Esa no es la pregunta

Si analizamos cómo tomamos decisiones, especialmente las decisiones más importantes de nuestra vida, veremos que lo que estamos haciendo, al fin y al cabo, no es otra cosa que responder preguntas.

Reducido a su máxima esencia, cuando tomamos una decisión perseguimos obtener ciertos resultados. En concreto, esperamos sentirnos “bien” o esperamos sentirnos “mejor”. Sea directamente, sea a través de elementos intermedios como pueden ser el dinero, la popularidad, el cariño de los demás, la comida, el sexo, la libertad, el entretenimiento, etcétera, etcétera.

Obvio, ¿no?

Quizás no tanto. Hilemos un poco más fino.

El asunto es que “sentirse bien” es un concepto demasiado amplio, ¿no es así? ¿Qué significa eso exactamente?

Bueno, depende del caso concreto. Hay de todo. No se puede generalizar.

El problema es que, si no generalizaras, no podrías explicar nada de lo que sucede en el mundo. No podrías detectar tendencias, ni juzgar probabilidades, ni aconsejar a tus hijos, ni tomar decisiones con criterio. Cualquier intento de explicar el mundo ha de partir, necesariamente, de una generalización.

Una generalización que tendrá, como cualquier “regla”, sus excepciones.

Pero, al mismo tiempo, si está basada en datos objetivos, análisis riguroso y lógica, será una generalización que explicará el mundo bastante mejor que decir “hay de todo” o “no se puede generalizar”, con expresión de haber argumentado algo tremendamente inteligente y profundo. De hecho, el argumento de “hay de todo” es el más vacío y banal que existe a la hora de explicar el mundo, porque no aporta absolutamente nada al debate.

Sí, lo has pillado. Frank Spartan es un gran fan de las generalizaciones. Generalizations rock.

Pasemos ahora a la generalización estrella de este post.

¿Qué dirías que significa eso de “sentirse bien” para la gran mayoría de personas en nuestra cultura?

Esta pregunta es difícil de responder con exactitud, porque nadie tiene un lector de pensamientos a gran escala en el bolsillo. Sin embargo, lo que sí podemos hacer es emitir juicios lógicos en base a los mensajes que más se repiten en nuestra sociedad y que acaban conformando – o influenciando poderosamente – los grandes objetivos vitales de las personas.

Veamos.

¿Cuál es el gran objetivo vital que se pregona a los cuatro vientos en nuestra cultura? ¿El fin último de la existencia con el que nos bombardean desde todas partes?

Ser feliz.

Ser feliz es el objetivo vital de nuestra era por excelencia. No siempre fue así ni mucho menos. En otras épocas había otros objetivos diferentes a la felicidad, o al menos no estábamos tan obsesionados con ser felices. Pero en nuestra cultura actual, ese objetivo de ser felices no tiene competidor.

Sí, estoy haciendo una generalización. Pero has de reconocer que es una generalización con mucha base.

Los mensajes publicitarios de las empresas van dirigidos a alimentar nuestros sueños de felicidad. La industria de la autoayuda nos pone una lente de aumento en los obstáculos que nos impiden ser felices y nos vende pildoritas masticables para conseguirlo en un abrir y cerrar de ojos con técnicas revolucionarias como la manifestación y la ley de la atracción. Las redes sociales nos recuerdan que no somos tan felices como otras personas de sonrisas brillantes en fotos con filtros. Los problemas de salud mental se multiplican en las últimas generaciones porque esos anhelos desesperados de sentirnos felices se ven a menudo frustrados por las circunstancias de la vida, que transcurre caprichosamente por caminos diferentes a los que nosotros deseamos.

Lo que hemos conseguido con todo esto es que nuestras decisiones se guíen, seamos conscientes de ello o no, por la siguiente pregunta:

¿Cómo puedo ser feliz?

Bueno, ¿y qué? ¿Es eso algo malo, acaso?

Ésa es la trampa. Que parece obvio que es algo bueno.

Pero… ¿lo es realmente?

La naturaleza de las expectativas de felicidad en nuestra sociedad

El objetivo vital de ser felices ha penetrado en nuestra conciencia tan profundamente que ni siquiera cuestionamos su validez. Damos por sentado que es un objetivo legítimo, natural y totalmente sano. Y el que la inmensa mayoría de personas a nuestro alrededor parezcan perseguir ese mismo objetivo reafirma subliminalmente nuestra intención.

Ahora bien, ¿cuál es la naturaleza básica del tipo de felicidad que solemos perseguir? ¿Cuáles son sus características habituales?

Joder Frank, ¿otra generalización?

Por supuesto. Ponte cómodo, porque acabo de empezar.

Cuando hablas con otras personas sobre ese concepto tan ampliamente extendido y compartido que es la felicidad, te encuentras con un curioso fenómeno: Muchas de ellas no saben definir con precisión a qué se refieren con eso de “quiero ser feliz”. Dicen cosas como “quiero sentirme bien”, quiero “estar contento”, etcétera, etcétera. Pero su descripción no va mucho más allá, probablemente porque nunca se han parado a pensarlo demasiado y lo contemplan como un fenómeno complejo y abstracto, que requiere demasiada carga cognitiva descifrar.

Pues bien, tu amigo Frank va a echarte una mano para aterrizar esa nebulosa indefinida en algo más tangible y concreto.

Veamos.

Cuando las personas hablan de felicidad, a lo que habitualmente se refieren es a cierto tipo de estado de ánimo. Se refieren a sentir emociones positivas. Se refieren a una melodía vital con una intensidad que se eleva por encima de la calma y la rutina, y que carece de emociones negativas (o, mejor dicho, emociones “incómodas”).

Vale, ya tenemos algo más concreto. El concepto habitual de felicidad parece ser sinónimo de cierto tipo de estado de ánimo.

Profundicemos un poco más.

Hay varios atributos que describen el tipo de felicidad (o estado de ánimo) que generalmente anhelamos cuando tomamos decisiones en nuestra cultura actual:

Ininterrupción

La creencia que hemos venido interiorizando a gran velocidad como sociedad, especialmente en el caso de los jóvenes, es que debemos ser felices todo el tiempo y que, si no es así, hay algo que falla. Nuestra expectativa es sentir emociones positivas continuamente, sin interrupciones. Cualquier estado anímico de apatía, tristeza, enfado o pereza es tan saliente en nuestras percepciones que se categoriza mentalmente, sin contemplaciones, como un signo de que no somos realmente felices.  

Inmediatez

Nuestro deseo de felicidad es impaciente. Queremos sentir esos anhelados estados de ánimo inmediatamente, sin tener que esperar. Y esa impaciencia nos impulsa a tomar atajos hacia las emociones positivas. Tendemos a favorecer la inmediatez de la emoción sobre su calidad. Y el entorno a nuestro alrededor, que goza de un nivel de disponibilidad de acceso a productos, servicios y experiencias mucho mayor que en el pasado, nos incentiva a elegir aquellos caminos de recompensa inmediata y fácil y a renunciar a aquellos caminos de recompensa futura y difícil.

Este comportamiento se refuerza gracias a la emoción positiva de la recompensa y se convierte en hábito. Y a partir de ese momento tendemos a actuar de esta manera automáticamente, sin un pensamiento consciente que nos guíe. 

Comparabilidad

Nuestra satisfacción con respecto a la experimentación de una emoción positiva no se suele anclar en su valor “absoluto”, sino en una dimensión relativa. Nos sentimos más o menos felices dependiendo de cuán felices percibimos que son los demás.

Comparamos sin cesar. Y si salimos mal parados de esa comparación, eso impacta, y mucho, en nuestro estado de ánimo y nuestra satisfacción en general. Una dimensión del ser humano que siempre ha estado ahí, pero cuyo protagonismo se ha acentuado de forma muy significativa desde la aparición de las redes sociales.

Los estudios científicos sobre el impacto del sueldo en la satisfacción vital han concluido que no es tanto el importe del sueldo en sí lo que más nos satisface, sino cómo compara el sueldo que cobramos en relación al sueldo de nuestro entorno de personas de referencia. Lo mismo sucede, a un nivel más sutil y de mayor complejidad de comparación, con la autopercepción de nuestra felicidad.

Dependencia de las circunstancias

La última gran característica del tipo de felicidad que perseguimos en nuestra cultura actual es que depende enormemente de factores que no están bajo nuestro control. Depende mucho de nuestras circunstancias, del entorno que nos rodea y de los resultados que obtenemos, la inmensa mayoría de los cuales están fuertemente determinados por el efecto del azar y a menudo se encuentran más allá de nuestra área de influencia.

Generalmente no perseguimos una felicidad intrínseca, anclada en estados de ánimo que surgen de un alineamiento profundo entre quiénes somos y lo que hacemos. Lo que solemos perseguir, por el contrario, es una felicidad extrínseca, anclada en estados de ánimo que emanan de elementos externos, como obtener determinados resultados o conseguir el reconocimiento y la validación de los demás.

Si todavía no ves venir la conclusión de Frank Spartan sobre todo esto, te echo una mano: El tipo de felicidad que generalmente perseguimos es una trampa mortal. Es un objetivo absurdo. Un juego trucado, en el que las probabilidades de ganar se encuentran desproporcionadamente en tu contra.

Bueno, vale, Frank, pero entonces la solución es buscar otro tipo de felicidad, ¿no? Una felicidad de mayor calidad, por así decirlo.

Es posible que eso sea lo que esperabas que dijera, pero siento decepcionarte.

Tu amigo Frank no va a sugerir un par de retoques en el juego. Va a demolerlo por completo y presentarte otro juego diferente.

Un juego en el que las probabilidades de ganar sí están a tu favor.

La pregunta correcta que debes hacerte

Empecemos por lo más esencial: Estamos partiendo de la pregunta equivocada. “Cómo puedo ser feliz” no es una buena brújula para tomar decisiones. Por la sencilla razón de que, si lo que buscas son emociones positivas, el mundo en el que vives va a poner a tu disposición una infinidad de sucedáneos por el camino que van a confundir tu juicio a la hora de decidir. Y lo más probable es que metas la pata. Hay demasiadas dificultades en el camino como para que llegues a puerto con todas las plumas.

La felicidad en sí misma no debe ser tu objetivo. Es un espejismo al que debes evitar dirigirte. No es ahí donde encontrarás la piedra filosofal de la vida.

Estás obteniendo respuestas equivocadas porque no estás haciendo la pregunta correcta. No debes buscar otras respuestas. Lo que debes hacer es cambiar la pregunta.

La pregunta que debes hacerte es ésta:

¿Cómo puedo sentirme orgulloso de mí mismo?

Esta pregunta tiene un cariz completamente diferente.

Por una parte, las decisiones se enfocan desde un punto de vista más existencial. Hay decisiones que dan sentido y propósito a mi vida y hay decisiones que no. Hay decisiones que demuestran carácter y valentía y hay decisiones que no. Hay decisiones que irradian integridad y hay decisiones que no. Hay decisiones que eligen un camino difícil que requiere esfuerzo y superación y hay decisiones que no. Hay decisiones que son egoístas y hay decisiones que no.

Esta perspectiva de toma de decisiones no pone el foco en la obtención de emociones positivas como prioridad inmediata, sino en actuar de forma consistente con el tipo de persona que queremos ser. Tiende un puente mental y emocional directo entre dos puntos: El comportamiento adecuado y la sensación de orgullo hacia uno mismo por estar viviendo una vida que merece la pena.

Por otra parte, es una pregunta que desvincula el objetivo de tus decisiones de los elementos externos y que pone el foco en tu interior. Lo que guía tu decisión no es tanto el resultado a corto plazo, ni el comparar bien con los demás, ni incluso el sentir emociones positivas de forma inmediata. Lo que guía tu decisión es la consistencia de tu comportamiento externo con los valores internos de esa persona que estás orgulloso de ser.

¿Y cuáles son las consecuencias prácticas de adoptar esta filosofía a la hora de tomar decisiones?

Muchas y muy importantes. Veamos algunas de ellas.

Consecuencias prácticas de esta nueva filosofía

La primera gran consecuencia es que transforma tu perspectiva de lo que es “tener una buena vida”.

Con la perspectiva tradicional de búsqueda de la felicidad, una buena vida es una vida en la que experimentamos muchas emociones positivas, a poder ser tantas o mejores que las personas a nuestro alrededor, y pocas emociones negativas (= “incómodas”). Sin esperar demasiado ni tener que hacer grandes esfuerzos. Y en la que siempre podemos culpar a las circunstancias, la mala suerte, los políticos o los extraterrestres por no poder obtener los resultados que deseamos.

Con la perspectiva que propone tu amigo Frank, por contra, la lupa está centrada en ti. El comportarte de forma que te haga estar orgulloso de ti mismo en cada decisión importante pasa a ser tu responsabilidad. Tú llevas el timón y tú decides por dónde ir. No hay sitio donde puedas esconderte ni fantasmas a los que puedas culpar. Y precisamente por eso es la forma más adecuada de vivir.

La segunda gran consecuencia es que experimentar emociones “incómodas” deja de ser algo que hay que evitar a toda costa, para convertirse en un elemento inevitable que forma parte del proceso. Dejamos de huir de las emociones incómodas como niños asustados y de perpetuarnos en la falta de resiliencia ante las dificultades y pasamos a aceptar los momentos duros como lo que son: Un peaje que debemos pagar para vivir una vida de la que nos sintamos orgullosos. Lo cual, paradójicamente, nos hace cada vez más resilientes y capaces de experimentar satisfacción y felicidad.

La tercera gran consecuencia es que es una perspectiva que llama a la acción. Dejamos de depender de que “nos den” lo que queremos para ser felices y pasamos a adoptar la creencia de que, para sentirnos bien, primero debemos actuar. Actuar como actuaría esa persona que queremos ser.

Todas esas monsergas de “quererte a ti mismo tal y como eres” de la industria de la autoayuda, que nos eximen de responsabilidad en nuestras decisiones y comportamientos, dejan de servirnos. Ahora sabemos que no todo vale. Hay comportamientos que no nos hacen merecedores de querernos tanto a nosotros mismos, ¿no es verdad? Hay comportamientos de los que no podemos sentirnos orgullosos. Hay comportamientos que sabemos que debemos cambiar para merecer ese amor propio de forma legítima.

Ojo, esto no quiere decir que debamos flagelarnos con un cilicio por no ser perfectos. Lo que quiere decir es que no debemos dar alegremente por buenos aquellos comportamientos de los que no estamos orgullosos, usando el argumento de que “somos así y ya está”.

Eso es hacerse trampas al solitario. Y cuando te haces trampas al solitario no puedes evitar escuchar una voz que te dice, a un nivel sutil, que por muchas emociones positivas que experimentes, tu vida no tiene demasiado sentido. Una voz que quizá puedas acallar en tus años mozos, pero que se hace dolorosamente ruidosa e inaguantable en la segunda parte del partido.

Aplicación de esta nueva filosofía a las diferentes áreas de tu vida

Bueno, dejémonos de rollos filosóficos y veamos cómo podemos aplicar todas estas majaderías a nuestro día a día, ¿te parece?

1. Ocupación profesional

Pregunta clave: ¿Cómo puedes sentirte orgulloso de tu trabajo?

Respuestas con elevada probabilidad de ser erróneas:

  • Ganando mucho dinero
  • Logrando un ascenso
  • Teniendo un título admirado y deseado por los demás
  • Haciendo crecer tu empresa para que sea la más grande del sector
  • Consiguiendo autoridad suficiente para que los demás hagan lo que tú quieres

Respuestas con elevada probabilidad de ser acertadas:

  • Contribuyendo a un objetivo que esté bien alineado con tus valores y tus motivaciones internas
  • Invirtiendo tu esfuerzo proactivamente para crear un producto o servicio que beneficie a un grupo de personas
  • Incrementando tus competencias y habilidades para desempeñar tu labor de forma excelente
  • Asumiendo desafíos profesionales con significado para ti que estimulen tus capacidades
  • Ayudando a tus compañeros cuando se encuentran en situaciones difíciles

Por supuesto que puedes sentirte orgulloso por tus triunfos (= resultados). Pero esos triunfos no deben ser el motor de tus decisiones en el ámbito profesional. El motor debe ser una motivación interna, un compromiso de comportamiento con esa persona del espejo que tanto admiras. Los triunfos son un resultado indirecto de tu conducta y del efecto del azar. Si llegan, bienvenidos sean. Pero la clave es que te sientas igualmente orgulloso de cómo has hecho las cosas, aunque esos deseados triunfos no lleguen.  

2. Relaciones personales

Pregunta clave: ¿Cómo puedes sentirte orgulloso de tus relaciones personales?

Respuestas con elevada probabilidad de ser erróneas:

  • Siendo amigo de todo el mundo
  • Saliendo mucho de fiesta
  • Frecuentando a personas por conveniencia social
  • Alternando con personas que se relacionan con mucha gente

Respuestas con elevada probabilidad de ser acertadas:

  • Concentrando tu atención de calidad en un número reducido de personas especiales
  • Atrayendo a personas con las que crees que puedes mostrarte tal y como eres, sin máscara social 
  • Priorizando a aquellas personas que crees que se alegrarán sinceramente de tus triunfos y que te apoyarán en los momentos difíciles

Resulta muy tentador enfocar nuestra atención en personas que nos dan acceso fácil y rápido a poder experimentar emociones positivas. Pero esas emociones positivas pueden ser, y generalmente lo son, efímeras y banales. Y las personas que nos las proporcionan pueden ser únicamente capaces de construir relaciones superficiales y frágiles, que se rompen en mil pedazos en la primera prueba de amistad con un mínimo de envergadura.

Si quieres estar orgulloso de tus relaciones personales, construye a largo plazo con un grupo reducido de personas cuidadosamente elegidas. Permanece atento a lo que sucede en sus vidas. Alégrate con ellos en sus triunfos y ayúdales en los momentos difíciles, aunque no haya emociones positivas obvias a tu alcance en esos momentos. Si has elegido medianamente bien tus cartas y te comportas de esa manera, esas personas harán lo mismo contigo. Y ahí podrás sentirte orgulloso del tipo de relaciones personales que tienes en tu vida.

3. Otras áreas de aplicación

Esta forma de enfocar las cosas se puede aplicar a cualquier tipo de decisión trascendente. Tomemos, por ejemplo, la decisión de tener o no hijos, tan controvertida en los tiempos que corren.

Hoy en día, es muy habitual decantarse por no tener hijos. Las razones son muy variopintas. Muchas personas creen que es económicamente inasumible. Otras han sucumbido a los venenosos tentáculos de la ideología “woke” sobre los efectos de la sobrepoblación en el cambio climático, las consecuencias devastadoras del sistema capitalista en el mundo y otras monsergas por el estilo. Y otras han caído en las fauces de la ideología feminista, que ha promocionado con grandes presupuestos y apoyo institucional la creencia de que las mujeres serán más felices si priorizan su carrera profesional, su independencia y su individualidad frente a formar una familia.

Antes de empezar, hagamos una puntualización: No tener hijos no es, como a veces se suele argumentar, una decisión egoísta. Recordando el chiste del gran Ricky Gervais, no estamos hablando de una situación en la que hay una hilera de fetos fantasma en una vitrina gritando “queremos nacer”. No se puede ser egoísta no trayendo al mundo algo que aún no existe. Por ahí no van los tiros.

Aclarado esto, sigamos.

Lo que Frank Spartan sí cree que sucede es esto: Muchas personas toman la decisión de no tener hijos porque creen que serán más felices de esa manera. Se hacen la pregunta habitual de ¿cómo voy a ser más feliz? Y la respuesta que les llega es “seré más feliz con más libertad, sin tener que renunciar a cosas que me gustan, con más medios económicos y pudiendo dedicarme más tiempo a mí mismo”.

Y ésa, desde el punto de vista de lo importante que hemos interiorizado que es la felicidad individual (= emociones positivas continuas, rápidas y fáciles) en nuesra cultura, les parece una respuesta completamente lógica. Incluso obvia. Desde fuera, parece evidente que la experiencia de tener y criar a los hijos tiene muchas más emociones negativas (= ”incómodas”), al menos en cantidad y frecuencia, que emociones positivas. Ergo, la decisión.

Pero… ¿y si la brújula que estas personas adoptaran para encontrar el camino correcto fuera otra? Y si se preguntaran: ¿Cómo voy a estar más orgulloso de mí mismo? ¿Teniendo o no teniendo hijos?

Desde esa perspectiva, es posible que la decisión ya no fuera tan obvia. Por la sencilla razón de que tener y criar a un hijo es una de las fuentes de sentido y propósito más poderosas que existen a nuestro alcance, y lo ha sido desde que el ser humano hizo su aparición en escena hace unos cuantos miles de años.

Cualquiera que haya tenido un hijo te dirá, con toda seguridad, que los momentos de cansancio, tristeza, preocupación, enfado y frustración han sido muchísimo más numerosos que los momentos de alegría y felicidad.

Pero también te dirán, muy probablemente, que no lo cambiarían por nada del mundo.

¿Por qué? ¿Están pirados, o qué?

No, no están pirados. La razón es que desempeñar la labor de padre o madre les hace trascender su propia felicidad para enfocarse en otro objetivo superior. Un objetivo que merece de verdad la pena para ellos. Y el invertir esfuerzo y dedicación a ese objetivo, a pesar de renunciar a una innumerable cantidad de emociones positivas por el camino, les hace sentirse orgullosos de sí mismos.

Tan simple como eso. Simple desde dentro, claro. Desde fuera es más complejo de entender.

Tener o no tener hijos es cosa tuya. No hay una elección que sea intrínsecamente mejor que la otra. Lo que sí hay son maneras de enfocar esa decisión que son más apropiadas que otras. Y eso depende del tipo de pregunta que te hagas como brújula para encontrar el camino. Para esta decisión en concreto o cualquier otra decisión importante a la que te enfrentes.

La pregunta correcta te llevará, de forma prácticamente inequívoca, a la respuesta correcta. La pregunta incorrecta puede llevarte también ahí, pero yo no contaría con ello.

Hazte la pregunta buena. Ahí está la clave de todo.

Pura vida,

Frank.

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2 comentarios en “Esa no es la pregunta”

  1. Inmaculada Jerez Sainz

    Si tuviera dinero Frank, te pondría en el telediario del mediodia, para que contaras tus pensamientos.
    La pregunta ¿qué tengo que hacer para sentirme orgulloso de mi mismo? para encontrar el camino a la felicidad. ¡Qué grande! ¡Qué acertada! ¡Qué profunda!

    Enhorabuena y gracias por compartirlos. ¿Conoces el programa Ted Talks?

    Inma

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