Las sorprendentes lecciones de 2019

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2019 ha sido el primer año completo en el que Frank Spartan ha vivido una vida… digamos poco convencional.

Ha sido un año repleto de descubrimientos y lecciones vitales, algunas de las cuales han sorprendido un poco incluso a un espartano chalado como yo. Y dado que estamos en unas fechas que llaman a este tipo de ejercicio, vamos a hacer un pequeño balance de las lecciones del año.

Un poco de perspectiva histórica

Como sabes, Frank Spartan perdió la cabeza espantosamente y dio un giro radical a su modo de vida hace alrededor de año y medio. Tras unos meses de descompresión, prácticas hippies y exploración espiritual, aterricé en una dinámica vital con las siguientes características, las cuales han sido relativamente consistentes a lo largo de todo el año 2019:

  • Me levanto pronto, generalmente a las 6 de la mañana.
  • Dedico 3-4 horas al día a aprender cosas que considero interesantes.
  • Escribo majaderías todos los días, al menos durante media hora.
  • Empleo 3-4 horas al día en actividades de emprendimiento (como inversor o desarrollando proyectos concretos).
  • Hago ejercicio durante una hora y media al día todos los días, con actividades cambiantes: Bicicleta, pesas, ejercicios de suelo, spinning, zumba, yoga, pilates y meditación entraron en el menú de 2019, correr y crossfit salieron del menú.
  • Veo a mis padres todos los días, al menos durante media hora.
  • Paso alrededor de 4-5 horas al día con mis hijos, la mayoría del tiempo evitando que se estrangulen mutuamente.
  • Comparto tiempo de calidad con amigos al menos 3 días a la semana.
  • Dedico aproximadamente 2 horas a la semana a explorar actividades puramente vocacionales (charlas, clase en la universidad, mentorías personalizadas).
  • Exploro círculos y actividades nuevas a menudo para construir nuevas relaciones.
  • Viajo con frecuencia (a visitar amigos, hacer trekking en naturaleza o conocer sitios nuevos).

Por poner todo esto en contexto, en mi vida anterior no hacía la inmensa mayoría de estas cosas, o al menos de forma tan frecuente. El trabajo ocupaba una gran parte de mi tiempo vital y no me quedaba más remedio que hacer equilibrios para cultivar algunas de las otras áreas en la medida de lo posible. Y gracias a esa transición de una dinámica vital a otra conozco bien las dos perspectivas:

  1. La perspectiva en la que el trabajo es el centro neurálgico de tu vida y construyes todo lo demás alrededor de lo que las exigencias de ese trabajo te permiten.
  2. La perspectiva en la que puedes hacer lo que te salga de las narices y decides enfocar tu atención en opciones profesionales puramente vocacionales, construir buenas relaciones con los demás y encontrarte bien contigo mismo.

Navegar de una perspectiva a otra me ha resultado muy útil, porque me ha permitido extraer una serie de conclusiones sobre algunas cosas que creemos que funcionan de cierta manera, pero que, cuando apartamos ciertas cortinas de humo, comprobamos que no resulta realmente así.

Ahora veamos qué cosas interesantes ha descubierto Frank Spartan en 2019.

1. Trabajar en algo que no te apasiona ahoga silenciosamente tu alma

Cuando desempeñaba mi empleo anterior en una gran corporación, tenía la sensación de que las cosas iban bastante bien. Era un trabajo intelectualmente estimulante, bien pagado, con acceso a oportunidades de crecimiento profesional y con un ambiente que, aunque exigente y con alguna que otra rencilla de barra de bar de vez en cuando, era razonablemente equilibrado.

En otras palabras, no me apasionaba lo que hacía, pero tenía la creencia de que mi satisfacción profesional era bastante elevada. Pensaba que lo que tenía era más que suficiente y que me permitía decirme a mí mismo que podía estar tranquilo porque me encontraba en un buen sitio. Y así, continué desempeñando ese trabajo durante muchos años y buscando satisfacer mis pasiones fuera de él.

O, dicho de otra forma, en mi tiempo libre. Más o menos lo que suele hacer la inmensa mayoría de personas que conozco.

Sin embargo, cuando empecé a dedicarme a aquello que realmente me apasionaba (escribir, formarme en disciplinas que me interesan, emprender, invertir como business angel, dar clase y algunas otras cosas), comprobé la enorme diferencia de satisfacción profesional que existe entre ambos escenarios. Es como la noche y el día. Como un rinoceronte y una lombriz de tierra. No están en la misma liga. Son especies diferentes.

Cuando me encontraba en la situación convencional, no intuía que la diferencia fuera tan grande. Pensaba que el estatus, las comodidades y todo lo que rodea a un trabajo socialmente reconocido compensaban la carencia emocional de no dedicarte a lo que te apasiona.

Pero me equivocaba, y mucho.

¿He renunciado a algunos lujos y comodidades que podría permitirme sin problema si continuara desempeñando mi trabajo anterior?

Sí. Pero no importa. La gran lección que he aprendido es que tu alma vuela mucho más alto cuando dedicas tu tiempo a algo que te apasiona, aunque ello implique renunciar a estatus, comodidades y placeres materiales. Y que la situación contraria, aunque te permita acceder a esos placeres, ahoga poco a poco tu alma. Pero lo hace en silencio, sin que apenas te des cuenta.

2. Las relaciones que no te aportan son un lastre

Una de las cosas que he comprobado es que seguía ciertos patrones de comportamiento en mis relaciones que estaban basados en la familiaridad. Continuaba frecuentando a ciertas personas porque era lo que había hecho durante mucho tiempo.

Sin embargo, en mi nueva situación tuve la oportunidad de reflexionar sobre las relaciones que realmente me aportaban y las que no me aportaban tanto. Caí en la cuenta de que había una serie de personas que absorbían una parte de mi atención pero que no me aportaban gran cosa. Personas en las que yo no percibía que existieran muestras evidentes de cariño hacia mí. Personas que nunca ponían nada de sí mismas y exigían múltiples cosas de los demás.

De alguna manera, caí en la cuenta de que ese tipo de personas eran un lastre en mi vida. Drenaban mi energía y mi atención sin ningún tipo de contraprestación. Y me encontré cara a cara con el dilema de qué hacer: Seguir el protocolo de hacer oídos sordos para no provocar malestar en esas personas y en otras que se verían afectadas de forma indirecta, o ser fiel a mi voz interior, cambiar mi relación con esas personas y asumir las consecuencias.

Elegí lo segundo. Y fue una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida.

Cuando tenemos la costumbre de frecuentar a ciertas personas, nos parece que hemos de seguir haciéndolo por decoro. Nos dejamos guiar por las expectativas de los demás, aunque ello no redunde en nuestro propio beneficio.

Eso es una monumental metedura de pata. Las relaciones que debemos cultivar deben ser relaciones libres, en las que permanecemos involucrados porque nos aportan algo que merece la inversión de nuestro tiempo y atención, y el mismo principio aplica para la otra parte. Si no es así, no tiene ningún sentido permanecer en esa relación. Lo que tiene sentido es pagar el precio de la incomodidad temporal de salir de ella e invertir nuestro tiempo en otra cosa que nos aporte más valor.

Estar dispuesto a pagar ese precio es uno de los factores clave para disfrutar de una red de relaciones auténticas. Esas relaciones que nos sostienen en los malos momentos y que nos elevan en los buenos. Las que transforman nuestra vida a mejor.

A ese tipo de relaciones debemos dedicar nuestro tiempo. Y el primer paso para poder hacer eso es reducir el tiempo que dedicamos a las relaciones mediocres o insatisfactorias. Cueste las malas caras que cueste.

3. Merece la pena dedicar atención a las cosas que tienen alta probabilidad de desaparecer en el corto plazo

Cuando navegamos precipitadamente por la vida con la cabeza llena de preocupaciones y distracciones – como suele ser el caso habitual – tendemos a pasar ciertas cosas por alto. Cosas que, en nuestro fuero interno sabemos perfectamente que son muy importantes, pero que pensamos que van a seguir ahí y que ya encontraremos tiempo algún día para prestarles un poco más de atención.

Sin embargo, eso no suele suceder. Más a menudo que lo contrario, esas cosas llegan a su fin abruptamente y perdemos esa oportunidad que siempre habíamos pensado que tendríamos a nuestra disposición. Y entonces, el arrepentimiento llega. Esa bestia de dientes negros cuya mandíbula se aferra a nuestro corazón y no lo suelta, por mucho que nos intentemos deshacer de ella.

Hay muchas cosas que pueden entrar en esta descripción dependiendo de nuestras circunstancias particulares. En el caso concreto de Frank Spartan, destacaría tres de ellas:

La niñez de mis hijos

Todas las edades de los hijos son mágicas, pero no en todas tienes la misma capacidad de influenciar su forma de pensar y su comportamiento. Cuando llegan a la adolescencia es mucho más complicado inculcarles gran cosa, y tu principal foco de atención es evitar que conduzcan una moto con una venda en los ojos tras consumir cocaína o que te asesinen con un sable de Samurai mientras duermes.

Sin embargo, en la etapa anterior a la adolescencia, los niños son más maleables. Escuchan más, admiran más, son más influenciables en general. Por eso, es extremadamente importante dedicarles tiempo de calidad en esos años. Es una época que determina su capacidad de relacionarse con el mundo a lo largo de toda su vida.

La vejez de mis padres

Ay, nuestros padres. Ese halo de protección y seguridad que siempre hemos tenido a nuestro alrededor y que resulta tan reconfortante. No podemos imaginarnos la vida sin él, ¿verdad que no?

Pero, por mucho que nuestra imaginación no pueda o no quiera hacerlo, ese halo acaba desapareciendo. Y, a menudo, lo hace sin previo aviso. Un teléfono que suena y una voz que quedará para siempre grabada en nuestra memoria y que nos comunica una noticia que no estamos preparados para recibir.

Cuando nuestros padres son ya mayores, esto puede pasar en cualquier momento. Por mucho que no queramos pensar en ello, nos conviene pensar en ello. Porque eso nos llevará a la acción. Nos llevará a dejar algunas cosas de lado y a dedicar ese tiempo a compartir momentos de calidad con nuestros padres en la última etapa de su vida. Nos llevará a decirles lo que están deseando oír. Nos llevará a quedarnos en paz cuando partan de nuestras vidas, a pesar de que la tristeza nunca nos abandone del todo.

La salud física y mental

La salud física y mental tampoco duran toda la vida y se deterioran en el tiempo más de lo que parece. Los malos hábitos, la falta de ejercicio o el ejercicio inadecuado, el estrés, las malas posturas, el sedentarismo, el descanso insuficiente… todos ellos van teniendo un impacto mucho más relevante en nuestra salud de lo que podemos llegar a pensar.

Dedicar atención y cariño a mantener buena salud física y mental es fundamental. Sin un cuerpo capaz y una mente en forma, nuestras posibilidades de vivir una buena – y larga – vida se reducen dramáticamente. Y una vez que el deterioro llega a ciertos niveles, resulta extremadamente complicado enderezar el rumbo del barco. Por eso es tan importante priorizar estos aspectos suficientemente pronto y mantener ese hábito a lo largo de toda nuestra vida.

En algún lugar del camino, Frank Spartan tomó la decisión de hacer lo necesario para disponer de tiempo y poder cultivar estos tres aspectos: La relación con mis hijos cuando todavía son pequeños, la relación con mis padres en la última etapa de su vida y una salud física y mental que me permitiera acometer con energía todo aquello que se me antojaba hacer en cada etapa de la travesía.

¿Tuve que renunciar a otras cosas para poder hacer estas tres? Sí. Pero esos tres trenes ya no van a volver a pasar por delante de mí. Al final, todo se redujo a una simple idea: Era una decisión de la que me pareció imposible arrepentirme en un futuro, lo que era muy cuestionable con la decisión contraria.

El tiempo lo dirá, pero a día de hoy estoy absolutamente convencido de que fue la decisión correcta. Y no me cabe duda de que lo estaré más aún cuando llegue el inevitable momento de que estas tres cosas lleguen a su fin y todo ese tiempo invertido en ellas adquiera en mi cabeza un valor aún mayor del que tiene hoy.

4. Interiorizar la idea de salir de tu zona de confort es el factor con mayor poder de transformar tu vida a mejor

Cuando Frank Spartan se introdujo en los raíles de su vida anterior y recorrió cierta distancia, llegó a una situación vital relativamente cómoda. Conocía las reglas del juego, sabía lo que tenía que hacer para obtener ciertas recompensas y para evitar perder lo que había conseguido. Era una situación que no llamaba demasiado a descubrir nada nuevo y en la que la elección más fácil era permanecer en la zona de confort y no correr demasiados riesgos.

En otras palabras, había mucho orden y poco caos. Y eso, por atractivo que pueda parecer a primera vista y por muchas personas que persigan ese objetivo, está lejos de ser una situación recomendable. De hecho, ahora veo con nitidez que es como una muerte prematura.

En mi nueva dinámica vital, he podido experimentar los efectos que salir voluntariamente de mi zona de confort en las áreas que me interesan ha tenido en mi desarrollo personal y en mi forma de ver el mundo. Antes tenía miedo de intentar algo y no conseguirlo, porque de algún modo me intimidaba exponer mi vulnerabilidad ante los demás. Ahora sé – de forma auténtica, no sólo intelectualmente sino interiorizando su esencia – que fracasar en algo no es sino una curva en el camino que te lleva al éxito. Que el fracaso no es realmente fracaso, sino una forma difuminada de éxito. Que no hacer algo por vergüenza o por el qué dirán es una auténtica gilipollez.

Por eso el tener demasiado orden en tu vida no es una situación recomendable. El orden es cómodo, pero desincentiva el crecimiento. Y sin crecimiento no hay felicidad auténtica. Por eso se dice que el movimiento es vida.

Una vida bien vivida necesita un equilibrio entre orden y caos. Demasiado orden no es bueno. Y demasiado caos tampoco es bueno. Lo que ahora sé es que el arte de vivir se encuentra en la coexistencia de un estilo de vida que te proporcione cierta estabilidad y una dinámica de comportamiento que introduzca en tu día a día oportunidades de crecimiento, que te obliguen a salir de tu zona de confort y generen un poco de caos.

Frank Spartan podría vivir haciendo cosas relacionadas con su experiencia profesional anterior, frecuentar de forma continuada a la gente que mejor me conoce, practicar los deportes que sé que me van y entretenerme con las actividades de ocio que ya he probado y con las que sé que me voy a divertir.

Pero eso sólo lo hago durante una parte de mi tiempo. En el resto del tiempo, lo que hago es involucrarme en actividades profesionales diferentes, conocer a gente diferente, aprender cosas diferentes, practicar deportes diferentes y actividades de ocio diferentes.

¿Por qué? Por tres razones:

  1. Es difícil. Y lo difícil te hace crecer.
  2. Una vez que superas la dificultad inicial, es divertido. A menudo más divertido que las actividades que generan orden en tu vida.
  3. Me permite caminar sin caerme por esa fina cuerda que simboliza el equilibrio entre orden y caos, ese equilibrio en el que creo que se encuentra la auténtica felicidad.

Cada persona tiene un equilibrio de orden y caos diferente y tú debes descubrir cuál es el tuyo. El primer paso en ese descubrimiento es evitar caer en la trampa mental en la que caen la mayoría de personas: Sobrevalorar el orden e infravalorar el caos. El caos puede proporcionarte mucha felicidad. No le tengas miedo.

Y aquí concluimos nuestras lecciones principales de 2019. La semana siguiente veremos por qué 2020 va a ser, inevitablemente, un año cojonudísimo.

Pura vida,

Frank.

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