Siddhartha, de Hermann Hesse

 

Puntuación: 10/10

 

Resumen

Nota de Frank Spartan

Hesse es, con Bukowski, mi escritor favorito ahora mismo. Y Siddhartha es, con El Lobo Estepario, mi libro favorito de Hesse. Así que todo lo que diga sobre el libro es poco. 

Hay libros que marcan y las razones son muchas. A veces el mensaje conecta especialmente con alguna inquietud que tenemos, a veces es el estilo, a veces es la historia. Éste es uno de los pocos libros que me descubre algo nuevo cada vez que lo leo. La sabiduría y la visión que encierra, unido a la belleza poética de la narración, son sencillamente incomparables.

En este resumen incluimos algunos pasajes destacados. Pero la magia del libro está en cada palabra. No dejes de leerlo.   

Pasajes destacados

El corazón del padre se alegraba al ver a ese hijo tan inteligente y deseoso de aprender, al que consideraba en el futuro como un sabio. Pero Siddhartha no hallaba, en cambio, placer ni alegría ninguna en sí mismo.

Empezó a intuir que su venerable padre y sus otros maestros, los sabios brahmanes, le habían comunicado ya la mayor y más excelsa parte de su sabiduría, y el vaso no estaba colmado, ni el espíritu satisfecho, ni el alma tranquila, ni el corazón sosegado.

¿Dónde encontrar al Atmán? ¿Dónde latía su eterno corazón? ¿Dónde sino en nuestro propio Yo, en lo más hondo, en aquel reducto indestructible que todos llevamos dentro? Mas ¿dónde se hallaba este Yo, este Interior, ¿este Último?

Posó el padre una mano en el hombro de Siddhartha. Irás al bosque – le dijo – y te convertirás en un samana. Si encuentras la felicidad en el bosque, vuelve y enséñamela. Si encuentras el desengaño, vuelve y seguiremos sacrificando juntos a los dioses. Ahora besa a tu madre y dile dónde te diriges.

Sólo una meta se perfilaba ante Siddhartha: Quedarse vacío, despojarse de su sed, de sus deseos, de sus sueños, de sus penas y alegrías. Deseaba morir para sí mismo, permanecer abierto al milagro despersonalizando el pensamiento. Cuando venciera y aniquilara a su Yo, cuando todos los impulsos y pasiones enmudecieran en su corazón, tendría que despertar lo Último, lo más íntimo del ser.

Muchas cosas aprendió Siddhartha con los samanas. Pero, aunque esos caminos le alejaran del Yo, al final volvían a conducirlo siempre al mismo punto de partida.

[Siddhartha]: He empleado mucho tiempo en aprender, Govinda, que no se puede aprender nada. Creo que, en realidad, aquello que llamamos “aprender”, no existe. Sólo hay un conocimiento que está en todas partes, y empiezo a creer que ese conocimiento no tiene peor enemigo que el querer saber, que el aprender.

[Buda]: Permíteme, joven sediento de saber, que te ponga en guardia contra la espesa jungla de las opiniones y disputas con las palabras. Nada importan aquí las opiniones; cualquiera puede aceptarlas o rechazarlas. Más la doctrina que has escuchado de mis labios no es mi opinión, ni su objetivo es explicar el mundo a la gente sedienta de saber. Su objetivo es otro: la liberación del sufrimiento. Eso es lo que Gotama enseña, nada más. Eres inteligente y sabes hablar con prudencia. Mas cuídate de una inteligencia excesiva.

[Siddhartha]: Escucha, Kamala: Si arrojas una piedra al agua, se precipitará hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo le ocurre a Siddhartha cuando se propone alcanzar una meta. Siddhartha no hace nada: espera, medita, ayuna, pero atraviesa las cosas del mundo como la piedra el agua, dejándose llevar, dejándose caer. Su propia meta lo atrae, pues él no deja penetrar en su alma nada que pueda alejarlo del objetivo propuesto. Esto es lo que Siddhartha aprendió de los samanas. Esto es lo que los necios denominan magia y atribuyen a la acción de los demonios.

[Siddhartha]: Tienes razón, no poseo bien alguno. Pero es por mi voluntad, de modo que no estoy en la indigencia.

[Siddhartha]: La mayoría de los hombres, Kamala, son como las hojas que caen y revolotean indecisas antes de ir a parar al suelo. Otros son más bien como los astros: siguen una ruta fija, ningún viento los alcanza y llevan en su interior su propia ley y su trayectoria.

En su rostro se leía aún mayor inteligencia y vida espiritual que en el de los demás, pero cada vez reía menos y empezó a adoptar, uno tras otro, todos aquellos rasgos que aparecen con frecuencia en los rostros de la gente adinerada: los rasgos de la insatisfacción, del carácter enfermizo y malhumorado, de la desidia y la ausencia de amor. La enfermedad espiritual de los ricos se fue apoderando lentamente de él.

Una de las principales virtudes del barquero era la de saber escuchar como pocos. Sin que le dijera una sola palabra, Siddhartha captó cómo su interlocutor iba acogiendo cuanto le contaba, sosegado, abierto, expectante; cómo no se le escapaba ninguna de sus palabras ni daba muestras de impaciencia al esperarlas; cómo se limitaba a escuchar, sin elogiar o censurar lo que oía. Percatóse Siddhartha de la felicidad que suponía confesarse con semejante oyente, verter en su corazón la propia vida, la propia búsqueda, las propias tribulaciones.

[Vasudeva]: Siddhartha, el río está a la vez en todas partes, en su origen y en su desembocadura, en la cascada, alrededor de la barca, en los rápidos, en el mar, en la montaña, en todas partes simultáneamente, y para él no existe más que el presente, sin la menor sombra de pasado o futuro.

Poco a poco fue floreciendo y madurando en Siddhartha la idea, la noción de lo que realmente era la sabiduría, el objetivo final de su larga búsqueda. No era otra cosa que una disponibilidad del alma, una capacidad, un arte secreto que le permitía concebir, en cualquier momento, en medio de la vida, la idea de la unidad, que le permitía sentir la unidad y respirarla.

[Siddhartha]: Mira, Govinda, ésta es una de las ideas que he encontrado: la sabiduría no es comunicable. La sabiduría que un sabio intenta comunicar a otros suena siempre a locura. El saber puede comunicarse, pero la sabiduría no.

El mundo en sí mismo, lo que existe a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos, nunca es unilateral. Nunca un hombre o una acción cualquiera es todo sansara o todo nirvana, nunca un hombre es totalmente santo o totalmente pecador. Nos parece que así fuera, porque vivimos bajo la ilusión de que el tiempo es algo real. El tiempo no es real, Govinda. Y si el tiempo no es real, la distancia que parece mediar entre el mundo y la eternidad, entre el sufrimiento y la bienaventuranza, entre el bien y el mal, es también una ilusión. Cada pecado lleva en sí la gracia, en cada niño alienta ya el anciano, todo recién nacido contiene en sí la muerte, todo moribundo la vida eterna.    

El amor, Govinda, me parece la cosa más importante que existe. Lo único que persigo es poder amar al mundo, no despreciarlo, no odiarlo a él ni odiarme a mí mismo, poder contemplarlo – y con él a mí mismo y a todos los seres – con amor, admiración y respeto.