Cómo pasar a la acción cuando no estás en el camino correcto

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Cuando miro hacia atrás, recuerdo con claridad cómo era todo entonces. La presión por destacar más que los demás. El miedo a decepcionar a algunas personas. La dependencia de mi sueldo para seguir sufragando mi estilo de vida. La ilusión óptica de estar tomando decisiones, cuando en realidad no estaba más que siguiendo, como buen soldado, un guion ya redactado.

Me sentía pesado. Muy pesado. Arrastraba una infinidad de cargas que llevaban tanto tiempo conmigo que parecían ser una extensión de mí mismo. Creencias y hábitos tan arraigados como las raíces de un sequoia que se ha erguido orgulloso en el mismo lugar, impasible al paso del tiempo, durante más de mil años.

Sin embargo, en algún punto del camino, todo cambió. En algún punto del camino, me di cuenta de que cargar con todo aquel peso no tenía sentido alguno. Y fui soltándolo, poco a poco, hasta llegar a poder caminar tan ligero como una pluma. Una pluma de 40 años y con problemas de cervicales, pero una pluma al fin y al cabo.

Hay pocas cosas que resulten tan satisfactorias como caminar ligero por la vida. Especialmente cuando tienes capacidad de contraste y puedes comparar esa sensación con la sensación de caminar con un montón de peso a cuestas.

Todo se ve diferente. Todo huele diferente. Todo sabe diferente. 

Pero hay un pequeño problema, ¿no es así?

Exacto. Cuesta horrores dejar todo ese peso atrás.

¿Por qué cuesta tanto cambiar?

A medida que pasa el tiempo y vamos atravesando distintas etapas de nuestra vida, nos vamos identificando con una serie de cosas.

Identificamos nuestra valía personal con el estatus social de nuestro trabajo, con el importe de nuestro sueldo, con el coche que conducimos, con el barrio en el que vivimos, con la ropa que llevamos, con los contactos que tenemos, con la aceptación y admiración que despertamos en las personas de nuestro entorno.

Todo eso no es otra cosa que hábitos de pensamiento – o lo que es lo mismo, creencias – y hábitos de comportamiento. Nada más. Tú no eres esos hábitos, pero, a través de un complejo proceso mental, te has identificado con ellos. Y ahora no sabes distinguir la diferencia.

La identificación de nuestra persona con todos estos hábitos es un proceso gradual. Tarda algún tiempo en producirse. Pero al cabo de unos años es tan intensa que si alguien nos dijera que tenemos que renunciar a ellos, saltaríamos a su yugular como una pantera que ve a sus crías en peligro.

No podríamos permitir algo así, porque toda nuestra vida se encuentra emocionalmente anclada a ellos.

O, si lo prefieres, somos dependientes de ellos.

Todos esos hábitos de los que tanto dependemos son, aunque no lo veamos de esa manera desde dentro, lastres. Pesos que no nos permiten levantar la cabeza para divisar el horizonte y decidir hacia dónde nos conviene dirigirnos. No apreciamos que nuestra espalda se va encorvando cada vez más, nuestros ojos se van apartando del camino y nuestros pies nos empiezan a llevar hacia el lugar equivocado.

La mayoría de personas que se encuentran en esta situación siguen un patrón común: Sus creencias no cambian demasiado a lo largo del tiempo y tampoco lo hacen sus pautas de comportamiento. Siguen caminando y arrastrando esos lastres, sin preguntarse nada más, y tratando de calmar con placeres de todo tipo la desesperación silenciosa que sienten cuando las luces se apagan por la noche y el silencio les envuelve.

Pero esos placeres no suelen parecerse mucho a la felicidad, ¿verdad que no? Tú conoces los placeres de los que estoy hablando y lo sabes tan bien como yo. Pueden provocar satisfacción, pero no felicidad. Y satisfacción y felicidad no son iguales. Uno es efímero y desaparece rápido, mientras que el otro camina a nuestro lado y nos envuelve.

Algunas de las personas que se encuentran en esta situación, sin embargo, alcanzan a ver la luz. Poco a poco, empiezan a apreciar una nueva realidad. Empiezan a ver que esos pesos que llevan a cuestas no les ayudan demasiado. Empiezan a visualizar otros caminos, a juguetear con otras creencias, a contemplar otras formas de hacer las cosas.

Pero no acaban de actuar.

Hay muchas personas en esta situación. Personas que saben que no están en el camino correcto y a las que les gustaría deshacerse de todo lo que las mantiene ancladas a él, pero que no hacen nada al respecto.

Se sienten inmovilizadas, como si fueran incapaces de moverse. No encuentran suficientes incentivos para atravesar sus temores y escapar de esa situación. Y sus temores acaban, tristemente, ganándoles la partida. 

Para esas personas, sentir que están en el camino incorrecto no es suficiente. Les hace falta algo más, algo que haga “click” en sus cabezas, algo que les estimule a actuar.

Si estás en esta situación o conoces a alguien que lo está, sabrás perfectamente que este problema es muy complicado de solucionar. No atinamos a encontrar la forma de salir de ahí. Hay demasiados miedos, demasiada incertidumbre, demasiada sensación de vulnerabilidad en nuestras cabezas.

Por esta razón, Frank Spartan va a hacerte una reflexión.

Algo que quizá sea el ingrediente que te falta para salir de este atolladero.

Algo que quizá pueda hacer que esa alborotada cabeza tuya oiga por fin ese “click”.

Algo que te impulse a pasar a la acción y a hacer, de una vez por todas, un striptease integral de todas esas cargas que has llevado encima durante tanto tiempo y que te impiden tomar ese camino que encaja mejor con quién eres en realidad.

El ejercicio de proyección

Cuando Frank Spartan se hallaba atrapado en la jaula que él mismo había construido con sus lindas manitas, en mi fuero interno sabía perfectamente que ése no era el camino correcto.

Sabía que las cosas irían mejor si encontrara una ocupación profesional más afín con mis valores.

Sabía que las cosas irían mejor si desarrollara ciertas áreas de mi personalidad que estaban dormidas.

Sabía que las cosas irían mejor si me relacionara de forma diferente con mis padres, con mi pareja, con mis hijos, con mis amigos.

Sabía que las cosas irían mejor si hiciera otro tipo de ejercicio físico, mental y espiritual.

Sabía que las cosas irían mejor si dedicara más tiempo a conocerme a mí mismo.

Pero el tiempo pasaba y yo seguía sin hacer nada de esto. Permanecía envuelto en la vorágine del día a día, dándole vueltas y vueltas a estas ideas en mi cabeza.

Las cosas transcurrieron así durante algunos años. Y pudieron seguir transcurriendo así para siempre. Sin embargo, por las razones que sean, entré en una fase en la que empecé a interconectar algunas cosas que había leído en varios libros y a reflexionar sobre una idea.

Una idea que, a primera vista, entraba en conflicto con uno de mis mantras: El mantra de que lo único que existe es el momento presente. Pero después entendí que no había conflicto entre esas ideas, sino perfecta armonía entre ellas.

La idea sobre la que empecé a reflexionar fue la siguiente:

Tu “Yo Actual” está en movimiento. Las decisiones de tu “Yo Actual” determinarán cómo es tu “Yo Futuro”. Determinarán cómo piensa, cómo vive, a qué se dedica, qué relaciones tiene y con qué problemas debe lidiar en el día a día tu “Yo Futuro”.

No son las circunstancias las que determinan cómo será tu “Yo Futuro”. La responsabilidad sobre el destino de tu “Yo Futuro” es del “Yo Actual” y de nadie más. Tu responsabilidad. Y la estás ejerciendo ahora mismo, en este momento.

En cierto modo, tu “Yo Futuro” depende de ti como un hijo recién nacido depende de sus padres. No tiene capacidad para valerse por si mismo y tú has de tomar las decisiones por él. Dependiendo de lo que decidas hacer, tu hijo recién nacido tendrá las herramientas para navegar bien por la vida, o no. Exactamente lo mismo que tu «Yo Futuro». Y por eso es tu obligación protegerle.

Una vez que interioricé la profunda verdad de esta idea, me hice dos preguntas. Dos preguntas que transformaron radicalmente mi perspectiva sobre la importancia de pasar a la acción:

  1. ¿Qué tipo de “Yo Futuro” estoy creando? ¿Es eso lo que quiero realmente para “mi hijo recién nacido”? ¿Es eso lo que se merece?
  2. Si me encontrara cara a cara con mi «Yo Futuro», cuál sería su reacción? ¿Me daría un abrazo de agradecimiento o me estrangularía lentamente por la mierda de trabajo que he hecho?

La idea de considerar el “Yo Futuro” en tercera persona, como alguien diferente a nosotros, puede parecer a primer vista una mera licencia poética, pero nada más lejos de la realidad. Adoptar esa perspectiva encierra un enorme potencial de transformación.

La razón es ésta:

Los seres humanos tendemos a ser poco responsables con nuestra propia persona. En otras palabras, tendemos a cuidarnos poco a nosotros mismos. Nos relajamos, nos volvemos perezosos, nos decimos a nosotros mismos que ya haremos esto o aquello en algún momento y nos inventamos excusas para justificar por qué no lo hemos hecho.

Sin embargo, paradójicamente, tendemos a ser muy responsables y cuidadosos con las personas que dependen de nosotros. En esas situaciones, nuestro sentido del deber y la responsabilidad se multiplica. Cuando alguien depende de nosotros, nos esforzamos sobremanera para que esa persona haga lo que creemos que más le conviene.

Pues bien, tu “Yo Futuro” depende de ti. Más que ninguna otra persona en este mundo.

Siendo así… ¿a qué demonios estás esperando? 

Cuando comprendas esta idea de verdad, es posible que oigas por fin ese “click” en tu cabeza. El «click» que Frank Spartan también oyó.

Y entonces estarás más que listo para pasar a la acción, en el único momento y el único lugar que puedes hacerlo: Aquí y ahora.

Pura vida,

Frank.

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