Cómo superar un fracaso

Son muchas las personas que han tenido algún tipo de fracaso o gran decepción en su vida. Un objetivo que no consiguen, un sueño que no se cumple, una moneda que lanzan al aire y que no cae por el lado que desean.

A veces, esos fracasos se superan con relativa facilidad. Otras veces, cuesta dejarlos atrás. Y otras veces, dejan una huella profunda en nosotros. Nos sumen en un agujero negro de emociones que daña nuestra autoestima y atrofia nuestra capacidad de seguir adelante y continuar construyendo la mejor vida posible.

Frank Spartan ha estado en ese último escenario. Muchas personas que conozco, también. No es una situación fácil de digerir. Y dependiendo de las circunstancias del momento, le puede ocurrir a cualquiera. 

En este post vamos a hablar de cómo salir de esa situación para volver a conquistar nuestra mejor versión. ¿Por qué? Sencillamente, porque no hay tiempo que perder, colega. Hay muchas cosas que molan y que están esperando a que despiertes de tu letargo. No puedes andar tanto tiempo mirando hacia atrás y lamentándote por las esquinas.

Presta atención, porque hay mucha miga aquí. Y puedes aplicarla a infinidad de situaciones.

Vamos allá.

Etapa 1: Filtrado de emociones

Ya sé que es difícil de creer con toda la retahíla de gilipolleces, buenismos y victimismos que revolotean impunemente por los aires en los tiempos que corren, pero el hecho de que te sientas de cierta manera no es un salvoconducto para tener razón sobre absolutamente nada, ni para estar un centímetro más cerca de la verdad.

Las emociones surgen, sin más. No son ni buenas ni malas, ni te dicen lo que es cierto y lo que no. Simplemente te proporcionan información sobre ti mismo.

Pero entonces, ¿qué debes hacer con ellas?

Filtrarlas.

Filtrarlas, porque no todo vale.

En primer lugar, debes preguntarte sobre la razón de esa emoción. Hay razones buenas y razones no tan buenas para sentir cualquier emoción.

Por ejemplo, puedes sentirte alegre por una mala razón (Ejemplo: Una persona a la que le tienes manía se cae por las escaleras) y sentirte triste por una buena razón (Ejemplo: Alguien que quieres fallece). Una de esas emociones es placentera, pero por una mala razón. Y la otra es incómoda, pero por una buena razón.

Puedes sentirte enfadado por una buena razón (Ejemplo: Alguien te vende algo que no funciona con mala fe) o por una mala razón (Ejemplo: alguien te dice algo sobre tu comportamiento que te joroba oír, pero que es verdad).

El mero hecho de sentir una emoción no significa gran cosa. El primer elemento del proceso de filtrado es entender la razón de que esa emoción surja y cuestionar su legitimidad.

Si la razón para tu alegría, tristeza, calma, enfado, miedo, euforia, etc., no es buena, probablemente debas cuestionar cuánta importancia le das. Observa lo que dice sobre ti, pero no le hagas demasiado caso. Por otro lado, si la razón de que surja la emoción es buena, probablemente debas darle más bola, por mucho que sea una emoción incómoda. Porque ahí hay algo importante que debes entender mejor.

Es cierto que prácticamente siempre vas a tender a querer creer que la razón de que te sientas de cierta manera es buena y legítima. Es lo que hace el ego. Y la cultura de ahora nos empuja a creernos eso a pies juntillas. Pero las cosas son un poco más complejas. Si todos hiciéramos eso, no podríamos relacionarnos con los demás ni con nosotros mismos con equilibrio.

Por eso debes filtrar. El mero hecho de hacerte la pregunta con mente abierta te abrirá la puerta a nuevas posibilidades y te permitirá cuestionar las cosas con un poco más de criterio.

Muy bien, ya hemos filtrado la razón de la emoción. Ahora pasemos al segundo plano del proceso de filtrado: La reacción a esa emoción. Qué es lo que haces y cómo respondes cuando esa emoción aparece.

Al igual que hay razones buenas y no tan buenas para una emoción, también hay reacciones buenas y reacciones no tan buenas a la misma. Qué reacción eliges – porque eso lo eliges tú y nadie más – es absolutamente clave, como veremos más adelante.

Cuando tienes un fracaso en algo que consideras importante, es habitual sentir frustración, culpa, desesperanza, miedo, ansiedad, impotencia, falta de autoestima. Pero eso no dice nada sobre ti. Son sólo emociones. Vienen y van. Pueden surgir en ti por una buena razón o por una mala. Y puedes elegir una buena forma de reaccionar a ellas o una mala. Eso, y no la emoción en sí, es lo que cuenta.

En otras palabras, hay mucho que cuestionar en eso que sientes con tanta intensidad. Has de mirar más allá para acercarte a la verdad.  Si te distancias un poco y filtras, esas emociones perderán parte de poder sobre ti. Y eso te dará mayor libertad de movimientos para pasar al siguiente bloque en el proceso de superación de eso que ahora llamas fracaso.

Etapa 2: Enfoque y perspectiva

Una vez has filtrado la emoción y reducido su poder, es momento de adoptar la perspectiva adecuada.

Éste es un proceso mental que tiene su dificultad, porque las emociones, aunque debilitadas por el proceso de filtrado, continúan teniendo efecto en tu juicio. Aún más importante, permaneces aún aferrado a una identidad propia que te seduce. Y eso que llamas fracaso ha puesto esa identidad deseada en entredicho.

Imagina que te propones dar un giro importante en tu carrera profesional. O que empiezas una relación de pareja en la que tienes mucha ilusión. O que quieres superar un reto en un deporte concreto. Cuando andas el camino hacia esos objetivos, inconscientemente estás abrazando una nueva identidad. Empiezas a verte a ti mismo como la persona con el nuevo trabajo, la persona que vive feliz en pareja, la persona que alcanza cierto nivel en un deporte. Esa identidad te gusta. Y empiezas a meter los pies en esos zapatos, aunque conscientemente no pienses demasiado en ello.

Y cuando no consigues lo que te propones… ¡pam! Es como si esa identidad a la que te habías aferrado se esfumara de sopetón. Entonces te quedas vacío, en el limbo, sin dirección ni nada evidente a lo que agarrarte. Y eso duele.

¿Qué tienes que hacer para salir de ahí? Muy sencillo: Construir una nueva identidad.

Sencillo de decir, pero no tan sencillo de hacer.

Dejar ir a la identidad a la que te habías aferrado y construir una nueva puede parecer una tarea inmanejable desde el estado de ánimo en el que te encuentras, pero aquí es donde la perspectiva entra a jugar.

Para empezar, hazte una sencilla pregunta:

Aunque te sientas mal, ¿es lo que te ha pasado realmente tan horrible?

Si tienes salud, sabes pensar, puedes comer y dormir sin dificultades, tienes algunos recursos, familia y amigos, la respuesta es “probablemente no”. El juego sigue y todavía tienes muchas cartas.

En segundo lugar, hazte la siguiente pregunta:

¿Es ese mal resultado que llamas fracaso un reflejo de mi valía personal?

Esta pregunta es muy interesante, porque tiene varias ramificaciones. Puede que la respuesta que elijas sea que sí eres capaz, pero que te has descuidado y has cometido errores. Puede que la respuesta sea que eres perfectamente capaz y lo has hecho bien, pero que has tenido mala suerte. Y también puede ser que la respuesta que te viene a la cabeza sea que no eres capaz. Que no vales. Que la identidad a la que te habías aferrado está definitivamente destruida y no tienes posibilidad alguna de construir otra que merezca la pena.

Si tu conclusión es esta última, apostaría la barba a que no estás pensando con claridad. Y las probabilidades de ganar están ampliamente a mi favor.

Esto es lo que debes hacer:

El mejor movimiento en esta situación es cuestionar tus propios pensamientos y sondearlos con alguien en quien confíes y que te merezca respeto. Alguien que sepa “leer el partido” y sea sincero. Sea un amigo, un familiar, o, si lo prefieres, un profesional.

Cuando lo hagas, es muy posible que esa persona te recuerde algunas cosas buenas sobre ti que esa nube negra que tienes encima de la cabeza no te deja ver. Y te conviene hacerle caso, porque en esa situación tiene mejores gafas que tú.

Vale, ya hemos avanzado dos grandes pasos: Lo que te ha pasado no es tan horrible y el mal resultado no significa en absoluto que no valgas. Es simplemente un acontecimiento externo y aislado, que no refleja quién eres y de lo que eres capaz.

Cuando llegues a estas conclusiones, comprobarás que te sientes mejor. Pero eso no es suficiente, ¿no es verdad?

No lo es porque todavía estás en el limbo. Tu identidad sigue siendo un poco difusa, el suelo se mueve bajo tus pies, no ves las cosas claras y no sientes suficiente confianza.

Es el momento de pasar al siguiente nivel.

Etapa 3: Acción

Muy bien, ya has hecho suficiente de puertas adentro. Ahora toca ponerse manos a la obra. Debes hacer cosas que te ayuden a reconstruir tu identidad.

Y no, aquí no hay receta mágica para conseguir resultados inmediatos. No vale con cogerte 3 días de vacaciones, hacer balance mirando al mar y volver como nuevo. No funciona así. El proceso de formación de una nueva identidad no es sexy e intenso, sino más bien lento y aburrido. No hay epifanías ni iluminaciones. Sorry.

La parte buena es que lo que tienes que hacer es muy sencillo. Tan sencillo como esto: Dedica tiempo regularmente a cosas que te hagan sentir bien y alterna con personas que te hagan sentir bien.

Buenos hábitos.

Día, tras día, tras día.

Comer sano. Hacer ejercicio. Dormir lo suficiente. Compartir momentos con familia y amigos. Practicar una afición que te gusta. Leer. Exponerte al aire libre y a la luz del sol.    

Y aquí está el truco: Para que tengas éxito y evites que todas estas buenas intenciones se queden en tu cabeza sin plasmarse en actos, has de meter todo esto en tu agenda como si fuera una obligación del día. Porque lo es. Es una obligación contigo mismo, colega.

Recuerda, lo importante en la vida suele ser silencioso. No hace ruido. No parece urgente. Si no coges el toro por los cuernos y le dedicas proactivamente tiempo a lo importante, tu atención se acabará desviando hacia lo urgente y lo que hace ruido. Y eso no suele hacer que las cosas cambien. Para bien, al menos.

Agenda los buenos hábitos que elijas y ejecútalos. Día tras día, semana tras semana. Al cabo de un tiempo, tu identidad se irá fortaleciendo, el suelo dejará de moverse tanto bajo tus pies, sentirás más control sobre tu vida, mejor estado de ánimo y más confianza en ti mismo.

Éste es el momento de pasar al cuarto y último nivel. El nivel en el que echas mano a tu capa de superhéroe y sales definitivamente de ese agujero.

Etapa 4: Dirección y propósito

Bueno, ya estás en una situación más estable. Ahora toca decidir hacia dónde vas a dirigir el timón, porque estar en movimiento hacia algo que merece la pena para ti es clave para que conquistes un nivel elevado de felicidad. Y además, eso te servirá para dejar definitivamente atrás esa sensación de fracaso que te ha tocado tanto las narices. 

Ahora bien, ¿hacia dónde demonios debes dirigirte?

Eso que no te salió bien y que llamas fracaso… ¿es algo que deberías volver a intentar?

Quizás. O quizás no.

Si has ejecutado las etapas previas que hemos comentado medianamente bien, es muy probable que te encuentres en una situación en la que tienes mayor claridad mental sobre qué pasó y por qué, así como mayor conocimiento de ti mismo. 

Es en ese momento cuando debes decidir en qué dirección vas, y no antes.

No te precipites. Primero tienes que filtrar emociones. Después tienes que ajustar tu perspectiva mental sobre lo sucedido y sobre tus capacidades. Y finalmente reconstruir tu identidad y recuperar la estabilidad y la confianza a través de buenos hábitos. Una vez llegues ahí, es el momento de hacerte preguntas.  

¿Quieres volver a intentar andar el mismo camino que no salió bien? ¿Prefieres intentar algo similar pero no exactamente lo mismo? ¿Ir en una dirección completamente distinta? ¿O quedarte donde estás y fluir sin grandes pretensiones durante un tiempo?

Desde la barrera no vas a saber con certeza cuál de todos esos caminos te va a hacer sentir mejor cuando te adentres en él. Y eso está bien, porque es parte de la aventura de la vida. Con el tiempo, vas entendiendo que los resultados no son tan importantes como la capacidad personal de regenerar nuestros sueños y regenerarnos a nosotros mismos.

Un mal resultado no es un fracaso. El resultado, bueno o malo, es el final de un camino. Y la verdadera felicidad se encuentra en los caminos adecuados, no en los destinos a los que esos caminos te llevan. La felicidad vibrante y duradera, la que te hace levantarte por la mañana de un salto y querer comerte la vida, es la energía del movimiento, no la satisfacción efímera de haber alcanzado la meta.

Como dijo Oscar Wilde, hay dos grandes tragedias en la vida. Una es no conseguir lo que deseas. Y la otra es conseguirlo.

Pura vida,

Frank.

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