Hoy vamos a hablar de mentiras.
En concreto, de 7 grandes mentiras que tendemos a creernos a pies juntillas en los tiempos que corren y que, al igual que la mayoría de las mentiras que nos contamos a nosotros mismos, aunque sean con las mejores intenciones, no nos hacen demasiado buen servicio. Más bien todo lo contrario.
Así que presta atención, porque puede que te hayas tragado más de una de ellas sin darte cuenta.
Ahí van.
1. El éxito se ve
La primera gran mentira es que el verdadero éxito en la vida es algo que se puede ver.
A menudo asociamos el éxito con símbolos externos como una gran casa, un coche, un reloj, un trabajo, un guardarropa. Desde muy pequeños, oímos cómo las personas a nuestro alrededor y los medios de comunicación equiparan el éxito con esos símbolos. Qué narices, incluso nuestra propia familia y nuestro entorno de amigos lo hacen constantemente.
Esa asociación se va solidificando de forma sutil en nuestra mente. Y a pesar de que nosotros no tendamos a darle tanta importancia en nuestra propia vida, sentimos una punzada en nuestra autoestima si no vemos que esos trofeos cuelgan orgullosamente de nuestra pared mientras que sí lo hacen en la de otros. Es como si nos hubiéramos quedado cortos, como si no hubiéramos conseguido nada relevante, como si no hubiéramos aprovechado bien el tiempo, como si fuéramos… menos.
Pero tengo noticias para ti. El verdadero éxito no se ve. O, mejor dicho, hay que observar con mucha atención para verlo.
El verdadero éxito no es irte de vacaciones a Maldivas. Es que tu familia y tus amigos estén deseando compartir unos días contigo y no les importe gran cosa cuál es el plan que vais a hacer.
El verdadero éxito no es ver tu serie favorita en una tele de 200 pulgadas después de que un mayordomo te sirva faisán trufado para cenar. Es querer compartir algo que te ha pasado ese día y sentir que las personas a tu alrededor te escuchan, te entienden y te apoyan.
El verdadero éxito no es poder regalarle a tu pareja un collar de perlas. Es coger su mano y ver en sus ojos que te quiere de verdad.
El verdadero éxito no es mandar a tus hijos a un colegio internacional o a una universidad de prestigio. Es que ellos vean en ti unos valores que les sirvan de ejemplo, se sientan orgullosos de ser tus hijos y confíen en ti para compartir contigo sus preocupaciones, sus miedos, sus penas y alegrías.
El verdadero éxito no es tener un trabajo con estatus y un sueldo astronómico. Es hacer lo que de verdad quieres, con quien quieres, y como quieres.
El verdadero éxito no es tener un montón de personas a tu alrededor que te alaban y vitorean tu nombre. Es tener algunas personas que se alegran de verdad cuando te salen las cosas bien y que se dejan ver y caminan a tu lado en los momentos difíciles.
Todo esto no se ve a primera vista, porque no hay trofeos que cuelgan de la pared. Pero esos son los componentes del verdadero éxito, no los símbolos desprovistos de sentido que todos perseguimos ciegamente, intentando brillar en los ojos de los demás en lugar de en los propios.
Si tienes estas cosas en tu vida, considérate rico y exitoso, porque lo eres.
Y si no, tienes trabajo que hacer. Por muchos trofeos que cuelguen de tu pared.
2. Eres perfecto tal y como eres
La segunda gran mentira es que eres perfecto tal y como eres.
“Soy como soy” es una de las creencias que más daño hace a las personas. ¿Qué coño significa eso? ¿Que no tienes ningún potencial de mejora? Y si lo tienes, ¿significa que no tienes ninguna responsabilidad de mejorar? ¿O que tus malas decisiones están plenamente justificadas por tu personalidad?
Anda ya.
Tienes el potencial y tienes la responsabilidad de mejorar. No con los demás, sino con alguien mucho más importante: Tú mismo.
Estás aquí para ser la mejor persona que puedes ser, dentro de tus posibilidades. Eso es lo que significa aprovechar la vida. Todo lo demás son chorradas sin importancia o cosas que no dependen de ti. Y eso quiere decir que no estás legitimado para hacer lo que te dé la gana simplemente porque “eres así”.
La excusa de “soy así” no sirve. En este blog no. Frank Spartan no la compra. Y tú tampoco deberías.
Si “eres así” y esa forma de ser dificulta que te sientas mejor o que consigas lo que quieres, tienes trabajo que hacer para mejorar esa forma de ser. O, mejor dicho, esa forma de actuar. Porque al final, eres lo que haces, no lo que crees que eres.
Si eres amable en tu cabeza, pero sueles tratar mal a los demás en la práctica, no eres una persona amable.
Si tienes buenos sentimientos, pero te sueles aprovechar de la gente en la práctica, no eres una persona buena.
Tus actos marcan lo que eres. Si tus actos no te llevan por el buen camino, es que lo que eres no funciona bien.
Así que no, no eres perfecto tal y como eres. Cambia tus actos y “sé algo mejor”. En las áreas que te parezcan importantes y al ritmo que te parezca adecuado. Pero el timón lo llevas tú, colega, no una deidad invisible que mueve los hilos por ti.
No cuela. A trabajar.
3. El mundo debe darme lo que merezco
La tercera gran mentira es creer que te mereces las cosas.
Muchas personas van por la vida exigiendo que el mundo les recompense adecuadamente por las cosas que creen que hacen. Y cuando eso no sucede, entran en cólera o se deprimen porque “es injusto”.
Frank Spartan ha sido presa de esta creencia. Es muy cabrona y muy sibilina. Pero es una creencia falsa, porque se apuntala en una lectura incorrecta de la realidad.
Eso de que el universo te debe “esto” porque tú has hecho “aquello” sólo está en tu cabeza, colega.
Las cosas no funcionan así.
Las cosas funcionan de la siguiente manera: Conseguir lo que quieres no suele depender enteramente de ti. A veces otras personas cuyas conductas no controlas tienen que hacer algo que te favorezca, a veces las circunstancias tienen que ser las adecuadas, a veces la suerte tiene que estar de tu parte.
Además de tu propia conducta, hay muchos más factores que determinan el resultado que obtienes.
Lo cual implica una conclusión muy obvia, que a menudo se pasa por alto a la hora de encajar lo que nos sucede: No puedes saber con certeza cuál será ese resultado.
Pero lo que sí puedes hacer es maximizar las probabilidades de obtener el resultado que quieres.
Si decides actuar de una forma, las probabilidades de conseguir lo que quieres serán las que sean. Y si decides actuar de otra forma, las probabilidades de conseguir lo que quieres serán otras, diferentes.
Así que lo único que puedes hacer, lo único que está bajo tu control, es optimizar tu conducta para mejorar esas probabilidades. Y ésa es una decisión que tomas todos los días con respecto a prácticamente todo: Cómo te va en el trabajo, cómo de satisfactorias son tus relaciones, cómo de bien te encuentras físicamente, cuánta ansiedad sientes, cuánta salud financiera tienes, cómo de bien duermes por las noches, etcétera, etcétera.
Ahora bien, tienes que aceptar que el resultado puede no ser el que deseas. Porque no sólo depende de ti. Tú sólo puedes aumentar las probabilidades de ganar, pero hay una ruleta en juego con varios números, algunos favorables y otros no. Y lo único que puedes hacer es reducir la cantidad de números desfavorables en los que puede caer la bola.
La incertidumbre es inevitable. Pero eso está bien, porque le da más salsa a la vida. Y si haces bien lo que depende de ti, al menos no tendrás nada que reprocharte si las cosas salen mal.
Pero de ahí a merecer el resultado… hay un mundo. Esa creencia, además de ser falsa, es peligrosa.
A veces vas a tratar bien a las personas, pero ellas no te van a corresponder.
A veces vas a trabajar mucho en un proyecto, pero no te va a salir bien.
A veces vas a hacer mucho por alguien, pero esa persona te va a decepcionar.
A veces otras personas van a hacerlo peor que tú, pero ellas lo van a conseguir y tú no.
El mundo no es justo. Simplemente es. Pero eso no significa que debas tirar la toalla, porque las probabilidades importan. Si lo haces lo mejor que puedes de forma continuada, eventualmente las probabilidades trabajarán a tu favor y acabarás consiguiendo lo que quieres.
No porque te lo merezcas, sino porque es lo más probable.
4. Priorizar tu propio bienestar es ser egoísta
La cuarta gran mentira es que priorizarte a ti mismo es ser egoísta.
Mucha gente te dirá que hay que ser amable y hacer lo que puedas para ayudar a los demás, porque si no serías muy desconsiderado.
Esto, dicho así, no suena mal. De hecho, suena hasta bien. El tipo de felicidad que surge de ayudar a los demás es muy elevado, como el mismo Frank Spartan ha dicho en muchos de sus artículos.
El problema es que a menudo creemos que ayudar a los demás (= que alguien te pida ayuda cuando de verdad la necesita) es lo mismo que satisfacer a los demás (= que a alguien se le ponga en las narices que hagas algo que le beneficia). Y ahí es donde nos tragamos la mentira, porque muchas veces satisfacemos a los demás a costa de erosionar nuestra propia satisfacción.
Y si esa forma de proceder se convierte en un hábito, estás jodido, porque no tendrás nada claro quién eres y lo que quieres. Los demás te empujarán en las direcciones que más les conviene y no tendrás una dirección vital propia clara, ni en tu cabeza ni en tus decisiones.
Hay una razón por la que las aerolíneas, antes de que el avión despegue, dicen que, en caso de emergencia, te pongas tu mascarilla de oxígeno antes de ayudar a los demás con la suya. Y esto, aunque parezca egoísta, tiene una justificación de peso: Para poder ayudar a otros como Dios manda, primero tienes que estar en tus mejores condiciones.
La vida es igual.
Si quieres ayudar a los demás o tener un impacto positivo en el mundo, primero debes priorizarte a ti mismo. Tu salud, tu paz interior, tu energía, tu equilibrio, tu descanso, tus objetivos. Y eso significa que tienes que saber decir no a algunas cosas. De hecho, tienes que saber decir que no a muchas cosas. Porque eso te permitirá concentrarte en crecer en la dirección que deseas y sentirte mejor contigo mismo.
¿Que a algunas personas no les va a gustar esto porque prefieren que priorices el satisfacer sus deseos? Seguro. Pero eso no significa que estés haciendo las cosas mal. Cuanto mejor te sientas contigo mismo, más podrás aportar a los demás. Y para eso, tienes que estar dispuesto a ver algunos morritos torcerse por el camino.
Y eso no es egoísmo. Es hacer las cosas en el orden correcto.
5. El fracaso es más duro que el arrepentimiento
La quinta gran mentira es que el dolor del fracaso al intentar algo y no conseguirlo es peor que el dolor del arrepentimiento por no haberlo intentado.
Es muy común no intentar hacer algo por miedo a fracasar. Cuando imaginamos el dolor de un posible fracaso, nuestra mente lo expande hasta niveles que resultan intimidantes, porque implica una posible pérdida de algún tipo – económica, social, emocional – en el corto plazo. Y cuando ese algo malo que puede pasarnos está muy cercano en el tiempo, acojona.
El cerebro nos dice: El dolor, cuanto más lejos, mejor. Así que decidimos no intentar eso que tanto miedo a fracasar nos produce. Y de esa forma nos libramos de esa sombría nube de pérdida que había empezado a planear sobre nuestras cabezas.
Sin embargo, a pesar de haber esquivado ese golpe, el dolor acaba llegando. Y cuando llega, lo hace centuplicado.
No hay nada más doloroso que haber deseado hacer algo de verdad, no hacerlo por miedo a que saliera mal, y después darnos cuenta, en la última fase de nuestras vidas, de que ya es demasiado tarde.
Creemos que el arrepentimiento duele menos porque está lejos. Pero nos equivocamos. El miedo al fracaso está, en muchísimas ocasiones, injustificado. Por la sencilla razón de que, incluso si ese supuesto fracaso se produce, suele ser un revés momentáneo del que podemos recuperarnos al tener todavía tiempo por delante. Cualquiera que haya fracasado en algo lo sabe muy bien.
Pero con el arrepentimiento no hay salida. Cuando llega, ya no tienes opciones. Estás impotente. Y eso duele, especialmente cuando se trata de algo que de verdad querías hacer.
No dejes espacio para arrepentimientos. El arrepentimiento tiene unos dientes mucho más afilados de lo que parece. El fracaso, por el contrario, puede parecer muy fiero, pero en el fondo es un perrito faldero. No te dejes engañar por sus ladridos.
6. El amor es suficiente
La sexta gran mentira es que el amor es suficiente.
Muchas personas creen que, si hay amor entre dos personas, la relación funcionará bien. “All you need is love”, cantaban los Beatles.
Y después van y se tumban a la bartola, pensando que, con eso de quererse, ya vale.
Pero no, no vale. El amor no es suficiente. Y no lo es porque las relaciones entre adultos no son incondicionales como lo son las de los niños. Los adultos tienen que obtener lo que desean para que la relación funcione. En otras palabras, hay condiciones. Welcome to reality.
Esto es algo que muchas personas se resisten a creer, pero está muy enraizado en la naturaleza humana. Para sentir que una relación funciona, queremos recibir algunas cosas del otro. Y por si eso fuera poco, hombres y mujeres tendemos a querer cosas distintas, tanto en las relaciones como en las otras áreas de la vida. Hay polaridad. Y es que la biología y las diferentes fases de la evolución de nuestra especie determinan quiénes somos y qué queremos realmente, cuando estamos solos en nuestra habitación y nadie nos ve, mucho más de lo que lo hace la cultura.
Esta idea es algo que choca frontalmente con todo el rollo actual sobre la igualdad y el mantra de que hombres y mujeres quieren las mismas cosas y tienen los mismos hilos conductores de felicidad. Pero a la psicología evolutiva le importa un pimiento cómo creemos que deberían ser las cosas. Las cosas son como son. Y cuanto mejor entiendas las reglas del juego, mejor sabrás lo que tienes que hacer para darle a tu pareja lo que necesita de ti y mayores probabilidades tendrás de que tu relación vaya bien.
El amor es necesario, pero no suficiente. No es suficiente porque no pervive así como así. Y no pervive porque no es incondicional. Sólo se regenera si cumples las condiciones invisibles que existen en tu relación particular y le das a la otra persona suficiente de lo que va queriendo en cada fase de su vida. Esas condiciones existen, aunque no sean explícitas. No seas tan inocente como para creer que te querrán hagas lo que hagas. No funciona así. Ésa es una visión idealista de las relaciones que no se corresponde con la realidad.
Observa a tu pareja, intenta comprender cuáles son esas condiciones, haz lo que esté en tu mano por cumplirlas y confía en que la otra persona hará lo mismo contigo. Ésa es la forma de maximizar las probabilidades de que el amor perviva y tu relación prospere.
O también puedes dormirte en los laureles y confiar en la suerte y las películas de Disney. Tu decisión.
Dicho esto, hagamos una aclaración importante.
Frank Spartan no está diciendo en absoluto que te debas plegar a los deseos de tu pareja. Como he dicho antes, debes cuidarte a ti mismo primero para poder dar más y mejor a los demás. Y eso, aunque pueda provocar cierta tensión en las relaciones por considerarse “egoísta”, si lo haces con consideración y equilibrio acabará siendo algo muy bueno, porque generará más atracción y respeto en tu pareja que si te dedicas a hacer todo lo que ella te pide, subordinando tus propios deseos a los suyos. Y eso es un terreno mucho más fértil para el amor… y para la atracción sexual.
Parece una paradoja, pero es como funciona la naturaleza humana.
Y si no sucede así, es muy posible que no estés con la persona adecuada.
7. Estás aquí para descubrir quién eres
La séptima gran mentira es que tu gran cometido en este mundo es descubrir quién eres.
Muchas personas se afanan por encontrarse a sí mismas, como si el universo guardara la respuesta en una cajita que se encuentra escondida en algún sitio. Y creen que, si no encuentran esa cajita, nunca podrán saber los planes que el universo tiene para ellos y no vivirán la vida que están destinados a vivir, como si sólo hubiera un camino que es auténticamente válido.
Como si sólo hubiera una ocupación, una pareja, un círculo de amistades, un propósito, un modelo de felicidad que funciona para el ser especial y único que son.
Esta creencia no te ayuda en absoluto, por dos razones.
La primera es que no es cierta. No hay un único camino para aprovechar la vida y ser feliz. Creer que sólo hay una respuesta a las grandes preguntas es ponerte un saco de piedras encima que sólo conseguirá que reduzcas tu campo de visión y te sientas peor. Hay muchas respuestas válidas a esas preguntas. Las hay, cabeza de buque.
La segunda es que te pone en modo pasivo, porque te lleva a creer que cuando encuentres lo que buscas, todo encajará perfectamente y en tu vida aparecerán arcos iris y unicornios sin que tengas que hacer ningún esfuerzo.
No funciona así.
No estás en este mundo para descubrir quién eres. Estás en este mundo para crear quién eres.
El universo no tiene la respuesta que buscas. La responsabilidad la tienes tú. Tú eres el que debes crear la visión de lo que quieres ser y tú eres el que tiene que tomar las decisiones para llegar ahí.
Y no, en ese proceso no hay arcos iris ni unicornios. Crearte a ti mismo no es fácil. Es un camino de decisiones repletas de incertidumbre, esfuerzos, frustraciones y resultados que no siempre son buenos.
Sin embargo, ése es el camino correcto. Para eso estás aquí. La satisfacción de ir avanzando hacia esa visión de ti mismo, superando las dificultades, te lo dice.
Tu objetivo último no es descubrir quién eres. Es crear quién eres.
Pura vida,
Frank.
Uno de las mejores reflexiones que has colgado. Pudieran parecer cosas de perogrullo, pero compilar las 7 mentiras tiene mérito. Coincido con buena parte de las afirmaciones que hace Frank.