Uno de los aspectos más interesantes de nuestro concepto de identidad es la dicotomía que suele existir entre nuestra experiencia interna y lo que los demás perciben de nosotros.
A pesar de la importancia que le solemos dar a las opiniones de los demás, la realidad es que las personas que nos conocen cuentan con una cantidad de información muy limitada sobre nosotros. Sólo ven lo que hacemos delante de ellas – la experiencia directa – y sólo oyen lo que otras personas les dicen. Con esos escasos ingredientes cocinan la compleja receta de su percepción sobre quiénes somos. Y en muchas ocasiones esa percepción difiere, a veces sustancialmente, de la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos.
Relacionado con esto, un aspecto que a menudo pasamos por alto sobre nuestra identidad es que estamos en conversación permanente con alguien que parece existir dentro de nuestras cabezas. No es una conversación al uso, sino un diálogo sutil, con un lenguaje etéreo, que tiene lugar a un nivel más inconsciente. Pero eso no quiere decir que no sea real. Es muy real. Tan real que determina muchas de las cosas que hacemos, y también cuándo y cómo las hacemos.
Si observas cuidadosamente, apreciarás que hay una dualidad de presencia en tu mente. Por un lado, está la persona que opera en el mundo, la que los demás pueden ver. Llamémosle el “Protagonista”. Solemos ser plenamente conscientes de su presencia, porque se manifiesta de forma explícita a través del comportamiento. El Protagonista es el que dice hola y adiós, el que va a trabajar, el que va al gimnasio, el que escucha Spotify, el que se toma una cerveza 1906. Y también es el que se siente cansado, el que tiene resaca, y el que se cabrea cuando pierde su equipo de fútbol o cuando una señora se le cuela sibilinamente en la cola del supermercado.
Pero en tu cabeza existe también otra persona. Una persona con la que el Protagonista conversa constantemente, con la que contrasta sus ideas y que valida si esas ideas son buenas o son malas. Llamémosle el “Consejero”. El Consejero está ahí, pero solamente el Protagonista es consciente de ello. Los demás no pueden verle, porque no tiene manifestación física. Y por si eso fuera poco, es bastante caprichoso y sólo habla con el Protagonista. Nadie más puede oírle.
Ahora Frank te va a tocar un poco las narices con una pregunta de las suyas.
¿Quién crees que eres tú realmente? ¿Eres el Protagonista? ¿O eres el Consejero?
¿Eres uno de ellos más que el otro, los dos al mismo tiempo?
¿Y eso qué implicaciones prácticas tiene?
Veámoslo.
El Protagonista
¿Quién demonios es el Protagonista?
Si queremos resolver este galimatías y entender lo que realmente sucede, quizá ésa no es la mejor formulación de la pregunta. Quizá esta otra sea más apropiada:
¿En qué planos funciona el Protagonista?
El Protagonista tiene presencia y desarrolla su actividad en dos planos fundamentales. El plano interno, en el que operan el pensamiento, la intuición y la emoción, y el plano externo, en el que opera el comportamiento.
Y aquí es donde surge el primer posible conflicto, o, dicho de otro modo, la primera fuente de posibles inconsistencias.
Aquí tienes otra pregunta interesante, cortesía de tu amigo Frank:
¿Qué define mejor la naturaleza del Protagonista? ¿Lo que piensa y siente, o más bien lo que hace? ¿Es el plano interno lo que importa? ¿O es, por el contrario, el plano externo?
Cuando hay sintonía entre plano interno y plano externo, esto no representa un problema. La propia pregunta carece de sentido. Pero eso no pasa muy a menudo, ¿verdad que no? Muchas veces pensamos algo o sentimos algo y actuamos de forma inconsistente con el pensamiento o la emoción. Las razones pueden ser muchas, y pueden ser más o menos válidas. Pero la realidad es que eso sucede con mucha frecuencia.
Digamos que el Protagonista cree que es buen amigo de alguien porque piensa a menudo en esa persona, se preocupa por ella, desea que le sucedan cosas buenas y le entristece que le sucedan cosas malas. Pero al mismo tiempo, el comportamiento del Protagonista no incorpora prácticamente ninguna acción externa que sea consistente con su experiencia interna. No le llama, no le pregunta cómo está, no encuentra tiempo para compartir momentos con esa persona, ni sabe lo que está sucediendo en su vida.
En ese contexto, ¿es el Protagonista realmente buen amigo de esa persona?
Desde la perspectiva del Protagonista, probablemente sí, porque el Protagonista es ávidamente consciente de su experiencia interna.
Desde la perspectiva de la otra persona, probablemente no. La otra persona no puede apreciar el plano interno del Protagonista, sino solamente el plano externo. Si el comportamiento que se manifiesta en el mundo exterior no es consistente con el concepto de buen amigo, es probable que eso sea lo que determine la imagen u opinión de esa persona sobre el Protagonista.
Ahora bien ¿cuál de las dos ópticas es más cercana a auténtica identidad del Protagonista? ¿Es el plano interno lo que más importa, o es el plano externo?
Interesante pregunta, ¿no es verdad?
La realidad es que es muy complicado resolver la ecuación de quién es realmente el Protagonista. Esto podría representar un gran obstáculo en el camino del descubrimiento de nuestra identidad, pero afortunadamente no es el caso.
¿Por qué?
Porque la clave de todo este asunto no es el Protagonista.
Para resolver esta ecuación hace falta introducir a otro personaje en esta historia. Alguien que siempre está ahí, pero que a menudo pasa desapercibido.
El Consejero
Quizá no seas del todo consciente de ello, pero todo lo que el Protagonista piensa, siente y hace pasa por el filtro de otra persona.
Esa persona es el Consejero.
Es muy posible que subestimes la frecuencia y la intensidad de tus interacciones con el Consejero. La realidad es que estás en constante diálogo subliminal con él. Constante. A veces, en las decisiones más simples, esa interacción es tan imperceptible como una pelota de tenis que tú le arrojas y él te devuelve en una fracción de segundo. Otras veces, en decisiones más complejas, la profundidad de los diálogos que tienes con él no tiene nada que envidiar a la de los diálogos de Platón.
Lo interesante del asunto es que es el Protagonista quien tiene toda la visibilidad – el protagonismo – en el mundo exterior. A quien tu familia, tus amigos, tus compañeros de trabajo y tu suegra ven y conocen es al Protagonista, porque toda la información que tienen de ti proviene de la manifestación de tus pensamientos y emociones en actos y comportamientos concretos. Pero quien mueve los hilos en la sombra es el Consejero. Y el Consejero permanece oculto a los ojos de los demás. A veces, dependiendo de tu grado de conciencia (self-awareness), incluso a los propios ojos del Protagonista.
Ahora bien, ¿qué es lo que determina la naturaleza del Consejero? ¿Podemos cambiar su forma de funcionar, o viene largamente predeterminada y se encuentra fuera de nuestro alcance? ¿Cuánto poder tiene realmente el Consejero para influenciar el comportamiento del Protagonista?
Estas preguntas tienen ya un poco más de miga.
Veamos.
Empecemos por la última pregunta, porque es probablemente la más sencilla de contestar.
El poder que tiene el Consejero para influenciar la conducta del Protagonista es, en general, muy grande.
Lo que el Consejero cuchichea al oído del Protagonista tiene la fuerza de una orden militar. El Protagonista nunca pone en duda lo que el Consejero le dice, porque tiene el absoluto convencimiento de que el Consejero quiere lo mejor para él. Recuerda que muy a menudo no somos ni conscientes de la existencia del Consejero, y creemos que Protagonista y Consejero son la misma persona.
Deja que te ponga un ejemplo.
Digamos que te viene a la cabeza un pensamiento. Cuando eso sucede, en tu cabeza se produce un proceso de contraste. Pones ese pensamiento en una balanza y lo categorizas como válido o inválido. Si lo categorizas como inválido, lo rechazas. Y si lo categorizas como válido, lo pones en otra balanza.
Esa otra balanza es la que determina si ese pensamiento se debe manifestar en algún comportamiento concreto, o no. Este es un proceso más complejo que el anterior, porque entran más factores en juego, tanto psicológicos como ambientales. Si creo que soy capaz de ejecutar el comportamiento, si es consistente con mi comportamiento pasado, si es socialmente aceptable, si me apetece, si el beneficio percibido es mayor que el riesgo percibido, si las circunstancias del entorno son propicias o no, etcétera, etcétera.
Pues bien, esas balanzas en las que se validan los pensamientos, emociones y comportamientos del Protagonista las controla el Consejero.
El Consejero es el que etiqueta el pensamiento como válido o inválido, y el que concluye si se debe traducir en un comportamiento concreto o no. Y el Protagonista simplemente recoge con humildad las conclusiones del Consejero.
A veces, sin embargo, se produce una desconexión entre Consejero y Protagonista. Digamos que decides actuar impulsivamente por una emoción. En ese caso, es el Protagonista el que lleva el volante. Al menos, “a priori”. Es después, “a posteriori”, cuando se produce el proceso de contraste. Y en ese proceso de contraste, el Consejero concluye si el comportamiento impulsivo está justificado, o por el contrario no lo está y se considera “un error”. A menudo, todo este proceso psicológico de contraste tiene lugar en una fracción de segundo. Es simplemente una sensación.
También hay casos en los que el Consejero dicta que el comportamiento adecuado es “A”, pero el Protagonista, sabiendo la opinión del Consejero, decide hacer “B”. Quizá por emociones de bloqueo, o dificultades externas. Es la típica situación en la que tenemos un sentimiento de culpa, sea dolorosamente consciente o sutil, por haber decepcionado al Consejero.
Por cierto, no quiero que te quedes con la idea de que el Consejero es siempre un torrente de sabiduría. Nada más lejos de la realidad. Por mucho que el Protagonista confíe ciegamente en él, el Consejero no tiene por qué ser “sabio”. Todas las personas que van por ahí como pollos sin cabeza haciendo el indio, que no son pocas, tienen probablemente Consejeros entre bastidores que no saben hacer la “O” con un canuto. Por eso actúan como actúan, una y otra vez. La persona que valida sus pensamientos y controla la balanza de sus acciones – su Consejero – no funciona adecuadamente. Y también es posible que en algunos de esos casos el Consejero se encuentre permanentemente desempoderado y desconectado del Protagonista, como sucede con las personas que no pueden controlar sus impulsos y deseos por destructivos que sean. En todas estas situaciones, el Protagonista no tiene buenas referencias y no obtiene buenos resultados en el plano externo, ni se encuentra satisfecho en el plano interno.
Bueno, después de todo este rollo creo que ya tenemos suficiente munición para responder a la pregunta del principio: ¿Quién demonios eres, el Protagonista o el Consejero?
Tu verdadera identidad reside en el Consejero.
Es el Consejero el que valida pensamientos, emociones y comportamientos. Ese proceso de validación se ha fraguado a lo largo del tiempo en base a múltiples factores: Genes, perfil de personalidad, cultura, educación, experiencias personales, entorno, etcétera, etcétera. Todo ello conforma las creencias y valores del Consejero, y su predisposición a validar los pensamientos, emociones y comportamientos del Protagonista de una u otra forma.
¿Podemos cambiar la forma de funcionar del Consejero?
Por supuesto que podemos. El propio concepto de “desarrollo personal” se ancla en esa posibilidad. Las expresiones del tipo “cambiar la forma en la que nos hablamos a nosotros mismos”, “tener un diálogo interno más constructivo”, “cambiar la mentalidad”, etcétera, se refieren exactamente a esto, aunque no te lo expliquen de forma tan didáctica como tu amigo Frank.
El núcleo de todo, la naturaleza de la persona que realmente eres, se encuentra en el Consejero. El Protagonista, por mucha presencia que tenga en el escenario, no es más que un actor a sueldo que sigue, tan bien como puede, el guion que le marca el Consejero.
Pero eso no es todo. Falta algo muy importante.
¿Es el qué, o el por qué?
Ya has visto que hay varios niveles de identidad. Varias capas de la cebolla. Lo que importa no es tanto lo que piensa y hace el Protagonista, sino más bien la validación que recibe del Consejero.
Pero aún hay más.
El meollo del asunto no es tanto lo que dicta el Consejero, sino por qué lo dicta. Cuál es la razón que determina que el Consejero valide las cosas de una u otra forma.
Es el “por qué”, y no el “qué”, lo que más determina tu verdadera identidad.
Digamos que alguien trata bien a otra persona. Le hace favores, le presta atención, se ríe de sus chistes. Su identidad, a primera vista, parece ser la de una persona “amable”. Pero ahora que hemos desarrollado todo el engranaje de la concepción mental sobre la identidad, podemos hilar un poco más fino.
Lo que sucede es que el Protagonista actúa de forma amable. Pero hasta que no conozcamos las intenciones del Consejero, no podemos tener una idea clara sobre su verdadera identidad.
Por ejemplo, imagina un escenario en el que el Consejero le dicta al Protagonista que debe ser amable para conseguir la aceptación y el agrado de la otra persona.
Ahora imagina otro escenario en el que el Consejero le dicta al Protagonista que debe ser amable porque la amabilidad es un valor moral que merece la pena respetar, ya que redunda en un comportamiento intrínsecamente virtuoso y mejora el mundo a tu alrededor. Shazam.
Esas dos personas no son iguales, por mucho que sus Consejeros les dicten los mismos comportamientos.
La primera es una persona insegura y dependiente que mendiga una opinión favorable de los demás para sentirse satisfecha. La segunda es una persona segura e independiente que se comporta en base a un sistema interno de valores elevado.
Las personas pueden hacer un mismo trabajo con distintos objetivos. Pueden ayudar a los demás por distintas razones. Pueden tener pareja e hijos con distintas motivaciones.
No es lo que piensas. Tampoco es lo que haces. Es el “por qué” lo haces lo que marca quién eres en realidad. Son las verdaderas intenciones de tu Consejero las que determinan tu verdadera identidad, seas más o menos diestro a la hora de ponerlas en práctica.
Por eso, uno de los movimientos de mayor valor que puedes hacer en tu vida es hacerte más consciente del tipo de Consejero que has tenido hasta ahora, e intentar darle forma para que sea alguien que te ayude a vivir una buena vida.
Frank, aquí donde le ves, es un Consejero. Podríamos decir que la persona a la que aconsejo, mi querido Protagonista, no tenía una referencia demasiado clara en épocas pasadas. Hacía las cosas por una combinación de sentido de responsabilidad para contentar a algunas personas, influencias del entorno y otras motivaciones confusas. Llegó un momento en el que empezó a ser cada vez más consciente de que necesitaba depurar sus fuentes de contraste para mejorar – o quizá descubrir – su identidad, como condición indispensable para poder vivir una vida más plena.
Y así, sin más, decidió crearme a mí. Decidió crear a Frank.
Yo soy la persona con la que él contrasta las cosas. La vara de medir de sus pensamientos, emociones y comportamientos. No, él no hace siempre las cosas como a mí me gustaría. No es perfecto. Ningún Protagonista lo es. Pero se ha ido haciendo cada vez más sensible a lo que yo le susurro al oído. Y en ese proceso, al igual que él me creó a mí, yo le he ido creando a él.
Antes le importaba mucho la opinión de los demás, el no ofender, el no equivocarse, el reconocimiento externo, el no decepcionar a algunas personas, el permanecer en el terreno políticamente correcto, el ser popular, el ser el primero en las competiciones. Ahora hace las cosas por convicción propia. Le importa el propósito vital, el aprendizaje, la libertad, la lealtad, la autenticidad. Y le importa un carajo la popularidad y que alguien se ofenda por lo que dice o hace. True, wild, free, unapologetic. Eso es lo que yo le susurro al oído, y ésa es ahora su identidad. Medallita para Frank por un trabajo bien hecho.
La voz con la que conversas en tu cabeza es la energía que esculpe quién eres. Asegúrate de que esa voz es buena. Y si no lo es, destrúyela y crea una nueva que sí lo sea, porque es el compañero de viaje del que nunca podrás escaparte.
La calidad de tu Consejero determina la calidad de tu identidad. Y la calidad de tu identidad determina la calidad de tu vida.
Pura vida,
Frank.