Qué hacer cuando percibimos que nuestro entorno censura nuestros deseos

Una de las actividades favoritas de Frank Spartan es viajar. Cuando lo hago, encuentro que mi espíritu se eleva y alcanza un estado de alegría poco frecuente. Entro en una especie de estado de flujo, en el que experimento el mundo de forma diferente y mucho más intensa.

La parte que tiene un poco de miga es que no solamente me gusta hacerlo acompañado, sino que también, y en particular, me gusta hacerlo solo. Por muchas razones que probablemente comentaremos en mayor profundidad en otro artículo.

Cuando Frank Spartan le dice a la gente, sean conocidos o no, que va a irse de viaje solo, muchos de ellos se extrañan. Me miran con la expresión con la que aquellos motoristas melenudos miraban a Terminator cuando llegó desde el futuro en cueros y a la vez como recién salido de la peluquería.

Esta reacción no me sorprende demasiado, por varias razones:

En primer lugar, viajar solo puede resultar poco apetecible en apariencia. ¿A quién no le gusta tener a alguien conocido cerca que nos haga compañía? Es como un antídoto contra el aburrimiento. Y le tenemos pavor al aburrimiento, ¿no es verdad? Tenemos pavor a los espacios vacíos, a cualquier forma de silencio o inactividad. Cuando aterrizamos en esas situaciones, a menudo de forma involuntaria, echamos mano al móvil como Ben-Hur a su cantimplora en el desierto.

No, preferimos pasar sin pausa de una actividad a otra. Y solemos elegir las mismas actividades y patrones de conducta que vemos en los demás. Eso nos da cierta seguridad, porque nos inyecta la sensación de que pertenecemos y que encajamos en nuestro entorno de referencia. Es lo que nos parece ser normal. Lo contrario nos parece raro, no lo entendemos bien. Y nuestra reacción a lo que no entendemos bien es generalmente de desconfianza, en lugar de curiosidad.

En segundo lugar, resulta incómodo. Al menos al principio. Cuando viajas solo, no te queda más remedio que hablar con desconocidos, que estar contigo mismo, que no depender de otro que tome las decisiones. Te hace salir de tu zona de confort exponiéndote ante el mundo con menos protecciones. Y eso, por definición, cuesta un esfuerzo.

En tercer lugar, el que alguien de nuestro entorno se salga de la forma habitual de comportamiento, aunque sea temporalmente, puede convertirse en una causa de inseguridad emocional. Nos puede crear cierta ansiedad porque percibimos el riesgo de que esa persona se desvincule de nosotros de algún modo. De que desarrolle otros intereses y otras relaciones personales de las que no formamos parte, o que incentive a otras personas cercanas a hacer lo mismo. Y eso nos hace sentir vulnerables.

Por estas mismas razones, y quizá como mecanismo de defensa para justificar nuestra posición, a menudo desaprobamos que alguien se salga de lo que consideramos que es la forma habitual de comportarse. A veces comunicamos esa desaprobación de forma explícita y a veces de forma sutil, pero es frecuente que nuestro interlocutor, con su agudo radar para detectar con quién conecta y con quién no, perciba esa censura de algún modo.

Y esa censura hace efecto, ¿verdad? Hace efecto porque no somos un Cyborg como Terminator y las opiniones de los demás nos influyen, especialmente las de nuestra gente más cercana. Y lo hacen por mucho que sepamos que el comportamiento que censuran es, o sería si lo pusiéramos en práctica, una gran fuente de alegría para nosotros.

La pregunta es: ¿Es correcto ceder a la censura del entorno y renunciar a ese tipo de deseos?

El daño silencioso de la acumulación de frustraciones

Frank Spartan conoce a muchas personas que desean hacer ciertas cosas, pero que se sienten culpables de llevarlas a cabo o incluso de intentar hacerlo. Algunos casos con los que me he topado son los siguientes:

  • Personas que quieren explorar ciertos intereses que su pareja no comparte.
  • Padres que quieren ver a su familia más a menudo durante la semana pero que hacen horas extras en el trabajo para contentar a su jefe.
  • Personas que quieren hacer planes y viajar más por su cuenta pero que no lo hacen para no generar conflictos con su pareja.
  • Personas que prefieren frecuentar otros ambientes y otras aficiones pero que permanecen anclados al grupo de amigos de siempre para no ofenderles.
  • Hijos que temen decepcionar a sus padres al no elegir ciertos caminos, personales o profesionales.
  • Madres que sienten que no hacen lo debido al separarse de sus hijos pequeños durante un tiempo para recuperar el contacto con su individualidad.

Y un sinfín de ejemplos de este estilo.

¿Qué es lo que solemos hacer en estos casos?

Tomamos el camino del mínimo esfuerzo – the path of least resistance – y evitamos cruzar la mirada con los ojos de la censura, sea ésta real o imaginada. El Terminator que llevamos dentro es la oveja negra de su serie y parece tener un poco de fobia al conflicto, así que nos decantamos por el camino de la paz.

Aunque… de aquí surge una pregunta: ¿Existe esa supuesta paz en realidad?

Quizá pensemos que sí que existe porque, al acomodarnos a las expectativas de los demás, hemos evitado los conflictos con ellos. Y eso es algo bueno. Es bueno que haya armonía con nuestro entorno de referencia.

Vale, Frank Spartan te compra el argumento, pero no te voy a soltar tan fácilmente: ¿Es ése es el tipo de paz que más te debe importar?

Cuando renunciamos a deseos relevantes para nosotros en aras de no entrar en conflicto con los demás, hay algo que empieza a latir bajo nuestra piel, ¿no es verdad?

Es un sonido apenas perceptible, como un susurro, pero que está ahí. El sonido que nos recuerda que el tiempo pasa y que cada vez nos quedan menos oportunidades para hacer esas cosas que deseamos y a las que, por esa censura que percibimos del entorno, hemos decidido ignorar. El sonido que nos recuerda que no lo estamos haciendo del todo bien y que no somos tan fans de nosotros mismos como nos gustaría ser.

Ésta es una de las razones por las que no toleramos el aburrimiento o el silencio. Porque en esas situaciones podemos distinguir ese sonido, y lo que significa, de forma muy nítida.

Creemos que llenando nuestra agenda de actividades, distracciones y ruidos de todo tipo podemos construir unas orejeras a prueba de balas que nos aislarán completamente de ese sonido. Y es posible que lo consigamos por un tiempo. Pero, tarde o temprano, la potencia del sonido se vuelve ensordecedora y esas orejeras acaban saltando por los aires.

En esos momentos, sentimos la dentellada de las frustraciones acumuladas por no haber convertido aún esos deseos en realidad. Y quizás, también, porque ya nos hemos quedado sin tiempo de hacerlo.

Frank Spartan ha sentido esa dentellada cuando aún tenía tiempo de cambiar las cosas. Pero también la he visto en los ojos de muchas personas con las que he hablado y que ya se veían sin tiempo ni energías de cambiar nada.

Y esos son ojos tristes. No es un paisaje bonito de ver.

¿Hay algo que podamos hacer?

Frank Spartan conoce bien el sentimiento de culpabilidad asociado a querer hacer algo que se sale de la regla general o que no encaja con las expectativas de los demás. El viajar solo, por ejemplo, implica no ver a mis hijos pequeños y afecta a la dinámica de vida de algunas personas de mi entorno durante el tiempo que duran esos viajes.

No es una actividad en la que me he podido adentrar fácilmente desde el punto de vista emocional. En ocasiones me he sentido egoísta y culpable por ello.

La pregunta es… ¿Ha merecido la pena?

Con la perspectiva del tiempo, la respuesta es que sí. Sin duda.

El viajar solo es una actividad que ha desarrollado muchas dimensiones de mi personalidad. Ha evitado que algunas frustraciones se acumulen lentamente en mi interior. Me ha permitido sentir que estoy aprovechando la vida y llegar a cotas de alegría inexploradas. Y de esa alegría ha fluido el sentimiento de gratitud.

Ese sentimiento de gratitud se ha ido filtrando, día a día, en la forma en la que me comporto con mis hijos y con las personas de mi entorno. Me ha hecho ser mejor persona cuando estoy con ellos y enriquecer sus vidas como probablemente no habría sabido o querido hacerlo de no haberla experimentado. Me ha permitido hacer las paces conmigo mismo y que los demás, a través de su trato conmigo, se beneficien de ello.

Por eso, y aunque resulte imposible de comprobar, Frank Spartan está absolutamente convencido de que, tanto yo mismo como las personas con las que me relaciono, hemos salido ganando con este proceso, a pesar de los roces que se produjeron en algunos puntos del camino. Y por eso, también estoy seguro de que haber luchado por dar vida al deseo de viajar solo, por poco realista que pareciera desde la perspectiva convencional, ha merecido mucho la pena.

Mandamientos para hacer realidad tus deseos con elegancia

Imagina que te encuentras en una situación similar. Imagina que hay algo que de verdad quieres hacer, pero percibes, con acierto o no, que tu entorno podría censurarte por ello.

Si decidieras enfrentarte a esa censura percibida y llevar tu deseo a la práctica, hay una serie de principios que te ayudarán a salir de ese galimatías sin perder todas las plumas:

  1. Comunica de forma clara y asertiva: Deja claro a los demás lo que quieres y por qué. Es importante que entiendan por qué ese deseo es relevante para ti y por qué esperas que redunde en el beneficio común.
  2. Sé amable y constructivo, pero mantente firme: Es muy probable que encuentres resistencia al principio por las razones que hemos comentado. No te achiques al primer golpe de mar, marinero.
  3. Sé honesto y transparente: No intentes cumplir tu deseo a escondidas. Antes se atrapa al mentiroso que al cojo, y si te atrapan generarás una enorme dosis de desconfianza que será mucho más dolorosa a largo plazo que el supuesto conflicto que pretendes evitar.
  4. Elige tus batallas: Selecciona los deseos que son realmente importantes, los que marcan la diferencia en tu vida. Los otros, al cajón de momento. Este tipo de cosas no suelen ser fáciles de digerir, así que vigila tu ambición y mantén la situación en su debido equilibrio.
  5. Empatiza: Si pides flexibilidad a las personas que se pueden ver afectadas por tu deseo para poder ponerlo en práctica, debes ofrecer algo equivalente a cambio para que ellas puedan hacer lo mismo. Es posible que esas personas no tengan deseos insatisfechos o que no necesiten satisfacerlos inmediatamente, pero es importante que aprecien tu empatía y voluntad de reciprocidad.
  6. Deja la culpabilidad atrás: Estás haciendo lo que debes. Sólo tú eres responsable de tu propia felicidad y estás honrando esa responsabilidad con un ejercicio calibrado de tu libertad.
  7. Sé agradecido: Una vez consigas la colaboración que deseas para poder cumplir tu deseo, alimenta el sentimiento de gratitud y haz que se filtre en tu relación con otras personas, especialmente aquellas que te hayan ayudado a poner tu deseo en práctica o se hayan visto afectadas por ello, sean tu pareja, hijos, padres, amigos o compañeros de trabajo. Cuando estés con ellas, mantente presente e intenta contribuir a elevar la calidad de esa relación como mejor sepas. Quid pro quo, my friend.

Haz balance sobre tus grandes deseos. ¿Hay algo que de verdad te gustaría hacer, pero que no has hecho aún porque percibes que tu entorno no se lo tomaría bien?

Si así fuera, no olvides esto: Tarde o temprano sentirás un mordisco muy desagradable en el trasero si no haces algo al respecto. No te dejes intimidar por el miedo al conflicto y actúa mientras puedas.

Espero que estos principios te ayuden a hacerlo con elegancia, como si fueras una maravillosa combinación de Terminator y el Gran Gatsby.

Pura vida,

Frank.

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