¿Debemos conformarnos con lo que hay? (Parte II)

En la primera parte de este post profundizamos en las claves y riesgos a tener en cuenta a la hora de abordar situaciones que nos generan insatisfacción y en las que hemos de decidir si nos conformamos con lo que hay, o por el contrario luchamos para mejorar las cosas. La conclusión a la que llegamos fue que, para salir de ese berenjenal de una sola pieza resultaba primordial construir una estructura sólida para poder decidir bien qué dirección tomar. Y la base de esa estructura no es otra que llegar a un nivel adecuado de comprensión.

Entremos ahora en ideas más concretas sobre cómo conseguir ese famoso nivel adecuado de comprensión para aterrizar este argumento, o nos quedaremos revoloteando por la estratosfera. Y eso no mola, porque resultaría muy difícil extraer lecciones prácticas que aplicar a nuestras propias circunstancias.

¿Cómo podemos lograr una comprensión adecuada?

El nivel de comprensión requerido para decidir bien sobre si conformarse o no con una situación concreta tiene dos dimensiones: Comprender la situación en sí y saber escuchar a nuestra voz interior.

Ambas dimensiones son necesarias y complementarias entre sí. Si una de las dos pilla un resfriado y no carbura con suficiente fluidez, por muy bien que la otra funcione el barco no conseguirá llegar a puerto. En otras palabras, nuestra estructura mental y emocional para decidir será deficiente, lo que implica alto riesgo de naufragio.

Analicemos ahora cada una de ellas por separado.

Comprender la situación en sí

Saber comprender adecuadamente una situación es algo que tiene mucha miga. Los riesgos a corto, medio y largo plazo de las diferentes alternativas de actuación, qué es fundado y qué es real, cómo reaccionarán las personalidades involucradas, cuánta atención debemos prestar a las opiniones de los demás, cuál será nuestra tolerancia a esa insatisfacción en el futuro, quién se verá impactado por nuestra decisión indirectamente y cómo, etcétera, etcétera.

No vamos a entrar en cada una de las variables que influyen en nuestra capacidad de leer bien una situación concreta porque nos llevaría demasiado tiempo, pero hay varios principios básicos que se deben tener en cuenta:

  1. Todo lo que implique intentar cambiar la forma de ser de otra persona es un desperdicio de energía por nuestra parte y una vía probable de conflicto. Es un objetivo poco realista y perderemos muchas plumas intentando conseguirlo. La hipótesis de trabajo más segura es que la persona con la que estamos interactuando tiene su propia personalidad y sus propias creencias, que no tienen por qué coincidir con las nuestras, y que seguirán existiendo decidamos lo que decidamos.
  2. Cuando las circunstancias de una situación concreta no nos satisfacen, existen dos parcelas muy diferenciadas: Aspectos sobre los que tenemos influencia para provocar el cambio deseado y aspectos sobre los que no la tenemos. Debemos aprender a discernir con claridad a qué parcela pertenece cada aspecto de esa situación, o acabaremos intentando derribar a cabezazos una pared de ladrillos. Y eso, además de ser inútil, duele.
  3. Sacrificar nuestra propia satisfacción para no desagradar a los demás no es una buena estrategia a largo plazo. Si agradar a los demás forma parte de nuestras prioridades, seremos mucho más eficaces haciéndolo si primero nos encontramos satisfechos con nosotros mismos. En otras palabras, pongámonos nuestra propia máscara de oxígeno antes de ayudar a otros a ponerse las suyas. Muchas personas se sienten culpables cuando se dedican tiempo a sí mismos, pero la experiencia demuestra una y otra vez que desde una posición personal sólida y equilibrada podemos ayudar y agradar a otros con mucha mayor eficacia que desde una posición personal débil y plagada de necesidades insatisfechas.
  4. Las consecuencias negativas de una situación que no te satisface tienden a agrandarse con el tiempo y nuestra capacidad para cambiar las cosas tiende a reducirse con el tiempo. No debes asumir que el problema desaparecerá con el simple transcurrir del calendario, porque lo más probable es que suceda lo contrario. Además, ese agrandamiento del problema se suele producir de forma silenciosa, sin hacer demasiado ruido, particularmente porque una vez que hemos decidido conformarnos con él tendemos a verlo como como un dolor crónico sobre el que no podemos hacer gran cosa. Pero, aunque no lo percibamos, inexorablemente va dejando pequeñas muescas en nuestro estado de ánimo hasta que de repente se produce una gran explosión, sin causas aparentes.

Estos principios no son exhaustivos, pero nos ayudarán a conseguir una mejor comprensión de la situación de insatisfacción en la que estamos involucrados. Si los aplicamos, probablemente conseguiremos unir algunos puntos y apreciar conexiones que no podríamos apreciar sin tener esos principios en cuenta.

Un pensamiento importante con respecto a este tema: En las situaciones que conllevan una carga emocional pesada, nuestro nivel de entendimiento de dicha situación y sus implicaciones puede verse distorsionado, porque la influencia de esas emociones hacen que tendamos a sobrevalorar o infravalorar las consecuencias de actuar de cierto modo. Y como tal, nuestra capacidad para leer la situación con destreza se resiente.

En estas situaciones es imprescindible que contrastemos nuestra evaluación con la de otras personas de nuestra confianza que no se encuentren emocionalmente involucradas y tengamos sus opiniones muy en cuenta. El objetivo es ser lo más realista y riguroso posible al emitir nuestro juicio sobre la situación y sus implicaciones. O al menos cuestionar cualquier opinión, propia o ajena, que baile al son de la música de las emociones.

Pista: En la mayoría de los casos, cuando la situación afecta a una dimensión relevante para nuestra satisfacción vital, nuestro juicio se encuentra fuertemente cargado de emociones. Ser consciente de este hecho es el primer paso para considerar que quizá sea conveniente refinar ese juicio, pasándolo por el filtro de personas cercanas que tengan buen criterio para opinar. Evidentemente, elegir bien a esas personas es la clave del asunto. El que te conozcan bien o conectes bien con ellas, por sí sola, no es una buena forma de elegir. Elige a alguien que consideres cualificado para tener buen criterio y al que no le asuste decirte la verdad, aunque no te guste oírla.

Saber escuchar a tu voz interior

Una vez nos encontremos suficientemente cómodos con nuestro nivel de comprensión de la situación y hayamos hecho los contrastes adecuados, deberemos poner nuestra visión bajo la luz de la lámpara de nuestra voz interior, nuestros anhelos profundos, nuestros valores y nuestra filosofía de vida. Tendremos que pasar nuestra evaluación de la situación, los riesgos y posibles consecuencias de las diferentes alternativas de actuación por el filtro de quiénes somos y lo que realmente nos importa.

Este ejercicio es absolutamente clave para que nuestra estructura de decisión sea sólida. Es posible que una de las opciones que consideramos como vía de actuación en una situación concreta tenga un sentido lógico enorme y que esté avalada por la opinión de otras personas a las que hemos pedido su opinión. Pero si esa forma de actuar choca con nuestros valores y nuestra filosofía de vida no estaremos decidiendo bien. Esa inconsistencia saldrá a la luz en algún momento, quizá cuando menos lo esperemos.

De este ejercicio surgirán conclusiones. Aquello que, desde nuestro punto de vista y para esa situación concreta, tiene sentido hacer. En algunos casos concluiremos que lo mejor es aceptar las limitaciones de la situación, dejar las cosas como están y fumarnos un puro, porque el nivel de insatisfacción que creemos que vamos a experimentar no será lo suficientemente grande como para correr el riesgo de luchar para cambiar las cosas. Y en otros casos concluiremos que lo mejor es partirnos los morros contra las barreras que tenemos delante porque nuestra voz interior nos dice a gritos que debemos aspirar a mejor, y nuestro nivel de comprensión de la situación nos lleva a pensar que tenemos posibilidades razonables de conseguirlo a pesar de los riesgos.

No hay una directriz uniforme que funcione en todas las situaciones y para todas las personas, porque cada uno de esos casos es diferente. Y debemos abordarlo como tal.

Una vez hemos llegado hasta aquí, y como puedes comprobar, la casuística de situaciones y posibles conclusiones es enorme:

  • Puede que decidas convivir con un trabajo que no te satisface demasiado porque consideres que intentar cambiar de rumbo implicaría demasiado estrés para ti y tu familia; porque no quieres levantarte más temprano para aprender otras habilidades que te den acceso a otros empleos; o porque prefieres mantener tu sueldo para continuar disfrutando de tu estilo de vida y tus comodidades materiales.
  • Puede que decidas seguir con una pareja que no te satisface del todo porque consideres que la soltería no te conviene en esta fase de tu vida, porque quieres tener hijos lo antes posible para desarrollar tu dimensión de padre o madre, o porque ya los tienes y prefieres que crezcan en el contexto de una familia unida.
  • Puede que decidas seguir frecuentando amistades que ya no te aportan demasiado porque consideres que no debes generar conflictos con personas cercanas, porque no crees que conseguirás crear otras relaciones de amistad tan fuertes o porque ello te permite, de algún modo, seguir rememorando un pasado que fue más feliz que el presente.
  • Puede que decidas no dedicarle tiempo a una afición o a un proyecto que te interesa porque consideres que la reasignación de tus prioridades va a desagradar a algunas personas que son importantes para ti.
  • O, por el contrario, puede que decidas proactivamente dar una serie de pasos para mejorar tu nivel de satisfacción en todas esas situaciones porque no quieres conformarte con lo que hay, porque anhelas crecer como persona y porque estás dispuesto a correr el riesgo de que las cosas no salgan como deseas o de decepcionar o irritar a algunas personas.

Todas esas formas de actuar pueden ser perfectamente válidas. No hay una mejor que la otra si tienes una adecuada comprensión de la situación y eres fiel a tu voz interior, siempre que tu decisión de conformarte o no con la situación a la que te enfrentas refleje armonía entre ambas.

Conclusiones

A primera vista, parece que la conclusión de todo este galimatías es que todo vale. Parece que Frank Spartan te está diciendo que siempre que comprendas la situación adecuadamente y seas fiel a ti mismo a la hora de elegir, conformarse con lo que hay y no intentar cambiar las cosas es cool, ¿no?

Eso, hasta cierto punto, puede ser cierto. Pero no vas a escaparte de rositas con esa conclusión sin que Frank Spartan te mire directamente a los ojos y te haga una puntualización importante: Cuando concluyas que lo mejor es aceptar la situación y conformarte con lo que hay, debes asegurarte de que esa conclusión es genuina. Debes saber con certeza que no estás manipulando tu comprensión de la situación o desoyendo tu voz interior por la influencia de los desequilibrios emocionales que mencionábamos en la primera parte de este post, como el miedo, la vagancia, o la sensación de impotencia.

Cuando Frank Spartan habla con la gente sobre estos temas, cosa que hago con relativa frecuencia, me suelo encontrar con que mi interlocutor no quiere conformarse, pero a la vez se encuentra bloqueado por los desequilibrios emocionales que factores como las creencias limitantes – no puedo, no tengo, no soy -, las restricciones financieras y la ausencia de otros recursos generan en él o ella. Y esa persona acaba cediendo a la presión de esos factores, acaba conformándose con lo que hay y renuncia a intentar cambiar las cosas, a pesar de que en su fuero interno sabe, de algún modo, que esa decisión no está bien tomada porque no hay armonía entre su comprensión lógica de la situación y su filosofía de vida.

Hace poco una amiga me dijo que lo que hacía no le gustaba demasiado, pero estaba maniatada por creencias limitantes: Se decía a sí misma que no estaba segura de poder hacer ya otra cosa, que el negocio familiar se resentiría, que no sabía por dónde empezar… y seguía, año tras año, en la misma situación, conformándose con lo que había. Es una persona muy positiva y lo lleva bien, pero a la vez es muy capaz, tiene un talento natural para las relaciones y en sus ojos se puede leer un deseo de vivir y probar cosas nuevas que permanece insatisfecho, no a causa de barreras reales, sino de barreras mentales. O, mejor dicho, las barreras mentales no le dejan comprobar si de verdad existen barreras reales.

Esto es absolutamente comprensible y humano, pero no debemos perder de vista que al actuar de esta manera no estamos decidiendo bien, porque los desequilibrios emocionales están alterando nuestra comprensión de la situación. Y nuestra prioridad debe ser siempre decidir bien, a pesar de la enorme influencia que esos desequilibrios emocionales puedan tener sobre nosotros. Nos interesa crear una estructura de decisión sana y fuerte, porque así maximizamos las probabilidades de obtener el resultado esperado en las distintas dimensiones de la vida, y de esa forma alcanzar mayores niveles de satisfacción vital a largo plazo.

Frank Spartan suele hacerse a sí mismo una pregunta para poner a prueba la conclusión de que conformarse con lo que hay es la decisión correcta. Esa pregunta es la siguiente: Si de repente supiera que me quedan 5 minutos de vida, ¿estaría satisfecho con la decisión de haberme conformado con lo que hay, o pensaría que debería haber hecho algo para mejorar las cosas?

El poder de esta pregunta está en que elimina la trampa mental de creer que las cosas con las que hemos decidido conformarnos van a mejorar por el mero paso del tiempo, porque generalmente no lo hacen. Al hacernos esta pregunta, estamos forzando a nuestra mente a evaluar esa decisión desde un punto de vista intemporal, lo que acentúa nuestra capacidad de comprender mejor la situación y conectarla de forma más directa con nuestro sentido de mortalidad. Y eso suele tener efectos sorprendentes sobre nuestra visión de la situación y la conclusión que consideramos correcta, porque la claridad con la que podemos escuchar a nuestra voz interior, cuando nos hacemos esa pregunta, es mucho mayor.

La gran conclusión de este razonamiento es que lo primero en lo que debemos concentrarnos es en asegurarnos de que las condiciones que nos llevan a decidir bien están en su sitio. Una vez lo hagamos, podremos decidir con la tranquilidad de que hemos hecho todo cuanto está bajo nuestro control para que esa decisión tenga las máximas probabilidades de conseguir el resultado deseado.

  • Si la decisión a la que llegamos es conformarnos con lo que hay, adelante; después ya veremos cuál es la mejor forma de aceptar las imperfecciones o inconvenientes de la situación y de apreciar el lado bueno de la misma para minimizar nuestra insatisfacción.
  • Si la decisión es no conformarnos y pasar a la acción para mejorar las cosas, adelante: después ya veremos cuál es la mejor estrategia y cómo podemos mantener a raya nuestros miedos y otros posibles desequilibrios emocionales para llevar esa decisión a la práctica de la mejor manera posible.

En otras palabras, decide primero usando la estructura de la que hemos hablado, y después preocúpate por cómo conviertes esa decisión en realidad. No dejes que el cómo afecte a tu decisión sobre el qué, porque esa forma de enfocar el problema enturbiará tu proceso de decisión y meterás el zancarrón en el fango hasta tus partes bajas, aunque no te des verdadera cuenta de ello hasta que pasen muchos años.

En el caso de mi amiga, el primer paso es cuestionar su decisión de conformarse, porque la armonía de su situación se produce en el punto de encuentro entre una situación laboral insatisfactoria desde el punto de vista estructural, una voz interior que clama a gritos el desarrollar nuevas dimensiones y probar cosas nuevas, y los indicios que no me cabe duda mi amiga recibe de las personas a su alrededor y que le transmiten que es alguien muy capaz de adaptarse, relacionarse y aprender. Mi amiga debe considerar que puede que las barreras que percibe estén más en su cabeza que fuera, e investigar un poco más para calibrar mejor los riesgos de las diferentes alternativas. Y una vez lo haga, si el resultado de su investigación no refleja de forma evidente lo contrario, debe decidir que va a cambiar las cosas. Que conformarse no es un buen movimiento. Que va a luchar por mejorar su satisfacción profesional y explorar otras vías. Y una vez haya tomado firmemente esa decisión, ponerse manos a la obra para identificar la forma concreta en la que va a ponerla en práctica.

Pero la casuística es muy amplia y cada dimensión vital tiene una estructura y unas implicaciones diferentes. El trabajo, la pareja, los hijos, las relaciones de amistad, nuestras pasiones personales… todas ellas tienen sus particularidades y requieren un enfoque individualizado. Para atacar a esa bestia de tantas cabezas, en futuras derivadas de este post nos concentraremos en algunas de esas dimensiones vitales por separado, para profundizar en cómo abordar esa bella e inquietante disyuntiva de si debemos conformarnos con lo que hay o, por el contrario, luchar para mejorar las cosas.

Pura vida,

Frank.

1 comentario en “¿Debemos conformarnos con lo que hay? (Parte II)”

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