Hace algunos días me encontraba explicándole algo a mi hijo mayor. Se había montado un poco de revuelo en casa, porque él había reaccionado de cierta manera ante una situación de conflicto con uno de sus amigos. Una manera que había suscitado, digamos, una explosión de reacciones por parte de mis padres y de mí mismo.
Mi madre comenzó a transmitirle, sin muchos titubeos, su opinión sobre el asunto. Mi padre, otro tanto. Él aguantó el chaparrón, compungido, y se quedó en silencio. Al de un rato, le dije que bajáramos a dar un paseo para hablar con calma.
Mientras paseábamos, recuerdo que en mi mente empezó a formarse la estructura de la retahíla de lecciones que instintivamente pensé que él necesitaba escuchar. O quizá, más bien, que yo necesitaba regurgitar. Caí en la cuenta de que lo que iba a decirle no tenía demasiado que ver con lo que mis padres le habían dicho. E inmediatamente después, caí en la cuenta de que el discurso tampoco iba a tener demasiado sentido para él, porque aún no contaba con la suficiente perspectiva vital para entenderlas.
Observé el centelleante brillo de la hoja del cuchillo que tenía en la mano y opté por devolverlo cuidadosamente a su funda. No era el momento. Ni el lugar. Ni el perfil del interlocutor. La ocasión requería, pensé, un tupido velo de conveniencia a cambio de preservar, durante algún tiempo al menos, la inocencia de aquel chaval que estaba empezando a descubrir el mundo.
Hablamos durante un rato, él volvió a casa y yo me quedé a orillas del río contemplando el incesante fluir de la cascada por la que me había tirado tantas veces cuando era un niño. Pensé en todos los trucos que nuestra mente utiliza, con impecable y sibilina destreza, para que nos sintamos mejor cuando interpretamos la realidad. Por todos lados, en todos los ámbitos, a todas horas. Me venía a la cabeza uno, y después otro, y después otro. Fluían como el agua de la cascada, abundante, ruidosa, infinita.
Vamos a hablar sobre estos trucos que nos hacemos a nosotros mismos. Y también hablaremos de su “alter ego”, la verdad. La verdad sin anestesia. La verdad que duele. Porque entre nosotros no hay inocencia alguna que preservar. Sólo hay tiempo que aprovechar un poco mejor, agitando con atino las brasas de la conciencia.
Sin orden o estructura. Simplemente, ideas que fluyen.
Verdades sin anestesia
1. Tu relevancia en el cosmos
Observas el mundo a través del prisma de tu propia conciencia y eso provoca que magnifiques tu importancia en el tablero de juego. La raza humana es una fracción pequeñísima del mundo. Tú eres una fracción pequeñísima de la raza humana. Cuando mueras, el mundo seguirá adelante con estremecedora facilidad. Tus compañeros de trabajo, tus amigos y una gran parte de tu familia apenas pensarán en ti una vez te hayas ido. Sólo un muy limitado número de personas te tendrá presente con regularidad. Y cuando ellas desaparezcan, la conciencia sobre tu existencia se volatilizará por completo.
«Si la humanidad desapareciera de la Tierra, nadie lo notaría, savo quizá la humanidad misma.»
– Mark Twain
Humildad. No eres tan importante, seas quien seas. La relevancia que crees que tienes en el mundo, hagas lo que hagas y te veneren lo que te veneren los demás, es un espejismo. No te tomes las cosas tan en serio, pero aprovecha bien el tiempo del que dispones. No son cosas excluyentes entre sí.
Esa es la verdad.
2. Tus motivaciones
La energía que guía tu conducta es, salvo en muy contadas excepciones, egoísta. Buscas tu propio beneficio, bien de forma directa o indirecta, material o inmaterial, en prácticamente todo lo que haces. Lo mismo ocurre con los demás. No eres altruista. Eres egoísta. Y eso no tiene nada de malo. Es la naturaleza básica del ser humano.
“No es de la benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero de donde esperamos nuestra cena, sino de su propio interés.”
– Adam Smith
Cuando haces algo, buscas un beneficio. Puede ser un medio material, comodidades, placer, atención, cariño, aceptación, validación, estatus… lo que sea que haga sonar con mayor intensidad tu melodía personal de emociones positivas o ensordecer las negativas. Incluso cuando ayudas a los demás o intentas mejorar el mundo, lo haces, en último término, para sentirte mejor. La última etapa del sinuoso camino por el que discurren tus actos eres tú mismo.
Así es como funciona el 90% de nuestra vida consciente. El centro de la diana que busca el dardo de nuestro comportamiento en el día a día no es otra cosa que nuestra propia satisfacción. El otro 10% son reacciones viscerales, largamente inconscientes, dirigidas a personas con las que tenemos un elevado vínculo emocional. Hijos, padres, hermanos, amigos íntimos. En esos momentos podemos ser genuinamente altruistas, especialmente en circunstancias de crisis para ellos. En esas ocasiones no pensamos, sólo actuamos por su bien, como impulsados por un resorte interno.
Y eso está muy bien. Pero una bebida con 90% de ron y 10% de cola huele a ron y sabe a ron. Huele a ron y sabe a ron porque su esencia es ron. Puedes pensar que eres altruista, pero no es lo que tu comportamiento global y las motivaciones subyacentes reflejan.
Aprende a reconocer tus motivaciones egoístas. Te conocerás mejor a ti mismo y comprenderás mejor a los demás.
Esa es la verdad.
3. La responsabilidad
No eres responsable de dónde naces, de quiénes son tus padres y de cómo te educan, pero sí de casi todo lo demás. A partir de cierto punto, tu vida está más determinada por cómo decides sobre los factores que puedes influenciar o controlar que por los factores que no puedes influenciar o controlar.
No puedes escapar de la responsabilidad. Puedes ignorar la realidad, sí, pero no de las consecuencias de ignorar la realidad.
Es posible que otros partan con ventajas sobre ti. Mayor intelecto, más medios, más contactos, más oportunidades. Es posible, hasta probable. que esas ventajas les ayuden a tener una vida “mejor”. Pero esa no es la cuestión. La cuestión es si eliges hacerte dueño de la responsabilidad sobre tus decisiones y tus reacciones a lo que te sucede, o intentas desprenderte de ella como si fuera un insecto venenoso y adoptar una actitud desempoderante y victimista. Aprende a reconocer lo que tu mente dibuja como área de preocupación (qué cosas te preocupan y consumen tu energía) y cómo eso se superpone a tu área de influencia (sobre cuáles de esas cosas tienes algún control).
El que elige ver lo positivo o negativo de las cosas cada nuevo día eres tú. El que elige tus hábitos eres tú. El que elige mantenerse en el círculo de personas que no te aportan o alejarse de él eres tú. El que elige plegarse a las expectativas de los demás o seguir su propio criterio eres tú. El que elige aprender o no aprender algo eres tú. El que elige abandonar o continuar eres tú. El que elige mostrarse natural o ponerse una máscara social eres tú. El que elige correr riesgos para superar dificultades o mantenerse calentito tras la empalizada eres tú. El que elige la respuesta emocional que alimenta tu inseguridad y tu dependencia de la opinión de los demás o la respuesta sosegada que alimenta tu confianza en ti mismo eres tú. El que elige construir un ecosistema a su alrededor que facilita que te inclines a tomar ciertas decisiones o depender exclusivamente de tu fuerza de voluntad e improvisación para tomarlas eres tú.
“Ahora no es momento de pensar en lo que no tienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que tienes.”
– Ernest Hemingway
No eres culpable de lo malo que te pueda suceder en un momento concreto, pero sí responsable del conjunto de tu vida. Y asumiendo que no naces en un agujero debajo de la tierra del que no puedes escapar, lo que más determina las probabilidades de que vivas una vida satisfactoria es el grado de responsabilidad que decides adoptar sobre ella.
Esa es la verdad.
4. La verdad
Se dice que hoy en día es muy difícil saber lo que es verdad y lo que no. Frank Spartan no diría eso. La dificultad no radica tanto en cómo conocer la verdad, sino en nuestra flexibilidad mental para conocer la verdad aun cuando esta puede entrar en conflicto con nuestras creencias previas, e indirectamente hacer zozobrar nuestro sentido personal de identidad.
Al hablar de la verdad, es preciso diferenciar entre “hechos” y “creencias”. Los “hechos” tienen un enfoque objetivo y una vara de medir inmediata y cristalina con respecto a la verdad: O algo ha pasado, o no ha pasado. No hay medias tintas. Las “creencias”, por otra parte, tienen un enfoque más subjetivo y se enmarañan con nuestra percepción de quiénes somos.
Por ejemplo, yo puedo elegir creer que «el esfuerzo me ayudará a conseguir lo que quiero y a ser más feliz». Puedo tener datos (hechos) que avalan esa creencia y datos que la desacreditan, pero por la razón que sea elijo adoptarla. Esa creencia moldea mis mecanismos de interpretación del mundo e influencia mis decisiones. Y lo mismo sucede con otras creencias que elijo también adoptar.
Digo “elijo” porque es exactamente así. Puede que mi origen y educación determinen mis creencias durante algún tiempo, pero después soy yo el que elijo mantenerlas o no. Soy yo el que elijo contrastar mis creencias con los hechos o no. Soy yo el que vigila la exposición a fuentes equilibradas de información para minimizar la influencia del sesgo de confirmación a la hora de evaluar mis creencias, o no. Y soy yo el que elijo estar dispuesto a modificarlas si la realidad externa las desacredita con evidencia suficiente, o no.
Finalmente, tenemos las “opiniones”. Las opiniones son aseveraciones subjetivas que varían en “rigor” dependiendo de la claridad mental del interlocutor, la calidad de la información de la que dispone, su autocontrol frente a las emociones del momento, su experiencia en la materia y otros factores como su capacidad de detectar patrones, extrapolar tendencias, comprender efectos de segundo y tercer orden, etcétera, etcétera.
La conclusión lógica de todo esto es que: 1) En muchos casos, existe una verdad objetiva sobre algo y está a tu alcance descubrirla. “Cada uno tiene su verdad” es algo que puede ser correcto desde un punto de vista conductual, pero que en muchos casos es incorrecto desde un punto de vista epistemológico, y se debe tratar como tal; 2) Las creencias son decisiones personales tuyas y deben ser puestas a prueba y contrastadas regularmente para demostrar que merecen seguir ahí; 3) No todas las opiniones son igual de válidas. La manida frase de “Todas las opiniones son respetables” es una falacia en sí misma. Las personas que las emiten quizás sí, pero es más que probable que muchas opiniones no lo sean, porque los eslabones del camino para llegar a ellas son muy endebles.
«Cuando la gente está de acuerdo conmigo, siempre siento que debo de estar equivocado.”
– Oscar Wilde
Cuando opines sobre algo, sé consciente del grado de validez que tiene tu opinión. Tu ego te dirá que es muy válida, pero haz siempre un esfuerzo de autocrítica sobre la solidez del camino que te ha llevado a ella. Verás que en muchos casos ese camino es frágil, y de esa forma serás más consciente de tus limitaciones y evitarás muchas discusiones inútiles.
Esa es la verdad.
5. Los derechos
Tus derechos no tienen existencia intrínseca. Son constructos de tu mente basados en una creencia colectiva que puede desaparecer en cualquier momento.
Puedes creer que tus derechos son una parte consustancial a tu validez moral como persona. No es verdad. Eso no es más que una creencia. “Crees” que eres merecedor de esos derechos por el mero hecho de existir. Pero el látigo de la historia te demuestra imperturbable que los derechos se manifiestan y desaparecen en función de quién manda y qué objetivos tiene con respecto a las personas sobre las que manda.
Los derechos existen gracias a la amenaza de aplicación de la fuerza.
¿Y mi derecho a la vida?
Lo tienes porque te protege la policía, y la policía obedece al gobernante porque este les obliga a través de varios mecanismos de presión. Sin amenaza creíble de violencia (detención, prisión, castigo, etcétera) contra los que quieran matarte, tu derecho a la vida se volatiliza en cuestión de segundos.
¿Y la conquista de derechos de las mujeres?
Los tienen porque los hombres han acordado dárselos. Las mujeres no han “conquistado” nada por la fuerza. Si los hombres se organizaran para quitárselos de nuevo se quedarían sin ellos en un santiamén. Fue el progresivo civismo colectivo el que llevó a que los (hombres) social y políticamente poderosos decidieran incorporar mayor igualdad de derechos entre los sexos, y promover esa decisión con las instituciones.
¿Y mi derecho a la propiedad?
Tres cuartos de lo mismo. Sin amenaza de aplicación de fuerza, tus propiedades estarían totalmente a merced de criminales y maleantes, o cualquier grupo de personas con capacidad de imponer su voluntad sobre la tuya, a través de amenazas o violencia explícita.
«Aquellos que le piden al gobierno que imponga sus ideas son generalmente los mismos cuyas ideas son estúpidas.»
– H. L. Mencken
Tus derechos no tienen existencia intrínseca. Son acuerdos colectivos y nada más. Es la amenaza de la fuerza lo que los mantiene intactos, no tu supuesto valor moral como persona, por mucho que creas que mereces tenerlos.
Esa es la verdad.
6. La moralidad
Muchos filósofos han intentado definir una moralidad universal. Conceptos del bien y el mal que se podrían aplicar a todos los seres humanos en todas las épocas y circunstancias. Y aunque ello haya representado un esfuerzo encomiable, la realidad práctica de las cosas es bien distinta.
Si observas cómo funciona el mundo, comprobarás que la sociedad evoluciona en sus definiciones colectivas de lo que está “bien” y lo que está “mal”. La cultura de un mismo país o región cambia con el tiempo, y con ella lo que es moralmente encomiable y reprochable. Países en otros continentes tienen diferentes conceptos del asunto en la misma época. Y tú mismo tienes diferente concepto del asunto en función de tus creencias, experiencias, personalidad y circunstancias que otras personas que viven en tu misma calle.
“Estos son mis principios; si no le gustan… tengo otros.”
– Groucho Marx
Sí, es cierto que hay líneas rojas que se pueden considerar largamente universales: “Matar es malo”, “robar es malo”, “torturar es malo”, “el fin no justifica los medios”, y cosas por el estilo. Pero esas líneas rojas no son tantas, e incluso esas reglas son maleables en circunstancias extremas, por mucho que personas que nunca han estado en esas circunstancias extremas digan que no es así. Todo lo demás, dentro de esos límites, es debatible.
Aun así, la sociedad va a intentar imponerte que adoptes sus cambiantes definiciones de “bien” y “mal”. Las instituciones y los medios de comunicación van a hacerlo. Las personas con las que interactúas diariamente van a hacerlo. Y el que decidas adoptar su “moralidad” o no depende exclusivamente de ti y tu tolerancia a aceptar las consecuencias de no hacerlo. Pero eso no debe desviarte de la conclusión irrefutable de este razonamiento: El mejor código moral es el que mejor funciona para ti, después de haberlo probado y haber recibido feedback del mundo exterior – y tu propia conciencia – durante un periodo de tiempo suficiente. Ni más, ni menos.
No te avergüences de tener tus propias reglas morales y refinarlas en base a tu experiencia personal. Es lo mejor que puedes hacer si aspiras a vivir con autenticidad.
Esa es la verdad.
7. La igualdad
La igualdad se ha convertido en uno de los objetivos prioritarios de Occidente en las últimas décadas. En su nombre se han cometido crímenes de guerra contra el sentido común más básico y se han implementado políticas con el rimbombante calificativo de “justicia social”. Pero dejemos las tendencias culturales a un lado y centrémonos en algunas verdades universales y atemporales.
Cada persona nace con unas cartas diferentes y las juega como mejor sabe. Eso, por pura lógica, ha de provocar resultados diferentes. Erradicar la diferencia en resultados sólo es posible mediante un agente externo que de forma autoritaria redistribuya esos resultados para hacerlos “iguales”. Pero eso eliminaría el incentivo natural de querer éxito «para mí y los míos», así que no es un sistema que funcione bien en la práctica. Además, la involucración de un agente externo totalitario que adultera los resultados no suena nada divertido y no parece ser una opción particularmente atractiva para la mayoría… por el momento.
Así que lo que los defensores acérrimos de la igualdad han intentado hacer ha sido convencer a la gente de que “las cartas con las que las personas nacen no deberían ser diferentes”, que “las personas que ganan en el juego hacen trampas” y que “las reglas del juego favorecen a algunos jugadores frente a otros”. Básicamente, erradicar o vilipendiar el concepto de “mérito” en aras de la vanagloriada “justicia social”.
Pero la verdad no es ésa. La verdad es que hay personas que nacen con una dotación genética más favorable que otras. Hay personas que exhiben unos atributos de personalidad más propensos al éxito que otras. Hay personas que cuentan con más medios que otras. Hay personas que tienen más suerte que otras.
Y la verdad también es ésta: Hay culturas con valores que facilitan que una civilización prospere más que otras. Hay culturas más cívicas que otras. Hay culturas más propensas al conflicto que otras. Hay culturas con un código moral más elevado que otras. No todas las culturas son igual de propensas al desarrollo económico y social, ni igual de elevadas desde un punto de vista cívico y moral.
Esas diferencias no son subjetivas o inventadas. Son objetivas y demostrables más allá de la duda razonable. Que haya personas que no quieran que existan no significa que no existan. Las rosas son rojas, las violetas azules, el hombre promedio es más fuerte, alto y rápido que la mujer promedio, hay una correlación significativa entre inmigración procedente de ciertas culturas y número de delitos graves, y en una sociedad libre hay desigualdad de resultados. Verdades que quizá no cuadren con la narrativa política actual de apología de la igualdad y la “justicia social”, pero verdades como puños en cualquier caso.
«Una sociedad que priorice la igualdad por encima de la libertad, no obtendrá ninguna de las dos cosas. Una sociedad que priorice la libertad por encima de la igualdad, obtendrá un alto grado de ambas.»
– Milton Friedman
La libertad y la búsqueda de la verdad siempre priman sobre la igualdad en una sociedad que consigue evolucionar hacia un estado superior de desarrollo económico, social y moral. Invertir el orden y hacer primar la igualdad frente a la libertad y la búsqueda de la verdad es elegir involucionar. Como sociedad y como individuos.
Esa es la verdad.
8. La amistad
La amistad es el vehículo más habitual para satisfacer nuestra necesidad innata de conectar con los demás. Pero hay diferentes círculos en ese anillo.
La inmensa mayoría de personas que consideras “amigos” se encuentran en el círculo “superficial”. Son personas con las que interactúas, con mayor o menor frecuencia, sin profundizar demasiado. No las conoces tanto, ni ellas a ti.
Otro grupo de amigos, mucho más pequeño, se encuentra en el siguiente círculo. Con estas personas tienes un nexo emocional más fuerte y percibes que te conocen y te comprenden mejor.
Finalmente, si eres afortunado, tienes algunos amigos más en el último círculo. Quizá uno, dos, o tres. No suelen ser más. La relación que tienes con estos es de otro calibre. Es como si fueran familia. Te fías completamente de ellos y ellos de ti.
Los años pasan, y con ellos las diferentes fases de la vida. Los amigos de los diferentes círculos van experimentando cambios. Unos entran, otros salen. Hay muchos de esos cambios en el círculo superficial, relativamente pocos cambios en el siguiente círculo, y muy pocos cambios, quizá ninguno, en el círculo final.
La verdad de la amistad es ésta: Tu tiempo y atención son recursos limitados. Cuanto más tiempo y atención dediques al primer círculo, menos satisfecho te sentirás en tus relaciones de amistad con el paso del tiempo. Cuanto más tiempo y atención dediques al último círculo, más satisfecho te sentirás con el paso del tiempo. Qué plantas decides regar con el agua de la que dispones tiene una enorme relevancia en tu grado de satisfacción.
Comprobarás que las personas responden de forma diferente a los baches, vicisitudes y problemáticas que irás experimentando a lo largo de tu vida. Verás que la inmensa mayoría de ellas están dispuestas a darte muy poco de su tiempo, atención y cariño cuando te encuentras con el tanque bajo. Más allá de lo políticamente correcto, verás que lo que te dan es prácticamente inexistente. Sentirás que, en esos momentos difíciles, tu experiencia emocional es casi idéntica a que si esas personas no existieran en absoluto.
No es una visión derrotista. Es la realidad. La mayoría de las personas de tu vida se comportarán así cuando los baches lleguen. Y los baches llegan. Siempre llegan.
Unas pocas personas, muy pocas, se comportarán de forma diferente. Esas personas estarán ahí y te darán más que suficiente de sí mismas para marcar la diferencia en tu experiencia emocional. Esas son las que debes tener muy presentes en tus prioridades vitales y cuidarlas como si fueran oro, porque lo son. Y cuantas más etapas de tu vida transcurren, mayor valor esas personas adquieren.
«Un buen amigo es mi pariente elegido.»
– Thomas Fuller
Eso significa, por definición, que debes prestar menos atención a las personas de los otros círculos, por mucho que la pidan. Dales la justa, no más. El agua debe ir a las plantas adecuadas. No puedes permitirte que esas plantas se marchiten.
Filtra y concentra tu atención. No tienes nada que perder y mucho que ganar.
Esa es la verdad.
9. El amor y la pareja
En la dimensión de pareja la casuística es más variada y compleja, y resulta más complicado universalizar verdades. Aun así, vamos a aventurarnos a ello, reconociendo que puede haber excepciones.
Las probabilidades de que una pareja perdure en el tiempo se han reducido considerablemente, como consecuencia del cambio de paradigma socioeconómico, tecnológico y cultural. La tolerancia a inconveniencias y frustraciones es menor, la opcionalidad de relaciones alternativas es mayor, la permisibilidad cultural de la infidelidad es mayor, la inexistencia de hijos provoca que los incentivos para superar baches en la relación sean menores, la autosuficiencia económica de la mujer es superior, la facilidad de adoptar un gato, un pez o una iguana que nos haga compañía mientras envejecemos solos y deprimidos es mayor, etcétera, etcétera.
A pesar de todo eso, la vida en pareja con la persona adecuada es muy superior a la vida sin pareja. No hay color. Y más obvio resulta a medida que pasa el tiempo y nuestra escala de valores y prioridades vitales va mutando en consonancia con nuestra madurez.
“La persona adecuada”. Of course. Qué cachondo eres, Frank.
La verdad es que la dinámica social actual hace que la persona adecuada sea mucho más difícil de encontrar. Y también, por las razones que hemos comentado antes, mucho más difícil de preservar. Pero eso no significa que no esté por ahí. Y no es sólo una y única. Las personas que para cada uno de nosotros pueden hacer que una relación funcione a largo plazo son varias, no una sola. Muchas más de las que nuestras propias taras, hiper-exigencias, traumas y limitaciones autoimpuestas nos hacen creer.
No eres tan especial. Y no necesitas encontrar la piedra filosofal para estar satisfecho en una relación. Muchas de las barreras probablemente las construyes tu mismo con tus pajas mentales. Merry Christmas.
Dicho eso, hay dos factores que pesan extraordinariamente en las probabilidades de que una relación de pareja prospere a largo plazo:
- La compatibilidad de caracteres, o dicho de otro modo, que no haya rasgos de personalidad o comportamiento que sean “demasiado incompatibles” entre ambos.
- El alineamiento en el sistema de valores: Una interpretación del mundo con un enfoque similar, unas líneas rojas similares y una filosofía de vida similar.
Lo demás… sí, es importante. Que tu pareja no sea demasiado intolerante o victimista, que no busque la atención de los demás constantemente en redes sociales o que no haya tenido 300 relaciones previas… sí, todo eso importa, pero los síntomas de todo eso se suelen apreciar con facilidad. Sin embargo, la evidencia de los dos pilares base, la compatibilidad y los valores, suele hallarse algunos centímetros bajo la superficie y has de desenterrarla, porque sin armonía en esas notas musicales las probabilidades de que la canción suene bien están abrumadoramente en tu contra.
“No es la falta de amor, sino la falta de amistad lo que hace infeliz a los matrimonios.”
– Friedrich Nietzsche
¿Hay riesgo de que tu aventura te salga mal? Sí, y no es pequeño. ¿Merece la pena aspirar a que funcione si aparece una persona que parece adecuada? Sin duda alguna.
Es importantísimo saber disfrutar de tu propia compañía y aprender a sentirte completo y feliz estando solo. Pero eso no es incompatible con la afirmación de que la vida con la persona adecuada a tu lado – contemplada en el conjunto de todas sus fases – es generalmente superior en satisfacción vital. Esa es la verdad. Una verdad que nuestra cultura actual se empeña en destruir y demonizar, pero que la naturaleza del ser humano se empeña en validar, una y otra vez, en aquellos casos en los que las relaciones funcionan.
Esa es la verdad.
10. El tiempo y la atención
El tiempo no se puede crear o destruir, pero sí se puede aprovechar mejor o peor. Y eso, desde una perspectiva sensorial, es equivalente a crearlo o destruirlo.
Habrás comprobado que tendemos a experimentar que el tiempo transcurre más deprisa a medida que nos hacemos mayores. Cuando llegas a los cuarenta, parpadeas y te encuentras ya en los cincuenta. Es una experiencia universal. No es sorprendente que el principal consejo de nuestros abuelos es “aprovecha el tiempo, porque la vida pasa muy rápido.”
Ya, abuelo, ya. ¿Pero qué narices significa eso de “aprovechar el tiempo”?
Aprovechar el tiempo no es otra cosa que domesticar la atención para centrarla en las cosas adecuadas.
Cuando tu atención está centrada en cosas que no te aportan demasiado, como tareas mecánicas o no demasiado agradables, rutinas, distracciones banales y cosas por el estilo, tu sensación del paso del tiempo se acelera. “El tiempo pasa muy rápido” es una sensación compartida universalmente por la sencilla razón de que la gran mayoría de personas centra casi toda su atención del día a día en ese tipo de cosas.
Para que el tiempo transcurra más lentamente, hay que parar.
Hay que inyectar espacio en tus días para pensar, reconectar, ser.
Hay que añadir soledad y silencio a tu agenda. No sólo de vez en cuando, sino regularmente.
Los últimos 7 años de Frank han transcurrido más lentamente que los 20 anteriores, a pesar de que soy (bastante) más mayor. No es brujería. Simplemente he decidido parar un buen rato. Todos los días, todas las semanas, todos los meses, pase lo que pase. Es prioridad. Mejor dicho, lo he hecho prioridad.
“La vida repleta de compromisos no merece la pena vivirse”
– Naval Ravikant
“No tengo tiempo” es una mentira que te cuentas a ti mismo para justificar el no salir de donde te encuentras. Eliges no tener tiempo. Eliges centrar tu atención en unas cosas y no en otras. Eliges evitar las consecuencias de tomar una decisión diferente. Por eso la vida termina en un abrir y cerrar de ojos, y por eso los abuelos que te dicen que aproveches el tiempo desearían haberse dado cuenta de ello un poco antes de serlo.
Esa es la verdad.
11. La familia
Las relaciones familiares no son sencillas. Cuando compartes mucho tiempo con algunas personas, las frustraciones y los reproches se acumulan y parte de estos se dejan sin resolver. Nos sentimos obligados a hacer cosas que a veces no nos apetece hacer. Surgen compromisos y exigencias sobre nuestro tiempo. Se dan muchas cosas por sentadas y la comunicación no siempre es la más fluida.
Y en medio de toda esta vorágine, es habitual que perdamos de vista un aspecto muy importante de las relaciones familiares:
La familia es la última línea de defensa.
¿A qué me refiero con esto?
A que, cuando te sucede algo grave, tienden a ser ellos los que están ahí.
Sí, algunos de tus amigos estarán probablemente también. Pero los que no suelen fallar y los que no dudan en reorganizar su agenda para colocarte arriba del todo en la escala de prioridades en momentos de crisis son los familiares más cercanos. Asumiendo que tienes una relación razonablemente buena con ellos, claro.
Son la última línea de defensa.
Ahora reconciliemos este papel habitual de apoyo incondicional, que tiene evidentemente un valor incalculable, con este otro fenómeno también muy habitual: Nuestros familiares – y aquí me estoy refiriendo especialmente a nuestros padres – suelen dejar el mundo sin haber escuchado expresamente cuánto les queremos y cuánto les agradecemos lo que han hecho por nosotros.
De todas las cosas que pueden experimentar en la última parte de sus vidas, escuchar eso de un hijo es lo que más ilusión les puede llegar a hacer. Sin embargo, no solemos decirlo. Lo damos por sentado. Creemos que lo saben. Y es un poco incómodo. Sobre todo, para los hombres.
El tiempo pasa, y un día dejan este mundo sin haber escuchado esto de nosotros.
¡Puf! Gone.
La verdad sobre las relaciones familiares con la que Frank Spartan quiere que te quedes, de todas las que existen, es esta: Díselo, sin esperar más. En directo, en carta (mi favorito), en audio… lo que quieras. El efecto positivo que tendrá en tu relación – y en tu satisfacción personal una vez que ya no estén – no puede sobrevalorarse.
“La vida siempre es más corta de lo que creemos; decirlo todo, amarlo todo, intentarlo todo: eso es la vida.”
– R. M. Rilke
No basta con creer que ya lo saben. Decirlo marca la diferencia. Para ellos y para ti.
Esa es la verdad.
12. La identidad
La respuesta a la pregunta de “quién eres” es a la vez presente y futuro. Estado y tendencia. Foto y película.
Tendemos a intentar resolver la ecuación de quiénes somos a través de nuestra dinámica de pensamiento. Nuestro diálogo interno tiene un peso desproporcionado en nuestro sentido de identidad. Creemos, literalmente, que somos “esa voz” que escuchamos constantemente. Lo creemos porque estamos muy familiarizados con ella. Y también creemos que todo aquello en lo que se centra esa voz es una pieza clave que compone el complejo rompecabezas de nuestra identidad.
“Pienso mucho en esto y me preocupo mucho por esto otro”, así que debo de ser “así”.
Pero… no. Not really.
Lo que marca realmente quién eres es lo que decides hacer y por qué. Los actos y las motivaciones detrás de los actos. El diálogo contigo mismo, el papel de esa voz que oyes constantemente, es anecdótico. No significa gran cosa. Si piensas sobre 300 cosas y después tomas una decisión motivada por una razón, esa decisión y esa razón dicen muchísimo más sobre quién eres realmente que las 300 otras cosas sobre las que has pensado antes.
Sin embargo, no es eso lo que nos parece. A la hora de autodefinirnos, le damos una importancia mayúscula al diálogo interno con nosotros mismos y minusvaloramos la importancia de nuestra conducta – sea conducta por acción o por omisión.
Eres lo que haces y por qué lo haces, my friend. No te hagas pajas mentales.
Todo esto se refiere al momento presente. Pero tu identidad no es un elemento estático. Fluye constantemente. Cada decisión que tomas dirige el barco hacia un lado o hacia otro. Y es importante que seas consciente de hacia qué destino futuro tiendes a dirigirte con cada decisión presente. En quién te vas a convertir si haces algo repetidas veces, o si por el contrario no lo haces.
“Cada acción que realizas es un voto a favor de la persona en la que deseas convertirte.”
– James Clear
Esa es la dualidad que compone tu identidad. Presente y futuro, estado y tendencia. Quizá estás completamente satisfecho con quién eres en el presente, o quizá no. Quizá decidas hacer algo para cambiarlo, o quizá no. Quizá, cuando lo hagas, evoluciones hacia el lugar que esperas, o quizá no. Tu ser es un fluir continuo, y todo lo que puedes hacer es elegir qué hacer en el momento que tienes delante de ti. Céntrate en la siguiente decisión, y en la proyección que esa decisión te da hacia el futuro, porque eso es lo que define quién eres. Si escribes a tu anciana madre para decirle que la quieres, eres mejor hijo que si nunca lo haces “porque crees que ya lo sabe”. Lo siento, pero es así. No te hagas trampas al solitario, no puedes ganar.
Esa es la verdad.
13. La libertad
La libertad es un concepto que puede tener diferentes acepciones. Hay una acepción de libertad más popular, a la que la mayoría de las personas aspiran, y hay una acepción de libertad menos popular, pero que tiene un valor muy superior.
La acepción de libertad más conocida es la que se equipara con “opcionalidad” o “flexibilidad”. Es el “puedo hacer lo que quiera”. Puedo trabajar ahora, o después. Puedo ir a correr en vez de tener que planchar. Puedo irme de viaje cuando me dé la gana. Etcétera, etcétera. Es una libertad “externa”, anclada a las posibilidades del mundo exterior y a mi capacidad para acceder a ellas. Una libertad ligada a las posibilidades que tengo de decir “sí” a posibles opciones.
Esto es lo que todo el mundo que tiene una vida repleta de obligaciones anhela, porque es lo que asumen que les proporcionará mayor satisfacción vital.
La acepción de libertad menos conocida es la libertad de carácter “interno”. Es una libertad ligada a mi propia mentalidad, confianza, responsabilidad y autocontrol para decir “no” a aquello que no me convence. Este es el tipo de libertad más valioso que existe. La llave dorada de la puerta secreta que conduce hacia orillas blancas de mayor satisfacción vital, a través de la autonomía y la autenticidad.
Este es el tipo de libertad que te permite decir “no” a los proyectos que no deseas. La que te permite poner límites a las personas de tu entorno que tienden a pasarse de la raya y a activar esos límites cuando corresponda, con independencia de las consecuencias. La que te permite querer a alguien sin necesitar cambiarle para que se ajuste mejor a tus preferencias. La que te permite renunciar a los compromisos que otros te intentan imponer. La que te permite estar tranquilo cuando decides no plegarte a las expectativas de los demás o elegir otro camino diferente al convencional. La que te proporciona la confianza de que saldrás adelante en momentos de crisis e incertidumbre, aunque no tengas todas las respuestas.
Esta es la libertad que más importa. La libertad de decir “no”. Porque sólo sabiendo decir “no” puedes crear el espacio necesario para poder elegir bien cuál de los posibles caminos es tu “sí”, comprometerte mental y espiritualmente con él y disfrutarlo al máximo mientras lo recorres.
Y lo mejor de todo, no necesitas gran cosa de ahí afuera. Hacerlo o no hacerlo depende, en su mayor parte, de ti.
Esa es la verdad.
«La auténtica libertad no requiere nada del mundo exterior. Depende únicamente de tu propia voluntad.»
– Mark Manson
Y con esto, terminamos. 13 verdades con 13 afiladas hojas. Puede que te cortes un poco, pero sólo así sabrás que estás realmente vivo, ¿no es así?
Pura vida,
Frank.