Por qué no aprendemos de los errores

Se dice que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Frank Spartan no está del todo de acuerdo con esa idea, quizá porque es demasiado benevolente. Y es que somos perfectamente capaces de tropezar con la misma piedra muchas más veces que dos.

De hecho, es lo que solemos hacer. Nosotros solitos, sin ayuda de nadie, metemos la pata una y otra vez con los mismos temas y en las mismas situaciones, sin que nada pueda detener nuestra inoperancia.

Sí, la realidad práctica de nuestras vidas parece reflejar que eso de aprender de los errores no va mucho con nosotros. La pregunta es… ¿por qué?

¿Somos acaso idiotas? ¿No sabemos pensar bien? ¿Nos falla la memoria? ¿La noche nos confunde?

Afortunadamente, es algo mucho más simple que todo eso.

Pero esa simplicidad es, irónicamente, parte integrante del problema.

Los humanos no solemos ser demasiado diestros a la hora de reconocer y venerar la belleza de lo simple. Solemos pasar lo simple por alto para concentrarnos en majaderías más complicadas. Majaderías que en el momento consideramos importantes, pero que con el tiempo comprobamos que no lo eran tanto.

Y así nos luce el pelo.

Pero no nos adelantemos. Empecemos por el principio.

¿Qué es un error?

Antes de entrar en harina, es preciso que aclaremos una cosa: ¿Qué es un error? ¿Y qué no lo es?

La palabra “error” significa cosas diferentes dependiendo de con quién estés hablando. Para la gran mayoría de personas, un error es cualquier acción que no produce el resultado deseado. Para otras, un error es hacer algo que es inconsistente con cierto protocolo que se supone que se debe seguir. Y para otras, un error es simplemente la sensación interna de que “la estás cagando”, con independencia del resultado.

Para Frank Spartan, la definición de lo que es un error está ligada al concepto de resultado, pero también, y especialmente, al concepto de responsabilidad.

Digamos que queremos conseguir mejorar la relación que tenemos con alguien que, por alguna razón, no acaba de conectar bien con nosotros. Y para conseguir ese resultado deseado, elegimos bromear sobre su forma de andar o sobre su estilo de vestir, con la esperanza de que le haga gracia y a raíz de eso empecemos a llevarnos mejor.  

Pero no le hace ninguna gracia. Y su relación con nosotros, lejos de mejorar, empeora.

¿Es eso un error?

Sí.

Lo es, porque hemos elegido una vía muy arriesgada de conectar. No conocemos bien a esa persona. Y en el mundo hay muchas personas a las que las bromas de ese estilo no les gustan, por muy bienintencionadas que sean. Eso es algo que debemos saber y que tenemos la responsabilidad de contemplar a la hora de elegir nuestra estrategia.

Ahora digamos que, en vez de hacer una broma de ese estilo, elegimos invitarle a una reunión de amigos. Pero le pillamos en un mal momento y nos dice, de malos modos, que ahora no tiene tiempo para esas cosas.

¿Es eso un error?

No.

No lo es, a pesar de que el resultado haya sido malo. Porque nosotros no tenemos responsabilidad de haberle pillado en un mal momento y de que se comporte como un capullo.

Y aquí llegamos a la idea que representa la piedra angular de este post:

La responsabilidad es un factor mucho más importante que el resultado a la hora de determinar si una acción concreta es un error, o no lo es. Porque la responsabilidad es una variable que está bajo tu control, mientras que el resultado suele depender – más de lo que queremos creer – de la suerte.

¿Aprendemos realmente de los errores?

Aprender de los errores se ha convertido en un mantra de nuestra cultura. Los principales líderes políticos y empresariales, así como todos los gurús de la autoayuda, proclaman a los cuatro vientos las innumerables virtudes de equivocarse y así poder extraer lecciones de valor para hacerlo mejor la próxima vez.

Sin embargo, si observamos de cerca nuestra propia vida, es posible que comprobemos que eso de aprender de nuestros errores no se nos da del todo bien. Hay veces que nos equivocamos, pero hay algo que nos impide mejorar nuestra pericia a la hora de enfrentarnos a situaciones similares en el futuro.

Y misteriosamente, a pesar de que creemos que hemos aprendido del error, volvemos a meter la pata.

¿Por qué?

Básicamente, porque la cruda realidad es que no hemos aprendido gran cosa.

En un estudio científico reciente en el que participaron alrededor de 1.700 personas (puedes verlo aquí), los autores Ayelet Fishbach y Lauren Eskreis-Winkler descubrieron que las personas suelen aprender más de sus éxitos que de sus fracasos.  

El experimento consistía en diferentes pruebas que incluían preguntas con dos posibles respuestas. Se crearon dos grupos de participantes: Un grupo recibía feedback sobre las respuestas correctas (llamémosle el «Grupo de Acierto») y el otro recibía feedback sobre las respuestas incorrectas (llamémosle el «Grupo de Error»). Prueba tras prueba, el Grupo de Acierto demostró mayor capacidad de aprendizaje y mejora que el Grupo de Error, incluso tras incluir incentivos de refuerzo.

En la fase final del estudio, los investigadores realizaron una prueba muy reveladora: Cuando los participantes del Grupo de Error no recibieron feedback de sus propias respuestas incorrectas, sino de las respuestas incorrectas de los demás participantes, mostraron una mejora significativa en su rendimiento.

Curioso, ¿verdad?

¿Cómo demonios interpretamos todo esto?

Invitando al estrado a ese misterioso elemento que nos impide mejorar cuando metemos la pata.

El elemento que se interpone entre nosotros y nuestra capacidad para aprender de los errores.

El elemento que nos acompaña allá donde vayamos y que dirige largamente nuestras vidas.

Veamos de quién se trata.

¿Por qué no aprendemos de los errores?

Reconocer que nos hemos equivocado duele. Duele porque la identidad que nos hemos afanado en construir durante tantos años se ve amenazada. Y ese dolor hace que la lógica y la memoria histórica pasen a un segundo plano y las emociones del momento cojan con firmeza el volante con un sólo propósito:

Garantizar la supervivencia del ego en la forma en la que filtramos e interpretamos las cosas que nos han sucedido.

¿Y qué ocurre cuando el ego se convierte en nuestro principal crítico literario?

Que nos pasamos el concepto de responsabilidad del que hablábamos antes por el Arco del Triunfo y nos quedamos tan tranquilos. Y ahí es cuando el proceso de aprendizaje se interrumpe, porque si no hay responsabilidad, entonces tampoco hay error.

Cuando dejamos que el ego haga y deshaga a sus anchas, la historia que nuestra mente acaba construyendo siempre se ancla en el mismo principio: No soy responsable de lo que ha sucedido. Es culpa de la otra persona, las circunstancias, el destino o los extraterrestres.

Una vez el ego planta ese principio de ausencia de responsabilidad de forma sólida en nuestra mente, se retira sutilmente y deja a la lógica trabajar para construir una interpretación de la realidad con todo lujo de detalles, argumentos y justificaciones. Pero a pesar de esa apariencia de racionalidad que tiene la historia que construyes en tu cabeza, el director artístico de la misma no es la lógica.

Es el ego.

El ego es quien sigue dirigiendo el vehículo.

Esto no es nada sencillo de apreciar, especialmente desde dentro. Y no lo es porque seguimos identificando poderosamente nuestros pensamientos y emociones con nuestra identidad. Pero los pensamientos y las emociones no son nuestra identidad. No son más que las cuerdas invisibles que mantienen erguido al ego y le insuflan el poder que tiene sobre nosotros.

Y aquí es donde se produce una confusión muy habitual. Una confusión que representa uno de los grandes obstáculos a nuestro desarrollo personal y nuestra capacidad de aprendizaje:

Creer que estamos protegiendo nuestra autoestima, cuando en realidad estamos alimentando el orgullo.

Yo soy así. No voy a disculparme por ser como soy. Tengo que ser fiel a mí mismo. Si he reaccionado así será por algo. No voy a tolerar comentarios que no me gustan. Quiéreme como soy o vete.

Todas estas expresiones están socialmente aceptadas, incluso fomentadas. Son símbolos de empoderamiento, de aceptación de uno mismo, de protección y desarrollo de la autoestima.

Pues bien, Frank Spartan dice que son chorradas.

Sí, has oído bien. Chorradas.

Lo son porque, en la inmensa mayoría de los casos, sólo son excusas baratas del ego para eludir mirar a los ojos a nuestra propia responsabilidad y enfrentarnos al dolor de admitir que hemos hecho algunas cosas mal.

Enfocar una situación que no ha salido bien sobre la base de “yo soy así” es un mal comienzo. Tú serás como seas, pero eso no te legitima para hacer lo que te venga en gana, por mucho que el ego y las emociones te empujen en esa dirección.

Eso es orgullo, no es autoestima.

Eso es negarse a observar si te has equivocado en algo, por pequeño que sea.

Eso es negarse a aprender.

La autoestima no es legitimar al ego. La autoestima es precisamente lo contrario: La autoestima es cuestionar al ego. La autoestima es abrir corazón y mente para observar si el ego está bloqueando nuestra capacidad de aprender y mejorar.

Eso es lo que significa realmente quererse a uno mismo. No es aferrarse en preservar y proteger el estatus quo, sino desbloquear lo que nos impide elevarnos a un nivel superior. Lo otro es, perversamente, sabotearse a uno mismo.

Ésta es la razón principal por la que no aprendemos de los errores.

Ah, y si te pica leer esto, eso es señal de que es tu caso y de que tienes trabajo que hacer. Merry Christmas.

Veamos ahora cómo demonios podemos gestionar un poco mejor todo este galimatías.

Cómo conseguir aprender más de los errores

Para aprender más de los errores, lo primero que debemos hacer es reducir la influencia del ego en la forma en la que interpretamos lo que nos sucede. Y la forma más efectiva de hacer eso es distanciarnos mental y emocionalmente del suceso en sí.

¿Cómo podemos hacer esto?

Digamos que algo no sale bien y te sientes mal por ello. Ésa es una situación que tiene potencial de incluir un error del que puedes aprender algo. Y eso significa que debes encender el radar.

El modelo de Frank Spartan para aprender de los errores consta de 4 sencillos pasos:

1. Documentación

El primer paso consiste en documentar de alguna manera (escribiendo o grabando, por ejemplo) lo que ha pasado, cómo te sientes y las razones por las que has decidido actuar de la forma en la que lo has hecho.

Ésa es tu interpretación actual del suceso. Y lo más probable es que esté ampliamente influenciada por tu ego.

2. Tiempo

Deja que pase algo de tiempo. Y durante ese tiempo, trabaja en calmar tus emociones. Trabaja en observar los pequeños detalles de lo que sucedió. Trabaja en abrir tu corazón e intentar entender un poco mejor el punto de vista de los demás y las motivaciones últimas de su conducta.

Este momento es el adecuado para empezar a explorar tu propia responsabilidad. ¿Hubo algo que hiciste mal? ¿Hubo algo que no hiciste? ¿Hubo algo anterior al suceso que en cierto modo provocó lo que sucedió y en lo que sí tuviste algo que ver?

Cuando te hagas este tipo de preguntas desde un estado de calma y distanciamiento, es posible que compruebes que sí que hay algo que pudiste hacer mejor. Casi siempre lo hay.

3. Reevaluación

Desde tu renovado estado mental y emocional, relee o escucha de nuevo lo que documentaste en un primer momento. Es posible que aprecies que tu interpretación del suceso entonces fue demasiado radical, sesgada o que estaba distorsionada.

Observa los mecanismos que utilizó tu mente para construir aquella interpretación y cuáles son las diferencias con respecto a tu interpretación de ahora.

4. Conclusiones

Una vez hayas hecho la comparación de ambas versiones, es el momento de sacar conclusiones. ¿Te equivocaste en algo? ¿Cómo enfocarías una situación similar la próxima vez? ¿Qué harías? ¿Qué no harías?

Esas conclusiones no deben quedarse en tu cabeza. Documéntalas. No sólo las interiorizarás mejor, sino que además podrás tenerlas a mano y consultarlas cuando te enfrentes a una situación similar en el futuro. Y eso es como tener un AK-47 con munición de combate a tu disposición cuando el ego se vuelva a presentar con ganas de tocarte las narices, cosa que te garantizo que hará.

Ahí tienes la fórmula para aprender de los errores. Tan fácil… y tan difícil.

Pura vida,

Frank.

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1 comentario en “Por qué no aprendemos de los errores”

  1. Hola Frank
    en este mundo de simplistas incultos, entre los que me cuento, eres cómo un chorro de agua fresca.
    Entiendo que tu correo va más hacia el desarrollo personal. Este tema de los errores que planteas hoy, tiene consecuencias sociales muy importantes. Yo te pregunto:
    1. Es cierto que nuestra generación trata de justificar sus errores para no dañar su ego con la consecuencia de no aceptar las responsabilidades de uno mismo (el error ha sido culpa del destino, de la suerte, o de los extraterrestres…) ¿Piensas que esto también pasaba en la generación de nuestros padres? ¿Es posible que sea resultado de una inmadurez, propia de niños, en la que nuestra sociedad está embebida? Da la sensación, a veces, de que si uno no acepta que ha sido un error, no sólo no aprende de él, sino que además la sociedad puede verse afectada por un comportamiento irresponsable generacional.
    Pongo un ejemplo, supongamos que hemos comprado una de esas viviendas fabulosas en un recinto cerrado con piscina, y estamos tan contentos. Cuando, al cabo de los años, nos damos cuenta que es un error por las consecuencias que este tipo de urbanizaciones tienen sobre el comercio local, sobre el uso abusivo del coche, (por las consecuencias en el cambio climático) …pensamos que entonces era la mejor opción y no aceptamos nuestra responsabilidad, por lo que ni tenemos intención de corregir el error (porque no fue un error, no podía hacer otra cosa…, EGO), ni enseñaré a mis hijos que eso no se hace, porque por mucho que nos pueda gustar, no nos lo podemos permitir, es un ERROR venido de nuestra ignorancia, que nos lleva al colapso. Si uno lo acepta como error, quizás pueda plantearse soluciones, como mantenerse en ese piso temporalmente, hasta que los hijos sean mayores, …
    ¿No aceptar la responsabilidad para salvar nuestro ego es propio de nuestra generación, o piensas que nuestros padres también se escudaban en los extraterrestres? Siempre hablando en general.

    2. No me considero feminista, tampoco machista, pienso que las mujeres debemos tener las mismas oportunidades que el hombre, pero tengo muy claro que somos diferentes en muchos aspectos. ¿Crees que para la mujer es igual de importante salvar al ego? ¿piensas que quizás las mujeres, hablando siempre en general, admiten más su responsabilidad en el error y son capaces de aprender algo?

    Muchas gracias por tus planteamientos, gracias por pensar, por tu sentido crítico, por tus cartas tan bien desarrolladas y redactadas.

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