Desde la pausa obligada de nuestro confinamiento, muchos anhelamos volver a la normalidad. Anhelamos introducirnos otra vez en la vorágine del día a día. Una vorágine en la creemos que, por muy ocupada que nuestra agenda pueda estar, retomaremos cierta sensación de seguridad y control sobre lo que sucede a nuestro alrededor.
El ser humano es un animal de costumbres. Cuando llevamos mucho tiempo haciendo algo y nos privan abruptamente de la posibilidad de seguir haciéndolo, entramos en una especie de cortocircuito. No sabemos movernos con agilidad en el nuevo ecosistema. Somos como animales desorientados en la oscuridad que no paran de estrellarse contra las paredes mientras intentan encontrar la puerta.
En estas condiciones, el deseo se apodera de nosotros. El deseo de abandonar esa situación y volver a nuestra situación habitual, ésa en la que nos sentimos cómodos y en la que todo tiene un sentido lógico para nosotros. Y ponemos nuestra atención en un punto hipotético del futuro, apartándola del momento presente. Nuestra felicidad pasa a encontrarse en ese punto, un punto que por definición no se encuentra donde nosotros estamos.
Esto en sí ya ilustra el centro neurálgico del problema. ¿Es realmente necesario posponer la felicidad a ese momento futuro? ¿No podríamos ser felices ahora mismo, inmediatamente?
Ese deseo surge de una creencia binaria y estática. Lo de ahora está mal, lo de antes estaba bien. Hiciéramos lo que hiciéramos y lo hiciéramos como lo hiciéramos, estaba bien, porque estábamos acostumbrados a ello.
¿Estamos tan seguros de que queremos apresurarnos a volver a hacer todo lo que hacíamos y como lo hacíamos? ¿O hay algo que quizá merece la pena que hagamos diferente?
Todas éstas son preguntas importantes. Pero muchos de nosotros ni siquiera nos las hacemos. ¿Por qué?
Por la sencilla razón de que tenemos prisa. No somos pacientes. Y esas preguntas sólo pueden surgir de una forma de pensar y vivir en la que la paciencia es un pilar fundamental.
Cuando la paciencia cayó en el ostracismo
Si alguien me preguntara cuáles son las cosas que han desaparecido más deprisa de nuestra sociedad occidental en los últimos años, probablemente diría estas tres: Las películas de vídeo, el glamour de fumar y la paciencia. Y así como las dos primeras no son una gran pérdida para la humanidad, la tercera sí que lo es.
La extinción generalizada de la paciencia es un caso muy claro de la falta de alineamiento entre el ritmo al que nuestra capacidad científica y tecnológica es capaz de progresar y el ritmo al que nuestra conciencia humana lo hace. En las dos últimas décadas, hemos elevado el nivel de comodidad, accesibilidad y conveniencia en nuestras vidas a velocidad de vértigo. Todo lo que podamos desear está disponible inmediatamente, sin apenas esfuerzo por nuestra parte.
¿Una película? ¿Comida china? ¿Irme de viaje? ¿Aprender algo? ¿Cotillear? ¿Encontrar información? ¿Tener una cita con un desconocido? ¿Fruta fuera de temporada? ¿Cualquier producto que se me ocurra?
Sólo tengo que pulsar un botón y lo que quiero aparecerá en mis manos como por arte de magia. Bueno, tendré que abrir la puerta para que me lo entregue un amable repartidor que pronto será un dron, pero eso es todo lo que debo hacer para disfrutar de mi deseo. Las cosas han cambiado un poco desde los tiempos en los que las personas cabalgaban 20 kilómetros desde su casa a la ciudad para comprar provisiones en la única tienda de comestibles que había en los alrededores.
El desarrollo tecnológico y logístico que ha tenido lugar en los últimos años para hacer los productos y servicios inmediatamente disponibles para el consumidor no tiene precedentes. Prácticamente todo está ahora a nuestra disposición con sólo chasquear los dedos y además viene envuelto en garantía de devolución en el caso de que, por la razón que sea, no nos satisfaga del todo.
Esta tendencia es fantástica desde el punto de vista material. Pero es abominable desde el punto de vista emocional y espiritual, porque nos despoja del hábito de ser pacientes.
Ahora practicamos el hábito diametralmente opuesto, que es el de la impaciencia. Al asumir que todo es y debe ser inmediato, cuando algo falla en el sistema y tenemos que esperar más de lo acostumbrado, nos cortocircuitamos. Nos enfadamos, despotricamos, maldecimos a todo hijo de vecino… todo por tener que esperar un poco.
Hemos perdido la perspectiva de toda la inversión, tiempo y esfuerzo que hay detrás de toda esta red de conveniencia que se despliega a nuestro alrededor. Ha llegado a un punto en el que creemos que nos lo merecemos, simplemente por nuestra cara bonita. Y claro, cuando crees que te mereces algo y por la razón que sea no lo obtienes, explotas en cólera. ¿Qué otra reacción vas a tener?
Esta dinámica no es nada sana. Es una tendencia que nos está convirtiendo en una multitud creciente de vagos, creídos y protestones. Una mentalidad que no nos ayuda a desarrollar nuestra capacidad de sobreponernos a situaciones difíciles y de conseguir las cosas que realmente merecen la pena.
Y es que, curiosamente, las cosas que realmente merecen la pena requieren paciencia.
La paradoja de la paciencia
La paciencia es una cosa muy curiosa. Es común malinterpretar su verdadero significado y creer que ser paciente es sinónimo de ser un minga fría o una persona con poco empuje. Pero nada más lejos de la realidad. Puedes ser alguien con empuje, proactividad y motivación para que las cosas sucedan, y al mismo tiempo ser paciente. Y lo mismo ocurre a la inversa, puedes ser una persona pasiva y sin iniciativa, y al mismo tiempo ser impaciente.
El secreto de dominar el arte de la paciencia no se encuentra en tu actitud hacia conseguir resultados. Esforzarte para conseguir resultados no es algo malo en sí mismo, porque los resultados son una fuente de motivación que te acompaña en tu camino. El problema se encuentra en querer conseguir esos resultados demasiado rápido.
Los hábitos que hemos desarrollado operando en este oasis de conveniencia y satisfacción inmediata en el que vivimos no nos ayudan precisamente a sofocar ese fuego. Más bien nos refuerzan en la mentalidad de que debemos conseguir resultados con rapidez. Y cuando los resultados no llegan tan rápido, empezamos a oler a fracaso. Perdemos la motivación, el optimismo, el interés por el proceso.
En una palabra, perdemos la paciencia.
Y no es para menos. El mundo en el que vivimos es un mundo impaciente. Es un mundo que idolatra la rapidez, el multi-tasking (hacer varias cosas a la vez), la dispersión de la atención, los atajos para conseguir lo que deseamos. Es un mundo con la mira telescópica puesta en los resultados, no en la excelencia y el disfrute del proceso que nos lleva a ellos.
Ahora bien, por muy generalizado que esto sea en el comportamiento humano de nuestra época, si tienes la más mínima intención de vivir una buena vida vas a tener que darle la vuelta a esta tortilla. Porque las cosas que componen una buena vida generalmente requieren paciencia.
- Montar un negocio que funcione requiere paciencia. Consolidar una marca, construir una reputación, fidelizar a los clientes, captar una cuota de mercado relevante, pulir ineficiencias de proceso, conseguir la confianza de los empleados y perfeccionar el modelo para que sea autosuficiente y sostenible en el tiempo no es algo que pasa de la noche a la mañana.
El éxito empresarial que emerge de la noche a la mañana es muy poco habitual. Y cuando sucede, su solidez es cuestionable, por la sencilla razón de no estar anclado en un proceso de aprendizaje duradero de superación de dificultades.
- Las habilidades que conforman nuestro valor profesional requieren paciencia. Hay personas que nacen con talentos innatos en esas habilidades que están muy por encima de la media y parten con varios cuerpos de ventaja, pero la inmensa mayoría de personas llega a dominarlas a través de una buena dosis de trabajo duro y disciplina. Tener carisma, ser buen comunicador, desarrollar empatía y capacidad de liderazgo, lograr eficiencia y maestría en la ejecución de ciertas tareas y otras habilidades valiosas llevan su tiempo.
Muchas veces nos equivocamos al apreciar el horizonte temporal necesario para el desarrollo de estas habilidades y nos ponemos a nosotros mismos la etiqueta mental de “no soy bueno en… ” demasiado pronto. Llegar a ser bueno en una habilidad concreta generalmente exige una curva de aprendizaje dilatada, con subidas y bajadas. Y si queremos conseguir buenos resultados no debemos esperarlos antes de que ese proceso atraviese un buen número de etapas, o correremos un riesgo alto de acabar decepcionados y abandonar.
- La creatividad y la visión requieren paciencia. Los momentos de clarividencia no suelen surgir cuando nos movemos frenéticamente de un sitio a otro, intentando no perdernos nada. Cuando la mente se encuentra inmersa en una agenda repleta de actividades sin interrupción, no se encuentra en condiciones adecuadas para crear, para establecer conexiones, para desarrollar una visión de largo plazo que conecte con nuestros deseos más profundos.
Es precisamente la desconexión del frenetismo, el detenerse, el distanciarse, el cambiar de aires, la calma y el aburrimiento lo que abre la mente a pensar y percibir de otra manera. Lo que nos permite conectar con nosotros mismos. Lo que nos permite elevarnos por encima de nuestras tribulaciones del día a día y apreciar el mundo y nuestra propia existencia con una claridad que no podemos encontrar desde dentro de la burbuja.
- Las relaciones de pareja requieren paciencia. Durante la fase inicial de pasión sexual todo fluye como la seda, porque tendemos a exagerar las virtudes y a ignorar los defectos de nuestra pareja. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y atravesamos otras fases vitales, la pasión se va diluyendo y nuestra percepción de las virtudes y defectos de nuestra pareja se va reajustando. Los problemas, las frustraciones y los reproches se van acumulando. Y las grietas en la relación acaban apareciendo.
La prevención y reparación de esas grietas no es un proceso inmediato. Es un sinfín de pequeños gestos de apoyo cuando el cuerpo nos pide abandonar, un sinfín de iniciativas para crear momentos de conexión cuando las circunstancias los dificultan, un sinfín de situaciones en las que elegimos perdonar a pesar de tener motivos para culpar. La pasión, incluso la concepción tradicional del sentimiento de amor, no son suficientes para la supervivencia de una relación a largo plazo. Son todos esos pequeños gestos, repetidos durante mucho tiempo, lo que nos permite trascender los inevitables problemas que irán surgiendo y transformar esa relación en algo que sigue enriqueciendo nuestras vidas a pesar de los problemas. Y esto no es solo aplicable a las relaciones de pareja, sino también a otras relaciones personales profundas.
- El autoconocimiento y la superación personal requieren paciencia. Profundizar en nuestra esencia, en quienes somos y qué queremos es un proceso complejo que nunca termina. A menudo pensamos que encontrar nuestra pasión es como encontrar un tesoro, algo estático y definido que se encuentra ahí fuera y que espera ser descubierto. Y nos apresuramos para dar con ella, porque pensamos que una vez lo hagamos, nuestra vida estará solucionada.
Pero las cosas no funcionan así. Entender lo que nos apasiona es un proceso evolutivo, que se desarrolla en paralelo con nuestra capacidad de profundizar en nosotros mismos. Ese proceso de profundización lleva su tiempo y no está exento de dolor. Cuando quitamos una capa a la cebolla, aparece otra. Y después otra. Y después otra. A medida que avanzamos, vamos penetrando en niveles de conciencia superiores y acercándonos más a nuestra esencia. Y nuestra pasión, lo que de verdad nos motiva y nos llena en cada momento de nuestra vida, evoluciona en consonancia.
La mayoría de las cosas realmente importantes, las que marcan la diferencia en la calidad de una vida y en nuestra capacidad para encontrar satisfacción duradera, requieren su tiempo. Son dimensiones envueltas en procesos que no suelen dar sus frutos de forma inmediata. Y por eso, cuanto más pacientes seamos, mejor preparados estaremos para acercarnos a ellas.
¿Cómo podemos desarrollar la virtud de la paciencia?
Cultivar la paciencia no es nada fácil porque vivimos rodeados de impaciencia. Es como querer cultivar una fruta que necesita mucho sol en un lugar en el que no para de llover. El problema no es la fruta, sino el entorno en el que crece.
Sin embargo, el entorno es algo que no podemos cambiar, salvo que queramos hacernos ermitaños y vivir en taparrabos en una cueva. Si juzgamos el asunto por su trayectoria, es probable que el mundo a nuestro alrededor siga siendo impaciente por un tiempo. Pero eso no quiere decir que no podamos o no debamos hacer nada al respecto para mejorar nuestras posibilidades mientras bailamos al son de su música.
Veamos algunas estrategias que podemos utilizar para mejorar nuestra capacidad de ser pacientes.
Entrenar la mente con el hábito de estar presentes
Como sabes, Frank Spartan es un gran fan del poder de los hábitos. Pequeñas acciones que se repiten durante un periodo de tiempo suficiente dan resultados extraordinarios. Y entrenar la mente para la paciencia no es una excepción.
¿Cómo puedes entrenar tu mente para ser más paciente? Muy sencillo. Tomándote un tiempo todos los días en el que no haces nada más que estar contigo mismo, idealmente al comenzar el día. Sin interrupciones, sin ruidos, sin prisas. Simplemente estar. Respirar. Dejar que el pensamiento fluya. Y si quieres llevarlo al siguiente nivel, meditar.
¿No hacer nada a propósito? ¿Qué majadería es ésa?
Es posible que esto te resulte difícil al principio. Es normal. No es algo a lo que estamos acostumbrados. Pero este hábito es extremadamente útil para transformar la forma en la que nuestra mente opera y aprender a centrar la atención en el momento presente. Y rendirse al momento presente es el epicentro de la virtud de la paciencia. Una mente anclada en una dinámica de pasarse las horas pensando en el pasado y en el futuro nunca conseguirá ser paciente.
Si quieres educarte un poco sobre este aspecto, te recomiendo que leas el libro Stillness is the Key, de Ryan Holiday.
Revisar nuestra escala de prioridades
Una de las barreras para cultivar la virtud de la paciencia es nuestra definición de lo que significa “aprovechar el tiempo”. Si tus objetivos están fuertemente basados en resultados externos y no le otorgas demasiada importancia a todo lo que sucede antes de llegar a ellos, interpretarás cualquier retraso en el proceso para conseguir esos resultados externos como una pérdida de tiempo.
El taxista que no acaba de presentarse, el repartidor de pizzas que llega tarde, el ascenso laboral que se dilata, la página web que no se carga inmediatamente, el buen tiempo que no aparece… todos ellos serán acontecimientos dolorosos, donde la impaciencia se apodera de ti y te impide disfrutar del momento presente.
Sin embargo, si tus objetivos no sólo se encuentran anclados a resultados externos sino que también otorgas importancia a disfrutar del proceso que debes recorrer para llegar a ellos, las desviaciones que se produzcan sobre tus expectativas te afectarán menos. No apreciarás tanto esos momentos de retraso como una pérdida de tiempo, sino que te resultará más fácil aceptarlos y verlos como una oportunidad para hacer otras cosas que son interesantes, como respirar, observar, conversar, leer un libro. Cuando cultivas la virtud de la paciencia, no hay instantes vacíos.
Hacernos más conscientes de que no somos el centro del universo
Una de las fuerzas más poderosas contra el desarrollo de la paciencia es la creencia de que somos el centro del universo y que nos merecemos atención e inmediatez de respuesta a nuestras necesidades. Esto es un fenómeno muy extendido, fruto del espejismo de que somos el único observador a través del cual el mundo adquiere significado.
Las cosas no son así, ¿verdad que no? Pero, en la vorágine del día a día, perdemos la perspectiva. Y todo lo que no se ajusta a nuestras expectativas se interpreta como una ofensa personal. El camarero que no nos atiende, el repartidor que llama demasiadas veces al timbre, el coche que circula delante de nosotros con demasiada lentitud. ¿Por qué tenemos que sufrir nosotros las consecuencias de la ineptitud de los demás? ¡¡A la hoguera con todos ellos!!
Con esta forma de ver las cosas, la impaciencia se cuela por todas las rendijas de nuestro cuerpo. No toleramos ningún desliz. Y eso no es muy útil, porque hagamos lo que hagamos, estaremos siempre rodeados de deslices y por tanto en permanente frustración. El mundo, y las personas que viven en él, distan mucho de ser perfectos. Y, por mucho que nos empeñemos en esperar lo contrario, seguirán sin serlo.
Sin embargo, hay otros caminos. Cuando algo no se ajusta a nuestras expectativas, podemos elegir ver las cosas de otra manera. Podemos elegir parar y reflexionar un momento antes de reaccionar. Podemos elegir pensar que puede haber muchas razones para que las personas que hacen que las cosas no discurran como esperamos se estén comportando así y que no las entendemos del todo. Podemos elegir ser más humildes y más permisivos. Y podemos elegir decirnos a nosotros mismos que tampoco somos perfectos y que también causamos inconveniencias constantemente a otros.
Si quieres expandir tus posibilidades de ser feliz, quizá sólo necesites un poco de paciencia.
Pura vida,
Frank.
Hola,
Pienso que la paciencia es lo más importante de nuestra vida. Con paciencia, podemos completar fácilmente cualquier tipo de trabajo y podemos sentirnos relajados y tranquilos.
Personal para mejorar o aumentar mi paciencia hago lo siguiente:
1. Medito: Debemos hacer meditación durante al menos 30 minutos todos los días y aumentar este lapso de tiempo gradualmente.
2. Escucho música suave.
3. Paso tiempo deambulando por la naturaleza y sus alrededores.
4. Pienso profundamente y reconozco todo lo que tengo que superar antes de emprender cualquier acción.
Creo que si todos seguimos los puntos que he nombrado, tendremos a mejorar la paciencia en nuestras vidas.
Un saludo.