En lo que se refiere a vivir, cada uno de nosotros elegimos un camino diferente. Unos hacemos unas cosas y otros otras. Unos nos relacionamos con cierto tipo de personas y otros con otro. Unos enfocamos lo que nos sucede de una manera y otros de otra. Unos perseguimos unas metas y otros otras.
Sin embargo, no todo es igual de válido, ¿no es verdad? Si lo fuera, esto sería un absoluto descojono. No habría principios, ni valores, ni feedback, ni méritos, ni consecuencias. Y eso sería el fin de nuestro mundo tal y como lo conocemos. O quizá no. Quizá sería una balsa de aceite en la que todos flotaríamos satisfechos, atrofiados y encantados de habernos conocido.
Pero seamos serios, ¿te parece? No todo vale. No todo es igualmente meritorio. No todo está igual de bien hecho. Hay caminos mejores que otros. Y hay formas de recorrer esos caminos que son mejores que otras.
Sí, lo que digo es algo tremendamente impopular. Tan impopular como cierto. Y es esto:
Hay formas de vivir que son, objetivamente, mejores que otras.
No, no es una cuestión de opinión.
Pero cada uno es diferente y bla, bla, bla.
Monsergas.
El argumento de “cada caso es diferente” es un argumento vacío de contenido. No sólo eso, es peligroso. Es peligroso porque provoca que te contentes con cualquier cosa, simplemente porque “sienta bien” y porque “tú eres así”. Nos impide desarrollar el pensamiento crítico. Nos impide apreciar tendencias. Nos impide discernir lo que sucede, poniendo el foco en casos anecdóticos que muchas veces no son sino excepciones a la regla.
¡Pero no se puede generalizar!
Por supuesto que se puede. No sólo eso, se debe. Porque si eres incapaz de observar las tendencias generales de las cosas y cómo funcionan las probabilidades en los diferentes campos, ¿cómo narices vas a tomar buenas decisiones? ¿Cómo narices vas a elegir el camino que más te conviene? ¿Cómo narices vas a elegir con criterio a quién votar? ¿Cómo narices vas a educar a un niño?
Por ejemplo, digamos que tú me dices algunas cosas como éstas:
- El mundo en general va progresivamente a mejor
- Trabajar duro y correr riesgos aumenta tus probabilidades de tener éxito profesional
- Invertir en bolsa de forma diversificada y con una visión de largo plazo suele dar mejores resultados que no hacer nada
Y yo te respondo: “Bueno, depende del caso. No siempre es así. Estás generalizando”
En ese caso, lo que yo digo es cierto, pero no estoy aportando absolutamente nada al debate que no sea desviar la atención del punto principal. Porque estoy poniendo el foco en casos anecdóticos que no refutan en absoluto la regla general, que es de lo que estás hablando tú.
Tienes que saber evaluar cuál es la regla general en cada ámbito importante de tu vida, para poder entender cómo funcionan las cosas. En el mundo profesional, en el ámbito de la pareja, en las relaciones personales, en el ocio, en las finanzas, en la salud física y mental. En cada uno de esos campos hay algo que se llama virtud. Algo que te lleva por el buen camino. Y debes descubrir lo que es, porque si no lo haces, no tendrás brújula. Cualquier cosa te parecerá adecuada, siempre que sobrevivas.
Tienes una obligación moral contigo mismo de hacerlo lo mejor posible. No todo es igual de bueno. Vivir no es lo mismo que sobrevivir.
En un aspecto tan importante como la forma en la que decides vivir tu vida, ese listón tiene que estar más arriba, colega. Al menos el listón que tu amigo Frank te va a poner delante de los ojos lo va a estar.
Así que vamos a adentrarnos en este tema y vamos a derribar algunos mitos, ¿te parece?
¿Qué es vivir bien?
Bueno, aquí entramos en un entramado de complicaciones, porque cada uno es feliz con lo que le apetece. O eso cree, al menos.
Entonces, ¿cómo podemos “objetivizar” lo que es vivir una buena vida? ¿Qué narices significa eso?
¿Es acaso conseguir lo que queremos? ¿Alcanzar un resultado? ¿Un objetivo?
¿Quizá sentirse feliz siempre? ¿O casi siempre? ¿O más veces feliz que triste?
¿Quizá aprovechar el tiempo al máximo experimentando placeres sensoriales? ¿Dándonos caprichos?
¿O quizá algo más altruista, como dejar este mundo de algún modo mejor que como nos lo encontramos?
Vaya carajal, ¿no?
¿Lo ves? Te lo dije, espartano de pacotilla. Cada uno es como es. Todo vale en la viña del Señor.
De eso nada, colega. Sujétame el cubata y presta atención.
La diferencia entre vivir una buena vida y no vivirla no es tanto lo que haces, sino el grado de conciencia con el que lo haces.
En otras palabras, la gran diferencia se encuentra en si lo haces con sabiduría, o no.
Pero ¿qué estás diciendo, Frank? ¿Que tanto una persona que se pasa el día de fiesta como una persona que se dedica al voluntariado pueden vivir una buena vida? ¿Estás diciendo que una vida no es necesariamente mejor que la otra?
Sí, eso es lo que digo. Ambas pueden ser igualmente buenas en mi libro. Hay personas a las que les motiva salir de fiesta y darse comilonas con los amigos, y hay personas a las que les motiva el propósito y el significado vital. Y homogeneizar esas motivaciones en un mismo patrón de comportamiento es imposible. No sólo imposible, es indeseable. Tiene que haber diversidad de comportamientos, porque cada uno tenemos diferentes circunstancias y perfiles de personalidad, y respondemos a distintos estímulos.
Ahora bien, para que esas vidas tan diversas sean “buenas”, para que sean vidas bien vividas, las personas han de tomar las decisiones importantes con sabiduría.
Pero ¿qué narices significa eso? ¿Qué es la sabiduría?
Ah, ésa es una muy buena pregunta.
La sabiduría se puede definir de muchas maneras, pero mi favorita es ésta: Entender las consecuencias futuras de tu comportamiento presente.
Y no sólo hablo de las consecuencias directas. Hablo de efectos de segundo y tercer orden. No sólo lo que provocas que suceda directamente con tu comportamiento, sino también lo que sucede indirectamente. Y no sólo lo que provocas que suceda en el corto plazo, sino también, y especialmente, en el largo plazo.
La mayoría de las personas no viven con sabiduría. Toman decisiones por inercia, sin ser demasiado conscientes de las consecuencias de esas decisiones. Quizá consideran las consecuencias directas y de corto plazo, que son las más obvias, pero pasan por alto las indirectas y de largo plazo.
Y el resultado de hacer las cosas de esta manera es que esas personas suelen acabar en un lugar distinto al que les habría gustado. El resultado es que viven una vida que no es tan buena como habrían querido. Da igual que lo admitan o no. El ego es muy poderoso y la capacidad de engañarnos a nosotros mismos para evitar el dolor también. Pero es así, porque es lo más probable.
Estoy generalizando, sí. Pero es que debo hacerlo para poder ejercer el pensamiento crítico, ¿recuerdas? El “no siempre es así” no me sirve de nada. Y a ti tampoco debería servirte. Si no maximizas tus probabilidades de ganar, estás haciendo el indio. Eso no es confiar en la suerte, es conducir un coche a ciegas esperando un milagro. Y eso no es una buena estrategia.
Las consecuencias que no se aprecian a primera vista
Digamos que te adentras en un estilo de vida en el que sales a menudo los fines de semana. Sales a comer, sales a cenar, te tomas unas copas, te ríes con tus amigos y vuelves a casa de madrugada.
¿Y qué hay de malo en eso? Estás socializando, divirtiéndote, viviendo la vida. Un poco de resaca al día siguiente y listos. Es una buena forma de vivir.
Quizás, pero veamos los efectos de segundo y tercer orden.
Cuando te despiertas tarde y con resaca al día siguiente, tu nivel de vitalidad se reduce. Es menos probable que hagas deporte. Es menos probable que comas sano. Es menos probable que tu cerebro esté predispuesto a prestar atención a lo que te rodea. Es menos probable que te apetezca jugar con tus hijos o hablar con tus padres. Es menos probable que leas, que escribas, que medites, que pasees, que reflexiones. Es menos probable que crees momentos que recuerdes. Es menos probable que hagas cosas que te permitan entrar con energía en el trabajo el lunes y que maximices tu valor profesional.
Y estos patrones, multiplicados por muchos fines de semana durante muchos años, tienen consecuencias muy grandes en cómo se desarrolla una vida. Hay muchísimas ramificaciones que tienen lugar de forma sutil e imperceptible, pero inexorable.
¿Es seguro que pasaría todo eso? No. Pero es lo más probable.
La pregunta es… ¿eres consciente de todos esos efectos indirectos y de largo plazo que van asociados a la decisión de salir tanto de fiesta? Si es así y te compensa hacerlo, adelante. Es una vida bien vivida, porque significa que lo que más te motiva es relacionarte socialmente, y lo demás te importa menos.
Pero si no eres tan consciente de ello, tu capacidad de tomar buenas decisiones está mermada. Y en ese caso Frank Spartan cuestiona que estés haciendo lo correcto.
Veamos otro ejemplo.
Digamos que no le dedicas mucho tiempo a tus amigos más cercanos porque estás ocupado. Les ves poco, en sus cumpleaños les mandas un mensaje por whatsapp, y no hablas con ellos de temas personales que te afectan emocionalmente, para bien o para mal. No crees que sea necesario, porque son tus amigos y siempre lo serán, así que enfocas tu energía en otras cosas.
Quizás. Pero veamos los efectos de segundo y tercer orden.
Cuando entras en ese patrón de modo de relacionarte, los lazos que os unían se van deshilachando poco a poco. Conoces menos de la vida de tus amigos y ellos conocen menos de la tuya. Las conversaciones se anclan en situaciones del pasado, que es lo que os une, y no tanto del presente. Sientes menos afinidad emocional para compartir temas íntimos y menos predisposición para crear momentos especiales.
Todo eso no se nota en el día a día, pero si nos proyectamos al futuro 10 o 15 años, genera un tipo de relación muy distinto al que fue. Y lo hace en un momento vital en el que, una vez que los hijos han volado del nido y estamos menos ocupados profesionalmente, la calidad de nuestras relaciones adquiere una importancia muy superior en nuestra felicidad.
De nuevo, si eres plenamente consciente de esto y esa forma de hacer las cosas te parece adecuada, adelante. No será Frank el que te diga que no estás viviendo bien la vida. Pero si no has pensado en todo esto y las relaciones de amistad son algo muy importante para ti, quizá debas empezar a comprar un pastel el día de cumpleaños de tus mejores amigos, ponerle una vela y hacerles una visita sorpresa al trabajo, en vez de mandar un mensaje de whatsapp con faltas de ortografía a las 9 de la noche. Capullo.
Pasemos a otro ejemplo. Algo que está muy de moda.
Digamos que decides dejarte llevar por la promiscuidad y tener muchas experiencias con otras personas. En nuestros días, eso se valora culturalmente como un símbolo de libertad e independencia, el adalid de pasarlo bien, divertirse y fluir sin compromisos.
Quizás, pero veamos los efectos de segundo y tercer orden, obviando que este tipo de comportamiento tiene implicaciones mucho más acusadas para un sexo que para el otro. Ya sabes, para intentar evitar que tus emociones te impidan apreciar la solidez del argumento.
Cuantas más experiencias sexuales previas tiene una persona, más dificultades arrastra para formar una relación de pareja sólida a largo plazo. Las investigaciones demuestran una correlación muy clara entre número de parejas previas y probabilidad de divorcio. Cuanta más experiencia, más recuerdos, más puntos de comparación ilusorios, menos tolerancia a las insatisfacciones y mayor rapidez en el gatillo de la separación.
Sí, lo que estoy diciendo es que la promiscuidad afecta a tus posibilidades de construir una relación de pareja sólida a largo plazo. Afecta a tus posibilidades de atraer a personas que merecen la pena. Afecta a tus posibilidades de cometer infidelidades. Afecta a tu capacidad de confiar plenamente en la otra persona y compartir temas íntimos y personales. Afecta a tus posibilidades de crear una familia y mantenerla unida en las diferentes fases de la vida. Y desde luego afecta a tus posibilidades de ser feliz en pareja.
Si eres consciente de esto y aún así decides seguir siendo amante y practicante del romance fácil, adelante. Pero si no lo eres del todo, quizá toca reflexionar sobre qué es lo que realmente quieres y cuál es la mejor forma de llegar allí.
Acabemos con un último ejemplo sobre el ámbito profesional.
Digamos que dedicas una gran parte de tu tiempo y energía a conseguir éxito profesional con los aderezos materiales tradicionales: Reconocimiento externo, visibilidad, estatus, riqueza, posesiones, etcétera, etcétera. Muchas personas lo hacen, porque está socialmente considerado como la métrica más evidente de éxito en general.
Veamos los efectos de segundo y tercer orden.
Cuando te adentras por ese camino y conviertes el éxito profesional en tu principal métrica de éxito vital, suceden cosas. Cosas que quizá no aprecias del todo, pero que están ahí.
Primero, tu salud se resiente. No hay éxito profesional sin estrés y ansiedad. Y el estrés y la ansiedad durante muchos años hacen mella en cuerpo y mente.
Segundo, tus relaciones se transforman, habitualmente para mal. El éxito profesional es un hijo que exige mucho mantenimiento. Has de estar en los círculos adecuados y compartir tiempo con ciertas personas. Cosas que quizá no harías de forma natural si el éxito profesional no te importara tanto. Y por supuesto, hacer todo eso conlleva un coste de oportunidad: Para poder relacionarte con esas personas has de renunciar a compartir tiempo con otras.
Tercero, el éxito profesional, en el mundo en el que vivimos, nos impulsa a ser más cautos, tácticos y calculadores. Prestamos más atención al qué dirán. Nos movemos más por interés y desarrollamos, de forma natural, habilidades de manipulación para conseguir nuestros intereses. Perdemos lozanía, espontaneidad y naturalidad. Nos volvemos, en una palabra, menos vivos.
Cuarto, el éxito profesional como pilar de satisfacción a largo plazo es una ilusión. Desaparece con increíble rapidez. Esas personas que parecían tan importantes en tu vida se esfuman en el momento en el que ya no eres relevante y dejas de ser útil para sus propios intereses. Y entonces es cuando ves lo que realmente has sembrado a lo largo de tu vida: Cómo estás de salud, si tienes aficiones vocacionales que te motivan, qué relación tienes con tu familia, con tus amigos y contigo mismo.
Todo esto sucede de verdad. Sólo hay que mirar para darse cuenta de ello.
De nuevo, si eres consciente de ello y perseguir el éxito profesional con tanto empeño te compensa, chapó. Pero si no lo eres, quizá toca dar un paseo por el monte y preguntarte seriamente qué narices estás haciendo y por qué.
Conclusiones
Para vivir una buena vida has de intentar entender mejor las consecuencias futuras de tus decisiones. Las inmediatas y no tan inmediatas. Las evidentes y no tan evidentes. Has de proyectarte al futuro e intentar visualizar los efectos directos e indirectos de tus patrones actuales de comportamiento.
Si lo que ves al hacer esa proyección te gusta, eso probablemente significa que vas por buen camino. Lo único que tienes que hacer es andar ese camino disfrutando lo máximo posible. Quita esto y añade aquello para hacer el viaje más placentero, pero sigue en esa dirección hasta que tengas motivos de peso para abandonarla.
Por el contrario, si lo que ves no te gusta, eso – prácticamente seguro – significa que no estás viviendo una buena vida. Por mucho que te sientas bien en el presente, hay algo que falla. Y toca ponerse manos a la obra, a tu ritmo, para enmendarlo.
Y siempre hay una tercera opción: Pasar olímpicamente de las consecuencias futuras de tus decisiones y vivir en el presente, fluyendo, en base a lo que te pide el cuerpo y las emociones del momento. Esto, selectivamente, no es algo malo ni mucho menos. A veces toca hacerlo. Pero si haces de ello tu forma de actuar en general, te deseo buena suerte. La vas a necesitar.
Una buena vida es un equilibrio sutil. Como dijo el poeta místico Rumí, un equilibrio entre agarrarse a las cosas y dejarlas ir. Un equilibrio entre satisfacer los deseos de tu Yo Presente y maximizar las posibilidades de tu Yo Futuro.
Un equilibrio entre el hoy y el mañana. Entre el placer y el sacrificio. Entre el gasto y la inversión. Entre el ser y el tener. Entre la seguridad y el riesgo. Entre la calma y el caos.
En ese equilibrio está la sabiduría. Y en ella el secreto de vivir una buena vida.
Pura vida,
Frank.
Muy interesante! Me quedo con esta frase:
«La diferencia entre vivir una buena vida y no vivirla no es tanto lo que haces, sino el grado de conciencia con el que lo haces.»
A practicar el pensamiento consciente pues!
Saludos