Con el transcurso de los años, Frank Spartan ha ido formando opiniones sobre muchas cosas.
Algunas de esas cosas me quedaban un poco lejos, bien porque no me interesaban demasiado o bien porque no estaban muy presentes en mi vida. En estos casos, cuando formaba una opinión al respecto, la consideraba frágil y asumía que podía estar equivocado perfectamente, cosa que, por otra parte, tampoco me importaba demasiado.
Otras cosas me quedaban más cerca, bien porque me interesaban o bien porque estaban más presentes en mi día a día. En estos casos, creía que mi opinión era sólida como el acero y que no tenía ninguna posibilidad de equivocarme. Lo que pensaba al respecto me parecía obvio, al igual que a los Vikingos les parecía obvio que había un punto en el que el mar se acababa, y si llegaban navegando hasta allí caerían a las profundidades del averno.
Sin embargo, a medida que fui adquiriendo más experiencia y dando rienda suelta a mi curiosidad probando otros caminos, fui también cayendo en la cuenta de que algunas de esas opiniones de antaño, que entonces parecían tan sólidas, tenían más agujeros que el chandal gris de entrenamiento de Rocky Balboa.
Ejemplos de mi repertorio histórico de opiniones gruyere hay muchos:
- Cuantas menos dificultades tenga, mejor
- Cuantas más posesiones consiga y mayor sea mi nivel de vida, mejor
- Si me acuesto tarde y me levanto tarde voy a aprovechar mejor el día que si me acuesto pronto y me levanto pronto
- Si no me doy todos los caprichos y placeres materiales que pueda permitirme, no estoy aprovechando la vida al máximo
- Ahorrar es aburrido
- Invertir es arriesgado
- Mis mejores amigos son aquellos con los que mejor me lo paso cuando salgo a tomar algo
- El trabajo con más estatus y mejor pagado es el mejor
- Mis familiares y amigos ya saben que los quiero y no es necesario decirlo
- Es mejor no interactuar demasiado con gente que no conozco bien
- Viajar solo es peligroso
- Es mejor no salir de mi zona de confort y ponerme en situaciones en las que pueda hacer el ridículo
- Es mejor no explorar anhelos personales que, aunque sean importantes para mí, puedan sentar mal a las personas de mi entorno más cercano
Y un largo etcétera.
Entre todas estas opiniones gruyere, hay una que tengo que reconocer que me costó dejar atrás más que a muchas otras, tanto desde el punto de vista de convicción mental como de llevarla a la práctica con actos concretos: Que el compartir mis inquietudes, mis emociones, lo que de verdad me importa y lo que no, con los demás no merecía la pena. Siempre vi el abrirse de esa manera como algo que no iba conmigo y estaba convencido de que las cosas estaban bien así.
Pero me equivocaba, y mucho.
¿Por qué tenemos tantas dificultades para compartir nuestras inquietudes?
Antes de profundizar en las razones de la dificultad de expresar y compartir pensamientos y emociones íntimos, y aunque a Frank Spartan no le guste demasiado hacer distinciones entre sexos sobre la aplicación de mis ideas, me temo que es necesario matizar un punto para poner este post en contexto: Las mujeres tienden a ser más capaces de expresar y compartir inquietudes, emociones y pensamientos íntimos con los demás que los hombres.
La explicación de este fenómeno parece tener un ángulo biológico y un ángulo cultural.
En cuanto al ángulo biológico, y según la neuropsiquiatra americana Louann Brizendine, autora del libro “El cerebro femenino”, que Frank Spartan tuvo el placer de leer hace unos años, el hipocampo del cerebro de la mujer (ligado a la memoria) es mayor que el del hombre, así como los circuitos cerebrales ligados al lenguaje y la percepción de emociones. Como consecuencia, el cerebro femenino está mejor preparado para involucrarse en la amistad, preservar y fortalecer relaciones, resolver conflictos interpersonales, leer expresiones faciales y percibir emociones en el tono de voz. Por otra parte, el cerebro de los hombres tiene dos veces y media más de espacio cerebral dedicado al impulso sexual y centros cerebrales más desarrollados en el campo de la acción y la agresividad.
En otras palabras, desde un punto de vista de estructura cerebral, comprender, expresar y compartir emociones no es la capacidad más poderosa del individuo masculino medio. Arrojar una lata de cerveza al televisor cuando su equipo de fútbol encaja un gol, adelantar al coche de enfrente en una curva cerrada sacando el dedo corazón por la ventana porque ha ido demasiado despacio durante demasiado tiempo, o perder la capacidad de articular palabra durante cinco minutos cuando una mujer atractiva les pide un cigarrillo en un bar, son capacidades para las que la estructura del cerebro masculino está mucho mejor preparada que para decirle a un amigo íntimo que se encuentran tristes por esto o que tienen mucha ilusión por aquello.
En cuanto al ángulo cultural, resulta evidente que nuestra sociedad contribuye a formar ciertas pautas de comportamiento diferenciadas entre hombres y mujeres. Tanto en el ámbito familiar, como en el de los centros educativos, los medios de comunicación, la maquinaria de la publicidad, la oferta de ocio, el ecosistema laboral y otros muchos, se producen una serie de mensajes que, de forma tácita o expresa, fortalecen esas prácticas diferenciadas entre hombre y mujer. Aquellas para las que sus respectivos cerebros están mejor preparados desde el punto de vista biológico, y que habían sido también impulsadas a su vez por las generaciones anteriores.
A través de la influencia de ambos ángulos, el biológico y el cultural, la lectura de Frank Spartan es que las mujeres se desarrollan con una base y en un ecosistema que favorece la percepción y compartición de emociones en su entorno relacional, y por tanto practican ese hábito con mayor naturalidad desde edad muy temprana. Por otro lado, los hombres se desarrollan con una base y en un ecosistema que les comunica que deben ser fuertes, agresivos, tomar decisiones, competir con los demás y nunca mostrar debilidad. En ese mundo, para un hombre siempre es preferible pillarse un huevo con el quicio de una puerta que expresar abiertamente sus sentimientos.
En cualquier caso, cada persona es un mundo y no me cabe duda de que habrá muchas mujeres que tengan las mismas o mayores dificultades para abrirse y compartir inquietudes con los demás que el macho ibérico medio. Así que este post no va exclusivamente dirigido a mis queridos congéneres masculinos, sino a cualquier persona que se vea en esta situación.
¿En qué se traduce todo esto?
Las consecuencias prácticas de todas estas majaderías de la estructura del cerebro y las influencias culturales son muy reveladoras. Si alguna vez has prestado atención al tipo de interacciones que muchos de nosotros, los hombres, solemos tener con los demás, es posible que te vengan a la cabeza conversaciones parecidas a la de estos dos amigos íntimos: Amigo con Típico Déficit de Atención Masculino (“ATDAM”) y Amigo con Bache Emocional (“ABE”):
ATDAM: Hombre, ¿cómo estás? ¿Tomamos una cerveza?
ABE: Bien, vale.
ATDAM: Entremos en éste. Bueno, cuéntame, ¿qué tal el curro?
ABE (con expresión de tristeza): Así, así. Pero voy tirando.
ATDAM (desviando la mirada hacia la barra): Me gustaba el tirador de Mahou, ¿por qué narices han cambiado a Cruzcampo? En el bar de la esquina tienen Mahou, ¿vamos allí?
ABE: Si quieres…
ATDAM: Bueno da igual. Por cierto, ¿has visto las declaraciones del portero del equipo X? Será cabrón, ¡si ellos hicieron lo mismo en el partido anterior!
ABE: No, no las he visto.
ATDAM: Pues el tío… [interrupción] … oye la camarera está bastante buena, ¿no?
ABE: Ja, ja… es verdad.
ATDAM: Llevo un cabreo… hoy me han puesto una multa por ir diez kilómetros/hora por encima del límite. Iba a 90 y el límite era 80. Serán hijos de perra… estoy por recurrir. ¿A ti te han puesto alguna?
ABE: No, hace tiempo que no [silencio].
ATDAM: Bueno, tengo que irme. Oye, ¿quedamos el sábado para ver el partido en el bar de al lado de mi casa y tomamos unas cañas?
ABE: Sí, vale.
[ATDAM se va a su casa sin darse cuenta de que ABE está muy desanimado por algo y ABE se va a la suya aún más desanimado que antes y pensando que nadie le entiende. El sábado quedan para ver el partido, hablan de las mismas gilipolleces y se vuelven a ir a casa con la misma sensación].
Aunque hay, evidentemente, excepciones a esta regla, ésta es una conversación prototipo masculina. Y en el caso de las mujeres con las mismas reticencias para expresar y compartir inquietudes, los temas de conversación serán probablemente similares pero aplicados a sus propios intereses y rutinas. Frank Spartan prefiere no aventurarse demasiado con ejemplos de conversaciones prototipo femeninas, porque no conoce el terreno tan bien y me podría caer alguna que otra bofetada.
Aclaremos algo: Estas conversaciones no tienen nada de malo. Son temas habituales y forman parte del pegamento social de las relaciones. El problema surge cuando esto se convierte en todo lo que hay, en todo momento y en todos los casos. Porque este tipo de interacciones no crea el tipo de relaciones profundas que mejoran y elevan nuestra vida a un nivel superior de satisfacción, sea en el plano amistad, familiar o de pareja, sino que crea relaciones de mera familiaridad y rutina. Y son dos cosas muy diferentes, aunque las confundamos a menudo.
Las relaciones de mera familiaridad con alguien, por muy cómodas que parezcan, no contienen gran cosa. La mayoría de ellas son aire que se escapa entre nuestros dedos. No suelen ser relaciones con las que podemos contar cuando necesitamos ayuda o consejo sobre algo importante, o cuando estamos atravesando un bache emocional y necesitamos simplemente que nos escuchen. Quizás algunas de esas relaciones lo sean, pero no sabemos cuáles son hasta que nos decidimos a cruzar el puente que va desde la mera familiaridad hasta una conexión más profunda, más íntima. Y para eso tenemos que compartir algo más que banalidades y conversaciones sobre cosas que se encuentran en el mundo exterior, fuera de nosotros mismos.
Evidentemente, no podemos hacer esto con todas las personas con las que interactuamos y demasiado frecuentemente, porque además de ser inviable, la práctica perdería su validez. Pero todos tenemos una serie de personas a nuestro alrededor que son importantes para nosotros y con las que podríamos construir una relación de una calidad muy superior a la que tenemos actualmente, lo que elevaría significativamente nuestro nivel de satisfacción. Y una de las formas más simples y efectivas de hacerlo es compartir un poco más de nuestras inquietudes y las cosas que de verdad nos importan con esas personas cuando la ocasión lo propicie. Cuando el momento y el lugar sean los adecuados.
Una de las cosas que a veces nos frena es nuestra percepción de que la otra persona no es el interlocutor correcto para compartir pensamientos que consideramos íntimos y sensibles. Eso puede ser cierto hasta cierto punto. Las personas se encuentran en diferentes estadios de desarrollo de conciencia y no todo el mundo nos va a aportar el mismo valor en todos los campos. Hay personas que son estupendas para pasar un buen rato y reírnos; hay personas que son estupendas para compartir actividades deportivas; hay personas con las que es estupendo viajar o ir a un concierto. Pero no todo el mundo vale para todo y hemos de distinguir eso bien para no estrellarnos contra la realidad al cargarnos de expectativas poco realistas. No todo el mundo vale para escuchar y hablar de temas emocionales. Muchos se atoran, no están en absoluto conectados con su dimensión emocional o les viene un brote de urticaria cuando se ven involucrados en conversaciones de este estilo. Así que deberemos calibrar cuánto y cómo queremos compartir en cada situación concreta.
Tampoco olvidemos que nuestro radar no siempre funciona correctamente y a veces prejuzgamos mal. Las sorpresas positivas que a título personal me he llevado cuando me he lanzado a compartir mis historias, tras dudar de si mi interlocutor era la persona correcta para hacerlo, son muchísimas más que las negativas y que las situaciones en las que compartir no me ha aportado gran cosa. No prejuzguemos con tanta alegría que los demás no están interesados en estos temas, porque muchos están deseando hablar de ellos pero no saben muy bien cómo. Y quizá solamente necesiten una oportunidad para hacerlo.
Compartir más y mejor, aunque no parezca tan importante o tan urgente en nuestra ajetreada agenda, lo es y mucho. Frank Spartan ha vivido de cerca una situación reciente en la que una persona pasaba por un bache emocional importante y ni él, ni ninguno de sus amigos íntimos, encontraron la manera de hablar de ello abiertamente a pesar de ser conscientes del problema y coincidir en persona en varias ocasiones. Las conversaciones se limitaron a temas familiares y de rutina, el camino más cómodo al que estaban acostumbrados, aún cuando todos ellos deseaban compartir, escuchar, o ayudar como pudieran.
¿No es esto una barbaridad y algo absolutamente absurdo? Lo es, pero también asquerosamente frecuente. Frank Spartan se atrevería a apostar dos horas de mi vida, y cinco si eres hombre, a que tú mismo has estado en una situación similar, en la que estabas deseando compartir algo que te agitaba por dentro y no encontraste la forma, bien porque no estabas acostumbrado a hacerlo y te resultaba difícil o porque no había ninguna persona a tu alrededor que te diera pie a ello. Si es así, probablemente te sentiste vacío, triste y solo, como si nadie te comprendiera de verdad y no tuvieras a nadie a quien recurrir, ¿no es así?
Y no te equivocas. Nadie te comprendió porque quizá no les has dejado verte nunca antes, y quizá porque ellos tampoco se han molestado nunca en mirar.
La pregunta es… ¿Cómo narices podemos conseguir mejorar en esto? ¿Cómo podemos desarrollar la capacidad y el hábito de compartir las cosas que de verdad nos importan, especialmente cuando tenemos que enfrentarnos a esa hidra invencible de dos cabezas, el aspecto biológico y la influencia cultural, que nos impulsan a encerrar nuestras inquietudes y emociones en nuestro interior?
Los beneficios de compartir
Para empezar a mejorar en este aspecto, lo primero es apreciar, en un plano intelectual y emocional, los beneficios de llevarlo a la práctica. Y para esto tenemos que escuchar a nuestra voz interior y recordar aquellas situaciones, probablemente una pequeña minoría, en las que nos lanzamos a compartir algo íntimo con alguien. Recordar las circunstancias, lo que sentimos después de hacerlo y las consecuencias de esa experiencia sobre la naturaleza de la relación con nuestro interlocutor.
Si hacemos un ejercicio sincero sobre este asunto, probablemente comprobemos que lo que recordamos nos gusta, y mucho. Una sensación de armonía con nosotros mismos, de quitarnos un peso de encima, de que la otra persona nos escuchaba de verdad y respondía mostrándonos sus propias inquietudes y pensamientos íntimos. Una certeza inequívoca de que la relación se transformaba y se elevaba, porque se habían compartido aspectos que reflejaban lo que auténticamente somos, nuestra verdadera personalidad, y no la máscara social que lucíamos habitualmente por miedo a no encajar con las expectativas de los demás. Y lo más importante de todo, la reconfortante sensación de que podríamos compartir nuestras inquietudes otra vez con esa persona en el futuro con naturalidad, y de que esa persona podría compartir las suyas con nosotros de la misma forma.
Esto es algo que no sucede habitualmente. Por eso nos vamos haciendo más desconfiados, más envidiosos, empezamos a asumir cosas sobre los demás que no son necesariamente ciertas, encerramos nuestras inquietudes dentro de nosotros mismos y nos limitamos a representar nuestro papel social habitual, luciendo la máscara a la que los demás están acostumbrados. Pero el tiempo pasa. Y por muchas veces que interactuemos con los demás de esta manera, no conseguimos crear nada que valga la pena. Sólo conseguimos la falsa seguridad de envolvernos en una gruesa capa de familiaridad y rutina.
Y esto, amigo mío, es una soberana mierda. M-I-E-R-D-A. No es suficiente, ni de lejos. No puedes permitirte que las relaciones con las personas que son más importantes para ti sean así. Puedes hacerlo mucho mejor, desde ahora mismo.
Ahora que estamos convencidos de la importancia de este tema, veamos qué demonios podemos hacer para mejorar la situación.
¿Qué podemos hacer para facilitar ese compartir?
Asumiendo que apreciamos la relevancia de este asunto y estamos predispuestos a hacer un esfuerzo para mejorar las cosas, hay varias estrategias que a Frank Spartan le han resultado muy efectivas y que voy a describir a continuación:
Reorientar nuestra perspectiva
Cuando vayamos a encontrarnos con alguien con el que nos interese mejorar nuestra relación, acudamos con predisposición a tocar algunos temas de conversación más íntimos y personales. Y según la conversación vaya avanzando, busquemos proactivamente el momento de introducirlos. Sin forzar, pero haciendo un esfuerzo consciente por hacerlo. Mi experiencia refleja que hay una gran diferencia en la calidad de la conversación y la conexión que logramos con las personas dependiendo de si estamos mental y emocionalmente predispuestos a introducir estos temas, o no lo estamos.
Prestar atención
Esto es un hábito que lleva tiempo desarrollar, pero podemos empezar con pequeños pasos. Prestemos atención al lenguaje corporal, a las expresiones faciales, al tono de voz, sobre todo en los primeros momentos de la conversación. Podemos descubrir muchas cosas sobre el estado de ánimo real de alguien, aunque no lo exprese con palabras, prestando un poco de atención. Y eso facilita que introduzcamos temas personales en la conversación con mayor naturalidad.
Salir del entorno de rutina
Hablar de cosas poco habituales resulta más fácil de hacer si nos encontramos en entornos poco habituales. Cambiemos de zona, demos un paseo por el monte, visitemos un lugar cercano, compartamos una actividad diferente, etcétera, etcétera. Lo que sea para salir del entorno de familiaridad y rutina en el que los viejos hábitos prosperan con más facilidad. La mente estará más abierta a compartir cuando el entorno sea propicio para ello.
Dividir para vencer
Si tener una conversación cara a cara sobre temas personales nos resulta violento y difícil, probemos a dividir el problema en partes. Podemos escribirle una nota a esa persona y mencionar algunas cosas. Después, cuando nos veamos cara a cara, todo fluirá de forma más natural. Ésta es una de las estrategias que Frank Spartan utiliza más a menudo, y resulta tremendamente eficaz.
Organizar encuentros con cierta frecuencia para compartir temas personales con personas de confianza
Ésta es menos común pero extraordinariamente efectiva. Implica reunirse de vez en cuando con una persona o serie de personas de confianza y hablar abiertamente de temas personales que sean importantes para nosotros, que nos preocupen o que nos alteren emocionalmente de alguna manera. Una especie de terapia informal, donde expresamos y escuchamos en un ambiente que nos inspira seguridad y confianza. Frank Spartan lo hace de vez en cuando y he comprobado que es algo con un poder curativo sobre mi estado emocional mucho mayor de lo que hubiera imaginado. Ahora bien, es un paso que puede resultar demasiado grande para algunas personas; algunos amigos míos han preferido no participar por no considerarse cómodos o preparados para hacerlo. Puede que pensaran que éramos una especie de secta que hacía sacrificios humanos y bailaba en pelotas alrededor del fuego. Pero la verdad es que eso no sucede hasta la tercera reunión.
Dependiendo de nuestra personalidad y situación emocional concreta, algunas de estas estrategias nos servirán más que otras. O quizá prefiramos utilizar otras que no estén incluidas aquí. En cualquier caso, no dejemos de intentar mejorar en esta dimensión de nuestras vidas. Dar pequeños pasos en la dirección de compartir más y mejor con los demás es algo que sin duda redundará en un mayor equilibrio emocional y relaciones interpersonales de mayor calidad. Y eso es una reconfortante manta que siempre nos protegerá ante la incertidumbre y nos facilitará el camino hacia la satisfacción vital.
Imaginemos cómo habría sido la conversación si ATDAM (nuestro querido Amigo con Típico Déficit de Atención Masculino) y ABE (nuestro querido Amigo con Bache Emocional) hubieran desarrollado ya el hábito de expresar y compartir inquietudes:
ATDAM: Hombre, ¿cómo estás? ¿Tomamos una cerveza?
ABE: Bien, vale.
ATDAM: Entremos en éste. Bueno, cuéntame, ¿qué tal el curro?
ABE (con expresión de tristeza): No muy bien. Mi jefe me ha hecho una mala evaluación y tengo miedo de que me despidan. Sería un mal momento porque andamos un poco pillados con el dinero en casa ahora.
ATDAM (poniendo plena atención y mirando a ABE a los ojos): Vaya. No suena bien. Cuéntame más. ¿Crees que tu jefe es justo contigo? ¿Cómo te sientes?
ABE: Yo creo que no lo es. Me estoy esforzando y consiguiendo los objetivos. Pero no conectamos bien.
ATDAM: Ya veo. A mí me pasó algo parecido hace poco. Lo que hice fue […]. Recuerdo que lo pasé muy mal y no sabía cómo salir de aquel marrón.
ABE: Sí, es complicado.
ATDAM: ¿Por qué no intentas […]? A mí me dio buen resultado. Y si no solucionamos el problema, ¿quizá deberías buscar otro trabajo?. Yo te puedo echar una mano. Y nuestros amigos seguro que también.
ABE: Te lo agradezco mucho.
ATDAM: Quedemos en un par de semanas y me cuentas qué tal va y lo que has pensado hacer, ¿te parece?
ABE: Me parece perfecto.
[ATDAM se va a su casa satisfecho de haber ayudado a su amigo en una situación difícil y ABE se va a la suya agradecido por tener amigos tan buenos como ATDAM y con ilusión para encontrar soluciones a su problema].
¿Aprecias la diferencia entre ambas conversaciones y la calidad de relación resultante? Como la noche y el día.
Comparte más y mejor. Te permitirá sentirte vivo como pocas cosas pueden hacerlo.
Pura vida,
Frank.