Hoy vamos a hablar de algunas verdades incómodas. Cosas que sabemos a un nivel semiconsciente que están ahí, pero a las que preferimos no mirar de frente. Más bien, decidimos apartar la vista y hacer como que no existen.
Algunas de estas cosas están consideradas tabú. Algunas otras son políticamente incorrectas. Y algunas otras, simplemente, duele escucharlas. Motivos más que suficientes para ignorarlas y enterrarlas bajo la alfombra, tanto en los círculos profesionales, como en los sociales, como en las conversaciones mentales con nosotros mismos.
Ah, la negación. Una estrategia sin fisuras. ¿Cómo no la vamos a utilizar?
El problema es que hoy estás al aparato con Frank Spartan. Y ya sabes que con Frank no hay espacio para el bullshit.
¿Preparado?
Pues vamos allá.
1. No eres libre
Es posible que creas que vivimos en la era de oro de la libertad individual. Una era en la que prácticamente todo es posible: Posibilidades de ocio ilimitadas, flexibilidad geográfica, caminos profesionales de todo tipo, estilos de vida de lo más variopintos, preferencias sexuales sin límites, laxitud creciente en el yugo impositivo de las tradiciones, etcétera, etcétera.
Creemos que podemos hacer lo que nos dé la gana, cuando nos dé la gana, más que en ninguna otra época. ¿No es así?
Sin embargo, esto es una ilusión. Nada más lejos de la realidad.
Es posible que las posibilidades a nivel socioeconómico y cultural se hayan expandido, pero nuestra libertad interior se ha contraído. Somos más dependientes de la opinión de los demás que en ninguna otra época anterior.
Lo que queremos no es conocernos a nosotros mismos y construir la vida que mejor se adapte a quiénes somos. Lo que queremos, por el contrario, es construir una vida que desentone lo menos posible con nuestro entorno de referencia, esté esa vida alineada con nuestra auténtica naturaleza, o no.
La pregunta de quiénes somos realmente nos la suda. Lo que nos importa es comparar bien con los demás y sentirnos aceptados. Ésa es nuestra métrica principal de éxito. Y cuanto más avanza nuestra vida, más peso tiene esa métrica en nuestras emociones y nuestra conducta.
No, no eres libre. Dependes del qué dirán. Dependes de que tu entorno no perciba que estás fracasando. Dependes de no desentonar. Dependes de no perder todo lo que has hecho para llegar hasta aquí. Dependes de las directrices de tu tribu política, social o familiar. Dependes de tu incapacidad para controlar tu avaricia, tu egoísmo, tu miedo.
Las decisiones que tomas en tu día a día te proporcionan una sensación de libertad, pero es una sensación ficticia. Si te elevas unos metros verás que todas esas decisiones operan dentro de un marco filosófico cerrado, cuyos límites no puedes traspasar – y ni siquiera te planteas hacerlo – porque tus ataduras internas te lo impiden.
Por muchas opciones que existan fuera, la libertad sólo puede surgir desde dentro. Y tu camino está largamente predeterminado por tus limitaciones internas, aunque creas que diriges el timón.
Conquístate a ti mismo primero, conquista el mundo después.
2. Tienes menos amigos de los que crees
Puedes conocer a mucha gente, pero créeme, los amigos que tienes son pocos. Muy pocos. Si es que tienes alguno.
¿Cómo lo sé? Por dos razones.
La primera es de índole físico. Forjar una buena amistad requiere tiempo. Las amistades no se sostienen ni se enriquecen con la mera etiqueta mental de “amigo”, sino con comportamientos adecuados en los momentos adecuados. Y el tiempo disponible para llevar a cabo esos comportamientos, con el estilo de vida que llevamos, es un factor muy escaso. Da para lo que da. No hay suficiente tiempo ni capacidad cognitiva que poder dedicar a cincuenta personas.
La segunda es de índole conductual. La inmensa mayoría de personas no están capacitadas para ser buenos amigos. Hay dos grandes obstáculos para ello: Uno, no tienen el nivel de conciencia y empatía suficientes como para darse cuenta de que la otra persona desea ciertos comportamientos por su parte. Son personas que viven, simplemente, distraídas por el ruido. Y dos, incluso si tienen el nivel de conciencia y empatía suficientes, no poseen la disciplina necesaria para encontrar el tiempo y la forma de actuar.
Si en tu vida hay alguien que se acuerda de que has empezado un nuevo trabajo y te pregunta con interés genuino qué tal te va, o que se da cuenta de que estás pasando por una situación difícil y te ofrece su ayuda, o que se involucra activamente en ayudarte con un problema que sabe que tienes, debes cuidar esa relación como si fuera oro. Ésas son las personas que tienen la categoría y el potencial de ser amigos de verdad: Las que no sólo perciben cómo estás, sino que además saben el tipo de gesto que agradecerás y encuentran el tiempo, a pesar de lo ocupadas que están, para llevarlo a cabo.
En tu entorno habrá muchas personas con las que conectes, con las que te rías, con las que veas partidos de fútbol, o con las que te tomes unas copas. Pero la inmensa mayoría de ellas no piensan en ti lo más mínimo si no les conviene, y no harían nada por ti si ello les supone cualquier tipo de perjuicio personal. Es el tipo de personas que irían a tu funeral simplemente por cumplir. Y esas personas son la inmensa mayoría de todas las que conoces. Cuanto antes aceptes esto, mejor que mejor, porque así podrás asignar tu tiempo y energía con mayor acierto.
Relaciónate con quien quieras, pero cuida a los que de verdad importan.
3. Las instituciones no buscan tu bienestar, sino perpetuarse en el poder
Muchas personas tienen fe en las instituciones. Creen que su partido político, o su ayuntamiento, o la iglesia, o hacienda, o el estado del bienestar, o la empresa que les da trabajo buscan lo mejor para ellos y les protegerán si vienen mal dadas.
Ésa no es la verdad. Ninguna de esas instituciones tiene los incentivos adecuados para favorecer tu bienestar. Su objetivo principal es mantenerse en el poder y acumular cada vez más poder.
Hay personas con vocación personal de hacer el bien. Personas que buscan, de forma genuina, el bienestar de los demás. Pero ese tipo de personas no suele llegar a los puestos de poder político en las grandes instituciones, porque hay demasiados intereses creados como para permitir que así sea.
Vivimos en una oligarquía en la que unos pocos grupos de poder controlan la política socioeconómica a nivel nacional e internacional. Qué partido político gobierne en el país es irrelevante, porque las tuberías subyacentes del sistema siguen funcionando de la misma manera. El énfasis actual en el cambio climático, la agenda 2030, los movimientos geopolíticos, las decisiones de los bancos centrales, los procesos de concentración empresarial, las políticas sanitarias, y un largo etcétera, están todos orquestados por las grandes élites. La democracia en la que creemos que vivimos, en la que los ciudadanos podemos decidir nuestro destino, es una ilusión.
Ninguna institución tiene como objetivo fundamental el beneficiarte y protegerte. Tal y como funciona el sistema actual, la cruda realidad es que estás solo y dependes de ti mismo. Ésa es la verdad. Y en ese contexto, tu mejor estrategia es hacerte lo más profesionalmente competente y financieramente independiente posible, y rodearte de gente que merezca la pena.
4. No eres sensible o auténtico, sino narcisista
Una gran parte de las supuestas virtudes que se aprecian hoy en día no son sino narcisismo disfrazado.
Un ejemplo es la dinámica de las redes sociales.
Cuando alguien sube algo sobre sí mismo a las redes sociales, la necesidad primaria que – en la inmensa mayoría de los casos – intenta satisfacer no es la conexión social. Es que los demás validen su persona, sea en el plano físico, profesional, moral o de estilo de vida.
Es un acto que dice a gritos “quiero gustarte”. Un acto egoísta y pretencioso. Y lo más gracioso de todo es que los testigos lo perciben de forma nítida e inmediata, aunque el autor se diga a sí mismo que simplemente está socializando sin segundas intenciones. Paradójicamente, cuanto más intentas gustar de esa manera, más carencias perciben en ti los demás y más valor pierdes en sus ojos.
Otro ejemplo son los supuestos actos de solidaridad.
¿De verdad es tan necesario publicitar tanto tu virtuosismo moral? ¿De verdad es tan necesario que des a conocer todas las cosas buenas que haces por los demás?
Hazme un favor, anda. Haz algo bueno por alguien y no se lo digas a nadie. Sí, a nadie. Sólo así podrás saber si esa supuesta virtud de la que estás tan orgulloso es en realidad lo que crees, y no una mera estratagema para elevar la opinión que los demás tienen de ti.
Un último ejemplo que me resulta bastante gracioso: La motivación de arreglarse para salir «de fiesta».
Muchas personas, en su mayoría mujeres, argumentan hoy en día que lo hacen para sentirse bien con ellas mismas, y no para gustar a los demás.
Acabáramos.
La motivación primaria de “engalanarse” siempre ha sido, desde el principio de los tiempos, atraer a los demás. Es un deseo anclado en los mecanismos biológico-evolutivos de la especie. Ligar este comportamiento a un nivel superior de inteligencia emocional y a “quererse más a uno mismo” es hacerse trampas al solitario. Seguro que no te pones minifalda, laca y te pintas los labios para andar por casa, ¿a que no?
Quieres gustar a los demás. Es lo que hay. Y dentro de ciertos límites, no hay nada de malo en ello. Lo único que debes evitar es intentar venderle a la gente bicicletas sin sillín sobre tus motivaciones reales, que no son otras que rascarte un poco el molesto picor del narcisismo en el trasero.
5. La enfermedad está creciendo en ti
Es incuestionable que, como promedio, cada vez vivimos más años. Los avances en la medicina lo han hecho posible.
Pero… ¿vivimos también más años, como promedio, sin problemas serios de salud?
Quizá no tanto.
La gran mayoría de las personas mueren de una de las cuatro grandes enfermedades que Peter Attia denomina “los 4 jinetes del Apocalipsis”: Corazón, cáncer, diabetes o enfermedad neurodegenerativa (demencia, Alzheimer, etc.).
Hemos hecho grandes progresos en la primera de ellas, pero a las otras 3 apenas les hemos hecho un rasguño en la armadura. Muchos de nosotros caemos presa de una o varias de esas enfermedades a una edad relativamente temprana, y a pesar de que el sistema de salud nos mantiene con vida, las limitaciones nos envuelven y nuestra calidad de vida disminuye de forma dramática.
El mantra de “cada vez vivimos más tiempo”, en este contexto, no implica tan buenas noticias como podemos llegar a creer. Vivir con serios problemas de salud no es forma de vivir, por muchas velas de cumpleaños que sigamos apagando.
El sistema sanitario funciona con una filosofía de solución, no de prevención de problemas: Una vez el problema se manifiesta, lo tratamos con drogas, cirugías y tratamientos de todo tipo, para mantener al paciente con vida. No existe una filosofía de anticipación al problema, porque los incentivos para ello no se han incorporado al funcionamiento del sistema, ni en el plano de la estructura sanitaria ni en el plano de los seguros de salud.
Las personas no conocen en detalle lo que deben hacer para maximizar su calidad de vida a medida que envejecen. Esa información no les llega de forma natural. Sus hábitos de nutrición y ejercicio no están anclados en ese conocimiento, y eso favorece que los 4 jinetes del Apocalipsis se vayan desarrollando lentamente en su interior, a pesar de que sus síntomas no se hayan manifestado aún. En su sigilo radica precisamente su letalidad.
Hay un nivel de ignorancia extraordinario sobre las cosas que debemos hacer hoy para debilitar la influencia de los 4 jinetes y llegar a cierto nivel de salud general (fuerza, flexibilidad, equilibrio y motricidad) mañana. Nadie va a depositar esa información en tu regazo para que la consumas. Debes buscarla tú y ponerla en práctica sin demora.
Como alguien muy listo dijo una vez, “el momento de reparar el tejado es cuando brilla el sol”.
6. El amor no es incondicional
Todos queremos sentirnos queridos. Y asumimos que los demás deben querernos porque nosotros lo valemos. Pero no funciona así, porque el amor de los adultos no es incondicional.
Muchas personas tienen serios problemas con aceptar esta idea. Les parece que no es forma sana de relacionarse, porque esa forma de actuar convierte a las relaciones en “transacciones” que tienen lugar por interés.
Pero eso lo que hay, colega. No es nada personal. Es naturaleza humana. Tú quieres a alguien si ese alguien se comporta contigo de ciertas maneras y ese comportamiento te hace sentir bien. Y si no lo hace, tu amor hacia esa persona pone los pies en polvorosa.
Sólo los niños y los perros quieren de forma incondicional. Los adultos no funcionan así. Pregunta en los juzgados a ver qué te cuentan sobre ese compromiso de “hasta que la muerte nos separe” que suena tan bien en las ceremonias. Y es que ese compromiso omite una condición esencial que siempre existe en la práctica: “salvo que tú dejes de cumplir con mis expectativas de cómo debes comportarte”.
El que se produzcan más separaciones de pareja que antaño es un problema multifactorial: Mayor aceptación cultural, mayor independencia de la mujer, expectativas más infladas sobre la relación de pareja, escala de valores cada vez más invertida en la sociedad (con menor importancia de la familia y el propósito y mayor importancia de la búsqueda del placer y la felicidad individual), sistema legal que incentiva a la mujer a separarse a través de un reparto desproporcionado de la riqueza, etcétera, etcétera. Pero el que desaparezca el amor tiene una causa central única: Que tú no te comportes como yo espero.
El “porque yo lo valgo” es una de las mentiras más grandes jamás contadas. El amor es una emoción que se alimenta de una forma de actuar, no de una forma de ser. Si quieres que te quieran, asegúrate de hacer lo necesario y suficiente para que así sea.
7. El tiempo se acaba y no todo vale
Crees que aún tienes tiempo, ¿verdad?
No, no lo tienes. De hecho, tu vida está ya largamente predeterminada por tus rutinas, tus compromisos y tu inflexibilidad mental. El caldo de cultivo perfecto para que tu percepción de lo rápido que pasa el tiempo, lo que Frank Spartan llama “tiempo subjetivo”, te lleve a la recta final de tu vida sin que apenas te des cuenta.
Y cuando llegues ahí, es posible que lo que veas, cuando mires hacia atrás y hagas balance de cómo has vivido, no te satisfaga del todo.
Por eso debes bajarte del tren durante unos instantes, caminar algunos metros y preguntarte en voz alta: ¿He hecho algo en mi vida de lo que estoy realmente orgulloso? ¿Hay algo que haga que mi vida haya merecido la pena? Y si no es así, ¿qué es lo que puedo hacer para cambiar las cosas en el tiempo que me queda?
Por si no lo intuyes todavía, permíteme que te lo aclare: Cosas como el éxito profesional que has cosechado, las comodidades materiales que has disfrutado o los países a los que te has ido a pasar las vacaciones te van a importar una pajolera mierda a la hora de responder a esas preguntas.
Sí, todo eso que antes te parecía tan importante, ahora no te va a importar prácticamente nada. Curioso, ¿verdad?
A lo que sí le vas a dar verdadera importancia es a cómo has mejorado la vida de las personas que te rodean. Tus hijos, tus padres, tus amigos, tus clientes, tus compañeros de trabajo. Son esos minutos al día en los que mejoras la vida de los demás, directa o indirectamente, los que van a iluminar la respuesta a la gran pregunta del sentido de la vida. Una pregunta que Frank Spartan te promete que te harás a ti mismo muy pronto, antes de que te des cuenta.
Encuentra esos minutos y dales buen uso. No te arrepentirás.
Ahí tienes algunas verdades incómodas.
¿Puedes vivir con ellas?
Más te vale, porque no van a desaparecer por el mero hecho de que las ignores. Merry Christmas.
Pura vida,
Frank.