Una noche cualquiera salí a tomar algo con un amigo. Para preservar su anonimato sin despojarle de categoría, vamos a darle un nombre un poco vistoso y a llamarle Greg.
Conocía a Greg desde la infancia. Fuimos al mismo colegio y tuvimos contacto frecuente durante muchos años. Se podría decir que le conocía muy bien. O eso creía yo.
Greg era un tipo introvertido y calmado. Hablaba poco. Eso me gustaba. La gente que habla mucho me pone nervioso. Posiblemente porque no suelen decir mucho más que gilipolleces.
No recuerdo haber visto a Greg enfadarse o perder los nervios en mi vida. Era una especie de filósofo estoico del siglo XXI, que se paseaba por los bares de copas con su chupa de cuero raída y su mirada de hippy de los años 60. Nada le irritaba. Para Greg, todo eran “pelillos a la mar”.
Pero aquella noche no fue así.
Estábamos en un bar, de espaldas a la barra, hablando. Greg miró un momento hacia atrás, como si alguien le hubiera molestado. Después volvió a nuestra conversación. Al de unos instantes, se dio la vuelta y agarró a una persona por el cuello, gritándole improperios a tres mil decibelios.
Yo les separé y me llevé a Greg al otro lado de la sala.
¿Pero qué coño estás haciendo? – Le dije.
Voy a matar a ese hijo de puta – respondió.
¿Por qué? ¿Qué ha hecho? – pregunté
Me ha empujado y se ha reído – dijo. Le voy a arrancar la cabeza.
Afortunadamente no hubo cabezas arrancadas aquella noche. Greg se calmó y nos fuimos de allí con la música – y la mala leche – a otra parte.
Cuando volvía andando a casa, pensé en lo que había pasado. Creía que conocía bien a Greg. Pero ahora no estaba seguro. ¿Quién era Greg realmente? ¿El filósofo estoico del siglo XXI o el Hulk Hogan que te arranca la cabeza de un mordisco a las primeras de cambio y la escupe a varios metros de distancia?
La personalidad que nos toca
Muchos de nosotros vamos por la vida asumiendo que quiénes somos está ligado casi exclusivamente a nuestra personalidad. Y nuestra personalidad es producto de una amalgama de factores diferentes sobre los que no tenemos demasiado control.
Los genes. El azar. La educación que recibimos. Las circunstancias en las que nos encontramos. Las experiencias que vivimos según crecemos. Las personas que están a nuestro alrededor y con las que nos relacionamos.
Todos esos ingredientes se meten en la coctelera, se mezclan bien y… ¡voilá! Allí sale el cóctel de nuestra personalidad. Y esa personalidad es el vehículo que se nos entrega solemnemente con un lacito rojo, para que naveguemos por la vida como mejor podamos.
Si tenemos buena suerte en la combinación de ingredientes, ese vehículo funcionará a las mil maravillas y nos ayudará a llegar donde queramos ir.
Y si tenemos mala suerte, ese vehículo fallará más que una escopeta de feria, se saldrá de la carretera y se estrellará contra un árbol cada dos por tres, catalpultándonos por los aires.
Ahora imagina que vamos navegando por la vida, algo no nos sale bien y no conseguimos lo que queremos.
¿Cómo solemos encajar esa situación?
Generalmente, haciendo una de estas dos cosas:
- Haciendo responsables a los demás, lo cual es la estrategia más habitual a la que recurre el capullo embaucador de nuestro ego
- Haciéndonos responsables a nosotros mismos
Hacer lo segundo puede parecer señal de madurez. Pero a veces esto no es más que un espejismo, porque no nos hacemos realmente responsables a nosotros mismos, sino a nuestro vehículo.
Es el vehículo el que es responsable. Nosotros sólo lo conducimos. Somos como somos y sólo podemos relacionarnos con el mundo sobre la base de los parámetros de personalidad inmutables que nos han tocado en la lotería del azar.
Si no tenemos muchos amigos, es porque somos introvertidos. Si no conseguimos un aumento de sueldo, es porque somos ineficientes y desordenados. Si no encontramos una pareja, es porque somos tímidos. Si no solemos sentirnos alegres, es porque somos taciturnos y pusilánimes. Si reaccionamos impulsivamente a los acontecimientos, es porque somos emocionales.
Somos así, decimos. No nos queda otra que operar dentro de los confines de la personalidad que se nos ha asignado. Es nuestra personalidad la que establece los límites de cómo podemos actuar en el mundo, de lo que tiene sentido hacer y no hacer, y de lo que podemos o no conseguir.
Esto puede sonar genial y liberador, pero tiene un pequeño problema:
No es cierto.
¿Quién eres?
La industria de la autoayuda ha facturado miles de millones de euros comercializando fórmulas de todo tipo para ayudarnos a “encontrarnos a nosotros mismos”. Y la gente consume innumerables contenidos para conseguir desenterrar sus talentos ocultos, descubrir cuál es su verdadera pasión y descifrar el enigma del sentido de su vida.
La verdad es que no sé qué demonios esperan encontrar. No hay ningún tesoro escondido esperando detrás de trescientas cortinas de humo que requiera infinito trabajo de exploración, como esos supuestos gurús quieren hacernos creer.
No, el enigma de quién eres es mucho más sencillo que eso. Sólo tienes que meterte tres principios básicos en la cabeza para resolverlo:
- Quién eres no es una realidad inmutable, sino algo que se encuentra en constante evolución y que nunca podrás atrapar y meter en una caja
- Puedes elegir quién quieres ser
- Puedes convertirte en (o al menos acercarte a) quién quieres ser
Y esos tres principios básicos se pueden resumir en un meta-principio: Quién eres es una decisión.
No eres la personalidad que te ha tocado.
Ni tus pensamientos.
Ni tus emociones.
Ni tus creencias.
Ni tus sueños.
Ni tus miedos.
Eres lo que decides ser.
En un plano práctico, al menos. Si nos ponemos budistas, a nivel metafísico y espiritual todos somos uno y todo ese rollo, pero aquí estamos hablando de cómo puedes mejorar la realidad práctica de tu vida a través de un mayor entendimiento de aquello que más determina quién eres.
Esta idea de que tu identidad no es algo independiente de tus decisiones te puede sonar a ciencia ficción, pero no lo es.
La personalidad “que te ha tocado” condiciona la facilidad que tienes para hacer ciertas cosas. Pero eso no quiere decir, en absoluto, que tu personalidad determine quién eres.
Si tu personalidad determina algo, es cómo eres. Pero no determina el quién.
Quién eres es función de las decisiones que tomas. Es función de tus actos y de la intención que impulsa esos actos, con independencia de cómo se interpreten éstos desde fuera o de las consecuencias que tengan.
Eres lo que haces.
Y tú decides lo que haces, ¿no es así? ¿Quién lo decide si no?
Siento darte malas noticias, pero sí, tú eres el último responsable de quién eres. Para bien y para mal.
¿Cómo funciona esto en la práctica?
Digamos que eres una persona introvertida, tus padres te convencieron para estudiar ingeniería a pesar de que la carrera no te atraía mucho, tienes pocos contactos profesionales, muchas inseguridades y ni idea de marketing digital.
Pero, a pesar de todo esto, te gustaría montar tu propia empresa. Liderar a un grupo de personas hacia un objetivo que merezca la pena para ti es algo que siempre has querido.
Vaya por Dios.
A primera vista no lo tienes nada fácil, ¿verdad? La educación está en tu contra. Las circunstancias están en tu contra. Tu personalidad está en tu contra. Si buscas algún motivo para no intentarlo, no te resultará difícil encontrarlo.
Así que cedes a las dificultades y no lo intentas.
¿Quién eres?
No estoy seguro de cuál es la respuesta a esa pregunta.
Ahora bien, si esa situación se repite en otros contextos y vuelves a ceder, entonces sí que lo sé: Eres alguien que se doblega ante las dificultades. Porque es la decisión que tomas, una y otra vez. Por mucho que sueñes, pienses y sientas lo que sea que sueñas, piensas y sientes.
Lo que importa para saber quién eres es observar lo que haces repetidamente. Punto final. Un acto aislado no dice nada, lo mismo que el conato arranca-cabezas de Greg no dice nada sobre quién es él realmente. Pero una pauta repetida de actos en distintos contextos sí que lo hace.
Lo que viene a decir que, en el ejemplo anterior, si en vez de achicarte ante las dificultades te lanzas a intentar conquistar tu sueño de montar una empresa, y haces lo mismo en otras áreas de tu vida, no serías la misma persona. Serías otra muy diferente. Porque has tomado decisiones diferentes, a pesar de partir del mismo conjunto de ingredientes.
En último término, tuya es la responsabilidad de quién eres. Tú decides en quién te vas convirtiendo, día a día, mes a mes, año a año. Los resultados que coseches serán los que sean, pero eso no determina quién eres. Lo que determina quién eres es qué es lo que haces y por qué.
Cada acción que decides llevar a cabo es un voto a favor del tipo de persona que quieres ser
James Clear
Si tu forma habitual de actuar, cuando encuentras un error en lo que otra persona está diciendo, es no contradecirle delante de los demás para no dejarle en mal lugar, eres alguien amable y considerado. Si tu forma habitual es la contraria, puede que seas muy inteligente, pero también eres un capullo.
Si tu forma habitual de actuar cuando te sientes ofendido es esperar un momento y calibrar si lo que ha pasado merece respuesta por tu parte o no, eres alguien responsable en la gestión de sus emociones. Si tu forma habitual es reaccionar como un gorila y atacar a tu interlocutor con intención de despedazarle, eres esclavo de tus emociones y un auténtico coñazo como compañía.
Si tu forma habitual de actuar en las reuniones sociales es intentar hablar con desconocidos a pesar de sentir vergüenza, eres alguien sociable. Si tu forma habitual es evitarlo, no lo eres.
Es así de simple. Y seguro que tienes tus razones para hacer lo que haces. Creencias, miedos, deseos, tentaciones, dificultades. Puede que incluso sean razones legítimas. Pero según lo que hagas, así eres.
No hay escapatoria. Eres responsable de quién eres. Y así debe ser.
Es, en una palabra, tu decisión.
Evidentemente, no se pasa de ser alguien a ser alguien completamente distinto con sólo quererlo y tomar un par de decisiones. No es tan sencillo. Hay un proceso. Hay una evolución, más rápida o más lenta dependiendo del caso concreto.
Pero eso no rompe en absoluto el principio fundamental de este post: Eres tú quien decide, paso a paso, decisión a decisión, en quién te vas convirtiendo a lo largo de tu vida.
Así que no, no hay tanto que encontrar sobre tu identidad. Lo que sí hay es mucho que crear.
Pura vida,
Frank.
Totalmente de acuerdo incluso más allá…como dicen (Maganto y Aguirre, 2010) «Ni siquiera el pasado está definitivamente escrito para aquellos que quieran y puedan cambiar»
Yo me estoy separando, notificado x la otra parte de forma abrupta, con 3 hijos de 12, 9 y 4 años q cuando les hemos sentado para decírselo pensaban k tendrían otro hermano… En fin, no se quien soy, q mal lo he hecho, bpero si se lo fatal, dolido y vacío q me siento. La incertidumbre del camino, la dependencia económica o la superioridad económica de ella, me empuja a esperar a las migajas, el no cambiar en exceso el panorama de mis hijos hace q no me pueda, alejar…. Me viene al pelo tu entrada. Gracias Frank, de pensar en meter pasta en algunos de tus proyectos, a pensar en recomorar mi casa…
Un saludo
Hola Iker.
Lo siento, lo que describes es una putada de situación. Pero sí, lo que decides hacer para gestionarla marcará quién eres. Piensa en quién quieres ser y actúa de esa forma. El tiempo hará lo demás.
Que tengas mucha suerte
Siempre agradecido por tus reflexiones. Coincido en que no somos una accion,sino la suma de todos. Un tio tranquilo que una vez quiere arrancar una cabeza no es agresivo. Es tranquilo,pero no lo toques los cojones que todo tiene un limite. Pura Vida maestro!!
Uno de los libros de tu lista, «En busca de sentido» de Viktor Frankl, es una reflexión brutal sobre la capacidad última de decidir, incluso en las peores condiciones (el autor fue superviviente del campo de Auswitz). Por cierto, me permito hacer un comentario sobre tu lista de libros: leer las meditaciones de Marco Aurelio a pelo puede ser un poco difícil. Yo recomiendo leer «Daily Stoic», de Ryan Holiday. Incluye citas comentadas de Marco Aurelio y de otros estoicos como Séneca y Epicteto.