Así empezó todo

Mi nombre es Frank Spartan.

Si mi nombre te suena poco común, no te sorprendas: Soy un personaje ficticio.

Vamos a ver…¿cómo podría explicártelo de una forma sencilla? 

Digamos que soy una dimensión mental que mi creador fue desarrollando a lo largo del tiempo. Y tanto fue aquello, que ahora tengo vida propia. Al menos sobre el papel.

O, más bien, sobre un teclado. Cosas de la era digital. 

Mi creador, hace algunos años, era un joven (atractivo y carismático, debo añadir) que eligió recorrer un camino, convencido de que era el rumbo que debía tomar en su vida. Pero llegó un momento en el que cobró conciencia de que no estaba jugando sus cartas con inteligencia. 

Se sentía vacío. Como si nada de lo que hacía tuviera demasiado sentido.

Al cabo de algunos años, no contento con la dirección que tomaban las cosas, el joven optó por un camino diferente. Un camino poco transitado y con escasos puntos de referencia.

Pero creo me estoy adelantando. Así que empecemos por el principio.

El camino convencional

El joven de nuestra historia recorrió el camino convencional con destreza. Siguió el proceso educativo consagrado y alabado por el sistema – educación primaria, secundaria, carrera universitaria y máster en el extranjero –  y después se lanzó con determinación a construir el santo grial: Su carrera profesional. El padre de todos los elementos que nuestra sociedad considera símbolos de éxito.

Aquello ya no era ninguna tontería. La despreocupación de la época estudiantil, en la que su máxima preocupación era introducirle la lengua hasta la campanilla a la rubia de la facultad de Psicología con la que se cruzaba todas las mañanas, había desaparecido súbitamente. Ahora tenía que sacarle verdadero partido a todos aquellos años de esfuerzo en la etapa académica y hacer lo que se esperaba de él. O eso creía.

El joven decidió forjar su carrera profesional en el área de las finanzas. ¿Y por qué las finanzas?

La cruda realidad es que, por alguna razón desconocida, el joven decidió acceder a acudir a una entrevista en un hotel el día de Nochevieja de 1999, en lugar de ir con sus amigos de la infancia, como había planeado, a beber cervezas como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente. Y en aquella entrevista tuvo la suerte de encontrarse inspirado cuando le preguntaron un sinfín de gilipolleces como cuántos pelos tiene un perro o qué luz corresponde a cada interruptor. No hubo otra razón. Acabó en finanzas no por intención, sino porque el caprichoso azar allí le depositó.  

Después de salir victorioso de la entrevista, recibió una oferta y trabajó durante muchos años en el extranjero, en uno de los principales bancos de inversión del mundo. Aquella experiencia fue casi tan dura como la del personaje de Robert de Niro en La Misión, cuando arrastraba su pesada armadura por la selva amazónica ante la atenta mirada de aborígenes de cortas piernas en taparrabos.

El lado bueno fue que la dureza del entorno le permitió aprender muy rápido. Poco a poco, fue escalando por la pirámide corporativa y experimentó muchas satisfacciones.

Sin embargo, una creciente sensación de vacío acompañaba a nuestro joven protagonista:

  • Vivía con prisas. Se movía frenéticamente de un sitio a otro y de una actividad a otra, sin descanso.
  • Sentía que apenas le quedaba tiempo para sí mismo.
  • Se encontraba físicamente agotado cada vez más a menudo.
  • Gestionaba sus relaciones sociales como una forma de desconexión de las insatisfacciones del día.
  • La mayoría de las cosas que hacía en su tiempo libre no perseguían satisfacción duradera, sino un chute de gratificación inmediata.
  • Y, sobre todo, se veía pesado, torpe, sin ritmo. Sentía que la carga que llevaba encima era abrumadora.

Lentamente, empezó a cuestionar el destino al que le llevaba el camino convencional y a juguetear con la idea de cambiar de rumbo. Pero notaba que su barco pesaba mucho y alterar su trayectoria se le antojaba imposible.

El dilema de nuestra generación

Pongámonos filosóficos por un momento, ¿te parece?

[Tono de voz tipo Marlon Brando en El Padrino] 

A menudo elegimos nuestro camino en base a lo que vemos a nuestro alrededor, a nuestro anhelo de pertenecer, a las expectativas de nuestro entorno. Todos esos elementos forman una brújula incuestionable en nuestra mente, a la que obedecemos ciegamente desde niños.

Sin embargo, cuando navegamos utilizando esa brújula durante un tiempo, incorporamos creencias, compromisos y hábitos de comportamiento a nuestra vida que limitan nuestra libertad de decisión. Nos vamos poniendo cada vez más peso a cuestas.

Y así, llega un momento en el que nos sentimos tan pesados, que nos vemos forzados a asumir que el rumbo que llevamos es el único posible. Y nuestra energía no se concentra en aligerar el peso, sino en hacer el viaje placentero: Consumimos sin cesar, nos volvemos adictos al entretenimiento pasivo y añadimos comodidades, distracciones, posesiones y lujos a nuestra vida, persiguiendo los estridentes espejismos de felicidad que vemos a nuestro alrededor.

Y cuando algún acontecimiento externo convulsiona nuestra vida, como la muerte de alguien cercano o una experiencia personal dramática que nos acerca al precipicio y estimula nuestra sensación de vértigo, algunas de las grandes preguntas aparecen súbitamente en nuestros pensamientos:

¿Hacia dónde voy?

¿Para qué?

¿Qué tipo de vida estoy viviendo?

¿Qué es lo que de verdad merece la pena?

Pero la verdad es que, incluso durante esa fase de convulsión, no solemos hacernos esas preguntas demasiado alto. Porque gobernar el barco a través del oleaje que tenemos a nuestro alrededor ya es suficientemente complicado. ¿Quién demonios tiene tiempo para pensar si el rumbo es el correcto? ¡Bastante tengo ya con evitar que el barco se hunda!

El tiempo pasa, inexorable. Como una fina cuchilla que cercena poco a poco, sin que apenas nos demos cuenta, nuestro abanico de posibilidades. El abanico de todo lo que podríamos hacer, que antaño parecía tan amplio y que ahora, para nuestra sorpresa, parece tan estrecho. 

A veces miramos hacia atrás con nostalgia y quedamos perplejos de lo rápido que han pasado los años. Una mezcla de frustración y desánimo nos va invadiendo.

¿Qué es lo que nos ocurre? ¿De dónde viene todo esto?

Quizá Tyler tenga la respuesta.

Somos los hijos malditos de la historia, desarraigados y sin objetivos. No hemos sufrido una gran guerra, ni una gran depresión. Nuestra guerra es la guerra espiritual, nuestra gran depresión es nuestra vida.

Crecimos con la televisión que nos hizo creer que algún día seriamos millonarios, dioses del cine o estrellas del rock, pero no lo seremos.

Poco a poco nos vamos dando cuenta y estamos, muy, muy cabreados.

– Tyler Durden, El Club de la Lucha (1999)

La situación que tan elocuentemente describe Tyler no sólo afecta a la generación de Frank Spartan, sino también, y especialmente, a las nuevas generaciones. Porque éstas, a pesar de abrazar  la libertad como uno de sus grandes ideales, están más expuestas que nunca a las tentaciones de incorporar restricciones a sus vidas persiguiendo fantasmas. Sólo tenemos que sustituir «televisión» por «redes sociales» en la frase de Tyler y llegaremos a la misma conclusión.

La buena noticia es que las cosas no tienen por qué ser así. Hay otra forma de vivir, aunque no se aprecie a primera vista entre todo el ruido que nos rodea. 

[Tono filosófico off]

El cambio de rumbo

Nuestro joven protagonista, con una mosca del tamaño de un porta-aviones detrás de la oreja, empezó a buscar respuestas. Empezó a decirle al camarero que el vino que le habían servido estaba picado, por mucho que los comensales de la mesa de al lado lo bebieran con expresión de deleite. Empezó a perder el miedo a cuestionar las cosas. Y empezó a pensar por sí mismo.

Poco a poco, fue desarrollando una filosofía de vida que le permitió sentirse cada vez más libre, sin tener que renunciar a sentirse seguro. Durante ese proceso, yo, Frank Spartan, empecé a nacer dentro de él.

Llegó un momento en el que el joven se sintió con suficiente fuerza y convicción para hacer cambios, pero no tenía muy claro cuáles debían ser. No sabía si debía continuar con el mismo empleo y en la misma ciudad, simplemente ajustando algunas cosas aquí y allá para incrementar su satisfacción; o por el contrario dar un gran salto y aterrizar en una forma de vida diferente.

Finalmente, el joven decidió dar un paso trascendental para poner aquella filosofía a prueba: Renunciar a su puesto de trabajo y abandonar la ciudad en la que vivía para construir una vida con una dinámica completamente distinta.

Saltó sin red. Un triple mortal con tirabuzón sin tener ni puñetera idea de si habría agua en la piscina o se rompería los dientes contra el fondo.

A partir de entonces, Frank Spartan siempre le acompañaría. 

Mi objetivo

En este blog voy a compartir mis pensamientos y experiencias contigo, con un triple objetivo:

1) Desarrollar tu fortaleza interna para que te sientas seguro, a pesar de la incertidumbre que te rodea;

2) Ayudarte a que te sientas libre para sacar máximo partido a tu talento y construir una vida conforme a tu verdadera naturaleza;

3) Conseguir que te conviertas en un ejemplo que inspire a otros como tú, y entre todos consigamos, paso a paso, que vivir en este mundo sea una experiencia cojonuda.

Como puedes ver, Frank Spartan no piensa en pequeño precisamente. Con ese jodido apellido que el simpático de mi creador me ha puesto quedaría como un pardillo.

Pura vida,

Frank.

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