Cuestion de Libertad https://cuestiondelibertad.es El Blog de Frank Spartan Sun, 30 Nov 2025 17:22:36 +0000 es hourly 1 https://cuestiondelibertad.es/wp-content/uploads/2019/04/cropped-logo-cuestion-de-libertad-icon-32x32.png Cuestion de Libertad https://cuestiondelibertad.es 32 32 142972977 Las 20 fuentes de vitalidad integral https://cuestiondelibertad.es/vitalidad-integral/ Sun, 30 Nov 2025 17:22:36 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11938 Mucho hemos hablado en este blog sobre los jóvenes de hoy. Su situación, sus retos, las estrategias más adecuadas para que puedan alcanzar la satisfacción vital en un mundo cambiante e incierto, y muchas otras cosas más. Sin embargo, no hemos dedicado tanto tiempo a la situación de las personas de mediana edad. Ese fascinante […]

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Mucho hemos hablado en este blog sobre los jóvenes de hoy. Su situación, sus retos, las estrategias más adecuadas para que puedan alcanzar la satisfacción vital en un mundo cambiante e incierto, y muchas otras cosas más. Sin embargo, no hemos dedicado tanto tiempo a la situación de las personas de mediana edad. Ese fascinante y variopinto grupo que se encuentra entre los 40 y los 55 años, muchos de ellos con la vida ya largamente encarrilada y transcurriendo a velocidad de crucero, y con una etapa por delante en la que todavía pueden hacer muchas cosas interesantes.

O eso nos gustaría, al menos.

Pero a veces no es posible, ¿no es verdad?

A veces suceden cosas que nos aguan la fiesta antes de tiempo.

Por eso se dice que una de las claves para maximizar nuestra satisfacción en esta etapa es lo que se suele denominar – erróneamentelongevidad.

Digo “erróneamente”, porque el término longevidad hace referencia a la duración de la vida. Eso puede parecernos importante, desde luego. Nadie quiere morirse demasiado pronto. Pero la clave de la satisfacción en esta etapa de madurez no se encuentra tanto en vivir el máximo tiempo posible. De eso ya se encarga nuestro sistema industrial de salud, diseñado para alargar artificialmente nuestra presencia en este mundo mediante todo tipo de tratamientos contra la enfermedad, una vez esta se manifiesta.

No, la clave es otra.

No es la duración de la vida lo que más importa, sino la calidad de esa vida durante el tiempo que dure.

No es el “lifespan” (longevidad). Es el “healthspan” (llamémosle “vitalidad integral”).

Y la vitalidad integral no depende del sistema industrial de salud. No depende de tu médico de cabecera, ni de las drogas de la farmacia, ni de qué coberturas tiene tu seguro, ni de la pericia del cirujano que se acerca con su bisturí hacia tu indefenso cuerpo.

La vitalidad integral depende de tu capacidad de maximizar tu energía vital y tu prevención natural de problemas a través de tus hábitos del día a día.

Es decir, depende de aspectos que se encuentran dentro de tu zona de control e influencia. Esa es la buena noticia.

La mala noticia es que ya no tienes excusa.

Ya no dependes de que otro te solucione el problema. Eres tú el responsable de prevenir el que ese problema se manifieste, reduciendo las probabilidades de que se manifieste. Y también el responsable de sentirte lleno de vida durante el máximo tiempo posible.

¿Cómo?

Veámoslo.

Hábitos para maximizar el “healthspan”

En el ámbito de hábitos saludables habrás visto ya de todo. Desde gurús de Instagram que pregonan las virtudes del ayuno intermitente y los baños de agua helada a las 6 de la mañana, hasta la repetición de mantras de la ley de la atracción delante del espejo, rodeado de velas de medio metro.

Frank te va a dar una visión un poco diferente.

Voy a centrarme en algunas cosas que quizá no suenen tan sexys ni sean tan populares, pero que en mi experiencia personal tienen un gran impacto, no sólo por su efecto directo en sí, sino por el efecto indirecto y multiplicador que tienen en otras áreas. No son meras teorías o creencias intuitivas. Están basadas en fuentes de este campo de conocimiento que he consultado y que considero rigurosas, pero que también he aplicado ya durante un tiempo a mi vida personal.

Podría hacer una lista muy extensa, pero me voy a centrar en 20 prácticas, divididas en 4 módulos que representan los pilares fundamentales de nuestra vitalidad integral: 1) Físico, 2) Mental, 3) Relaciones, 4) Pasión y Propósito.

Veamos cada una de ellas y el por qué son importantes.

Módulo 1: Físico

1) Dieta

Tienes información por todos lados para elegir el tipo de dieta que más te conviene, así que no voy a promocionar ninguna de ellas en particular. Sólo voy a decirte 4 cosas muy concretas que son universalmente aplicables:

La primera, azúcar procesado fuera. Es una de las causas principales de inflamación interna, lo cual es a su vez la causa principal de muchas de las enfermedades graves más habituales.

La segunda, alcohol fuera. Puedes justificarlo como quieras, pero al final son toxinas que metes en el cuerpo por pura inercia social y sin ninguna necesidad.  

Reduce ambos al mínimo dentro de tus posibilidades. Te sentirás más sano, más ligero, de mejor humor, pensarás con mayor claridad y habrá menos probabilidades de que tu sistema inmunológico y tus células desarrollen ineficiencias que se manifiesten en enfermedades futuras. A efectos de vitalidad integral, es preferible que te desvíes de vez en cuando en tu dieta, pero que seas implacable con el azúcar y el alcohol, a que sigas una dieta estricta, pero con consumo regular de azúcar y alcohol. Parece contraintuitivo, pero es así.

La tercera, no fuerces los límites de tu estómago. Si prestas un poco de atención mientras comes, verás que te sacias antes de que llegue la sensación de estar lleno. Ahí es donde debes parar. Para. Eres tú quien pilota tu vida, no la cantidad de comida que queda en el plato. El buen funcionamiento del sistema digestivo te ahorrará muchos problemas.

La cuarta, diseña un entorno propicio para beber agua con regularidad y comer comida de verdad. Nada que tu tatarabuelo mirara con el ceño fruncido y cara de desaprobación.

“Let food be your medicine and medicine be your food.”

– Hippocrates

2) Productos cosméticos y de higiene

Elimina la pasta de dientes, cremas, desodorante, jabón, champú y demás morralla cosmética industrial de consumo masivo. Están repletos de tóxicos que entran en tu cuerpo por todas partes y se acumulan en tu organismo creando un caldo de cultivo perfecto para problemas que no quieres tener.

Sustitúyelos por versiones naturales y nunca mires atrás. Tienen más potencial de impacto adverso en tu salud del que puedes llegar a pensar.

«Nature always wears the colors of the spirit.»

– Ralph Waldo Emerson

3) Fuerza

La mayoría de las personas de mediana edad que compran el argumento de la importancia del ejercicio tienden a concentrarse exclusivamente en el ámbito cardiovascular o aeróbico. Corren, pedalean, nadan, caminan. Sin embargo, muchos de ellos se suelen dejar algo crucial en el tintero: El ejercicio de fuerza.

Ejercitar la fuerza es una práctica primordial en las personas de mediana edad para evitar la pérdida de masa muscular, fortalecer los huesos y proteger la coordinación y el equilibrio. Sin practicar este hábito, es muy probable que tu capacidad física se vea considerablemente mermada con el paso del tiempo.

Lo ideal es combinar ejercicios de fuerza diferentes, pero si quieres concentrarte en uno sólo, te recomiendo la sentadilla profunda (“deep squat”). Los expertos en salud integral la destacan como el ejercicio de fuerza más completo y con mayor impacto positivo a largo plazo en tu “healthspan”, combinando movilidad, estabilidad y fuerza sin forzar demasiado las articulaciones.

“You can’t build a great building on a weak foundation.”

– Gordon B. Hinckley

4) Flexibilidad

Las limitaciones de flexibilidad en las articulaciones no se ven venir. Son como un gas venenoso que se va expandiendo por nuestra estructura ósea hasta que la limitación – generalmente acompañada de dolor intenso – se manifiesta en todo su esplendor: Rodilla, cadera, lumbar, columna. Verás múltiples casos a tu alrededor de personas con problemas de esta índole que se tornan crónicos y a menudo requieren de intervención quirúrgica y eventualmente prótesis.

Para alargar la salud de tus articulaciones debes prevenir la aparición de problemas con ejercicios proactivos de movilidad recurrentes. 15-20 minutos al día de movilización guiada de las partes de tu cuerpo más relevantes para una adecuada funcionalidad pueden ahorrarte décadas de limitaciones, incomodidad y dolor.

No esperes a que se manifieste la limitación. Engrasa bien los raíles antes de que se oxiden.

«Flexibility is the key to stability.»

– John Wooden

5) Sueño

No voy a decirte cuántas horas debes dormir, porque eso dependerá de si puedes permitírtelo y de los caprichos de tu organismo particular. Donde sí voy a incidir es en cómo debes dormir, porque eso sí que está dentro de tu zona de control:

  1. Deja de comer al menos 2 horas antes de dormir. Y me quedo corto. Estómago relajado, amigo mío. Es clave, y aún más clave se vuelve con el tiempo.
  2. Nada de pantallas al menos 30 minutos antes de dormir. Y me vuelvo a quedar corto. Ya sé que es difícil en los tiempos que corren. Lee, escribe, estira, medita, planifica el día siguiente o ráscate la nariz. Pantallas fuera.
  3. Deja el móvil en una habitación diferente del dormitorio. Si necesitas alarma, cómprate un jodido Casio.
  4. Introduce algunos elementos clave en el entorno: Temperatura fresca, sin brillos o briznas de luz (cortinas opacas). Y cómprate un colchón y unas sábanas de la máxima calidad que puedas permitirte. Es una de las mejores inversiones que puedes hacer en vitalidad integral, que incluye además efectos directos demoledores sobre el siguiente punto

“The best bridge between despair and hope is a good night’s sleep.”

– E. Joseph Cossman

6) Hormonas

Las hormonas son un mundo en sí mismas, pero vamos a concentrar la atención en cómo mejorar una casuística muy habitual: El apetito sexual (“sex drive”), especialmente en las parejas de larga duración. Un aspecto fundamental de nuestra vitalidad integral.

A ver si te suena esta situación:

Ella no quiere tener sexo, él se siente poco apreciado. Son básicamente compañeros de piso en un entorno emocional-sexual de escasa satisfacción y crecientes reproches. Ella cree que la culpa es de él, y él cree que la culpa es de ella.

El diagnóstico habitual de esta situación es que “hay que mejorar la comunicación”. Pero el verdadero motivo subyacente suele ser otro: El que algunas hormonas importantes de ambos se encuentran estructuralmente desequilibradas. Testosterona baja en él, oxitocina baja en ella, y cortisol alto en ambos por ineficiencias de sueño, estrés y escaso movimiento físico que mantiene deprimidos los niveles hormonales.

El desequilibrio hormonal provoca que el cuerpo de él se sienta agotado, sin energía. Y que el de ella se sienta en modo supervivencia/alerta, bloqueando el deseo sexual. Él se siente rechazado, y se distancia. Ella se siente desconectada, y le critica. Ambos adoptan actitudes defensivas y el cortisol sigue subiendo. Se meten en una espiral biológica que destruye las bases de la atracción y el deseo durante años, de la que no parecen poder salir.

La receta es simple: No es terapia, ni estrategias de comunicación, ni comprar un perro, ni cambiar el orden de quién lava primero los platos. Es cuestión de reequilibrar las hormonas.

4 hábitos en los que conviene concentrarse:

  • Dormir mejor (estrategia descrita en el apartado anterior)
  • Mayor actividad física (ejercicio)
  • Mayor frecuencia de exposición a la luz del sol (idealmente a primera hora del día)
  • Más contacto físico con la pareja (mero contacto físico – tacto).

Practicar estos hábitos durante varias semanas debería de, en condiciones normales, elevar los niveles de testosterona en él, de oxitocina en ella, y rebajar los niveles de cortisol en ambos. Y esas son las condiciones más fértiles para que el deseo sexual vuelva al escenario, con una espiral ascendente de flujo creciente de dopamina en él (sentimiento de logro/apreciación) y oxitocina en ella (sentimiento de conexión/seguridad).

No es magia. Es simplemente que ciertas prácticas del trato que le das a tu cuerpo tienen efecto directo en la regulación hormonal. La biología hace el resto de forma natural.

Una vez se alcance cierto nivel de reequilibrio hormonal, las estrategias de comunicación y los planes de ocio en pareja recomendados por tu terapeuta, el influencer de turno o tu grupo de amigos pueden tener cierto efecto. Sin eso, es muy posible que tengas todas las de perder. La influencia de las hormonas en nuestro comportamiento, necesidades y sentido de satisfacción es mucho más poderosa de lo que parece.

«There is more wisdom in your body than in your deepest philosophy».

– Friedrich Nietzsche

7) Pruebas diagnósticas no convencionales

El sistema industrial de salud tiene unos protocolos de monitorización estándar que no suelen incluir ciertos aspectos importantes para la vitalidad integral.

El modus operandi habitual es este: Cuando un problema se manifiesta en el diagnóstico convencional, no se investiga la causa, sino que se receta un medicamento para mitigar el síntoma. Se pone un parche en la herida. No se va a la raíz de la hemorragia.

El asunto es que no todos los problemas se manifiestan inmediatamente. Crecen en silencio. Y cuando se manifiestan, a veces es demasiado tarde para revertir el daño.

Por eso conviene que acudas, de vez en cuando, a tipos de diagnóstico diferentes a los convencionales. Ramas como la epigenética, que investiga el efecto de los factores medioambientales en nuestro microambiente interno, y que reflejan que la mayoría de nosotros operamos a un nivel metabólico muy por debajo del óptimo para el adecuado funcionamiento de nuestros sistemas de soporte internos (adrenal y digestivo, inmunitario, circulatorio, vitaminas, producción de energía, metabolismo de ácidos grasos, etcétera, etcétera). Posibles causas pueden ser la ingesta de alimentos bajos en nutrientes, las toxinas, químicos y metales pesados, o los campos electromagnéticos.

Todo esto pasa desapercibido en un diagnóstico convencional. Si quieres preservar la salud de las bases y no sólo tratar los síntomas, conviene que pongas el termómetro también en estas aguas para poder prevenir con tiempo.

“Never assume. Question everything. Always look beyond the obvious.”

– C.J. Tudor

Módulo 2: Mental

8) Escribir

El hábito de escribir es la mejor manera de cultivar y preservar claridad mental. Y Frank va un paso más allá: Es una de las técnicas más efectivas a constante alcance de tu mano para conocerte mejor a ti mismo.

Escribe sobre lo que piensas, lo que sientes, lo que te sucede, lo que quieres hacer y por qué. Relee en otro momento lo que escribiste, e interprétalo con tus ojos de ahora. Observa tu proceso de razonamiento, observa cómo muchos de tus pensamientos y sentimientos de entonces ya no perduran, observa los puntos ciegos de tus argumentos. Es un ejercicio fascinante de humildad sobre la efimeridad de tus pensamientos, opiniones y sensaciones, así como del dinamismo de la percepción de tu propia identidad. Y un recordatorio inapelable del principio básico universal de “todo fluye, nada permanece”.  

“I don’t know what I think until I write it down.”

– Joan Didion

9) Elegir estar de buen humor

Cada mañana cuando te levantas decides si vas a ver el lado bueno de las cosas o el malo. Si vas a vigilar cómo reaccionas a las impertinencias o no. Si vas a esperar cosas positivas o negativas de los demás. Si vas a asumir que el resultado de los acontecimientos será el que deseas o el que no deseas. Si vas a sonreír primero o a esperar a que primero sonría el otro.

Sí, haces todo esto. Seas consciente de ello o no.

El optimismo racional es la mejor actitud que puedes adoptar ante la vida. Generarás mayores niveles de energía y creatividad en ti mismo, te sentirás más alegre y al mismo tiempo inspirarás a los demás a mostrarte su mejor versión. No a todos, pero sí a la inmensa mayoría. A la gente le gustan los optimistas, no los cenizos.

El pesimista suele tener razón, pero es el optimista el que suele conseguir las cosas. El pesimismo quizá parezca una opción más inteligente, pero es con seguridad una opción poco práctica para estimular tu vitalidad integral.

“The single greatest skill you can develop is the ability to stay in a great mood in the absence of things to be in a great mood about.”

– Alex Hormozi

10) Protege tu atención

Una de las cosas más importantes para disfrutar de una mente sana es mantener la mayoría de tu atención centrada en las cosas adecuadas. Y eso sólo se consigue de una forma: Diciendo “no” a las inadecuadas.

Esto parece una obviedad, pero en el plano práctico no lo es.

La gran mayoría de nosotros queremos dedicar tiempo a ciertas cosas que nos parecen importantes, pero al mismo tiempo permitimos que muchas otras diferentes se cuelen en el espectro de nuestra atención, sea cual sea el resquicio que lo permite: Distracción, costumbre, no querer ser políticamente incorrectos o generar conflicto con los demás, etcétera, etcétera. Y después nos sorprendemos de que apenas nos quede tiempo y energía para las primeras.

Te suena, ¿verdad?

La solución es una y única: Tener claras las cosas a las que merece la pena prestar atención y decir que no, con elegancia, a las demás. Fin.

Aprender a decir “no” es una de las habilidades más importantes que puedes desarrollar para expandir tu vitalidad integral. Hay personas y actividades que destruyen tu salud mental succionando tu atención y tu energía. Muchas de ellas, la gran mayoría, no son obligatorias. Las eliges tú.

Si el precio de salir de esa encerrona no es desorbitado, págalo y deja de elegirlas.

“Watch your thoughts, they become your words; watch your words, they become your actions; watch your actions, they become your habits; watch your habits, they become your character; watch your character, it becomes your destiny.”

– Lao Tzu

11) “Eat the frog”

Uno de los succionadores de energía vital y generadores de preocupación diaria más poderosos que existen es nuestra tendencia a posponer o evitar las tareas más difíciles, simplemente porque son difíciles.

Es la pendiente más resbaladiza que tenemos delante. Preferimos evitar lo difícil y centrarnos en lo fácil. Y cuando por fin decidimos mirar de reojo a lo difícil, o bien lo hacemos tarde y mal (cuando es obligatorio), o bien lo evitamos por completo (cuando es opcional).

La filosofía de actuación más acertada es lo que los anglosajones llaman “eat the frog” (“cómete el sapo”). No significa otra cosa que hacer lo más difícil lo primero de todo.

Las razones son muchas, pero hay dos en particular que destacan sobre las demás: 1) Lo harás mejor y con menos esfuerzo cuando tienes los tanques de energía y concentración llenos que si los tienes vacíos; 2) Será un impulso de motivación y confianza en ti mismo para el resto del día, porque tendrás una mayor sensación de orgullo personal y de control sobre tu vida.

Ejemplo obvio: Ejercicio a primera hora del día. Y hay muchos otros: Esa conversación que no quieres tener, ese proyecto que requiere demasiada concentración, ese decir que no a ese plan que no quieres hacer, ese aumento de sueldo que no te atreves a pedir, ese melón que no quieres abrir, pero que no te deja conciliar el sueño.

No rehúyas lo difícil, abrázalo. Conquistar lo difícil es el mejor viento que puede impulsar tus velas. Siempre ha sido así, y siempre así será.

“Hard choices, easy life. Easy choices, hard life.”

– Jerzy Gregorek

12) Silencio y tiempo de soledad

Los momentos de soledad elegida son uno de los mayores regalos para la vitalidad integral. Estar a solas con nosotros mismos nos permite hacer balance de dónde estamos y hacia dónde vamos, nos permite recalibrar, nos permite entender mejor cómo nos sentimos y por qué.

Lo que abunda y distorsiona es el ruido. Lo que escasea y clarifica es el silencio.

El silencio nos ayuda a que nuestra sensación de paso del tiempo, el llamado “tiempo psicológico”, transcurra más lentamente. Es cuando saltamos de tarea a tarea, sin interrupción, que tenemos la sensación de que la vida transcurre muy rápido. No nos paramos a observar, a pensar, a estar sentados sin mirar el móvil. El silencio asusta. Pero es precisamente en el silencio donde se encuentra el tesoro de entender, de saborear, de sentir.

“Life is going so fast because you’re not injecting enough silence into your days.”

– Dylan O´Sullivan

13) Tiempo en la naturaleza

Los seres humanos hemos evolucionado durante cientos de miles de años en un entorno de naturaleza. El estar la mayoría de nuestro día a día en el interior de un edificio sin recibir luz natural es una anomalía en nuestra biología, que no hace sino reducir nuestro potencial de vitalidad integral.

Sal a sentir el aire libre todo lo que puedas. Que te dé la luz del sol. Ponte en contacto directo con la naturaleza. Toca la hierba, los árboles, el agua del río. Es ahí donde tu cuerpo y tu mente te piden estar, aunque te hayas acostumbrado artificialmente a otra cosa.

“I went to the woods because I wished to live deliberately, to front only the essential facts of life, and see if I could not learn what it had to teach, and not, when I came to die, discover that I had not lived.”

– Henry David Thoreau

Módulo 3: Relaciones

14) Depura el círculo de personas tóxicas

Las personas tóxicas depositan más impurezas y representan mayor lastre en nuestra vitalidad integral de lo que podemos llegar a pensar. No lo apreciamos del todo porque nos hemos “acostumbrado” a ellas, pero una vez las extirpamos de nuestras vidas, el enorme impulso vital al que habíamos elegido renunciar aparece en todo su esplendor.

A veces pensamos que es muy difícil deshacerse de las personas tóxicas. No lo es. Simplemente hay que dejar de prestarles atención cuando se comportan de forma tóxica. No hay que discutir, ni intentar hacerles comprender nada. Recuerda: Son tóxicas. Simplemente, te sales de ahí. Out. Withdrawal.

“Ya, pero es que se van a dar cuenta”, es la respuesta más habitual a esta idea.

Es que se deben dar cuenta. Que se den cuenta es un componente clave del proceso de extracción. Y cuando se den cuenta, reaccionarán de dos maneras: 1) Se mantendrán alejadas, porque comprenderán que no quieres interactuar con ellas; o 2) se ofenderán y te pedirán explicaciones.

Cuando se produzca el segundo escenario, tienes dos opciones: 1) Decir que no te apetece explicar nada y mantenerte alejado (lo que implica romper de forma radical); o 2) explicar que esos comportamientos no te gustan y por qué (lo que implica dejar un resquicio abierto en la puerta para que la otra persona adapte su comportamiento).

Cuál de las dos eliges depende de las características de la situación y persona concretas, pero te hago un spoiler: Las personas tóxicas no suelen querer entender nada. Sólo quieren seguir chupándote la energía. Y por eso siempre saldrás ganando si decides cortar por lo sano.

“Toxic people only change their victims, never themselves. “

Unknown

15) Fortalece la relación con personas especiales

El error más común en las relaciones de amistad desde la perspectiva de la vitalidad integral es la dilución: Muchas personas con las que congenias, pero con escasa profundidad por la dispersión de tu energía y atención entre todas ellas.

Lo que maximiza la vitalidad integral es la profundidad: Personas con las que tengas una relación especial. Personas con las que puedas contar, que te conozcan relativamente bien y a pesar de ello te quieran. Porque sólo esos darán significado a tu vida cuando el momento de la verdad llegue. Los otros no aparecerán, por mucho que te rías de sus chistes cuando estás con ellos.

Esos seres especiales no se reproducen por esporas. Tienes que dedicarles lo mejor de ti, o al menos algo suficientemente bueno, durante mucho tiempo. Sólo entonces aparecen en tu vida para quedarse.

“A man’s friendships are one of the best measures of his worth”.

– Charles Darwin

16) Expresa

Si tienes un pensamiento positivo sobre alguien, no lo dejes sin expresar.

En una sociedad con cada vez menos confianza entre sus miembros, dar las gracias o alumbrar una virtud o comportamiento de alguien con luz positiva es algo inusual. Algo que destaca. Las personas lo recuerdan. Es un tipo de energía que no abunda. Y esa energía volverá, de un modo u otro, a ti. No deja de sorprenderme lo grabado a fuego que se les queda a las personas el que digas algo bueno de ellas en el momento adecuado.

Dos recomendaciones: La primera, sé selectivo. No se lo digas a todo el mundo, porque dejaría de ser especial. Y la segunda, sé genuino. No lo uses como una estratagema maquiavélica para caer bien, porque no funcionará.  

“The deepest principle in human nature is the craving to be appreciated.”

– William James

Módulo 4: Pasión y Propósito

17) No hagas estupideces

Charlie Munger tenía una heurística de pensamiento extraordinariamente útil – “Invert, always invert”. Su enfoque implica darle la vuelta al objetivo cuando vas a tomar una decisión, apuntando la mira hacia el objetivo contrario.

En vez de preguntarme qué es lo que quiero, me pregunto qué es lo que no quiero. Y la progresiva eliminación de lo que no quiero me llevará, irremediablemente, hacia lo que quiero.

No puedo exagerar la importancia que ha tenido esta forma de pensar en mi propia vida. La utilizo para prácticamente todo y sin darme cuenta. Es una brújula infalible hacia la claridad mental.

Identifica lo que es malo para ti y evítalo. Eso provocará que tu atención se centre en tareas y personas que te elevan hacia el cielo, y no en las que te hunden en el fango. Y así, poco a poco, irás avanzando hacia un lugar que merecerá mucho la pena.

“People try to do all sorts of clever and difficult things to improve life instead of doing the simplest, easiest thing—refusing to participate in activities that make life bad.”

– Leo Tolstoy

18) Persigue la maestría en un área de interés

Prácticamente todos nosotros tenemos la capacidad de alcanzar la maestría en alguna materia. Tenemos suficiente talento y suficientes medios a nuestro alcance para ello. Pero muy pocos lo hacemos, por dos grandes razones: 1) Falta de discernimiento sobre cuál es esa materia; 2) Conformismo.

La vida no es lo mismo sin una pasión. No me refiero a una pasión con cariz de entretenimiento pasivo. “Me encanta ver partidos de fútbol” no es una pasión. Es un pasatiempo del que disfrutas. No te desarrollas ni creas nada. Simplemente experimentas de forma pasiva lo que crea otro.

Si hay un campo de conocimiento o una afición que te inspira curiosidad e interés, profundiza. Dedícale tiempo de calidad. Concéntrate. Progresa. El camino de la maestría está plantado con las semillas de la satisfacción vital de naturaleza más elevada. No renuncies a experimentar algo así cuando lo tienes a tu alcance.

 “Mastery is not a function of genius or talent; it is a function of time and intense focus applied to a particular field of knowledge.”

– Robert Greene

19) Reinvéntate cuando sea necesario

Uno de los grandes impulsores de la vitalidad integral es embarcarte en proyectos que te lleven hacia grandes objetivos vitales. Sin embargo, muchas veces no alcanzamos a entender que, a medida que vamos atravesando diferentes etapas de nuestra vida, nuestra identidad va mutando. Ya no somos los mismos, ni tenemos las mismas prioridades, ni los mismos valores, ni queremos las mismas cosas que antes. Aun así, nos resistimos a girar el timón hacia otros horizontes, porque estamos mentalmente anclados a nuestra concepción histórica de identidad.

Reinventarse es una gran fuente de energía vital. Si percibes que el camino por el que has ido hasta ahora, tus aficiones, relaciones u objetivos no te convencen del todo, porque no encajan con la persona que eres ahora, no evites cambiar de plano por lealtad a tu antigua identidad. Abraza la reinvención. Nuevos caminos, nuevos hábitos, nuevos objetivos que estén más en línea con la persona que eres ahora. Y si dentro de un tiempo hay que cambiar de plano de nuevo, cambia.

Todo lo que dote de energía vital e ilusión a tu vida es algo bueno. No riegues plantas muertas.  

“Life isn’t about finding yourself. Life is about creating yourself.”

– George Bernard Shaw

20) Disfruta

Aprender a disfrutar de las experiencias que vivimos no es sencillo. Nuestra mente tiende a compararlas con entidades externas y a evadirse del momento presente.

La experiencia del otro es mejor que la mía, mi experiencia de la última vez fue mejor que la de ahora, me gustaría estar en otro sitio en vez de aquí, tengo que hacer esta otra cosa después de esta, me preocupa que aquello suceda, etcétera, etcétera. Nos perdemos muchos momentos de disfrute que tenemos delante de nuestras narices por culpa de las triquiñuelas evasivas de nuestra propia mente.

Sea lo que sea a lo que estés prestando atención, el tiempo pasará igualmente. Aprende a disfrutar del momento. Sácale el máximo partido. Dentro de no mucho tiempo desearás poder volver a tu situación de ahora y poder hacer las cosas que puedes hacer ahora.

No desperdicies lo que tienes hoy, porque es mucho. Aunque eso te resulte difícil de creer, te aseguro que en algún momento del futuro te lo parecerá así.

Aprende a disfrutar del momento.

“The good old days are now.”

– Tom Clancy

Ahí tienes las 20 grandes fuentes de vitalidad integral. Hábitos y prácticas que estimularán tu capacidad física para poder hacer infinidad de cosas durante muchos años más, tu claridad mental para navegar con destreza por la vida, la riqueza de tus relaciones personales y tu sensación de estar viviendo una vida que merece de verdad la pena. Elige las que mejor se ajusten a tu caso particular o elígelas todas. Ninguna de ellas te vendrá mal, palabra de tu amigo Frank.

Ya que nos vamos a ir de este mundo en algún momento, hagámoslo por la puerta grande y después de ofrecer un gran show, ¿no te parece?

En tus manos queda.

Pura vida,

Frank.

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El mapa que necesitas para atravesar la tormenta https://cuestiondelibertad.es/mapa-tormenta/ Thu, 20 Nov 2025 05:00:07 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11836 Uno de los debates más frecuentes hoy en día gira alrededor de si las cosas están más difíciles que antes para los jóvenes o, por el contrario, más fáciles. Siempre me ha parecido un debate sin demasiado sentido, entre otras cosas porque resulta complicado llegar a una conclusión válida. Hay cosas que parecen estar mejor […]

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Uno de los debates más frecuentes hoy en día gira alrededor de si las cosas están más difíciles que antes para los jóvenes o, por el contrario, más fáciles. Siempre me ha parecido un debate sin demasiado sentido, entre otras cosas porque resulta complicado llegar a una conclusión válida. Hay cosas que parecen estar mejor y otras que parecen estar peor. La perspectiva cambia según la edad y las circunstancias del interlocutor. Más aún, estamos comparando diferentes momentos de tiempo con diferentes lentes, juzgando nuestra experiencia de jóvenes desde nuestra mentalidad actual y reflexionando con las flagrantes limitaciones de los engranajes de nuestra memoria. En estas condiciones, los sesgos de análisis e interpretación están servidos. Y por tanto el debate está por naturaleza adulterado, al igual que que sus conclusiones.

Sin embargo, un debate que sí me resulta interesante es el tipo de cosas que tiene sentido hacer para ganar en la vida en las nuevas circunstancias en las que nos encontramos. La estrategia más adecuada para “ganar”, entendido en sentido amplio. Que se cimente en una lectura certera de la realidad actual y la probable evolución futura de esa realidad, sin necesidad de comparaciones fútiles con el pasado… salvo en esas conversaciones de barra de bar con dos o tres copas de más.

Quizá este tema me parezca interesante porque, entre otras cosas, es útil. Se pueden extraer conclusiones válidas basadas en la lógica, la experiencia y la historia. Se pueden aplicar estas conclusiones a uno mismo, o inculcárselas a tus hijos. Se puede, en una palabra, provocar cambios favorables en la vida de uno, incidiendo en aspectos que yacen dentro de nuestra esfera de control e influencia. Y eso es por definición – o debería serlo – interesante. En especial, para los jóvenes de ahora.

Así que vamos a darle caña a este asunto en este post.

Antes de empezar, Frank va a hacerte un spoiler: Por mucho misterio y curiosidad que en ti despierte el análisis de la realidad y la interpretación de las tendencias actuales, comprobarás que la estrategia acertada para navegar a través de esas aguas va a ser similar a la de cualquier otra época: Una serie de cosas que tiene sentido creer, una serie de cosas hacia las que tiene sentido apuntar, y una serie de cosas que tiene sentido hacer. Cosas que, curiosamente, permanecen largamente inalterables a lo largo del tiempo, porque se basan en principios eternos de éxito.

Dicho esto, empecemos.

¿Qué aspecto tiene la realidad actual?

Esta es una pregunta muy abierta, así que vamos a acotarla un poco, ¿te parece?

Para empezar, definamos el ámbito geográfico: Occidente.

¿Y por qué no mi ciudad, o mi barrio? – dirás.

Porque en tu barrio hay personas que usan chatgpt, otras que compran en Amazon, tiendas que ofrecen descuentos por el Black Friday y bancos que dan hipotecas ligadas al Euribor. El mundo está cada vez más interconectado. Lo que sucede en el entorno macro de Occidente nos acaba afectando directamente, tarde o temprano, a nivel micro. Así que pongamos la lupa en nuestro barrio, ciudad y país si quieres, pero como partes integrantes de un entorno sociocultural, político y económico más amplio que determina – eventualmente – muy mucho nuestro modo de vida.

Sigamos adelante.

¿Qué demonios está pasando? ¿Cómo describiríamos la foto actual?

Aquí podríamos enumerar un sinfín de aspectos de diferentes tipos. Pero eso, aun cuando intelectualmente interesante, no sería demasiado útil. Así que centrémonos en unos pocos, en concreto aquellos con mayor influencia en la experiencia vital de una persona anónima que crezca y se desarrolle en este entorno occidental en general – y en España en particular.

La lista de “hits” favoritos de Frank es esta:   

1. En lo Económico

1.1 Mercado laboral precario e incierto

Nuestro mercado laboral adolece de escasa visibilidad en cuanto al desarrollo futuro de la carrera profesional, menor visibilidad aún sobre la posibilidad de encontrar un empleo consistente con los estudios cursados y una incipiente disrupción tecnológica que altera a gran ritmo las formas de trabajar y las necesidades de las empresas. Y en España en concreto, salarios estructuralmente bajos como consecuencia de una productividad estancada, predominancia de sectores de bajo valor añadido, temporalidad estructural e incentivos diabólicamente adversos al emprendimiento privado. En resumen, una situación jodida con serias carencias en sus cimientos y sin grandes atisbos de cambios positivos relevantes a corto plazo.

En el gráfico siguiente puedes ver la distribución de la población activa en España en los diferentes rangos salariales (brutos):

La recompensa económica que nos espera, como promedio, al terminar nuestros laboriosos años de estudios y acceder al mercado de trabajo no parece muy jugosa. ¿Merece entonces la pena dedicar tantos años de nuestra juventud a estudiar tanto, especialmente en un entorno tan cambiante e impredecible?

Los datos reflejan que las personas con estudios “tradicionales” en el zurrón han sido más propensas a sufrir menores niveles de desempleo en el pasado. Es cierto que las posibilidades de formación se han expandido mucho más allá de las vías tradicionales gracias a la tecnología, pero el mercado de trabajo en España sigue siendo anacrónico en sus exigencias, priorizando los títulos académicos sobre la evidencia práctica de dominio de habilidades. Esto eventualmente cambiará, como ya lo está haciendo en algunos países de Occidente, pero las hélices de ese barco se mueven despacio.

Tasa de paro por nivel de estudios, 25-64 años, 2005-2023

Fuente: Fundación Ramón Areces

En el lado más esperanzador, existe una creciente capacidad y voluntad empresarial hacia el teletrabajo, así como mayor flexibilidad para montar negocios sin necesidad de contar con un gran montante de inversión. Siempre que estés dispuesto a jugarte el tipo, comer clavos para desayunar, esquivar lluvias de meteoritos burocráticos cada vez más copiosas y que te esquilmen a impuestos para poder sufragar los muchos vicios estructurales del sistema.

Como puedes apreciar en el gráfico siguiente, cada vez menos personas están por esa labor.

En líneas generales, el atractivo relativo del sector público con respecto al sector privado como alternativa laboral para los jóvenes es cada vez más elevado en nuestro país: Tienes menos “upside” financiero y de carrera si las cosas van bien, pero mayor salario promedio, mayor estabilidad y menor exposición a riesgos impredecibles. Es muy tentador. Los incentivos que favorecen la elección del sector privado son cada vez más escasos y débiles. La iniciativa privada se está contrayendo progresivamente, con todas las consecuencias desalentadoras de plan de futuro que ello conlleva para el país.

Fuente: Eurostat

1.2 Elevado coste de la vida

La vida está cada vez más cara, sí, pero con dos puntualizaciones importantes. La primera, que los precios no solamente crecen en valor absoluto, sino que también lo hacen en relación a los salarios (en otras palabras, los «salarios reales» y el poder adquisitivo se están contrayendo). Y la segunda, que esto sucede con mayor intensidad en las categorías que representan pilares muy relevantes para la satisfacción vital a largo plazo, como la vivienda, el criado de los hijos, la sanidad o la cesta de la compra.  

Crecimiento de salarios de los jóvenes y precios de vivienda en términos reales

Esta elevada inflación de los «pilares clave» es largamente estructural, porque depende de factores que no parece que vayan a revertirse en el corto plazo. En el mercado de vivienda existe una crisis de oferta, cuya solución requiere un nivel de consenso político – entre las administraciones públicas entre sí y con el sector privado – que se antoja extremadamente difícil de conseguir y – de conseguirse – con un horizonte temporal de manifestación muy dilatado. En el sector salud existe un exceso de demanda por la pirámide demográfica, que un sistema prehistórico e ineficiente es incapaz de absorber. Y en el resto de los productos y servicios de primera necesidad existen limitaciones en las cadenas de suministro y/o trabas fiscales y regulatorias que encarecen el precio que paga el consumidor final. Todo ello espolvoreado de una continua e ininterrumpida pérdida del valor del dinero fiduciario, gracias a la fiesta de emisión de papel sin control por parte de los bancos centrales.

En resumen, el alza del coste de la vida en España (y resto de Occidente) tiene pocas perspectivas de revertirse a corto plazo, tanto en valor absoluto como en relación a los salarios. Cada vez será más difícil acceder a aquello que antaño considerábamos imprescindible para construir un proyecto de vida satisfactorio.

1.3 Estado del bienestar en deterioro

El «estado del bienestar» fue un invento muy bonito, pero resulta insostenible en su formato actual. No es una opinión subjetiva, es una cuestión matemática. Las cuentas no dan. Y como no dan, se está recurriendo de forma continuada a la emisión de deuda para cubrir el creciente déficit.

¿Cuál es el elefante en la habitación?

Las pensiones.

El gráfico siguiente, cortesía del gran analista Jon González, muestra la distribución del gasto público en España por niveles de edad y categoría. Como puedes ver, la parte en azul es el meollo del asunto. Y no te muestro la estimación de esta misma foto para el año 2050 porque no quiero que te dé un vahído antes de acabar de leer el post.

La gran mayoría de países de Occidente están cada vez más endeudados con respecto a su Producto Interior Bruto (PIB), fundamentalmente por las necesidades de financiación de ese “estado del bienestar”. En España, la ratio deuda pública/PIB se encuentra por encima del 100%, y aproximadamente el 60% del incremento de la deuda año a año está ligada a la necesidad de financiar el déficit del sistema de pensiones y la seguridad social.

No hace falta ser Pitágoras de Samos para apreciar con nitidez lo que viene hacia nosotros: A medida que la población envejece y el número de jubilaciones se disparan, el déficit y el endeudamiento del sistema crecerán, hasta que el mercado de deuda diga basta. Y el mercado de deuda siempre dice basta en algún momento. En ese momento, se recortarán prestaciones del “estado del bienestar”. Primero unas, luego otras, y las pensiones probablemente en último lugar. Pero hasta entonces, el incentivo político será esquilmar a los trabajadores en activo vía impuestos y endeudarse al límite para retrasar todo lo posible cualquier mínimo recorte a los pensionistas, al representar estos el grupo más nutrido del electorado.

No, colega, esta situación tampoco va a cambiar mucho a corto plazo. “Las pensiones no se tocan” es un slogan político que suena muy bien, pero su implicación práctica en nuestra estructura de funcionamiento como país es la necesidad de esquilmar y endeudar cada vez más a las generaciones presentes y futuras. Digo “endeudar” porque es exactamente lo que esta dinámica implica en la práctica. Es técnicamente deuda del Estado y no del individuo, sí, pero al Estado no le quedará más remedio – muy probablemente – que sufragar su devolución vía una mayor carga impositiva a las generaciones futuras.

Saturno devorando a su hijo, Francisco Goya (1823)

2. En lo Sociocultural

2.1 Cambios demográficos

A nivel demográfico tenemos dos tendencias evidentes en el escenario.

En primer lugar, el envejecimiento de la población por la disminución de la tasa de natalidad.

En segundo lugar, los movimientos migratorios desde fuera de Occidente hacia Occidente.

Ninguna de las dos, en su formato actual, son buenas noticias para un joven occidental. La primera, porque implica mayor presión sobre el déficit público y favorece la imposición de una mayor carga fiscal para los trabajadores en activo, como hemos visto en el apartado anterior. La segunda, porque implica un mayor nivel de demanda de esos bienes y servicios de primera necesidad, y por tanto un viento de cola adicional al proceso de encarecimiento progresivo de dichos bienes y servicios.

“Pero la inmigración también contribuye a reducir el déficit público”, se podría argumentar. Sin embargo, los datos reflejan que por el momento no es así. El tipo de inmigración que Occidente está atrayendo es, en conjunto, creadora neta de déficit. En otras palabras, este segmento demográfico consume más de lo que aporta a las arcas públicas a lo largo de toda su vida. No es un caso aislado de España. Lo mismo sucede en otros países de Occidente.

Además de todo esto, existe una tercera tendencia demográfica que no resulta tan evidente, y es la progresiva dilución de la cultura y costumbres occidentales en favor de otras culturas y costumbres. Digo que no es tan evidente porque sucede en silencio, lentamente y sin grandes sobresaltos. Pero al ritmo actual de flujos migratorios netos y tasas de natalidad relativas de inmigrantes y autóctonos, la realidad demográfica de Occidente será muy distinta dentro de escasas dos generaciones. Y sus usos y costumbres, forzosamente, cambiarán.

¿Serán los nuevos usos y costumbres más propensos que los fundacionales al éxito y a la satisfacción vital de los ciudadanos de Occidente? Quizás sí. Pero utilizando esa herramienta tan discriminatoria y retrógrada como es la lógica, me arriesgaría a concluir que el lugar de destino de los flujos migratorios debe tener forzosamente unas condiciones más favorables que las del lugar de origen, y que esas condiciones no son fruto del azar, sino de las manifestaciones prácticas de los usos y costumbres fundacionales y sus correspondientes buenos resultados durante largos periodos de tiempo.

Puede que eso deje de suceder y la alternativa sea ahora mejor, pero permíteme que lo ponga en duda.

2.2 Relaciones de pareja inestables / fragmentación de la familia

La dinámica de relaciones de pareja actual ofrece múltiples beneficios: Diversidad, accesibilidad, libertad… la lista es ilimitada. Lo único que falla es la estabilidad, que es precisamente el ingrediente fundamental para formar una familia. Al menos, en el sentido tradicional de la palabra.

Podemos intentar dibujar los trazos de las múltiples causas que han llevado a esta situación: Cambio de valores, dilución de la importancia de la religión y la tradición, ideología woke y/o feminista radical, mayor independencia de las mujeres, inflación de expectativas, redes sociales, deterioro de la salud mental, proliferación de mandíbulas de cristal y ausencia de resiliencia a las dificultades, etcétera, etcétera. Pero eso no importa ya demasiado. Lo que de verdad importa es la foto en la que los jóvenes y no tan jóvenes de ahora se encuentran:

Es muy fácil relacionarse de forma esporádica, pero muy difícil conectar y aún más difícil construir una relación estable a largo plazo.  

Y esto, por si el elevado coste de la vida y el acceso a la vivienda no fueran ya obstáculo suficiente, lleva inevitablemente a la desintegración progresiva de la institución de la familia en nuestra sociedad.

En un reciente artículo de la revista “The Economist”, titulado “El incremento de la soltería está cambiando el mundo”, se menciona lo siguiente:

  • En Estados Unidos, el porcentaje de solteros de entre 25 y 34 años se ha duplicado en los últimos 50 años: hoy, el 50 % de los hombres y el 41 % de las mujeres de este grupo viven solos.
  • En Finlandia y Suecia, un tercio de la población adulta es soltera.
  • Este mismo patrón se observa en toda Europa y Asia, desde China hasta Japón y Corea del Sur.

Esta situación, mucho me temo, tampoco tiene visos de cambiar de tendencia en el corto plazo. Veremos aún muchos años más de experimentos en los que los hombres y mujeres de Occidente se empeñan en probar nuevas fórmulas de relación, alineadas con su progresista y empoderante visión del mundo, mientras el ritmo de adopción de mascotas y el consumo de ansiolíticos continúa creciendo. El no querer relacionarse de forma sana y equilibrada eventualmente tiene un precio. Un precio cuya factura suele acabar llegando.

2.3 Sobrerrepresentación de la tecnología

La tecnología ha irrumpido con fuerza inusitada en nuestras vidas. Consumimos la mayor parte de nuestro tiempo consciente observando pantallas, y esa tendencia no ha hecho sino aumentar, si combinamos las actividades de trabajo/estudios y la actividad de ocio.

La conclusión de estas tendencias no es complicada de extraer: Dedicamos más atención al mundo online y menos atención al mundo real. Más atención a las interacciones digitales con los demás y menos atención a las interacciones en persona o por teléfono. Más tiempo fragmentando la atención en múltiples estímulos de corta duración y menos tiempo centrando la atención en tareas de larga duración.

En resumen, más superficialidad y menos profundidad. Más diversidad y menos autenticidad. Más eficiencia y menos eficacia. Más interacciones y menos conexión. Más pan y menos mantequilla.

En todas y cada una de las dimensiones relevantes de nuestra vida.

Me encantaría decirte que la tecnología va a reducir su presencia en nuestro día a día, pero veo más probable que Emilio, el portero del edificio de mis padres, bata el récord de salto de pértiga de Armand Duplantis uno de estos días.

3. En lo Político

El panorama político no ha experimentado grandes cambios. El sistema permanece construido para que el monstruo parasitario del gobierno autoalimente su ineficiencia de forma ininterrumpida, los ciudadanos continúan manteniendo viva la ilusión de tener algún tipo de capacidad de hacer cambiar las cosas acudiendo a las urnas, y la democracia, erigida en el sistema menos pernicioso de todos los disponibles, continúa adscribiendo el mismo poder de influencia a todas las personas, con independencia de su inteligencia, equilibrio mental o formación.

Lo que sí ha cambiado un poco, como consecuencia de las redes sociales y ahora la IA, es la propensión de la sociedad a la desinformación. Y eso sí que representa un problema, porque puede modular tu ideología política y tener una influencia poderosa sobre los contenidos a los que te expones regularmente, las personas con las que te relacionas, tus creencias y visión del mundo… e indirectamente impactar de forma significativa en tus decisiones vitales.

Por ejemplo:

“La brecha salarial entre hombres y mujeres se debe principalmente a la discriminación de género” – bulo.

“La razón fundamental de que la vivienda en España sea tan cara es la especulación” – bulo.

“Existe evidencia científica concluyente de que la causa principal del cambio climático es antropogénica (el ser humano)” – bulo.

“Hay desigualdad de derechos entre hombres y mujeres en Occidente” – bulo.

“No hay correlación entre la inmigración de ciertos orígenes y culturas que está llegando en los últimos años a Occidente y las tasas de delincuencia” – bulo.

“El ciudadano medio en España no destina cada vez más porcentaje de su salario a impuestos” – bulo.

“El sistema de pensiones en España es sostenible y se autofinancia” – bulo.

La mayoría de estos bulos que acabo de presentar son “de un lado” del espectro político. Evidentemente, existen bulos de gran calibre en ambos lados. Pero estos se me antojan especialmente ilustrativos, porque una enorme cantidad de personas cree que son verdades absolutas.

Ninguna de estas aseveraciones tiene gran margen para el debate racional. Son empírica y categóricamente falsas, quizá con pequeñas puntualizaciones que en ningún caso invalidan la conclusión principal. Y esto es muy fácil de comprobar hoy en día si tienes interés en hacerlo para depurar tus creencias, porque ahora existe acceso directo a fuentes fiables de contraste.

El problema es que muchas personas no quieren siquiera contemplar la posibilidad de cuestionar lo que creen. Son esclavos de su identidad política y presos del sesgo de confirmación, que se refuerza y autoalimenta gracias a la exposición constante a cámaras de eco y contenidos unidimensionales en las redes sociales. Por eso el clima político se encuentra cada vez más polarizado, y por eso es cada vez más difícil reconciliar las diferencias entre grupos en un proyecto político coherente para el país.

Lo has adivinado. Me temo que esto tampoco va a mejorar en el corto plazo. .

4. En lo Ético

4.1 Moral invertida

Uno de los desarrollos culturales más llamativos en Occidente en las últimas décadas es la consolidación de la filosofía de moral invertida, anclada en la ideología woke.

Bajo esta filosofía se ilumina al que obtiene peores resultados, oscureciendo al que los obtiene mejores. Se justifica la delincuencia y se critica el respeto a la ley. Se aplican estándares de comportamiento más permisivos y menos exigentes para ciertas razas o ciertos sexos. Se discrimina positivamente a los que se autodenominan pertenecientes a minorías oprimidas frente a los demás. Se venera la mediocridad y se desluce el mérito. Se idolatra el caos y se demoniza el orden.

Esto no es casual. Es fruto de una estrategia supranacional premeditada para despojar a Occidente de su hábito de recompensar el comportamiento virtuoso y colocar a un oscuro referente en su lugar: El sentimiento de culpa.

La efectividad de esta estrategia ha resultado muy evidente: Los medios de comunicación, las instituciones y el discurso político se centraron en depositar semillas de culpabilidad en la sociedad Occidental por todo tipo de supuestos crímenes del pasado: Guerras, esclavitud, discriminación racial, colonialismo, robo, machismo, opresión… The Full Monty.

Nos han dicho, por activa y por pasiva, que el hombre blanco occidental es culpable de todos los males de la humanidad habidos y por haber, y por eso debe aceptar “dejar darse por el culo”, si me permites la expresión, por los siglos de los siglos.

«Dejaos de méritos anclados en discriminación, violencia y desigualdad, y dejad sitio en el escenario para los menos favorecidos. A poder ser, perdiendo una buena cantidad de vuestra propia sangre por el camino, a modo de compensación por los agravios sufridos.»

Básicamente, el discurso woke del sentimiento de culpa se reduce a esto. Y la sociedad Occidental, gilipollas de solemnidad, no solo se lo ha creído, sino que ha perseguido y demonizado a los disidentes como si fueran el mismísimo demonio, hasta llevarlos sin contemplaciones al ostracismo social.

Todo esto sucedió sin ningún tipo de argumentación lógica o evidencia de veracidad. Bastó simplemente con deshumanizar al adversario etiquetándolo como racista, fascista, machista o similares, lo que dice mucho de la susceptibilidad de las masas a la manipulación y nuestra dependencia emocional a no dejar nunca de pertenecer al grupo.

Y es que algunas cosas nunca cambian.

Como dijo Mark Twain, “la historia no se repite, pero desde luego rima.”

¿La consecuencia práctica de todo esto? El nacimiento de la empatía suicida.

4.2 Empatía suicida

La empatía suicida es el resultado de la sublimación existencial del sentimiento de culpa de Occidente y su manifestación en una filosofía insana de compasión malinterpretada. Movidos por la imperiosa necesidad de acallar ese impuesto sentimiento de culpa, nos mostramos abiertos a tolerar políticas y comportamientos que, de evolucionar a sus anchas sin control, pueden desencadenar una espiral de acontecimientos que conduzca, irremediablemente, a nuestra propia destrucción.

Tiene sentido impulsar el que ciertos grupos, antaño desfavorecidos, se desarrollen económica y socialmente. No tiene sentido tolerar comportamientos incívicos a esos grupos que no toleraríamos a los demás.

Tiene sentido acoger a personas que vienen a labrarse un futuro mejor y a aportar con su trabajo. No tiene sentido dar un trato preferente a esas personas con respecto a los ciudadanos autóctonos.

Tiene sentido abrir las fronteras al mundo con un plan coherente de país, anclado en una lectura certera de la situación de las finanzas públicas para conseguir el sustento que deseamos para los miembros de la sociedad. No tiene sentido abrir las puertas a todo el mundo de forma indiscriminada y simplemente “por compasión”.

Tiene sentido ser más humanos con personas que lo necesitan. No tiene sentido sacrificar el orden y la estabilidad de una sociedad para serlo.

Tiene sentido enriquecerse a través de la exposición a otras culturas. No tiene sentido priorizar el desarrollo de otras culturas buscando proactivamente el detrimento de la propia.

Todo esto es sentido común. Lo apreciamos de forma muy obvia cuando demasiadas personas quieren subirse al mismo tiempo y sin control a una barca que está ya casi llena. Sin embargo, no parecemos verlo de forma tan nítida cuando esa barca es un país. Entre otras cosas, porque no se hunde inmediatamente. Pero eventualmente puede hundirse. Claro que puede. Y por eso es necesario que se respete un mínimo de coherencia con la foto más amplia, tanto la foto presente como aquella foto futura hacia la que queremos avanzar. 

La empatía y la compasión son valores morales encomiables. Pero para que surtan el efecto deseado han estar subordinados a la supervivencia y a la preservación de los valores morales y socioculturales que nos han hecho crecer y prosperar como país y como región. Deben estar anclados en el orgullo de haber obtenido buenos resultados y haber construido una sociedad que funciona, no en la culpa por supuestas inmoralidades del pasado que otros nos intentan imponer en el presente.

La prioridad es que la barca siga a flote. De lo contrario, esa empatía sana y equilibrada, tan deseable, se convierte en empatía suicida. Y esa no es para nada deseable.

5. En lo Espiritual

Todos los factores que hemos mencionado anteriormente son como una red de pequeños riachuelos que confluyen en un grueso canal. Un canal que concentra el efecto combinado de todos ellos y que fluye poderosamente en una sola dirección: La sensación de falta de propósito vital.

Los jóvenes de hoy experimentan una palpable ausencia de referencias para encontrar un proyecto de vida satisfactorio a un nivel no sólo material, sino también espiritual. Un proyecto que no únicamente les permita cubrir sus necesidades básicas y de relación/pertenencia al grupo, sino que también les haga sentir que su vida ha merecido la pena. Que hay algo valioso por lo que merece la pena luchar. Que van a poder dedicar tiempo a un proyecto que trasciende su propia existencia y que les conecta, de un modo sutil, con algo más elevado que ellos mismos.

Esto es algo que todos anhelamos y que muchos conseguíamos antaño de diferentes maneras. Unos, a través de formar una familia. Otros, a través de relaciones personales profundas y auténticas. Otros, a través de una ocupación vocacional que se desarrollaba a lo largo de muchos años. Otros, a través de su fe religiosa. Otros, a través del servicio a los demás. Otros, a través de la libertad que les otorgaba su independencia económica. Otros, a través de su pertenencia a una comunidad estrechamente cohesionada.

Todo esto es mucho más difícil ahora. Los jóvenes lo intuyen. Perciben que el tablero de juego está trucado en su contra y no les ofrece grandes posibilidades de ganar. Y por eso, muchos de ellos renuncian a sus esperanzas incluso antes de empezar a jugar y se abandonan al placer inmediato, la superficialidad, el cortoplacismo, la apatía. 

Bueno, colega, ¿estás ya lo bastante deprimido?

Bien. Te necesito así.

Ahora vas a ver cómo salimos de este atolladero. Y además, por la puerta grande.

«Fate whispers to the warrior: «You cannot withstand the storm.»

And the warrior whispers back: «I am the storm.»»

– Unknown

La estrategia para ganar en la vida

La estrategia para ganar en este tablero de juego repleto de zarzas y espinas parte de un principio filosófico fundamental: Las condiciones del entorno no son propicias para que obtengas buenos resultados con comportamientos ordinarios. Si quieres buenos resultados, vas a tener que estar dispuesto a hacer cosas extraordinarias. En concreto, en tres dimensiones:

  1. Mentalidad: Creencias de alto nivel
  2. Objetivos: Áreas prioritarias de desarrollo
  3. Acciones: Hábitos de comportamiento

Veamos qué demonios significa esto.

Creencias de alto nivel

Las creencias de alto nivel que debes incorporar de forma permanente a tu ADN de visión del mundo son las siguientes:

  1. Yo soy el principal responsable de la vida que vivo y los resultados que obtengo
  2. El mundo no me debe nada
  3. Es mi obligación moral construir una vida de la que me sienta orgulloso
  4. La única comparación válida es con la mejor versión (aspiracional) de mí mismo
  5. El movimiento es vida

El objetivo de estas creencias es reescribir el diálogo que tienes contigo mismo, desarrollando una mentalidad centrada en el desarrollo del carácter. Tú eres el que decide llevar el timón y encajar los golpes de las olas, el que aspira a vivir una vida extraordinaria, el que busca proactivamente el cambio, el que elige no dejar de mejorar, de aprender, de crecer con los medios que tiene a su alcance.

Ese es un carácter ganador. Un carácter que avanza en la dirección opuesta al camino al que señalan todas las flechas fluorescentes de la época actual: El camino de la frustración, la protesta, la victimización, la comparación con los demás, el estancamiento, el placer efímero, la pérdida de esperanza, la ausencia de propósito, el pensar en pequeño y contentarse con poco.

El carácter ganador se forja en el camino difícil. Por eso el camino difícil es el que debes tomar.

Áreas prioritarias de desarrollo

La siguiente pregunta que has de hacerte es qué dimensiones concretas de tu persona debes cultivar para construir un perfil que tenga buenas probabilidades de prosperar y conquistar la satisfacción vital en la foto del entorno que hemos pintado en la primera parte de este post: Un mundo con grandes restricciones laborales y económicas, en plena disrupción tecnológica, con interés en hacerte dependiente de las prestaciones públicas y sustituible por mano de obra más barata, dentro de una sociedad con baja confianza entre sus miembros, que no sabe relacionarse con autenticidad, poco resiliente a la adversidad, desinformada, anestesiada y con predisposición a elegir el camino fácil.

La respuesta corta es que debes diferenciarte concentrando tus esfuerzos en áreas de alto valor añadido. Con visión de construir a largo plazo y paciencia en la obtención de resultados, y al mismo tiempo con impaciencia y presteza en la acción (ensayo-error-feedback) en el corto plazo.  

¿Y qué narices significa esto, Frank?

Para eso está la respuesta larga.

Hay 4 áreas principales de valor añadido en tu mapa de satisfacción vital a las que debes prestar atención:

  1. Desarrollo de conocimiento y/o habilidad diferenciados
  2. Relaciones auténticas de amistad y pareja
  3. Flexibilidad de movimientos
  4. Propósito vital

Expongamos las ideas fundamentales de cada una de ellas:

1. Conocimiento y/o habilidad diferenciados

Para prosperar en el plano profesional y dotar de megapropulsión a tus principales motores vitales, debes enfocarte en cultivar un tipo de conocimiento y/o habilidad en profundidad, y debes darle un enfoque de aplicación práctica que te diferencie del resto.

En otras palabras, debes convertirte en un experto. Debes destacar.  

Deberás empezar a andar ese camino de aprendizaje convencido de que vas a estar entre los mejores en ese campo, y comprometido con lo que haya que hacer para poder conseguirlo. Has de apuntar alto, y tu comportamiento ha de estar a la altura de tus aspiraciones.

Esto no es negociable. Es la piedra angular de todo lo demás. El trampolín que te permite coger impulso y tomar altura. Lo que Naval Ravikant llama «conocimiento específico» («specified knowledge»): Un tipo de conocimiento especializado, único y difícilmente traspasable, que se forja mediante curiosidad genuina y talento innato.

El área concreta de tu conocimiento o habilidad sólo la puedes elegir tú. Debe ser algo que te fascine y que te despierte curiosidad por aprender y profundizar. La disciplina llega hasta donde llega. Después, el interés genuino – o la ausencia del mismo – toma las riendas de tu comportamiento.

2. Relaciones auténticas de amistad y pareja

El mundo hacia el que nos dirigimos te va a empujar hacia la dispersión de tu atención y la superficialidad en las relaciones. Resiste. El tesoro se encuentra en la concentración de tu atención y de tu tiempo en pocas personas. En concreto, en estas:

La primera, tú mismo. Debes observar cómo te comportas, ser consciente de las causas de tus reacciones y las palabras y el tono que usas al relacionarte con los demás. Si eres sincero contigo mismo comprobarás que tienes mucho que mejorar. Hazlo. A tu ritmo, pero sin bajar la guardia. Esa es la base más sólida que existe para construir relaciones personales de calidad.

La segunda, tu círculo de amigos más cercano. Los que te elevan y te protegen. Los que estarán ahí cuando las cosas se tuerzan. A esos dales lo mejor de ti mismo. Comparte diversiones y tristezas. Hazte disponible. Estate presente. Inspira confianza. Sé honesto.

La tercera, tu pareja, si es que decides que quieres tener una. Elige a una persona amable, con la que sea agradable compartir momentos. Con valores y visión del mundo compatibles con los tuyos. Y una vez la encuentres, intenta ser tu mejor versión con ella. Puede no salir bien, pero no necesitas mucho más para maximizar tus probabilidades de que lo haga. La vida sabe mejor con la persona adecuada a tu lado.

La cuarta, tu familia más cercana. Crea momentos especiales compartidos, sé agradecido si tienes motivos para ello y cumple con tu cometido cuando las cosas se pongan difíciles.

Con las demás personas, haz lo que te parezca oportuno, pero no desvíes demasiada energía de las joyas de tu corona. Tu prioridad deben ser ellas. Dedícales la atención que merecen si quieres tener relaciones auténticas y resistentes a los vaivenes de la vida.

3. Flexibilidad de movimientos

Uno de los componentes clave de tu satisfacción vital en los tiempos que vienen es tu capacidad de pivotar de un sitio a otro y moverte como se te antoje para conseguir tus objetivos. Esa flexibilidad no caerá en tu regazo de la noche a la mañana. Tendrás que construirla poco a poco. Y las vías para hacerlo son fundamentalmente dos:

La primera, tu valía profesional. Esta valía estará íntimamente ligada al primer punto de esta lista, el desarrollo de un conocimiento y/o habilidad diferenciados. Cuanto más destaques en tu campo de actuación, más demanda de tu talento existirá, más potencial de remuneración económica conseguirás y más poder de negociación tendrás para modular las cosas a tu antojo.

La segunda, tu flexibilidad financiera. Si dependes del siguiente sueldo para pagar las facturas, no tendrás flexibilidad de movimientos alguna. Has de ahorrar e invertir, de forma recurrente, desde bien pronto. Cuando hayas acumulado un colchón de ahorros de suficiente calibre, experimentarás la belleza del primer beso de la libertad.

No voy a contarte cuentos de hadas. En el contexto actual y extrapolando las tendencias del momento al futuro, la flexibilidad financiera es un objetivo difícil de conseguir, especialmente trabajando en España. Si quieres maximizar tus probabilidades, deberás estar dispuesto a (y prepararte para) trabajar en ambiente internacional.

Puede ser triste, sí, pero es lo que hay. No hay ninguna necesidad de edulcorar artificialmente la realidad. En otros países apreciarán más tus habilidades, tendrás mejores oportunidades de carrera profesional, mayores sueldos/capacidad de ahorro e inversión y desarrollarás mayor resiliencia, independencia y confianza en ti mismo. No hay color en cuanto a desarrollo personal y vital, especialmente en los primeros años de tu vida.

Y así, sin anestesia, te lo dice tu amigo Frank. Merry Christmas.

4. Propósito

La última gran variable de la ecuación de la satisfacción vital es el propósito. Sentir que la vida que estás viviendo vale la pena, porque estás construyendo algo que transciende tu propio ombligo.

Cuando somos jóvenes no solemos pensar demasiado en esto. Tenemos la mirada fija en satisfacer necesidades más acuciantes. Pero este tren llega a tu radar mental y a tu abanico de emociones. Tarde o temprano, llega.

Cuando llegue, debes tener opciones de poder cogerlo. Debes estar presente en ese andén. Y eso sólo es posible cuando ya lo has hecho relativamente bien en el plano vital y puedes permitirte desviar algunos recursos y atención hacia aspiraciones «más elevadas».

Hay múltiples caminos para llegar a Roma. Quizás el azar se ponga de tu parte y encuentres un atajo que te permita llegar allí con rapidez. Pero si quieres jugar con buenas probabilidades de ganar, la estrategia secuencial de priorización tiene bastante sentido: Primero, apuntala bien el casco de tu barco para navegar con firmeza en el tempestuoso mundo hacia el que nos dirigimos. Después, navega durante un tiempo, descubriendo nuevos lugares y expandiendo tu destreza y experiencia. Y finalmente, con todo ese bagage en el zurrón, elige las aguas que te hagan sentir, en lo más profundo de tu ser, que tu viaje está mereciendo de verdad la pena.

Hábitos de comportamiento

Bueno colega, ya cuentas con mentalidad y objetivos ganadores en el radar. Ahora sólo te queda actuar. Día a día, mes a mes, año a año.

Esta es, probablemente, la parte más difícil de todo el proceso. Toca hacer. Sin excusas, sin justificaciones, sin trampas al solitario. Y la idea más poderosa que puedo darte para ayudarte con esto es la siguiente:

Has de incorporar a tu agenda acciones de máximo impacto de cara a las 4 áreas de desarrollo prioritarias que hemos identificado en el apartado anterior: Desarrollo de conocimiento y/o habilidad diferenciados, relaciones personales, flexibilidad de movimientos, propósito vital. Quizá puedes permitirte dedicar menos energía a la última de ellas en el corto plazo, salvo que el aguijón de tu necesidad de propósito se haya clavado ya en tus carnes y duela de verdad.

Esta idea tiene dos dimensiones:

En primer lugar, debes identificar cuáles son esas acciones de máximo impacto. No es lo mismo felicitar a un amigo por su cumpleaños con un mensaje de texto a las 8 de la tarde que llamarle por teléfono o presentarte en su trabajo a las 10 de la mañana. Hay acciones que, con poco tiempo y esfuerzo, producen grandes resultados. Por eso las llamo de “máximo impacto”. Piensa en cuáles pueden ser. Spoiler: Hay muchas. Para un momento y piensa, capullo.

En segundo lugar, debes llevar a cabo esas acciones de máximo impacto que has identificado, y debes hacerlo de forma prioritaria. Por mucho que haya docenas de otras tareas que, por su aparente urgencia, atraen más tu atención. Las acciones que has identificado son las más importantes, porque son las que te acercan a tus grandes objetivos. Y debes tratarlas como tal, sin excusas. Un día en el que no te acercas un paso más a tus grandes objetivos es una oportunidad perdida por gestionar mal tu tiempo. Ni más, ni menos.

 “People do not decide their futures. They decide their habits, and their habits decide their futures.”

– F.M. Alexander

Bueno colega, ahí lo tienes. El mapa hacia la satisfacción vital en un mundo incierto y lleno de peligros. Utilízalo sabiamente. Si lo haces, ganarás. No me cabe ninguna duda.

Pura vida,

Frank.

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Emociones e IA: Dos caras de una misma moneda https://cuestiondelibertad.es/emociones-ia/ Fri, 31 Oct 2025 16:11:59 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11782 Desde hace ya varios meses, no dejamos de hablar de la Inteligencia Artificial (IA). Que si un montón de trabajos van a desaparecer, que si los niños ya no van a aprender a pensar, que si las máquinas acabarán intentando exterminar a la raza humana como Skynet en Terminator, y un sinfín de teorías sobre […]

La entrada Emociones e IA: Dos caras de una misma moneda se publicó primero en Cuestion de Libertad.

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Desde hace ya varios meses, no dejamos de hablar de la Inteligencia Artificial (IA). Que si un montón de trabajos van a desaparecer, que si los niños ya no van a aprender a pensar, que si las máquinas acabarán intentando exterminar a la raza humana como Skynet en Terminator, y un sinfín de teorías sobre las implicaciones de la repentina irrupción de esta tecnología en nuestras vidas.

Cuando nos encontramos a las puertas de un cambio que parece significativo, nuestro cerebro reacciona generando sensación de ansiedad. Nuestra percepción subjetiva del grado de incertidumbre sobre el futuro se dispara. Eso provoca que cuestionemos si nuestras circunstancias se verán negativamente afectadas de algún modo, y nuestra natural aversión a la pérdida provoca que nos afanemos en predecir qué demonios sucederá.

Este fenómeno psicológico de reacción a la incertidumbre del cambio es largamente universal. Pero dependiendo de nuestra personalidad y otros factores externos, nuestra forma de gestionarlo en la práctica es diferente. Las personas curiosas, proactivas y con medios a su alcance intentarán adelantarse y prepararse ante posibles escenarios futuros. Las personas perezosas y escépticas se dirán a sí mismas que las cosas no van a cambiar demasiado y harán oídos sordos al ruido de los medios de comunicación y las conversaciones alarmistas de su entorno. Y la gran mayoría de personas permanecerán en un territorio intermedio, en el que oyen cosas que no entienden del todo y se preocupan un poco, pero toman una actitud primordialmente reactiva. La inacción es la respuesta humana más natural ante un problema complejo.

¿Saldremos ganando o perdiendo con esta nueva tecnología? ¿Se elevará nuestra experiencia vital, o por el contrario se deteriorará? ¿Seremos más capaces o menos capaces? ¿Más felices o menos felices? ¿Nos sentiremos más o menos satisfechos con nuestra función y propósito en la vida?

La tendencia natural en las conversaciones de barra de bar es dar a estas preguntas una respuesta de brocha gorda: Será malo para todos o será bueno para todos, porque bla, bla, bla. Pero vamos a hilar un poco más fino, ¿te parece?

La tesis de este post es que esta tecnología supondrá un paso atrás para la mayoría – quizá la inmensa mayoría – de personas. No por las virtudes o defectos de la tecnología en sí, sino por nuestras propias limitaciones a la hora de utilizarla. Para una minoría de personas, sin embargo, supondrá un gran paso adelante. De hecho, este puede ser uno de los puntos de inflexión más potentes en la historia en cuanto a capacidad de diferenciación. La diferencia entre los que la usen “bien” y los que la usen “mal” será espectacular.

Para ilustrar este punto, hagamos un paralelismo con un tema que, aparentemente, no tiene nada que ver con la IA: La gestión de las emociones.

El gran fiasco de la gestión emocional

Recordarás que, en la época de la filosofía griega, la razón era considerada como el mayor sinónimo de la virtud, la espada más afilada, el caballo más rápido. Esta perspectiva se mantuvo relativamente intacta a lo largo de muchos siglos, pero hacia finales del siglo XX y especialmente en el siglo XXI, las cosas empezaron a cambiar. La razón pasó a un segundo plano y las emociones conquistaron el primer puesto en la escala de virtud de la cultura occidental.

La inteligencia, la lógica y la claridad mental fueron perdiendo terreno frente a la sensibilidad, la empatía, la compasión, la culpa, la ansiedad, la tristeza y la ira, a la hora de influenciar la conducta personal, la dinámica social, la política institucional e incluso el funcionamiento del poder legislativo y judicial en nuestra sociedad.

Las emociones cobraron mayor representatividad en el escenario. Experimentar una emoción pasó a convertirse en una causa legítima para actuar en consecuencia. Si me enfado por algo, estoy legitimado para reaccionar de forma agresiva. Si algo me ofende, estoy legitimado para atacar al que me ha ofendido. Si algo me entristece, estoy legitimado para culpar a algo o a alguien. Si me siento frustrado por no conseguir los resultados que quiero en un entorno concreto, estoy legitimado para criticar la forma en la que ese entorno está diseñado. Es la dinámica mental en la que funcionan muchos adultos y la inmensa mayoría de los niños en el momento actual. Algo que resulta paradigmático para nuestros abuelos, pero que es el agua en la que nadan los niños y jóvenes de esta generación sin ni siquiera darse cuenta de que esa agua está ahí.

En otras palabras, nuestra cultura favorece el que las emociones no se cuestionen. Si así lo siento, así es. Cualquier reacción que sea consistente con esa emoción es un comportamiento correcto y justificable en nuestras cabezas. Y aunque este principio moral de comportamiento aún “no cuele” en todos los casos, estamos yendo en esa dirección como sociedad muy rápidamente.

Las emociones son veneradas. Son consideradas como una manifestación natural de nuestra esencia. Y por eso la mayoría de las personas alaba sus emociones a través de su conducta. Eligen el acto que representa una elegante reverencia a sus emociones, acariciándoles el lomo, para no entrar en conflicto con lo que esas personas consideran que es “su verdadera identidad”.  

Esto es lo generalmente aceptado en nuestra cultura actual. Es el camino fácil, validado, reforzado y universalmente visible.

Pues bien, Frank Spartan te dice que, en la inmensa mayoría de los casos, la emoción marca el camino de comportamiento diametralmente opuesto al correcto. Es como una brújula que señala el sur. Lo que ocurre es que no solemos detenernos a apreciar la naturaleza de este fenómeno ni a evaluar sus consecuencias prácticas antes de actuar.

Prácticamente siempre, la respuesta emocional lleva a una satisfacción interna efímera, pero peores resultados para uno mismo a corto, medio y largo plazo. En otras palabras, la respuesta emocional tiende a empeorar tu vida. Y esto es un principio difícilmente refutable si examinas tu propia experiencia histórica con un pelín de imparcialidad.

Las emociones son humanas, pero lejos de revelar más tu esencia, lo que hacen es desviarte temporalmente de ella. Son como distorsiones energéticas de tu persona que se producen alrededor de una media y que después revierten a ella. Y la clave de todo está en saber apreciar cuándo se está produciendo esa distorsión.

Cuando reaccionas a una herida a tu ego atacando al otro, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a una alegría haciendo un exceso, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a la tristeza de estar solo juntándote con el primero que pasa, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas al aburrimiento con entretenimiento pasivo, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a la pereza tumbándote en el sofá, el resultado no suele ser bueno. Cuando haces “locuras” por amor, el resultado no suele ser bueno. Cuando te frustras de no obtener resultados y culpas a los demás, el resultado no suele ser bueno.

Todas estas situaciones no son reflejos de tu personalidad y no deben ser veneradas como tal. Son distorsiones. Desviaciones con respecto a quién eres cuando te encuentras en un estado equilibrado o estable. Espejismos que te marcan un camino que no suele redundar en lo mejor para ti. Y tu trabajo está en reconocerlas como tal antes de actuar.

Si haces eso, te garantizo que lo más probable es que concluyas que alimentar esa distorsión con un comportamiento acorde no tiene demasiado sentido para ti.

Pero,,, ¿quién hace esto en la práctica?

¿Quién va al gimnasio cuando se siente cansado? ¿Quién se calla un rato, respira y piensa antes de responder en una conversación agitada? ¿Quién busca la responsabilidad de la frustración o la tristeza en sí mismo antes de culpar a otros? ¿Quién hace las cosas en privado para satisfacer su orgullo personal en lugar de en público para conseguir la validación de los demás? ¿Quién elige la opción de sufrimiento en el corto plazo para multiplicar sus beneficios en el largo?

Muy pocas personas.

Esas son las personas que cuestionan sus emociones. Las que no huyen de la fricción. Las que a menudo concluyen que el camino hacia el que esas emociones apuntan no es bueno. Y las que, eventualmente, deciden tomar otro.

El resto de las personas, la gran mayoría, no cuestionan sus emociones. Creen que esa brújula siempre apunta al norte. Eligen el camino fácil, el camino de no fricción. Por eso obtienen malos resultados. O, dicho de otro modo, por eso no consiguen sus objetivos vitales. 

Y por eso la diferencia en experiencia vital entre unos y otros, en el conjunto de una vida, acaba siendo enorme. Mismas emociones, diferentes decisiones.

“Elige la respuesta no emocional ante cualquier situación y comprobarás cómo tu vida se vuelve más fácil.”

–  Naval

Lo mismo pasará con el uso de la IA.

La gestión de la Inteligencia Artificial

Es todavía muy pronto para vislumbrar el alcance de potencial aplicación de la IA a nuestras vidas, como individuos y como sociedad. Pero lo que parece evidente es que nos va a permitir realizar algunas – o muchas – tareas con menos esfuerzo.

La gran mayoría de personas va a adentrarse por ese camino sin cuestionarlo demasiado y se van a quedar en él. Van a intentar hacer lo mismo (o más de lo mismo) con menos esfuerzo. Ese es el comportamiento obvio, el generalizado, el fácil.

Esas personas van a elegir el camino de reducir la fricción. Y en ese proceso de reducción de fricción, van a atrofiar sus habilidades y su originalidad. Lejos de desarrollar su identidad y potenciar lo que les hace únicos, van a convertirse en seres humanos uniformes, intercambiables… y prescindibles.

La ausencia de fricción es el camino tentador y, al mismo tiempo, el camino de la destrucción de lo diferente. Todo lo bueno, todo lo duradero, todo lo que merece la pena se forja a través de la fricción, porque el desarrollo personal sólo es posible a través de ella. La fricción es la esencia de vida y el ingrediente fundamental para la satisfacción vital.

“El impedimento a la acción impulsa la acción; lo que se interpone en el camino se convierte en el camino. “

–  Marco Aurelio

Sin fricción no eres nada sino involución. Y el gran peligro de la IA es utilizarla exclusivamente para reducir la fricción en tu vida.

Antes de que existiera el “dating online”, las personas no tenían más remedio que interactuar unas con otras en la vida real. Acercarse. Correr riesgos. Experimentar el dolor de ser rechazado tras una conversación, y experimentar el placer de poder conectar tras varias conversaciones.  Era duro y difícil, y por eso, cuando lo conseguías, había satisfacción real para ambas partes. El “dating online” redujo considerablemente la fricción de conocer a alguien, pero lejos de mejorar la capacidad de conexión entre las personas, la empeoró. Ahora podemos conocer a la siguiente persona con un click, somos mucho más exigentes, menos tolerantes, nos fiamos menos de los demás, nos comprometemos menos, conectamos menos… y estamos mucho menos satisfechos en nuestras relaciones sentimentales que antes. Menor fricción, mayor fragilidad.

La ausencia de fricción nos vuelve menos resilientes, menos auténticos, menos originales, menos capaces de navegar las imperfecciones. Siempre ha sido así y siempre así será.

Entonces, ¿cómo debes gestionar el tenebroso fantasma de la IA para mejorar tu vida?

Buscando proactivamente la fricción en las áreas adecuadas a la hora de utilizarla.

Las áreas de desarrollo personal.

Las áreas que elevan tu originalidad, potencian tus fortalezas, estimulan tu curiosidad y facilitan tu capacidad para avanzar hacia tus objetivos vitales.

Por ejemplo, una de las grandes fuentes de diferenciación entre las personas será uso de la IA para el aprendizaje en general y el aprender a aprender en particular.

La mayoría de las personas usará la IA para hacer mayor cantidad del mismo trabajo en menos tiempo. Una pequeña minoría usará la IA para descubrir cómo hacer cosas nuevas que aporten mayor valor que las antiguas. Unas correrán más rápido por la misma pista, mientras que otras cambiarán de pista.

La mayoría de las personas usará la IA para obtener mejores respuestas. Una pequeña minoría usará la IA para hacer mejores preguntas.

La mayoría de las personas usará la IA para buscar más información sobre un tema que sea consistente con sus creencias previas. Una pequeña minoría usará la IA para contrastar opiniones y argumentos contrapuestos sobre ese mismo tema y así depurar su sistema de creencias.

La mayoría de las personas usará la IA para obtener resúmenes de las cosas que tienen que leer. Una pequeña minoría usará la IA para profundizar en el entendimiento de algunas de las ideas concretas que ya han leído.

El resultado de esta dinámica, extendida a muchas áreas de la vida durante muchos años, es que por un lado habrá una enorme masa de individuos de habilidades atrofiadas y desarrollo mediocre, que se parecerán entre ellos cada vez más y serán más intercambiables entre sí, y por otro lado un pequeño grupo de individuos que destacarán enormemente sobre los demás, por haber sabido desarrollarse de forma diferenciada en sus respectivos campos de interés.

Al igual que en el caso de las emociones, la tecnología de la IA no hace más que señalarte cuál es el camino fácil. El camino tentador. El camino de la no fricción. Y tú puedes elegir seguirlo sin titubeos, o puedes elegir cuestionar sus virtudes y tomar otro camino más alineado con tus objetivos vitales, que con toda seguridad será más duro y más difícil que el primero. Es esa decisión personal, y no las emociones o la tecnología en sí, lo que determinará cómo se desarrolla tu vida.

Curiosamente, por muchos cambios tecnológicos que experimente nuestra sociedad, los caminos correctos hacia el esplendor del espíritu humano suelen permanecer inalterados. Y eso es un pensamiento esperanzador.

Pura vida,

Frank.o

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El regalo más preciado (y menos elegido) https://cuestiondelibertad.es/regalo-mas-preciado/ Wed, 15 Oct 2025 21:09:59 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11736 Los padres y madres de hoy en día emplean un tiempo muy relevante de su energía vital intentando «dar» a sus hijos la mejor vida posible. Les inscriben en el colegio de mayor calidad que se pueden permitir, les ayudan con los deberes, les enseñan educación, valores y a relacionarse con los demás, y les […]

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Los padres y madres de hoy en día emplean un tiempo muy relevante de su energía vital intentando «dar» a sus hijos la mejor vida posible. Les inscriben en el colegio de mayor calidad que se pueden permitir, les ayudan con los deberes, les enseñan educación, valores y a relacionarse con los demás, y les facilitan experiencias de todo tipo. Todo eso mientras hacen malabarismos con las obligaciones y quehaceres de su propia vida y se afanan en que ninguna de las muchas bolas que mantienen en el aire toque el suelo.

Muchos de esos padres y madres contemplan el futuro de sus hijos con incertidumbre. Que si el acceso a vivienda se encuentra en niveles prohibitivos. Que si la IA va a erosionar sus posibilidades de encontrar trabajo. Que si la educación universitaria merece la pena con precios cada vez más desorbitados. Que si conviene que prueben suerte en otros países con mejores condiciones laborales. Que si van a poder permitirse el formar una familia. Una larga lista de preocupaciones sobre el futuro para las que no parece haber fácil respuesta, y ante las que muchos padres y madres de nuestra generación se sienten indefensos.

Te suena todo esto, ¿verdad?

Sí, es cierto que esa incertidumbre se encuentra solamente en nuestras cabezas. Que nuestros hijos no piensan demasiado en ello. Y también es muy posible que encuentren la forma de arreglárselas, de un modo u otro, cuando llegue el momento. Pero, aunque compremos esos argumentos por un segundo, esa sensación de incertidumbre no se vuelve menos incómoda.

Va con el rol. Es de padres y madres preocuparse por el futuro de sus hijos. Pero en la situación en la que nos encontramos, hay razones objetivas de peso para concluir que el camino no parece precisamente recto, iluminado y repleto de señales. Parece más bien enrevesado y plagado de vallas, trampas y bolas asesinas que se ciernen sobre nosotros desde todos los ángulos. Empleo, vivienda, inflación, estabilidad en las relaciones de pareja, disrupción tecnológica, estado del bienestar, flujos migratorios… Todo parece una oscura y temible amenaza para nuestros queridos querubines.

Pues bien, vamos a hablar de una estrategia muy sencilla para reducir el efecto desempoderante de esa incertidumbre. Una estrategia que se encuentra al alcance de prácticamente todo el mundo, y que tiene unas elevadas probabilidades de tener un impacto positivo relevante en nuestros hijos y sus posibilidades de vivir una vida feliz.

Suena a aceite de serpiente, ¿a que sí?

No lo es. Veámoslo.

El mejor regalo: La libertad de movimientos

Cuando te incorporas lleno de ilusiones a la edad adulta, compruebas que las cosas no son tan maravillosas como parecían desde la barrera. Lo que prometía ser un mundo de leche y miel, rebosante de libertad e independencia, en el que ya nadie te puede decir lo que tienes que hacer, es en realidad una selva decepcionante, repleta de restricciones y renuncias. Trabajos precarios, difícil acceso a la emancipación, limitaciones generalizadas en tus patrones de gasto y tu capacidad de planificación de futuro, incluyendo las posibilidades de formar una familia. Todo ello condiciona tu comportamiento, en particular el nivel de «riesgo» (o la propensión a salirte del camino marcado) que estás dispuesto a asumir en tu día a día.

En otras palabras, lo más probable en el contexto de las tendencias actuales del mundo occidental es que nuestros hijos comiencen a caminar con una piedra de enormes dimensiones a sus espaldas, que les obligue a agachar la cabeza y a enfocar la vida como un juego de supervivencia y limitación, en lugar de un juego de abundancia y desarrollo personal. Habrá excepciones, por supuesto, pero es probable que un gran porcentaje de ellos acaben en esa situación si no hay cambios relevantes en el camino.

Pues bien, eso no tiene por qué ser así. Podemos ayudarles a cambiar las reglas del juego. Pero para poder hacerlo, hemos de encontrar una forma de inyectar mayores niveles de libertad en sus vidas adultas.

Y la forma más directa y efectiva de hacerlo es expandir su flexibilidad e independencia financiera.

Sí, ya sé. La educación, los valores, la inteligencia emocional, tocar el violonchelo y el baile de San Vito son mucho más importantes que eso.

Chorradas.

Todo eso es muy importante, por supuesto. Pero si los chavales, ahora adultos, no gozan de suficiente libertad de movimientos para desarrollarlo y manifestarlo en su ecosistema personal, poco impacto tendrán esos preciados activos en el plano práctico. Y por eso, uno de los mejores regalos que podemos hacerles es posibilitar que empiecen a caminar dentro de un marco vital de menores restricciones financieras, para que así puedan desarrollar mejor su potencial dentro de ese mundo tan exigente hacia el que nos dirigimos.

No sólo eso. También vamos a conseguir que interioricen el hábito de espolvorear su vida con virutas de libertad de forma recurrente, una vez lleven ellos mismos el volante como adultos. Y eso tiene un valor incalculable, porque multiplica por varios enteros su capacidad de ser felices.

Veamos cómo puedes hacer esto paso a paso.

El proceso de cultivo de flexibilidad financiera

Para que tus hijos tengan flexibilidad de movimientos para dirigir sus vidas en la dirección que más les llama, lo primero que deben conseguir es reducir su necesidad de trabajar por dinero.

Deja que lo repita: Reducir su necesidad de trabajar por dinero.

Y eso es algo en lo que les puedes ayudar tú. Sin esperar. Puedes empezar ahora mismo.

Pero antes de entrar en detalles, aclaremos un par de conceptos.

La dinámica vital adulta comprende muchas actividades diferentes. Pero, como sabes ya muy bien, una gran parte de nuestra energía se destina a intercambiar nuestro tiempo y esfuerzo por dinero. Es lo que llamamos coloquialmente “trabajar”. La esencia de “trabajar” no es otra que esa: Nos comprometemos a dedicar una parte importante del tiempo del que disponemos a algo, y a cambio obtenemos una compensación económica, que después intercambiamos por lo que llamamos “vida”: Comida, cobijo, vestimenta, actividades de ocio, caprichos, etcétera etcétera.

En otras palabras, nuestra capacidad de “vivir” depende directamente de nuestra capacidad de obtener “dinero”. Y nuestra capacidad de obtener dinero suele depender del compromiso de nuestro “tiempo” a alguna actividad que la sociedad, o un grupo determinado dentro de ella, valora de algún modo.

Esas son las reglas del juego. Y dentro de esas reglas puedes jugar tus cartas lo mejor que puedas para construir un proyecto de vida que te permita sentirte satisfecho y feliz. Pero tus posibilidades de ganar, si perteneces a las nuevas generaciones, parecen reducirse cada vez más.

Por ejemplo, puedes tener la suerte de encontrar una ocupación que, además de proporcionarte dinero, te satisfaga desempeñar. O al menos, que no te moleste demasiado llevar a cabo. Si no lo consigues, tus opciones para ser feliz se circunscriben a lo que haces con el resto del tiempo que te queda. Y eso no es sencillo, porque si no estás satisfecho durante más de la mitad de tu tiempo consciente porque tu trabajo no te gusta, es jodido que el fotograma global de tu vida sea una obra de Picasso. 

Así que tu mejor opción, ya que probablemente tendrás que trabajar durante una gran parte del día, es apostar a encontrar una ocupación que te satisfaga lo suficiente, para que no tengas que depender de las migajas de tiempo que te quedan para ser feliz. Esa es la teoría.

Pero en la práctica hay un problema.

En la práctica, la presión de obtener dinero limita tus opciones. Es posible que alguna ocupación te atraiga pero no pague lo suficiente a corto plazo, o represente demasiado riesgo. Es posible que no tengas mucho tiempo para elegir entre las opciones que se te presentan. Y es posible que, una vez estés dentro de una, tampoco tengas mucho tiempo para parar y pensar si quieres explorar otros caminos, ni la voluntad de tensar las cuerdas para desempeñar tus tareas de la manera que a ti te apetece, aunque difiera de las expectativas de los demás.

Los gastos y las facturas aprietan. No te dejan levantar la cabeza y contemplar con tranquilidad hacia dónde quieres ir. No hay espacio para el ensayo-error. Te vuelves garantista, averso al riesgo (y a la aventura), “segurolas”. En otras palabras, vas tendiendo poco a poco a renunciar a la incertidumbre. Y con esa renuncia, renuncias también a la sal de la vida.

Esa es la cruda realidad de la inmensísima mayoría de las personas hoy en día. Y las tendencias actuales no hacen sino fortalecer la probabilidad de que esa situación continúe y se exacerbe en el futuro. El futuro en el que vivirán tus hijos.

¿Hay algo que puedas hacer para mejorar esa situación y darles mejores opciones?

Sí, lo hay.

Puedes darles una buena educación, enseñarles inteligencia emocional, valores… y el baile de San Vito. Pero eso, me aventuro a decir, seguro que ya estarás intentando hacerlo.

También puedes hacer otra cosa: Darles flexibilidad vital. Más opciones para navegar. Mayores posibilidades de encontrar la ocupación que les satisface y un poder superior de decisión sobre su vida en general.

¿Cómo?

Simplemente, enseñándoles a construir tiempo vital.

Tiempo en el que la presión de obtener dinero no exista, o se minimice.

Tiempo fértil en el que poder plantar, sin prisa, las semillas de la felicidad en sus vidas.

¿Y cómo se crea ese “tiempo vital”?

Mediante la construcción de un colchón financiero gracias a la práctica de la inversión y el efecto multiplicador del tiempo cronológico. Primero tú para ellos y después ellos para sí mismos.

Esto, que parece tan complicado, es una chorrada como un castillo y al alcance de todo el mundo que tenga una mínima capacidad de ahorro. No es necesario saber física cuántica ni hacer dobles mortales con tirabuzón. 

Visualicemos cómo funcionaría el proceso en la práctica.

Dos protagonistas: Gandalf (el padre, 50 años) y Frodo (el hijo, 10 años).

Gandalf mete 200 euros al mes en la cuenta de inversiones de Frodo, que los invierte automáticamente en un fondo de renta variable global diversificado. El proceso se ejecuta de forma automática cada mes sin que Gandalf tenga que dedicarle ni un segundo de su atención.

A medida que Frodo crece, va observando lo que sucede y aprende las implicaciones de invertir todos los meses.

Con hipótesis razonables, a sus 25 años Frodo tendría, redondeando, alrededor de 50.000 euros (32.000 euros descontando la inflación). En ese momento, su padre Gandalf deja de contribuir a las inversiones de Frodo, ya que Frodo está en edad de trabajar y es el turno de Gandalf para tumbarse al sol y tomar unos daiquiris sin que sus hijos le toquen tanto las pelotas.

Frodo consigue un trabajo y empieza a emular a su padre, aportando también 200 euros al mes a su cuenta de inversiones. A sus 35 años, Frodo acumula en torno a 200.000 euros (aproximadamente 100.000 euros descontando la inflación). Y si continúa con este hábito adquirido hasta su jubilación, Frodo habrá acumulado suficiente patrimonio como para no tener que depender de los caprichosos deseos de nuestros competentes gobernantes durante su dorado retiro. Lo cual, en vista de la dirección que toma la situación del «estado del bienestar», es probablemente muy deseable.

Y todo eso sin hacer nada. Cero. Zip.

Simplemente dejar que el tiempo transcurra.

¿Brujería?

No. Es simplemente la forma en la que el interés compuesto funciona. El secreto es empezar pronto. Lo demás llega solo.

Ahora dime, ¿cuántos jóvenes de 35 años conoces con 100.000 euros ahorrados?

Yo muy pocos. Y seguro que tú también. Parece una cantidad desorbitada, y lo es. Pero recuerda que se ha hecho realidad gracias a la utilización inteligente de unos meros 200 euros cada mes.

¿Qué es lo que te dan esos 100.000 euros?

Wrong answer: Un coche, 17 IPhones, viajar…

Right answer: Opciones.

Ese dinero es tiempo vital. Si un joven gasta 20.000 euros al año, ese dinero representa un tiempo vital de 5 años. 5 años en los que no necesita trabajar por dinero, y que puede emplear en dirigir su vida hacia donde más le interese. Aprender cosas, probar cosas, descubrir cosas. Cosas que ese joven no podría ni imaginar hacer si el yugo de la necesidad de dinero inmediato oprimiera su cuello, como es el caso de la mayoría de los mortales.

Un aspecto muy importante: El dinero ahorrado es suyo. Está a su nombre. Lo han visto crecer poco a poco durante mucho tiempo. Y cuando son ya adultos, han interiorizado ya el hábito de invertir. Ellos llevan ahora el volante y crean su propio destino. Es una situación que no tiene nada que ver con aquella en la que unos padres «ayudan» financieramente a su hijo cuando ya es adulto. La experiencia vital es diferente. Aunque monetariamente sea equivalente, vitalmente no lo es. En un caso fortaleces su autoestima, porque es él quien dirige el timón y soluciona los problemas desde que empieza su vida adulta; en otro caso, aunque actúes con tus mejores intenciones como padre al «salvarle» de las restricciones, quizás no tanto. 

«Pero 200 euros es mucho para mí. No puedo permitirme tanto». Da igual. Lo que puedas estará bien. Cada euro que destinas es un euro que compra flexibilidad vital multiplicada para tus hijos. No gastar ese euro hoy e invertirlo para tus hijos no les proporciona ese mismo euro en el futuro, sino un importe muy superior gracias al efecto del interés compuesto. Es una unidad de renuncia actual para ti que se intercambia por muchas unidades de disfrute futuro para una de las personas que más quieres, y precisamente cuando más los necesita. Pocos tratos son más obvios que este.

Disponer de ese tiempo vital o no disponer de él es, literalmente, la noche y el día. Son dos vidas radicalmente diferentes en capacidad de desarrollo, en libertad de movimientos y en potencial de encontrar propósito y felicidad.

Hacer esto está al alcance de muchísima gente. Pero poquísima gente lo hace.

¿Por qué?

No son conscientes de ello, o siendo conscientes, no empiezan lo suficientemente pronto para aprovecharse del efecto multiplicador del tiempo.

Haz eso para tus hijos. Probablemente es, después de tu cariño, presencia y atención, el mejor regalo que les puedes hacer si quieres maximizar su capacidad de ser felices.

Pero esto de invertir tiene su riesgo, ¿no Frank? ¿No puedes perder?

Sí. El riesgo no es cero. Pero a la hora de evaluar ese riesgo, debes considerar dos ideas muy importantes. La primera es que no hacerlo, en un contexto de tendencia continuada de restricciones vitales para los jóvenes desde el plano político, social e institucional, te catapulta hacia el resultado de un día a día repleto de limitaciones. Y la segunda es que el riesgo de pérdida de esa inversión es extremadamente bajo en un horizonte temporal suficientemente largo. Por eso es tan importante empezar pronto. Si empiezas pronto, las probabilidades de ganar – y ganar mucho – están a tu favor de forma abrumadora. Y por eso tiene tanto sentido que empieces a implementar esta estrategia con tu hijo cuando aún es un niño: El riesgo de la inversión se reduce materialmente, porque su horizonte temporal teórico es mucho más largo que el tuyo.

Resumiendo este galimatías en unas pocas palabras, lo que estarías haciendo es brindar a tus hijos posibilidades multiplicadas de construir un proyecto de vida satisfactorio, en un mundo que resulta cada vez más difícil de navegar para las nuevas generaciones.

Ahora que ya sabes todo esto, no puedes permitirte no hacerlo. Serías un “mal padre”, y eso no puede ser. Merry Christmas, y a trabajar.

Pura vida,

Frank.

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La luz en la sombra https://cuestiondelibertad.es/luz-sombra/ Sun, 28 Sep 2025 15:28:26 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11673 De vez en cuando, Frank Spartan comparte un momento de café o cerveza con algún amigo. Muchos de esos encuentros duran relativamente poco tiempo, porque esas agendas endemoniadas con vida propia no permiten que cosas así se extiendan demasiado. De igual modo, las conversaciones suelen girar sobre temas circunstanciales, como experiencias recientes, el curso de […]

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De vez en cuando, Frank Spartan comparte un momento de café o cerveza con algún amigo. Muchos de esos encuentros duran relativamente poco tiempo, porque esas agendas endemoniadas con vida propia no permiten que cosas así se extiendan demasiado. De igual modo, las conversaciones suelen girar sobre temas circunstanciales, como experiencias recientes, el curso de papiroflexia de los hijos o el partido de fútbol del domingo que viene. En parte por las limitaciones de tiempo, en parte porque hablar de temas “banales” nos suele parecer a todos mucho más sencillo… y más exento de posibles riesgos.

En algunas ocasiones, sin embargo, ese momento se alarga un poco, y la conversación con él. Esa mera extensión del girar de la peonza provoca que la sensación de confianza mutua comience a florecer sutilmente. Y después de unos instantes, a veces, sólo a veces, suceden cosas.

El tono empieza a cambiar y se vuelve más grave. La cadencia del flujo de palabras se reduce. El grado de atención se intensifica. Y los temas de conversación se vuelven, como por arte de magia, «algo menos banales”. Afloran intimidades, confidencias y sentimientos que permanecen ocultos durante los fugaces y atropellados encuentros que experimentamos habitualmente. Ese es el tipo de interacciones que nos hace percibir que tenemos una conexión “especial”, “más profunda” o “que merece la pena” con alguien.

Si tienes ya unas cuantas décadas a tus espaldas, habrás comprobado que muchas de estas conversaciones “profundas” acaban girando sobre el tiempo que nos queda por vivir. El problema de salud de este, el susto de aquel, el fallecimiento de los padres del de más allá. Cosas que, desafortunadamente, suceden ya con frecuencia en esta etapa, y que desenlazan en disquisiciones filosóficas sobre lo corta e impredecible que es la vida.

La muerte nos asusta. A partir de cierto punto en nuestro recorrido vital, nos hacemos dolorosamente conscientes de que ya no nos queda tanto tiempo por delante. Esa toma de conciencia es como una intrusiva punzada que drena de gotas de ilusión nuestro día a día, lenta e inexorablemente. Cuando estamos muy ocupados no solemos reparar en ello, pero cuando tenemos unos momentos de silencio con nosotros mismos, ese pensamiento o sensación abstracta de que nos queda poco tiempo aparecen, lúgubres y desafiantes, sin ser invitados.

La angustia existencial que emerge de esta experiencia no es agradable. Y además de no ser agradable, resulta desempoderante. Merma nuestra energía e iniciativa para poner cosas en marcha y empaña nuestra perspectiva vital con una fina capa de apatía, por muy joviales que actuemos en nuestras interacciones sociales.

Sabes muy bien de lo que te hablo, ¿no es verdad?

Me queda poco tiempo.

No te gusta oírlo en tu cabeza. Y no te culpo. A nadie le gusta lo más mínimo.

Pero no tiene por qué ser así.

Hoy vamos a hablar de cómo puedes cambiar esta perspectiva sobre la muerte y el tiempo, y así librarte de sus perniciosos efectos en tu estado de ánimo.

Para que ya no sientas que llevas un saco de piedras a tus espaldas, sino todo lo contrario. Para que sientas que caminas ligero y feliz.

Para que la muerte sea tu aliada y no tu enemiga durante el resto de tu vida.

¿Preparado?

Pues vamos allá.

¿Qué concepto tenemos de la muerte?

El miedo a la muerte es universal. Prácticamente todos lo sentimos, o lo hemos sentido alguna vez, en mayor o menor grado. Y tiene dos raíces principales:

La primera, con enfoque hacia delante: Lo desconocido del futuro. No sabemos con certeza qué sucede después de la muerte. Y la incertidumbre sobre algo tan relevante no nos hace ni pizca de gracia.

La segunda, con enfoque hacia atrás: La pérdida del pasado. El dejar de ser nosotros, de compartir momentos con nuestros seres queridos, de pensar y sentir, de tener consciencia de nosotros mismos.

Esta segunda raíz es la más profunda y poderosa de las dos. Es la que apuntala con mayor firmeza la intensidad de nuestro miedo a la muerte: La aversión innata que tenemos a perder cualquier cosa, y mucho menos nuestra consciencia de nosotros mismos. Fuck that.

Ahora bien, no todo el mundo exhibe las mismas creencias ni utiliza las mismas herramientas a la hora de lidiar con este asunto.

La religión, por ejemplo, añade un componente interesante a esta dinámica. Las personas creyentes tienen fe en que la muerte, por aguafiestas que parezca, no es el final. Hay algo más en el guion para nosotros. Y eso indirectamente las lleva a concluir, con mayor o menor convicción, que no van a perder la consciencia de sí mismas al morir. Que seguirán siendo, de algún modo, ellas mismas. Quizá en otro estado – más etéreo y menos corpóreo – pero con una consciencia de sí mismas relativamente intacta.

En el otro extremo, tenemos a los ateos. Estos no creen que exista ningún dios, porque nadie les ha proporcionado evidencia suficiente de ello. Y por tanto concluyen que cuando llega la muerte, todo se acaba y santas pascuas. Tíos duros de cojones. Quizá un poco cenizos, pero coherentes con los hechos conocidos.

Y en el medio de ambos extremos tenemos a los que podríamos denominar agnósticos. No son estrictamente creyentes, ni estrictamente ateos. Forman parte de una paleta de colores variada, con ideas variopintas sobre lo que puede sucedernos después de estirar la pata, y abiertos de mente a descubrirlo cuando llegue el momento.

Puedes argumentar que, dependiendo de lo que elijamos creer, sufriremos más o menos por el miedo a la muerte, o que la influencia de este miedo sobre nosotros será más o menos intensa. Y probablemente tengas razón. Pero sea cual sea el grupo al que pertenezcamos, prácticamente todos nosotros empequeñecemos ante su presencia. El que nos quede poco tiempo es una idea que, una vez llegados a cierta etapa vital, nos martillea constantemente el cerebro. Los afilados dientes de la incertidumbre y el riesgo de pérdida se clavan con dureza en nuestras carnes. Es una ecuación existencial que anhelamos resolver y por eso este tema sale tan a menudo en esas infrecuentes conversaciones de confianza y conexión con los demás.

No sabemos cómo solucionar este problema. Y en esas conversaciones lo que estamos haciendo, sutilmente y sin apenas darnos cuenta, es pedir ayuda.

Llegados a este punto, voy a echarte una mano con este peliagudo asunto, porque Frank Spartan es así de enrollado. Eso sí, te pido mente abierta antes de leer lo que viene, porque no son precisamente pensamientos mainstream.

Let´s go.

Creencias sobre el tiempo y la muerte

La levedad del tiempo y la presencia de la muerte son como dos golems de piedra que vas a encontrar en tu camino tarde o temprano. Puedes intentar dejar de pensar en ellos, pero no los puedes evitar para siempre. En algún momento, aparecerán. Sólo puedes elegir cómo enfocar el momento en el que aparezcan durante tu travesía por la vida.

Seguramente has experimentado ya más de un atisbo de su poder. Quizá algún familiar o amigo se ha puesto gravemente enfermo. Quizá tus padres o tu hermano han fallecido. Quizá los familiares de algún amigo cercano. O quizá simplemente has comprobado que ya no puedes hacer las mismas cosas que antes. Que el cuerpo no responde de la misma forma. Y constatas en tus propias carnes que te estás haciendo viejo.

Todo eso son muescas que la levedad del tiempo y la presencia de la muerte dejan en tu estado de ánimo. Unas muescas son más profundas y otras menos, pero todas ellas dejan huellas que se van acumulando en tu alma, haciéndola más y más pesada.

Para solucionar esto, has de cambiar de enfoque. De perspectiva. De creencias sobre el tiempo y la muerte. Eso no es fácil, pero es necesario para vivir mejor. O vivir con mayor sabiduría, si lo prefieres así.

Hay dos creencias en concreto que debes adoptar e interiorizar en lo más profundo de tu ser. Y cuanto antes lo hagas, mejor que mejor.

1. La muerte es importante para la vida

Tener presente que vas a morir pronto es el filtro más potente de “bullshit” que existe.

En otras palabras, ante la presencia frecuente de la muerte en tu consciencia, las excusas para no hacer lo correcto se desvanecen.

Imagina que pudieras disfrutar de una vida ilimitada. ¿Cuál sería el incentivo para hacer las cosas bien? ¿Para qué levantarse del sofá? Hay tiempo de sobra.

La escasez es lo que provoca interés y lo que permite que algo adquiera valor.

La limitación de tiempo es lo que nos motiva a aprovecharlo lo mejor posible.

La ausencia de consciencia de esa limitación es lo que hace que bajemos la guardia y desperdiciemos multitud de momentos y oportunidades para hacer de nuestra vida una obra de arte.  

Los estoicos decían: “Memento mori”, que significa “recuerda que vas a morir”.

A primera vista puedes pensar que eso de darle más bola a la muerte de la estrictamente necesaria es una filosofía deprimente, pero cuando observes con atención podrás comprobar que es todo lo contrario. Tener presente que vas a morir pronto es la luz que ilumina con mayor intensidad el camino de tus decisiones y tu comportamiento.

Ante esa luz, no hay espacio para tonterías. No hay espacio para personas tóxicas. No hay espacio para más tiempo en trabajos que no te satisfacen. No hay espacio para actividades que no te llenan. No hay espacio para hábitos no saludables. No hay espacio para la pereza o la vergüenza que te impiden crear momentos especiales, o para dejar cosas importantes sin decir o sin hacer.

El arte de vivir está inexorablemente anclado a la consciencia sobre la muerte. Y por eso la muerte es tan importante para la vida.

2. Si la muerte está, no estás tú, y viceversa

Epicuro de Samos, uno de mis filósofos favoritos, decía esto en su carta a Meneceo, allá por el año 275 antes de Cristo:

“Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros.
Todo bien y todo mal reside en la sensación,
y la muerte es la privación de toda sensación.
Así, el conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros
nos permite disfrutar de la vida mortal,
sin añadirle la ilusión de la inmortalidad
y sin temer la privación de la vida.
Pues no hay nada temible en vivir
para quien ha comprendido que nada hay de temible en no vivir.»

Muchas personas creen que la filosofía de Epicuro estaba centrada en el placer hedonista y poco más. Nada más lejos de la realidad. Es una de las contribuciones más valiosas a la sabiduría de vivir que existen, centrada en la prudencia, la vida sencilla, la eliminación del sufrimiento y, sorpresa, sorpresa, la serenidad ante la muerte.

En este pasaje, Epicuro explica una idea muy poderosa: Nosotros y la presencia de la muerte son realidades mutuamente excluyentes. Cuando estamos nosotros, no está ella. Y cuando está ella, no estamos nosotros. Por lo tanto, no tiene sentido tenerle miedo. Es algo que no debe perturbar nuestra serenidad para vivir una buena vida.

Hace no mucho tiempo le dije a una persona muy cercana, en una de esas infrecuentes conversaciones, que no me importaba demasiado morirme mañana o dentro de 30 años. Me miró sorprendida, como si hubiera dicho algo sin ningún sentido o estuviera tomándole el pelo. Pero no, fui sincero y lo dije con absoluto convencimiento.

¿Por qué?

Porque no tengo la sensación de haber vivido mal. Todo lo contrario, tengo la sensación de haber vivido bien, sin gran cosa que haber dejado de hacer o haber cometido errores que deba corregir antes de que se me acabe el tiempo. Si muero mañana, dejaré de ser yo mañana. Si muero dentro de 30 años, dejaré de ser yo dentro de 30 años. Y mientras viva, el tiempo que sea, seré yo. Las únicas personas que serán conscientes de que ya no estoy serán los demás, no yo. No habrá sufrimiento alguno en mí, sólo en – quizás – algunas de las personas cercanas a mí que sigan viviendo. Y eso me entristece, pero lo hace porque estoy vivo ahora. No podrá entristecerme entonces, porque entonces ya no lo estaré.

Como dijo Epicuro en su carta, vida y muerte, sensación y ausencia de sensación, son realidades mutuamente excluyentes. Es nuestra mente la que las superpone en una compleja ilusión mental.

Esto no es un pensamiento frío, es simplemente lógico y muy real. Una idea que, una vez entendida, lejos de provocar ansiedad, estimulará enormemente la serenidad y la claridad mental en tu vida.

 “Estar muerto es como ser idiota. Sólo es doloroso para los demás.”

– Ricky Gervais

El antídoto contra el sufrimiento

Vale Frank. Estas dos creencias están muy bien, pero no nos aíslan de los infortunios. No pueden evitar que el sufrimiento nos invada. No pueden protegernos de la amargura de hacernos mayores. Contra eso no hay cura posible.

Bueno, veamos si consigo convencerte de que eso no tiene por qué ser así.

Estas creencias, una vez interiorizadas, te ayudan a dejar de ver a la muerte y al tiempo que te queda por vivir como enemigos de tu estado de ánimo y tu claridad mental para tomar decisiones. El beneficio que producen no es «aditivo», sino que es un beneficio que se manifiesta indirectamente, “por eliminación”.

Estas creencias te ayudan a dejar de preocuparte. A que ceses de concentrarte en algo que antes representaba una amenaza para tu integridad personal y tu tranquilidad existencial, pero que ahora ya no lo hace.

Y ese “dejar de preocuparte” te permite crear espacio en tu mente – o más bien, en tu capacidad de prestar atención – para que puedas concentrarte en otras cosas más productivas.

¿En qué?

Por ejemplo, en hacer del momento presente una obra de arte.

Porque eso es todo lo que tienes. Este momento. 

Cuando le dije a aquella persona que no me importaba demasiado morir mañana o dentro de 30 años, lo hice porque tengo el convencimiento de que he utilizado la suma de momentos presentes que he tenido a mi disposición relativamente bien. Y porque tengo el compromiso conmigo mismo de utilizar la mayoría de los momentos presentes que me queden, sean los que sean, lo mejor posible.

No sé cuántos de esos momentos tendré, ni me importa demasiado. Pero tengo este. En este, estoy escribiendo este rollo para interiorizar aún mejor estas ideas y también para que tú lo leas, por si te ayudan también a ti. Y eso me parece un buen uso de este pedacito de tiempo. 

Pero bueno, ojajá haya muchos momentos futuros, ¿¿¿no??? – me dirás. La verdad es que no pienso prácticamente en ello. No lo hago porque ese deseo desvía la intensidad de mi atención del momento presente. Y además, no me interesa, porque es algo que no puedo controlar. Así que… ¿para qué prestarle atención alguna?

Después de este momento vendrá otro, y otro, y otro. Seré más viejo, tendré más limitaciones, y puede que me sucedan cosas buenas o cosas horribles. Pero en cada uno de esos momentos, dentro de mis posibilidades, podré decidir qué hago y qué no hago. Y cuando ya no haya más momentos, ya no podré decidir. Pero eso no importa, porque ya no estaré. Lo único que importa es lo que decido hacer ahora. Hoy. Eso es lo que marca la diferencia entre una vida bien vivida y una que no lo es tanto,  e indirectamente lo que provoca que sientas angustia o serenidad ante la experiencia del paso del tiempo y la proximidad de la muerte.

«Ayuna, levanta pesas, corre, estira y medita.

Construye, vende, escribe, crea, invierte y posee.

Lee, reflexiona, ama, busca la verdad e ignora a la sociedad.

Adopta estos hábitos. Di no a todo lo demás.

Después, relájate. La victoria está asegurada.»

– Naval Ravikant

El mejor antídoto contra el sufrimiento que constantemente amenaza nuestras vidas es la pericia en el buen uso del momento presente, hasta que ese momento deje de existir.  

Nada más, y nada menos.

Pura vida,

Frank.

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Verdades sin anestesia https://cuestiondelibertad.es/verdades-sin-anestesia/ Wed, 10 Sep 2025 18:27:13 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11630 Hace algunos días me encontraba explicándole algo a mi hijo mayor. Se había montado un poco de revuelo en casa, porque él había reaccionado de cierta manera ante una situación de conflicto con uno de sus amigos. Una manera que había suscitado, digamos, una explosión de reacciones por parte de mis padres y de mí […]

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Hace algunos días me encontraba explicándole algo a mi hijo mayor. Se había montado un poco de revuelo en casa, porque él había reaccionado de cierta manera ante una situación de conflicto con uno de sus amigos. Una manera que había suscitado, digamos, una explosión de reacciones por parte de mis padres y de mí mismo.

Mi madre comenzó a transmitirle, sin muchos titubeos, su opinión sobre el asunto. Mi padre, otro tanto. Él aguantó el chaparrón, compungido, y se quedó en silencio. Al de un rato, le dije que bajáramos a dar un paseo para hablar con calma.

Mientras paseábamos, recuerdo que en mi mente empezó a formarse la estructura de la retahíla de lecciones que instintivamente pensé que él necesitaba escuchar. O quizá, más bien, que yo necesitaba regurgitar. Caí en la cuenta de que lo que iba a decirle no tenía demasiado que ver con lo que mis padres le habían dicho. E inmediatamente después, caí en la cuenta de que el discurso tampoco iba a tener demasiado sentido para él, porque aún no contaba con la suficiente perspectiva vital para entenderlas.  

Observé el centelleante brillo de la hoja del cuchillo que tenía en la mano y opté por devolverlo cuidadosamente a su funda. No era el momento. Ni el lugar. Ni el perfil del interlocutor. La ocasión requería, pensé, un tupido velo de conveniencia a cambio de preservar, durante algún tiempo al menos, la inocencia de aquel chaval que estaba empezando a descubrir el mundo.

Hablamos durante un rato, él volvió a casa y yo me quedé a orillas del río contemplando el incesante fluir de la cascada por la que me había tirado tantas veces cuando era un niño. Pensé en todos los trucos que nuestra mente utiliza, con impecable y sibilina destreza, para que nos sintamos mejor cuando interpretamos la realidad. Por todos lados, en todos los ámbitos, a todas horas. Me venía a la cabeza uno, y después otro, y después otro. Fluían como el agua de la cascada, abundante, ruidosa, infinita.

Vamos a hablar sobre estos trucos que nos hacemos a nosotros mismos. Y también hablaremos de su “alter ego”, la verdad. La verdad sin anestesia. La verdad que duele. Porque entre nosotros no hay inocencia alguna que preservar. Sólo hay tiempo que aprovechar un poco mejor, agitando con atino las brasas de la conciencia.

Sin orden o estructura. Simplemente, ideas que fluyen.

Verdades sin anestesia

1. Tu relevancia en el cosmos

Observas el mundo a través del prisma de tu propia conciencia y eso provoca que magnifiques tu importancia en el tablero de juego. La raza humana es una fracción pequeñísima del mundo. Tú eres una fracción pequeñísima de la raza humana. Cuando mueras, el mundo seguirá adelante con estremecedora facilidad. Tus compañeros de trabajo, tus amigos y una gran parte de tu familia apenas pensarán en ti una vez te hayas ido. Sólo un muy limitado número de personas te tendrá presente con regularidad. Y cuando ellas desaparezcan, la conciencia sobre tu existencia se volatilizará por completo.

«Si la humanidad desapareciera de la Tierra, nadie lo notaría, savo quizá la humanidad misma.»

– Mark Twain

Humildad. No eres tan importante, seas quien seas. La relevancia que crees que tienes en el mundo, hagas lo que hagas y te veneren lo que te veneren los demás, es un espejismo. No te tomes las cosas tan en serio, pero aprovecha bien el tiempo del que dispones. No son cosas excluyentes entre sí.

Esa es la verdad.

2. Tus motivaciones

La energía que guía tu conducta es, salvo en muy contadas excepciones, egoísta. Buscas tu propio beneficio, bien de forma directa o indirecta, material o inmaterial, en prácticamente todo lo que haces. Lo mismo ocurre con los demás. No eres altruista. Eres egoísta. Y eso no tiene nada de malo. Es la naturaleza básica del ser humano.

“No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su propio interés.”

– Adam Smith

Cuando haces algo, buscas un beneficio. Puede ser un medio material, comodidades, placer, atención, cariño, aceptación, validación, estatus… lo que sea que haga sonar con mayor intensidad tu melodía personal de emociones positivas o ensordecer las negativas. Incluso cuando ayudas a los demás o intentas mejorar el mundo, lo haces, en último término, para sentirte mejor. La última etapa del sinuoso camino por el que discurren tus actos eres tú mismo.

Así es como funciona el 90% de nuestra vida consciente. El centro de la diana que busca el dardo de nuestro comportamiento en el día a día no es otra cosa que nuestra propia satisfacción. El otro 10% son reacciones viscerales, largamente inconscientes, dirigidas a personas con las que tenemos un elevado vínculo emocional. Hijos, padres, hermanos, amigos íntimos. En esos momentos podemos ser genuinamente altruistas, especialmente en circunstancias de crisis para ellos. En esas ocasiones no pensamos, sólo actuamos por su bien, como impulsados por un resorte interno.

Y eso está muy bien. Pero una bebida con 90% de ron y 10% de cola huele a ron y sabe a ron. Huele a ron y sabe a ron porque su esencia es ron. Puedes pensar que eres altruista, pero no es lo que tu comportamiento global y las motivaciones subyacentes reflejan.

Aprende a reconocer tus motivaciones egoístas. Te conocerás mejor a ti mismo y comprenderás mejor a los demás.

Esa es la verdad.

3. La responsabilidad

No eres responsable de dónde naces, de quiénes son tus padres y de cómo te educan, pero sí de casi todo lo demás. A partir de cierto punto, tu vida está más determinada por cómo decides sobre los factores que puedes influenciar o controlar que por los factores que no puedes influenciar o controlar.

No puedes escapar de la responsabilidad. Puedes ignorar la realidad, sí, pero no de las consecuencias de ignorar la realidad.

Es posible que otros partan con ventajas sobre ti. Mayor intelecto, más medios, más contactos, más oportunidades. Es posible, hasta probable. que esas ventajas les ayuden a tener una vida “mejor”. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es si eliges hacerte dueño de la responsabilidad sobre tus decisiones y tus reacciones a lo que te sucede, o intentas desprenderte de ella como si fuera un insecto venenoso y adoptar una actitud desempoderante y victimista. Aprende a reconocer lo que tu mente dibuja como área de preocupación (qué cosas te preocupan y consumen tu energía) y cómo eso se superpone a tu área de influencia (sobre cuáles de esas cosas tienes algún control).

El que elige ver lo positivo o negativo de las cosas cada nuevo día eres tú. El que elige tus hábitos eres tú. El que elige mantenerse en el círculo de personas que no te aportan o alejarse de él eres tú. El que elige plegarse a las expectativas de los demás o seguir su propio criterio eres tú. El que elige aprender o no aprender algo eres tú. El que elige abandonar o continuar eres tú. El que elige mostrarse natural o ponerse una máscara social eres tú. El que elige correr riesgos para superar dificultades o mantenerse calentito tras la empalizada eres tú. El que elige la respuesta emocional que alimenta tu inseguridad y tu dependencia de la opinión de los demás o la respuesta sosegada que alimenta tu confianza en ti mismo eres tú. El que elige construir un ecosistema a su alrededor que facilita que te inclines a tomar ciertas decisiones o depender exclusivamente de tu fuerza de voluntad e improvisación para tomarlas eres tú.

“Ahora no es momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que tienes.”

– Ernest Hemingway

No eres culpable de lo malo que te pueda suceder en un momento concreto, pero sí responsable del conjunto de tu vida. Y asumiendo que no naces en un agujero debajo de la tierra del que no puedes escapar, lo que más determina las probabilidades de que vivas una vida satisfactoria es el grado de responsabilidad que decides adoptar sobre ella.

Esa es la verdad.

4. La verdad

Se dice que hoy en día es muy difícil saber lo que es verdad y lo que no. Frank Spartan no diría eso. La dificultad no radica tanto en cómo conocer la verdad, sino en nuestra flexibilidad mental para conocer la verdad aun cuando esta puede entrar en conflicto con nuestras creencias previas, e indirectamente hacer zozobrar nuestro sentido personal de identidad.

Al hablar de la verdad, es preciso diferenciar entre “hechos” y “creencias”. Los “hechos” tienen un enfoque objetivo y una vara de medir inmediata y cristalina con respecto a la verdad: O algo ha pasado, o no ha pasado. No hay medias tintas. Las “creencias”, por otra parte, tienen un enfoque más subjetivo y se enmarañan con nuestra percepción de quiénes somos.

Por ejemplo, yo puedo elegir creer que «el esfuerzo me ayudará a conseguir lo que quiero y a ser más feliz». Puedo tener datos (hechos) que avalan esa creencia y datos que la desacreditan, pero por la razón que sea elijo adoptarla. Esa creencia moldea mis mecanismos de interpretación del mundo e influencia mis decisiones. Y lo mismo sucede con otras creencias que elijo también adoptar.

Digo “elijo” porque es exactamente así. Puede que mi origen y educación determinen mis creencias durante algún tiempo, pero después soy yo el que elijo mantenerlas o no. Soy yo el que elijo contrastar mis creencias con los hechos o no. Soy yo el que vigila la exposición a fuentes equilibradas de información para minimizar la influencia del sesgo de confirmación a la hora de evaluar mis creencias, o no. Y soy yo el que elijo estar dispuesto a modificarlas si la realidad externa las desacredita con evidencia suficiente, o no.

Finalmente, tenemos las “opiniones”. Las opiniones son aseveraciones subjetivas que varían en “rigor” dependiendo de la claridad mental del interlocutor, la calidad de la información de la que dispone, su autocontrol frente a las emociones del momento, su experiencia en la materia y otros factores como su capacidad de detectar patrones, extrapolar tendencias, comprender efectos de segundo y tercer orden, etcétera, etcétera.

La conclusión lógica de todo esto es que: 1) En muchos casos, existe una verdad objetiva sobre algo y está a tu alcance descubrirla. “Cada uno tiene su verdad” es algo que puede ser correcto desde un punto de vista conductual, pero que en muchos casos es incorrecto desde un punto de vista epistemológico, y se debe tratar como tal; 2) Las creencias son decisiones personales tuyas y deben ser puestas a prueba y contrastadas regularmente para demostrar que merecen seguir ahí; 3) No todas las opiniones son igual de válidas. La manida frase de “Todas las opiniones son respetables” es una falacia en sí misma. Las personas que las emiten quizás sí, pero es más que probable que muchas opiniones no lo sean, porque los eslabones del camino para llegar a ellas son muy endebles.

«Cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre siento que debo de estar equivocado.”

– Oscar Wilde

Cuando opines sobre algo, sé consciente del grado de validez que tiene tu opinión. Tu ego te dirá que es muy válida, pero haz siempre un esfuerzo de autocrítica sobre la solidez del camino que te ha llevado a ella. Verás que en muchos casos ese camino es frágil, y de esa forma serás más consciente de tus limitaciones y evitarás muchas discusiones inútiles.

Esa es la verdad.

5. Los derechos

Tus derechos no tienen existencia intrínseca. Son constructos de tu mente basados en una creencia colectiva que puede desaparecer en cualquier momento.

Puedes creer que tus derechos son una parte consustancial a tu validez moral como persona. No es verdad. Eso no es más que una creencia. “Crees” que eres merecedor de esos derechos por el mero hecho de existir. Pero el látigo de la historia te demuestra imperturbable que los derechos se manifiestan y desaparecen en función de quién manda y qué objetivos tiene con respecto a las personas sobre las que manda.

Los derechos existen gracias a la amenaza de aplicación de la fuerza.

¿Y mi derecho a la vida?

Lo tienes porque te protege la policía, y la policía obedece al gobernante porque este les obliga a través de varios mecanismos de presión. Sin amenaza creíble de violencia (detención, prisión, castigo, etcétera) contra los que quieran matarte, tu derecho a la vida se volatiliza en cuestión de segundos.

¿Y la conquista de derechos de las mujeres?

Los tienen porque los hombres han acordado dárselos. Las mujeres no han “conquistado” nada por la fuerza. Si los hombres se organizaran para quitárselos de nuevo se quedarían sin ellos en un santiamén. Fue el progresivo civismo colectivo el que llevó a que los (hombres) social y políticamente poderosos decidieran incorporar mayor igualdad de derechos entre los sexos, y promover esa decisión con las instituciones.

¿Y mi derecho a la propiedad?

Tres cuartos de lo mismo. Sin amenaza de aplicación de fuerza, tus propiedades estarían totalmente a merced de criminales y maleantes, o cualquier grupo de personas con capacidad de imponer su voluntad sobre la tuya, a través de amenazas o violencia explícita.

«Aquellos que le piden al gobierno que imponga sus ideas son generalmente los mismos cuyas ideas son estúpidas.»

– H. L. Mencken

Tus derechos no tienen existencia intrínseca. Son acuerdos colectivos y nada más. Es la amenaza de la fuerza lo que los mantiene intactos, no tu supuesto valor moral como persona, por mucho que creas que mereces tenerlos.

Esa es la verdad.

6. La moralidad

Muchos filósofos han intentado definir una moralidad universal. Conceptos del bien y el mal que se podrían aplicar a todos los seres humanos en todas las épocas y circunstancias. Y aunque ello haya representado un esfuerzo encomiable, la realidad práctica de las cosas es bien distinta.

Si observas cómo funciona el mundo, comprobarás que la sociedad evoluciona en sus definiciones colectivas de lo que está “bien” y lo que está “mal”. La cultura de un mismo país o región cambia con el tiempo, y con ella lo que es moralmente encomiable y reprochable. Países en otros continentes tienen diferentes conceptos del asunto en la misma época. Y tú mismo tienes diferente concepto del asunto en función de tus creencias, experiencias, personalidad y circunstancias que otras personas que viven en tu misma calle.

“Estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros.”

– Groucho Marx

Sí, es cierto que hay líneas rojas que se pueden considerar largamente universales: “Matar es malo”, “robar es malo”, “torturar es malo”, “el fin no justifica los medios”, y cosas por el estilo. Pero esas líneas rojas no son tantas, e incluso esas reglas son maleables en circunstancias extremas, por mucho que personas que nunca han estado en esas circunstancias extremas digan que no es así. Todo lo demás, dentro de esos límites, es debatible.

Aun así, la sociedad va a intentar imponerte que adoptes sus cambiantes definiciones de “bien” y “mal”. Las instituciones y los medios de comunicación van a hacerlo. Las personas con las que interactúas diariamente van a hacerlo. Y el que decidas adoptar su “moralidad” o no depende exclusivamente de ti y tu tolerancia a aceptar las consecuencias de no hacerlo. Pero eso no debe desviarte de la conclusión irrefutable de este razonamiento: El mejor código moral es el que mejor funciona para ti, después de haberlo probado y haber recibido feedback del mundo exterior – y tu propia conciencia – durante un periodo de tiempo suficiente. Ni más, ni menos.

No te avergüences de tener tus propias reglas morales y refinarlas en base a tu experiencia personal. Es lo mejor que puedes hacer si aspiras a vivir con autenticidad.

Esa es la verdad.

7. La igualdad

La igualdad se ha convertido en uno de los objetivos prioritarios de Occidente en las últimas décadas. En su nombre se han cometido crímenes de guerra contra el sentido común más básico y se han implementado políticas con el rimbombante calificativo de “justicia social”. Pero dejemos las tendencias culturales a un lado y centrémonos en algunas verdades universales y atemporales.

Cada persona nace con unas cartas diferentes y las juega como mejor sabe. Eso, por pura lógica, ha de provocar resultados diferentes. Erradicar la diferencia en resultados sólo es posible mediante un agente externo que de forma autoritaria redistribuya esos resultados para hacerlos “iguales”. Pero eso eliminaría el incentivo natural de querer éxito «para mí y los míos», así que no es un sistema que funcione bien en la práctica. Además, la involucración de un agente externo totalitario que adultera los resultados no suena nada divertido y no parece ser una opción particularmente atractiva para la mayoría… por el momento.

Así que lo que los defensores acérrimos de la igualdad han intentado hacer ha sido convencer a la gente de que “las cartas con las que las personas nacen no deberían ser diferentes”, que “las personas que ganan en el juego hacen trampas” y que “las reglas del juego favorecen a algunos jugadores frente a otros”. Básicamente, erradicar o vilipendiar el concepto de “mérito” en aras de la vanagloriada “justicia social”.

Pero la verdad no es ésa. La verdad es que hay personas que nacen con una dotación genética más favorable que otras. Hay personas que exhiben unos atributos de personalidad más propensos al éxito que otras. Hay personas que cuentan con más medios que otras. Hay personas que tienen más suerte que otras.

Y la verdad también es ésta: Hay culturas con valores que facilitan que una civilización prospere más que otras. Hay culturas más cívicas que otras. Hay culturas más propensas al conflicto que otras. Hay culturas con un código moral más elevado que otras. No todas las culturas son igual de propensas al desarrollo económico y social, ni igual de elevadas desde un punto de vista cívico y moral.

Esas diferencias no son subjetivas o inventadas. Son objetivas y demostrables más allá de la duda razonable. Que haya personas que no quieran que existan no significa que no existan. Las rosas son rojas, las violetas azules, el hombre promedio es más fuerte, alto y rápido que la mujer promedio, hay una correlación significativa entre inmigración procedente de ciertas culturas y número de delitos graves, y en una sociedad libre hay desigualdad de resultados. Verdades que quizá no cuadren con la narrativa política actual de apología de la igualdad y la “justicia social”, pero verdades como puños en cualquier caso.

«Una sociedad que priorice la igualdad por encima de la libertad, no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por encima de la igualdad, obtendrá un alto grado de ambas.»

– Milton Friedman

La libertad y la búsqueda de la verdad siempre priman sobre la igualdad en una sociedad que consigue evolucionar hacia un estado superior de desarrollo económico, social y moral. Invertir el orden y hacer primar la igualdad frente a la libertad y la búsqueda de la verdad es elegir involucionar. Como sociedad y como individuos.

Esa es la verdad.

8. La amistad

La amistad es el vehículo más habitual para satisfacer nuestra necesidad innata de conectar con los demás. Pero hay diferentes círculos en ese anillo.

La inmensa mayoría de personas que consideras “amigos” se encuentran en el círculo “superficial”. Son personas con las que interactúas, con mayor o menor frecuencia, sin profundizar demasiado. No las conoces tanto, ni ellas a ti.

Otro grupo de amigos, mucho más pequeño, se encuentra en el siguiente círculo. Con estas personas tienes un nexo emocional más fuerte y percibes que te conocen y te comprenden mejor.

Finalmente, si eres afortunado, tienes algunos amigos más en el último círculo. Quizá uno, dos, o tres. No suelen ser más. La relación que tienes con estos es de otro calibre. Es como si fueran familia. Te fías completamente de ellos y ellos de ti.

Los años pasan, y con ellos las diferentes fases de la vida. Los amigos de los diferentes círculos van experimentando cambios. Unos entran, otros salen. Hay muchos de esos cambios en el círculo superficial, relativamente pocos cambios en el siguiente círculo, y muy pocos cambios, quizá ninguno, en el círculo final.

La verdad de la amistad es ésta: Tu tiempo y atención son recursos limitados. Cuanto más tiempo y atención dediques al primer círculo, menos satisfecho te sentirás en tus relaciones de amistad con el paso del tiempo. Cuanto más tiempo y atención dediques al último círculo, más satisfecho te sentirás con el paso del tiempo. Qué plantas decides regar con el agua de la que dispones tiene una enorme relevancia en tu grado de satisfacción.

Comprobarás que las personas responden de forma diferente a los baches, vicisitudes y problemáticas que irás experimentando a lo largo de tu vida. Verás que la inmensa mayoría de ellas están dispuestas a darte muy poco de su tiempo, atención y cariño cuando te encuentras con el tanque bajo. Más allá de lo políticamente correcto, verás que lo que te dan es prácticamente inexistente. Sentirás que, en esos momentos difíciles, tu experiencia emocional es casi idéntica a que si esas personas no existieran en absoluto.

No es una visión derrotista. Es la realidad. La mayoría de las personas de tu vida se comportarán así cuando los baches lleguen. Y los baches llegan. Siempre llegan.

Unas pocas personas, muy pocas, se comportarán de forma diferente. Esas personas estarán ahí y te darán más que suficiente de sí mismas para marcar la diferencia en tu experiencia emocional. Esas son las que debes tener muy presentes en tus prioridades vitales y cuidarlas como si fueran oro, porque lo son. Y cuantas más etapas de tu vida transcurren, mayor valor esas personas adquieren.

«Un buen amigo es mi pariente elegido.»

– Thomas Fuller

Eso significa, por definición, que debes prestar menos atención a las personas de los otros círculos, por mucho que la pidan. Dales la justa, no más. El agua debe ir a las plantas adecuadas. No puedes permitirte que esas plantas se marchiten.

Filtra y concentra tu atención. No tienes nada que perder y mucho que ganar.

Esa es la verdad.

9. El amor y la pareja

En la dimensión de pareja la casuística es más variada y compleja, y resulta más complicado universalizar verdades. Aun así, vamos a aventurarnos a ello, reconociendo que puede haber excepciones.

Las probabilidades de que una pareja perdure en el tiempo se han reducido considerablemente, como consecuencia del cambio de paradigma socioeconómico, tecnológico y cultural. La tolerancia a inconveniencias y frustraciones es menor, la opcionalidad de relaciones alternativas es mayor, la permisibilidad cultural de la infidelidad es mayor, la inexistencia de hijos provoca que los incentivos para superar baches en la relación sean menores, la autosuficiencia económica de la mujer es superior, la facilidad de adoptar un gato, un pez o una iguana que nos haga compañía mientras envejecemos solos y deprimidos es mayor, etcétera, etcétera.

A pesar de todo eso, la vida en pareja con la persona adecuada es muy superior a la vida sin pareja. No hay color. Y más obvio resulta a medida que pasa el tiempo y nuestra escala de valores y prioridades vitales va mutando en consonancia con nuestra madurez.

“La persona adecuada”. Of course. Qué cachondo eres, Frank.

La verdad es que la dinámica social actual hace que la persona adecuada sea mucho más difícil de encontrar. Y también, por las razones que hemos comentado antes, mucho más difícil de preservar. Pero eso no significa que no esté por ahí. Y no es sólo una y única. Las personas que para cada uno de nosotros pueden hacer que una relación funcione a largo plazo son varias, no una sola. Muchas más de las que nuestras propias taras, hiper-exigencias, traumas y limitaciones autoimpuestas nos hacen creer.

No eres tan especial. Y no necesitas encontrar la piedra filosofal para estar satisfecho en una relación. Muchas de las barreras probablemente las construyes tu mismo con tus pajas mentales. Merry Christmas.

Dicho eso, hay dos factores que pesan extraordinariamente en las probabilidades de que una relación de pareja prospere a largo plazo:

  • La compatibilidad de caracteres, o dicho de otro modo, que no haya rasgos de personalidad o comportamiento que sean “demasiado incompatibles” entre ambos.
  • El alineamiento en el sistema de valores: Una interpretación del mundo con un enfoque similar, unas líneas rojas similares y una filosofía de vida similar.

Lo demás… sí, es importante. Que tu pareja no sea demasiado intolerante o victimista, que no busque la atención de los demás constantemente en redes sociales o que no haya tenido 300 relaciones previas… sí, todo eso importa, pero los síntomas de todo eso se suelen apreciar con facilidad. Sin embargo, la evidencia de los dos pilares base, la compatibilidad y los valores, suele hallarse algunos centímetros bajo la superficie y has de desenterrarla, porque sin armonía en esas notas musicales las probabilidades de que la canción suene bien están abrumadoramente en tu contra.

“No es la falta de amor, sino la falta de amistad lo que hace infeliz a los matrimonios.”

– Friedrich Nietzsche

¿Hay riesgo de que tu aventura te salga mal? Sí, y no es pequeño. ¿Merece la pena aspirar a que funcione si aparece una persona que parece adecuada? Sin duda alguna.

Es importantísimo saber disfrutar de tu propia compañía y aprender a sentirte completo y feliz estando solo. Pero eso no es incompatible con la afirmación de que la vida con la persona adecuada a tu lado – contemplada en el conjunto de todas sus fases – es generalmente superior en satisfacción vital. Esa es la verdad. Una verdad que nuestra cultura actual se empeña en destruir y demonizar, pero que la naturaleza del ser humano se empeña en validar, una y otra vez, en aquellos casos en los que las relaciones funcionan.

Esa es la verdad.

10. El tiempo y la atención

El tiempo no se puede crear o destruir, pero sí se puede aprovechar mejor o peor. Y eso, desde una perspectiva sensorial, es equivalente a crearlo o destruirlo.

Habrás comprobado que tendemos a experimentar que el tiempo transcurre más deprisa a medida que nos hacemos mayores. Cuando llegas a los cuarenta, parpadeas y te encuentras ya en los cincuenta. Es una experiencia universal. No es sorprendente que el principal consejo de nuestros abuelos es “aprovecha el tiempo, porque la vida pasa muy rápido.”

Ya, abuelo, ya. ¿Pero qué narices significa eso de “aprovechar el tiempo”?

Aprovechar el tiempo no es otra cosa que domesticar la atención para centrarla en las cosas adecuadas.

Cuando tu atención está centrada en cosas que no te aportan demasiado, como tareas mecánicas o no demasiado agradables, rutinas, distracciones banales y cosas por el estilo, tu sensación del paso del tiempo se acelera. “El tiempo pasa muy rápido” es una sensación compartida universalmente por la sencilla razón de que la gran mayoría de personas centra casi toda su atención del día a día en ese tipo de cosas.

Para que el tiempo transcurra más lentamente, hay que parar.

Hay que inyectar espacio en tus días para pensar, reconectar, ser.

Hay que añadir soledad y silencio a tu agenda. No sólo de vez en cuando, sino regularmente.

Los últimos 7 años de Frank han transcurrido más lentamente que los 20 anteriores, a pesar de que soy (bastante) más mayor. No es brujería. Simplemente he decidido parar un buen rato. Todos los días, todas las semanas, todos los meses, pase lo que pase. Es prioridad. Mejor dicho, lo he hecho prioridad.

“La vida repleta de compromisos no merece la pena vivirse”

– Naval Ravikant

“No tengo tiempo” es una mentira que te cuentas a ti mismo para justificar el no salir de donde te encuentras. Eliges no tener tiempo. Eliges centrar tu atención en unas cosas y no en otras. Eliges evitar las consecuencias de tomar una decisión diferente. Por eso la vida termina en un abrir y cerrar de ojos, y por eso los abuelos que te dicen que aproveches el tiempo desearían haberse dado cuenta de ello un poco antes de serlo.

Esa es la verdad.

11. La familia

Las relaciones familiares no son sencillas. Cuando compartes mucho tiempo con algunas personas, las frustraciones y los reproches se acumulan y parte de estos se dejan sin resolver. Nos sentimos obligados a hacer cosas que a veces no nos apetece hacer. Surgen compromisos y exigencias sobre nuestro tiempo. Se dan muchas cosas por sentadas y la comunicación no siempre es la más fluida.

Y en medio de toda esta vorágine, es habitual que perdamos de vista un aspecto muy importante de las relaciones familiares:

La familia es la última línea de defensa.

¿A qué me refiero con esto?

A que, cuando te sucede algo grave, tienden a ser ellos los que están ahí.

Sí, algunos de tus amigos estarán probablemente también. Pero los que no suelen fallar y los que no dudan en reorganizar su agenda para colocarte arriba del todo en la escala de prioridades en momentos de crisis son los familiares más cercanos. Asumiendo que tienes una relación razonablemente buena con ellos, claro.

Son la última línea de defensa.

Ahora reconciliemos este papel habitual de apoyo incondicional, que tiene evidentemente un valor incalculable, con este otro fenómeno también muy habitual: Nuestros familiares – y aquí me estoy refiriendo especialmente a nuestros padres – suelen dejar el mundo sin haber escuchado expresamente cuánto les queremos y cuánto les agradecemos lo que han hecho por nosotros.

De todas las cosas que pueden experimentar en la última parte de sus vidas, escuchar eso de un hijo es lo que más ilusión les puede llegar a hacer. Sin embargo, no solemos decirlo. Lo damos por sentado. Creemos que lo saben. Y es un poco incómodo. Sobre todo, para los hombres.

El tiempo pasa, y un día dejan este mundo sin haber escuchado esto de nosotros.

¡Puf! Gone.

La verdad sobre las relaciones familiares con la que Frank Spartan quiere que te quedes, de todas las que existen, es esta: Díselo, sin esperar más. En directo, en carta (mi favorito), en audio… lo que quieras. El efecto positivo que tendrá en tu relación – y en tu satisfacción personal una vez que ya no estén – no puede sobrevalorarse.

“La vida siempre es más corta de lo que creemos; decirlo todo, amarlo todo, intentarlo todo: eso es la vida.”

– R. M. Rilke

No basta con creer que ya lo saben. Decirlo marca la diferencia. Para ellos y para ti.

Esa es la verdad.

12. La identidad

La respuesta a la pregunta de “quién eres” es a la vez presente y futuro. Estado y tendencia. Foto y película.

Tendemos a intentar resolver la ecuación de quiénes somos a través de nuestra dinámica de pensamiento. Nuestro diálogo interno tiene un peso desproporcionado en nuestro sentido de identidad. Creemos, literalmente, que somos “esa voz” que escuchamos constantemente. Lo creemos porque estamos muy familiarizados con ella. Y también creemos que todo aquello en lo que se centra esa voz es una pieza clave que compone el complejo rompecabezas de nuestra identidad.

 “Pienso mucho en esto y me preocupo mucho por esto otro”, así que debo de ser “así”.

Pero… no. Not really.

Lo que marca realmente quién eres es lo que decides hacer y por qué. Los actos y las motivaciones detrás de los actos. El diálogo contigo mismo, el papel de esa voz que oyes constantemente, es anecdótico. No significa gran cosa. Si piensas sobre 300 cosas y después tomas una decisión motivada por una razón, esa decisión y esa razón dicen muchísimo más sobre quién eres realmente que las 300 otras cosas sobre las que has pensado antes.

Sin embargo, no es eso lo que nos parece. A la hora de autodefinirnos, le damos una importancia mayúscula al diálogo interno con nosotros mismos y minusvaloramos la importancia de nuestra conducta – sea conducta por acción o por omisión.

Eres lo que haces y por qué lo haces, my friend. No te hagas pajas mentales.

Todo esto se refiere al momento presente. Pero tu identidad no es un elemento estático. Fluye constantemente. Cada decisión que tomas dirige el barco hacia un lado o hacia otro. Y es importante que seas consciente de hacia qué destino futuro tiendes a dirigirte con cada decisión presente. En quién te vas a convertir si haces algo repetidas veces, o si por el contrario no lo haces.

“Cada acción que realizas es un voto a favor de la persona en la que deseas convertirte.”

– James Clear

Esa es la dualidad que compone tu identidad. Presente y futuro, estado y tendencia. Quizá estás completamente satisfecho con quién eres en el presente, o quizá no. Quizá decidas hacer algo para cambiarlo, o quizá no. Quizá, cuando lo hagas, evoluciones hacia el lugar que esperas, o quizá no. Tu ser es un fluir continuo, y todo lo que puedes hacer es elegir qué hacer en el momento que tienes delante de ti. Céntrate en la siguiente decisión, y en la proyección que esa decisión te da hacia el futuro, porque eso es lo que define quién eres. Si escribes a tu anciana madre para decirle que la quieres, eres mejor hijo que si nunca lo haces “porque crees que ya lo sabe”. Lo siento, pero es así. No te hagas trampas al solitario, no puedes ganar.

Esa es la verdad.

13. La libertad

La libertad es un concepto que puede tener diferentes acepciones. Hay una acepción de libertad más popular, a la que la mayoría de las personas aspiran, y hay una acepción de libertad menos popular, pero que tiene un valor muy superior.

La acepción de libertad más conocida es la que se equipara con “opcionalidad” o “flexibilidad”. Es el “puedo hacer lo que quiera”. Puedo trabajar ahora, o después. Puedo ir a correr en vez de tener que planchar. Puedo irme de viaje cuando me dé la gana. Etcétera, etcétera. Es una libertad “externa”, anclada a las posibilidades del mundo exterior y a mi capacidad para acceder a ellas. Una libertad ligada a las posibilidades que tengo de decir “sí” a posibles opciones.

Esto es lo que todo el mundo que tiene una vida repleta de obligaciones anhela, porque es lo que asumen que les proporcionará mayor satisfacción vital.

La acepción de libertad menos conocida es la libertad de carácter “interno”. Es una libertad ligada a mi propia mentalidad, confianza, responsabilidad y autocontrol para decir “no” a aquello que no me convence. Este es el tipo de libertad más valioso que existe. La llave dorada de la puerta secreta que conduce hacia orillas blancas de mayor satisfacción vital, a través de la autonomía y la autenticidad.

Este es el tipo de libertad que te permite decir “no” a los proyectos que no deseas. La que te permite poner límites a las personas de tu entorno que tienden a pasarse de la raya y a activar esos límites cuando corresponda, con independencia de las consecuencias. La que te permite querer a alguien sin necesitar cambiarle para que se ajuste mejor a tus preferencias. La que te permite renunciar a los compromisos que otros te intentan imponer. La que te permite estar tranquilo cuando decides no plegarte a las expectativas de los demás o elegir otro camino diferente al convencional. La que te proporciona la confianza de que saldrás adelante en momentos de crisis e incertidumbre, aunque no tengas todas las respuestas.

Esta es la libertad que más importa. La libertad de decir “no”. Porque sólo sabiendo decir “no” puedes crear el espacio necesario para poder elegir bien cuál de los posibles caminos es tu “sí”, comprometerte mental y espiritualmente con él y disfrutarlo al máximo mientras lo recorres.

Y lo mejor de todo, no necesitas gran cosa de ahí afuera. Hacerlo o no hacerlo depende, en su mayor parte, de ti.

Esa es la verdad.

«La auténtica libertad no requiere nada del mundo exterior. Depende únicamente de tu propia voluntad.»

– Mark Manson

Y con esto, terminamos. 13 verdades con 13 afiladas hojas. Puede que te cortes un poco, pero sólo así sabrás que estás realmente vivo, ¿no es así?

Pura vida,

Frank.

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Cómo conseguir dominar el tiempo https://cuestiondelibertad.es/dominar-el-tiempo/ Tue, 15 Jul 2025 06:02:47 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11611 Una de las grandes batallas que libramos con nosotros mismos es el incontrolable deseo de dominar el tiempo. El ser humano es el único ser vivo que tiene conciencia del tiempo. Esa conciencia nos dicta que hubo un pasado y que habrá un futuro. Que nuestra jornada laboral dura 8 horas y que tenemos 1 […]

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Una de las grandes batallas que libramos con nosotros mismos es el incontrolable deseo de dominar el tiempo.

El ser humano es el único ser vivo que tiene conciencia del tiempo. Esa conciencia nos dicta que hubo un pasado y que habrá un futuro. Que nuestra jornada laboral dura 8 horas y que tenemos 1 hora libre para comer. Que debemos terminar ese proyecto para tal fecha. Que quedan 3 días para el fin de semana y 1 mes para la primavera. Que el cumpleaños de ese amigo está al caer. Que hace 2 años de aquel viaje. Que estamos todavía muy lejos de la jubilación.

De la misma forma, cada vez somos más conscientes de que nos queda menos tiempo de vida. Cada vez oímos con mayor nitidez ese sutil tic-tac del reloj biológico que llevamos dentro. El látigo de seda de las fotos con menos arrugas que aparecen en nuestro álbum de recuerdos y del ritmo más acelerado del corazón cuando subimos por las escaleras va dejando muescas cada vez más agrias y profundas en nuestra conciencia del paso del tiempo.

Nuestra vida está organizada en torno al concepto del tiempo. Sin embargo, el tiempo no es una dimensión real. Creemos que es real, porque nuestra interacción con el mundo exterior se organiza en base a parámetros temporales, pero el tiempo es un constructo mental. Lo hemos inventado y hemos aceptado utilizarlo de forma homogénea en todo el mundo, con el simple objetivo de ser más organizados y eficientes.

Pero el tiempo no existe.

Lo que sucedió está en tus recuerdos.

Lo que pasará está en tu imaginación.

El pasado y el futuro son constructos de tu mente. No son reales.

No existe el tiempo.

Puedes estar recordando el pasado, imaginando el futuro, o prestando atención a lo que estás haciendo en el momento presente. Pero, hagas lo que hagas, ese momento presente es lo único que existe.

Ahora bien, aunque esto sea filosófica y empíricamente cierto, no podemos negar la enorme influencia que tiene en nosotros el tipo de relación que construimos con el concepto del tiempo. De hecho, muchas de las restricciones y limitaciones que nos impone la vida para sentirnos “felices” están basadas en el tiempo. Por eso, aunque en teoría el tiempo no exista en sí mismo, en la práctica lo sentimos como extraordinariamente real y relevante en nuestro día a día.

Las obligaciones laborales nos “quitan” tiempo.

Las tareas domésticas nos “quitan” tiempo.

Atender a la familia nos “quita” tiempo.

Los recados nos “quitan” tiempo.

Las llamadas nos “quitan” tiempo.

¿Y qué quiere decir eso de que “nos quitan” tiempo?

Simplemente, que durante ese tiempo no podemos hacer lo que queremos. No tenemos libertad de movimientos.

Estas obligaciones a veces son ineludibles (necesito dinero para sobrevivir, y necesito trabajar para ganar dinero) y a veces son autoimpuestas. Pero todas ellas son muy reales en nuestra mente y se perciben como una fuga de agua en el cestillo de nuestra vida. Como un tiempo que se ha escapado por las rendijas y ya no está disponible “para vivir”.

Verás que, sutilmente, todos nosotros relacionamos “vivir” con “autonomía”. Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, el tiempo dedicado a lo que consideramos “obligaciones” no computa como adición positiva en nuestra escala de felicidad. Sólo el tiempo de “libertad” de decisión lo hace, asumiendo que ese tiempo se utiliza para producir emociones satisfactorias.

Sabemos que nuestro tiempo en esta vida es finito. Y a la vez percibimos que un montón de manos hercúleas invisibles nos roban parte de ese tiempo. Como los tiburones que perseguían la barca del viejo en “El viejo y el Mar” de Hemingway, las obligaciones van arrancando pedazos cada vez más grandes de nuestro pez. Y de esa sensación de impotencia surge el sentimiento de frustración de estar atrapados, y la ansiedad de no saber cómo librarnos del yugo tiránico del tiempo.

Este es un tema extremamente relevante para tu satisfacción vital y que requiere un cambio de paradigma en la forma en la que te relacionas con el constructo mental del tiempo.

Tu querido amigo Frank te lo va a mostrar.

Las dos dimensiones del tiempo

El tiempo es como un gólem de piedra. Como el Balrog de “El señor de los Anillos”. Un rival que te hará pedazos si intentas enfrentarte a él sin una buena estrategia.

Así que vamos a estrategizar un poco, ¿te parece?

Comencemos diseccionando el problema.

La experiencia personal de dominio del tiempo (o de subyugación a él) se ancla en dos componentes:

  1. De cuánto tiempo objetivo disponemos (el tiempo “físico” o “cronológico”)
  2. La forma en la que el uso de ese tiempo afecta a nuestra perspectiva subjetiva del paso del tiempo (el tiempo “mental” o “psicológico”)

La ecuación que estas dos variables componen es dinámica. Cómo gestionas una de las variables afecta a las posibilidades que la otra variable presenta ante ti. Y por tanto has de optimizar la combinación de las dos, en función de cuál sea tu personalidad y tus circunstancias particulares.

Esto quiere decir que la solución óptima de esa ecuación no es la misma para todo el mundo. Pero sí hay una serie de pautas, largamente universales, que te permitirán elevar la puntuación en ambas variables, e indirectamente, tu capacidad para obtener un buen resultado global.

Veámoslas.

El dominio del tiempo cronológico

El día tiene 24 horas. Necesitas 7-8 horas para descansar adecuadamente. El resto, en teoría, está disponible.

En teoría.

En la práctica, después de hacer frente a todas las obligaciones, sean reales o autoimpuestas, te queda muy poco tiempo “libre”, ¿no es verdad?

Tiempo hay, pero tiempo “fértil”, o tiempo en el que puedes hacer las cosas que quieres hacer, como las quieres hacer y con quien las quieres hacer… no hay tanto.

Y “energía vital” para encender el motor de ese tiempo fértil y usarlo con eficacia, tampoco hay demasiada. Cuando terminas con tus obligaciones, estás cansado y con la cabeza llena de distracciones.

En la vida humana promedio no hay prácticamente tiempo fértil ni energía vital para usarlo adecuadamente. ¿El resultado? Ese tiempo fértil se convierte, en las palabras del autor especializado en estoicismo Ryan Holiday, en tiempo “muerto”. Tiempo en el que estás en modo pasivo, tirado en el sofá, navegando las redes sociales o viendo la tele, presa del anzuelo de las tentaciones y estímulos más cercanos. Tiempo que no representa una adición positiva a tu escala de felicidad, sino simplemente una pausa para que el ratón tome aire y reanude su dinámica habitual de dar vueltas a la misma rueda.

Así un día, y otro, y otro.

Vives de fin de semana en fin de semana, con el aderezo esporádico de un tiempo extra de vacaciones. El tiempo cronológico va pasando, la energía vital se difumina, la salud se diluye…y llega un día en el que el telón se cierra y la obra termina.

Fin.

La vida sigue. Para los demás. Es sorprendente la facilidad con la que todo sigue adelante una vez que tú no estás. Aterrador, pero también un baño de ensordecedora humildad sobre la trivialidad de nuestra existencia, por mucho que tendamos a ir por ahí con el convencimiento de que somos el centro del Universo.

Bien, hasta aquí el plano dramático. Quizá te haya revuelto un poco por dentro, pero era necesario para introducir lo que viene.

Pasemos ahora al plano práctico.

¿Qué demonios podemos hacer para mejorar las cosas?

Tenemos dos factores escasos: El tiempo fértil y la energía vital para usarlo de forma efectiva. Queremos tener más de ambos, porque intuimos a un nivel muy visceral que son la materia prima de la que se compone el edificio de la felicidad que nos gustaría construir.

Veamos cómo podemos conseguirlo.

Empecemos por un principio filosófico fundamental: Has de diseñar tu vida para optimizar tu grado global de autonomía.

Este, y no otro, es el parámetro fundamental para la toma de decisiones de cierta trascendencia.

No es el dinero, ni el status, ni la posición profesional, ni la marca de la empresa, ni el qué dirán, ni con quién podrás relacionarte, ni lo que hace la mayoría, ni otros parámetros al uso.

La autonomía.

Tu capacidad para poder elegir cómo y cuándo haces honor a tus obligaciones. Porque obligaciones tendrás. Es ineludible y es sano. Pero no tienes por qué plegarte a aceptar todas las obligaciones que se te quieren imponer, ni tampoco plegarte a aceptar la forma en la que otras personas quieren que las cumplas.

Esto no es gratis. La autonomía es un bien caro. Para poder adquirirlo, primero has de demostrar tu valía. En todos los ámbitos. Tienes que trabajar duro y fraguar tu valor. Sólo entonces podrás acceder a la posibilidad de adquirir – o requerir – autonomía en los diferentes planos de tu vida. Lo que no tiene visos de obtener buenos resultados es, como muchos jóvenes hacen ahora, exigir flexibilidad de horarios, teletrabajo y más vacaciones sin haber demostrado un carajo sobre su valía y sin haber producido resultados.

Este principio aplica al plano profesional o a cualquier otro. Primero, demuestra valía. Después, puedes pedir. El mundo te dará muchas bofetadas si inviertes el orden. Puedes salirte con la tuya por un tiempo, pero no durará. Y no hay injusticia alguna en ello. Son dinámicas básicas de comportamiento humano.

Pasemos ahora al meollo del asunto.

La vida te llevará por caminos en los que llegarás a ciertas encrucijadas. Y en algunas de esas encrucijadas deberás decidir sobre el parámetro que quieres optimizar. Tendrás que elegir entre el trabajo que paga más y el que es más flexible. Entre la casa con hipoteca más grande y la casa con la hipoteca más pequeña. Entre la pareja físicamente atractiva pero más inflexible y difícil de contentar y la menos atractiva pero más abierta de miras y más fácil de contentar. Entre plegarte a las expectativas de familiares, amigos y desconocidos para evitar conflictos y decidir marcar tus propias reglas con riesgo de generarlos. Entre gastar casi todo lo que ganas y hacer un esfuerzo consciente para ahorrar e invertir una parte todos los meses para construir libertad financiera.

Con cada una de esas decisiones, ganas autonomía… o la pierdes. La mayoría de las personas la pierde, gota a gota, porque el mundo que les rodea les empuja hacia ahí. Y eso hace que su tiempo fértil y su energía vital se reduzcan progresivamente, como una boa que va asfixiando lentamente a su víctima.

Frank Spartan ha oído innumerables veces que el sistema está trucado, que es una estafa, que hay que trabajar toda la vida para poder rascar unas migajas de tiempo libre, etcétera, etcétera. Tiene parte de verdad. Muchas de las personas que tienen esa visión partieron de circunstancias complicadas que dificultan su capacidad de salir de ese atolladero. Pero también es verdad que muchas otras tomaron malas decisiones en sus encrucijadas. O, mejor dicho, tomaron decisiones que optimizaron otros parámetros distintos a la autonomía. Y, por tanto, esas personas tienen su parte de responsabilidad en el resultado, a pesar de que el azar siempre juegue un papel principal en el desarrollo de una vida.

Tienes un trabajo en el que se te valora más por el output (resultados) que por el input (horas trabajadas en un lugar concreto y de una forma concreta). Aprendes para ser cada vez más efectivo en tu desempeño profesional. Tienes una pareja con mentalidad relativamente flexible sobre lo que hay que hacer y cómo hacerlo (o decides estar solo si no la encuentras). Ahorras una parte de tus ingresos y la inviertes todos los meses. Dices no – con mano izquierda – a las actividades o personas que no te interesan o no te aportan. 

Adelante, venga. Dime que es imposible.

Bullshit.

Es perfectamente posible. La clave está en lo que haces en las encrucijadas. En qué parámetro decides optimizar.

Si tomas decisiones optimizando la autonomía en una dimensión de tu vida, tendrás cada vez más tiempo fértil. Si haces lo mismo en otras dimensiones, tu tiempo fértil crecerá exponencialmente. Tendrás menos obligaciones que no deseas. Y al sentir que tienes más control sobre tu vida y más tiempo para las cosas que deseas hacer, generarás más energía vital para ponerlas en práctica. Es un círculo virtuoso en el que cada pequeña victoria genera impulso acumulativo para ganar la siguiente batalla.

No me digas que no se puede. Se puede. Sólo tienes que dejar de apuntar a las dianas engalanadas y fluorescentes a las que apunta todo el mundo y apuntar a la discreta y modesta diana de la autonomía.

El dominio del tiempo psicológico

El segundo componente de la experiencia personal del dominio de tiempo es el tiempo psicológico.

Esto tiene su miga.

Cuando hablamos de tiempo psicológico, nos referimos a la experiencia subjetiva del tiempo. Y aquí entran a jugar varios aspectos entrelazados entre sí.

Las investigaciones psicológicas y neurocientíficas han constatado, desde hace ya muchos años, que la percepción del paso del tiempo tiende a alterarse en función de varios parámetros.

  • William James fue uno de los primeros autores en explorar este fenómeno en su libro “Principios de psicología” de 1890, argumentando que a medida que nos hacemos mayores, experimentamos una menor frecuencia de “eventos memorables”, lo que impacta nuestra percepción subjetiva del paso del tiempo. El que haya cada vez menos cosas “impactantes”, que llamen nuestra atención, hace que percibamos que el tiempo transcurre más deprisa.
  • Relacionado con esto, aunque con un enfoque diferente, Paul Janet presentó su “teoría de ratios” en 1877, argumentando que la percepción del paso del tiempo es función de cuánto tiempo de vida había ya transcurrido. Un año para un niño de 5 años es el 20% de su vida, mientras que el mismo tiempo cronológico para un adulto de 50 años es sólo un 2%. Por eso el adulto tiene la sensación de que el tiempo transcurre más rápido.
  • Otras investigaciones más recientes (como esta) han encontrado una relación significativa entre la percepción del paso del tiempo y el grado de “presión” que las personas sienten sobre el tiempo del que disponen. En otras palabras, aquellas personas que sienten que cuentan con poco tiempo para hacer las cosas que tienen que hacer (o que quieren hacer) tienden a percibir que el tiempo transcurre más rápido.

Por otro lado, tenemos la enorme influencia de otra variable: La atención.

Cuando nos encontramos inmersos en una actividad placentera (sea placer sano como el estado de “flow” de Mihály Csíkszentmihályi o un chute de dopamina barata en las redes sociales), tendemos a perder la noción del paso del tiempo. Cuando salimos de nuestro estado de embelesamiento, nos damos cuenta de que han pasado dos horas cuando parecían 30 minutos. Cuando nuestra atención está sumergida en una actividad sin distracciones, el tiempo psicológico transcurre muy deprisa.

Y finalmente, tenemos la percepción retrospectiva de la memoria: La pregunta de si, cuando miramos hacia atrás, tenemos suficientes recuerdos del pasado. Si tenemos pocos o con pocos detalles, nuestra sensación de que el tiempo ha transcurrido muy deprisa se acentúa. Si tenemos muchos o con muchos detalles, se ralentiza. Muy relacionado con la teoría de “eventos memorables” de William James.

La fórmula de dominio del tiempo

Muy bien Frank. Pero entonces ¿qué demonios debo hacer con todo este galimatías? ¿Cómo puedo unir todos estos puntos para mejorar mi dominio del tiempo?

Muy sencillo. Optimizando el resultado de esta ecuación:

Dominio del tiempo = (Cantidad de tiempo fértil) x (Porcentaje de tiempo asignado a tus grandes objetivos vitales + grado de variedad e intensidad de los momentos especiales) x (nivel de atención en el momento presente).

Ahí está.

Observa que no he dicho “maximizando” el resultado de esta ecuación, sino “optimizando”. El máximo no tiene por qué ser el óptimo. El óptimo es la dosis de dominio del tiempo que mejor se ajusta a tu personalidad y circunstancias particulares.

Exploremos ahora cada una de las variables de la ecuación.

Cantidad de tiempo fértil

Como hemos visto anteriormente, si tomas decisiones con el prisma de la autonomía como criterio principal en mente, la cantidad de tiempo fértil (sin obligaciones) del que puedes disponer irá aumentando progresivamente a lo largo de tu vida. Lo mismo hará tu nivel de energía vital (= motivación) para usar ese tiempo adecuadamente.

Veamos qué significa “adecuadamente”.

Porcentaje de tiempo asignado a tus grandes objetivos vitales

Si no dedicas tiempo a actividades con propósito existencial que te hagan sentir que tu vida ha merecido la pena, tarde o temprano acabarás con la sensación de que tu vida ha pasado muy deprisa. Puedes dedicar todo tu tiempo fértil a experimentar placeres mundanos, pero eso tiene muy poco impacto en el resultado de la ecuación de dominio del tiempo. El significado engrandece la vida, tanto en percepción temporal como en trascendencia, porque facilita el convencimiento de que las cosas que has hecho, o el efecto positivo en las personas con las que te has relacionado, perdurarán de algún modo después de que tú ya no estés.

Aparta un poco de tiempo para tus grandes objetivos. No te arrepentirás.

Grado de variedad e intensidad de los momentos especiales

La memoria se apuntala en la variedad e intensidad de los momentos especiales o memorables. Una vida de rutinas y hábitos puede proporcionar seguridad emocional, pero es una vida en la que el tiempo psicológico tiende a transcurrir muy deprisa, porque no hay “sorpresas”. Todo es un continuo uniforme en el que se ahogan los días, semanas, meses y años. Por eso, una de las claves para sentir que el tiempo del que disponemos “dura más” es crear momentos especiales, tanto variados como intensos.

Por si no lo sabes, ya te lo dice Frank: Los momentos especiales no suelen llegar si tú no los creas. Las personas van muy escasas de tiempo fértil y viven muy distraídas, lo que tiende a convertirlas en individuos vagos, dependientes de sus rutinas y con escasa iniciativa para actividades novedosas. Échate al hombro la responsabilidad de crear los momentos especiales tú mismo, sean compartidos con otros o no, que para eso has generado más tiempo fértil.

Una nota sentida, un plan innovador, un viaje impactante, un cumplido sincero, un regalo sorpresa. La vida está llena de oportunidades para crear momentos especiales. Aprovéchalas. Y una vez aprovechadas, documéntalas en la medida de lo posible para que los detalles perduren en la memoria: Fotos, una entrada de diario, etcétera, etcétera.

Nivel de atención en el momento presente

Nada de todo esto será efectivo si no centras tu atención en lo que estás haciendo, mientras lo estás haciendo. Cuanta más atención prestes, más detalles recordarás. Y cuantos más detalles recuerdes, mayor será tu sensación de que has hecho muchas cosas. O, en otras palabras, de que has usado bien el tiempo a tu disposición. Si recuerdas pocos detalles sobre un acontecimiento porque tu atención está dispersa, el cerebro tiende a sumergirlo en el olvido con el paso del tiempo. Y ese olvido afecta – negativamente – a tu percepción dinámica del tiempo pasado.

La consecuencia práctica de comportamiento para maximizar la atención es simple: Asigna tu tiempo fértil a pocas cosas y pocas personas. Pero que esas cosas estén muy bien hechas, y que esas personas reciban una dedicación especial. La atención ha de estar concentrada para poder hacer su magia.

Ahí tienes la fórmula de dominio del tiempo. No la pierdas de vista, ni a cada uno de sus componentes. O perderás de vista tu propia vida.

Pura vida,

Frank.

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El juego invisible al que todos jugamos https://cuestiondelibertad.es/juego-invisible/ Wed, 28 May 2025 05:36:34 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11593 En la última escena de la película “El Lobo de Wall Street”, el protagonista Jordan Belfort, interpretado con gran atino por Leonardo Di Caprio, aparece impartiendo una clase magistral de técnicas de venta a un grupo de hambrientos aprendices. Tras unos segundos observando al público, se acerca lentamente a la primera fila, saca un bolígrafo […]

La entrada El juego invisible al que todos jugamos se publicó primero en Cuestion de Libertad.

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En la última escena de la película “El Lobo de Wall Street”, el protagonista Jordan Belfort, interpretado con gran atino por Leonardo Di Caprio, aparece impartiendo una clase magistral de técnicas de venta a un grupo de hambrientos aprendices. Tras unos segundos observando al público, se acerca lentamente a la primera fila, saca un bolígrafo del bolsillo y se lo ofrece a uno de los asistentes mirándole fijamente a los ojos, mientras le dice: “Véndeme este bolígrafo”.

El asistente en cuestión traga saliva, coge el bolígrafo con mucho cuidado y empieza a describir sus virtudes. “Este es un bolígrafo que bla, bla, bla.” Belfort escucha impasible durante unos segundos. Después se lo quita sin mediar palabra y se lo da a la persona que está al lado.

Véndeme este bolígrafo”, repite.

Y tras varios asistentes intentándolo, la película termina.

Años después. en una entrevista con el auténtico Jordan Belfort, una persona del público le pregunta sobre la escena del bolígrafo. Belfort responde que todos los intentos de venta en aquella escena de la película fallaron, porque los asistentes empezaron a venderle las virtudes del bolígrafo sin saber lo que realmente le interesaba a él. “En primer lugar, tendrían que haberme hecho algunas preguntas para conocerme mejor. Empezaron a venderme a ciegas, sin saber quién era yo ni lo estaba buscando. Ese fue su error”.

Según Belfort, las personas deseamos cosas diferentes por motivos diferentes. Esos deseos planean en nuestras cabezas de forma ininterrumpida y nos impulsan a comportarnos de una forma o de otra ante las situaciones que se nos presentan. Y si queremos conseguir algo de los demás, es crucial que primero intentemos entender lo que esas personas desean y por qué, para poder abordarles mejor. Si no lo hacemos, estaremos actuando “a ciegas”.

Este es un enfoque interesante, porque nuestra perspectiva natural de enfocar las situaciones es vernos a nosotros mismos como el centro del universo. La realidad que percibimos a través de los sentidos no es la realidad objetiva, sino la versión sesgada que ya ha recorrido el filtro de nuestra conciencia. El mundo real es aséptico, incoloro e indiferente, pero nuestro cerebro recibe la información del exterior y elabora una historia repleta de significado personal, con nosotros mismos como protagonistas principales.

Protagonistas repletos de virtudes y carentes de defectos, por supuesto. Mi opinión es la buena, mi dios es el verdadero, mi ideología política es la acertada y mi equipo de fútbol es el más virtuoso. Es todo es tan obvio que no entiendo cómo los demás no se dan cuenta de ello.

Debido a la influencia tan poderosa – y tan subliminal – de esta perspectiva sesgada sobre el mundo, el ponernos en el lugar de los demás para intentar entenderles (lo que comúnmente denominamos “empatía”) requiere un esfuerzo consciente que no es menor. Ese río no fluye de forma natural, ni mucho menos. Hemos de pausar la película que nuestro cerebro proyecta automáticamente desde que nacemos, cambiar de registro y observar la realidad con nuevas gafas, incorporando a otros protagonistas con idiosincrasias, deseos y circunstancias diferentes a – y a veces incompatibles con – las nuestras.

El problema es que la casuística de la empatía es ilimitada. Cada persona tiene sus particularidades únicas, y es impracticable intentar comprenderlas todas para adaptarnos al caso concreto que tenemos delante. No siempre tenemos tiempo, ganas u oportunidades para hacer preguntas antes de vender un puñetero bolígrafo.

Sin embargo, hay un fenómeno de comportamiento que prácticamente todos nosotros compartimos, porque es consustancial al ser humano desde el principio de los tiempos. De él emergen la mayoría de nuestras motivaciones y deseos más relevantes como miembros de una sociedad. Y si entendiéramos un poco mejor la naturaleza de este fenómeno, probablemente seríamos capaces de desarrollar un nivel de percepción más fino sobre los demás – y nosotros mismos – sin necesidad de profundizar en los detalles concretos que rodean cada situación. Eso nos permitiría conseguir nuestros objetivos, sean los que sean, con mayor destreza.

¿Y cuál es ese fenómeno tan troncal del comportamiento humano del que se derivan deseos, objetivos y motivaciones?

Veámoslo.

La búsqueda de estatus

Las personas buscamos, lo primero de todo, tener las necesidades básicas cubiertas. Comida, bebida, abrigo, cobijo. Pero una vez conseguido todo eso, empezamos a buscar otras cosas. Continuamos ascendiendo sin descanso por la empinada pendiente de la pirámide de nuestras aspiraciones, Maslow dixit.

Después de haber satisfecho las necesidades más primarias y acuciantes, un nuevo horizonte se extiende ante nosotros. La pertenencia al grupo y la conexión con los demás aparecen en nuestro mapa de deseos como por arte de magia. La tribu nos protege, física y emocionalmente, y anhelamos sentir el cálido manto de esa protección, cueste lo que cueste. Por eso, al relacionarnos con otras personas en entornos relativamente nuevos, tendemos a ser particularmente “majos”. Mostramos nuestra mejor cara. Nos gusta gustar, como saben muy bien los arquitectos de las redes sociales. Y viceversa, nos disgusta no gustar. Mucho más de lo que nos gusta gustar.

Todo esto es vox populi. La inmensa mayoría de nosotros lo conocemos o lo intuimos sin necesidad de ser Pitágoras. Sin embargo, en este punto de nuestro trayecto vital se empieza a desarrollar un fenómeno psicológico más sutil, que no es tan obvio como los otros que hemos descrito hasta ahora.

Las personas no sólo queremos pertenecer y conectar. Queremos medrar, progresar y mejorar. No solamente con respecto a la versión anterior de nosotros mismos, sino también, y muy especialmente, en relación con las personas que nos rodean.

Somos constantemente conscientes de, y especialmente perceptivos a, nuestra posición relativa con respecto a los demás.

La concepción mental de dónde estamos ubicados con respecto al resto del grupo está presente en nuestra perspectiva relacional en todo momento. Nuestra posición con respecto a los otros, y la de cada uno de los otros con respecto a los demás. Hay un ranking de posiciones relativas que vive y late dentro de nuestras cabezas, y que construimos y actualizamos constantemente a través de un complejo entramado de percepciones, creencias, experiencias prácticas y símbolos de todo tipo.

Esto es lo que llamamos “estatus”.

¿Y por qué el estatus está siempre presente en nuestras cabezas? ¿Por qué es tan importante desde una perspectiva biológica y evolutiva?

El estatus es la gasolina que más contribuye a que consigamos – o no consigamos – lo que queremos. En un contexto de interdependencia social, económica y profesional, el lugar percibido que ocupamos en el ranking de nuestro grupo de referencia es el ingrediente que más peso tiene en nuestra capacidad de conseguir recursos. En la prehistoria, esto consistía en la simple capacidad de obtener comida, protección de los miembros de la tribu y acceso a parejas sexuales. Hoy en día esto consiste en la capacidad de influenciar a los demás para conseguir nuestros objetivos, sean cuales sean, en un entorno de reglas sociales mucho más complejas.

El ranking relativo que los demás nos asignan es un gran determinante de cómo de efectivos seremos jugando al inescrutable juego de la vida. En una sociedad civilizada, nuestra capacidad de conseguir lo que queremos depende muy mucho de nuestra capacidad de conseguir que los demás nos faciliten las cosas. Con el respeto y la cooperación de los demás podemos atravesar océanos y alcanzar cimas que nunca serían posibles si jugáramos a este juego solos, o si no contáramos la cooperación de los demás.   

Pero ese supuesto ranking del que hablas, Frank, ¿en qué consiste? ¿Cómo se mide? ¿Qué criterio utilizan las personas para asignar una posición relativa a alguien dentro de un grupo?

Esa es una buena pregunta.

La respuesta es… depende.

Los juegos de la vida

Cuando Frank Spartan habla con otras personas sobre este anhelo compartido y natural de conseguir estatus, a menudo percibo que existe cierta reticencia a aceptar su existencia, o al menos a justificarlo desde una perspectiva moral. Es como si nos avergonzara admitir públicamente que queremos mejorar nuestra posición relativa dentro de nuestro grupo de referencia. Como si fuera una tara o un defecto que diluye nuestra calidad humana a ojos de los demás.

Sin embargo, por mucho esfuerzo que hagamos por presentar nuestra mejor imagen en el plano social, nos estamos haciendo trampas al solitario. Las investigaciones a este respecto son concluyentes:

  • Nuestros sistemas de satisfacción son más relativos que absolutos. Importa más lo que recibimos con respecto a los demás que lo que recibimos en sí mismo. Preferimos recibir 3 si el otro recibe 2, que recibir 4 si el otro recibe 5. ¿Ilógico? Sí. ¿Real como la vida misma? También.
  • La pérdida de estatus en el grupo de referencia y la sensación de imposibilidad de recuperarlo es una de las causas más relevantes de ansiedad y depresión, y la humillación pública es uno de los catalizadores de ejercicio de la violencia más poderosos que existen.
  • Las personas de nuestro grupo de referencia que elevan su estatus por encima del nuestro no suelen despertarnos demasiada simpatía, porque nos hacen sentir pequeños. Tenemos la sensación de que nosotros “perdemos” algo cuando los otros se elevan, porque la diferencia con ellos – que es lo que realmente nos importa – se expande.

Esta es la naturaleza del ser humano. Queremos subir en el ranking, porque intuimos – acertadamente – que así podremos conseguir más de lo que deseamos y vivir una vida mejor. Nos aterra deteriorar nuestra posición relativa, y no nos alegra particularmente – aunque lo expresemos diferente en público – que los demás mejoren la suya con respecto a nosotros.

El estatus es algo que nos otorgan subjetivamente los demás. Como tal, es un elemento elusivo, frágil, que no podemos controlar del todo. Y nuestra sed por mantenerlo o mejorarlo es insaciable, porque a pesar de su naturaleza inestable, lo vemos como la piedra angular del acceso a nuestros deseos a lo largo de las diferentes fases de la vida.

Nadie se convierte en un asesino en serie por admitir que todo esto es un comportamiento humano natural. Desde un punto de vista biológico y evolutivo, desear estatus es absolutamente lógico, y una de las razones por las que todo este empeño que tenemos por la igualdad en nuestra cultura actual nunca alcanzará los resultados que sus promotores – que curiosamente suelen desear encarecidamente conseguir estatus para ellos mismos – anhelan.

No queremos ser iguales que los demás, sino mejorar (o al menos no empeorar) nuestra posición con respecto a ellos. Unos lo consiguen, fruto de una combinación de privilegios genético-circunstanciales y cierta dosis de fortuna, y otros fracasan. Y no hay nada de malo en ello. Siempre ha sido así, y siempre así será. Por mucha discriminación positiva y restricciones a la libertad que se inyecten artificialmente en el sistema, siempre habrá desigualdad entre nosotros. Tendemos natural e inevitablemente a ella.

Ahora que hemos aclarado que la idea de desear estatus no es una maldad abominable y propia de una mente retorcida y criminal, sino algo totalmente natural, pasemos a otro tema muy relevante:

No todos jugamos al mismo juego.

Hay muchas formas diferentes de conseguir estatus.

  • El dinero, por ejemplo, es uno de los juegos de estatus más habituales. Dentro de este juego, el que parece que tiene más posesiones materiales – percibido por los demás a través de comportamientos y símbolos como el trabajo que tiene, la casa en la que vive, el coche que conduce, la ropa que viste, las aficiones que tiene, con quién se relaciona, etcétera, etcétera – consigue (o los demás le asignan) mayor estatus.
  • La importancia de la posición profesional es otro juego de estatus muy popular. En él, el que parece que tiene un título o posición profesional “que suene importante” en cierto tipo de organizaciones, recibe mayor estatus por parte de los otros jugadores.
  • La calidad y profundidad de la red de contactos es otro juego popular de estatus. En él, el que exhibe mayor capacidad de conseguir cosas valiosas a través de sus relaciones personales o profesionales recibe mayor estatus.
  • El poder político dentro de una organización es otro juego de estatus. En él, el que más manda (poder ejecutivo) recibe mayor estatus.
  • El éxito es otro juego muy popular de estatus. En él, el que más y mayores triunfos (que sean relevantes para los jugadores) colecciona dentro del ámbito concreto, recibe mayor estatus. La promoción profesional, el objetivo de ventas, el campeonato de liga, la carrera universitaria, la compra de un piso, la venta de la empresa.
  • El atractivo físico es otro juego muy popular de estatus. En él, el que mejor se ajusta a los cánones de belleza de la cultura del momento recibe mayor estatus. La explosión del fitness, los filtros de Instagram, las liposucciones, la cirugía plástica, los implantes capilares, el bótox, etc. son diferentes estrategias que los jugadores utilizan en este juego.  

Estos son algunos de los juegos más habituales en los que millones y millones de personas participan intensamente, todos los días del año, afanándose por escalar posiciones con respecto a los otros jugadores del mismo juego. Muchos de nosotros, quizá la inmensa mayoría, jugamos y jugamos sin ser ni siquiera conscientes de ello. No lo somos, porque no vemos el agua en la que nadamos.

“This is water”

Hace 20 años, el 21 de mayo de 2005, el autor David Foster Wallace se presentó ante la clase de graduados del Kenyon College y pronunció el discurso de graduación anual.

Foster Wallace comenzó su discurso con una simple parábola:

“Dos peces jóvenes están nadando juntos y se encuentran con un pez más viejo que nada en dirección contraria. El pez viejo hace un gesto con la cabeza y les dice: «Buenos días, chicos. ¿Cómo está el agua?». Los dos peces jóvenes siguen nadando un rato, y finalmente uno de ellos mira al otro y pregunta: “¿Qué demonios es el agua?»”

Las realidades más importantes se esconden a simple vista. Nuestras creencias. Nuestras suposiciones. Nuestras interpretaciones. Nuestros valores predeterminados. Conforman toda nuestra realidad sin que nos demos cuenta de su existencia.

Foster Wallace añade: “La clave está en mantener la verdad siempre presente en la conciencia diaria.”

Estás jugando a uno o varios juegos de estatus. Es muy posible que no te des cuenta, pero lo estás haciendo. Todos lo hacemos. Y debes ser dolorosamente consciente de ello. Si no lo eres, no podrás elegir bien el juego al que merece la pena que juegues, y dejar pasar el juego que no.

Pero no nos adelantemos. Sigamos con el discurso de Foster Wallace:

En realidad, no existe el ateísmo. No existe la falta de adoración. Todos adoramos. La única opción que tenemos es qué adorar. Si adoras el dinero y las cosas materiales, si esas son las fuentes de tu significado vital, nunca tendrás suficiente. Adora tu cuerpo, tu belleza y tu atractivo sexual y siempre te sentirás feo. Adora el poder y terminarás sintiéndote débil y asustado, y necesitarás cada vez más poder sobre los demás para insensibilizarte a tu propio miedo. Adora tu intelecto y, al ser visto como inteligente, terminarás sintiéndote estúpido, un fraude, siempre a punto de ser descubierto.

Lo insidioso de estas formas de adoración no es que sean malvadas o pecaminosas, sino que son inconscientes. Son configuraciones predeterminadas. Son el tipo de adoración en la que uno se va deslizando gradualmente, día tras día, volviéndose cada vez más selectivo con lo que ve y la forma en la que mide el valor, sin ser nunca plenamente consciente de ello.”

Cuando caemos ciegamente en la adoración de estos valores culturales predeterminados (riqueza, bienes materiales, posición profesional, títulos, poder) nunca nos sentimos libres. La verdadera libertad proviene de la conciencia (primero) y la elección (después). Sólo una elección consciente del juego de estatus al que queremos jugar, del dios al que queremos adorar, de la forma en la que medimos el valor de la vida, lleva a la manifestación práctica de la auténtica libertad, que es el ingrediente básico de nuestra satisfacción vital.

El discurso de Foster Wallace termina con un poderoso pensamiento:

“El verdadero valor de una verdadera educación no tiene casi nada que ver con el conocimiento, sino con la simple consciencia; la consciencia de lo que es tan real y esencial, tan oculto a plena vista a nuestro alrededor, todo el tiempo, que tenemos que recordárnoslo a nosotros mismos una y otra vez: Esto es agua. Esto es agua.”

Ahora que tenemos el foco de luz – o de consciencia – en el problema de jugar a ciertos juegos sin darnos cuenta, pasemos a evaluar lo siguiente.

¿A qué tipos de juegos de estatus tiene más sentido jugar? ¿Y a qué otros juegos de estatus, a pesar de su enorme popularidad, no lo tiene tanto?

El auténtico atractivo de un juego de estatus

En este tema podría extenderme mucho, pero voy a ir directo al grano.

Hay una brújula infalible para detectar cuándo un juego de estatus es realmente atractivo para ti y cuándo no lo es tanto, y es ésta:

El que las reglas del juego las marques tú o las marque otro.

En otras palabras, que tengas libertad de jugar como quieras, y que haciéndolo puedas ganar.

Los juegos de estatus tradicionales suelen tener un elemento común: Las reglas las marca otro. Y si no juegas con esas reglas, no puedes ganar.

Para obtener y mantener un título profesional deseado, tienes que satisfacer permanentemente a tus jefes.

Para proyectar que tienes dinero, tienes que manifestar tu riqueza en objetos y actividades visibles para los demás, de forma permanente y cada vez más exigente.

Para obtener y mantener una imagen de éxito, tienes que lograr premios y recompensas públicas y notorias cada vez más grandes.

Para obtener los codiciados “me gusta” en las redes sociales, tienes que postear cosas que la gente quiere ver.

Tu victoria en estos juegos de estatus depende íntegramente de los caprichosos e inestables deseos y preferencias de los demás. Y como tal, estos juegos te llevan irremediablemente a un estado de ansiedad y a una incómoda sensación de falta de control. Ganes o pierdas. No estás en paz, porque el suelo tiembla constantemente bajo tus pies.

Estos tipos de juegos, a pesar de su enorme popularidad, no tienen atractivo vital auténtico. Guárdate muy mucho de caer en sus fauces. Si no te das cuenta de que el agua está ahí y defines tu identidad en base a tu posición relativa en estos juegos, estás jodido, por muy arriba que estés en el ranking.

Sí, puede que no seas del todo consciente de que estás jodido, porque te hallas en nutrida compañía. Pero lo estás.

Aunque un poco consciente de ello sí que lo eres, ¿no es así? Esa voz de tu interior, que te susurra al oído en los momentos de tranquilidad, te lo dice de vez en cuando.

Lo sabes.

Simplemente, te da miedo dejar de jugar.

Te da miedo perder tu posición en el ranking.

Los juegos de estatus con auténtico atractivo no son tan populares. No brillan tanto. Nadie tira cohetes, ni recibe piropos, ni sube a escenarios, ni recibe medallas. Pero son juegos en los que tú eliges cómo jugar, y en los que aun así puedes ganar.

En estos juegos sigues dependiendo de los demás, porque el estatus te lo asignan ellos. Pero las reglas las pones tú, en ámbitos que te interesan de verdad. Con el objetivo de estar orgulloso de ti mismo y del uso que das al tiempo del que dispones en este mundo. El estatus que te asignan los demás en estos juegos es una segunda derivada de esa motivación, no un fin en sí mismo

Por ejemplo, puedes dedicarte a ser extremadamente competente en un aspecto de tu trabajo, o en una actividad o hobby particular. Aprendiendo, experimentando, descubriendo, comprometiéndote. A tu manera, con tus circunstancias y tu personalidad. Y eso, además de proporcionarte satisfacción personal intrínseca, te generará el respeto y la admiración de los demás. Posiblemente, también recompensas económicas, oportunidades y éxitos. Pero todo eso es una derivada del objetivo principal y no el objetivo en sí mismo.

Puedes dedicarte a ser el mejor amigo de tus amigos. Servicial, atento, comprensivo, detallista, honesto, paciente. Simplemente, porque te gusta tener relaciones excepcionales, y decides dedicarle a esto una energía y atención que otros no dedican. Esto, además de la satisfacción intrínseca de hacer bien algo que merece la pena, hará que obtengas el cariño y la apreciación de los demás, y ellos probablemente harán cosas por ti en el futuro que no harían por otros. Pero eso, de nuevo, es una derivada del objetivo principal y no el objetivo en sí mismo.

Puedes dedicarte a vivir con libertad y autenticidad en tu vida. Puedes poner límites, puedes renunciar, puedes arriesgarte, puedes honrar la llamada de tu fuero interno en cada decisión importante y aceptar las consecuencias. Eso, además de la satisfacción intrínseca de ser fiel a ti mismo, hará que los demás te admiren por tu valentía, y probablemente inspires a otros a vivir de forma más libre y auténtica. Una vez más, esto último es una derivada del objetivo principal, y no el objetivo en sí mismo.

Todos estos son juegos de estatus también. Y están ahí, disponibles para todo aquel que quiera jugar. Pero no tienen una hilera de focos de luz apuntándoles, como tienen otro tipo de juegos.

Recuerda: Hay muchos juegos de estatus por todas partes. No todos son igual de populares, ni conducen al mismo tipo de recompensas, ni a la admiración y cariño del mismo tipo de personas, ni al mismo nivel de paz interior, ni a la misma sensación vital de autenticidad, ni al mismo convencimiento al final del camino de haber aprovechado bien el tiempo.

Cuando observes el conjunto de tu vida en tus últimos años, jugarás al juego de estatus al que nadie se escapa, por mucho que corran. Ese en el que tu Yo Auténtico, el Yo desprovisto de excusas y mentiras, te mira directamente a los ojos y te pregunta si has vivido como debías haberlo hecho. Cómo de lejos te encuentres entonces con respecto a las expectativas de ese Yo Auténtico es el ranking que más debe importante. Quizá el único que deba importarte.  

Debes ser consciente de todo esto y elegir, o el mundo elegirá por ti. No olvides el agua, porque está ahí.

El arte de la vida no es tanto saber cómo ganar, sino saber dónde jugar.

Pura vida,

Frank.  

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Las 3 notas https://cuestiondelibertad.es/las-3-notas/ Tue, 22 Apr 2025 16:38:49 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11553 «La vida solo puede entenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante.» Søren Kierkegaard “No sé.” Esa es la respuesta más habitual de mi hijo mayor cuando le hago alguna pregunta sobre el futuro. A veces pienso que me gustaría que la respuesta fuera otra. Que tuviera mayor claridad mental sobre lo que quiere hacer […]

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«La vida solo puede entenderse hacia atrás, pero debe vivirse hacia adelante.»

Søren Kierkegaard

“No sé.”

Esa es la respuesta más habitual de mi hijo mayor cuando le hago alguna pregunta sobre el futuro.

A veces pienso que me gustaría que la respuesta fuera otra. Que tuviera mayor claridad mental sobre lo que quiere hacer y cómo conseguirlo. Pero eso son majaderías idealistas de padre protector.

La fría realidad es que el mundo en el que vivimos es un lugar complejo que se mueve muy deprisa. Tan deprisa que nuestra atención se centra más en la satisfacción de nuestra imperiosa y autoimpuesta necesidad de mantenernos en movimiento que en la importancia de dirigirnos hacia un buen destino. Uno que nos permita sentirnos satisfechos con nuestra vida, y un camino que nos permita experimentar felicidad sensorial. Placer, vamos.

Pero este alarde de sabiduría tan deseable en teoría no es tan sencillo en la práctica.

Todo va demasiado deprisa.

Los caminos convencionales hacia el éxito se difuminan delante de nuestros ojos. Las herramientas históricamente más efectivas para ayudarnos a navegar se vuelven obsoletas y son sustituidas por otras nuevas. Las formas de relacionarse con los demás se transforman. Las tradiciones y los valores que antes fueron venerados pasan a ser demonizados en sucesivos e impredecibles cambios culturales.

El suelo tiembla bajo nuestros pies. Nada parece ser lo suficientemente estable. Nada parece representar un salvavidas robusto al que nos podamos agarrar para protegernos de la intensidad de las olas y respirar con alivio.

No hay alivio en este mundo.

Hay inseguridad, incertidumbre, sensación de vulnerabilidad.

Hay miedo.

El miedo se palpa en el ambiente. Y de su poderoso tronco surgen infinidad de perniciosas ramas, como la violencia y la agresividad en la forma de relacionarnos con los demás, la intolerancia, el egoísmo, la mentira, el aislamiento, la falta de autenticidad.

Nos estamos convirtiendo en lo que los anglosajones denominan “a low-trust society”. El miedo y la incertidumbre nos conducen, irremediablemente, a desconfiar de los demás, a renunciar a compartir, a pensar mal de los otros, a cerrarnos mental y emocionalmente a lo desconocido.  

Es una era renacentista en el plano tecnológico, y al mismo tiempo una era apocalíptica en el plano humano y espiritual, marcada por la creciente desconexión de nosotros mismos y los demás.

Mucho se ha escrito sobre las habilidades que conviene cultivar para prosperar en el inestable futuro que parece aguardarnos. Pero la mayoría de ello no aporta gran cosa, por dos razones:

La primera razón es que muchas de esas ideas parten de la hipótesis de que el futuro irá hacia el destino A. Si el futuro fuera, por el contrario, hacia el destino B, mucho de lo que se dice dejaría de ser tan útil.

La segunda razón es que otras muchas de estas ideas emergen de una concepción mental de ansia de control. Nos empeñamos en predecir qué aspecto tendrá el futuro y después nos afanamos en construir un barco que pueda navegar con destreza en esas aguas. Diseñamos el motor, la cubierta, elegimos cuidadosamente los materiales y la tripulación, estimamos la dirección del viento. Pero la caprichosa realidad nos demuestra, una y otra vez, que nuestra capacidad real de control es muy limitada. La vida es demasiado compleja y salvaje como para ponerle unas bridas.  

No, no tenemos ni idea de por dónde van a ir los tiros. Y aunque lo supiéramos, nuestra capacidad de controlar el resultado está enormemente sobrevalorada. Es puro autoconvencimiento, estimulado por nuestra negación natural de la inevitabilidad de la incertidumbre.

Joder Frank, ¿quieres amargarme el día o qué?

Nada de eso, colega. Este es un mensaje optimista. O al menos, esperanzador.

Para navegar con éxito en la vida no hace falta disponer de una sinfonía compuesta con anterioridad. Sólo hace falta tener algunas notas musicales en el zurrón, para ir componiendo la sinfonía según se van desarrollando los acontecimientos. Acontecimientos que son, en un muy alto grado, impredecibles. Son impredecibles en esta época, fueron impredecibles en todas las épocas anteriores, y serán impredecibles en todas las épocas futuras.

El miedo no se gestiona componiendo una sinfonía con antelación. Todo lo contrario, hacer eso es actuar precipitadamente al sucumbir a la energía destructiva del miedo.

La única forma de gestionar bien el miedo es aceptar y abrazar la incertidumbre, con el convencimiento de que sea cual sea el futuro podrás construir una sinfonía que funcione para ti. Y esa sinfonía será una u otra, dependiendo de cómo evolucionen las cosas.

Sin embargo, para que ese convencimiento de que «todo va a salir bien» sea sólido y fundado, y no simplemente una paranoia ilusoria con pies de barro, necesitas algo más.

Necesitas las notas musicales con las que componer.

Y eso sí es algo que puedes controlar.

Puedes controlar la elección de cuáles son, y controlar cuánto y cómo las alimentas para maximizar su poder y versatilidad.

Las notas musicales que eliges y alimentas son cosa tuya, por supuesto. Pero tu amigo Frank te va a sugerir 3 en particular. Verás que no son las más obvias del mundo. Posiblemente te resulten paradójicas y contraintuitivas. Pero tienen un impacto directo e indirecto formidable en tu capacidad de componer una buena sinfonía, sea cual sea la dirección que toma el futuro.

Veamos cuáles son.

Las 3 notas

Las notas que voy a proponerte no son conocimientos o habilidades, sino reglas internas de comportamiento que dictan cómo debes actuar ante los acontecimientos que se te presentan. Principios filosóficos vitales, si quieres llamarlas así.

¿Y por qué narices estas 3 y no otras, Frank?

Por dos razones.

La primera es que no son evidentes. Son muy sutiles, están disfrazadas y a menudo pasan desapercibidas. Sólo los muy perceptivos reparan en ellas y aprecian su potencial. En otras palabras, no verás muchos ejemplos a tu alrededor de personas que las practican. Curiosamente, tampoco verás muchos ejemplos a tu alrededor de personas que saben vivir con sabiduría. ¿Coincidencia? No lo creo.

La segunda es su versatilidad. Las sinfonías – que suenen bien – que puedes construir con ellas en distintos contextos son prácticamente ilimitadas. Y eso es lo que de verdad necesitas para gestionar la incertidumbre con destreza.

Bueno, basta de rollo y vamos al lío.

Ahí van.

1. En temas relevantes, elige el camino que parece más difícil

Hace no mucho tiempo, en una carrera de obstáculos, intenté subir una pared con unos asideros resbaladizos por el barro. Resbalé en el tercero y caí al suelo.

Una amiga del grupo me dijo “sube por las barras del extremo”.

Yo, sin pensarlo demasiado, respondí: “Pero eso es fácil”.

Y lo intenté otra vez.

Unos días después de la carrera, recordé lo que había pasado y reflexioné sobre ello. Me di cuenta de que lo que me impulsó a renunciar al camino alternativo para superar aquel obstáculo no era sino una regla interna de comportamiento que había incorporado a mi vida desde hacía mucho tiempo y que había interiorizado sin darme cuenta.

“El camino difícil es el bueno”.

Esto, evidentemente, no es una buena regla para todas las situaciones. Cuando lo que tenemos delante no tiene componente de desarrollo personal alguno y es una mera cuestión de practicidad, no tiene sentido elegir el camino difícil. Si te pones en la cola larga para que tu vida sea más difícil, cuando hay una cola corta al lado, eres un mendrugo masoquista. No seas un mendrugo masoquista.

Sin embargo, en otras situaciones, cuando el destino al que nos dirigimos es una cuestión relativamente trascendental para nuestro carácter, aprendizaje e identidad, la cosa cambia. Ahí es cuando la dificultad adquiere poder transformador.

“El obstáculo del camino se convierte en el camino.”

Marco Aurelio

Muchos años después, me di cuenta de que la adopción de este principio había empañado todas las decisiones importantes de mi vida. Por eso me levantaba a las 4 de la mañana a estudiar para los exámenes. Por eso salía a correr con resaca después de las noches de fiesta. Por eso me fui al extranjero a estudiar sin dominar el inglés. Por eso elegí un primer trabajo mucho más difícil y exigente a miles de kilómetros de casa. Por eso no tiré la toalla cuando las cosas se pusieron realmente duras. Y por eso, cuando llegó el momento, elegí un camino vital diferente que nadie entendió.

Cuando tu predisposición es elegir el camino difícil en los ámbitos importantes de tu desarrollo personal, todo cambia. Pero, como dijo Steve Jobs, no puedes unir los puntos hacia delante. Solo puedes unirlos hacia atrás. Es cuando has recorrido ya el camino y evalúas el pasado, que reconoces el enorme impacto que ese principio ha tenido en tu vida. O, dicho de otra manera, la enorme relevancia que esa nota ha tenido en la composición de tu sinfonía.

The obstacle is the way.

Don’t think, just do.

2. No esperes ni exijas reciprocidad del mundo exterior

Este es un principio que aprendí después de muchas bofetadas.

Desde niños, cuando dirigimos energía positiva hacia alguna tarea, tendemos a esperar algún tipo de reciprocidad del mundo exterior. Si hacemos los deberes o ponemos la mesa, esperamos un “gracias” de nuestros padres. Si ganamos una carrera, esperamos una felicitación. Si sacamos buenas notas, esperamos un premio.

Esta expectativa es un elemento consustancial al ser humano. Es un concepto subjetivo de “justicia” o “equilibrio” que va embebido en nuestro cerebro. Si hago algo bien, el mundo exterior debe corresponderme de alguna manera. Y si no lo hace, algo funciona mal ahí afuera. Es “injusto”.

Pero esto, por muy obvio que nos parezca, es una nota que desafina. Es muy difícil componer algo que suene bien con ella.

¿Por qué?

Por una sencilla razón: El mundo exterior no suele reciprocar como tú esperas, si es que reciproca en absoluto.

Para que alguien reciproque adecuadamente una buena acción tuya, tienen que darse varias cosas a la vez: 1) Que esté atento y lo aprecie en el momento; 2) Que retenga esa apreciación y no se le olvide al de poco tiempo; 3) Que dedique tiempo y energía a pensar cómo reciprocar; 4) Que su conclusión sea consistente con lo que tú, en tu concepto subjetivo de lo que es “justo”, esperas; y 5) Que lleve a cabo el comportamiento en la práctica en un plazo de tiempo corto.

La probabilidad media de cada uno de esos eventos individuales es quizás del 50%, siendo muy generosos. El que se produzca un resultado positivo en tu expectativa de reciprocidad implica un cálculo de probabilidad conjunta, multiplicando las probabilidades de los eventos individuales: 50% x 50% x 50% x 50% x 50% = 3.125%.

En resumen, es muy improbable que el mundo exterior sea “justo” contigo. Si vas por el mundo esperando – y/o exigiendo –  eso, tienes todas las de perder. Sea en el trabajo, con tus amigos, con tus familiares, con tu pareja, con tus hijos, con extraños, con conocidos o con animales de compañía.

Sin embargo, a pesar de la evidencia en nuestra contra, seguimos esperando reciprocidad del mundo exterior de forma natural e inconsciente. Y cuando esta no se produce, nos cortocircuitamos internamente. Nos frustramos, reprochamos, desconfiamos, nos sentimos heridos, engañados, decepcionados.

Pero entonces tenemos un problema, ¿no es así? Si esperamos reciprocidad de forma natural y al mismo tiempo es muy improbable que eso se cumpla, ¿para qué intentarlo siquiera? ¿Para qué dedicar energía constructiva a algo o alguien, si con toda probabilidad nos van a decepcionar?

Es una buena pregunta. La respuesta es esta:

La expectativa de reciprocidad no es mala en sí misma. Pero no estás buscando en el lugar adecuado.

No es el mundo exterior donde debes encontrar la fuente de la reciprocidad que deseas.

Es en ti mismo.

Cuando Frank te dice que aprendió este principio después de muchas bofetadas, eso fue literalmente así. Durante mucho tiempo sentí que daba más de lo que recibía. Sentí que muchas personas no merecían la pena, que no estaban a la altura, que se aprovechaban de mi iniciativa, que no correspondían a mis acciones adecuadamente.

Hasta que me di cuenta de que aquello era una batalla imposible de ganar, por muy «injusta» que pareciera.

Aquí tienes una verdad incómoda: Si eliges ser virtuoso y hacer las cosas bien – en otras palabras, ser la mejor versión de ti mismo – la inmensa mayoría de personas no te corresponderán. En esa liga hay muy pocos jugadores. Es una realidad incuestionable.

Pero eso no significa que el decidir hacerlo sea una mala elección.

De hecho, es un deber.

Te lo debes a ti mismo.

La fuente de la reciprocidad que esperas está en tu propio interior. En saber que estás haciendo las cosas bien, con independencia de la reacción del mundo exterior. En el orgullo que sientes a la hora de honrar la responsabilidad que tienes contigo mismo. 

En esta segunda nota, al igual que con la primera, no vas a poder unir los puntos hacia delante. Es posible que cuando comiences a actuar así te sientas frustrado, incluso idiota, porque parece que los demás se aprovechan de ti. Pero lo entenderás cuando hayas recorrido el camino y mires hacia atrás. Elegir ser tu mejor versión por pura responsabilidad hacia ti mismo, sin dependencia mental o emocional de recompensas externas, es una nota que nunca desafina. De hecho, es muy posible que compruebes que la vida, en su infinita sabiduría, te abre puertas y te tiende puentes de oportunidades, experiencias y satisfacciones que ni siquiera imaginabas antes de empezar a andar por ese camino. En mi experiencia personal, eso fue lo que pasó. 

«Sé la lámpara que brilla desde dentro; en tu luz, no hay sombra de derrota.»

Rumi

3. Polariza siendo auténtico, claro y directo

El tercer principio también me costó sudor y lágrimas aprenderlo, porque es muy contraintuitivo.

Cuando nos relacionamos con los demás, lo más habitual es tender a no posicionarnos sobre las cosas que pensamos – o sobre cómo somos – con demasiada intensidad, para evitar el riesgo de que alguien que no piensa igual tenga una mala opinión sobre nosotros.

En otras palabras, nos asusta “no gustar”.

Este enfoque tiene una raíz evolutiva, por razones obvias. En los tiempos de la prehistoria, estoy más protegido contra los peligros físicos del entorno si el grupo me acepta. Si les toco demasiado las narices, corro el riesgo de que me dejen solo y de convertirme en el aperitivo de un T-Rex en un encuentro fortuito.

También tiene una raíz cultural. Durante los últimos años, se han pregonado mucho los valores de la tolerancia, el no ofender, el no herir los sentimientos de los demás, incluso en detrimento de los hechos, la lógica o “la verdad” científica.

El resultado es que la inmensa mayoría de nosotros tendemos a ir de puntillas por la vida, con miedo a que el hielo se resquebraje bajo nuestros pies si mostramos demasiado de nuestros auténticos pensamientos, opiniones, gustos y deseos. Y eso, en la práctica, significa que todo el mundo va por ahí con una máscara de diferentes colores dependiendo del entorno en el que se encuentre – social, laboral, familiar – y nadie tiene ni idea de cómo realmente es nadie.

Esto, por muy natural y habitual que parezca, es una gilipollez de dimensiones colosales. Una de las pérdidas de tiempo, energía y oportunidades más grandes que existen. Y una de las notas que más provoca que tu sinfonía de vida suene como una carraca vieja que toca un mono borracho.

Para vivir una buena vida, has de polarizar.

Para encontrar un camino satisfactorio, tienes que venerar la autenticidad.

Y para eso, tienes que ser sincero, claro y directo.

Los demás deben saber quién eres, lo que piensas y lo que quieres. Sin niebla, sin medias tintas, sin confusiones.

Hay excepciones, sí, pero muy pocas. Muchas menos de las que podemos llegar a pensar. Y todo tiene sus grados de intensidad dependiendo del contexto, por supuesto. Pero eso no invalida el principio en absoluto.

Si haces esto, vas a provocar que sucedan algunas cosas.

Por una parte, habrá personas que se apartarán de ti, o que no te dedicarán tanta atención. Y eso es bueno, porque son personas que no conectan realmente con quién eres. ¿Para qué narices quieres perder más tiempo del estrictamente necesario con ellas?

Por otra parte, habrá personas que se acercarán más a ti. Y eso también es bueno, porque tendrás una relación más auténtica y profunda con ellas.

Cuando va pasando el tiempo y adquieres cierta perspectiva, te das cuenta de algunas cosas. Te das cuenta de que el conocimiento se expande y multiplica su valor especialmente a través de la horizontalidad: La capacidad de conectar ideas de diferentes campos y crear ideas nuevas de mayor valor. Sin embargo, las relaciones personales se expanden y multiplican su valor especialmente a través de la verticalidad: La capacidad de dedicar tiempo, profundizar y crear tipos de energía que antes no existían entre dos o más personas.

Para hacer y mantener verdaderos amigos, relaciones familiares o de pareja, has de ser auténtico, claro y directo. Tienes que decir cosas que parecen incómodas en los momentos adecuados, tienes que actuar de forma incondicional, tienes que dedicar tiempo de calidad, tienes que tomar la iniciativa, tienes que aceptar ser vulnerable.

Tienes que arriesgarte.

Eso requiere valentía, compromiso y dedicación, pero merece la pena. De hecho, es lo único que merece la pena.

¿Para qué quiero yo que 300 personas me manden un mensaje de whatsapp cuando estoy pasando por un mal momento? Eso, en sí mismo, no sirve para absolutamente nada. Lo que sirve es tener a dos o tres personas que te conocen bien, se presentan en tu casa, te llevan a dar un paseo y te dedican su tiempo hasta que remontas el vuelo.

Eso es lo único real. Lo único a lo que puedes agarrarte. Lo demás es humo. El humo del quedar bien y de pasar por la vida de puntillas, cobardemente y sin compromiso. Un humo que todos aspiramos lobotomizados, abducidos por la ley del mínimo esfuerzo, y convencidos de que tenemos buenas relaciones con los demás.

Hasta que no seas auténtico, claro y directo, hasta que no polarices, no tendrás nada real. Nada a lo que puedas agarrarte de verdad. 

Esa es la cruda realidad de la vida.

«Escribe claro y con fuerza sobre lo que duele.»

Ernest Hemingway

Ahí tienes las 3 notas que Frank te propone adoptar. Paradójicas, extrañas, contraintuitivas. De hecho, la mayoría de las personas adopta la versión contraria de estas notas a la hora de componer su sinfonía de vida. Eligen el camino más fácil, exigen reciprocidad del mundo exterior y van por la vida de puntillas para no incomodar a los demás. A veces les va bien, a veces no tanto. En base a lo que yo puedo percibir, generalmente no tanto. Y no es ninguna sorpresa, porque esas notas desafinan. Es difícil componer algo que suene bien con ellas.

“No sé”, dice mi hijo mayor a las preguntas sobre lo que le gustaría hacer en el futuro. Y así debe ser. No puede saberlo aún, porque el futuro está por llegar y su sinfonía por componer. Veremos qué piezas elige y cómo las combina para navegar ese futuro tan impredecible hacia el que nos dirigimos. En cualquier caso es muy intrépido y, si todo fallara, siempre le quedaría el contrabando. Estoy tranquilo.

Bueno, casi.  

Pura vida,

Frank. 

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Lo que más vale https://cuestiondelibertad.es/lo-que-mas-vale/ Tue, 04 Mar 2025 22:49:01 +0000 https://cuestiondelibertad.es/?p=11539 Vivimos en tiempos revueltos, pero eso no es nada nuevo. Siempre lo hemos hecho, ¿no es así? Podrías probablemente pensar que los seres humanos, como especie, hemos tenido tiempo de sobra para acostumbrarnos a una dinámica vital con ritmo de cambio vertiginoso. Pero la realidad es que, desde una perspectiva histórica y evolutiva, este fenómeno […]

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Vivimos en tiempos revueltos, pero eso no es nada nuevo. Siempre lo hemos hecho, ¿no es así?

Podrías probablemente pensar que los seres humanos, como especie, hemos tenido tiempo de sobra para acostumbrarnos a una dinámica vital con ritmo de cambio vertiginoso. Pero la realidad es que, desde una perspectiva histórica y evolutiva, este fenómeno es relativamente reciente.

Llevamos dando vueltas por aquí, en base al consenso científico, en torno a 250.000 años. Si nuestra historia completa se escribiera en un libro y cada página de ese libro cubriera un periodo temporal de 250 años, sería un libro de 1.000 páginas. Y muy aburrido en una gran parte.

La Revolución Agrícola no haría su aparición hasta la página 950. Antes de eso, piedras y palos. Buddha aparecería en la 990, Aristóteles en la 991, el cristianismo en la 993, Gengis Khan en la 997, Juana de Arco en la 998, Shakespeare e Isaac Newton en la 999 y Charles Darwin, Albert Einstein, Mahatma Gandhi y la Revolución Industrial en la 1,000.

Es habitual asumir que la evolución del ser humano se produjo de forma relativamente lineal, con los cambios que acontecieron sucediéndose a un ritmo similar. Pero eso no fue así. Lo cierto es que hasta la página 999 de ese grueso y tedioso libro, el ritmo de cambio fue muy lento. Sólo a partir de la página 999, con la Revolución Científica e Industrial, el mundo pareció experimentar un convulso despertar y empezó a cambiar muchísimo más deprisa.

Hasta la página 999 el mundo tenía menos de 1.000 millones de habitantes. El medio de transporte habitual era a pie, a caballo y en pequeñas embarcaciones. La comunicación era por carta o señales de humo. La producción de objetos era artesanal. La medicina estaba basada en hierbas y conjuros. La producción energética era manual, por impulso animal o a través de corrientes de agua. El almacenamiento de datos se hacía en papel y toda la inteligencia era humana.

De repente, la tendencia se rompió y el mundo se transformó radicalmente. 8.000 millones de habitantes, coches, aviones, ordenadores, vacunas, energía nuclear, procesos de producción automatizados, centrales de datos, Internet. Todo ello hizo su aparición en el transcurso de dos simples páginas. Y es posible que, con el impacto de la Inteligencia Artificial, la magnitud del cambio en nuestras vidas durante la página siguiente de ese libro, la 1.001, no sea mucho menor que la magnitud del cambio que se produjo desde la página 1 hasta la 1.000.  

Así que… no. Nuestro cerebro no está preparado para este ritmo de sucesión de acontecimientos, ni mucho menos. Digamos que estamos improvisando lo mejor que podemos en un escenario que está muy lejos de ser nuestro hábitat natural. El tiovivo existencial de los ahora adultos de mediana edad ha ido girando cada vez más rápido, pero los niños que nacen en esta época se están subiendo a él cuando ya está girando a velocidad supersónica, y su experiencia vital será muy diferente a la nuestra.

En cualquier caso, poco podemos hacer al respecto. Hay demasiados incentivos en el sistema para que el grado de progreso científico, tecnológico y económico se detenga. Sólo nos queda adaptarnos a un ritmo frenético de cambio que no parece que vaya a abandonarnos por el momento.

Pero… ¿de qué forma?

¿Cuál es el elemento que más debemos cuidar para sobrevivir psicológica y emocionalmente en medio de todo este caos? ¿A qué debemos agarrarnos mientras nuestro tiovivo existencial da vueltas como una peonza poseída por el demonio?

En otras palabras, ¿qué es lo que más vale? ¿Qué es lo que debemos intentar conseguir? O quizás… ¿qué debemos evitar perder?

Veámoslo.

“The ultimate currency of life”

Hay una expresión anglosajona que se refiere a las cosas valiosas de la vida con la palabra “moneda” (= “currency”). Viene a decir que, cuando tienes mucha cantidad de esa moneda, eres “rico”, en el auténtico sentido de la palabra. Es una manera de expresar la idea de que en la vida no solamente importa el dinero, sino que hay diferentes métricas de éxito y que algunas son, a la larga, más valiosas que otras. 

Una de las frases que probablemente has oído con más frecuencia es que «el tiempo es lo más valioso que existe». Y no es difícil entender por qué.

En primer lugar, nuestra existencia es finita. No sabemos exactamente cuánto tiempo cronológico nos queda por vivir, pero sí sabemos lo que suelen vivir las personas como promedio. Y ése un límite teórico que tenemos siempre presente, aunque sea a un nivel subliminal.

En segundo lugar, al entrar en la edad adulta, nuestra agenda se sobrecarga de obligaciones y nuestro tiempo disponible para hacer lo que queremos se reduce. Tenemos la sensación de que “vivimos para trabajar”, cuando lo que queremos es “trabajar para vivir”.

Y, en tercer lugar, nuestra sensación de paso del tiempo (el llamado “tiempo psicológico”), cambia a medida que vamos atravesando diferentes etapas de la vida. El tiempo cronológico no pasa más rápido, porque es un fenómeno aritmético. No obstante, en nuestra mente sí parece hacerlo, y esa sensación se va acentuando con los años. Y con ella la sensación derivada de que cada vez nos queda menos arena en la parte superior del reloj.

En este contexto, no es difícil concluir que el tiempo es lo que realmente importa. De ahí vienen las expresiones “siempre podemos conseguir más dinero, pero nunca podemos conseguir más tiempo”. Y desde esa perspectiva de valor por escasez se acuñó la famosa frase de “El tiempo es la moneda más importante” (Time is the ultimate currency).

Todo esto está muy bien, y no será precisamente Frank Spartan el que lo ponga en duda después de haber hackeado su vida de arriba a abajo para disponer de más tiempo libre. Pero es preciso que hilemos un poco más fino, porque esas frases que suenan tan bien no iluminan demasiado el camino en la práctica. No te dicen qué debes hacer para conseguir ese tiempo tan valioso, ni tampoco qué demonios debes hacer con él para ser feliz.

Además, el tiempo no es realmente lo que más importa. Hay otra moneda que es aún más importante que el tiempo. Especialmente en este entorno de cambios rápidos y constantes.

La atención.

En otras palabras, dónde concentras tu energía… y dónde no.

La capacidad y habilidad para centrar tu atención en los lugares adecuados, y desactivarla de los no adecuados, es el factor de mayor peso para experimentar satisfacción vital en un mundo en constante y vertiginoso cambio.

The ultimate currency of life.

Veamos cómo funciona esto en la práctica.

El poder de la atención

Si preguntas por ahí sobre lo que la gente quiere de la vida, es muy probable que obtengas respuestas muy similares. Amor, salud, amistades, un buen trabajo, tiempo libre, dinero… respuestas muy tradicionales y universales. Cosas que todos ansiamos tener, y que por alguna razón a la gran mayoría se nos escapan entre los dedos.  

Y sí, es cierto que el mundo en el que vivimos es difícil. Es difícil encontrar un buen trabajo, es difícil llegar a fin de mes, es difícil prosperar. El entorno, incluso en los países más desarrollados, supone un reto que es, objetivamente, duro de conquistar. Sin embargo, es lo que es. No lo podemos controlar. Sólo podemos controlar cómo nos movemos dentro de él. En concreto, qué decidimos hacer con el tiempo del que disponemos.

Aquí te presento oficialmente la verdad incómoda de este post:

La barrera fundamental que nos impide alcanzar la satisfacción vital no es el tener poco tiempo, sino el malgastarlo.

Sí, lo dijo Séneca. Y ahora te lo dice Frank con una pequeña dosis extra de argumentación.

El problema es la atención. O, más concretamente, nuestra incapacidad para domar la atención. No llegamos a puerto por dos grandes motivos: 1) Porque nuestra atención está dispersa en vez de estar centrada; o 2) porque está centrada en lugares no demasiado conducentes a nuestra satisfacción vital.

Sí, el problema real no son tus circunstancias. Tus circunstancias son las que son. El problema real es que no utilizas tu moneda más valiosa para comprar lo que realmente quieres.

¿No me crees?

Vale, colega. Hilemos un poco más fino.

De acuerdo con las múltiples y variadas escuelas de felicidad en el panorama filosófico-espiritual sobre el que tenemos registros, existen, a grandes rasgos, 4 grandes tipos de riqueza en la vida:

  • Tiempo
  • Relaciones humanas
  • Salud física y mental
  • Salud financiera

Hay un quinto, que es la conexión con la “divinidad”. Pero dado que tiene ciertos tintes religiosos, vamos a dejarlo fuera de este análisis.

Si tienes tiempo libre, buenas relaciones, te encuentras física y mentalmente bien y estás desahogado económicamente, coincidirás conmigo en que es muy probable que te sientas satisfecho. Es posible que no, pero es probable que sí. Y no te culpo, porque estarías disfrutando de esas cosas que todo el mundo dice que querría tener y que los sabios de todas las épocas mencionan cuando hablan de “felicidad”.

Ahora bien, ¿cómo puedes construir esos 4 grandes tipos de riqueza?

Reduciendo la respuesta a su máxima esencia, centrando la atención en ciertos sitios y alejándola de otros.

Es ahí donde está la raíz de todo, porque eso es lo que más determina cómo juegas las cartas que la Providencia te ha repartido.

Las cartas no dependen de ti. Pero cómo juegas con ellas sí. Al decidir prestar atención a “A” en lugar de a “B”, ya estás decidiendo cómo jugar. Y con esa decisión ya estás afectando a las probabilidades de obtener unos resultados en tu vida u otros.

Veamos qué significa esto en cada uno de los 4 grandes tipos de riqueza.

1. Tiempo

El tiempo cronológico “libre de obligaciones” del que dispones depende del tipo de trabajo que tienes, la flexibilidad con la que cuentas para ejecutarlo y de las restricciones que te imponen (o que tú te impones a ti mismo) los demás compromisos que vas añadiendo a tu vida.

En todos estos factores tienes amplio margen de maniobra en lo que se refiere al uso de tu atención. Puedes centrar ésta en las posibles estrategias que te permitirían ejecutar tu trabajo de forma más flexible, y también puedes centrarla en identificar y abandonar aquellos compromisos vitales que no te aportan gran cosa y que representan un sumidero para tu tiempo. Puedes. Lo que ocurre es que muchas personas se toman todo eso como una telaraña inmutable, renuncian a intentar cambiar las cosas y dedican el poco tiempo libre del que disponen a lobotomizarse viendo telebasura, Instagram o Netflix. Atención dispersa, o a lo sumo centrada en los lugares incorrectos.

Tener más tiempo libre es una posibilidad que – prácticamente siempre – se encuentra delante de tus ojos y es accionable de forma inmediata. Sólo tienes que prestar atención, identificar los movimientos de mayor impacto (o “de máximo apalancamiento”) y dejar de hacer algunas de las cosas que consumen parte de tu tiempo sin aportar demasiado valor.

Si suena muy simple, es porque lo es. Presta atención.

También hay un enfoque más radical de creación de tiempo cronológico “libre de obligaciones”. Este enfoque implica librarte de las restricciones económicas que te obligan a trabajar un mínimo de horas al día o en un formato determinado. Este camino no suele tener una manifestación tan inmediata en tu vida (ya que requiere más tiempo y esfuerzo), pero también es posible si centras tu atención en los sitios correctos. Hablaremos de ello más adelante, en el apartado de salud financiera.

2. Relaciones humanas

En lo que se refiere a las relaciones personales, hay muchas maniobras que puedes ejecutar con el uso de tu atención para mejorar las cosas. Puedes centrarte y darte cuenta de cuándo alguien que te importa necesita algo y ayudarle a obtenerlo. Puedes centrarte y darte cuenta de cuándo tiene sentido decir algo cercano o sensible y decirlo. Puedes centrarte y darte cuenta de que conviene construir más momentos de calidad con ciertos amigos y tomar la iniciativa de montar un plan con ellos.

Las posibilidades son ilimitadas, si prestas atención.

Muchas personas no suelen hacer esto, sino que improvisan en sus relaciones personales. Tienen la atención dispersa en muchas otras cosas y no se centran para identificar las acciones de máximo impacto. Simplemente se dejan llevar y actúan de forma reactiva.

No hace falta que Frank te intente convencer de todo esto. Sabes perfectamente que es así, porque seguro que lo has vivido en tus propias carnes más de una vez, o tú mismo te has visto vergonzosamente reflejado en mis palabras. Es nuestra tendencia natural a funcionar en modo “pasivo”, una vez que nuestras vidas se empiezan a llenar de obligaciones.

Y si tu modus operandi con tus relaciones personales es así, ¿qué sentido tiene que esperes buenos resultados en este ámbito? ¿Qué sentido tiene que esperes que las personas con las que te relacionas te aporten mucha satisfacción vital, te entiendan, te busquen, te quieran y estén ahí para ti cuando lo necesites?

No mucho.

No mereces esos resultados en el futuro, porque no estás prestando atención en el presente.

No son las circunstancias, eres tú.

3. Salud física y mental

Todo el mundo dice que es importantísimo cuidar la salud física y mental. Pero… ¿dónde debemos centrar la atención para poder conseguirlo? Eso ya es otra historia.

En la salud física hay tres pilares fundamentales a los que prestar atención: Movilidad, nutrición y recuperación. O, dicho de otro modo, ejercicio, dieta y sueño.

Si observas las pautas de comportamiento habituales, verás que muchos de nosotros vamos con el piloto automático a la hora de recorrer estos caminos. Caemos en patrones por familiaridad, sin prestar demasiada atención a su conveniencia o a sus posibles consecuencias. Y esto, lentamente, hace que renunciemos a un gran potencial de salud física y, eventualmente, a un gran potencial de calidad de vida.

Presta atención. Infórmate sobre los tipos de ejercicio que tienen más impacto duradero en la salud física e incorpora los más adecuados a tu rutina. Sé consciente a la hora de escribir la lista de la compra y cíñete a ella. Adopta algunas prácticas reconocidas para mejorar la calidad del sueño, como la ingesta de alimento previa, la temperatura de la habitación, o dejar el móvil fuera de tu alcance. Todo esto tiene un impacto, y no es pequeño. Pero para generarlo, primero has de prestar atención.

En la salud mental hay también tres pilares fundamentales a los que prestar atención: Propósito, crecimiento y espacio.

El propósito hace que experimentes que lo que haces tiene un sentido, lo cual genera satisfacción existencial. El crecimiento hace que experimentes que estás evolucionando constantemente hacia una mejor versión de ti mismo, lo cual genera autoestima. Y el espacio (o el permitirte estar solo contigo mismo) hace que experimentes una regeneración integral reconectando con tu propia voz, lo cual genera inspiración, claridad mental y calma interior. 

Todo esto no surge del aire. Has de enfocar la energía en descubrir lo que puedes hacer y cómo hacerlo para dotar de sentido a tu vida. En cómo crecer en las áreas que más te interesan. En tomarte un tiempo para desconectar y recargar. Habrá cien mil y una cosas que surjan en tu día a día con la etiqueta de “urgente” y que se interpondrán en tu camino. Pero la decisión de siempre relegar lo que es importante y prestar atención a lo que parece urgente, o hacerlo al revés cuando sea pertinente, es tuya y sólo tuya.

4. Salud financiera

Al igual que los otros tres grandes tipos de riqueza, la salud financiera no surge de forma natural. Si te dejas llevar por tus sesgos naturales de comportamiento y lo que ves a tu alrededor, vivirás con óptica cortoplacista. Te acomodarás en un empleo, no expandirás tus competencias, gastarás prácticamente todo lo que ganas y pondrás tu fe en que el gobierno te sufrague la jubilación. Restringido, vulnerable y con escasa libertad de movimientos. Not a good place to be.

Para salir de ese atolladero o, mejor dicho, para nunca entrar en él, hay varias cosas importantes a las que prestar atención. Y cuanto más pronto mejor, porque el horizonte temporal de aplicación de ciertos hábitos de comportamiento tiene un gran impacto en la salud financiera. No puedes dormirte en los laureles, vamos.

La primera, cómo maximizar qué competencias para aumentar tu capacidad de generación de ingresos a corto y medio plazo.

La segunda, cómo gastar, de forma recurrente, menos de lo que ganas.

La tercera, cómo invertir la diferencia.

Todo esto requiere prestar atención. Tendrás que dedicarle tiempo a pensar cómo incorporar esas tres ideas a tu vida, y a poner en funcionamiento las estrategias que consideres más adecuadas para ello. Semana a semana, mes a mes, año a año. Si le dedicas atención a estos temas, mejorarás tu salud financiera, tu libertad y – salvo que uses ésta rematadamente mal – tu felicidad.

Sí, ya sé. Te distraes.

No es fácil domesticar la atención. Y mucho menos en el mundo en el que vivimos, donde permanecemos en un estado constante de  sobreestimulación a través de todo tipo de llamadas de atención. Pantallas, notificaciones, contenidos cortos y cambiantes, aplicaciones adictivas, etcétera, etcétera.

En este contexto, no debes depender enteramente de tu propia disciplina. Necesitas un entorno propicio que facilite la ejecución del comportamiento objetivo. Y la forma más efectiva de hacerlo es insertar en tu agenda bloques de tiempo con el propósito de centrar tu atención, exclusivamente, en aquellas cosas que sabes que redundarán en tu satisfacción vital. Cosas relacionadas con los 4 grandes tipos de riqueza: Tiempo, relaciones humanas, salud física y mental, salud financiera.

Bloques de tiempo dedicados. Sin distracciones de ningún tipo.

Una vez hayas insertado esos bloques en tu agenda, respétalos como si tu vida dependiera de ello, porque, literalmente, es así. No permitas que nada ni nadie interfiera en tu dedicación a esos asuntos. Pueden ser bloques cortos, y pueden ser incluso relativamente poco frecuentes. Pero cuando los organices, respétalos sin piedad.

Este compromiso contigo mismo define tu identidad. Define quién eres y hacia dónde quieres evolucionar. Una gran persona hacia un gran destino. Y ése es tu mejor salvavidas en el proceloso mar de los continuos cambios frenéticos del mundo.

La atención es la sal de la vida. El ingrediente clave de tu satisfacción vital. The ultimate currency of life.

Si la desperdicias, estarías desperdiciando la vida. Y eso, amigo mío, es algo que no te puedes permitir.

Pura vida,

Frank.

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