Mujeres y hombres… y viceversa

Una de las tendencias más interesantes de los últimos tiempos es el cambio de comportamiento de las mujeres y la evolución de su rol en el orden social. 

La mujer promedio, desde hace ya muchos años, ha venido adoptando un papel cada vez más activo y representativo en nuestra sociedad, alejándose de aquella imagen histórica de ama de casa que perduró durante muchos siglos. Las mujeres han expandido su presencia y su influencia en la mayoría de los campos relevantes a nivel cultural, profesional y político-institucional, una tendencia que se espera que continúe en el tiempo.

Todo arrancó con un cambio progresivo de mentalidad. Las creencias predominantes en las décadas anteriores dejaron de ser consideradas válidas y fueron sustituidas por otras nuevas. Y uno de los grandes catalizadores de este cambio de mentalidad fue el movimiento feminista.

La tesis central del movimiento feminista es muy simple:

El mundo está dominado por los hombres.

Es, efectivamente, un patriarcado.

Existe una discriminación sistémica que impide a la mujer operar en igualdad de condiciones, desarrollar su potencial y satisfacer sus auténticos deseos.

Así que lo que las feministas vamos a hacer es corregir esas desigualdades inherentes en el sistema actual cambiando creencias, cultura, costumbres y ley.

“El feminismo es igualdad”, argumentan. Y si no estás de acuerdo, eres un macaco descerebrado que debería quedarse en su caverna y ser sodomizado todos los lunes por la mañana con un bate de beisbol para que se te ablanden las ideas.

Ésta es la narrativa predominante en el momento actual en todo Occidente. Una narrativa que se ha filtrado no solamente en las cabezas de muchas personas, sino en las líneas estratégicas de los gobiernos y las instituciones públicas.  

Ahora bien, esa desigualdad sistémica…. ¿tiene base real?

Me temo que no demasiada. Frank Spartan no lo cree así, al menos.

Muchos años atrás sí la tuvo, porque existía una desigualdad real entre géneros. “Real” porque era palpable y objetivamente demostrable, ya que había distintos derechos y privilegios para cada colectivo.

Pero ahora, hoy en día, en el mundo occidental, no es el caso.

No hay desigualdad sistémica real. Hay desigualdad psicológica a nivel de creencias, cuyos cimientos están más formados por emociones que por evidencia empírica.

Veamos lo que dicen las estadísticas del sistema que tanto criticamos como “excesivamente patriarcal”:

La mayoría de las personas que comenten suicidio son hombres.

La mayoría de las personas que viven en la calle son hombres.

La mayoría de las personas que sufren ataques con violencia son hombres.

La mayoría de las personas que pierden la vida en el trabajo son hombres.

La mayoría de las personas que mueren en una guerra son hombres.

La mayoría de las personas que van a la cárcel son hombres.

La mayoría de las personas que sufren fracaso escolar son hombres.

Puedo seguir, pero vamos a dejarlo aquí.

Si hay una organización de poder patriarcal que inflige sistemáticamente desigualdad a la sociedad en favor de los hombres, yo no la veo por ninguna parte. Sí, claro que hay otras estadísticas en las que las mujeres salen peor paradas, pero los puntos que acabo de mencionar son temas muy muy serios que afectan mayoritariamente a los hombres. Y es lo que el sistema está produciendo. 

Entonces, ¿de dónde viene esa idea tan generalmente aceptada de que vivimos en un patriarcado?

¿Tenemos acaso distintos derechos ante la ley?

Pues sí, los tenemos. Pero a favor de las mujeres.

A día de hoy, no recuerdo ningún derecho que el hombre tenga y la mujer no. Pero sí hay múltiples ejemplos de derechos y privilegios legales que las mujeres tienen y los hombres no. En la ley. Si no me crees, investiga un poco y puede que te sorprendas.

Pero entonces… ¿de dónde viene la idea del patriarcado?

Fundamentalmente, de una interpretación sesgada del hecho de que la mayoría de las posiciones de poder de la sociedad están copadas por hombres. Hay otras cosas, pero ésta suele ser el argumento fundamental.

Lo que hacemos es tomar este hecho, que es cierto, y le otorgamos la causalidad que nos interesa: “Las posiciones de poder están copadas por hombres porque hay un sistema invisible por el que los hombres ejercen dominación sobre las mujeres y les impiden acceder a esos puestos privilegiados”.

Y ya que estamos, ese sistema invisible que favorece a los hombres aplica también a todo lo demás: Los favoritismos en la familia, los estudios, las oportunidades profesionales, los salarios, las tareas domésticas, el cuidado de los niños, los libros de Historia y que el sol salga por el Este en lugar de por el Oeste.

Los niños demoníacos del patriarcado corren libres por la campiña destrozando todo a su paso.

Sin embargo, por muy convincente que este argumento pueda parecer, no hay forma de probarlo con datos. No hay ningún estudio que demuestre un mínimo nivel de causalidad. Sólo hay correlaciones arbitrarias para intentar justificar las conclusiones de la ideología.

En cualquier caso, la evidencia empírica no importa demasiado. La idea se vende sola y viaja a mil kilómetros por hora a través de la autopista de las emociones, así que ancha es Castilla.

Pero ya que nos estamos metiendo en harina, hagamos un análisis con un pelín de rigor, para ver a dónde llegamos.

Hay jerarquías de poder en las posiciones profesionales que más influencia tienen en nuestra sociedad. Y en la cúspide de esas jerarquías, hay más hombres que mujeres. Así que se podría decir, sin riesgo de equivocarnos, que las jerarquías de poder tienen una estructura altamente patriarcal.

Pero la clave del asunto no es ésa. La clave del asunto es si el motivo de que esas jerarquías de poder se hayan formado de esa manera es la dominación, como el movimiento feminista pretende argumentar, o por el contrario el motivo es otro.

Y sí, el motivo fundamental, a nivel de sistema, es otro. Seguro que existen casos concretos de dominación en algún momento y en algún lugar, pero no es lo que predomina, ni mucho menos, a nivel sistema. La ley es muy clara al respecto. Y la ley, en la inmensa mayoría de los casos, se cumple.

El hilo conductor de las jerarquías de poder en nuestra sociedad no es la dominación. Es la competencia. Y no me refiero a ser “competitivo”, sino a ser “competente”.

En otras palabras, saber hacer las cosas bien.

Si estás en una posición de poder, lo más probable es que estés ahí porque sabes lo que haces. Y si otra persona o personas demuestran que pueden hacer las cosas mucho mejor que tú, los incentivos del sistema (porque el sistema funciona con múltiples niveles de incentivos para corregir anomalías) provocan que lo más probable sea que te sustituyan, tarde o temprano. No, no siempre es así. Pero es lo más probable, porque hay mucho interés, económico y político, en que el sistema funcione bien.

Así que no, no es la dominación la que determina la formación de las jerarquías de poder. Es la competencia. Y esa competencia depende de dos cosas:

Por un lado, talento natural.

Y por otro, trabajo y sacrificio para desarrollar ese talento.

¿Y qué vas a decir, Frank, que los hombres tienen más talento natural que las mujeres? ¿Que son más inteligentes?

En absoluto. De hecho, los estudios demuestran que hombres y mujeres, como colectivo, son muy similares en inteligencia cognitiva. Ésa no es la razón fundamental de la predominancia de hombres en esas posiciones de poder.

La razón fundamental es la libre elección.

Las mujeres han sido históricamente menos propensas a elegir ese tipo de carreras profesionales de alto estatus y poder económico y social. Profesiones como la consultoría, el emprendimiento, la banca, la política, los puestos directivos de multinacionales, etcétera, etcétera. Qué quieres que te diga, colega, han preferido hacer otras cosas. Así que, estadísticamente, es mucho menos probable que una mujer alcance la cima en ese tipo de profesiones que un hombre. Pelearse con la estadística es jodido.

Además, en los casos en los que las mujeres han elegido ese tipo de profesiones, han sido históricamente menos propensas a mantener la ambición y el sacrificio durante suficiente tiempo para llegar a las posiciones de poder en esas profesiones.

¿Por qué?

Una razón de peso por la que se ha producido este fenómeno es que la testosterona y la mayor agresividad del hombre promedio facilita que ese hombre esté dispuesto a darse de leches con los demás para llegar a lo alto (porque muchas personas quieren llegar a esos puestos tan deseados y luchan encarnizadamente por ellos). La mujer promedio es menos agresiva que el hombre promedio, más complaciente (“less disagreeable”) que el hombre promedio y no tan propensa a competir como el hombre promedio. De nuevo, esto no son opiniones, es evidencia empírica: Estudios de los patrones de personalidad de ambos colectivos durante muchos años y con muchos datos.

Y otra razón de peso es que muchas mujeres han preferido tener hijos y subordinar sus ambiciones profesionales a la maternidad. Decisión personal y totalmente legítima. Pero también decisión que ha tenido consecuencias en su retribución económica y sus posibilidades de promoción, con respecto a alguien está al pie del cañón noche y día durante toda su vida profesional.  

Ésa es la razón fundamental. La libre elección. No el fantasma del patriarcado moviendo los hilos entre bastidores.

Si llamas a un fontanero, lo más probable es que sea hombre. Y no es porque los fontaneros se reúnan en bares clandestinos y hayan tejido una sombría conspiración para evitar que las mujeres entren en el sector de la fontanería.

No, es porque la mujer promedio no quiere ser fontanero. Perdón, fontanera. Tan simple como eso.

Existen las jerarquías, pero la razón de que existan no es la que nos vende el movimiento feminista. Hay algo que tiene mucho peso, y es lo que las personas deciden libremente hacer, por los motivos que sean. Y es que, sorpresa, sorpresa, los hombres y las mujeres no son iguales. No quieren las mismas cosas. No les mueve la misma música. No tienen las mismas inclinaciones.

Miles de años de evolución pesan más que cuatro slogans, por mucho que se repitan.

Y no sólo hablo de la elección y desarrollo de sus ocupaciones profesionales. Hombres y mujeres somos diferentes en la mayoría de las cosas.

Tomemos la atracción sexual a la hora de elegir pareja estable, por ejemplo. En su versión tradicional heterosexual, que tan aburrida resulta en los tiempos que corren.

Algunas mujeres creen que tener una carrera profesional ambiciosa y exigente, ganar mucho dinero, tener opiniones fuertes y propensión a discutir (ser “disagreeable” en lugar de “agreeable”, si usamos los términos de los estudios de personalidad en inglés), salir mucho de fiesta y tener muchas experiencias sexuales previas es un tipo de perfil que incrementa su valor sexual para el sexo opuesto. El arquetipo de mujer fuerte, independiente, “boss girl”, que no se deja intimidar por nada ni por nadie.

Pero no, no es cierto. Nada más lejos de la realidad. Lo que el colectivo de hombres (en promedio) percibe de ese tipo de perfil es un menor valor sexual como pareja estable, no uno mayor.

En otras palabras, ése no es el tipo de perfil que más le interesa al hombre promedio para una relación a largo plazo.

Para el hombre promedio, una mujer que no sea tan ambiciosa, que no discuta tanto, que sea más discreta y que tenga menos relaciones previas, tiene más valor sexual, ceteris paribus.

No dispares al mensajero, colega. Frank no ha inventado las reglas. Sólo te digo lo que hay. Puede que no sea como debería ser, ni que sea en absoluto tu caso particular, pero el colectivo de hombres en conjunto se mueve al ritmo de esa tonadilla. Y es que esa tonadilla está grabada a fuego tras miles de años de evolución.

El atractivo sexual es visceral. No se puede controlar con ideologías ni con moralinas.

Por otro lado, algunos hombres creen que ser amables y simpáticos es lo que de verdad importa, y que no es tan necesario ser competente, tener una visión de futuro, confianza, mostrar capacidad de liderazgo, saber solucionar problemas, ganar buen dinero y tener la vida bajo control. Y eso tampoco es cierto. Para la mujer promedio, especialmente en el contexto de una relación seria y con vocación de largo plazo, esos aspectos son fundamentales en la percepción del valor sexual de un hombre. Siempre lo han sido. Y lo siguen siendo ahora.

Para complicar un poco más el asunto, las mujeres son mucho más selectivas que los hombres. Sólo tienes que observar las estadísticas de Tinder. El 80% de las mujeres concentra su atención en el 20% de los hombres e ignoran a los demás. La atención de los hombres hacia las mujeres, por el contrario, se encuentra mucho más dispersa.

El principio de Pareto siempre está presente, ya sabes. Aunque en este caso, sólo parece aplicar a las mujeres. Los comportamientos de los hombres señalan que somos mucho menos exigentes a la hora de evaluar el atractivo sexual, al menos en el plano del “dating online”. Ecosistema que, por otra parte, es bastante fiable, porque nos permite analizar datos reales y objetivamente demostrables.

En resumen, hombres y mujeres somos diferentes en nuestra naturaleza básica. Y pretender que elijamos las mismas cosas y nos veamos igualmente motivados por los mismos objetivos entra en conflicto con esa diferencia. Pero eso al movimiento feminista actual parece importarle un pepino.

Cuando le quitamos la careta a la ideología feminista de nuestros tiempos, lo que vemos es esta frase escrita en letras invisibles en millones de cerebros:

En el pasado nos habéis ninguneado, así que vamos a usar el argumento del patriarcado, que no podéis probar que no existe, para conseguir que la mujer tenga más poder en nuestra sociedad. Ahora os vais a joder un poquito.

Fin.

Lo cual, por cierto, me parece perfectamente legítimo y natural. Somos humanos. Lo que no me parece tan bien es que hagan trampas con el motivo, ni que apliquen tratamientos discriminatorios con respecto al hombre para conseguir su objetivo. Pero supongo que es entendible que muchas mujeres quieran ahora sobrecompensar la balanza a su favor, como una especie de karma cósmico que trae un poco de justicia divina sobre aquellas desigualdades reales del pasado.

Pero eso significa que lo que el feminismo quiere de verdad no es igualdad. Lo que quiere es poder. No veo ningún interés por poner cuotas de género en la albañilería, las plataformas petrolíferas, las minas de silicio o al alistarse para ir a la guerra. Pero sí veo interés en ponerlas en los consejos de administración de las grandes empresas.

¿Casualidad? Evidentemente no.

Igualdad donde interesa. Donde no interesa, no digo nada.

De nuevo, somos humanos. It´s ok. Pero no nos vendáis bicicletas sin sillín, que al sentarse duele.

Por otro lado, en la ideología feminista moderna hay un error de base muy importante que es un torpedo a la línea de flotación del buen funcionamiento del sistema: Lo que buscan es igualdad de resultados. Que haya representación por igual, compensación por igual, recompensas por igual, con independencia del mérito individual.

La igualdad de resultados es altamente indeseable, porque el sistema de libre elección no te lleva ahí. Ya se ha probado en Escandinavia, y no funcionó. Hombres y mujeres eligen cosas diferentes, porque quieren cosas diferentes. Para conseguir igualdad de resultados necesitas recurrir al adoctrinamiento y a las prácticas totalitarias. Y eso es cruzar una línea muy peligrosa, porque coarta la libertad individual y el libre mercado.

La igualdad de resultados no puede ser el objetivo. El objetivo ha de ser la igualdad de oportunidades. Que todos, hombres y mujeres, tengan un camino allanado por igual (o al menos, sin palos en las ruedas por razón de género) hasta llegar a la puerta que quieren abrir. Y a partir de ahí, quién consigue el título o el puesto, cuánto salario cobra o cuándo consigue el ascenso debe ser mérito de cada uno, no algo impuesto por un ente externo con una definición arbitraria de lo que es justo, más allá de la exigencia de no discriminación por ley.

Una sociedad que no jerarquiza por competencias sino en base a un criterio arbitrario de justicia social, no llegará muy lejos. Es importante que haya justicia, pero no a expensas de la libre elección y el mérito individual.

Ahora pasemos a tratar algunos aspectos que me parecen interesantes sobre esta supuesta desigualdad entre hombres y mujeres. Pocos, porque esto se convertiría en un libro.

Violencia de género

Este tema se ha distorsionado profundamente, hasta el punto de que en la práctica penal se ha puesto en entredicho la presunción de inocencia, principio básico del ordenamiento jurídico, además de la aplicación de distintas penas por los mismos delitos dependiendo del sexo de la persona que comete el acto delictivo.

Es más, el mismo término “violencia de género” es una entelequia. Los actos de violencia del hombre contra la mujer no se cometen por el hecho de ser mujer. Se cometen por celos, por conflictos conyugales, por intención de robar, por razones sexuales. Pero el móvil no es el género. Si te dan diez casos de violencia y te describen lo que pasó sin revelar el sexo de los participantes, no hay forma de saber cuáles son los casos de violencia del hombre contra la mujer y cuáles son los casos de violencia de mujer contra hombre, entre gays o entre lesbianas. El término “violencia de género” no tiene base real como tipo de violencia específica y diferenciada que requiera un tratamiento diferente a las demás violencias. Lo único que consigue es crispar los ánimos, radicalizar y poner a los colectivos de hombres y mujeres a la defensiva. Además de despilfarrar dinero público en chiringuitos sin demasiada utilidad.

¿Facilitar las denuncias, su investigación expeditiva y agravar las penas en aquellos casos en los que se demuestre abuso de poder, sea cual sea el sexo de agresor y víctima? Dale caña a toda mecha. Pero presuponer cosas sin base y reflejar discriminación en la ley por motivos ideológicos… pues no.

Brecha salarial

La brecha salarial se ha utilizado durante mucho tiempo por el movimiento feminista como uno de los argumentos principales para justificar la existencia del patriarcado y la discriminación hacia las mujeres. Bueno, hasta que el análisis riguroso ha demostrado que esto no es tan sencillo como adjudicar la causa de la diferencia a la discriminación de género, porque es un problema multifactorial.

En otras palabras, hay muchas cosas que influyen en la brecha salarial. No es tan sencillo como coger a todos los hombres y a todas las mujeres y calcular su salario medio, porque eso ignora factores que tienen mucho peso en el resultado. Incluso si hablamos del mismo tipo de trabajo, cosas como éstas pesan, y mucho:

  • Experiencia profesional previa
  • Horas trabajadas
  • Objetivos conseguidos
  • Habilidades y personalidad (actitud, competencia, don de gentes, carisma, carácter complaciente o combativo, etcétera, etcétera)
  • Elecciones libres (solicitar otra jornada laboral por razones personales, no querer hacer ciertos tipos de tarea, cambiar de empleador para conseguir aumentos de sueldo, etcétera, etcétera)

Hay ya una gran cantidad de análisis que desmitifica la existencia de la brecha salarial por razones de género y que reduce la diferencia no explicable a un porcentaje muy pequeño, en torno al 6-7%. Ya sé que probablemente no te apetezca leer varios papers científicos al respecto, pero si quieres saber un poco más del tema seguro que puedes ver 5 minutos de vídeo.

En resumen, las razones de la brecha salarial son muchas. No obstante, la ideología radical las reduce a una. Una que es imposible de demostrar, pero que encaja perfectamente con los objetivos perseguidos.

Promiscuidad/relaciones sexuales

Ésta es interesante: ¿Por qué cuando un hombre tiene relaciones sexuales con muchas mujeres se le considera un crack, mientras que a una mujer que hace lo mismo con muchos hombres se le pone la etiqueta de “pelandrusca”? ¿No es eso injusto y discriminatorio?

Sí. Eso no está bien.

Sin embargo, hay una razón de peso para que el juicio social de esa misma conducta sea asimétrico para la mujer y para el hombre. Una razón con dos cabezas:

En primer lugar, la mujer tiene mucho más riesgo y mucho más que perder a la hora de tener relaciones sexuales por razones obvias. Y por tanto, no es tan extraño que algunas cejas se levanten, aun involuntariamente, ante una mujer que asume un elevado nivel de riesgo con una larga lista de aventuras esporádicas.

En segundo lugar, si la mujer promedio quiere tener relaciones sexuales con hombres, lo puede hacer sin demasiados problemas. Para el hombre promedio no es tan sencillo. Los hombres han de demostrar valor sexual con su aspecto, su personalidad y su posición social, porque las mujeres son cada vez más selectivas en la elección de sus parejas. Los hombres, por el contrario, tienen el listón más bajo. Para un hombre conquistar es más difícil. Para una mujer es más fácil. Y eso hace que el mérito social asignado a cada colectivo sea diferente.

Es cierto que en la cultura de años atrás – incluso la actual en cierto modo – se hacía de menos a la mujer que tenía muchas relaciones sexuales. Eso no debería ser así, porque nadie está en posición de juzgar a nadie, y mucho menos de forma peyorativa y sin tener ni puñetera idea de las circunstancias. Pero las razones que hemos comentado influyen muy mucho en que el juicio social, para la misma conducta, sea asimétrico entre hombre y mujer.

Discriminación profesional por maternidad

Ésta es muy relevante: ¿Acaso no hay factores invisibles que hacen que las empresas prioricen contratar y promocionar a hombres, por miedo a que la mujer quiera tener hijos y esté menos disponible o menos comprometida con su trabajo? ¿Es eso justo?

En esto, de nuevo, no hay ninguna prueba al respecto a nivel del sistema. Pero en vista de los incentivos que mueven las decisiones de las empresas en estos temas, me atrevería a apostar a que algo de esto hay, y que no es poco habitual. El empresario busca maximizar la rentabilidad y el valor aportado por los trabajadores. Y es natural que vea la maternidad como un potencial impedimento a que esa mujer maximice todo lo que puede aportar a su empresa.

Eso, a nivel empresarial, tiene su lógica. Solemos priorizar nuestro propio beneficio. Pero a nivel sistema no es deseable, porque deberíamos construir un mundo en el que las mujeres tengan igualdad de oportunidades laborales y sean capaces de compaginar su carrera profesional con su papel de madres a lo largo de toda su vida. Tanto por razones de realización vital de las personas como por razones de bienestar social y desarrollo de la civilización a través de niveles de natalidad sostenibles.

En un caso como éste, no podemos dejar las riendas al libre mercado y desentendernos, porque eso probablemente llevaría a una discriminación. Una discriminación no por razón de género en sí, sino por razón de quién espera el empresario que aporte mayor valor a su empresa. El problema es que esto no es una cuestión de competencia o actitud, sino de condición humana. Y coarta un anhelo vital fundamental, que debe ser protegido de forma prioritaria.   

En este ámbito Frank Spartan sí que es partidario de que, si las empresas no lo hacen de motu proprio, haya una intervención externa que asegure que la maternidad, presente o futura, no provoca ningún efecto adverso en las posibilidades profesionales de la mujer. Habría un trato diferente con respecto a otro tipo de decisiones personales diferentes a la maternidad que también son anhelos vitales, sí, y las soluciones no serán perfectas. Pero desde un punto de vista de primeros principios, es deseable para el adecuado progreso de la sociedad.  

Conclusiones

Bueno, hemos tocado muchos ángulos diferentes en esta nueva era de mayor representación y protagonismo de la mujer. Una pregunta interesante para concluir el artículo podría ser ésta: ¿Es una buena tendencia? ¿Nos hará mejores como sociedad? ¿Seremos más felices?

Difícil de saber.

Por una parte, es bueno que las mujeres desarrollen su potencial todo lo que quieran y tengan más representación en aquellos lugares donde se toman decisiones relevantes. Y para eso deben tener igualdad de oportunidades. Cosa que, en mi opinión, el sistema actual ya proporciona en la inmensa mayoría de los casos. ¿Hay más trabajo que hacer para mejorar las cosas? Seguro que sí. Pero no tengo la sensación de que los casos de desigualdad de oportunidades por razón de género sean mayoría. Son minoría, y con el grado de apoyo institucional actual, no me cabe ninguna duda de que serán cada vez menos.

Por otra parte, no debemos caer en priorizar la igualdad de resultados en base a criterios arbitrarios de justicia. Las cuotas de género, como mecanismo de ajuste, no deberían utilizarse de forma impositiva, sino orientativa. Y siempre preservando la integridad del principio de competencia para que la sociedad funcione y prospere adecuadamente. Toda esa corriente actual de virtuosismo moral de las empresas que comunican a los cuatro vientos sus objetivos de porcentaje de mujeres en el personal y en la alta dirección no son la solución. Lo hacen porque están en el punto de mira de los activistas, pero no porque sea lo más adecuado. Lo adecuado es garantizar igualdad de oportunidades y elegir a las personas más cualificadas para el puesto y la empresa, con una visión abierta de qué significa eso exactamente, y con las intervenciones externas adecuadas para garantizar que el libre mercado no corrompa anhelos vitales fundamentales para el desarrollo de la sociedad, como la decisión de tener o no tener hijos.  

¿Seremos más felices gracias a estas tendencias?

Quizás. Quizás no. Es difícil no apreciar que la corriente feminista actual genera desconfianza y conflicto entre mujeres y hombres, y alimenta una actitud generalizada de “no necesito a nadie para ser feliz” en la mujer. Y quizá la interiorización de esas creencias tenga un impacto indirecto negativo en la estabilidad de las familias, los divorcios, las relaciones a largo plazo y la tasa de natalidad. Quizá más y más personas vivan su vida sin hijos y sin un compañero o compañera de viaje en las últimas etapas de su vida, cuando más vulnerables somos a la soledad y más necesitamos darle a nuestra vida un sentido espiritual.

Y no sé cómo sobrellevaremos eso. No lo sé.

Quizá sea una liberación. Quizá conectemos más con nosotros mismos y vivamos vidas más plenas.

Quizá.

Pero lo dudo.

Como cantaban Los Rodríguez, el tiempo lo dirá.

Pura vida,

Frank.

P.d. – si te interesa este tema y quieres profundizar en él, echa un viztazo a este debate y éste (en inglés).  

 

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1 comentario en “Mujeres y hombres… y viceversa”

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