Por qué debes generalizar

Uno de los rasgos más característicos de nuestra era es la dificultad para acercarnos a la verdad sobre lo que sucede a nuestro alrededor. Hay una gran cantidad de información que fluye hacia nosotros constantemente por canales diferentes. Nuestra capacidad de atención y asimilación es limitada. Una parte muy relevante de dicha información suele estar sesgada, o incluso ser falsa. Y, por si todo eso fuera poco, el entorno en el que nos encontramos nos condiciona materialmente a la hora de sacar conclusiones sobre todo aquello de lo que recibimos información. 

La consecuencia de todo esto es que formar creencias sobre el funcionamiento del mundo con una base sólida es jodido. Y eso resulta un problema, porque nuestras creencias conforman la perspectiva mental con la que abordamos cualquier situación en la práctica, y por tanto son un ingrediente fundamental en los resultados que obtenemos… e indirectamente la felicidad que experimentamos.

Las creencias que vamos adoptando a lo largo del tiempo son largamente invisibles a nuestros ojos. Son como el agua en la que nada un pez. El pez no se da cuenta de que el agua está ahí, porque no conoce la experiencia vital alternativa de ausencia de agua. De igual forma, cuando adoptamos una creencia, nuestro cerebro no suele ser consciente de la existencia de esa creencia. La creencia está ahí, pero opera en un plano muy sutil. Y sin embargo, tiene una función tremendamente relevante en nuestra vida, porque filtra la información que recibimos del exterior, colorea su interpretación y determina las decisiones que tomamos.

Enfocar la luz hacia nuestro proceso de formación de creencias, y de esa forma hacernos más conscientes de él, es una herramienta fundamental para depurar nuestro entendimiento del mundo y mejorar nuestra toma de decisiones. Y una de las piezas clave de este ejercicio es hacer algo que tiene muy mala prensa en sociedad y que es habitualmente objeto de múltiples críticas.

Generalizar.

Veamos por qué nuestra predisposición y habilidad para generalizar no solamente no es algo malo, sino que en realidad es algo muy deseable para entender mejor el mundo y tomar mejores decisiones.

“No se puede generalizar”

Entremos en uno de los argumentos más malinterpretados en la historia de los debates y un ejemplo muy curioso de cómo muchas personas no piensan con demasiada claridad a la hora de elegir qué creen.

Con toda seguridad habrás oído la expresión “no se puede generalizar”, o “no siempre es así”. Es un comentario muy típico que suele surgir cuando dos personas tienen opiniones diferentes sobre el comportamiento de un colectivo. Una de ellas expone su tesis, discuten, y al final alguien dice algo así como “eso no es así, porque yo conozco un caso en el que bla bla bla”. Y esa anécdota personal se presenta como un argumento demoledor que refuta brutalmente la débil – y moralmente reprochable – postura del interlocutor.

La gran mayoría de personas huye de las generalizaciones precisamente por esta razón. Piensan que se exponen a que los demás les lancen ejemplos concretos de casos que parece que invalidan la generalización por completo. Por eso, las personas tienden a interpretar el mundo en términos de “no se puede generalizar”, “cada caso es un mundo”, o “depende”. Eso les parece lo más sabio y prudente.

Parece lógico, ¿no es verdad?

Pues bien, Frank Spartan te dice que eso es una gilipollez. Si te limitas a pensar así, tienes las gafas de interpretación manchadas de alquitrán. Y es probable que muchas de las cosas que crees sobre cómo funciona el mundo estén equivocadas.

Pero ¿qué es lo que estás diciendo, Frank? ¿Acaso dices que debemos generalizar? ¿Y si nos equivocamos? ¿No es eso imprudente e insensato?

Al contrario. Acostumbrarte a generalizar es lo más sensato que puedes hacer si quieres entender mejor el mundo. Las personas que piensan con claridad piensan en generalizaciones. Piensan en tendencias, patrones, probabilidades. Las que no piensan con claridad piensan en casos puntuales, en excepciones, en “dependes”.

Ahora bien, generalizar es un arte, colega. No vale hacerlo de cualquier manera, como vamos a ver a continuación.

Razonamiento inductivo vs. razonamiento deductivo

Empecemos por una aclaración importante. Tu objetivo a la hora de generalizar no es llegar a la certeza absoluta, sino al resultado más probable.

¿Por qué?

Por dos razones. La primera es que saber cuál es el resultado más probable de algo te ayuda a decidir sobre cómo debes actuar con respecto a ese algo. Y la segunda es que no vas a llegar a la certeza absoluta por mucho que quieras, porque al generalizar sobre el mundo estás haciendo razonamiento inductivo, no razonamiento deductivo.

En el razonamiento deductivo, la conclusión es cierta si las premisas son ciertas. Si “todas las tazas de esta casa son de color verde” y “tengo una taza de esta casa en la mano” son premisas ciertas, la conclusión “tengo algo verde en la mano” es necesariamente cierta. No necesito comprobar nada para llegar a la conclusión. Es un razonamiento deductivo lógico, sin ningún margen de error.

En el razonamiento inductivo, por el contrario, no pretendemos llegar a una conclusión absolutamente cierta. No partimos de premisas, sino de observaciones empíricas. Partimos de experiencias, de datos, de piezas sueltas del puzzle. Pero no tenemos todas las piezas. Tenemos algunas. Y en base a las piezas que tenemos, “inducimos” la conclusión. Una conclusión que no es necesariamente cierta con total seguridad, pero que sí consideramos probable.

Cuando la policía está investigando un caso, no están deduciendo. Están induciendo. Cuentan con una serie de pistas (datos empíricos), y con esas pistas llegan a una conclusión probable de lo que sucedió realmente.

En tu camino por la vida, estás constantemente expuesto a información sobre experiencias. Algunas de ellas te suceden a ti, otras les suceden a personas que conoces, otras les suceden a desconocidos y aparecen en los medios de comunicación o en investigaciones académicas o científicas.  Cómo interpretas esas experiencias con las que entras en contacto es lo que va conformando tus creencias sobre el funcionamiento del mundo. En concreto, tu pericia a la hora de observar e inducir. Si no induces, no estás entendiendo el mundo. Y si induces mal, estás entendiendo el mundo mal.

Esta es la razón por la que el argumento de “no siempre es así” es el argumento más vacío e inútil que existe contra una generalización. Evidentemente no siempre es así. Pero si coges un caso al azar, ¿es más probable que sea así o es más probable que no lo sea? Esa es la pregunta clave.

El debate en el que debes centrarte es si la generalización (= «inducción») está construida de una forma suficientemente robusta, o no lo está. Centrar el debate en casos aislados anecdóticos para refutar una generalización es una estrategia que dice a gritos que no estás pensando con claridad, porque no estás diciendo absolutamente nada de valor. Centrarse en la excepción a la regla no te da ningún punto. Lo que te da puntos es argumentar cuál es la regla más adecuada y por qué, no señalar excepciones a las reglas ajenas.

Ahora que hemos desplegado las virtudes de inducir para poder interpretar el mundo con destreza, veamos lo que debemos tener en cuenta para hacer una buena inducción.

Las bases de una inducción robusta

Inducir es un ejercicio que merece la pena, pero las bases del proceso de inducción deben ser sólidas. Y ello implica la combinación armónica de 3 ingredientes:

  1. Una cantidad de observaciones (datos) suficiente: No puedes inducir bien con una muestra muy pequeña
  2. La ausencia de sesgo en las observaciones: Los datos deben ser equilibrados, no sesgados hacia un lado u otro. En otras palabras, no puedes filtrar los datos que te interesan para llegar a la conclusión que quieres 
  3. Un proceso adecuado de extracción de conclusiones: Básicamente, matemáticas (y quizá estadística dependiendo de la complejidad del asunto) y lógica.

En el mundo de hoy, el ingrediente más complicado de conseguir es probablemente el segundo, por la sencilla razón de que las fuentes de información tradicionales (TV, periódico, radio, podcasts) están generalmente muy sesgadas desde un punto de vista ideológico y político. Si los datos que obtienes proceden de esas fuentes de información tradicionales, lo más probable es que tus datos no sean equilibrados. Y si tus datos no son equilibrados, tu conclusión de inducción no es válida.

Afortunadamente, ahora tenemos Twitter. O, mejor dicho, “X”. Y “X” te puede gustar más o menos, pero es el medio más eficaz actualmente, con muchísima diferencia, para obtener datos más o menos equilibrados mediante el contraste. En “X” puedes ver lo que dice una persona y qué evidencias tiene para apoyar lo que dice, y al mismo tiempo puedes ver lo que dice otra persona que opina lo contrario, y qué evidencias tiene para hacerlo. No es perfecto y no podrás llegar a la verdad absoluta, pero a través del contraste proactivo de la información es posible que te acerques bastante a la “verdad” sobre muchos temas.

Eso sí, vas a tener que estar dispuesto a leer regularmente a fuentes y personas con las que no congenias desde el punto de vista ideológico, y tener la mente abierta para intentar entender por qué dicen lo que dicen. Requiere esfuerzo. Sin esfuerzo, y sin un interés genuino por la búsqueda de la verdad, la probabilidad de que tus datos sean equilibrados se reduce, porque caerás en la trampa del sesgo de confirmación y solamente prestarás atención a la información que no contradice tus creencias previas.

Ese es el precio de poder inducir bien. Nadie dijo que interpretar el mundo de forma adecuada fuera cómodo y fácil. No lo es. Por eso hay tan poca gente que lo hace.

El papel de la generalización en nuestra cultura

A pesar de lo valioso que pueda resultar el ejercicio mental de generalizar (= “inducir”) a la hora de interpretar el mundo, no es lo más políticamente correcto que existe en la cultura que nos ha tocado vivir. En otras palabras, a muchas personas les incomoda que alguien generalice, y es posible que le critiquen por ello.

¿Por qué?

Bueno, las posibles razones de este fenómeno son variadas. Puede que se perciba que es una generalización mal hecha. Puede que esas personas se sientan atacadas por la conclusión y la consideren injusta para aquellos casos que son “excepciones a la regla”. Puede que la conclusión, por muy robusta que sea la inducción, choque con su ideología dominante. Puede ser que esas personas no piensen con demasiada claridad. Y puede ser una combinación de todas ellas.

La realidad es que las personas que inducen con atino están en minoría. Y como quizá hayas comprobado alguna vez, una persona que no está acostumbrada a inducir con atino, o a no inducir en absoluto, no suele entenderse bien con alguien que sí lo está. Tienen gafas diferentes y hablan idiomas diferentes. Y las probabilidades de que se produzca un conflicto inútil en un intercambio de opiniones son elevadas. Por eso, lo más prudente es que te guardes tus inducciones para ti mismo y las utilices como guía de comportamiento propio, o a lo sumo que las compartas explícitamente con personas con claridad mental suficiente. Todo lo demás es una pérdida de tiempo y una receta muy eficaz para generar malos tragos.

Bueno, basta de rollo. Ilustremos toda esta palabrería con un par de ejemplos prácticos de generalizaciones sobre fenómenos de actualidad. Y por supuesto, elijamos algunos que sean políticamente incorrectos, relevantes para el bienestar general de nuestra sociedad y con alta carga emocional. Ya sabes, para que sea entretenido.

1. La guerra de sexos

La constante comparación entre hombres y mujeres alimentada por el feminismo nos ha dado pie a intentar entender mejor las dinámicas reales entre ambos sexos. Estamos inmersos en una cultura en la que la importancia y las virtudes del papel de la mujer en sociedad se ensalzan constantemente, mientras que las de los hombres se demonizan. Pero… ¿es así como funciona realmente el mundo?  ¿Es eso lo que refleja la evidencia empírica? ¿Qué tipo de inducciones podríamos hacer aquí?

Veamos algunas posibles.

La inmensa mayoría de las cosas que nos proporcionan calidad de vida y utilidad práctica, así como su mantenimiento para que sigan funcionando, las crean los hombres.

¿Es esta generalización cierta? En base a la observación empírica, sí.

Los hombres más capaces consiguen mejores resultados que las mujeres más capaces en la inmensa mayoría de las ocupaciones profesionales.

¿Es esta generalización cierta? Si observamos los profesionales reconocidos como los más competentes en cada profesión, tanto a nivel nacional como global, es así.

Los hombres son más violentos y cometen más crímenes que las mujeres.

¿Es esta generalización cierta? En base a la observación empírica, sí.

Las mujeres proporcionan más y mejor apoyo emocional en momentos difíciles que los hombres.

¿Es esta generalización cierta? En base a la observación empírica, sí.

Los hombres salvan más vidas y protagonizan más actos de heroísmo que las mujeres.

¿Es esta generalización cierta? En base a la observación empírica, sí.

Los hombres son violadores y asesinos en potencia.

¿Es esta generalización cierta? No, porque es una falacia de razonamiento deductivo. Es como decir que los humanos son suicidas en potencia, porque solamente los humanos se suicidan. Hay muy pocos suicidas en proporción al número de humanos, y por tanto no es una característica típica, sino muy atípica, de los humanos.

Contrastando estas generalizaciones y algunas otras podemos interpretar mejor lo que realmente está pasando con la guerra de sexos, qué tipo de argumentos tienen validez y qué tipo de soluciones tienen sentido.

La interpretación políticamente correcta en el momento actual es que las mujeres están repletas de virtudes y no tienen más impacto en el funcionamiento del mundo porque el oscuro fantasma del patriarcado lo impide. Esta interpretación no resiste el primer soplido de análisis de razonamiento inductivo. Sin embargo, es la narrativa predominante en nuestra cultura. Y eso dice mucho de las habilidades de inducción de las personas, así como de su interés y compromiso por encontrar la verdad.

Lo que la observación empírica nos lleva a concluir mediante inducción es que los hombres son más capaces de protagonizar los extremos de la distribución de comportamientos. Son más violentos, pero también más heroicos. Tienen más presencia en los trabajos más deseados, pero también en los menos deseados. Son más capaces de destruir, pero también más capaces de crear. Son menos capaces de dar apoyo emocional, pero también más capaces de trabajar más horas en condiciones más difíciles y de jugarse la vida para dar soporte a su familia.

“El crimen es una perversión de la inteligencia del hombre. Es el equivalente asocial a la filosofía, las matemáticas y la música. No hay un Mozart mujer porque no hay un Jack el Destripador mujer.”

Camille Paglia

Así que podemos decir, sin mucho riesgo de equivocarnos, que la adopción de la narrativa de la demonización del hombre en la cultura actual es un gigantesco montón de mierda ideológica y política, empíricamente incierta y con resultados de convivencia social poco alentadores. Y que sería deseable que cada vez más personas llegaran a esta conclusión para poder construir una interacción entre sexos más equilibrada, más sana y con base más sólida en la realidad observable.

2. La polarización política entre derecha e izquierda

La polarización política entre derecha e izquierda se encuentra en uno de los momentos más intensos de la historia. El tamaño del grupo poblacional que apoya ciegamente a partidos políticos de izquierdas es muy similar al del grupo poblacional que apoya ciegamente a partidos de derechas. La crispación entre ambos grupos va en aumento, y ello tiene consecuencias perniciosas para todos.

Dejemos a un lado las emociones por un momento y centrémonos en la realidad observable. ¿Qué es lo que podemos observar a lo largo de la historia?

¿Hay una correlación positiva entre libertad individual y progreso?

Sí, la hay.

¿Hay una correlación positiva entre recompensa al mérito individual y progreso?

Sí, la hay.

¿Hay una correlación positiva entre comunismo, pobreza y muerte?

Sí, la hay.

¿Hay una correlación positiva entre alta desigualdad económica y conflictos sociales violentos?

Sí, la hay.

¿Hay una correlación positiva entre libertad de pensamiento y riqueza de valores humanos?

Sí, la hay.

¿Hay una correlación negativa entre magnitud del estado y eficiencia en la asignación de recursos?

Sí, la hay.

¿Hay evidencias de que suele ser un muy pequeño grupo de personas quien suele crear los grandes beneficios para todos los demás, con su capacidad de innovación, asunción de riesgos, genialidad y esfuerzo?

Sí, las hay.

La historia demuestra que las sociedades que mejor han evolucionado son las que han promocionado activamente los valores de la libertad, la recompensa del mérito individual, el esfuerzo, la investigación, el emprendimiento. Las que han establecido un sistema de incentivos que recompensa los resultados obtenidos. Las que aceptan que haya desigualdad de situaciones, porque las personas tienen diferentes capacidades y no obtienen los mismos resultados si les permites operar libremente.

Sin embargo, la historia también demuestra que, si ciertos límites de desigualdad entre clases se superan, se producen conflictos violentos que pueden – y suelen – destruir lo creado. A veces, estos conflictos son legítimos porque los que triunfan medran con argucias, injusticias y engaños. A veces, los conflictos son simplemente fruto de la envidia. Y es que la historia demuestra, una y otra vez, que la envidia es un elemento consustancial al ser humano, desde los tiempos de Platón hasta hoy.  

Mediante la observación, llegamos a la conclusión de que la historia ha sido, en su mayor parte, monarquías hegemónicas, con breves periodos de interludio de democracias. Y que, incluso en esos periodos democráticos, los gobiernos solían funcionar con ansias de poder y de beneficio propio, en lugar de priorizar el beneficio del pueblo. Las situaciones en las que los gobernantes hicieron bien su trabajo – favorecer la felicidad y la prosperidad del pueblo – son muy poco comunes en la historia. Quizá uno de los pocos sea el periodo de la “Paz Romana”, desde el gobierno de Nerva hasta el gobierno de Marco Aurelio, los denominados “los 5 emperadores buenos” según Maquiavelo (The lessons of history, Will Durant).  En ese periodo, se priorizó la libertad, la competencia y el mérito de una forma benévola, justa y equilibrada. Y el ser humano prosperó en todos los sentidos, porque tenía los incentivos adecuados a su alrededor.

El razonamiento inductivo nos lleva a la conclusión de que la libertad, la justicia y los incentivos al mérito individual son la base del progreso de una sociedad, porque con ellos se obtiene lo mejor de los seres humanos. Y necesitamos extraer lo mejor de los seres humanos para que el desarrollo del potencial individual redunde en el bienestar común y el desarrollo de la especie. En vista de que la historia demuestra que los gobernantes no suelen funcionar más que en beneficio propio salvo en casos excepcionales, el estado debe tener un tamaño y un nivel de intromisión en la sociedad reducidos, limitarse a proporcionar los servicios públicos necesarios, proteger a los desfavorecidos y mantener las desigualdades sociales bajo control, para minimizar las probabilidades de conflictos violentos que desestabilicen el progreso humano. Nada más, y nada menos.

Este es el sistema que la observación empírica de la historia y el razonamiento lógico demuestran que funciona mejor, por mucho que tus emociones personales y tu opinión subjetiva de “lo que es justo” te digan lo contrario.

Conclusión

No tengas miedo de generalizar. Para poder entender el mundo debes intentar generalizar mediante un procedimiento sólido de inducción, especialmente en las áreas de la vida que te importan de verdad por su potencial impacto en ti y los tuyos.

Debes intentar descubrir patrones y tendencias, y debes aprender a leer probabilidades. Esas son las fibras de la realidad, y si no te esfuerzas en verlas, irás como un tronco a la deriva y no entenderás gran cosa de lo que sucede a tu alrededor.

Pero si no quieres hacer el esfuerzo, no te preocupes. Siempre podrás recurrir al “no siempre es así” y al «no se puede generalizar», con expresión de que has dicho algo realmente inteligente y políticamente correcto sobre cómo funcionan las cosas. Seguro que estarás en nutrida compañía.

Pura vida,

Frank.

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