Una de las cosas que Frank Spartan ha podido comprobar con el paso del tiempo es que es difícil echarle el lazo a la felicidad y atraparla. Se esconde, se disfraza, muestra caras diferentes, se nos escapa entre los dedos como por arte de magia. Como en esas películas donde el asesino se esconde en una sala repleta de espejos, es muy difícil saber qué imagen es reflejo y qué imagen es real.
Quien más, quien menos, todos nosotros tenemos una idea, un concepto, una definición de la felicidad que ha aterrizado en nuestras cabezas y ha decidido quedarse ahí. Y a lo largo de nuestra vida hacemos una serie de cosas que, o nos ayudan a acercarnos a esa definición de felicidad, o por el contrario nos alejan de ella.
Esto último parece una estupidez. ¿Por qué haríamos cosas que nos alejan de nuestra definición de felicidad?
Pero la vida no es siempre lógica. Y tampoco lo son nuestras decisiones. Las personas somos muy influenciables por todo lo que nos rodea y no resulta extraño que a veces decidamos perseguir la seguridad eligiendo el camino de la mayoría, a pesar de que ello nos aleje de nuestra idea personal de felicidad.
¿Implica eso que somos estúpidos?
No necesariamente. Simplemente somos débiles. Por suerte, personajes tocapelotas como Frank Spartan aparecen de vez en cuando para darnos una patada en el culo y recordarnos que nos estamos desviando del camino.
Pero hay un problema previo. Un problema que podría hacer temblar nuestra vida hasta su mismísima raíz, porque, a pesar de sus grandes implicaciones, apenas nos damos cuenta de que existe:
¿Y si nuestra idea personal sobre la felicidad no es acertada? ¿Y si el objetivo que acabamos conquistando no es sino una puerta falsa que lleva a que el universo rompa a reírse estruendosa y burlonamente de nosotros?
Si fuera así, por mucha buena voluntad que tengamos y muy disciplinados que seamos persiguiendo nuestra idea de felicidad, derrocharíamos un montón de tiempo y recursos para acabar en el lugar equivocado. Y eso no parece buen negocio.
Por eso, en el post de hoy vamos a hablar de dos cosas.
Primero, vamos a hablar de lo que la felicidad no es, o, dicho de otro modo, de los caminos que no llevan a ella. En concreto, por qué algunas de las interpretaciones más extendidas sobre la felicidad en nuestra sociedad no son más que un espejismo que no nos acerca realmente a nuestro objetivo.
Segundo, vamos a hablar del camino que sí lleva a ella. Y no se trata de un acertijo indescifrable envuelto en un enigma y rodeado de una espesa niebla. Por el contrario, es algo mucho más sencillo y accesible que lo que podemos llegar a pensar.
Empecemos con algunas consideraciones sobre lo que la felicidad no es.
La felicidad no es algo que se obtiene
Mentalmente, muchas personas conciben la felicidad como algo que se obtiene como consecuencia de llegar a un determinado lugar. Algo que se encuentra escondido detrás de un objeto, de un logro, de una circunstancia. Algo que está ahí fuera y que podemos meter en nuestro bolsillo.
Esta concepción de la felicidad es una concepción comercial, fruto del enorme poder movilizador de las industrias de publicidad y de autoayuda en nuestra sociedad. Compra esto y serás feliz. Aprende esto y serás feliz. Encuentra a tu pareja y serás feliz. Consigue esa promoción y serás feliz. Adquiere una segunda residencia y serás feliz.
Pero la felicidad no funciona así. La felicidad no surge de un intercambio en el que obtienes algo. No puedes dirigir tu barco hacia ella, porque no es un punto que se encuentra en el mapa. No puedes verla con claridad. Es una damisela muy sibilina.
La felicidad aparece de forma indirecta, como subproducto de vivir ciertas experiencias. Y cuando lo hace, no es algo que se encuentra, sino algo que surge sin previo aviso y que te invade.
Las emociones funcionan de forma similar. Cuando el vecino de arriba da una fiesta y tú intentas dormir entre los aullidos de euforia que atraviesan la pared como si fuera papel mojado y se estrellan con violencia contra tus desprotegidas sienes, la ira te invade. En un sentido energético, no obtienes la ira, sino que eres la ira. La ira es parte de tu ser.
Del mismo modo, la felicidad no es algo que se obtiene. Es un estado interno, algo que nos invade, algo que habita en nosotros. Hasta que la cagamos, y misteriosamente deja de hacerlo.
La felicidad no es lo mismo que el placer
En nuestra sociedad, cuando decimos que buscamos la felicidad, lo que realmente queremos decir es que buscamos el placer. Una vivienda cómoda, buena comida, sexo, ropa, películas, un buen coche, un buen hotel en vacaciones, fiestas, cerveza a raudales y masajes en los pies.
Frank Spartan no tiene nada en contra del placer. El placer es cojonudo. Pero no es lo mismo que la felicidad. Está correlacionado con la felicidad, pero en sentido inverso al que la mayoría de la gente que lo busca desesperadamente cree.
La felicidad coexiste generalmente con el placer. Eso es porque la persona que es feliz es capaz de experimentar placer en multitud de situaciones. Si la felicidad te invade, comer un jodido chupa-chups mientras contemplas el horizonte puede causarte mucho placer. En cierto modo, dado tu estado de felicidad, el placer es inevitable aunque no se busque de forma proactiva.
Sin embargo, esto no es necesariamente cierto en sentido inverso. El placer no necesariamente coexiste con la felicidad, por dos razones:
- Las investigaciones al respecto reflejan que las personas que concentran su energía en placeres materiales acaban experimentando mayor ansiedad y dependencia, y como consecuencia menor equilibrio emocional y felicidad. Ello es debido a que el placer genera sensaciones efímeras. Sensaciones que desaparecen al de muy poco tiempo a medida que nos vamos acostumbrando a ellas y que resultan cada vez más difíciles de replicar con nuevos placeres. La felicidad marginal que te proporciona el I-Phone número 123 o el bolso número 58 no es gran cosa, por mucho que una fuerza misteriosa te siga empujando a la tienda.
- El placer, por muy intenso que se perciba, no nos permite profundizar demasiado. Es la forma de satisfacción más superficial y la más sencilla de obtener. Lejos de despertarnos, nos adormece y nos intoxica. Y, aunque cierta dosis de placer sea necesaria para sentirnos bien, no es suficiente. Todos intuimos, aunque sea de forma muy sutil, que necesitamos algo más profundo, algo que toque de algún modo nuestras almas, para sentirnos verdaderamente felices.
La felicidad no es ignorar las emociones negativas
Existe una corriente de pseudo-psicología que se ha hecho muy popular en las últimas décadas y que ha generado millones y millones de euros en ventas para la industria de la autoayuda: El pensamiento positivo.
El pensamiento positivo, en su justa medida, es algo bueno. Tener una actitud constructiva ante la vida y elegir ver el vaso medio lleno es algo que resulta útil. El problema es que, de la misma forma que hay muchas buenas herramientas que se utilizan de forma incorrecta, esta filosofía se ha llevado progresivamente al extremo. Y ahora te encuentras con personas que proyectan felicidad constantemente y nunca expresan emociones negativas con independencia de las cosas que les suceden, como si eso fuera el antídoto a todas sus frustraciones e inseguridades.
Seguro que te has encontrado a alguna de esas personas. Todo es estupendo, su vida es perfecta, siempre les va bien, nada les preocupa, el sol brilla todos los días y nunca sienten la necesidad de mandar a nadie a tomar por el culo.
Pues bien, esa forma de actuar es disfuncional. Esa persona puede estar tan o más desequilibrada que la que dice que todo es un gigantesco pedazo de mierda y que el mundo se está yendo al carajo por correo urgente.
La realidad es que a todos nos pasan cosas que no nos gustan nada. Todos nos frustramos, todos nos enfadamos, todos nos sentimos inseguros, vulnerables, asqueados. Todos sentimos el impulso de agarrarle la cabeza a esa persona maleducada y estrellársela contra la pared. Y negar esas emociones, o incluso ignorarlas, no es sano en absoluto. Podemos aprender muchas cosas útiles de las emociones negativas. De hecho, son un camino fantástico para conocernos mejor a nosotros mismos y estimular nuestro crecimiento.
La felicidad no surge de ignorar nuestras emociones negativas y proyectar felicidad en todo momento. Sólo mirando a esas emociones cara a cara, entendiéndolas mejor, expresándolas con sinceridad y funcionando con una actitud humilde para transformarlas poco a poco en emociones más constructivas podremos encontrar la felicidad. La felicidad sólo puede surgir de una relación sana y sincera con nosotros mismos, y se mantendrá agazapada si intuye que tenemos multitud de sombras en nuestro interior a las que no queremos enfrentarnos.
Pero claro, eso es difícil. Es incómodo. Causa dolor. Por eso preferimos atajos. El problema es que, generalmente, todo lo que es bueno de verdad requiere un poco de trabajo duro, un poco de dificultad, un poco de dolor.
La felicidad no es una excepción.
Y ahora que conocemos varios caminos que no llevan a la felicidad, centremos un poco el tiro en el que sí lo hace, ¿te parece?
La felicidad se encuentra en el proceso de acercarte a tu mejor versión
Si alguien nos dice que le encanta comer chocolate, no nos extraña. Si alguien nos dice que pasó una velada fantástica viendo una temporada entera de una serie de Netflix, tampoco nos suena raro. Si alguien nos dice que está encantado con su nuevo ordenador o su nuevo dron, tampoco lo cuestionamos. Nos parece natural.
Sin embargo, hay actividades que nos producen una sensación superior de satisfacción que todas las anteriores. Correr un maratón. Educar a un niño. Montar un negocio. Y todas ellas implican una alta dosis de esfuerzo. Incomodidad. Cansancio. Dolor. Frustraciones por no alcanzar algunas metas y por acontecimientos inesperados que trastocan nuestros planes.
Eso es, cuando menos, paradójico. ¿No hemos sido acaso educados en el mantra de perseguir el placer y evitar el dolor? ¿Por qué, entonces, obtenemos una satisfacción de un nivel superior con actividades que producen dolor que con actividades que producen placer?
La explicación de este extraño fenómeno se encuentra en que ese nivel superior de satisfacción surge del proceso de avanzar hacia una mejor versión de nosotros mismos, con independencia de las emociones que ello nos produzca. Podemos estrellarnos, sudar sangre, llorar, agonizar y caer en los pozos más oscuros, pero si tenemos la sensación de estar avanzando hacia una mejor versión de nosotros mismos, muy probablemente experimentemos un alto nivel de satisfacción, a pesar del dolor que nos acompaña. Y la razón no es otra que sentir que estamos avanzando hacia un objetivo que merece la pena, algo que nos eleva y nos engrandece. Algo que compensa con creces el dolor que conlleva.
Lo curioso de esta situación es que el resultado suele tener una importancia muy pequeña en el nivel de satisfacción. No es terminar el maratón lo que realmente genera esa satisfacción, sino el proceso de superar todas las dificultades que han surgido en el camino y que nos ha permitido llegar ahí. No es que nuestro hijo sea la admiración de nuestro entorno por su inteligencia y educación, sino todos los esfuerzos y renuncias que tuvimos que hacer para que una persona importantísima para nosotros se desarrollara mucho más de lo que habría podido hacer por sí sólo. No es que nuestro negocio sea una fuente de dinero y prestigio, sino el proceso de superación de todos los problemas que surgieron en el camino de construirlo y en quién nos hemos convertido a través del aprendizaje de resolverlos.
Por esta razón, la conquista de la esa sibilina damisela que es la felicidad, debe apuntalarse en dos pilares fundamentales:
- Tomar conciencia de que el secreto no se encuentra en el resultado, sino en el camino. Es el movimiento hacia el resultado, no el llegar al destino, lo que abre la puerta a que la felicidad habite en tu interior.
- Elegir un proceso – un camino – que te acerque a la versión ideal de ti mismo, convirtiéndote en una versión mejor que la actual. Los caminos que te dejan exactamente igual que lo que estabas antes de recorrerlos pueden proporcionarte distracción, incluso placer, pero no te proporcionarán felicidad de la buena. Tienes que crecer de algún modo para que el recorrer ese camino provoque que la felicidad aparezca en escena.
Pero esto no acaba aquí. Hay algo más.
Incluso si tu modo de vida se encuentra firmemente asentado en esos dos pilares, no debes cantar victoria, porque la felicidad es elusiva. Cuando camines, sentirás que la felicidad planea a tu lado, pero cuando llegues al final de ese camino verás que se aburre de tu hinchada cara de satisfacción, se impacienta y se acaba alejando. Por eso, debes volver a ponerte en movimiento y seguir avanzando por otro camino hacia tu versión ideal. Ésa es la manera de que la felicidad permanezca serena en tu hombro, aunque camines bailando break-dance.
Vale, Frank. Digamos que estoy más o menos de acuerdo contigo. ¿Y ahora qué?
Bueno, esa parte no es fácil, pero sí es simple: Decide qué persona quieres ser, tu versión ideal, y echa a andar. Empieza a dar pasos para acercarte a esa persona, a esa idea de cómo podrías llegar a ser si superaras algunas de tus limitaciones, algunas de tus barreras, algunos de tus miedos.
Los vehículos que puedes elegir para avanzar por ese camino son muchos. Hay multitud de proyectos, objetivos y tareas que te ayudarán a acercarte a esa versión ideal de ti mismo. Multitud de formas de superar la ansiedad social, de hablar en público, de relacionarte con los demás, de comunicarte mejor, de ser más creativo, de ser más productivo, de ser más asertivo, de ser mejor líder, de ser mejor hijo, de ser mejor amigo, de ser mejor padre. Y no es en absoluto necesario encontrar el vehículo ideal, sino uno suficientemente bueno. Uno que se ajuste a tus valores, preferencias y habilidades y que te haga sentir que estás en buen camino. El movimiento hace el resto.
Como puedes ver, el concepto es muy simple: Elige un vehículo, ponte a caminar y observa lo que sucede.
¿Lo mejor de todo? No puedes perder. Porque, por muy lento que vayas, la felicidad caminará a tu lado mientras sigas en movimiento, mientras sigas adelante, mientras sigas creciendo.
Pura vida,
Frank.