escrúpulos porque sí. Están ahí por una razón. Lo que ocurre es que esa razón era más útil hace 10.000 años que ahora.

Sin embargo, aunque no podamos librarnos de ellos, lo que sí podemos hacer es aprender a identificarlos. Y eso es interesante, porque el mero hecho de tomar conciencia de su influencia puede ayudarnos a conseguir que no afecten tanto a nuestro juicio.

Entremos en harina.

Los sesgos cognitivos que suelen activarse en este tipo de decisiones son muchos y muy variados, pero hay dos que destacan especialmente sobre los demás.

El sesgo del coste irrecuperable (“sunk cost”)

El sesgo del coste irrecuperable es increíblemente poderoso. Su efecto es anclarnos a continuar haciendo algo simplemente porque hemos incurrido en un coste (dinero, tiempo, esfuerzo, etcétera) para poder llegar hasta donde estamos. Un coste que ya no podemos recuperar.

Éste es el sesgo que te muerde el trasero cuando ya llevas tres años en una carrera universitaria y sabes que eso no es lo tuyo. El que te muerde el trasero cuando ya has leído la mitad de un libro o has visto la mitad de una película y te das cuenta de que no te está gustando. El que te muerde el trasero cuando llevas varios años haciendo méritos para conseguir una promoción en un trabajo que no te convence o tantos otros años en una relación sentimental que no te satisface del todo. 

El razonamiento lógico contra el sesgo del coste irrecuperable está en su propio nombre: Lo que has hecho hasta ahora, hecho está. Es irrecuperable, colega. Y por tanto no debe influenciar en absoluto lo que hagas a partir de ahora. Lo único que importa es saber qué es lo mejor para ti enfocando tu atención en dónde estás y hacia dónde debes dirigirte, y no enfocándola en todo lo que has hecho en el pasado para llegar hasta ahí.

Sin embargo, el razonamiento lógico no suele ganar estas batallas. Y no las gana porque se enfrenta a un adversario mucho más fuerte: Nuestras emociones. Nuestro lado irracional. Y nuestro lado irracional dice que le importa un bledo todo eso. Lo que le importa es satisfacer la necesidad de ser consistente con el pasado, porque ser consistente es un elogio para nuestro ego.

Si cambiáramos de rumbo, estaríamos admitiendo que nos hemos equivocado, lo que sería un socavón inaceptable en nuestra credibilidad.  Y claro, cuanto más tiempo seguimos en el camino actual, más poderoso se vuelve este sesgo y menos tolerante se vuelve nuestro ego.

A veces tiene sentido seguir adelante. Pero lo que hemos de vigilar es que no lo estemos haciendo por las razones equivocadas. Lo que hemos hecho hasta ahora, si es irrecuperable, no debería afectar a nuestro juicio en absoluto.

Cuando empieces a enfocar las cosas de esta forma, oirás los gritos de este sesgo en tu cabeza día y noche. Es imposible no oírlos. “Todo ese trabajo, todo ese esfuerzo, todo ese dinero… ¿para nada?” Pero cuando lo oigas, al menos sabrás que no debes hacerle mucho caso, porque ese sesgo no quiere lo mejor para ti. Quiere lo mejor para tu ego.

Y, mucho más a menudo que lo contrario, lo mejor para ti y lo mejor para tu ego son cosas excluyentes.

El sesgo de disponibilidad

El sesgo de disponibilidad hace referencia al fenómeno por el cual tendemos a interpretar las cosas en base a la información que hemos retenido en la memoria y a la que nos resulta más sencillo acceder.

La consecuencia de este sesgo es que a menudo sobrevaloramos la importancia de algunos factores que en realidad no lo son tanto, y viceversa, simplemente porque recordamos ciertas cosas que hemos visto u oído, o ciertas cosas que nos han sucedido a nosotros mismos en el pasado.

Si alguien nos dice que se le ha inundado la casa, es mucho más probable que contratemos un seguro contra inundaciones con todo tipo de coberturas si una compañía de seguros nos llama. Si hay un accidente aéreo, es mucho más probable que cojamos menos vuelos en los meses siguientes y usemos más el coche. Si vemos en las noticias que un bañista ha sido atacado por un tiburón, es mucho más probable que nos bañemos con menos frecuencia y que cuando lo hagamos nos quedemos mucho más cerca de la orilla. 

Sin embargo, eso que nos parece tan obvio puede no ser una interpretación correcta de la realidad. Por ejemplo, un estudio de la universidad de San Diego concluyó que cada vez que un bañista es atacado por un tiburón, se salvan las vidas de otras diez personas.

¿Cómo es eso posible?

La razón es que una noticia sobre el ataque de un tiburón se retiene con más fuerza y durante más tiempo en nuestra memoria, lo que provoca que la gente sea más cauta y se reduzcan significativamente las muertes por ahogamiento. En otras palabras, la realidad demuestra que es muchísimo más probable morir ahogado que ser atacado por un tiburón, pero la razón que nos impulsa a tener cuidado con el mar es la segunda. Sencillamente, porque es la que más recordamos.

Nuestras experiencias personales son, evidentemente, una fracción pequeñísima de lo que sucede en el mundo. Sin embargo, nuestra mente tiende a extrapolar esas anécdotas personales a todo lo que nos sucede y nos impulsa a decidir como si el mundo entero funcionara conforme a las dinámicas que han generado esas particulares anécdotas. Pero no suele ser así, porque esas anécdotas son generalmente poco extrapolables.

El sesgo de disponibilidad suele tiene una gran influencia en la cuestión original de este post, la elección entre el dolor intenso y corto o el dolor soportable y largo, porque nuestra memoria tira de recuerdos relacionados para decidir. Tira de cosas que hemos visto y cosas que nos han dicho en nuestro entorno sobre los riesgos del nuevo camino.

Aquí es donde se crea la distorsión, porque lo más probable es que hayamos visto y hayamos oído cosas que son más negativas que positivas. Lo más probable es que hayamos oído una historia de alguien que se arriesgó y le fue mal, o un consejo de alguien que te dice que es mejor lo malo conocido que lo bueno por conocer.

¿Y por qué es más probable oír esto? Porque hay mucha más gente que prefiere conformarse con algo mediocre que gente que prefiere arriesgarse para mejorar. Y salvo que te relaciones habitualmente con personas “diferentes” y consumas información “diferente” que equilibre la balanza, es muy posible que la información que te llega y que retienes en tu memoria esté muy sesgada hacia el lado negativo.

Antes de tomar una decisión de este estilo, debes asegurarte de que las experiencias y la información que te llega del entorno son diversas y equilibradas, porque hay muchas historias de personas que se han arriesgado para mejorar y lo han conseguido. Muchas más de las que parecen.

Lo que ocurre es que nos encanta cotillear sobre los fracasos y prestar atención a las noticias negativas, y más en un entorno en el que las personas están incentivadas a preferir que nadie a su alrededor destaque y arroje más luz sobre su propia mediocridad.

Hacernos conscientes de la influencia de estos dos sesgos cognitivos, el sesgo de coste irrecuperable y el sesgo de disponibilidad, puede ayudarnos a achicar un poco de humo de nuestra mente y poder contemplar la decisión con una perspectiva más equilibrada. Es como si nos limpiaran el polvo de los cristales de las gafas.

Desde esta nueva perspectiva podremos juzgar con mayor acierto si la intensidad del dolor de renunciar al camino actual y tomar el nuevo es tan elevada como antaño creíamos. Podremos juzgar con mayor acierto si estábamos dando demasiado peso a costes que ya son irrecuperables. O si estamos sobrevalorando la relevancia de cierta información cercana y familiar que quizá nos haya impactado y tengamos grabada en la memoria, pero que no es representativa de cómo funcionan las cosas en realidad y de los riesgos que hay ahí fuera.

Desde ahí, armados con una habilidad de juicio más fina sobre la verdadera intensidad de ese dolor, podremos mirar a los ojos a esa variable inconsciente de la que hablábamos al principio: El coste de oportunidad del tiempo perdido.

¿Cómo?

Bueno, digamos que sacando un truco muy especial de la chistera.

El modelo mental de minimización del arrepentimiento

El modelo mental de minimización de arrepentimiento es una herramienta muy útil para pensar con mayor claridad. Pero para poder aplicarlo bien, antes debemos disipar un poco el humo de los sesgos que hemos analizado anteriormente.

Este modelo mental tiene una función muy concreta: Hacer consciente la variable que hemos llamado inconsciente. O, dicho de otro modo, ayudarnos a entender con mayor nitidez en el presente lo que puede llegar a significar en el futuro, desde un punto de vista emocional, renunciar hoy a ese nuevo camino que se despliega ante nosotros.

Para utilizar correctamente el modelo mental de minimización de arrepentimiento es necesario que hagamos un ejercicio de proyección. Hemos de visualizar ese momento en el que ya estamos entrados en edad, cuando ya no nos queda tiempo, energía o posibilidades de alterar la situación que estamos considerando, y tratar de discernir qué emociones sentiremos al respecto.

Especialmente, qué sentiremos en relación a una cosa muy concreta: De qué decisión es más probable que nos arrepintamos más.

¿Estará la mayor sensación de arrepentimiento asociada a intentar algo nuevo o arriesgado y fallar, o estará más bien asociada a elegir lo seguro y predecible y no atrevernos a intentar conseguir algo mejor?

Este modelo mental sirve para debilitar la influencia de otro poderoso sesgo del que hemos hablado en otros posts, el sesgo del presente. Y resulta particularmente útil en esos dilemas en los que hemos de elegir entre un dolor intenso y breve en el presente o un dolor sordo y dilatado en el futuro. Su gran valor está en que nos permite proyectarnos al momento en el que evaluamos nuestra vida mirando hacia atrás, y de esa forma juzgar con mayor perspectiva.

Un ejemplo muy ilustrativo de la aplicación de este modelo mental en el mundo de los negocios es esta entrevista a Jeff Bezos, en la que explica muy bien cómo lo utilizó a la hora de tomar la decisión de dejar su empleo y fundar Amazon. Pero sus aplicaciones prácticas en nuestra vida, como acabamos de ver, son ilimitadas.

El modelo mental de minimización de arrepentimiento es uno de los favoritos de Frank Spartan. Lo aplico, sin excepción, a todos los dilemas importantes de mi vida. Y desde que lo hago, estoy mucho más seguro de las decisiones que tomo.

De todas las virtudes de este modelo mental, mi favorita es que nadie más que tú mismo está cualificado para darte su opinión al respecto. Sólo tú, con tu conocimiento sobre ti mismo, tu personalidad, tus sueños, tus miedos, y tu filosofía de vida, puedes evaluar con criterio cuál es la alternativa que más probabilidades tiene de minimizar tu arrepentimiento futuro.

Nadie, por mucha inteligencia, percepción o experiencia que tenga, puede hacer eso mejor que tú. Eres la única persona capacitada para hacer ese ejercicio y tomar esa decisión. Para bien, o para mal.

Y así debe ser.

Pura vida,

Frank.

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