Frank Spartan lleva algún tiempo dándole vueltas a un tema muy particular: ¿Cómo es posible motivar a mis hijos para que hagan las cosas bien en el colegio?
El asunto de motivar a los niños tiene su miga, especialmente si tu hijo no tiene por costumbre el seguir instrucciones porque sí, sino que tiene su propio juicio sobre lo que tiene sentido hacer y lo que no. Una descripción que, por otra parte, aplica perfectamente a los míos. Especialmente a uno de ellos.
[Un inciso: “Niños” = niños y niñas, para los devotos y devotas del lenguaje inclusivo.
Carcajada espartana.
Fin del inciso.]
Bueno, ¿y qué? En teoría, esto de que un niño tenga juicio propio, lejos de ser un problema, debería de ser algo bueno, ¿no es así?
Sin embargo, en la práctica hay dos pequeños inconvenientes que complican un poco las cosas.
- El primero es que el sistema educativo tradicional no ayuda, porque parece estar diseñado por un mono borracho con una venda en los ojos. O quizá, simplemente, por un grupo de incompetentes ignorantes de los mínimos fundamentos sobre cómo funciona la naturaleza humana.
- El segundo es que las personas en general, y los niños en particular, solemos operar en la vida bajo el embrujo del sesgo del presente, un fenómeno psicológico que nos empuja a sobrevalorar los beneficios que obtenemos ahora frente a los beneficios que podríamos obtener en el futuro. Y esto nos suele impulsar a decidir sin demasiado atino, porque muy a menudo los beneficios presentes y los beneficios futuros van en distintas direcciones y entran en conflicto entre sí. O eso tendemos a percibir a la hora de decidir entre unos y otros.
Cuando estos dos factores convergen en la cabeza de un niño con criterio propio sobre lo que es deseable y lo que no, en su cabeza suele aparecer la siguiente creencia:
Lo que me enseñan en el colegio me aburre y esforzarme en aprenderlo no me proporciona mayores beneficios que jugar, distraerme con el vuelo una mosca o hacer payasadas. No entiendo eso del futuro, ni tampoco me interesa.
– Niño confundido
En otras palabras, un niño no suele apreciar ningún beneficio evidente en eso de hacer un buen trabajo en el colegio por el mero hecho de hacerlo. Hay otras alternativas que le son más atractivas.
¿Y cómo conseguimos que el niño haga lo que creemos que es lo mejor?
Con incentivos externos.
Lo que el niño aprecia son incentivos impuestos desde el exterior para guiar su conducta hacia uno u otro lado. Tanto incentivos positivos (obtener regalos o el reconocimiento de los demás al elegir el comportamiento deseado) como incentivos negativos (evitar decepcionar a sus padres o librarse de posibles castigos al rechazar el comportamiento indeseado).
Estos incentivos positivos o negativos, en el contexto de las circunstancias particulares del niño, provocan que éste se esfuerce en el colegio o que no lo haga, e indirectamente afectan a que obtenga buenas notas, o no. Y la atención de padres y educadores se centra en la manifestación de estos dos elementos: Esfuerzo y resultados.
En otras palabras, si apreciamos que el niño se esfuerza y/o que saca buenas notas, tendemos a asumir que las cosas están suficientemente bien encarriladas.
Sin embargo, ambos elementos, esfuerzo y resultados, son mucho menos importantes de lo que parecen en la práctica, entendiendo “práctica” como lo útiles que son para que el niño desarrolle su potencial y lo manifieste en la realidad de su vida adulta.
Lo que sí es realmente importante, y a menudo ampliamente ignorado, es el tipo de fuerza que impulsa ese esfuerzo y esos resultados.
¿A qué me refiero con esto?
Sencillamente, si esa fuerza es una motivación extrínseca (que busca obtener algo que se encuentra fuera de mí mismo) o una motivación intrínseca (que busca obtener que me sienta mejor conmigo mismo).
Sí, ya sé.
No hace falta ser Aristóteles para darse cuenta de que esta disquisición entre motivación extrínseca o intrínseca no aplica exclusivamente a los niños. Las motivaciones extrínsecas de los adultos (como por ejemplo riqueza, estatus, consumo material y reconocimiento social) han ido ganando terreno a las motivaciones intrínsecas durante muchas décadas en nuestra sociedad, lo cual ha contribuido más que ninguna otra cosa a incrementar nuestra ansiedad y a erosionar nuestra satisfacción vital, a pesar de la creciente abundancia material de la que disponemos.
Y también ha contribuido a que las creencias – equivocadas – de los adultos sobre lo que realmente nos motiva y nos da acceso a una vida sana y feliz se filtren a la educación de sus hijos.
Pero en vez de meterle el dedo en el ojo a los adultos con este tema, cosa que Frank Spartan ya ha hecho en múltiples otros posts, centrémonos en los pequeños monstruos y en la forma más adecuada de impulsar su motivación en las grandes áreas de la vida, empezando por el aprendizaje. Al fin y al cabo, ésa era nuestra pregunta inicial.
Digamos que un pequeño Maquiavelo se planta delante de ti con una piruleta en la mano y expresión desafiante, y te hace la siguiente pregunta:
¿Por qué tengo que esforzarme en el colegio para aprender algo que me aburre?
Es, sin duda alguna, una pregunta jodida de responder. Asumiendo que ves un poco más allá de tus narices y aprecias las posibles ramificaciones de tu abanico de respuestas, claro.
Veamos cómo podemos salir de este atolladero sin perder demasiadas plumas en el intento.
Los peligros de la motivación extrínseca
La motivación extrínseca, o el afanarse en perseguir cosas que se encuentran fuera de nosotros como vía principal para obtener satisfacción, es un fenómeno extraordinariamente seductor. Y lo es por dos motivos fundamentales:
- Lo que se persigue es algo objetivo y medible. Quiero conseguir un millón de euros, el puesto de director en la empresa, una casa en la playa o un Lamborghini amarillo limón.
- Un montón de personas a nuestro alrededor persiguen lo mismo, con lo que se activa el principio de norma social.
En el caso de un niño y su relación con el colegio, la motivación extrínseca por excelencia es sacar buenas notas, como vía principal de obtener la prometida recompensa o de evitar el posible castigo.
Pero este fenómeno de la motivación extrínseca, a pesar de su gran popularidad, tiene un pequeño inconveniente.
No funciona.
No consigues lo que realmente quieres.
¿Por qué?
Sencillamente, porque ni el millón de euros, ni el puesto de director, ni la casa en la playa, ni el Lamborghini son la clave para generar satisfacción vital de calidad en un adulto.
Ni tampoco las buenas notas son la clave para generar el desarrollo personal de un niño a lo largo de su vida.
El peligro de la motivación extrínseca es que nos uniformiza y nos moldea para perseguir los mismos objetivos que los demás de las mismas formas que los demás. Y eso no hace sino alejarnos progresivamente de nuestra originalidad, frescura e individualidad, hasta que llega un momento en el que nos desconectamos de nosotros mismos y no sabemos lo que realmente queremos.
Esto te resulta vagamente familiar, ¿no es verdad?
Y es que la inmensa mayoría de personas viven así.
La inmensa mayoría de personas funciona con un patrón de motivación extrínseca largamente inconsciente. Desean ciertas cosas, pero no saben muy bien por qué. Simplemente, lo hacen porque asumen que, como el resto del mundo también las desea, deben de merecer la pena.
Y una vez entramos en ese patrón de pensamiento, llega un momento en que lo único que le importa al niño son las notas. Porque las notas es lo único que les importa a los padres. Y lo único que les importa a las Universidades. Y lo único que les importa a las empresas.
O eso dicen por ahí. Lo hemos oído en alguna parte.
La creencia que desarrollamos es que las notas me permitirán conseguir la Universidad que quiero. Y la Universidad que quiero me permitirá conseguir el trabajo que quiero. Y el trabajo que quiero me permitirá conseguir sentirme feliz.
Lo mismo que el Lamborghini me permitirá conseguir la admiración de los demás. Y la admiración de los demás me permitirá conseguir sentirme querido y aceptado. Y sentirme querido y aceptado me permitirá conseguir sentirme feliz.
Claro.
No funciona así.
No funciona así porque la energía va en sentido contrario al sentido natural.
Al perseguir algo que está ahí fuera y que resulta deseable para muchas otras personas, lo que estamos haciendo es ignorar nuestra individualidad y transformarnos en un yo inventado, un yo social, un yo desprovisto de originalidad. Al hacer eso perdemos nuestra esencia y entregamos nuestro destino al orden impuesto por el grupo. Un orden cuya motivación es, principalmente, el control y la perpetuación del sistema de oligarquías de poder existente por los siglos de los siglos.
Lo cual es, sorpresa, sorpresa, diametralmente opuesto al desarrollo individual.
A partir de ese momento, tanto para el niño como para el adulto, sólo hay reglas y caminos claramente marcados. No hay sitio para la intuición, la creatividad, el cuestionamiento, el pensamiento crítico, la formación del carácter, la comprensión de la belleza de equivocarse, la exploración, la transgresión de los límites.
No hay sitio para que la belleza de la vida fluya y se manifieste en todo su esplendor. Sólo hay sitio para patrones preestablecidos. El mundo feliz de Aldous Huxley.
El enorme potencial de la naturaleza humana se cercena con un cruel hachazo. Un hachazo que se descarga de la forma más conciliadora posible, porque todos a nuestro alrededor acceden a recibirlo con entusiasmo. Un hachazo que extrae la fuente de felicidad de nuestro interior, su lugar legítimo, y la coloca en un lugar arbitrario del exterior que no depende en absoluto de nosotros. Un hachazo que nos vuelve vulnerables, frágiles y dependientes.
Pero ¿tenemos alternativa? ¿Podemos permanecer frescos, individuales, originales, y al mismo tiempo no sacrificar nuestro potencial de satisfacción vital en el contexto de cómo funciona la sociedad en la que vivimos?
La respuesta es sí. A través de la motivación intrínseca.
El poder sordo de la motivación intrínseca
La motivación intrínseca, el hacer algo por el mero hecho de sentirme mejor haciéndolo, y no para conseguir algo que se encuentra en el exterior, no es un fenómeno muy popular. Y no lo es por dos razones:
- Eso de sentirse bien no es tan fácilmente objetivable y medible como un Lamborghini, con lo que resulta más difícil concentrar la atención en ello.
- La mayoría de personas a nuestro alrededor no parecen funcionar así, sino que lo hacen impulsadas por motivaciones extrínsecas. Así que no tenemos muchas referencias externas en las que refugiarnos para sentirnos arropados en nuestra forma de comportarnos.
Sin embargo, la motivación intrínseca, a pesar de su mayor dificultad, es nuestra mejor apuesta. Es nuestra mejor apuesta porque mantiene la fuente de la felicidad y la satisfacción vital dentro de nosotros mismos. Y eso es la clave de absolutamente todo.
Cuando esto sucede, nuestro paradigma cambia por completo.
- Ya no hago ejercicio para sentirme valorado por mi aspecto. Lo hago para sentirme bien.
- Ya no soy feliz gracias a mi pareja. Soy feliz por cuenta propia y estoy con mi pareja porque me aporta más de lo que me quita.
- Ya no tengo hijos para encajar en el patrón social o las expectativas de los demás. Tengo hijos porque me siento bien responsabilizándome del bienestar de otra persona y contribuyendo a su educación hasta que esa persona se valga por sí misma.
- Ya no me esfuerzo en hacer bien mi trabajo para ascender o para que me suban el sueldo. Lo hago porque me siento bien con un trabajo bien hecho.
- Y ya no me esfuerzo en el colegio para sacar buenas notas. Lo hago porque me siento bien cuando aprendo sobre algo que me interesa y encuentro formas de aplicar eso que he aprendido.
Todas estas formas de enfocar las diferentes situaciones tienen un patrón común: Parten de dentro. Parten del interior. Parten de la naturaleza de uno mismo.
Y aquí es donde el asunto se pone interesante, porque cada uno es diferente. A una persona le pueden atraer ciertas cosas, y a otra persona otras muy distintas.
Por esta razón, la clave para que el fenómeno de motivación intrínseca sea fructífero es respetar en todo momento esa individualidad. Si esa individualidad se rompe, la motivación intrínseca falla, porque ésta surge de aquélla.
Es el interior quien manda, no el exterior.
¿Y esto qué significa en el caso de un niño y su papel en el colegio?
Significa que, si ese niño no tiene ningún interés por un tema en concreto, no tiene por qué haber nada de malo en ello. Puede que la razón de esa falta de interés sea el tema en sí, puede que sea el estilo del profesor, puede que sea la metodología, etcétera, etcétera. Pero, sea lo que sea, el mensaje adecuado para ese niño no es “tienes que intentar sacar buena nota aunque no te interese”.
Fuck that.
Luego nos preguntamos cómo es posible que la gente no sea feliz con toda esa abundancia material.
Lo primero que hay que hacer, antes de moldear su mente con mensajes que hacen mucho más daño que bien, es entender el por qué de esa falta de interés. Y si concluimos que la razón fundamental de que no preste atención es simplemente que el tema no le interesa, dejémoslo estar dentro de los mínimos aceptables.
Dejemos marchar ese apego a las buenas notas en todas las asignaturas, porque eso “le dará mayores facilidades en la vida”. ¿Qué demonios significa eso?
Nuestra labor como padres y educadores no es tratar de manipular el interés de un niño en lo que genuinamente no le interesa para que saque mejores notas. Nuestra labor es respetar su individualidad permitiéndole no prestar mucha atención a lo que no le atrae y potenciar su motivación intrínseca para aprender mucho y bien de lo que sí le atrae.
¿Por qué?
Sencillamente, porque de esa forma aprenderán de verdad sobre eso que sí les atrae. Desarrollarán curiosidad. Lo enfocarán de diferentes formas. Experimentarán. Leerán e investigarán mucho más allá de lo que les exigen en el colegio. Preguntarán más. Se equivocarán más. Descubrirán más.
Eso es aprender. Lo demás son chorradas envueltas en celofán para su exposición en el museo oficial de las apariencias.
Si la motivación de un niño en un área concreta es intrínseca, si surge de la conexión genuina con su individualidad y tiene lugar por el mero placer de hacerlo, aprenderá prácticamente sin esforzarse. Será como un juego. Y así debe ser el aprender, tanto para niños como para adultos.
Pero… ¿y las notas?
Ay, las notas.
Pues si no me equivoco – y no lo creo – las notas reflejarán ese aprendizaje. Serán muy buenas en lo que les interesa y para lo que han desarrollado motivación intrínseca, y flojas en lo que no les interesa (salvo que les manipulemos artificialmente con motivaciones extrínsecas para cambiar eso).
Y esta divergencia entre las notas buenas en lo que les interesa y las notas menos buenas en lo que no les interesa, lejos de ser un motivo de preocupación, es algo muy deseable. Porque la vida en la práctica funciona así. Sean cuales creamos que sean los criterios de entrada a la Universidad y los requisitos de los departamentos de selección de las empresas.
Es muy difícil conseguir llegar a un conocimiento elevado en cualquier cosa si solamente funcionas con motivación extrínseca. Yo diría que es prácticamente imposible. Llega un momento en el que no merece la pena seguir avanzando, generalmente cuando ya has conseguido la recompensa exterior que buscabas, sea la buena nota o el Lamborghini. Sencillamente, no tienes curiosidad interna por continuar.
Sin embargo, si tienes motivación intrínseca para profundizar en el conocimiento de un tema concreto, llegarás muy lejos. Y eso se ve. En la realidad actual, en el mundo de ahí fuera, cuando alguien sabe sobre algo de verdad, se aprecia extraordinariamente rápido. Es absolutamente diferenciador, sobre todo en un mundo repleto de personas que sólo cuentan con un brillante expediente académico, escasa profundidad y una ilusión de conocimiento que se desploma ante la prueba de realidad más sencilla.
Y esto crea innumerables oportunidades. Ese tipo de persona tiene muchas más probabilidades de construir un proyecto profesional de éxito, en el auténtico sentido de la palabra. Puede que tarde un poco más en conseguir la entrevista de trabajo que la persona que agita con orgullo su brillante expediente, pero una vez que entre por la puerta, tiene todas las de ganar. Tanto trabajando por cuenta ajena como montando un negocio propio basado en ese conocimiento diferenciador.
La motivación intrínseca gana por goleada. Está enraizada en nuestra naturaleza humana más básica. Siempre ha sido así y siempre así será.
¿Cómo desarrollar la motivación intrínseca en un niño?
Bueno, esto es la pregunta del millón.
No es sencillo, porque los niños tienen los circuitos de base muy orientados a los incentivos externos, sean recompensas o castigos, ganancias o pérdidas. Pero hay algunas estrategias que generalmente resultan bastante efectivas.
- Primero, respetar su individualidad. Habrá unos mínimos que deberás imponer en las áreas que no le interesan para evitar males mayores como dejar asignaturas para septiembre o repetir curso, porque eso no beneficia a nadie. Pero más allá de eso, abre la mano y afloja las caderas, camarada, porque facilitarás las cosas.
- Segundo, en aquellas áreas que ves que sí le interesan, haz lo que puedas para estimular su curiosidad. La curiosidad es clave. Es la fuerza impulsora del verdadero aprendizaje. Si hay curiosidad, todo acaba fluyendo de una forma u otra.
Una de mis formas favoritas de estimular la curiosidad en un niño es pedirle que explique algo que cree que sabe, con sus propias palabras a otras personas. Cuando lo esté explicando, surgirán preguntas y se apreciarán algunas cosas que no entiende tan bien como creía. Eso le motivará a profundizar consultando otros recursos más allá de los materiales de la escuela, y así poder explicarlo mejor la próxima vez.
Ésa es la magia que tiene explicar. Explicar te lleva, de forma natural, a aprender.
- Tercero, cuando profundice en algo y vaya progresando en el aprendizaje, es importante que lo comparta con los demás (en clase por ejemplo) con humildad, para que experimente el efecto que eso tiene. Es una manera de reforzar el hábito de aprender mediante un anclaje a una emoción positiva de autoestima y reconocimiento de un esfuerzo por el trabajo bien hecho, lo que en sí provoca la regeneración del fenómeno de motivación intrínseca.
Hay otras formas, pero no puedo estar escribiendo todo el día, así que dale tú también un poco al coco y no seas jeta.
Motivación intrínseca, colega, ésa es la clave. Tanto para tu propia satisfacción vital como para la de ese pequeño monstruo de la piruleta.
Study hard what interests you the most in the most undisciplined, irreverent and original manner possible.
– Richard P. Feynman
Pura vida,
Frank.