El Principio de Fricción Mínima

Hoy, Frank Spartan va a meterse en un tema que tiene mucha miga, con un ángulo un poco diferente.

Empecemos, como siempre, por una historia de la vida cotidiana.

La semana pasada me encontré por la calle con un viejo amigo de la familia. Llamémosle, por conservar su anonimato, Jon.

Jon era directivo del club de fútbol en el que Frank Spartan deleitaba al público asistente con su magia manejando el esférico en sus tiempos mozos. Ahora está jubilado y se dedica, básicamente, a moverse de bar en bar durante la mayoría del día. Muchas de las veces que me cruzo con él me mira, pero no alcanza a reconocerme. Y no es por mi  aspecto juvenil, sino porque su mente no está clara.

Jon y yo fuimos muy buenos amigos hace escasamente veinte años. Él pasaba mucho tiempo en el club. Le gustaba el ambiente y hablaba constantemente de cómo incorporar una filosofía que atrajera talento y llevara al club a un nivel de visibilidad muy superior al que tenía entonces. Tenía carisma y dotes de liderazgo, pero nunca dio el paso de incorporarse al equipo gestor del club a pesar de tener la oportunidad de hacerlo más de una vez.

El declive de Jon comenzó en el momento en el que el club cambió de equipo gestor. El estilo y la filosofía de los nuevos gestores no encajaron con su personalidad, y Jon decidió abandonar aquel ambiente para zambullirse en… la nada. Lentamente, el alcohol se convirtió en el compañero fácil que siempre estaba disponible y que siempre cumplía lo que prometía. El compañero que le proporcionaba el placer que Jon no había encontrado en otro lugar.

Es posible que pienses que esta historia no tiene nada que ver contigo. Pero, a estas alturas, deberías saber ya que Frank Spartan es muy sutil, y si te lo cuento es porque, aunque no se aprecie a primera vista, puede que haya alguna relación entre la forma en la que muchos de nosotros jugamos nuestras fichas y la historia de Jon.

El camino por el que a veces discurre la vida

Antes de conocer a Stelios, cuando Frank Spartan funcionaba con otra mentalidad, vivía mi vida de una manera muy curiosa. Común, pero curiosa.

La vivía según El Principio de Fricción Mínima.

¿Y qué narices es El Principio de Fricción Mínima? Muy sencillo. Es una creencia que dejamos que se adentre en nosotros y que nos insta a enfocar nuestra energía en intentar conseguir aquellas cosas que la gente de nuestro entorno valora. En lo académico, en lo profesional y en lo personal.

Pero ojo, aunque denominemos este principio así, no quiere decir que conseguir todas esas cosas no sea difícil. Siempre lo es. Lo que “Fricción Mínima” significa es que perseguir y conseguir esas cosas no pone retos al desarrollo de nuestra personalidad única. No cuestiona las expectativas de los demás. No nos introduce por caminos que secretamente llaman nuestra atención, porque el viento de cola que nos impulsa a seguir los caminos generalmente aceptados es muy fuerte.

De esa forma, lo que acaba ocurriendo al cabo de algunos años es que llegamos a algún puerto, habiendo superado una serie de dificultades. Y nos sentimos vagamente satisfechos de nuestra hazaña, por un tiempo al menos, porque es donde otras personas de nuestro entorno también quieren llegar.

El problema es que ése no es nuestro puerto. Y tampoco ésas son nuestras dificultades. Son el puerto y las dificultades que otros nos han influenciado a perseguir.

Hay una vocecilla, apenas perceptible, que nos susurra al oído que ése no es nuestro sitio. Pero nuestra mente es muy embaucadora y, sin gran esfuerzo, hila una serie de justificaciones que nos hacen concluir, de forma lógica, que el sitio en el que estamos es suficientemente bueno y debemos aprender a disfrutarlo. Porque, de otra forma, estaríamos tirando a la basura todo el esfuerzo invertido para llegar ahí, y también perdiendo los elogios que recibimos del entorno cuando por fin conquistamos la cima en la que nos encontramos ahora.

La mente es muy cabrona y maquiavélica: Sabe que los seres humanos podemos concebir no ganar, pero que nos cuesta horrores aceptar perder. Y por eso centra nuestra atención en la pérdida de lo que ya tenemos, como estrategia más efectiva para anclarnos a nuestra posición actual.

Y una vez que nuestra mente consigue que nos auto-justifiquemos con dos millones de razones para no movernos de esa situación que no acaba de llenarnos, ¿a qué solución acudimos? A aumentar el grado de placer en todo lo que está fuera de ella.

Si la vocecilla interior nos susurra que nuestro sitio no está en esa carrera universitaria que estamos haciendo, nos dedicamos a ir de fiesta y divertirnos todo lo que podamos. Si no está en ese trabajo o en esa relación sentimental, nos dedicamos a añadir comodidades, consumo, vacaciones y entretenimiento constante a nuestro día a día. Si no está en el tipo de rol y nivel de involucración que tenemos como padres, nos dedicamos a proporcionar caprichos a nuestros hijos y a buscar atajos para conseguir su cariño y respeto.

En otras palabras, El Principio de Fricción Mínima nos acaba llevando a buscar escapatoria. Nos acabamos convirtiendo en una especie de Tim Robbins en Cadena Perpetua.

Buscamos escapatoria por medio de cualquier cosa que consiga acallar el sonido de esa vocecilla y nos proporcione cierta sensación, por pequeña y efímera que sea, de satisfacción. Sensación que nos cuidamos en amplificar en las redes sociales para recibir incontables muestras de aprobación de nuestro entorno y legitimar ese tipo de comportamiento como bueno.

Esto es lo que hacía Frank Spartan en su época. Cuando observo la vida que llevaba entonces, no me cabe duda de que estaba dirigida por El Principio de Fricción Mínima. La de la mayoría de la gente que conozco, y probablemente de la que no conozco, también lo está.

Jon, el protagonista de nuestra historia inicial, acabó de bar en bar por decidir dejarse guiar por El Principio de Fricción Mínima y no dar el paso a dirigir el club. Porque ése, y no otro, era su sitio. Pero se dio cuenta cuando ya era demasiado tarde.

¿Cuál es el mensaje que Frank Spartan quiere transmitirte con todo este rollo?

Si la diosa Clarividencia te toca en el hombro durante unos segundos, podrás apreciar que El Principio de Fricción Mínima tiene dos inconvenientes importantes:

  1. La vocecilla interior cada vez habla más alto y la sensación de que no estás en tu sitio se va intensificando a lo largo del tiempo
  2. La estrategia habitual de aumentar el placer en otras áreas para acallar esa vocecilla es agotadora y consume mucha energía, porque el placer obtenido con esas experiencias es cada vez más efímero. Para mantener la rueda girando necesitamos cada vez más aprobación social, gastar más dinero, invertir más tiempo. Y esa dinámica va dando pequeños hachazos a nuestra libertad para cambiar de rumbo y nos mantiene en la oscuridad

Y la oscuridad no mola nada. Te puedes romper fácilmente los morros contra cualquier cosa más dura y grande que tú, a la que le importas muy poco.

La alternativa al principio de Fricción Mínima

Visto así, el panorama al que nos conduce El Principio de Fricción Mínima no resulta nada alentador. ¿Existe una alternativa a ese principio como hilo conductor de nuestra vida?

Desde el punto de vista lógico, debería ser un principio que incorpore más fricción, ¿no?

Pues sí. La fricción es lo que te llevará a descubrir tu personalidad única y a hacerla crecer. Una vida sin fricción, sin superar dificultades que tú mismo eliges, es una vida sin personalidad, sin creatividad, sin una chispa de originalidad. Y eso no es una buena elección, por muy cómoda y segura que parezca.

Sin embargo, hay una importante puntualización: La fricción máxima tampoco es la solución. Tienes que elegir tus batallas y evolucionar gradualmente, especialmente si has estado sumergido en El Principio de Fricción Mínima durante mucho tiempo. Si no lo haces, el reto te parecerá demasiado ambicioso y tu embaucadora mente tomará de nuevo el control con su creatividad para las justificaciones.

En otras palabras, el objetivo debe ser lo suficientemente realista para que no te intimide a la hora de dar el primer paso.

En este contexto, ¿cuál debe ser el primer paso?

El primer paso es identificar cuál es el campo de tu vida que en el que oyes esa vocecilla con más frecuencia e introducir un poco de fricción voluntaria. Algo que conecte con lo que te susurra esa vocecilla, aunque sea difícil de hacer:

  • Porque no tienes tiempo
  • Porque cuesta dinero
  • Porque crees que tu familia o tus amigos no lo entenderían
  • Porque te da vergüenza
  • Porque crees que no eres suficientemente capaz o suficientemente joven y que no puedes aprender las habilidades requeridas

Lo que sea. No dejes que estas barreras te frenen, porque a menudo son señales de que hay algo bueno detrás de ellas. Las elecciones fáciles generalmente llevan a una vida vacía y difícil, y las elecciones difíciles a una vida satisfactoria y fácil. El truco es que esa transición no sucede inmediatamente, y por eso la mayoría de la gente no une los puntos como debería.

Simplemente, da un pequeño paso en esa dirección. Apúntate a ese curso, ve a ese evento a conocer gente, escribe un poco en tu blog por las noches, contacta con esa persona para tomar un café. Lo que sea, por trivial que parezca, que empiece a canalizar tu energía en esa nueva dirección.

Cuando lo hagas, comprobarás que empiezan a suceder cosas. Comprobarás que, a medida que te vas involucrando más y haciendo pequeños progresos, empiezas a oír cada vez menos esa vocecilla que siempre te acompañaba. Y comprobarás también que empiezas a no necesitar tantos placeres como antes para tener la sensación de que estás viviendo una vida que merece la pena.

La diferencia es que, ahora, esa sensación es legítima. Porque estás empezando a vivirla.

Pura vida,

Frank.

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