Muchos de nosotros tenemos la creencia de que ponerse objetivos ayuda a progresar en la vida. Que tener unas metas e intentar cumplirlas es clave para encontrar un lugar satisfactorio en el ecosistema en el que nos encontremos, bien sea el colegio, la universidad, nuestras relaciones personales, nuestra carrera profesional, nuestra salud, nuestras finanzas, incluso nuestro ocio.
Sin embargo, esta creencia no es universal. Hay muchas personas que navegan por la vida sin ponerse objetivos, porque no los ven necesarios ni incluso recomendables. Toman decisiones como todo el mundo, pero sin enmarcarlas dentro de un plan consciente que orienta esas decisiones hacia un lugar determinado.
La pregunta es: ¿Qué es es mejor? ¿Funcionar con objetivos o sin ellos? ¿Fijar un punto de destino y afanarse por llegar ahí o improvisar en base a lo que la vida nos lanza?
Bueno, depende. La personalidad juega un gran papel en todo esto. Pero también otros factores influyen, como la visión sobre cómo funciona el mundo y el grado de desarrollo de conciencia que cada uno tenemos.
En la experiencia de Frank Spartan, las personas que no funcionan con objetivos suelen seguir dos líneas diferenciadas de pensamiento:
- Por una parte, están aquellas personas que eligen, de forma consciente y proactiva, no dedicar demasiada atención a perseguir objetivos. Estas personas prefieren dejarse llevar, con el mantra de «I go with the flow», apoyándose en la creencia de que el Universo tiene un plan para ellos y se encargará de conducirles a buen puerto, sin que tengan que molestarse demasiado en tocar el timón. Suelen ser personas que se mueven por la vida prestando atención a lo que les atrae en cada momento y gravitando hacia un sitio o hacia el otro en función de lo que su radar interno les dicta.
Estas personas suelen disfrutar del momento presente y como tal pueden llegar obtener muchas satisfacciones. Pero como filosofía de vida troncal, tiene una característica que hace que Frank Spartan frunza ligeramente el ceño: Delega la responsabilidad personal a una especie de poder superior. Y eso, aunque pueda facilitar la paz interior, es un arma de doble filo. Llevado al extremo, sería como decirle a un niño que no hace falta que haga los deberes porque el Universo ya cuidará de él cuando crezca.
Frank Spartan no cuestiona que el Universo te ayude. De hecho, estoy firmemente convencido de que lo hace, pero con condiciones. Puede darte un empujoncito para que puedas pasar del punto D al E, pero antes de eso tienes que currártelo para pasar del punto A al D. En mi experiencia personal, el Universo es muy binario: No suele ser nada generoso con aquellas personas que piden ayuda mientras comen palomitas en el sofá y se quejan de sus desgracias, y muy generoso con aquellas personas que se ponen manos a la obra, trabajan duro con inteligencia y se enfrentan a las dificultades. Eso que algunos llaman suerte, a menudo no es otra cosa que el Universo repartiendo generosidad a quien la busca de verdad.
- Por otra parte, están aquellas personas que navegan sin objetivos de forma más inconsciente y pasiva. Estas personas suelen tener un nivel de desarrollo de conciencia inferior y tienden a vivir su vida en base a unos criterios de toma de decisiones relativamente simplistas, como perseguir lo que produce placer inmediato y evitar lo que produce dolor inmediato. Y generalmente reproducen los patrones de conducta que ven a su alrededor sin hacerse demasiadas preguntas sobre si hacer eso tiene sentido o no, para no meterse en líos y que no les duela demasiado la cabeza.
A este segundo grupo, la vida les vive. Es algo que les sucede. No crean nada, simplemente se mueven por inercia y se limitan a reaccionar ante los acontecimientos lo mejor que pueden. Dicen cosas como “la vida es como es” o “es lo que hay”. No intentar mejorar proactivamente su experiencia vital, sino que asumen que no pueden hacer gran cosa y se concentran en hacer el viaje lo más placentero o lo menos incómodo posible.
¿Te suena la expresión “eres como un pollo sin cabeza”? Tiene su origen allá por 1945, cuando Mike, un pollo al que su dueño intentó ejecutar con un hacha para convertirlo en su cena, decidió que no iba a irse de este mundo tan dócil y silenciosamente como se pretendía. Tras un hachazo del granjero a la cabeza del desprevenido animal, Mike continuó de pie como si tal cosa y vivió durante un año y medio desde su intento de ejecución. Fíjate si era cabezón el bicho.
La explicación científica de esta aparente paradoja es que el corte cercenó la parte superior del cerebro de Mike, pero dejó intacto el cerebelo y el bulbo raquídeo, suficientes para que sus funciones espontáneas, así como su sistema respiratorio y circulatorio, siguieran funcionando. Vamos, que el pobre pollo estaba vivo, podía respirar, alimentarse y seguir con sus actividades habituales, pero no sabía muy bien por donde iba.
No sé lo que opinas, pero yo creo que ser un pollo sin cabeza no mola un carajo. No sólo porque tarde o temprano acabarás en la cazuela, sino porque durante el resto de tu vida te darás innumerables golpes contra las cosas que tienes a tu alrededor. ¿Y qué demonios esperabas? No tienes cabeza, colega.
Como puedes ver, y a pesar de que hay una escala de grises relativamente amplia en esta situación, la filosofía troncal de vivir sin objetivos tiene sus inconvenientes. Pero veamos ahora las implicaciones de la otra cara de la moneda.
¿Qué consigues poniéndote objetivos?
Ponerse objetivos tiene dos principales beneficios. Uno de ellos es relativamente evidente y lo solemos perseguir de forma consciente. El otro permanece oculto y por tanto no solemos perseguirlo de forma consciente, pero es también realmente valioso.
Profundicemos un poco en estos dos beneficios y veamos dónde llegamos.
El beneficio evidente de ponerse objetivos
Es posible que hayas oído hablar del neurólogo y psiquiatra austriaco Viktor Frankl. Si no es así, simplemente te diré que sus investigaciones, experiencias e intuición son de tal calibre que merece la pena escuchar muy atentamente su opinión sobre este tema. Tienes un resumen de su libro más importante aquí.
Pues bien, el bueno del Dr. Frankl dijo esto:
El vacío existencial se manifiesta principalmente a través de un estado de aburrimiento. Lo que el ser humano necesita realmente no es un estado de tranquilidad absoluta, sino más bien aspirar y luchar por lograr una meta libremente escogida que merezca la pena.
Viktor Frankl
Viktor Frankl llegó a esta conclusión después de haber investigado durante muchos años y habiendo sufrido en sus propias carnes situaciones tan extremas que harían que el problema más grande que tú y yo tenemos pareciera absolutamente ridículo en comparación. Vamos, que no llegó a esta conclusión de forma frívola mientras se bebía un gin tonic, sino que sabía muy bien de lo que hablaba.
Uno de los pilares más sólidos sobre el que asentar una vida para experimentar auténtica satisfacción es perseguir una meta que escojas libremente y que tenga significado para ti. Un gran objetivo. Pero no cualquier objetivo, sino uno que te haga levantarte por la mañana con energía e ilusión. Un objetivo que dote a tu día a día, y por extensión a la totalidad de tu existencia, de sentido y propósito.
Algunas consideraciones sobre el proceso de ponerse objetivos
Ahora que tenemos un poco más de información sobre el beneficio evidente de ponerse objetivos en la vida, veamos cómo podríamos hacer esto para sacarle el máximo partido.
A la hora de establecer tus objetivos, debes tener en cuenta 3 aspectos:
- El gran objetivo.
- Los sub-objetivos que componen el gran objetivo.
- Las acciones que debes llevar a cabo cada día para conseguir los distintos sub-objetivos en un plazo determinado.
Como ves, es importante que seas lo más específico posible. Si defines las cosas de forma difusa, el foco de tu mente será disperso e ineficaz. Si tu mente no está bien enfocada, las acciones que surjan de ella no lo estarán tampoco. Y si esas acciones no están bien enfocadas, la realidad que acabarás creando en el futuro será probablemente muy diferente a la que hoy deseas.
Hagamos una serie de consideraciones sobre estos 3 aspectos.
El gran objetivo
El primer paso, el más importante, es establecer tu gran objetivo. Ésa es tu visión, tu propósito, el ingrediente que Viktor Frankl consideraba tan importante para experimentar auténtica satisfacción vital.
El problema es que, a menudo, esta tarea resulta complicada y requiere un sincero ejercicio de introspección y contraste con el mundo exterior. Muchos de nosotros, incluso los que hemos adoptado la creencia de que los objetivos son algo bueno, no tenemos claro cuál es nuestro gran objetivo en la vida. Pero esto es un problema de segundo orden, porque una gran parte de las personas no se hacen esta pregunta siquiera. Puedes comprobarlo por ahí y verás que muchas personas te miran como las vacas al tren, sin entender de qué narices estás hablando.
Si tú te la has hecho, sabrás que no es una pregunta a la que resulta fácil mirar a los ojos. Es una pregunta que asusta, que incomoda, porque nos obliga a mirar hacia dentro y adentrarnos por los impenetrables recovecos de nuestra alma. Pero cuando nos la hacemos y plantamos cara a nuestros miedos, la mente empieza a pensar de otra manera. Empieza a observar, a escuchar, a buscar soluciones, a percibir patrones para intentar resolver el puzzle. Aún así, es un enigma complejo de solucionar, porque muchos de nosotros no estamos en conexión profunda con nosotros mismos.
Una forma de atacar esa pregunta sobre nuestro gran objetivo es empezar por dos grandes pilares de referencia:
- Entender cuáles son nuestros valores, cuáles son nuestras prioridades, qué es lo que más nos importa. ¿La libertad? ¿La honestidad? ¿La diversión? ¿El poder? ¿El crecimiento? ¿El dinero? ¿La disciplina? ¿El servicio a los demás? ¿La creatividad? Una vez analizadas las posibilidades, podemos elegir los dos o tres que mejor nos definen y usarlos como brújula para establecer nuestro gran objetivo. De esa forma, no habrá incongruencias entre nuestra filosofía de vida y nuestra conducta. Entre lo que pensamos y lo que hacemos. Y eso es un requisito fundamental para que nos sintamos satisfechos a largo plazo.
- Entender cuál es nuestro talento fundamental. Esa habilidad o conjunto de habilidades que se nos da realmente bien. Esto tiene su miga, porque suele ser algo en lo que no reparamos tan fácilmente, incluso es probable que los demás lo perciban de forma más nítida que nosotros mismos. Y eso es una auténtica jodienda, porque no ser totalmente conscientes de ello nos impide practicar ese talento cada día y desarrollarlo todo lo que lo podríamos desarrollar.
Hay modelos de descubrimiento de propósito que incluyen más factores, como el Ikigai, de origen japonés. Además de los dos grandes pilares que hemos mencionado, el Ikigai incorpora otros como nuestras preferencias personales y el ángulo de sustento económico, que también son relevantes.
Ahora bien, no voy a engañarte con esto. Incluso cuando sabes más o menos cuál es tu “Qué”, es muy probable que el “Cómo”, la forma en la que haces ese “Qué” realidad, continúe siendo una gran incógnita. Pero eso no debe enturbiar tu evaluación del riesgo, porque una vez que decides saltar al río, si te aplicas, las corrientes del Universo te acaban transportando misteriosamente hacia ese “Cómo”. Al igual que decíamos antes, quizá tengas que nadar desde el punto A hasta el D, pero es probable que, si te quedas sin fuerzas para seguir nadando, aparezca de repente un flotador que te ayude a llegar hasta el punto E. El Universo es así de enrollado.
Por ejemplo, el gran objetivo de Frank Spartan en su nueva vida es ayudar al mayor número de personas posible a vivir una vida más satisfactoria a través de la comunicación de ideas. Ése es mi “Qué”. El “Cómo” está en proceso: He empezado este blog, hago mentorías financieras, doy clase en la universidad, me he involucrado como business angel en negocios que pretenden mejorar el mundo, etcétera, etcétera. El “Cómo” está en continuo movimiento y seguirá en continuo movimiento, porque surgirán más vías, más caminos, más formas de acercarme a ese gran objetivo. Y estoy convencido de que el Universo me ayudará a ello, no porque simplemente crea que está de mi lado, cosa que sin duda ayuda, sino sobre todo porque le pongo energía y pasión a ese gran objetivo día a día.
Tu gran objetivo es una de tus “posesiones” más preciadas, porque es tu refugio anti-bombas. Es el atisbo de luz que sigue existiendo cuando todo a tu alrededor se queda a oscuras. Y es que, por mucha pasión e ilusión que experimentes en el día a día, tendrás que atravesar dificultades y habrá momentos en los que todo parezca desmoronarse y tu estado de ánimo se debilite. En esos momentos, tu mejor línea de defensa es una respuesta convincente a la gran pregunta de por qué debes seguir adelante. Si la tienes, encontrarás la fuerza para continuar con entusiasmo. Si no la tienes, la ilusión terminará por desaparecer. Y sin ilusión, por mucho que sigas en movimiento, nada funciona bien.
Los sub-objetivos que componen el gran objetivo
Los sub-objetivos son hitos o puntos de referencia en el camino que te van acercando progresivamente a tu gran objetivo. Generalmente, el gran objetivo es una meta que se encuentra lejos de donde te encuentras y que requiere muchos pasos intermedios y muchas pequeñas victorias.
Pero no todos esos pasos son igualmente válidos. Hay algunos que son más efectivos que otros. Por eso, para ser verdaderamente eficaz, debes concentrarte en aquellos sub-objetivos con mayor impacto. Hazte la siguiente pregunta: ¿Qué tipo de cosas me van a impulsar con más fuerza hacia mi gran objetivo? Una vez hayas identificado los sub-objetivos que tienen mayor poder impulsor hacia tu gran objetivo, pon tu atención en ellos y establece una fecha límite para conseguirlos.
Por ejemplo, digamos que quieres utilizar tu experiencia profesional para dejar de trabajar por cuenta ajena y montar tu propio negocio. Y has definido tu gran objetivo como “Ser financieramente libre lo antes posible para dedicar tu tiempo a lo que te apetezca”. Ese gran objetivo mola, ¿no?
Pues bien, uno de los sub-objetivos que tendrás que conseguir es aprender a gestionar una empresa, porque las habilidades de un empleado de éxito no son generalmente las mismas que las de un emprendedor de éxito. Tendrás que desarrollar habilidades distintas a las técnicas, como gestión de personas, marketing y ventas, optimización de tu marca personal y planificación estratégica, además de muchas otras. Así que puedes plantearte el siguiente sub-objetivo: “Voy a formarme en esas áreas en los siguientes 6 meses, a través de un curso especializado impartido por el profesional [inserta gurú aquí] y de forma autodidacta”.
De esta forma, tu mente se enfoca en un sub-objetivo concreto con un horizonte temporal concreto. Un sub-objetivo que sabes perfectamente que te acercará a tu gran objetivo. Y eso es como un disparador para tu motivación y tu capacidad de pasar a la acción.
La planificación de acciones y hábitos en el día a día
El tercer y último nivel implica bajar los sub-objetivos a tierra y materializarlos en acciones y hábitos específicos. En otras palabras, las cosas que debes hacer cada día para conseguir alcanzar los sub-objetivos que te has marcado en el plazo que te has marcado.
En este estadio, tu principal enemigo es la procrastinación. Sabes que tienes que llevar ciertas tareas complicadas a cabo, pero las pospones entreteniéndote con otras que de algún modo consideras más fáciles o más atractivas.
La procrastinación es difícil de derrotar y requiere un enfoque más detallado de lo que este post permite, pero quédate con esto: La forma más efectiva de derrotar a la procrastinación es crear hábitos de comportamiento que te lleven por el buen camino de forma prácticamente automática, para protegerte de las tentaciones de la parte consciente de tu cerebro. En otras palabras, crear sistemas de conducta y depositar tu fe en ellos, porque si están bien diseñados te llevarán, irremediablemente, a conseguir buenos resultados.
Esto tiene su miga y lo trataremos en mayor profundidad en futuros posts.
Conclusiones
Si tienes un gran objetivo, definido libremente en base a tu talento natural y los valores que mejor te definen, te concentras en perseguir aquellos sub-objetivos que más te acercan a tu gran objetivo y practicas día a día los hábitos de conducta que te permiten conquistar esos sub-objetivos, sentirás que tu vida está en movimiento hacia algo que merece la pena. Sentirás que todo lo que haces tiene un sentido, un propósito. Sentirás ilusión. Y a través de esa ilusión, experimentarás felicidad.
Pero no cualquier tipo de felicidad. No será el tipo de felicidad efímero que los innumerables pollos sin cabeza de este mundo persiguen a través del placer y la gratificación inmediata, sino el tipo de felicidad que se posa en tu hombro y se queda ahí mientras caminas. El tipo de felicidad que no te abandona, porque emana de un río que fluye dentro de ti.
¿A que mola?
Éste es el beneficio más evidente de ponerse objetivos. Pero esto no es todo. Hay más.
Divenire: El beneficio oculto de ponerse objetivos
Además de dotar a tu vida de sentido, el ponerse objetivos tiene otro beneficio añadido. Un beneficio que no se suele apreciar desde fuera, pero que aparece como por arte de magia una vez que te encuentras en el proceso de avanzar hacia esos objetivos. Un beneficio que, curiosamente, es probable que los demás aprecien en ti antes de que tú mismo lo hagas.
“Divenire” es una palabra italiana. La descubrí a través de una película francesa cuya banda sonora me impactó la primera vez que la escuché. Aquella película era «Intocable» (en su nombre original, «Untouchables») y el autor de su banda sonora era un pianista italiano llamado Ludovico Enaudi.
“Divenire” significa “convertirse” y es también el título de una de las mejores composiciones musicales de Ludovico. Puedes escucharla aquí.
Pues bien, “divenire” es el beneficio oculto de ponerte objetivos. El proceso por el cual te conviertes en alguien mejor. El proceso por el cual, a través de la superación de dificultades, vas corrigiendo tus partes más débiles y desarrollando las más fuertes. El proceso por el cual te enfrentas a tus miedos, fortaleces tu autoconfianza, incorporas hábitos útiles, aprendes a enfocarte, te familiarizas con el riesgo, descubres cosas nuevas. El proceso por el cual experimentas el fracaso y encuentras la motivación para volver a intentarlo. El proceso por el cual creces y te elevas por encima de las limitaciones de tu yo pasado, convirtiéndote en otra persona mucho más completa.
Esta transformación personal vale su peso en oro, porque a través de ella accederás a otros niveles de potencialidad: Nuevas relaciones, nuevas habilidades, nuevas ideas, nuevos sueños, nuevas conexiones cerebrales. Y, por encima de todo, una nueva forma de ver el mundo. Una perspectiva más equilibrada, más plena, más abundante. En una palabra, le sacarás más jugo a la vida.
Un último pensamiento: A pesar de los grandes beneficios que ponerte objetivos te puede reportar, la clave de todo este tinglado es que esos beneficios se produzcan tanto si consigues esos objetivos como si no los consigues. Y, para eso, por mucha energía y pasión que pongas en conseguir esos objetivos, has de interiorizar una creencia fundamental. Una creencia que las filosofías orientales descubrieron ya hace miles de años: La verdadera satisfacción no emana del punto de destino, sino que se encuentra escondida en cada momento del viaje.
Así que… disfruta de ese viaje, marinero. Si lo haces, acabes donde acabes en relación a tus objetivos, habrás ganado.
¿A que mola?
Pues manos a la obra. Tienes trabajo que hacer.
Pura vida,
Frank.
Gracias. Buen viaje para ti también.