Lo que más vale

Vivimos en tiempos revueltos, pero eso no es nada nuevo. Siempre lo hemos hecho, ¿no es así?

Podrías probablemente pensar que los seres humanos, como especie, hemos tenido tiempo de sobra para acostumbrarnos a una dinámica vital con ritmo de cambio vertiginoso. Pero la realidad es que, desde una perspectiva histórica y evolutiva, este fenómeno es relativamente reciente.

Llevamos dando vueltas por aquí, en base al consenso científico, en torno a 250.000 años. Si nuestra historia completa se escribiera en un libro y cada página de ese libro cubriera un periodo temporal de 250 años, sería un libro de 1.000 páginas. Y muy aburrido en una gran parte.

La Revolución Agrícola no haría su aparición hasta la página 950. Antes de eso, piedras y palos. Buddha aparecería en la 990, Aristóteles en la 991, el cristianismo en la 993, Gengis Khan en la 997, Juana de Arco en la 998, Shakespeare e Isaac Newton en la 999 y Charles Darwin, Albert Einstein, Mahatma Gandhi y la Revolución Industrial en la 1,000.

Es habitual asumir que la evolución del ser humano se produjo de forma relativamente lineal, con los cambios que acontecieron sucediéndose a un ritmo similar. Pero eso no fue así. Lo cierto es que hasta la página 999 de ese grueso y tedioso libro, el ritmo de cambio fue muy lento. Sólo a partir de la página 999, con la Revolución Científica e Industrial, el mundo pareció experimentar un convulso despertar y empezó a cambiar muchísimo más deprisa.

Hasta la página 999 el mundo tenía menos de 1.000 millones de habitantes. El medio de transporte habitual era a pie, a caballo y en pequeñas embarcaciones. La comunicación era por carta o señales de humo. La producción de objetos era artesanal. La medicina estaba basada en hierbas y conjuros. La producción energética era manual, por impulso animal o a través de corrientes de agua. El almacenamiento de datos se hacía en papel y toda la inteligencia era humana.

De repente, la tendencia se rompió y el mundo se transformó radicalmente. 8.000 millones de habitantes, coches, aviones, ordenadores, vacunas, energía nuclear, procesos de producción automatizados, centrales de datos, Internet. Todo ello hizo su aparición en el transcurso de dos simples páginas. Y es posible que, con el impacto de la Inteligencia Artificial, la magnitud del cambio en nuestras vidas durante la página siguiente de ese libro, la 1.001, no sea mucho menor que la magnitud del cambio que se produjo desde la página 1 hasta la 1.000.  

Así que… no. Nuestro cerebro no está preparado para este ritmo de sucesión de acontecimientos, ni mucho menos. Digamos que estamos improvisando lo mejor que podemos en un escenario que está muy lejos de ser nuestro hábitat natural. El tiovivo existencial de los ahora adultos de mediana edad ha ido girando cada vez más rápido, pero los niños que nacen en esta época se están subiendo a él cuando ya está girando a velocidad supersónica, y su experiencia vital será muy diferente a la nuestra.

En cualquier caso, poco podemos hacer al respecto. Hay demasiados incentivos en el sistema para que el grado de progreso científico, tecnológico y económico se detenga. Sólo nos queda adaptarnos a un ritmo frenético de cambio que no parece que vaya a abandonarnos por el momento.

Pero… ¿de qué forma?

¿Cuál es el elemento que más debemos cuidar para sobrevivir psicológica y emocionalmente en medio de todo este caos? ¿A qué debemos agarrarnos mientras nuestro tiovivo existencial da vueltas como una peonza poseída por el demonio?

En otras palabras, ¿qué es lo que más vale? ¿Qué es lo que debemos intentar conseguir? O quizás… ¿qué debemos evitar perder?

Veámoslo.

“The ultimate currency of life”

Hay una expresión anglosajona que se refiere a las cosas valiosas de la vida con la palabra “moneda” (= “currency”). Viene a decir que, cuando tienes mucha cantidad de esa moneda, eres “rico”, en el auténtico sentido de la palabra. Es una manera de expresar la idea de que en la vida no solamente importa el dinero, sino que hay diferentes métricas de éxito y que algunas son, a la larga, más valiosas que otras. 

Una de las frases que probablemente has oído con más frecuencia es que «el tiempo es lo más valioso que existe». Y no es difícil entender por qué.

En primer lugar, nuestra existencia es finita. No sabemos exactamente cuánto tiempo cronológico nos queda por vivir, pero sí sabemos lo que suelen vivir las personas como promedio. Y ése un límite teórico que tenemos siempre presente, aunque sea a un nivel subliminal.

En segundo lugar, al entrar en la edad adulta, nuestra agenda se sobrecarga de obligaciones y nuestro tiempo disponible para hacer lo que queremos se reduce. Tenemos la sensación de que “vivimos para trabajar”, cuando lo que queremos es “trabajar para vivir”.

Y, en tercer lugar, nuestra sensación de paso del tiempo (el llamado “tiempo psicológico”), cambia a medida que vamos atravesando diferentes etapas de la vida. El tiempo cronológico no pasa más rápido, porque es un fenómeno aritmético. No obstante, en nuestra mente sí parece hacerlo, y esa sensación se va acentuando con los años. Y con ella la sensación derivada de que cada vez nos queda menos arena en la parte superior del reloj.

En este contexto, no es difícil concluir que el tiempo es lo que realmente importa. De ahí vienen las expresiones “siempre podemos conseguir más dinero, pero nunca podemos conseguir más tiempo”. Y desde esa perspectiva de valor por escasez se acuñó la famosa frase de “El tiempo es la moneda más importante” (Time is the ultimate currency).

Todo esto está muy bien, y no será precisamente Frank Spartan el que lo ponga en duda después de haber hackeado su vida de arriba a abajo para disponer de más tiempo libre. Pero es preciso que hilemos un poco más fino, porque esas frases que suenan tan bien no iluminan demasiado el camino en la práctica. No te dicen qué debes hacer para conseguir ese tiempo tan valioso, ni tampoco qué demonios debes hacer con él para ser feliz.

Además, el tiempo no es realmente lo que más importa. Hay otra moneda que es aún más importante que el tiempo. Especialmente en este entorno de cambios rápidos y constantes.

La atención.

En otras palabras, dónde concentras tu energía… y dónde no.

La capacidad y habilidad para centrar tu atención en los lugares adecuados, y desactivarla de los no adecuados, es el factor de mayor peso para experimentar satisfacción vital en un mundo en constante y vertiginoso cambio.

The ultimate currency of life.

Veamos cómo funciona esto en la práctica.

El poder de la atención

Si preguntas por ahí sobre lo que la gente quiere de la vida, es muy probable que obtengas respuestas muy similares. Amor, salud, amistades, un buen trabajo, tiempo libre, dinero… respuestas muy tradicionales y universales. Cosas que todos ansiamos tener, y que por alguna razón a la gran mayoría se nos escapan entre los dedos.  

Y sí, es cierto que el mundo en el que vivimos es difícil. Es difícil encontrar un buen trabajo, es difícil llegar a fin de mes, es difícil prosperar. El entorno, incluso en los países más desarrollados, supone un reto que es, objetivamente, duro de conquistar. Sin embargo, es lo que es. No lo podemos controlar. Sólo podemos controlar cómo nos movemos dentro de él. En concreto, qué decidimos hacer con el tiempo del que disponemos.

Aquí te presento oficialmente la verdad incómoda de este post:

La barrera fundamental que nos impide alcanzar la satisfacción vital no es el tener poco tiempo, sino el malgastarlo.

Sí, lo dijo Séneca. Y ahora te lo dice Frank con una pequeña dosis extra de argumentación.

El problema es la atención. O, más concretamente, nuestra incapacidad para domar la atención. No llegamos a puerto por dos grandes motivos: 1) Porque nuestra atención está dispersa en vez de estar centrada; o 2) porque está centrada en lugares no demasiado conducentes a nuestra satisfacción vital.

Sí, el problema real no son tus circunstancias. Tus circunstancias son las que son. El problema real es que no utilizas tu moneda más valiosa para comprar lo que realmente quieres.

¿No me crees?

Vale, colega. Hilemos un poco más fino.

De acuerdo con las múltiples y variadas escuelas de felicidad en el panorama filosófico-espiritual sobre el que tenemos registros, existen, a grandes rasgos, 4 grandes tipos de riqueza en la vida:

  • Tiempo
  • Relaciones humanas
  • Salud física y mental
  • Salud financiera

Hay un quinto, que es la conexión con la “divinidad”. Pero dado que tiene ciertos tintes religiosos, vamos a dejarlo fuera de este análisis.

Si tienes tiempo libre, buenas relaciones, te encuentras física y mentalmente bien y estás desahogado económicamente, coincidirás conmigo en que es muy probable que te sientas satisfecho. Es posible que no, pero es probable que sí. Y no te culpo, porque estarías disfrutando de esas cosas que todo el mundo dice que querría tener y que los sabios de todas las épocas mencionan cuando hablan de “felicidad”.

Ahora bien, ¿cómo puedes construir esos 4 grandes tipos de riqueza?

Reduciendo la respuesta a su máxima esencia, centrando la atención en ciertos sitios y alejándola de otros.

Es ahí donde está la raíz de todo, porque eso es lo que más determina cómo juegas las cartas que la Providencia te ha repartido.

Las cartas no dependen de ti. Pero cómo juegas con ellas sí. Al decidir prestar atención a “A” en lugar de a “B”, ya estás decidiendo cómo jugar. Y con esa decisión ya estás afectando a las probabilidades de obtener unos resultados en tu vida u otros.

Veamos qué significa esto en cada uno de los 4 grandes tipos de riqueza.

1. Tiempo

El tiempo cronológico “libre de obligaciones” del que dispones depende del tipo de trabajo que tienes, la flexibilidad con la que cuentas para ejecutarlo y de las restricciones que te imponen (o que tú te impones a ti mismo) los demás compromisos que vas añadiendo a tu vida.

En todos estos factores tienes amplio margen de maniobra en lo que se refiere al uso de tu atención. Puedes centrar ésta en las posibles estrategias que te permitirían ejecutar tu trabajo de forma más flexible, y también puedes centrarla en identificar y abandonar aquellos compromisos vitales que no te aportan gran cosa y que representan un sumidero para tu tiempo. Puedes. Lo que ocurre es que muchas personas se toman todo eso como una telaraña inmutable, renuncian a intentar cambiar las cosas y dedican el poco tiempo libre del que disponen a lobotomizarse viendo telebasura, Instagram o Netflix. Atención dispersa, o a lo sumo centrada en los lugares incorrectos.

Tener más tiempo libre es una posibilidad que – prácticamente siempre – se encuentra delante de tus ojos y es accionable de forma inmediata. Sólo tienes que prestar atención, identificar los movimientos de mayor impacto (o “de máximo apalancamiento”) y dejar de hacer algunas de las cosas que consumen parte de tu tiempo sin aportar demasiado valor.

Si suena muy simple, es porque lo es. Presta atención.

También hay un enfoque más radical de creación de tiempo cronológico “libre de obligaciones”. Este enfoque implica librarte de las restricciones económicas que te obligan a trabajar un mínimo de horas al día o en un formato determinado. Este camino no suele tener una manifestación tan inmediata en tu vida (ya que requiere más tiempo y esfuerzo), pero también es posible si centras tu atención en los sitios correctos. Hablaremos de ello más adelante, en el apartado de salud financiera.

2. Relaciones humanas

En lo que se refiere a las relaciones personales, hay muchas maniobras que puedes ejecutar con el uso de tu atención para mejorar las cosas. Puedes centrarte y darte cuenta de cuándo alguien que te importa necesita algo y ayudarle a obtenerlo. Puedes centrarte y darte cuenta de cuándo tiene sentido decir algo cercano o sensible y decirlo. Puedes centrarte y darte cuenta de que conviene construir más momentos de calidad con ciertos amigos y tomar la iniciativa de montar un plan con ellos.

Las posibilidades son ilimitadas, si prestas atención.

Muchas personas no suelen hacer esto, sino que improvisan en sus relaciones personales. Tienen la atención dispersa en muchas otras cosas y no se centran para identificar las acciones de máximo impacto. Simplemente se dejan llevar y actúan de forma reactiva.

No hace falta que Frank te intente convencer de todo esto. Sabes perfectamente que es así, porque seguro que lo has vivido en tus propias carnes más de una vez, o tú mismo te has visto vergonzosamente reflejado en mis palabras. Es nuestra tendencia natural a funcionar en modo “pasivo”, una vez que nuestras vidas se empiezan a llenar de obligaciones.

Y si tu modus operandi con tus relaciones personales es así, ¿qué sentido tiene que esperes buenos resultados en este ámbito? ¿Qué sentido tiene que esperes que las personas con las que te relacionas te aporten mucha satisfacción vital, te entiendan, te busquen, te quieran y estén ahí para ti cuando lo necesites?

No mucho.

No mereces esos resultados en el futuro, porque no estás prestando atención en el presente.

No son las circunstancias, eres tú.

3. Salud física y mental

Todo el mundo dice que es importantísimo cuidar la salud física y mental. Pero… ¿dónde debemos centrar la atención para poder conseguirlo? Eso ya es otra historia.

En la salud física hay tres pilares fundamentales a los que prestar atención: Movilidad, nutrición y recuperación. O, dicho de otro modo, ejercicio, dieta y sueño.

Si observas las pautas de comportamiento habituales, verás que muchos de nosotros vamos con el piloto automático a la hora de recorrer estos caminos. Caemos en patrones por familiaridad, sin prestar demasiada atención a su conveniencia o a sus posibles consecuencias. Y esto, lentamente, hace que renunciemos a un gran potencial de salud física y, eventualmente, a un gran potencial de calidad de vida.

Presta atención. Infórmate sobre los tipos de ejercicio que tienen más impacto duradero en la salud física e incorpora los más adecuados a tu rutina. Sé consciente a la hora de escribir la lista de la compra y cíñete a ella. Adopta algunas prácticas reconocidas para mejorar la calidad del sueño, como la ingesta de alimento previa, la temperatura de la habitación, o dejar el móvil fuera de tu alcance. Todo esto tiene un impacto, y no es pequeño. Pero para generarlo, primero has de prestar atención.

En la salud mental hay también tres pilares fundamentales a los que prestar atención: Propósito, crecimiento y espacio.

El propósito hace que experimentes que lo que haces tiene un sentido, lo cual genera satisfacción existencial. El crecimiento hace que experimentes que estás evolucionando constantemente hacia una mejor versión de ti mismo, lo cual genera autoestima. Y el espacio (o el permitirte estar solo contigo mismo) hace que experimentes una regeneración integral reconectando con tu propia voz, lo cual genera inspiración, claridad mental y calma interior. 

Todo esto no surge del aire. Has de enfocar la energía en descubrir lo que puedes hacer y cómo hacerlo para dotar de sentido a tu vida. En cómo crecer en las áreas que más te interesan. En tomarte un tiempo para desconectar y recargar. Habrá cien mil y una cosas que surjan en tu día a día con la etiqueta de “urgente” y que se interpondrán en tu camino. Pero la decisión de siempre relegar lo que es importante y prestar atención a lo que parece urgente, o hacerlo al revés cuando sea pertinente, es tuya y sólo tuya.

4. Salud financiera

Al igual que los otros tres grandes tipos de riqueza, la salud financiera no surge de forma natural. Si te dejas llevar por tus sesgos naturales de comportamiento y lo que ves a tu alrededor, vivirás con óptica cortoplacista. Te acomodarás en un empleo, no expandirás tus competencias, gastarás prácticamente todo lo que ganas y pondrás tu fe en que el gobierno te sufrague la jubilación. Restringido, vulnerable y con escasa libertad de movimientos. Not a good place to be.

Para salir de ese atolladero o, mejor dicho, para nunca entrar en él, hay varias cosas importantes a las que prestar atención. Y cuanto más pronto mejor, porque el horizonte temporal de aplicación de ciertos hábitos de comportamiento tiene un gran impacto en la salud financiera. No puedes dormirte en los laureles, vamos.

La primera, cómo maximizar qué competencias para aumentar tu capacidad de generación de ingresos a corto y medio plazo.

La segunda, cómo gastar, de forma recurrente, menos de lo que ganas.

La tercera, cómo invertir la diferencia.

Todo esto requiere prestar atención. Tendrás que dedicarle tiempo a pensar cómo incorporar esas tres ideas a tu vida, y a poner en funcionamiento las estrategias que consideres más adecuadas para ello. Semana a semana, mes a mes, año a año. Si le dedicas atención a estos temas, mejorarás tu salud financiera, tu libertad y – salvo que uses ésta rematadamente mal – tu felicidad.

Sí, ya sé. Te distraes.

No es fácil domesticar la atención. Y mucho menos en el mundo en el que vivimos, donde permanecemos en un estado constante de  sobreestimulación a través de todo tipo de llamadas de atención. Pantallas, notificaciones, contenidos cortos y cambiantes, aplicaciones adictivas, etcétera, etcétera.

En este contexto, no debes depender enteramente de tu propia disciplina. Necesitas un entorno propicio que facilite la ejecución del comportamiento objetivo. Y la forma más efectiva de hacerlo es insertar en tu agenda bloques de tiempo con el propósito de centrar tu atención, exclusivamente, en aquellas cosas que sabes que redundarán en tu satisfacción vital. Cosas relacionadas con los 4 grandes tipos de riqueza: Tiempo, relaciones humanas, salud física y mental, salud financiera.

Bloques de tiempo dedicados. Sin distracciones de ningún tipo.

Una vez hayas insertado esos bloques en tu agenda, respétalos como si tu vida dependiera de ello, porque, literalmente, es así. No permitas que nada ni nadie interfiera en tu dedicación a esos asuntos. Pueden ser bloques cortos, y pueden ser incluso relativamente poco frecuentes. Pero cuando los organices, respétalos sin piedad.

Este compromiso contigo mismo define tu identidad. Define quién eres y hacia dónde quieres evolucionar. Una gran persona hacia un gran destino. Y ése es tu mejor salvavidas en el proceloso mar de los continuos cambios frenéticos del mundo.

La atención es la sal de la vida. El ingrediente clave de tu satisfacción vital. The ultimate currency of life.

Si la desperdicias, estarías desperdiciando la vida. Y eso, amigo mío, es algo que no te puedes permitir.

Pura vida,

Frank.

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