Cómo bailar un tango con el confinamiento

Las cosas han cambiado rápidamente. El día a día entre cuatro paredes es ya una realidad. Y ya que parece evidente que ese dichoso virus que anda suelto por ahí va a hacernos pasar bastante más de tiempo en casa del que nos gustaría, veamos cómo podemos utilizar ese tiempo de la manera que más nos conviene y salir reforzados de este difícil periodo.

Resulta difícil no concluir que esta situación de aislamiento en la vivienda y distanciamiento social es inusual y extraordinaria para nosotros. Y esa condición provoca que nuestra capacidad para gestionar cómo asignamos nuestro tiempo y energía se encuentre ahora mismo altamente distorsionada. En otras palabras, y por utilizar una expresión al uso, estamos más perdidos que un pulpo en un garaje.

En estas circunstancias, lo que nos pide el cuerpo es abandonarnos al poder magnético del caos. Nos pide que, tras culminar las tareas obligatorias estrictamente necesarias, caigamos en una especie de nebulosa en la que improvisamos en base a estímulos cercanos. Eso nos lleva a gravitar hacia lo que es más tentador, sencillo y accesible. Y, generalmente, lo más tentador, sencillo y accesible dentro de una vivienda es la televisión, el móvil y la nevera.

No se si te has parado a pensarlo, pero convertirte en una persona con sobrepeso, abotargada, torpe y deprimida no te coloca en la mejor posición para salir de este atolladero con elegancia. Así que es importante no perder el norte demasiado de vista mientras nos encontremos flotando en este mar tempestuoso.

Es cierto que cada situación es diferente. Hay personas con hijos que deben dedicar una parte importante del día a ayudarles a hacer sus tareas del colegio. Hay personas que deben acudir al trabajo durante la semana. Hay personas que deben atender a personas dependientes. Y hay personas que no tienen ninguna de estas obligaciones.

En cualquier caso y a pesar de las diferencias, las pautas de distanciamiento social y permanencia en la vivienda aplican a todos nosotros en mayor o menor medida. Y sus posibles consecuencias psicológicas y emocionales también lo hacen. Así que, salvando las distancias, veamos cómo podemos hacer que estos extraños días trabajen a nuestro favor.

Filosofía de comportamiento

La filosofía de comportamiento que propone Frank Spartan para estos días de confinamiento es simple y se basa en dos principios básicos:

  1. Planificar tu día con antelación es necesario. Si no lo haces, el caos te tragará, te masticará y escupirá tus huesos por la ventana del salón.
  2. Una parte importante del tiempo y energía que te quedan, después de completar tus obligaciones, debe asignarse a una combinación de actividades que eleven tu espíritu.

Ambos puntos son claves.

El primer punto ilustra la importancia de confeccionar un programa de las cosas que vas a hacer en el día y en qué orden vas a hacerlas. Recuerda, estás en territorio desconocido. Introducir orden en tu día a través de la planificación es una de las formas más efectivas para que tu cerebro recupere la sensación de normalidad y tu estructura emocional perciba que aún te mantienes en control. El mero hecho de seguir un plan, además de conseguir que seas más eficiente, va a hacerte sentir mejor.

El segundo punto incide en la idea de que no todas las actividades a las que puedes entregarte son igualmente válidas o útiles. Ver Netflix no es lo mismo que hacer ejercicio y navegar por Facebook no es lo mismo que escribir un diario. Holgazanear y desconectar es conveniente y a veces necesario, pero no debes permitir que ése sea el patrón principal que regula la asignación de la energía que tienes disponible cada día después de cumplir con tus obligaciones estos días.

Veamos todo esto un poco más de cerca.

La fase de captación de información

En la primera fase de este desaguisado, todos nos hemos zambullido estrepitosamente a captar información. Queremos saber qué pasa, por qué pasa, cómo nos puede afectar, qué tenemos que hacer y cómo nos van a ayudar nuestros gobernantes.

Eso es normal y también necesario. Pero después de unos días de recibir y procesar información, la inmensa mayoría de nosotros ya sabemos todo lo que necesitamos saber (quizá con excepción de las ayudas económicas y su proceso de implementación).

Si, tras esta primera fase, seguimos enganchados al suministro de información es porque creemos que no perdernos nada nos ayudará a corregir ese desequilibrio mental y emocional que estamos experimentando a raíz de la falta de familiaridad con nuestro nuevo entorno. Que nos ayudará a tener menos miedo, a calibrar mejor nuestros actos, a proteger mejor a nuestros seres queridos. Pero no es así. Lo único que hace es convertirnos en vampiros adictos a la información y exponernos a un problema de saturación que enturbia nuestra capacidad de tomar decisiones.

Ya sabemos suficiente. Sabemos que la situación es grave, que debemos tomárnosla en serio y que debemos minimizar las interacciones humanas durante un tiempo. No es necesario mirar la gráfica de número de contagios a diario tan fijamente como el león mira al antílope que ha elegido como cena. No es necesario consumir audios y vídeos sin parar sobre lo que pasa en los hospitales. Con la información que ya tenemos, es más que suficiente para saber lo que debemos hacer.

No merece la pena dedicarle ya tanto tiempo a obtener información. Tiene mucho más sentido que liberes ese tiempo para poder asignarlo a otras cosas más útiles.

Confieso que esto me cuesta horrores. Estas situaciones disparan mi lado detectivesco y mi instinto natural es devorar montones de piezas de análisis de opinión de autores y personalidades que gozan de mi respeto en sus ramas de actividad profesional.  

Pero eso no me ayuda.

Mi opinión sobre la gravedad de la situación y sus implicaciones prácticas en mi comportamiento ya está formada. Todo el tiempo que siga dedicando a analizar la situación, por entretenido que parezca, no es útil. No es útil porque no tiene ninguna consecuencia positiva en mi estado de ánimo, en mis pautas de actuación o en mi filosofía de vida, mientras que otras actividades que podría estar haciendo sí lo tienen.

Veamos algunas de las actividades que Frank Spartan considera más efectivas para bailar un armonioso tango con el feo rostro del confinamiento.

Tomarse un momento por la mañana temprano para ajustar tu estado mental y establecer las intenciones del día

Si hay algo que es seguro, es que este periodo va a generar frustración, incomodidad e insatisfacción de diversos tipos a lo largo del día, sean cuales sean nuestras circunstancias. Por eso es tan importante empezar a funcionar con la energía adecuada.

Esto se puede hacer de diversas formas. Mi forma preferida es retirarme a un lugar tranquilo de la casa donde puedo estar solo, respirar profundamente en silencio durante unos minutos y recordarme a mí mismo lo que es realmente importante y lo que lo es menos. Recordarme que lo que más me va a ayudar son cosas como permanecer amable, ser consciente de que las personas a mi alrededor no van a estar en su mejor momento, no reprochar, no quejarme demasiado, mantenerme activo, mantenerme fresco, mantenerme cariñoso, mantenerme positivo

Una vez estoy en este estado mental, planifico lo que voy a hacer durante el día y en qué orden lo voy a hacer.    

Hay una gran diferencia entre empezar el día ajustando tu estado mental y estableciendo tus intenciones y empezar el día improvisando y actuando en base al estado de ánimo aleatorio con el que te levantas de la cama. Una gran diferencia que se manifiesta tanto en los resultados externos como en los sentimientos internos, y tanto en los días normales como en los días extraños que nos ha tocado vivir.

Por todo esto, es un ritual que te recomiendo. Exige muy poco tiempo y tiene implicaciones muy beneficiosas para ti y los que te rodean.

Aprender algo que te resulte interesante

En esta situación hay un fenómeno psicológico que puede afectar negativamente a nuestra motivación y estado de ánimo: La sensación de estancamiento. Básicamente, el percibir que todos los días son iguales, como calcomanías difuminadas.

Cuando actuamos en condiciones normales, hay un mecanismo de motivación natural que nos impulsa hacia delante. Este mecanismo nos permite encajar con pundonor las tareas del día que no nos gustan tanto, porque más allá de ellas existe algún tipo de recompensa. Encontramos la energía para ir a trabajar y llevar a cabo otras obligaciones porque hay cosas buenas que nos esperan y nos dan alas para continuar. Cosas como ir a cenar el sábado con nuestros amigos, hacer un plan en familia, irnos de vacaciones, ir al gimnasio o tomar una cerveza viendo un partido de fútbol en un bar.

Estas recompensas nos dan la sensación de que estamos en movimiento, de que estamos avanzando, de que estamos trabajando para conseguir algo. Sin embargo, en una situación de aislamiento como la actual, todas esas recompensas desaparecen de forma súbita y esa sensación de estar en movimiento se ve rápidamente sustituida por su lado opuesto. De repente nos sentimos estancados, atrapados, atrofiados. Las cosas que tenemos que hacer dejan de tener sentido, porque ya no hay recompensas al otro lado. Ver la tele y mirar el móvil pueden generar cierta sensación de satisfacción, pero la dosis de dopamina que liberan se va reduciendo día tras día cuando no construimos otras posibilidades para nuestro tiempo libre.

Por esta razón, resulta primordial que incorporemos un nuevo proyecto a nuestro día a día: Dedicar una parte de nuestro tiempo a aprender algo. Algo que nos devuelva la sensación de que estamos avanzando, de que estamos creciendo, de que estamos evolucionando. En una palabra, de que estamos en movimiento.

¿Y qué demonios debemos aprender? Es no es tan importante. En un escenario ideal sería algo que nos guste, que nos resulte interesante y que sea consistente con el tipo de persona en la que queremos convertirnos. Pero tampoco hay que volverse loco. Lo que de verdad importa para conseguir el objetivo es que esa actividad nos devuelva esa sensación de movimiento y de progreso, porque eso nos ayudará a percibir que nuestro día a día sigue teniendo un sentido y que sigue habiendo una recompensa detrás de todas esas cosas que no tenemos más remedio que hacer.

Por la parte que le toca, Frank Spartan ha decidido que va a aprender a cocinar un poco mejor. ¿Por qué? Bueno, es algo que no se me da muy bien, admitámoslo abiertamente. Siempre he tenido curiosidad por aprender. Y además es una actividad que transforma en el buen sentido: Te permite concentrarte, crear algo y compartir ese algo con los demás.

También es posible que esto sea la gota que desborda el vaso y que el tener que probar mis suculentas recetas haga perder definitivamente los nervios a las personas que me rodean. Que todo acabe en tragedia familiar, sangre a borbotones y música distorsionada de fondo como en El Resplandor de Kubrick. O puede que esto sea el comienzo de una gran carrera de chef. Nunca se sabe. 

Comunicarnos adecuadamente con los demás 

De todos los efectos que puede provocar el confinamiento, la sensación de aislamiento social es uno de los más perniciosos. Los seres humanos somos animales sociales y deseamos profundamente la interacción humana. Nos gusta el roce. La mayoría estamos acostumbrados a experimentarlo a diario y su repentina supresión puede generarnos una montaña rusa emocional de dimensiones inabordables.

Para suplir estas limitaciones de interacción social que viviremos estos días con solvencia, es importante que vigilemos tres cosas:

  • El canal de interacción
  • Las personas con las que interactuamos habitualmente
  • El contenido de la interacción

En cuanto al canal de interacción, la mayoría solemos funcionar vía textos en whatsapp. Eso es muy cómodo, pero no consigue llenar el vacío social que sentimos. Quizá sirva para las personas con las que no tienes – ni te interese tener – una conexión emocional fuerte, pero para las que de verdad te importan es recomendable comunicarse por vídeo.

Ver el rostro de la otra persona, su expresión, su sonrisa, tiene un enorme poder terapéutico. Afortunadamente, contamos ahora con múltiples herramientas tecnológicas que nos permiten ese tipo de comunicación visual con suprema facilidad. Aprovechémoslas.

En cuanto a las personas con las que interactuamos habitualmente, cuidado. Los familiares más cercanos están en este grupo por razones obvias, pero más allá de ellos debes actuar con cautela. En este tipo de circunstancias, muchas personas se vuelven catastrofistas, protestonas y cínicas. Muchas personas se pasan el día quejándose y culpando a los políticos de todos nuestros problemas. No te interesa dejar entrar a ese tipo de personas en tu cabeza constantemente.

Lo que te conviene es construir tus comunicaciones en torno a personas positivas, que empaticen contigo, que se preocupen por tu estado de ánimo y que te ayuden a mantener la serenidad. Deja entrar a esas personas en tu cabeza y cercena sin contemplaciones el tiempo que dedicas a las otras.

En cuanto al contenido de las interacciones, deja la coraza en el armario, hazme el favor. Éste no es el momento de mostrar tu personaje social habitual. Todos tenemos miedo a las posibles consecuencias personales y económicas del virus, todos estamos frustrados por la incomodidad de la situación y todos estamos bajos de ánimo porque hay muchas cosas que queremos hacer y no podemos.

No es el momento de corazas. Es el momento de mostrarnos vulnerables, de compartir inquietudes, deseos y miedos con la gente que de verdad nos importa. Porque ellos se sienten igual que nosotros. Porque eso es lo que de verdad nos ayuda en estos momentos. Y porque eso es lo que hará que nuestra relación con esas personas salga fortalecida cuando volvamos a la normalidad.

Hacer balance al final del día

La última recomendación es sencilla pero importante. Antes de irte a la cama, dedica unos minutos a hacer balance de cómo ha ido el día.

Piensa en las cosas que han surgido y han creado dificultades. En cómo has reaccionado a ellas y cómo podrías reaccionar mejor la próxima vez. En las cosas buenas que han surgido de forma inesperada. En todo lo que estás haciendo para que la cosas salgan bien. Y en todo lo bueno que tienes en tu vida y por lo que debes sentir agradecimiento. 

Yo hago este ejercicio en un diario. Me lleva aproximadamente diez minutos al final del día y tiene efectos sorprendentes. No solamente me ayuda a irme a la cama más tranquilo, sino que además me permite ser más consciente de muchas cosas importantes que, de otra forma, pasaría por alto.

Ahí tienes las recomendaciones de Frank Spartan para disfrutar de un maravilloso y próspero confinamiento. Hay otras cosas que no he mencionado y que también son importantes, como hacer algo de ejercicio, llevar una dieta medianamente sana y meditar habitualmente para no estrangular a tus hijos (o a los hijos del vecino de arriba). Y muchas otras más. Pero éstas, en mi opinión, son las que conviene vigilar de verdad para poder salir reforzados de este despropósito de situación.

Hasta la siguiente reflexión, cuídate y cuida de los demás.

Pura vida,

Frank.

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1 comentario en “Cómo bailar un tango con el confinamiento”

  1. Gracias por el post, Frank. Qué bueno poder contar con tus reflexiones en estos días tan extraños. Por mi parte cada vez otorgo más importancia de cara a mi equilibrio personal a ser capaz de reservarme un tiempo, por poco que sea, al comienzo y al final de cada día. Mi más sincera enhorabuena por el artículo.

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