¿Qué sentido tiene tener hijos hoy en día?

El otro día, mientras recorría un camino embarrado y repleto de hojas caídas en un monte cercano, comencé a reflexionar sobre el tiempo que había pasado y el que – me gustaría creer – me quedaba por delante. Pensé sobre las muchas cosas que podía hacer, y también sobre las pocas que merecía de verdad la pena hacer.

Me vinieron a la cabeza algunas ideas relacionadas con posibles experiencias personales. También otras relacionadas con posibles retos físicos. Y también, cómo no, algunas otras relacionadas con cómo podría dejar el mundo a mi alrededor un poco mejor que como me lo encontré.

La mente humana suele funcionar de esta manera. Cuando llegas a cierto punto en tu vida y tus necesidades básicas se encuentran largamente cubiertas, por alguna razón comienzas a preguntarte si tu vida ha tenido algún sentido. Si has hecho algo que ha merecido la pena. Si has dedicado tu tiempo y energía a una labor que dota a tu minúscula existencia de algún tipo de significado. Si vas a dejar alguna huella que te permita creer que no te vas a desvanecer por completo de la faz de la conciencia humana una vez que la dama de la guadaña te llame caprichosamente a su lado.

Hay muchas posibles formas de encontrarle significado a una vida. Muchas formas de dejar huella y transcender tu propia existencia haciendo una pequeña muesca en el recuerdo de los demás, sean los demás muchas personas o simplemente unas pocas.

Sin embargo, a pesar de la multiplicidad de las formas de hacerlo, no resulta tan sencillo en la práctica. Y es que impactar en los demás de forma duradera no es nada fácil.

El arte, el voluntariado, el emprendimiento, o el servicio desinteresado a tu comunidad son posibles caminos para conseguirlo. Esas vías suelen funcionar bien como fuente de sentido de la vida, pero sólo para una pequeña minoría de personas. Todas las demás, el grueso de la humanidad, no suelen elegir esas alternativas o no encuentran sentido alguno en ellas. Recorren otras travesías vitales, sin darle al asunto demasiada importancia durante mucho tiempo, y no les queda más remedio que improvisar otras soluciones para saciar su creciente sed de propósito cuando alcanzan ciertas fases de sus vidas.

Afortunadamente, hay un camino que está al alcance de muchas personas, y que ha representado, a nivel colectivo, una fuente consistente de sentido vital a lo largo de las diferentes culturas y civilizaciones en la historia:

La familia.

En concreto, los hijos.

Las acciones dirigidas al cuidado de los hijos y a facilitar y promover su bienestar a lo largo de las diferentes etapas de su vida son una de las fuentes más potentes y efectivas de significado para las personas. Cientos de millones de padres y madres orientan cada día sus decisiones y su comportamiento con estos objetivos en mente, y “ser un buen padre” o “ser una buena madre” es un logro que lleva aparejado uno de los niveles más intensos de satisfacción vital de todos los logros posibles en el mapa existencial de las personas. Es una de esas cosas en las que es muy difícil argumentar un “depende”, porque es un fenómeno biológico universal y las excepciones a esta regla suelen ser anomalías extremas.  

Sin embargo, por mucha evidencia empírica histórica que exista al respecto, los tiempos cambian. Y con ellos, cambian también gradualmente las estrategias para encontrarle sentido a una vida. La estrategia de tener hijos, por ejemplo, está perdiendo terreno en la carrera hacia la satisfacción vital, al menos en Occidente.

¿Por qué?

Veamos.

Las razones de la disminución en el número de nacimientos

Cuando investigas un poco sobre las razones de la tendencia a la baja en el número de nacimientos en Occidente, el argumento más saliente es el económico. “No me lo puedo permitir” es la respuesta más habitual, y también la menos complicada de aceptar. “Todo está muy caro”, “no puedo comprar una casa”, etcétera, etcétera. Es un argumento tan sencillo de entender y que se siente tan cierto en las propias carnes, que tendemos a darlo por bueno y a no indagar mucho más allá.

Y es que esto es, evidentemente, muy difícil de refutar. La evolución de los precios del mercado inmobiliario en Occidente en relación con los ingresos de las familias ha provocado que el acceso a la vivienda en propiedad sea cada vez más difícil. Y esto influye significativamente en la decisión de tener hijos o no, porque tener un piso en propiedad es un componente fundamental en nuestra sensación de estabilidad vital, lo cual a su vez es un ingrediente emocional clave en la decisión de formar una familia.

De igual forma, el incremento de precios que se viene produciendo en muchas categorías de consumo ha provocado que la sensación de incertidumbre se extienda más allá del mero acceso a la vivienda en propiedad y alcance otras dimensiones del día a día. La cesta de la compra, las facturas, el ocio, las vacaciones. Es inevitable “sentir” que todo es económicamente más inaccesible que antes, y por eso la gente se resiste a tener hijos.

¿Es esto realmente así?    

En parte sí. Los datos son los datos.

Pero ésa no es toda la verdad.

No es toda la verdad, porque la caída de la natalidad es un fenómeno global, no sólo de Occidente. Se produce también en áreas donde los precios no han subido tanto, y se sigue produciendo en países donde los incentivos económicos del gobierno para que los ciudadanos tengan hijos han sido muy sustanciales, como Noruega y Hungría.

No, las dificultades financieras no son la única causa. Quizá no son siquiera la causa principal. Hay factores culturales que tienen una influencia quizá subliminal, pero tremendamente relevante, en las decisiones sobre tener o no hijos:

  • La creciente incorporación de la mujer al trabajo y la mayor priorización de su carrera profesional. 
  • El creciente escepticismo sobre la estabilidad de la pareja en el contexto del número de separaciones y divorcios.  
  • El “hook-up culture” o cultura del “pille”, donde las relaciones esporádicas priman sobre el compromiso a largo plazo, y su correspondiente efecto pernicioso en la infidelidad y las expectativas sobre las relaciones de pareja en general.
  • El progresivo deterioro de valores tradicionales como la familia y la religión en favor del individualismo hedonista y el nihilismo, una tendencia consistente en las diferentes civilizaciones de la historia a medida que éstas adquirían un nivel suficiente de desarrollo económico.
  • La aparición de las redes sociales y el hábito de constante comparación con los demás.
  • El feminismo radical y su “demonización del hombre”, con sus implicaciones en el creciente conflicto social entre sexos.
  • La ralentización de la carrera profesional de la mujer – y de su compensación económica – con respecto al hombre tras su decisión de tener hijos.
  • El adoctrinamiento “woke” de una parte de la población con axiomas del tipo “es poco ético tener hijos porque contribuye a la sobrepoblación y el cambio climático”.
  • La visión pesimista de la realidad que los medios de comunicación implantan en la conciencia de las personas a través de la información que diseminan.

En línea con este último punto, el gráfico siguiente refleja el nivel de optimismo sobre el futuro global que ostentan los habitantes de los diferentes países.

Como puedes ver, los países de Occidente, los más ricos, son los más pesimistas, mientras que los países de regiones más pobres son los más optimistas. La visión derrotista del mundo que los países de Occidente reciben a través de los medios de comunicación ha eclipsado las evidencias contrastadas de progreso económico, derechos y libertades de sus sociedades, provocando que sus habitantes sean más pesimistas sobre el futuro que los habitantes de sociedades con – objetivamente – mayores dificultades.

Todos estos factores culturales influyen, y mucho, en la decisión de tener hijos, porque determinan las creencias que las personas adoptan sobre el entorno al que traerían a esos hijos, las posibilidades que tendrían para criarles adecuadamente, y todo aquello a lo que tendrían que renunciar, en el plano de su libertad y felicidad individual, para poder hacerlo. Las “dificultades económicas” son el motivo que sale automáticamente de la boca de todos cuando les preguntan, pero la realidad es que los factores culturales mencionados ya predisponen a los jóvenes a renunciar, desde un punto de vista puramente filosófico, a ese camino vital. Y con este paradigma mental, cualquier dificultad financiera percibida con la que te encuentres te manda a la lona, si es que decides salir siquiera a pelear.

En épocas pasadas, las personas tenían hijos a pesar de las dificultades financieras. Los hijos se tenían “aunque no te lo pudieras permitir”, y después te las arreglabas para salir adelante como podías, en familia. No era ni mejor ni peor. Era distinto. Otra cultura, otros valores, otras prioridades.

¿Era duro? Sí. ¿Daba sentido a tu vida y te proporcionaba un motivo de peso para luchar y mejorar? También.

Sea como sea, estamos donde estamos. Entender las causas no significa poder revertir las tendencias. Para muchas personas en nuestra sociedad actual, tener hijos seguirá sin ser la mejor opción, y quizá esta postura se establezca durante mucho tiempo como la opción mayoritaria.

Si es así, que así sea.

Pero seguro que te imaginas que tu amigo Frank no se va a limitar a contarte todo este rollo por nada.

Te voy a presentar una idea.

Una idea que puede contener, a pesar de tener a todas las corrientes culturales en contra, un camino para que algunas personas encuentren verdadero sentido a su vida a través de los hijos, incluso en un mundo tan complejo y repleto de dificultades como el actual.

La libertad intergeneracional

Dejemos a un lado las complicaciones financieras y las influencias culturales por un momento, ¿te parece? Centrémonos, pura y exclusivamente, en las implicaciones de tener hijos desde un punto de vista existencialista y espiritual.

Lo más sencillo es decir que esto es cuestión de opiniones. Que no todo el mundo piensa igual. Pero hilemos un poco más fino.

Hay algo que podemos asegurar de forma contundente:

La inmensa mayoría de personas que tienen hijos no lo cambiarían por nada del mundo.

A pesar de las dificultades, las frustraciones y los sacrificios.

¿Por qué?

Porque da sentido a su vida.

Un sentido verdadero, genuino, poderoso.

Sí, hay muchas situaciones en las que las cosas no salen bien entre padres e hijos. Imprevistos, complicaciones, enfermedades, deterioro en las relaciones. Pero, aun así, el haber hecho las cosas lo mejor que has podido para que a otra persona que no eres tú mismo – y a la que quieres más que nadie en el mundo – le vaya bien, es un bastión existencial inexpugnable, capaz de dotar a tu vida de propósito incluso en las circunstancias más adversas. No sólo por la entrega a otro ser humano, sino por el convencimiento de que, en cierto modo, tú seguirás existiendo en esa persona después de tu propia muerte. Es la forma más efectiva que tenemos a nuestro alcance para rozar la inmortalidad. Y pocas cosas pueden competir con algo así, a la hora de preguntarte a ti mismo si tu vida tiene algún sentido.

Hoy en día muchas personas deciden no dar el paso, por las razones que hemos visto. Pero las que lo dan no se arrepienten. Todo lo contrario. Una vez están dentro, no concebirían su vida de otra forma. Si cruzas la puerta, la evidencia demuestra que no naufragas, existencialmente hablando. De un modo u otro, te las arreglas para llegar de una pieza al puerto del propósito vital.

El asunto es, entonces, si lo que te impulsa a cruzar la puerta es más o menos poderoso que lo que te impulsa a no cruzarla.

Y si esto es así, la pregunta clave es la siguiente:

¿Cómo puedo estar suficientemente seguro de que, si tengo un hijo, las cosas le van a ir bien?

Porque, si lo estuvieras, la decisión de cruzar esa puerta sería mucho más fácil, ¿no es verdad? Tener hijos es una fuente de propósito vital empíricamente contrastada, pero aun así no quieres jugártela, especialmente con la corriente cultural actual cada vez más en tu contra. Antes de decidir tener hios, quieres estar muy seguro de que les va a ir bien. Y a poder ser sin sacrificar tu felicidad individual por completo teniendo que comer sopa de sobre 7 días a la semana para poder pagarles el colegio.

Aquí es donde entra a jugar el concepto de libertad intergeneracional.

Reducido a su máxima esencia, la estrategia de libertad intergeneracional es la instauración de una serie de valores y hábitos de comportamiento que maximizan la probabilidad de que tus descendientes funcionen en el mundo con destreza y autonomía, y por tanto sus posibilidades de ser felices y de encontrar propósito a sus vidas. Lo cual redunda, a su vez, en propósito para la tuya propia.

¿Y cómo consigues que tus hijos funcionen en un mundo tan complejo e impredecible con destreza y autonomía?

No hay manera de saberlo con seguridad. Pero hay 3 elementos que elevan considerablemente las probabilidades de que así sea. Hay algunos otros, sí, pero ninguno tan importante como estos tres:   

  1. Habilidades clave y conocimiento distintivo
  2. Capacidad de adaptación al cambio
  3. Autonomía financiera

Veamos cómo puedes construir cada uno de ellos.

1. Habilidades clave y conocimiento distintivo

Las habilidades clave son un conjunto de cosas que el sistema de educación tradicional no cultiva en sus “usuarios”, pero que resultan fundamentales para desenvolverse con destreza en el mundo laboral (y no laboral) de cualquier época y lugar.

Y como el sistema de educación tradicional no las promociona, ni tiene aspecto de hacerlo en un futuro próximo en absoluto, vas a tener que facilitarles a tus hijos el acceso a dichas habilidades tú mismo. Al menos en un principio.

Y estas famosas habilidades… ¿cuáles son?

Pensamiento crítico. Argumentación. Síntesis. Comunicación. Carisma y persuasión. Hablar en público. Negociación. Creatividad. Habilidades sociales. Emprendimiento. Técnicas de venta.

Si quieres que tus hijos se desenvuelvan con destreza en el mundo que les espera cuando sean adultos, es tu responsabilidad educarles en estas áreas. El sistema educativo no lo hará. Tendrás que hacerlo tú mismo en la medida que puedas y delegar en otras personas especializadas en la medida que no puedas.

Pero Frank, eso significa…

Sí, correcto. Eso significa que tendrás que dedicar un dinero extra – y probablemente un tiempo extra – a educar a tus hijos en esas habilidades. Cuanto antes lo sepas, mejor te planificarás. Y cuanto antes empieces, mejor les irá a ellos. Si no lo haces, saldrán del colegio sin ningún tipo de competencia al respecto, y eso les limitará enormemente en el mundo real.

Si piensas que exagero, think again. No exagero en absoluto. El éxito en el mundo real depende, cada vez más, de la pericia en esas habilidades.

El conocimiento distintivo es un concepto diferente a las habilidades clave. Hace referencia a que tus hijos se hagan expertos en un área concreta, la que sea, en la que desarrollen un nivel de maestría que les diferencie de la mayoría. Eso requiere tiempo y concentración. Y, por tanto, requiere interés. El tema en cuestión les debe apasionar, o al cabo de poco tiempo perderán la motivación para aprender.   

Descubrir algo en lo que quieres profundizar de verdad no es sencillo. A veces, no sucede hasta bien entrada la edad adulta. Por eso hay que probar, y probar y volver a probar, hasta que la tecla suene. Y cuando encuentras aquello sobre lo que quieres aprender, has de comprometerte con ello de verdad. No basta con saber lo que otros saben. Tienes que ir más allá. Tienes que descubrir cosas nuevas, o combinar las existentes de una forma nueva. Tu conocimiento ha de ser distintivo, diferenciador, y actualizarse constantemente. Porque eso es lo que te proporcionará auténtico valor profesional y lo que atraerá a las oportunidades hacia ti.

2. Capacidad de adaptación al cambio

El mundo hacia el que vamos es incierto, pero una de las características que podemos arriesgarnos a predecir que tendrá, sin gran riesgo de equivocarnos, es que será “rápidamente cambiante”. Otras épocas también sufrieron cambios rápidos y recurrentes, pero el ritmo de cambio se ha acentuado muchísimo con la disrupción tecnológica de los últimos 20 años y la reciente aparición generalizada de la IA. La realidad es que no tenemos ni idea de cómo será el mundo hacia el que vamos, qué profesiones no sobrevivirán, qué profesiones cambiarán radicalmente y qué profesiones que aún no conocemos aparecerán de la nada.

En este entorno, hay una habilidad que proporciona un valor incalculable para la satisfacción laboral y vital: La versatilidad y la capacidad de adaptarse a los cambios del entorno.

A veces se nace con este talento. No suele ser el caso. La capacidad de adaptación es un músculo que se puede entrenar. Y la forma de entrenarlo, como en cualquier otro músculo, es someterlo a una dosis adecuada de estrés. En otras palabras, has de acostumbrar a tus hijos a situaciones nuevas y desconocidas mientras crecen, para que vayan entrenando su capacidad de adaptación. Se resistirán, sí. Sufrirán un poco, sí. Estarán mucho mejor preparados para lo que viene, también.

3. Autonomía financiera

“El dinero no da la felicidad”, y tal y tal y tal.

Gilipolleces.

El dinero es el hilo conductor de la experiencia vital en la civilización occidental. Si andas mal de dinero, tu experiencia vital se verá seriamente limitada. Si andas bien de dinero, tendrás mayor acceso a la posibilidad de vivir una vida más plena.

Acceso a la posibilidad. Sin garantías.

Si andas bien de dinero, pero lo usas mal, la pifiarás. Si lo usas bien, te ayudará a ser más feliz. Es así de simple. Por eso el dinero es importante. Y pensar que no es importante es una mentalidad perdedora, porque no hará sino truncar tus probabilidades de ser feliz.

Ahora que hemos aclarado este punto, pasemos a lo que el dinero significa en la práctica en el contexto de tener hijos.

Empecemos por el principio: Si quieres estar lo suficientemente seguro de que a tus hijos les va a ir bien en la vida, debes construirles los primeros trazos de un camino que se dirija hacia su autonomía financiera. Por la sencilla razón de que la autonomía financiera es necesaria para tener cierta libertad de movimientos, y la libertad de movimientos es un activo de valor incalculable en el mapa de su satisfacción vital. No solamente porque les permitirá mayor facilidad para poder adaptarse a un mundo en constante cambio, sino también para poder hacer realidad sus motivaciones vitales a medida que van viviendo su vida.

¿Y cómo demonios puedes “construir los primeros trazos de un camino que se dirija hacia su autonomía financiera”?

Bueno, aquí hay varios aspectos importantes, pero la primera piedra es siempre la misma:

Empieza por tu propia salud financiera.

Si quieres estar suficientemente seguro de que a tus hijos les va a ir bien, les vas a tener que poner gasolina en el depósito. El circuito de carreras del mundo al que nos dirigimos es complicado y es probable que vayan a necesitar tu apoyo para recorrer los primeros kilómetros. Pero es posible que tu apoyo emocional no sea suficiente. Puede que necesiten también apoyo financiero durante algún tiempo. También es posible que no, pero no es la hipótesis con la que debes funcionar. Ya sabes, por si acaso.

¿En qué áreas de su crecimiento pueden necesitar tu apoyo financiero?

Primero, para aprender las habilidades clave que el sistema educativo no puede enseñarles.

Segundo, para desarrollar su aprendizaje de conocimiento distintivo y su diferenciación profesional.

Tercero, para empezar la carrera en un ecosistema que favorezca la optimización de su desarrollo profesional y vital. En un lugar que sea adecuado y con personas a su alrededor que les ayuden a sacar lo mejor de sí mismos.

Todo esto va a necesitar, muy probablemente, apoyo financiero. No suele venir del aire. Y debes prepararte con antelación para eso, optimizando tu propia salud financiera: Tu valor profesional, tu capacidad de generación de riqueza y tus habilidades de gestión de esa riqueza con buenos hábitos financieros.

Sí, colega. El estar suficientemente seguro de que a tus hijos les va a ir bien empieza por poner tu propia casa en orden. Así dispondrás de recursos para favorecer que ellos empiecen a correr desde una buena línea de salida y en una buena dirección. Después, es cosa suya. Y así debe ser. Puedes ayudarles a empezar, pero nunca debes correr por ellos ni protegerles de poder aprender de sus errores.

Te dejo con una idea final, pero ésta ya es para nota.

Puedes también planificar tu propia vida para dejar a tus hijos, cuando abandones este mundo, suficiente riqueza para que, junto con los ahorros que ellos mismos hayan generado con su esfuerzo, dispongan de libertad financiera. O, dicho de otro modo, de capacidad para hacer lo que realmente les apetezca, sin que el dinero constituya una gran restricción.

Si has hecho las cosas bien y tus hijos las hacen medianamente bien, es posible que lleguen ahí por sí mismos. Es posible que su conocimiento distintivo, su valor profesional diferencial y los hábitos financieros que les inculcaste les conduzcan de forma natural por ese sendero hacia la libertad financiera. Pero es también posible que se encuentren dificultades. Es posible que su camino sea más duro del que anticipas y que tengan que sacrificarse más de lo deseable para poder vivir, a pesar de todo lo que has hecho para prepararles lo mejor posible.

En este contexto, regalar a tus hijos oxígeno y libertad para que puedan construir, una vez que hayan luchado y sufrido lo que les toca, una vida más acorde con sus intereses tendría muchísimo valor, porque incidiría directa y enormemente en su satisfacción vital. Eso sería un broche de oro en tu contribución hacia ellos y el sentido de tu propia vida. Y ellos se verían, posiblemente, inspirados para hacer lo mismo con sus propios hijos.   

Esto es la libertad intergeneracional: Un conducto para transmitir felicidad y propósito vital de padres a hijos, de forma continuada, con una estrategia intencional de construcción de valor a través de las diferentes etapas del camino, en un mundo en constante cambio.

Sí, tienes razón. No es una alternativa fácil. Resulta mucho más fácil decidir no cruzar la puerta de tener hijos y dedicarse a viajar y disfrutar de los muchos placeres que te puede ofrecer la vida, sin tantas preocupaciones y tribulaciones. Pero cualquiera que haya vivido muchos años te dirá, lo mismo que los grandes pensadores a lo largo de los siglos, que nada que merece de verdad la pena suele ser fácil.

Quién sabe. Quizá esta idea de libertad intergeneracional pueda dar a algunas personas el empujoncito que necesitan para cruzar esa puerta que tanto nos intimida en los tiempos que corren, y así poder disfrutar de esa gran fuente de satisfacción vital que son los hijos. Esa que se encuentra al otro lado de la derrotista y pusilánime cortina de humo de nuestra cultura.  

Pura vida,

Frank.

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