¿A qué puedes agarrarte?

Ésta es una pregunta que en los últimos meses ha aparecido en mi cabeza más de una vez.

What can you hold on to, como se dice en inglés, es una forma coloquial de expresar una cuestión existencial profunda. Una ecuación filosófica que todos nosotros nos afanamos en resolver a medida que nuestra vida va transcurriendo por diferentes etapas, seamos conscientes de ello o no, y que responde a una resistencia interior a una idea que es… digamos un poco jodida de asimilar:

“La realidad es que la vida es un juego en solitario. Naces solo. Vas a morir solo. Todas tus interpretaciones son solamente tuyas. Todos tus recuerdos son solamente tuyos. En 3 generaciones, a nadie le importarás. Antes de que nacieras, a nadie le importabas. Todo es en solitario.”

–  Naval Ravikant

Esta idea de que la soledad sea algo intrínseco a la naturaleza de nuestra vida es objeto de una gran resistencia psicológica. No queremos vernos a nosotros mismos como una entidad aislada, sino como parte de un conjunto más amplio de personas que nos acompañan en nuestro viaje. Nuestro deseo de pertenencia se encuentra firmemente arraigado en nuestro cerebro, y como tal tendemos a buscar la aceptación social como mecanismo para sentirnos seguros. La soledad nos asusta. Y los seres humanos usamos todo tipo de estratagemas para evitar enfrentarnos a lo que nos asusta. 

Ahora bien, ¿es esto realmente así? ¿De verdad estamos tan solos? Quizá nos sentimos un poco solos de vez en cuando, pero no parece que sea para tanto. ¿O sí?

Veamos.

En las primeras fases de nuestra vida no es extraño estar, casi permanentemente, en compañía de alguien. Nuestros padres, otros familiares, amigos de la infancia, parejas, compañeros de actividades, compañeros de trabajo, etcétera, etcétera. La compañía de otras personas no suele ser, precisamente, un bien escaso.  Es posible que no estemos en perfecta armonía con todos los que nos rodean durante todo el tiempo, pero solemos sentirnos más o menos acompañados. Cuando queremos socializar, solemos encontrar a alguien para hacerlo. Cuando nos pasa algo desagradable, solemos tener a alguien para contárselo. Cuando necesitamos algo, solemos recibir el ofrecimiento de ayuda de alguien. Y nosotros solemos hacer lo mismo con otras personas.

Sin embargo, a medida que las diversas etapas de la vida se van sucediendo, empezamos a constatar algunas cosas.

En primer lugar, nuestras obligaciones se van expandiendo y nuestro tiempo libre va menguando. Las personas de nuestro círculo experimentan un fenómeno similar. La frecuencia de contacto va disminuyendo, y con ella nuestra sensación de compañía.

En segundo lugar, el nuevo nivel de contacto no se distribuye de forma uniforme, sino que se concentra en unas pocas personas y se diluye significativamente en todas las demás, principalmente por razones de conveniencia (proximidad geográfica, actividades comunes, lazos familiares).

En tercer lugar, van aconteciendo situaciones “extraordinarias”, que difieren de las dinámicas habituales en las que se suelen desarrollar nuestras relaciones con los demás. Quizá una enfermedad grave, o la muerte de alguien muy querido, o una crisis profesional, o un divorcio, o un problema familiar. Situaciones en las que nuestras ansias de apoyo y compañía se disparan, porque nos vemos particularmente necesitados emocionalmente en ese momento, y en las que al mismo tiempo el esfuerzo que deben realizar los demás para acompañarnos suele aumentar con respecto al habitual, por lo extraordinario de las circunstancias.

La combinación de todos estos acontecimientos va dejando pequeñas muescas en nuestra armadura de creencias. Una gran parte de las viejas compañías ya no está ahí. La mayoría de las nuevas no suelen desviarse demasiado del camino de lo que egoístamente más les conviene. La inmensa mayoría de las personas con las que nos relacionamos no responden en situaciones difíciles como nos hubiera gustado. Parejas de conocidos que se declararon amor eterno se separan y se tratan ahora con indiferencia, incluso con rencor. Y prácticamente todos son más “suyos” y van acumulando más manías a medida que pasa el tiempo, que provocan que la relación con ellos sea cada vez menos fluida y que cada uno prefiera volver, después de una dosis reducida de interacción con los demás, a la impermeable cueva de su intimidad.

Poco a poco, empiezas a percibir una voz que te susurra al oído que no estás tan acompañado como antaño creías. Has comprobado que, en diferentes circunstancias y momentos de tiempo, esa sensación de compañía se deteriora significativamente. Y si esa compañía sólo se produce en determinadas circunstancias y no en otras, ¿es realmente un principio existencial con suficiente solidez? ¿Podemos, realmente, agarrarnos a eso? ¿O es algo que sólo flota en ciertas aguas y condiciones meteorológicas?

La cruda realidad de la vida es que estamos solos. La compañía de la que disfrutamos es efímera, y solamente subsiste dentro en un rango de circunstancias concretas que no suelen perdurar en el tiempo. Si salimos de ese rango, voluntaria o forzadamente, y aterrizamos en unas circunstancias extraordinarias, quizá esa rama a la que queremos desesperadamente agarrarnos no flote. Quizá nos hundamos. Y si no nos hundimos inmediatamente, quizá nos hundamos algún tiempo después.

Estamos solos. Solos al principio, solos durante, y solos al final. Nuestro convencimiento de que contamos con una compañía sólida en cualquier momento y circunstancia del camino es un autoengaño para evitar enfrentarnos a la sensación de angustia existencial que el aceptar esa realidad provoca.

“Me di cuenta de que la amistad y la camaradería nunca prosperan en condiciones extremadamente difíciles. La amistad puede sobrevivir en condiciones difíciles, pero no en condiciones intolerables.”

–  Varlam Shalamov

Sin embargo, por muy evidente que esto sea, aceptarlo parece un suicidio. ¿Cómo podríamos sobrevivir emocionalmente a la idea de que estamos realmente solos, aunque haya gente a nuestro alrededor? ¿De verdad no hay nada a lo que nos podamos agarrar sin miedo a caer? ¿Nadie es acaso fiable de verdad? ¿Nada ni nadie es infalible, merecedor de confianza ciega?

What can we really hold on to?

Hay una cosa a la que te puedes agarrar. No es la respuesta que buscas, pero conociendo a Frank, seguro que la ves venir.

La fuente de tu tranquilidad existencial no tiene nada que ver con los demás.

Nada. Cero.

A todos nos gusta tener la atención y cariño de los demás. Nos gusta porque es una métrica que parece objetiva e incuestionable. Un indicador extrínseco que avala que somos merecedores de la simpatía de los otros.

Pero lo que ocurre, amigo mío, es que es demasiado inestable. Como hemos visto, cambia a lo largo de las diferentes épocas y depende del grado de dificultad de las circunstancias. Y como tal, no puede ser el epicentro de tu fortaleza. El principio de “no estoy solo” no es una buena base para construir todo lo demás. No es el ancla existencial a la que te puedes agarrar, porque está sujeta al fondo de un mar impredecible y resbaladizo.

No, la fuente principal de tu fortaleza no deben ser los demás.

La fuente principal de tu fortaleza es tu compromiso contigo mismo para ser excepcional.

Cada día está repleto de oportunidades. Dentro de cada día, cada cinco minutos, surge la posibilidad de actuar de forma excepcional o de actuar de forma mediocre. En todo lo que haces, y en cómo lo haces.  Qué haces antes de qué, a quién ayudas, qué tono de voz usas, qué haces para cuidarte a ti mismo, qué pensamientos eliges alimentar, por qué cosas decides ofenderte, cuánto honor a la verdad haces y cuánto disimulas, qué responsabilidades aceptas, qué actos de pequeña grandeza dejas pasar y qué actos decides ejecutar, qué cosas te atreves a hacer a pesar de la vergüenza y el miedo y qué cosas no.

Todo eso está ahí, delante de ti, cada día. Y la suma de todas esas decisiones determina si eres excepcional o eres mediocre. Determina si estás viviendo una vida de la que vas a sentirte orgulloso o estás viviendo una vida que vas a saber, a ciencia cierta, que ha sido irrelevante.

Estas decisiones, todas y cada una de ellas, están bajo tu control. El resultado de dichas decisiones no, pero no es el resultado lo que importa. Lo que importa es la decisión en sí. El acto de elegir libremente hacer A o hacer B. Es ese acto, y no su resultado, lo que define tu naturaleza como excepcional o no.

Y a eso, amigo mío, sí que puedes agarrarte sin miedo a que falle. Porque si haces lo que debes hacer, serás excepcional con independencia del resultado. Sentirás que eres excepcional, en lo más profundo de tu ser. Nadie tendrá que decírtelo. No necesitarás la simpatía, atención o muestras de cariño de nadie para saberlo.

Muchos de nosotros tendemos a pensar que las métricas extrínsecas (los resultados) son un reflejo directo de la realidad intrínseca (nuestra naturaleza y nuestras decisiones). Y es cierto que existe una correlación positiva entre ellos: Cuanto mejor haga las cosas, más probable es que obtenga resultados satisfactorios. Pero esa correlación es más débil de lo que queremos creer. Y es que la suerte, o mejor dicho, el azar, tiene un peso enorme en los resultados.

Puedes decirme que la familia está siempre ahí, y es algo a lo que te puedes agarrar sin miedo a caerte. Y Frank te dice que… depende. Depende de qué tipo de personas conformen tu familia. Eso es fruto del azar. No lo eliges. Y no todas las personas cumplen su cometido, ni hacen honor a sus responsabilidades. Conozco a más de una persona verdaderamente excepcional que no puede contar con su familia más cercana. Si tú puedes hacerlo, considérate afortunado. Eso es que esas personas han decidido libremente ser excepcionales con respecto a ti. Pero eso es largamente fruto del azar, del tipo de familia en el que aleatoriamente has aterrizado, y no de tu mérito personal.

También puedes decirme que te puedes agarrar sin miedo a caerte a algunos de tus amigos. Es posible que tengas razón, pero probablemente te equivoques. Y si tienes razón, es posible que te equivoques en quiénes son esas personas en las que puedes confiar ciegamente. ¿Crees que conoces a tus amigos? Hasta que no pases por una situación realmente jodida y puedas ver qué hacen con respecto a ti, no tienes ni idea. No sabes cuánta incomodidad están dispuestos a tolerar, cuántas cosas están dispuestos a hacer, cuántas cosas están dispuestos a decir, y durante cuánto tiempo están dispuestos a hacerlo. Las circunstancias calmadas, controladas y predecibles en las que se forjó vuestra amistad no son indicador fiable de cómo se comportarán en tiempos convulsos. No conoces las dimensiones de su personalidad que realmente importan para poder juzgar con acierto si puedes agarrarte a ellos sin miedo a caerte.

Esto, amigo mío, tiene dos implicaciones: Te equivocarás para mal con personas muy cercanas (te decepcionarán), y te equivocarás para bien con personas que no son muy cercanas (te sorprenderán positivamente). Y es que las personas son impredecibles, porque no las conocemos bien. Para bien, y para mal.

¿Cuál es la conclusión de todo esto?

Probablemente ésta: No debes depender de nadie más que de ti mismo.

Estás solo, por muy rodeado de gente que te encuentres. Y cuanto antes lo sepas, menos tiempo y energía perderás buscando ahí fuera lo que no puedes encontrar.

“I want to live

I want to give

I’ve been a miner for a heart of gold

It’s these expressions

I never give

that keep me searching for a heart of gold

and I’m getting old.”

–  Neil Young

Tu atención no debe estar ahí fuera, en la búsqueda de la validación de los demás, sino que debe concentrarse en que tus pensamientos y tus actos sean excepcionales. Simplemente, porque es lo único que está bajo tu control. Porque es tu responsabilidad. Y siempre podrás agarrarte a haber cumplido con tu responsabilidad, a haber aprovechado bien el tiempo, a haber elegido intentar ser, paso a paso, la mejor versión de ti mismo.

Si haces de esto un hábito, es muy probable que la suerte te acompañe. Es muy probable que las personas a tu alrededor respondan con un trato especial hacia ti. Es muy probable que, cuando llegue el momento, cuentes con el apoyo incondicional de algunos de ellos, incluso en circunstancias realmente jodidas. Pero eso, amigo mío, es una consecuencia indirecta de tu objetivo principal, no tu objetivo principal. Recuerda, no te puedes agarrar a lo que hay ahí fuera. Si obtienes lo que quieres, agradécelo y disfrútalo mientras dure, porque no durará siempre. Nunca dura siempre.

Sí, estás solo. Tú, yo, y todos los demás. Y eso no es malo. Ni bueno. Es lo que es. Estar solo es algo independiente de tu capacidad para vivir una vida extraordinaria, y de tu capacidad de recibir apoyo y cariño de los demás. Es simplemente algo consustancial al ser humano, inextricable de la vida, y no puedes hacer nada al respecto. Sólo creerlo o engañarte a ti mismo. Y elijas creerlo o no, ésa seguirá siendo la realidad.

Lo que sí puedes hacer, sin embargo, es elegir si eres excepcional o no. Acto a acto, día a día. Ese es tu bastión inexpugnable, tu manta protectora, tu báculo indestructible. En él puedes descansar en paz y a él te puedes agarrar sin miedo a caerte. Todo lo demás, lo que se manifiesta en el mundo exterior, los insondables designios del azar y lo que recibes de las personas a tu alrededor, deriva de ese núcleo interno, de ese momento de tiempo en el que tomas la decisión de ser excepcional o ser mediocre. Y es ahí, en ese momento de tiempo, a lo largo de muchos momentos de tiempo, donde debe estar concentrada tu atención.    

Céntrate en ti mismo. Tus pensamientos y tus decisiones. Hacer de ellos un arte, día a día, es lo único a lo que puedes agarrarte. Nada más, y nada menos. Y después, deja al Universo hacer su trabajo. Te irá, no me cabe ninguna duda, muy bien.

Pura vida,

Frank.

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