Con el paso de los años, Frank Spartan ha ido entendiendo algunas cosas cada vez mejor. A veces de forma natural y a veces gracias a las soberanas bofetadas de la vida. Y de ese mejor entendimiento han ido surgiendo una serie de ideas.
Algunas de estas ideas se han convertido en creencias. Explicaciones que me doy a mi mismo sobre cómo funcionan las cosas. Y esas creencias han ido provocando una serie de decisiones y comportamientos en mi vida. Porque así es como sucede: Decides y te comportas de cierta forma porque eliges adoptar ciertas creencias.
Por ejemplo, si actúas habitualmente como un capullo es porque, en algún momento y en algún lugar, elegiste creer que tenías razones para actuar como un capullo. Las circunstancias que te llevan a esa elección serán las que sean, pero adoptar esa creencia fue tu elección y de nadie más. Por eso actuaste así.
Algunas de las decisiones que Frank Spartan tomó, motivado por estas ideas que se convirtieron en creencias, fueron elecciones sobre cómo pensar y cómo relacionarme con el mundo. Otras fueron elecciones que me llevaron a escoger un camino determinado y no otro. Y el conjunto de todas ellas me acabó llevando a experimentar la vida de una determinada manera.
Como sabrás si eres lector habitual de este blog, hubo algunas de estas ideas que fueron especialmente determinantes para la concepción del mundo que tiene Frank Spartan:
- La idea de que dedicarte a algo que tenga un propósito que trascienda lo puramente material es clave para tu felicidad. Ese algo puede ser trabajar en una gran empresa, hacer striptease o vender estampitas, porque el contenido específico del trabajo no es tan relevante. Pero cómo te sientes al hacerlo sí lo es.
- La idea de que salir de tu zona de confort voluntariamente es el mejor camino para tanto crecer y desarrollarte, como para conocerte mejor a ti mismo. Y que ambos son también clave para tu felicidad.
- La idea de que nada de lo anterior cobrará verdadero sentido si no construyes buenas relaciones con los demás, y en particular, algunas relaciones con conexión profunda.
Este último punto, las relaciones, es muy curioso. Porque es un aspecto que frecuentamos continuamente, pero algo en nuestro interior nos dice que no estamos cosechando los resultados que nos gustaría. Nos relacionamos con la gente, sí, y nos decimos a nosotros mismos que tenemos buenas relaciones. Pero, en nuestro fuero interno, sabemos que la satisfacción que obtenemos a cambio no es tan elevada.
Falta algo. Un ingrediente en la receta. Una nota en la partitura. Pero no atinamos a identificar cuál es.
Si éste es tu caso, no te preocupes. Frank Spartan tiene varias reflexiones para ti.
No establecer objetivos claros
Una de las cosas que más entorpece nuestra capacidad para construir buenas relaciones es no establecer objetivos claros.
Las relaciones, como muchas otras dimensiones de nuestra vida, son procesos que fluyen continuamente. Las circunstancias y el azar introducen a personas en nuestra vida y las sacan de ella. Y nosotros elegimos si tomamos el timón y nos acercamos proactivamente a esas personas, o si dejamos que la corriente nos lleve allá donde le venga en gana.
Mucha gente hace esto último. Se dejan llevar por la familiaridad, la comodidad y la conveniencia a la hora de relacionarse. Se habitúan a interactuar con las personas que ya conocen, con las que tienen a mano, con las que coinciden con frecuencia por razones de logística laboral o por actividades de ocio. Simplemente, hacen lo fácil. Y luego se lamentan de que sus relaciones no son tan satisfactorias como les gustaría.
El problema es que las cosas no funcionan así. Para que algo te satisfaga tiene que dar en la diana de lo que tú valoras. Y para que ese algo dé en la diana de lo que tú valoras es necesario que se produzca alguna de estas dos cosas:
- Disparar al azar y tener suerte
- Saber dónde está la diana, apuntar directamente a ella y acertar
Muchas personas ponen sus relaciones en manos de la suerte. Y eso tiene pocas probabilidades de funcionar. Lo mismo que intentar dar en la diana con una venda en los ojos. Es mucho más probable acertar si ves el objetivo y apuntas hacia él con claridad y determinación.
Para tener mayores probabilidades de tener éxito en las relaciones, primero debes conocer bien qué es lo que estás buscando.
¿Qué pretendes conseguir? ¿Qué es lo que más te satisface de las relaciones con las personas?
Confianza. Lealtad. Respeto. Ayuda. Expresión. Diversión. Aventura. Creatividad. Experiencias nuevas. Pasión. Confidencias. Compañía. Cariño. Matar el tiempo. Todas esas cosas no son iguales. Son objetivos diferentes y requieren comportamientos diferentes por tu parte, dependiendo de cuánta dosis quieras en tu vida de cada uno de ellos.
Sé consciente de lo que estás buscando en tus relaciones. Sin esa brújula estarás perdido.
No discernir quién puede satisfacer nuestros objetivos y quién no
Asumiendo que ya tienes tus objetivos claros, otro obstáculo muy común que suele entorpecer la calidad de nuestras relaciones es no discernir quién tiene la capacidad de satisfacer esos objetivos y quién no la tiene.
Como veremos más adelante, hay una gran parte que depende de ti. Pero para que una relación en la que buscas unos objetivos concretos tenga visos de llegar a puerto, es necesario que la persona con la que estás interactuando cumpla ciertos mínimos.
Esto parece una soberana chorrada, pero tropezamos en esta piedra una y otra vez.
Pretendemos que personas que no saben observar o escuchar adivinen cómo nos sentimos.
Pretendemos que personas con diferentes gustos y prioridades a los nuestros se unan a los planes de ocio que proponemos.
Pretendemos que personas perezosas y poco inquietas nos apoyen cuando les hablamos de un nuevo proyecto en el que estamos muy ilusionados.
Y mi favorita: Pretendemos que la conexión que teníamos con una persona en el pasado tiene que perdurar forzosamente en el tiempo, con independencia de cómo evoluciona esa persona y cómo evolucionamos nosotros.
Todas esas pretensiones provocan que, cuando las personas no responden como esperamos, nos sintamos dolidos, nos entristezcamos, nos enfademos. Y cargamos contra ellas con todo nuestro arsenal emocional, como si hubieran traicionado nuestra confianza.
Pero la culpa no es de ellas. La culpa es nuestra por no saber discernir que esas personas no están equipadas para responder como nosotros queremos. La diana no está ahí, por mucho que nos empeñemos en vaciar el cargador disparando en esa dirección.
Asegúrate de que las capacidades de la persona con la que interactúas son consistentes con tus objetivos.
La creencia de que lo malo conocido es mejor que lo bueno por conocer
Una barrera muy común que dificulta nuestra capacidad para construir relaciones satisfactorias es la resistencia a salir de nuestra zona de confort. Muchos de nosotros percibimos con total claridad las carencias de nuestras relaciones habituales, pero nos resistimos a explorar otras porque tenemos miedo a lo desconocido.
Éste es un miedo que crece con la edad. Según vamos echando raíces y profundizando en rutinas y patrones de conducta, vamos levantando muros cada vez más altos a nuestro alrededor. Acabamos repitiendo las mismas costumbres con la misma gente, y la idea de saltar ese muro para ver qué hay ahí fuera cada vez nos parece más descabellada.
Si has visto Cadena Perpetua – y si no la has visto, debería darte vergüenza – te acordarás de aquella gran frase de Red, el personaje que interpreta Morgan Freeman: Estos muros embrujan. Primero los odias, luego te acostumbras, y al final dependes de ellos.
Esto suele suceder en muchos ámbitos de la vida. Y las relaciones no son una excepción.
Mantenernos en el ámbito de nuestras relaciones al que estamos acostumbrados nos permite proteger nuestro ego, porque tenemos los riesgos muy bien medidos. Conocemos los límites que no debemos cruzar para seguir disfrutando de atención, respeto y consideración, o lo que sea que esas relaciones nos aporten. No nos sentimos vulnerables, porque no percibimos incertidumbre en ese ambiente.
Sin embargo, fuera de los confines de ese muro, sí hay incertidumbre. No sabemos si las personas que están al otro lado, que apenas conocemos, nos tratarán de la forma que nos gustaría. Percibimos un riesgo de que nos hagan daño de algún modo.
Esa percepción nos hace sentir vulnerables. Y no nos gusta nada sentirnos vulnerables, especialmente cuando podemos evitarlo con facilidad permaneciendo en nuestra madriguera, compartiendo todo nuestro tiempo con las mismas personas y riéndonos de los mismos chistes en los mismos sitios.
A veces, permanecer donde nos sentimos cómodos es suficiente. Pero muchas otras veces, no lo es. Muchas otras veces, necesitamos algo más o necesitamos algo diferente para sentirnos bien con nuestras relaciones. Y en esos casos, «lo malo conocido» es un veneno que nos atrofia lentamente.
Sólo hay una antídoto efectivo contra este veneno: Aceptar ser vulnerable.
Me gustaría decirte que hay otra forma más sencilla de conseguirlo, pero no la hay. Si no estás dispuesto a que las cosas te salgan mal – en otras palabras, a sentir dolor – nunca saldrás de ese atolladero. Sólo cruzando esa puerta tendrás la posibilidad de construir relaciones con otras personas que llenen esos vacíos que las personas de tu ambiente habitual, y tu forma de relacionarte con ellas, no llenan.
La creencia de que son las otras personas las que deben adaptarse a nosotros
Como puedes ver, hasta ahora nos hemos centrado en entender bien lo que debemos buscar y después en buscar en los lugares correctos. Eso está muy bien, pero falta algo muy importante. Algo cuya ausencia provoca que nuestras probabilidades de éxito desaparezcan tan rápido como un caramelo en la puerta de un colegio.
Hay un error en el que caemos constantemente, una y otra vez. Un error sutil, porque la creencia que lo impulsa se refuerza con cada experiencia negativa que tenemos. Y es el error de interactuar con los demás asumiendo que son ellos los que deben encajar perfectamente con nosotros. Que las piezas del puzzle son rígidas e inmutables y que si no encajan a la primera, es porque no están destinadas a encajar de ninguna manera.
En lo que no reparamos es en que si modificamos nuestro comportamiento para adaptarnos un poco, a menudo provocamos una respuesta equivalente en la otra persona que hace que las piezas encajen, misteriosamente, mucho mejor que antes.
Y es que las piezas no son rígidas. Su forma se mueve en paralelo con nuestro comportamiento. Y cuando nuestro comportamiento se enfoca proactivamente en incrementar la conexión entre las personas, las leyes naturales hacen que esas piezas pivoten para encontrar la forma de encajar. Tanto en relaciones que llevan algún tiempo existiendo como en relaciones que estamos empezando a construir.
Permíteme que ilustre esta idea con una historia personal.
Cuando Frank Spartan volvió a su ciudad natal, retomé contacto con un viejo amigo. Teníamos muy buena relación en el pasado, pero nos habíamos visto poco en los últimos años. Cuando empezamos a interactuar de forma más frecuente, ambos comprobamos que nuestros intereses eran diferentes. Él estaba muy centrado en su trabajo, se movía en ciertos ambientes y le interesaban ciertas actividades, que no coincidían demasiado con las mías.
Muy pronto nos dimos cuenta de que los planes que uno proponía para los momentos de ocio no le interesaban demasiado al otro, así que fuimos teniendo cada vez menos contacto.
Las piezas no encajaban.
Aquí es donde se produce la gran decisión. Es una decisión sutil, pero una decisión que se toma aunque no seamos totalmente conscientes de ello: ¿Elijo salir de esa definición rígida de mí mismo, de cómo soy y lo que creo que me interesa, para establecer una conexión más profunda con alguien, o elijo quedarme ahí dentro de brazos cruzados, esperando que la otra persona se adapte a mí?
En la inmensa mayoría de los casos, hacemos esto último. Yo mismo solía hacer siempre eso. Y después me hacía a mi mismo preguntas estúpidas sobre por qué había perdido la relación con esta persona o con aquella.
Tienes que dar el primer paso y salir de la rígida definición que tienes de ti mismo para poder conseguir algo que merece la pena. Si no lo haces, perderás la conexión.
Ésta es una lección que Frank Spartan aprendió tarde. Pero más vale tarde que nunca, porque es una lección que marca una gran diferencia en la calidad de nuestras relaciones.
En el caso concreto de mi amigo, lo que hice fue adaptarme un poco a sus prioridades. Como él estaba muy enfocado en el trabajo, busqué formas de presentarle a personas que podrían ayudarle profesionalmente. Hice un esfuerzo para conocer a sus compañeros de trabajo y establecer relaciones con ellos. Empecé a frecuentar algunos ambientes que no eran mi inclinación natural, para así conocer un poco mejor en qué ecosistema se movía mi amigo ahora. Y algunas otras cosas más, que tampoco implicaron un enorme esfuerzo por mi parte, pero que me introdujeron un poco más en su mundo.
Gracias a todo eso, empezamos a interactuar más. A compartir más. A conocernos mejor y a confiar más el uno en el otro. Y todo ese proceso hizo que él se adaptara un poco también, de forma natural, a las cosas que más me interesaban a mí, porque la relación había adquirido mucho valor para él.
Las piezas no son rígidas. Las piezas cambian de forma. Pero sólo si tú adoptas la actitud adecuada.
Ten presentes estos principios y ponlos en práctica. Si lo haces, es muy difícil que no te vaya bien en el complejo mundo de las relaciones. Y cuando disfrutes de unas relaciones satisfactorias de verdad, muy pocas cosas deberán preocuparte. Porque, de alguna forma misteriosa que no alcanzamos a comprender del todo, la vida fluye brillante y sin dificultad.
Pura vida,
Frank.
En el post haces referencia a las relaciones deseadas. ¿Y las que no lo son tanto? A mi cada vez me cuesta más relacionarme por “compromiso” o visto en sentido positivo, me cuesta menos decir que no.
Y para tener callado al diablillo que habit por mi cabeza, dosifico los necesarios y en pequeñas dosis hasta los disfruto.
Hola Anix,
Y yo comparto tu visión. Las relaciones no deseadas son tiempo y energía desperdiciadas y rara vez nos beneficia tolerarlas más de lo estrictamente necesario. Por experiencia propia, la tensión que conlleva el eliminarlas (o reducir su frecuencia si es un problema de dosis) es un precio muy pequeño a pagar en relación con la liberación de tiempo y energía que consigues a cambio. Sobre todo porque la tensión es momentánea, y la liberación permanente.
A veces – pocas – hay que tragar, pero muchas veces asumimos alegremente que es así cuando no es para nada el caso. Las consecuencias que imaginamos en nuestra cabeza son generalmente mucho más grandes que en la realidad. La clave es tener el sentimiento de culpa bajo control, cosa que no resulta tan difícil si dedicas el tiempo liberado a hacer algo útil.
En cualquier caso, el que tengas poca tolerancia para los compromisos es una señal de que valoras tu tiempo y quieres aprovecharlo lo mejor posible. Eso no puede ser malo si bailas con elegancia al decir que no.
Saludos,
Frank.