Hoy Frank Spartan cumple 50 años.
Técnicamente soy mucho más joven que eso, porque hice mi aparición en escena hace relativamente poco tiempo. No sabría decir exactamente cuánto. Quizá mi presencia se empezó a manifestar entre 10 y 15 años atrás. Pero mi anfitrión, ese impetuoso y querido amigo al que le susurro cosas al oído de vez en cuando para que no pierda el rumbo, alcanza hoy el medio siglo.
La verdad es que no le ha ido del todo mal al muchacho. Ha tenido su ración de dificultades a lo largo de los años, algunas muy jodidas, y las ha superado con todas las plumas. Observando dónde está, qué hace, por qué lo hace y cómo es, no puedo menos que felicitarle. Frank le ha enseñado algunas cosas que él no acertaba a ver por sí mismo, es cierto. Pero he de reconocer que él lo ha hecho bastante bien. Muchas personas saben – o intuyen – lo que deben hacer para que les vaya bien en la vida, pero pocas lo hacen. Por eso tantas vidas discurren tan por debajo de su potencial.
Hoy podríamos hablar de muchas de esas cosas que añaden valor a una vida. Pero ya que es un día especial, vamos a centrarnos en un aspecto de máximo impacto. Y lo vamos a hacer con la siguiente pregunta:
¿Cuál es el hábito individual que tiene – o tendría – mayor influencia positiva en el conjunto de tu vida?
Esta es una pregunta interesante, porque te obliga a observar todo lo que haces – o lo que podrías hacer que todavía no haces – y reflexionar sobre qué es lo que aporta más valor… en conjunto.
Te puede parecer una pregunta fácil de responder, pero no lo es.
No lo es, porque las cosas que hacemos tienen efectos que no son solamente directos, sino también indirectos. A veces, esos efectos son contrapuestos. Y a veces, se producen en diferentes momentos de tiempo.
Tomarme unas cervezas con unos amigos tiene el efecto directo de la diversión en el momento, pero el indirecto de la resaca y dolor de estómago del día siguiente.
Ver otro capítulo de la serie de Netflix tiene el efecto directo de entretenimiento en el momento, pero el indirecto de estar más cansado al día siguiente por la exposición a la pantalla y por restar horas de sueño.
No decir lo que realmente pienso durante una discusión tiene el efecto directo de no alimentar el conflicto en el momento, pero el indirecto de sentirme frustrado después por haberme callado algo que me gustaría haber dicho.
Etcétera, etcétera.
No, no es tan sencillo.
Muchas de las cosas que hacemos en la vida tienen luces y sombras. Caras y cruces. Lados buenos y lados no tan buenos. Y una gran parte de esas cosas las hacemos por familiaridad, por repetición, por influencias del entorno, sin pararnos a pensar si realmente tienen un impacto positivo en el conjunto de nuestra vida, o cuáles tienen más y cuáles menos.
Pues bien, hoy vamos a poner la lupa ahí mismo.
State-Story-Strategy
El modelo mental de “las tres eses” se basa en tres conceptos: Estado, historia y estrategia. En inglés, state, story and strategy. Un concepto que se hizo popular a través de Tony Robbins, aunque yo lo escuché por primera vez de Tim Ferris.
Recuerdo que cuando era muy joven y salía de fiesta hasta muy tarde, al día siguiente, nada más despertar, iba a correr. El nivel de resaca o cansancio era irrelevante para la decisión de ir a correr. Me echaba agua en la cara, me ponía la ropa de deporte y salía por la puerta sin titubeos, me sintiera como me sintiera. Y algunas de aquellas mañanas fueron duras de pelar. Lo que salía por la puerta tambaleándose era digno de un extra de “The Walking Dead”.
Mis amigos no lo entendían. “No tiene sentido”, “estás loco”, “no sé cómo puedes hacer eso”, etcétera, etcétera. Pero yo lo seguía haciendo, una vez, y otra, y otra. Si me hubieras preguntado por qué en aquel momento, probablemente te habría dicho algo así como “porque sé que luego me voy a sentir mejor”, pero no mucho más. Por aquel entonces era un movimiento instintivo y no demasiado racional. Todavía no había unido todos los puntos. Ahora, muchos años más tarde y con muchos libros a mis espaldas, sé que aquel instinto tuvo un papel determinante en cómo se fue desarrollando mi vida. Un papel demoledor, y del que solamente ahora puedo reconocer su legítimo valor.
Aquello no fue sino una intuición visceral de un joven inexperto sobre las virtudes vitales del modelo mental de estado-historia-estrategia.
Los resultados que obtienes en la vida tienen un componente de azar que es relativamente alto. Más alto de lo que la mayoría de personas que obtienen buenos resultados creen, y más alto de lo que la mayoría de personas que obtienen malos resultados creen también.
Los primeros, porque sobreestiman la influencia de sus habilidades e infravaloran la influencia de su “buena suerte”.
Y los segundos, lo contrario.
Sin embargo, a pesar de que el azar tiene un peso muy importante en los resultados, el elemento predictor más potente de los resultados son los comportamientos.
Si el comportamiento es suficientemente bueno, durante un tiempo suficientemente largo, lo más probable es que el resultado sea bueno. Y viceversa.
Sí, puede que tengas mala suerte – o buena suerte – y no sea así. Pero no es lo más probable.
Ahora bien, como sin duda sabes ya muy bien, el comportamiento bueno no es fácil. Nada fácil. Y mantenerlo en el tiempo tampoco es fácil. Si fuera fácil, todo el mundo lo haría. Y evidentemente no es así.
Muchas veces intentamos hacer algo en el trabajo, o en un entorno social, o durante la práctica de un hobby, o cualquier otra situación, y no nos sale bien del todo. Quizá estamos cansados, o no demasiado motivados. Quizá nos da pereza o nos sentimos bajos de ánimo. Quizá hemos tenido un conflicto con alguien o una mala experiencia hace poco tiempo que seguimos recordando y que distorsiona nuestra concentración. Por la razón que sea, no tenemos el día.
Nuestro estado no es bueno.
Y cuando eso sucede, ¿qué ocurre?
Muy habitualmente, que no obtenemos muy buenos resultados. O que directamente abandonamos la tarea.
El proceso secuencial del proceso de comportamiento es el siguiente: Primero, no nos sentimos bien. El no sentirnos bien afecta directamente a lo que nos decimos a nosotros mismos a través de nuestros pensamientos, y eso afecta directamente a nuestra destreza para elegir y ejecutar la acción correspondiente.
Nuestro estado impacta en la historia que nos contamos y la historia que nos contamos impacta en nuestra estrategia. State-Story-Strategy,
La mayoría de las personas que “no tienen su día” no intentan cambiar nada. O bien abandonan su tarea o la hacen como mejor pueden, generalmente no muy bien.
Algunas otras, sin embargo, sí intentan cambiar las cosas. Pero lo que la mayoría de este grupo suele hacer es incidir sobre la segunda etapa del proceso. Intentan cambiar la historia que se cuentan a ellas mismas. Se dicen frases motivadoras, intentan concentrarse, buscan inspiración. En otras palabras, tratan de encontrar la solución dentro de su cabeza.
Y eso, amigo mío, no suele funcionar.
No suele funcionar porque la solución no está en su cabeza, sino en su cuerpo.
La raíz del problema es su estado, no su historia. Su historia es una manifestación bioquímica de su estado. Por eso, el acto de máximo impacto es cambiar su fisiología. Hacer algo para alterar las sensaciones de su cuerpo y que eso incida directamente en mayores niveles de energía, motivación y concentración.
Pero… ¿el qué?
Veamos.
El ingrediente universal para conseguir alterar el estado
El estado fisiológico afecta a tu mente más de lo que te imaginas. La sensación de cansancio, de pereza, de baja energía, de mal ánimo influencia tu postura, tu voz, tu respiración, tus movimientos. Y todo eso genera múltiples señales bioquímicas que impactan en tu forma de pensar. Impactan en cómo filtras lo que percibes del exterior y en lo que te dices a ti mismo en la cámara de eco de tus pensamientos.
La buena noticia es que hay múltiples formas de cambiar tu estado fisiológico. Algunas son particulares de cada uno y no funcionan para todo el mundo, como pueden ser las duchas frías, escuchar música o meditar. Sin embargo, hay una que es largamente universal, está al alcance de todo el mundo en prácticamente cualquier momento y tiene un nivel apabullante de evidencia empírica a sus espaldas.
El ejercicio físico.
Hacer algún tipo de ejercicio físico es el acto aislado con mayor impacto en mejorar tus niveles de energía, claridad mental, concentración y motivación de forma inmediata. Tu cuerpo se reactiva y todo funciona mejor, como por arte de magia.
Tu estado cambia.
Ya no te sientes como una víctima de lo que te sucede, sino como un ganador.
Pasas de un estado pasivo a un estado proactivo. De espectador a protagonista.
Ese cambio de estado genera un cambio en tu historia. Dejas de contarte a ti mismo una historia desempoderante y pasas a contarte una historia posibilista, empoderante, ambiciosa. Pasas del “no puedo” al “puedo” de forma instantánea y automática, como si un interruptor se activara en tu interior. Las conexiones de tu cerebro se reactivan y adquieres mayor claridad mental. Y desde ahí es mucho más sencillo elegir y ejecutar un comportamiento adecuado, así como mantener ese comportamiento en el tiempo.
En otras palabras, cuando tu estado fisiológico es bueno es mucho más sencillo obtener buenos resultados en todos los campos de tu vida, porque es mucho más probable que elijas bien y ejecutes bien.
Así que, volviendo a nuestra pregunta inicial, ¿cuál es el hábito individual que tiene – o tendría – mayor influencia positiva en el conjunto de tu vida?
En la opinión de Frank Spartan, hacer ejercicio físico a primera hora del día.
Es el hábito que tiene, con muchísima diferencia, mayor impacto positivo en el conjunto de una vida, porque es la raíz de todo. Es la puerta de entrada a un estado que genera una energía y una mentalidad ganadora para el resto del día. Y por tanto, el acto aislado con el máximo apalancamiento sobre la totalidad de tu existencia.
Si haces esto día a día, semana a semana, mes a mes, año a año, tendrás todo a tu favor para que te vaya bien. Eso es lo que me ocurrió a mí, aunque en su momento no me diera cuenta del todo.
Es curioso hasta dónde te puede llevar el hábito de salir a correr después de las noches de fiesta, ¿no crees?
Y ahora, si me disculpas, me siento un poco cansado después de contarte todo este rollo, así que voy a darme un baño en el río.
Sí, ya sé que estamos en enero. ¿Y qué?
Pura vida,
Frank.