Las 3 notas

«La vida solo puede entenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante.»

Søren Kierkegaard

“No sé.”

Esa es la respuesta más habitual de mi hijo mayor cuando le hago alguna pregunta sobre el futuro.

A veces pienso que me gustaría que la respuesta fuera otra. Que tuviera mayor claridad mental sobre lo que quiere hacer y cómo conseguirlo. Pero eso son majaderías idealistas de padre protector.

La fría realidad es que el mundo en el que vivimos es un lugar complejo que se mueve muy deprisa. Tan deprisa que nuestra atención se centra más en la satisfacción de nuestra imperiosa y autoimpuesta necesidad de mantenernos en movimiento que en la importancia de dirigirnos hacia un buen destino. Uno que nos permita sentirnos satisfechos con nuestra vida, y un camino que nos permita experimentar felicidad sensorial. Placer, vamos.

Pero este alarde de sabiduría tan deseable en teoría no es tan sencillo en la práctica.

Todo va demasiado deprisa.

Los caminos convencionales hacia el éxito se difuminan delante de nuestros ojos. Las herramientas históricamente más efectivas para ayudarnos a navegar se vuelven obsoletas y son sustituidas por otras nuevas. Las formas de relacionarse con los demás se transforman. Las tradiciones y los valores que antes fueron venerados pasan a ser demonizados en sucesivos e impredecibles cambios culturales.

El suelo tiembla bajo nuestros pies. Nada parece ser lo suficientemente estable. Nada parece representar un salvavidas robusto al que nos podamos agarrar para protegernos de la intensidad de las olas y respirar con alivio.

No hay alivio en este mundo.

Hay inseguridad, incertidumbre, sensación de vulnerabilidad.

Hay miedo.

El miedo se palpa en el ambiente. Y de su poderoso tronco surgen infinidad de perniciosas ramas, como la violencia y la agresividad en la forma de relacionarnos con los demás, la intolerancia, el egoísmo, la mentira, el aislamiento, la falta de autenticidad.

Nos estamos convirtiendo en lo que los anglosajones denominan “a low-trust society”. El miedo y la incertidumbre nos conducen, irremediablemente, a desconfiar de los demás, a renunciar a compartir, a pensar mal de los otros, a cerrarnos mental y emocionalmente a lo desconocido.  

Es una era renacentista en el plano tecnológico, y al mismo tiempo una era apocalíptica en el plano humano y espiritual, marcada por la creciente desconexión de nosotros mismos y los demás.

Mucho se ha escrito sobre las habilidades que conviene cultivar para prosperar en el inestable futuro que parece aguardarnos. Pero la mayoría de ello no aporta gran cosa, por dos razones:

La primera razón es que muchas de esas ideas parten de la hipótesis de que el futuro irá hacia el destino A. Si el futuro fuera, por el contrario, hacia el destino B, mucho de lo que se dice dejaría de ser tan útil.

La segunda razón es que otras muchas de estas ideas emergen de una concepción mental de ansia de control. Nos empeñamos en predecir qué aspecto tendrá el futuro y después nos afanamos en construir un barco que pueda navegar con destreza en esas aguas. Diseñamos el motor, la cubierta, elegimos cuidadosamente los materiales y la tripulación, estimamos la dirección del viento. Pero la caprichosa realidad nos demuestra, una y otra vez, que nuestra capacidad real de control es muy limitada. La vida es demasiado compleja y salvaje como para ponerle unas bridas.  

No, no tenemos ni idea de por dónde van a ir los tiros. Y aunque lo supiéramos, nuestra capacidad de controlar el resultado está enormemente sobrevalorada. Es puro autoconvencimiento, estimulado por nuestra negación natural de la inevitabilidad de la incertidumbre.

Joder Frank, ¿quieres amargarme el día o qué?

Nada de eso, colega. Este es un mensaje optimista. O al menos, esperanzador.

Para navegar con éxito en la vida no hace falta disponer de una sinfonía compuesta con anterioridad. Sólo hace falta tener algunas notas musicales en el zurrón, para ir componiendo la sinfonía según se van desarrollando los acontecimientos. Acontecimientos que son, en un muy alto grado, impredecibles. Son impredecibles en esta época, fueron impredecibles en todas las épocas anteriores, y serán impredecibles en todas las épocas futuras.

El miedo no se gestiona componiendo una sinfonía con antelación. Todo lo contrario, hacer eso es actuar precipitadamente al sucumbir a la energía destructiva del miedo.

La única forma de gestionar bien el miedo es aceptar y abrazar la incertidumbre, con el convencimiento de que sea cual sea el futuro podrás construir una sinfonía que funcione para ti. Y esa sinfonía será una u otra, dependiendo de cómo evolucionen las cosas.

Sin embargo, para que ese convencimiento de que «todo va a salir bien» sea sólido y fundado, y no simplemente una paranoia ilusoria con pies de barro, necesitas algo más.

Necesitas las notas musicales con las que componer.

Y eso sí es algo que puedes controlar.

Puedes controlar la elección de cuáles son, y controlar cuánto y cómo las alimentas para maximizar su poder y versatilidad.

Las notas musicales que eliges y alimentas son cosa tuya, por supuesto. Pero tu amigo Frank te va a sugerir 3 en particular. Verás que no son las más obvias del mundo. Posiblemente te resulten paradójicas y contraintuitivas. Pero tienen un impacto directo e indirecto formidable en tu capacidad de componer una buena sinfonía, sea cual sea la dirección que toma el futuro.

Veamos cuáles son.

Las 3 notas

Las notas que voy a proponerte no son conocimientos o habilidades, sino reglas internas de comportamiento que dictan cómo debes actuar ante los acontecimientos que se te presentan. Principios filosóficos vitales, si quieres llamarlas así.

¿Y por qué narices estas 3 y no otras, Frank?

Por dos razones.

La primera es que no son evidentes. Son muy sutiles, están disfrazadas y a menudo pasan desapercibidas. Sólo los muy perceptivos reparan en ellas y aprecian su potencial. En otras palabras, no verás muchos ejemplos a tu alrededor de personas que las practican. Curiosamente, tampoco verás muchos ejemplos a tu alrededor de personas que saben vivir con sabiduría. ¿Coincidencia? No lo creo.

La segunda es su versatilidad. Las sinfonías – que suenen bien – que puedes construir con ellas en distintos contextos son prácticamente ilimitadas. Y eso es lo que de verdad necesitas para gestionar la incertidumbre con destreza.

Bueno, basta de rollo y vamos al lío.

Ahí van.

1. En temas relevantes, elige el camino que parece más difícil

Hace no mucho tiempo, en una carrera de obstáculos, intenté subir una pared con unos asideros resbaladizos por el barro. Resbalé en el tercero y caí al suelo.

Una amiga del grupo me dijo “sube por las barras del extremo”.

Yo, sin pensarlo demasiado, respondí: “Pero eso es fácil”.

Y lo intenté otra vez.

Unos días después de la carrera, recordé lo que había pasado y reflexioné sobre ello. Me di cuenta de que lo que me impulsó a renunciar al camino alternativo para superar aquel obstáculo no era sino una regla interna de comportamiento que había incorporado a mi vida desde hacía mucho tiempo y que había interiorizado sin darme cuenta.

“El camino difícil es el bueno”.

Esto, evidentemente, no es una buena regla para todas las situaciones. Cuando lo que tenemos delante no tiene componente de desarrollo personal alguno y es una mera cuestión de practicidad, no tiene sentido elegir el camino difícil. Si te pones en la cola larga para que tu vida sea más difícil, cuando hay una cola corta al lado, eres un mendrugo masoquista. No seas un mendrugo masoquista.

Sin embargo, en otras situaciones, cuando el destino al que nos dirigimos es una cuestión relativamente trascendental para nuestro carácter, aprendizaje e identidad, la cosa cambia. Ahí es cuando la dificultad adquiere poder transformador.

“El obstáculo del camino se convierte en el camino.”

Marco Aurelio

Muchos años después, me di cuenta de que la adopción de este principio había empañado todas las decisiones importantes de mi vida. Por eso me levantaba a las 4 de la mañana a estudiar para los exámenes. Por eso salía a correr con resaca después de las noches de fiesta. Por eso me fui al extranjero a estudiar sin dominar el inglés. Por eso elegí un primer trabajo mucho más difícil y exigente a miles de kilómetros de casa. Por eso no tiré la toalla cuando las cosas se pusieron realmente duras. Y por eso, cuando llegó el momento, elegí un camino vital diferente que nadie entendió.

Cuando tu predisposición es elegir el camino difícil en los ámbitos importantes de tu desarrollo personal, todo cambia. Pero, como dijo Steve Jobs, no puedes unir los puntos hacia delante. Solo puedes unirlos hacia atrás. Es cuando has recorrido ya el camino y evalúas el pasado, que reconoces el enorme impacto que ese principio ha tenido en tu vida. O, dicho de otra manera, la enorme relevancia que esa nota ha tenido en la composición de tu sinfonía.

The obstacle is the way.

Don’t think, just do.

2. No esperes ni exijas reciprocidad del mundo exterior

Este es un principio que aprendí después de muchas bofetadas.

Desde niños, cuando dirigimos energía positiva hacia alguna tarea, tendemos a esperar algún tipo de reciprocidad del mundo exterior. Si hacemos los deberes o ponemos la mesa, esperamos un “gracias” de nuestros padres. Si ganamos una carrera, esperamos una felicitación. Si sacamos buenas notas, esperamos un premio.

Esta expectativa es un elemento consustancial al ser humano. Es un concepto subjetivo de “justicia” o “equilibrio” que va embebido en nuestro cerebro. Si hago algo bien, el mundo exterior debe corresponderme de alguna manera. Y si no lo hace, algo funciona mal ahí afuera. Es “injusto”.

Pero esto, por muy obvio que nos parezca, es una nota que desafina. Es muy difícil componer algo que suene bien con ella.

¿Por qué?

Por una sencilla razón: El mundo exterior no suele reciprocar como tú esperas, si es que reciproca en absoluto.

Para que alguien reciproque adecuadamente una buena acción tuya, tienen que darse varias cosas a la vez: 1) Que esté atento y lo aprecie en el momento; 2) Que retenga esa apreciación y no se le olvide al de poco tiempo; 3) Que dedique tiempo y energía a pensar cómo reciprocar; 4) Que su conclusión sea consistente con lo que tú, en tu concepto subjetivo de lo que es “justo”, esperas; y 5) Que lleve a cabo el comportamiento en la práctica en un plazo de tiempo corto.

La probabilidad media de cada uno de esos eventos individuales es quizás del 50%, siendo muy generosos. El que se produzca un resultado positivo en tu expectativa de reciprocidad implica un cálculo de probabilidad conjunta, multiplicando las probabilidades de los eventos individuales: 50% x 50% x 50% x 50% x 50% = 3.125%.

En resumen, es muy improbable que el mundo exterior sea “justo” contigo. Si vas por el mundo esperando – y/o exigiendo –  eso, tienes todas las de perder. Sea en el trabajo, con tus amigos, con tus familiares, con tu pareja, con tus hijos, con extraños, con conocidos o con animales de compañía.

Sin embargo, a pesar de la evidencia en nuestra contra, seguimos esperando reciprocidad del mundo exterior de forma natural e inconsciente. Y cuando esta no se produce, nos cortocircuitamos internamente. Nos frustramos, reprochamos, desconfiamos, nos sentimos heridos, engañados, decepcionados.

Pero entonces tenemos un problema, ¿no es así? Si esperamos reciprocidad de forma natural y al mismo tiempo es muy improbable que eso se cumpla, ¿para qué intentarlo siquiera? ¿Para qué dedicar energía constructiva a algo o alguien, si con toda probabilidad nos van a decepcionar?

Es una buena pregunta. La respuesta es esta:

La expectativa de reciprocidad no es mala en sí misma. Pero no estás buscando en el lugar adecuado.

No es el mundo exterior donde debes encontrar la fuente de la reciprocidad que deseas.

Es en ti mismo.

Cuando Frank te dice que aprendió este principio después de muchas bofetadas, eso fue literalmente así. Durante mucho tiempo sentí que daba más de lo que recibía. Sentí que muchas personas no merecían la pena, que no estaban a la altura, que se aprovechaban de mi iniciativa, que no correspondían a mis acciones adecuadamente.

Hasta que me di cuenta de que aquello era una batalla imposible de ganar, por muy «injusta» que pareciera.

Aquí tienes una verdad incómoda: Si eliges ser virtuoso y hacer las cosas bien – en otras palabras, ser la mejor versión de ti mismo – la inmensa mayoría de personas no te corresponderán. En esa liga hay muy pocos jugadores. Es una realidad incuestionable.

Pero eso no significa que el decidir hacerlo sea una mala elección.

De hecho, es un deber.

Te lo debes a ti mismo.

La fuente de la reciprocidad que esperas está en tu propio interior. En saber que estás haciendo las cosas bien, con independencia de la reacción del mundo exterior. En el orgullo que sientes a la hora de honrar la responsabilidad que tienes contigo mismo. 

En esta segunda nota, al igual que con la primera, no vas a poder unir los puntos hacia delante. Es posible que cuando comiences a actuar así te sientas frustrado, incluso idiota, porque parece que los demás se aprovechan de ti. Pero lo entenderás cuando hayas recorrido el camino y mires hacia atrás. Elegir ser tu mejor versión por pura responsabilidad hacia ti mismo, sin dependencia mental o emocional de recompensas externas, es una nota que nunca desafina. De hecho, es muy posible que compruebes que la vida, en su infinita sabiduría, te abre puertas y te tiende puentes de oportunidades, experiencias y satisfacciones que ni siquiera imaginabas antes de empezar a andar por ese camino. En mi experiencia personal, eso fue lo que pasó. 

«Sé la lámpara que brilla desde dentro; en tu luz, no hay sombra de derrota.»

Rumi

3. Polariza siendo auténtico, claro y directo

El tercer principio también me costó sudor y lágrimas aprenderlo, porque es muy contraintuitivo.

Cuando nos relacionamos con los demás, lo más habitual es tender a no posicionarnos sobre las cosas que pensamos – o sobre cómo somos – con demasiada intensidad, para evitar el riesgo de que alguien que no piensa igual tenga una mala opinión sobre nosotros.

En otras palabras, nos asusta “no gustar”.

Este enfoque tiene una raíz evolutiva, por razones obvias. En los tiempos de la prehistoria, estoy más protegido contra los peligros físicos del entorno si el grupo me acepta. Si les toco demasiado las narices, corro el riesgo de que me dejen solo y de convertirme en el aperitivo de un T-Rex en un encuentro fortuito.

También tiene una raíz cultural. Durante los últimos años, se han pregonado mucho los valores de la tolerancia, el no ofender, el no herir los sentimientos de los demás, incluso en detrimento de los hechos, la lógica o “la verdad” científica.

El resultado es que la inmensa mayoría de nosotros tendemos a ir de puntillas por la vida, con miedo a que el hielo se resquebraje bajo nuestros pies si mostramos demasiado de nuestros auténticos pensamientos, opiniones, gustos y deseos. Y eso, en la práctica, significa que todo el mundo va por ahí con una máscara de diferentes colores dependiendo del entorno en el que se encuentre – social, laboral, familiar – y nadie tiene ni idea de cómo realmente es nadie.

Esto, por muy natural y habitual que parezca, es una gilipollez de dimensiones colosales. Una de las pérdidas de tiempo, energía y oportunidades más grandes que existen. Y una de las notas que más provoca que tu sinfonía de vida suene como una carraca vieja que toca un mono borracho.

Para vivir una buena vida, has de polarizar.

Para encontrar un camino satisfactorio, tienes que venerar la autenticidad.

Y para eso, tienes que ser sincero, claro y directo.

Los demás deben saber quién eres, lo que piensas y lo que quieres. Sin niebla, sin medias tintas, sin confusiones.

Hay excepciones, sí, pero muy pocas. Muchas menos de las que podemos llegar a pensar. Y todo tiene sus grados de intensidad dependiendo del contexto, por supuesto. Pero eso no invalida el principio en absoluto.

Si haces esto, vas a provocar que sucedan algunas cosas.

Por una parte, habrá personas que se apartarán de ti, o que no te dedicarán tanta atención. Y eso es bueno, porque son personas que no conectan realmente con quién eres. ¿Para qué narices quieres perder más tiempo del estrictamente necesario con ellas?

Por otra parte, habrá personas que se acercarán más a ti. Y eso también es bueno, porque tendrás una relación más auténtica y profunda con ellas.

Cuando va pasando el tiempo y adquieres cierta perspectiva, te das cuenta de algunas cosas. Te das cuenta de que el conocimiento se expande y multiplica su valor especialmente a través de la horizontalidad: La capacidad de conectar ideas de diferentes campos y crear ideas nuevas de mayor valor. Sin embargo, las relaciones personales se expanden y multiplican su valor especialmente a través de la verticalidad: La capacidad de dedicar tiempo, profundizar y crear tipos de energía que antes no existían entre dos o más personas.

Para hacer y mantener verdaderos amigos, relaciones familiares o de pareja, has de ser auténtico, claro y directo. Tienes que decir cosas que parecen incómodas en los momentos adecuados, tienes que actuar de forma incondicional, tienes que dedicar tiempo de calidad, tienes que tomar la iniciativa, tienes que aceptar ser vulnerable.

Tienes que arriesgarte.

Eso requiere valentía, compromiso y dedicación, pero merece la pena. De hecho, es lo único que merece la pena.

¿Para qué quiero yo que 300 personas me manden un mensaje de whatsapp cuando estoy pasando por un mal momento? Eso, en sí mismo, no sirve para absolutamente nada. Lo que sirve es tener a dos o tres personas que te conocen bien, se presentan en tu casa, te llevan a dar un paseo y te dedican su tiempo hasta que remontas el vuelo.

Eso es lo único real. Lo único a lo que puedes agarrarte. Lo demás es humo. El humo del quedar bien y de pasar por la vida de puntillas, cobardemente y sin compromiso. Un humo que todos aspiramos lobotomizados, abducidos por la ley del mínimo esfuerzo, y convencidos de que tenemos buenas relaciones con los demás.

Hasta que no seas auténtico, claro y directo, hasta que no polarices, no tendrás nada real. Nada a lo que puedas agarrarte de verdad. 

Esa es la cruda realidad de la vida.

«Escribe claro y con fuerza sobre lo que duele.»

Ernest Hemingway

Ahí tienes las 3 notas que Frank te propone adoptar. Paradójicas, extrañas, contraintuitivas. De hecho, la mayoría de las personas adopta la versión contraria de estas notas a la hora de componer su sinfonía de vida. Eligen el camino más fácil, exigen reciprocidad del mundo exterior y van por la vida de puntillas para no incomodar a los demás. A veces les va bien, a veces no tanto. En base a lo que yo puedo percibir, generalmente no tanto. Y no es ninguna sorpresa, porque esas notas desafinan. Es difícil componer algo que suene bien con ellas.

“No sé”, dice mi hijo mayor a las preguntas sobre lo que le gustaría hacer en el futuro. Y así debe ser. No puede saberlo aún, porque el futuro está por llegar y su sinfonía por componer. Veremos qué piezas elige y cómo las combina para navegar ese futuro tan impredecible hacia el que nos dirigimos. En cualquier caso es muy intrépido y, si todo fallara, siempre le quedaría el contrabando. Estoy tranquilo.

Bueno, casi.  

Pura vida,

Frank. 

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