Si algo he aprendido con los años es que las cosas, a menudo, no son lo que parecen.
Empecé a ser vivamente consciente de este fenómeno desde dentro del ámbito profesional. Recuerdo cuando empecé a trabajar en una gran empresa internacional en Londres, con mis flamantes logros académicos bajo el brazo, y el convencimiento de que estaba más o menos preparado para desenvolverme con destreza en aquella tierra hostil.
Pero lo que pasó en la práctica fue muy distinto. Durante aquellas primeras semanas pude comprobar cómo los despiadados dientes de la realidad se hundían en mi trasero con saña, me arrastraban por el suelo y me escupían contra la pared sin contemplaciones.
En aquella época me acostumbré a escuchar mucho y hablar poco. Escuchaba lo que decían los jefes, pero sobre todo lo que decían los compañeros de un rango similar al mío. Y lo hacía para poder convencerme a mí mismo de si podría dar la talla en aquel lugar, o más bien estaba intentando comer mucho más de lo que mis mandíbulas podían abarcar y mi estómago podía digerir.
Mis conclusiones, después de mucho escuchar, fueron poco alentadoras. Todo el mundo parecía saber mucho más que yo. Y también tener mucho más claro que yo todo lo que tenían que hacer y por qué.
Aquella revelación congeló mi estado de ánimo y mi autoestima. Me sentía inferior, incapaz, indefenso. Me sentía un impostor. Alguien que no merecía estar allí. Alguien a quien descubrirían tarde o temprano y al que arrojarían con indiferencia a la hoguera de los fracasados para nunca más mirar atrás.
Pero me equivocaba.
Lo que pude comprobar después de un par de años fue que la mayoría de aquellas personas que parecían saber tanto y estar tan seguras de todo, no eran ni mucho menos tan deslumbrantes en lo profesional como parecían en un principio. Improvisaban su camino tanto o más que yo y no tenían las cosas en absoluto bajo control. Y yo, el impostor inseguro e indefenso de acento chungo e inglés flojete, pasito a pasito y a mi estilo, fui consolidando mi posición en aquel lugar hasta llegar todo lo lejos que quise llegar.
Nunca olvidé aquella enorme diferencia entre lo que las cosas parecían y lo que realmente eran. Una diferencia que he podido apreciar, a lo largo de mi vida, en muchos otros ámbitos además del profesional.
La satisfacción vital es uno de los más evidentes.
Las apariencias de satisfacción vital
Si prestas atención, es posible que compruebes que casi todo el mundo a tu alrededor parece estar bastante feliz y encantado con su vida. O al menos, eso es lo que dan a entender cuando se presentan ante los demás, sea en persona o en alguno de esos mundos virtuales de ahora.
Bueno, ¿y qué? ¿No es eso algo bueno, Frank?
Si fuera cierto, sí. Pero no lo es.
Las personas están mucho más jodidas de lo que parece. Tienen muchas más insatisfacciones, frustraciones y carencias de las que aparentan. Pero no las muestran, porque no quieren parecer menos a los ojos de los demás. Y como los demás tampoco quieren parecer menos ante los ojos de nadie, todo el mundo parece mucho más y mucho mejor de lo que es en realidad.
En el mundo en el que vivimos, hay mucha más realidad en lo que no se ve que en lo que se ve.
Esto es algo que conviene que asumas de primeras cuando tratas con alguien. Por mucha apariencia de felicidad que veas, es muy probable que haya dolor bajo la superficie, esté vivo o latente. Y a veces hay mucho de ello, aunque no se aprecie a primera vista. Ser consciente de que ese dolor probablemente exista es una de las formas más efectivas de desarrollar relaciones satisfactorias con los demás, porque eso te hace tener más tacto y ser más amable con ellos, aunque no parezca del todo necesario.
Y esa amabilidad suele ser la mejor vía para atravesar la coraza de las apariencias y entrar en contacto con la realidad que no se ve.
Sin embargo, esto no es lo que suele suceder. La mayoría de nosotros tomamos las apariencias, esa imagen que los demás nos presentan sobre ellos mismos, por buenas. Nos relacionamos con las personas en base a esa película que despliegan cuidadosamente ante nuestros ojos. Y como una gran parte de las escenas de esa película suelen ser ficción, acabamos construyendo relaciones poco satisfactorias. A fin de cuentas, si alguien parece estar encantado con su vida, no hace tanta falta prestarle tanta atención ni ser tan amable con él, ¿no? Para qué hacer ningún esfuerzo más allá de lo estrictamente necesario?
Pero las cosas no son así. Nada más lejos de la realidad.
La gente no es tan feliz como parece. Las personas tienen vacíos. A veces vacíos pequeños que acaban desapareciendo, a veces vacíos grandes que se quedan pegados como sanguijuelas que no te abandonan, por mucho que sacudas el cuerpo como Michael Jackson. Y esto se acerca mucho más a la realidad que las jodidas sonrisas permanentes de Instagram y las poses de “todo va estupendamente” cuando nos encontramos con la gente.
Hay vacíos internos por todas partes, aunque no se vean.
Y ya que esto es así, vamos a hacer algo un poco más útil que fingir que estos vacíos no existen y a explorar cómo demonios podemos mejorar las cosas.
Cómo gestionar los vacíos
Los vacíos internos tienen un origen común: Algo que antes estaba ahí, deja de estarlo. O dicho de forma más exacta, creemos que algo que antes estaba ahí ha dejado de estarlo.
No nacemos con vacíos. Los vacíos se crean en nuestro interior a través de la interpretación que hacemos de las cosas que nos suceden.
Los vacíos más difíciles de gestionar son los que se producen en una dimensión de nuestra vida que representa uno de los grandes pilares de nuestra felicidad. Si te sientes muy realizado en tu trabajo y lo pierdes, se crea un vacío difícil de gestionar. Si tu agenda social se concentraba mucho en la compañía de un amigo concreto y ese amigo se muda a otro país, se crea un vacío difícil de gestionar. Si tus hijos daban sentido a tu vida y se independizan, se crea un vacío difícil de gestionar. Si te sientes muy feliz con tu pareja y rompéis la relación, se crea un vacío difícil de gestionar.
Por ejemplo, muy recientemente yo tuve una relación sentimental con una persona que se convirtió en un pilar muy importante de mi felicidad, mis ratos de ocio y mis ilusiones de futuro. Era una persona que yo quería de verdad y con la que mi vida se elevó hacia arriba durante el tiempo que estuvimos juntos. Cuando esa relación se rompió se creó en mí un vacío profundo, amargo y doloroso. Como si una parte de mi identidad hubiera desaparecido de repente para nunca volver.
Y eso es precisamente lo que pasa con los vacíos que surgen en los pilares clave de nuestra felicidad. Cuando esos vacíos aparecen es como si, literalmente, perdieras una parte de ti mismo. Y eso es jodido, porque no estás preparado para algo así.
Ahora bien, por muy jodido que esto sea, no pensarás por un segundo que Frank Spartan se va a contentar con dejar las cosas así, ¿verdad? No creerás que voy a decirte que te sigas paseando por ahí como un pusilánime queso gruyère hasta que el tiempo ponga las cosas en su sitio como por arte de magia, ¿no?
De eso nada. Porque hay algunas cosas que puedes hacer para mejorar cómo te relacionas con esos vacíos. Tu sitio está en el cielo con cabeza bien arriba, colega, no arrastrándote por el suelo como un gusano. Tienes mucho que ofrecer al mundo y necesitas estar emocionalmente lleno para hacerlo. Sin agujeritos por donde pierdas aceite. Así que a trabajar.
Estos son tus deberes.
1. Acepta la situación
El primer paso es aceptar la situación. Eso que tenías que te hacía tan feliz se ha esfumado. Sayonara, baby. Y debes pensar que no va a volver, porque lo más probable es que no lo haga.
Tu empresa ha cambiado de dueños y el trabajo que adorabas se ha convertido en algo insufrible. Tu amigo del alma se ha hecho Hare Krisna y se ha ido a Asia a practicar proselitismo. Tus hijos se han independizado y se han ido a vivir a Australia. La persona que abrazabas y besabas antes de dormir ha desaparecido de tu vida.
Es lo que hay. Cuanto antes interiorices esa idea, mejor. Centrar tus pensamientos en cómo puedes recuperar eso que has perdido lo antes posible es una mala estrategia. Si haces eso, provocarás que ese vacío expanda su energía y lo sientas aún más grande de lo que era, debilitando tu capacidad para encontrar soluciones.
2. No intentes llenar el vacío con lo que no debes
Los vacíos que impactan en la línea de flotación de los grandes pilares de nuestra felicidad dejan huella y nos ofrecen información muy valiosa sobre nosotros mismos. No debes tratarlos a la ligera e intentar llenarlos con un sustituto de lo que se ha ido, por lo menos hasta que integres sus enseñanzas en la forma en la que enfocas la vida.
El que algo haya dejado un vacío tan grande dice mucho. Dice mucho sobre ti. Entender eso requiere tiempo y paciencia. Duele, pero es uno de esos dolores que merece la pena experimentar y de los que no debes apartar la mirada.
Correr a llenar el hueco de ese amigo especial que se ha ido con el primer amigo que pasa o meterte en otra relación sentimental inmediatamente para reducir la tristeza que sientes por la pérdida de tu pareja no suele ser lo más sano. No estás en la mejor posición para decidir sobre algo que ha convulsionado tu vida. Y si intentas ocultar las cosas echando tierra encima, renunciarás a todo lo que puedes aprender sobre ti mismo para ser más feliz en el futuro.
No sucumbir a la tentación de intentar llenar ese vacío inmediatamente con un sustituto de aquello que has perdido es difícil. Es una fase dura. Una fase en la que puede que sientas tristeza, desesperanza y soledad. Pero es lo mejor que puedes hacer, en todos los sentidos.
3. Multiplica tu actividad en los otros pilares de tu felicidad
Ahora bien, el que no corras a meterte en tinglados similares no quiere decir que debas permanecer en modo reflexivo mirando las musarañas. Tienes que estar ocupado, y mucho. Porque si no lo estás, pensarás demasiado. Y no serán pensamientos que te ayuden. Los grandes vacíos suelen provocar una espiral de pensamientos negativos que te hunden cada vez más en la pasividad y el desánimo.
La solución es muy simple: Ponte a hacer cosas en otros campos que sean importantes para tu felicidad. No esperes a sentir motivación para ello. Simplemente hazlo sin pensar demasiado, como si fueras un jodido robot poseído por el demonio.
Pero… ¿por qué? ¿Por qué este empeño en hacer?
Porque llenar tu agenda con actividades en los otros campos que te importan provocará que ese gran vacío pierda poder sobre ti. No va a desaparecer, y quizá sea mejor que no lo haga. Recuerda, ese vacío tiene mucho que enseñarte. Pero tu estado de ánimo sí va a cambiar, porque vas a ver mejoras en áreas de tu vida que activan tus teclas de felicidad. Y eso hará que vuelvas a estabilizarte y puedas llevar ese vacío a cuestas con mucha más entereza que antes.
Cuando mi relación sentimental con aquella fierecilla se rompió, se creó en mí un gran vacío. Y automáticamente, sin pensarlo dos veces, redoblé esfuerzos en los otros pilares clave de mi felicidad.
Empecé a hacer más deporte y comer más sano.
Empecé a involucrarme con más ahínco en actividades de emprendimiento.
Empecé a esforzarme más en organizar planes de familia con mis hijos y a prestarles más atención.
Empecé a pasar más tiempo con mis padres y a ser más cariñoso con ellos.
Empecé a ser más detallista y atento con mis amigos.
Participé en actividades de voluntariado.
Puse más interés en las clases que iba a impartir en la Universidad.
Escribí un sinfín de majaderías como este artículo disparatado que estás leyendo.
Aproveché para poner la lupa en mí mismo y responsabilizarme de las cosas que quizá no había hecho tan bien en esa relación. Y aprendí a agradecer, a pesar de aquel vacío, que aquella persona se hubiera cruzado en mi camino y me hubiera hecho sentir tan feliz durante el tiempo que estuvimos juntos.
Sí, he estado ocupado. Y pienso seguir estándolo un tiempo.
Pero la pregunta es: ¿Ha conseguido todo esto anular la sensación de vacío que sentía?
Me gustaría decirte que sí, pero no es así. Claro que no es así.
Es un vacío profundo que pesaba y sigue pesando como una losa. Pero sé que, si hago lo que tengo que hacer, pesará cada vez menos. Y aunque no desaparezca nunca del todo, me ayudará a centrar la atención en los lugares correctos para vivir una vida mejor.
Así se gestionan los vacíos, colega. No se trata de intentar olvidarlos o de apresurarse a llenarlos con cualquier cosa, sino de integrarlos en tu vida y utilizar su energía para mejorar en todo lo que es importante para ti.
Pura vida,
Frank.
Me ha gustado mucho este post. Gracias por estos consejos tan útiles de cara al desarrollo personal y a la mejora de las relaciones personales, algo a lo que todos deberíamos prestar mucha más atención. Enhorabuena por este gran blog
Hay vacíos, que dejan hueca una parte del alma. Lo único posible es aceptar y acoger ese hueco oscuro y, como dices, escuchar el eco de ese dolor para aprender y alcanzar mayor autoconocimiento
Querido Frank:
Pienso que los vacíos son parte consustancial del ser humano. Creo que la mayoría de ellos los gestionamos intuitivamente razonablemente bien. Hay otros que ni siquiera los detectamos. Hay veces que ni siquiera sabemos cómo afrontar nuestras decepciones y se nos agarran al estómago sin solución de continuidad.
Permíteme un punto adicional a tu reflexión, a ver qué te parece:
“Pide ayuda: habla con aquellos a los que quieras y pienses que te pueden ayudar. Habla con un amigo, con tus padres, si los tienes, con un profesional. Eso también te ayudará a superar ese duelo que te persigue y que no sabes gestionar”.
Un fuerte abrazo.
Gracias por la reflexión Frank, me ha gustado mucho.
Te estaba escribiendo un turre sobre mi vision desde el banquillo, pero lo he borrado.
En la proxima jamada te lo cuento con una birra.