Por qué no debes conformarte con amistades que no te llenan

Decía Jess C. Scott que los amigos son la familia que cada uno escogemos. Y no le faltaba razón. Los amigos son uno de los grandes pilares de nuestra existencia. Las personas con las que compartimos momentos especiales, los testigos cercanos de nuestros logros y fracasos, los heroicos salvadores a los que siempre podemos recurrir en caso de necesidad.

Sin embargo, a pesar de esta concepción idealista de la amistad, la realidad es que las procelosas aguas de la vida dan muchas vueltas. Según vamos atravesando diferentes etapas y viviendo diferentes experiencias, vamos evolucionando. Nuestras prioridades, nuestros objetivos, incluso nuestros gustos, cambian. Y los de nuestros amigos cambian también. A veces a diferente velocidad y a veces en diferentes direcciones.

Este fenómeno tiene una consecuencia muy evidente: La relación con nuestros amigos, inevitablemente, se va transformando a lo largo del tiempo. Nuestra frecuencia de contacto va cambiando. La armonía entre su visión del mundo y la nuestra va cambiando. El grado de conexión emocional que tenemos con ellos va cambiando. Y como consecuencia de todo eso, el nivel de satisfacción que ambas partes obtienen de esa relación cambia también.

No tenemos control sobre este proceso. Sucede como consecuencia de las leyes naturales y está largamente influenciado por el azar. Podemos intentar sumergir nuestras relaciones de amistad más preciadas en un barril de formol para evitar que sufran alteración alguna a lo largo del tiempo, pero sería un esfuerzo inútil. No podemos vencer a las fuerzas que gobiernan el universo. Es imposible predecir o controlar muchas de las cosas que van a sucedernos y que van a afectar, directa o indirectamente, a nuestras relaciones.

De esa forma, al cabo de unos cuantos años, nos encontramos en una situación en la que, o bien somos afortunados y, a pesar de la evolución de la relación, continuamos siendo altamente compatibles con nuestros amigos y experimentando una gran satisfacción en nuestras interacciones con ellos, o bien no tenemos tanta suerte y la relación con ellos, por la razón que sea, deja de aportarnos tanto como antes.

Este segundo caso es muy común. Y es que, desde el punto de vista de la ley de probabilidades, es difícil que la compatibilidad entre dos personas se mantenga inmune a todos los cambios vitales que esas personas van experimentando en el tiempo. Lo más probable, aunque a veces no suceda así, es que esos cambios vitales provoquen que esa relación acabe no siendo tan satisfactoria como lo fue durante los primeros años de amistad. 

Frank Spartan siempre ha tenido especial interés en descifrar y entender las claves que determinan la calidad de las relaciones personales en diferentes etapas de la vida. Muchas de las personas con las que he hablado sobre este tema argumentan que sus relaciones ya no son lo que eran y que no entienden muy bien por qué se ha producido ese deterioro. Por alguna razón desconocida parece que, con el tiempo, nuestras relaciones de amistad comienzan a perder fuelle.

Cuando esto sucede, las personas suelen recurrir a diferentes estrategias. Fundamentalmente tres:

La primera, la más extendida, es la inacción. Por una combinación de sentimiento de lealtad y hábitos que resultan difíciles de erradicar, seguimos frecuentando las mismas amistades con las mismas rutinas, haciendo equilibrios en el aire para encontrar momentos en los que ambas partes obtengan algo bueno que nos proporcione algún tipo de justificación de que todo sigue más o menos como siempre. Sin embargo, en lo más profundo de nuestro interior, percibimos sutilmente que la relación se está convirtiendo en algo mediocre, sin chispa, que deja mucho que desear y no responde a nuestras expectativas.

La segunda, menos extendida, es asumir responsabilidad personal, tomar la iniciativa y hacer un esfuerzo consciente para elevar la calidad de la relación, buscando formas alternativas de aumentar la conexión emocional con la otra persona. Esta estrategia requiere una alta dosis de paciencia, percepción y valentía para tener buenas probabilidades de éxito. Y ésas son virtudes que no precisamente abundan por ahí. Quizá por eso es una estrategia tan poco frecuente.

La tercera, más revolucionaria, implica distanciarse y observar el asunto con un poco más de perspectiva, para caer en la cuenta de que existen otras posibilidades que se encuentran más allá de nuestro actual círculo de amistades. Y, una vez hemos interiorizado esta idea, incorporar nuevas pautas de actuación a nuestro día a día para construir relaciones nuevas que complementen nuestras relaciones existentes y nos proporcionen esos ingredientes que parecen faltarnos.

Cada una de estas estrategias tiene diferentes implicaciones y no hay ninguna de ellas que sea apropiada para todas las situaciones y perfiles de personalidad. Dependiendo de las circunstancias concretas, una de ellas puede ser más útil y efectiva que las otras. Pero, antes de adentrarnos en este tema, exploremos un poco el proceso a través del cual se forman las relaciones.

Las amistades de las primeras etapas de la vida

Hemos empezado este post con el pensamiento de que los amigos son la familia que cada uno escogemos. Una idea que no está exenta de verdad. Pero cuidado, porque los criterios que utilizamos para tomar esta decisión no suelen ser los mismos en las diferentes etapas de la vida.

Si observamos la composición de nuestras relaciones, es posible que apreciemos que muchas de las personas que se encuentran en el círculo que mentalmente etiquetamos como más cercano son personas que entraron en nuestra vida cuando éramos relativamente jóvenes. Quizá en el colegio, quizá durante las vacaciones de verano con la familia, quizá en la universidad, quizá mientras compartíamos algún deporte.

Eso no tiene nada de malo. Todo lo contrario, es fantástico conservar una amistad a lo largo de tantos años, porque se pueden construir nexos emocionales que son difíciles de conseguir en las relaciones menos longevas, como por ejemplo una larga lista de recuerdos de momentos compartidos asociados a muchas épocas diferentes.

Sin embargo, si observamos un poco más de cerca cómo se forjaron esas relaciones, es posible que comprobemos que la causa fundamental de que decidiéramos acercarnos a esas personas en aquella época no fue tanto una selección cuidadosa y consciente por nuestra parte, sino, sobre todo, la influencia de las circunstancias del momento aderezada con cierta afinidad de carácter con ellas.

Piénsalo. ¿Elegiste a aquellas personas porque comparaste sus cualidades con todas los demás y decidiste que eran las personas adecuadas para ti? ¿O más bien coincidiste con ellas por azar en alguna actividad, en algún sitio, durante algún tiempo, y fue esa familiaridad o rutina, combinada con un pelín de afinidad y atracción hacia su personalidad, lo que realmente condujo a que esa amistad surgiera de la nada?

Sí, puede que eligiéramos a esa familia de amigos de la que hablaba Jess C. Scott. Pero no nos equivoquemos al evaluar los méritos de nuestra elección, porque el azar tuvo una gran influencia en ella. Podrían haber sido otras personas completamente diferentes si hubieran estado en el lugar adecuado en el momento adecuado.

Lo cual nos lleva a una inquietante conclusión: Quizá la providencia tenga un papel más relevante en todo este tinglado de la amistad que nuestro supuesto poder de elección.

Sin embargo, a pesar de lo elusivo que es este proceso de gestación de esas primeras amistades, no podemos negar que hemos acabado construyendo algo real con esas personas. ¿Cómo ocurrió esto? Muy sencillo: A lo largo del tiempo, probablemente motivados por una necesidad de demostrar coherencia, amabilidad y educación, decidimos adaptarnos un poco a la forma de ser y a los deseos de estas personas, para evitar conflictos y conseguir que las cosas fluyeran un poco mejor. Y esas personas decidieron hacer lo mismo con nosotros. Como consecuencia, a medida que fuimos compartiendo más y más momentos, las piezas fueron encajando y la relación se fue fortaleciendo.

Bueno vale, Frank, igual no somos los arquitectos visionarios que creíamos ser en lo que a la construcción de nuestras relaciones de amistad se refiere. Pero tampoco pasa nada grave, ¿no?

Probablemente no. Aun así, hay una cosa que debes tener en cuenta para gestionar tus relaciones de amistad adecuadamente.

Esta forma de elegir nuestras relaciones en las primeras etapas de la vida no tiene demasiado en cuenta la esencia de la persona en sí: Sus valores, sus prioridades, su forma de ver el mundo. Tiene mucho más en cuenta cosas efímeras y superficiales, como si nos reímos de los mismos chistes o si nos gustan los mismos deportes. Puede que acertemos por casualidad y descubramos eventualmente que la esencia de esa persona es muy compatible con la nuestra, pero muchas veces no es el caso. Y una relación con esa base tiene unos cimientos frágiles que pueden sucumbir con facilidad a los vaivenes de la vida.

Pero, claro, uno de los principios que gobiernan las relaciones de amistad forjadas en esas primeras etapas de la vida es la lealtad. Es frecuente poner el sello de “mejores amigos” a algunas de esas personas. Y una vez que ese sello está puesto, permanecemos fieles. Seguimos priorizando a esas personas en nuestra agenda, seguimos buscando entretenernos con ellas, seguimos esperando que nos entiendan y seguimos apoyándonos en su consejo cuando atravesamos un mal momento. Sin embargo, puede que, lamentablemente, esas personas no estén capacitadas para hacer nada de eso al nivel que nosotros necesitamos.

Ahora que hemos puesto la situación un poco en contexto, veamos qué podemos hacer si empezamos a sentir que esas relaciones con el sello oficial de “mejores amigos” no son lo suficientemente satisfactorias.

Estrategias para elevar la calidad de nuestras relaciones de amistad

Suponiendo que no queremos comulgar con esa sensación de mediocridad en nuestras relaciones de amistad y queremos mejorar las cosas, hay muchas cosas que podemos hacer. Pero, para simplificar, vamos a agruparlas en dos grandes estrategias.

Estrategia 1: Concentrarnos en nuestro círculo de amistades existentes

Si estamos ya bien dentro de la edad adulta, lo más probable es que tengamos un círculo de amistades muy heterogéneo. Personas que proceden de diferentes ecosistemas y con circunstancias y personalidades muy variadas. Tendremos un círculo que consideramos más cercano, con el que interactuamos más a menudo y con el que creemos que tenemos una relación fuerte, y otros círculos menos cercanos con los que creemos que tenemos una relación más débil o menos frecuente.

Ahora bien, ¿por qué podríamos sentir que nuestras relaciones de amistad no nos dan tanto como nos gustaría?

Exploremos las dos posibles razones que, en la experiencia de Frank Spartan, son más habituales:

La primera posible razón es que hayamos caído en la trampa de desarrollar expectativas poco realistas. Queremos que nuestros mejores amigos cumplan con nota en todas las dimensiones vitales que nos parecen esenciales: Que sean entretenidos, que sean graciosos, que sepan escuchar, que nos entiendan perfectamente, que digan lo correcto en el momento correcto, que sepan aconsejarnos, que intuyan lo que pensamos o queremos, que dejen lo que están haciendo para ayudarnos cuando lo necesitamos, que nunca se líen con nuestras ex-parejas y que siempre nos inviten al último chupito de tequila de la noche.

Tener esas expectativas es humano, pero también es injusto y absurdo. La inmensa mayoría de personas no están equipadas para darnos todo eso y no debemos exigirlo. El problema no está ahí fuera, sino dentro de nuestra cabeza.

Sin embargo, es un problema de solución simple: Con un poco de suerte, tendremos amigos que serán buenos en algunas de esas dimensiones y amigos que serán buenos en algunas otras. Si no queremos caer en la frustración permanente y darnos de cabezazos con una pared día sí día también, debemos esforzarnos en conocerlos bien, para entender mejor qué podemos esperar de cada uno y qué no. Y cuando alguno de ellos no responda como nos gustaría en una dimensión concreta, saber encajarlo emocionalmente diciéndonos a nosotros mismos que ése no es el fuerte de esa persona y que, por tanto, no se lo debemos tener demasiado en cuenta.

La segunda posible razón es que esas expectativas que tenemos hacia ellos sí sean realistas, pero que no tengamos suerte en la calidad de nuestras relaciones. Puede que esperemos cosas relativamente básicas y razonables de nuestros amigos, pero que no las obtengamos. Bien porque hemos sido torpes eligiendo a nuestras amistades, bien porque el azar nos ha hecho gravitar hacia esas personas y frecuentarlas por hábito, sin una elección tremendamente consciente por nuestra parte.

Generalmente, esta situación es una señal de que estamos haciendo algo mal. Si nuestros supuestos amigos no llegan a ciertos mínimos en su trato con nosotros, debemos preguntarnos si nosotros mismos nos estamos comportando como verdaderos amigos o por el contrario hemos descuidado un poco nuestra forma de actuar.  Lo más probable, salvo que hayamos sido unos auténticos cenutrios eligiendo nuestras amistades, es que la solución se encuentre en nosotros mismos y podamos solucionar el problema ajustando nuestra conducta y prestando un poco más de atención a algunas cosas.

Hay una ley en el universo de la que no podemos escapar: Lo que das es lo que recibes. Lo que proyectas es lo que atraes. Lo semejante atrae a lo semejante. Si tus expectativas son razonables pero no recibes lo que quieres, revisa tus creencias sobre esas personas y tu comportamiento con ellas, porque es muy posible que encuentres alguna anomalía.

Ahora bien, puede que incluso haciendo esto, el problema aún persista. Puede que todavía no consigamos llegar a esos mínimos de calidad que buscamos en nuestras relaciones de amistad, o que esos mínimos se den solamente en un número muy reducido de personas. Y eso no tiene por qué ser culpa de nadie. Simplemente, las personas de ese círculo que consideramos más cercano no nos responden. Puede que hayan desarrollado otras prioridades o que con el tiempo su personalidad y sus objetivos hayan evolucionado y ahora disfruten de mayor afinidad con otras personas diferentes a nosotros. Por el motivo que sea, las piezas ya no encajan como antes y cuanto antes lo aceptemos con serenidad, mejor.

En este escenario, puede que la siguiente estrategia nos sirva de utilidad.

Estrategia 2: Expandir nuestro círculo de amistades incorporando otras nuevas 

Lo interesante de las etapas vitales posteriores a las iniciales es que, cuando conocemos a gente nueva y evaluamos si deben entrar o no en nuestro círculo de amistades, solemos prestar menos atención a temas superficiales como las circunstancias y la afinidad de carácter, y tendemos a fijarnos más en la compatibilidad en dimensiones más profundas. Solemos enfocarnos en aspectos como objetivos profesionales, valores personales y familiares, percepción, calidad de la conversación, capacidad y disposición para aportarnos valor en las áreas que nos interesan.    

En otras palabras, nos centramos en dimensiones que tienen mayor potencial de crear cimientos más sólidos que las dimensiones que priorizamos en las relaciones de amistad de las primeras etapas de la vida.

Hay ocasiones en las que percibimos que algunas de estas nuevas personas que conocemos tienen un gran potencial de convertirse en buenos amigos, pero no acabamos de profundizar en esas relaciones. Y es que construir una relación de calidad requiere tiempo y energía cognitiva, dos cosas de los que a veces no disponemos en grandes cantidades. Especialmente si queremos seguir dedicando el mismo tiempo y energía a nuestra red de relaciones existentes.

Pero, llegados a este punto, puede que ésa no sea la decisión correcta. Te encuentras en una situación en la que tu círculo actual de amistades no te satisface lo suficiente y tus esfuerzos para mejorar las cosas con algunas de esas personas no han dado sus frutos, ¿recuerdas? Quizá sea el momento de contemplar otras posibilidades y asignar tu tiempo y energía de forma diferente a partir de ahora.

Ah, ya… la lealtad. Que son amigos de toda la vida. Que no puedes “traicionar su confianza” y empezar a alternar con otras personas, porque la historia que tienes con ellos exige que les priorices en tu compromiso, atención y dedicación por los siglos de los siglos.  

Gilipolleces.

En algo de tanta importancia para tu satisfacción vital como esto no puedes andarte con remilgos. Si sientes que tus relaciones existentes no son lo suficientemente satisfactorias, intenta mejorarlas corrigiendo las creencias que te impiden comportarte como un amigo mejor, que seguro que encuentras más de una, y después actúa como un amigo mejor. Y si eso no funciona, busca nuevos horizontes. 

Esto no significa, ni mucho menos, que debas romper tus relaciones existentes. Pero sí debes ser más crítico a la hora de decidir cómo asignar tu tiempo y energía a cada persona. La lealtad que debes evitar romper no es la lealtad con tu círculo histórico de amistades, sino la lealtad contigo mismo. Lo que debes hacer es lo que te dicta tu fuero interno que debes hacer para vivir una vida satisfactoria. Es así de simple. Sólo tienes una bala, así que no la desaproveches por obligaciones ficticias autoimpuestas.

Las relaciones de amistad son una fuente inagotable de posibilidades de que te sucedan cosas extraordinarias. No te contentes con poco. Si tus relaciones actuales no te llenan, escucha tu voz interior y muévete. Actúa, arriesga, lucha, descubre.

Si lo haces con sinceridad y generosidad, todo irá bien. Porque atraerás lo que necesitas.

Pura vida,

Frank.  

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