El espartano que cambió mi vida

Me gustaría presentarte a alguien. Su nombre es Stelios.

Ya sé que no es un nombre que oirás habitualmente, pero es que el individuo en cuestión tiene unos cuantos miles de años.

Podría describirle de muchas formas, pero creo que la más simple es ésta: Stelios me ayudó a nacer. Él fue quien transformó a un joven sin rumbo en Frank Spartan.

Una pequeña advertencia: Su forma de hablar es un poco…digamos peculiar. Como una figura de la sección de Grecia clásica de un museo de cera que de repente cobra vida. Pero no se lo tengas en cuenta, porque tiene bastante mala leche y no se lo tomaría muy bien

Te dejo con él.

Pura vida,

Frank.


Presentaciones

Hola camarada. Mi nombre es Stelios. 

Puede que hayas oído hablar de una civilización antigua llamada Esparta. Los espartanos eran aquellos tíos duros con escudos y lanzas enormes, que no le tenían miedo a nada y no dudaban en partirse los morros con los que osaban venir a sus tierras con aires de grandeza a decirles lo que tenían que hacer, aunque les multiplicaran en número.

¿Te suena ahora?

Pues bien, digamos que yo soy el espíritu de uno de ellos. Por alguna razón que desconozco, fui elegido para transcender la muerte y continuar paseándome por el mundo con un objetivo: Ayudar a las personas a derribar las barreras que les impiden desarrollar su potencial y vivir una vida plena. Y una vez lo consigan, para que ellos mismos lo hagan con otros.

Llevo mucho tiempo por aquí y he conocido a muchas personas. Todas ellas con diferentes personalidades y circunstancias, pero una gran mayoría con ciertos patrones mentales y emocionales comunes. Esos patrones son una abrumadora sensación de falta de dirección; de impotencia; de desconexión; de que las cosas no tienen sentido; de que cada día es como luchar contra una interminable tormenta; de que se mueven en base a un guion que alguien más ha escrito y que no acaban de entender del todo.

Para que entiendas mejor de lo que hablo, te contaré una historia.

El encuentro

Algunos años atrás conocí a un joven interesante. Este joven había seguido una trayectoria que, en base a los valores de la mayoría de las sociedades económicamente desarrolladas de este mundo, se podría considerar como muy acertada. 

El joven en cuestión tenía alrededor de 30 años y un buen trabajo. No tenía dificultades económicas, estaba razonablemente sano, tenía pareja, familia y amigos que le querían. Sin embargo, había algo que no funcionaba bien. No estaba seguro de qué, pero sentía una especie de vacío que se iba haciendo cada vez más grande.

Después de algún tiempo, el joven se dio cuenta de que esa sensación estaba pegada a su exitoso culo como un mal hábito. Buscó soluciones en varios lugares, pero no las encontró. Tenía ya 36 años y, a pesar de todos sus logros y de tener su vida encarrilada a ojos de los demás, se seguía sintiendo vacío.

Tengo que decir que el caso de este joven no me parecía especial en absoluto. La mayoría de seres humanos que conozco se encuentran, dentro de sus circunstancias particulares, en un estadio similar de satisfacción. Disfrutan de comodidades y logros de múltiples tipos, pero sienten que no tienen dirección y que la vida que llevan no tiene demasiado sentido. En la mayoría de estos casos, paso de largo sin detenerme porque no hay nada interesante que ver.

Sin embargo, con este joven me detuve. Por una sencilla razón: Él quería mejorar su vida. Simplemente no sabía cómo.

Cuando tuvo su primer hijo, a los 36 años, intuí que estaba listo para escuchar. Y en ese momento empecé a hablar con él.

Lo primero que hice fue transformar lentamente su forma de pensar y su visión del mundo. para eso tuve que darle más de un puñetazo en el estómago. Él encajó los golpes. Su deseo de mejorar era poderoso. Y, poco a poco, empezó a apreciar ciertas imperfecciones en la forma en la que vivía su vida:

  • Su trabajo no le daba ya la satisfacción emocional que buscaba  
  • Consumía en exceso
  • Sufría dolor muscular y cansancio crónico
  • Sentía ansiedad permanente
  • La calidad de sus relaciones con pareja, familia y amigos se estaba deteriorando
  • Ahora que había tenido su primer hijo, se había empezado plantear cuál sería su legado; pero no encontraba respuesta convincente
  • Y lo más incómodo de todo, vivía con miedo

Así era el joven de 36 años con el que empecé a hablar. El auténtico, no la imagen de sí mismo que proyectaba en su vida profesional, familiar y social.

Estas imperfecciones asomaban la cabeza por todos lados y había mucho trabajo que hacer, pero aquel reto era música para mis oídos espartanos: ¿Un objetivo imposible y alguien dispuesto a conseguirlo? ¿Qué más se puede pedir?

Y así, decidí quedarme con aquel joven varios años, ayudándole a desarrollar su alter-ego espartano. Un alter-ego que aparecería en los momentos difíciles para mostrarle el camino correcto y que le tiraría de las orejas hasta que se convirtiera en la mejor versión de sí mismo.

Ese alter-ego es Frank Spartan, el autor de Cuestión de Libertad. Es cierto que hice morder el polvo a Frank más de una vez, para que dejara atrás las muchas tonterías que estaba haciendo cuando le conocí, pero ahora somos buenos amigos. 

Frank Spartan: ¿Me permites un comentario, espartano de pacotilla?

Stelios: Sé breve, tengo algo importante que decir.

Frank Spartan: Stelios, fuiste y sigues siendo un cabronazo sin escrúpulos, pero me alegro de que me patearas el culo cuando me lo merecía.

Stelios: Siempre fuiste un poco blando, Frank.

Frank Spartan: Serás capullo… Anda, sigue antes de que me arrepienta.

¿Dónde estás ahora?

Es posible que te halles dentro de uno de los dos grandes grupos de personas que me he encontrado mientras recorría el mundo:

  1. Eres joven y estás confundido. Percibes que las creencias y pautas de actuación de antaño se siguen intentando imponer sobre ti, aunque no les encuentras demasiado sentido. Quieres hacer las cosas de otra forma, pero te sientes intimidado por la magnitud del problema y no tienes referencias claras.
  2. Tienes ya cierta experiencia y entiendes muy bien la sensación de vacío del joven de nuestra historia. Es incluso posible que la compartas de algún modo. Aunque, al igual que él, tampoco sepas exactamente por qué esa sensación de vacío está ahí.

Si te encuentras en el primer grupo, enhorabuena. Has llegado a Cuestión de Libertad en un gran momento. Un momento en el que puedes empezar a apreciar por qué debes cuestionar la validez de algunas de las reglas que la sociedad en la que vives te intenta imponer. Puedes empezar a observar los caminos convencionales con cautela y, en algunos casos, reticencia. Y, quizá, puedes también empezar a crear y aplicar reglas nuevas, más afines con quién eres. Con lo que te parece importante y lo que no.

Si te encuentras en el segundo grupo, probablemente estarás rodeado de barreras que tú mismo has construido y tienes mucho trabajo de demolición que hacer para salir de ahí. Pero no te preocupes, porque Frank te proporcionará un buen martillo pilón para que no dejes títere con cabeza.

A día de hoy, Frank es una persona completamente distinta de aquel joven sin rumbo que encontré. Tiene otras prioridades; disfruta de las cosas sencillas; ha aprendido a abrazar el cambio y a la vez a apreciar la belleza del momento presente; ha fortalecido y crecido sus relaciones; es más solidario, y está en la mejor forma física y mental de su vida. Se siente seguro, libre, lleno de energía y entusiasmo por lo que pueda venir.  

A veces pienso que me gustaría haber encontrado a aquel joven algunos años antes, porque interiorizar ciertos principios cuando todavía eres joven vale su peso en oro. Sin embargo, al mismo tiempo, sé que no es fácil apreciar su valor a esa edad, porque la gente joven se ve bombardeada constantemente con mensajes que les instan a perseguir la definición convencional del éxito. Es decir, a perseguir la situación donde aquel joven de 36 años, con sobrepeso y estrés, cansado, sin propósito y enganchado al consumo sin sentido, estaba cuando le encontré. Y, a menudo, resulta necesario sentir por uno mismo ese vacío, y la dentellada de la insatisfacción que produce, para poder aprender a escuchar. 

¿Y ahora qué?

Si todo esto resuena en tu interior, camarada, estás en el sitio correcto.

Frank va a enseñarte una nueva forma de vida. Una forma que te mostrará el auténtico significado de la palabra seguridad. Una forma que te hará resistente y capaz de enfrentarte a cualquier inconveniencia que se cruce en tu camino. Una forma que te permitirá sentirte libre y concentrar tu atención en construir la vida que de verdad quieres vivir, integrándote con armonía en un mundo en constante cambio.

Frank te dirá cosas que cuestionarás con mucha intensidad si vienes de una cultura convencional. Te dirá que no debes perseguir ciertos objetivos que pueden ser pilares clave en tu concepción actual de cómo vivir. Algunas veces le odiarás y otras veces pensarás que está como una jodida cabra.

En cualquier caso, estás avisado: Los espartanos nunca se retiran y nunca se rinden. Y Frank, como buen aprendiz de espartano, seguirá luchando contra tus barreras hasta que te conviertas en tu mejor versión. Porque Frank sabe que tienes muchas cosas interesantes que escribir en la historia de tu vida si te libras de esas barreras, y que el mundo, de algún modo, se beneficiará de eso.

Y, al final, comprobarás que todo se reduce a una simple decisión:

  1. Construir una vida en base a quién eres realmente, eligiendo atravesar ciertas dificultades porque el objetivo merece la pena  
  2. Quedarte en tu cómodo asiento, rodeado de barreras, haciendo lo que se espera de ti y confiando en que, aunque no vivas conforme a tu verdadera naturaleza, encontrarás la felicidad de algún modo

Estoy seguro de que sabes perfectamente, incluso a un nivel meramente intuitivo, lo que la segunda opción implica. Y si has leído hasta aquí, también estoy seguro de que, en algún lugar de tu interior, sabes que quieres algo mejor para ti. 

Por esta razón, Frank no ha pasado de largo al encontrarte. Al igual que yo no pasé de largo cuando encontré a aquel joven sin rumbo que Frank una vez fue.

Ahora es cosa tuya.

Tu decides, camarada.

Stelios.

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