El regalo más preciado (y menos elegido)

Los padres y madres de hoy en día emplean un tiempo muy relevante de su energía vital intentando «dar» a sus hijos la mejor vida posible. Les inscriben en el colegio de mayor calidad que se pueden permitir, les ayudan con los deberes, les enseñan educación, valores y a relacionarse con los demás, y les facilitan experiencias de todo tipo. Todo eso mientras hacen malabarismos con las obligaciones y quehaceres de su propia vida y se afanan en que ninguna de las muchas bolas que mantienen en el aire toque el suelo.

Muchos de esos padres y madres contemplan el futuro de sus hijos con incertidumbre. Que si el acceso a vivienda se encuentra en niveles prohibitivos. Que si la IA va a erosionar sus posibilidades de encontrar trabajo. Que si la educación universitaria merece la pena con precios cada vez más desorbitados. Que si conviene que prueben suerte en otros países con mejores condiciones laborales. Que si van a poder permitirse el formar una familia. Una larga lista de preocupaciones sobre el futuro para las que no parece haber fácil respuesta, y ante las que muchos padres y madres de nuestra generación se sienten indefensos.

Te suena todo esto, ¿verdad?

Sí, es cierto que esa incertidumbre se encuentra solamente en nuestras cabezas. Que nuestros hijos no piensan demasiado en ello. Y también es muy posible que encuentren la forma de arreglárselas, de un modo u otro, cuando llegue el momento. Pero, aunque compremos esos argumentos por un segundo, esa sensación de incertidumbre no se vuelve menos incómoda.

Va con el rol. Es de padres y madres preocuparse por el futuro de sus hijos. Pero en la situación en la que nos encontramos, hay razones objetivas de peso para concluir que el camino no parece precisamente recto, iluminado y repleto de señales. Parece más bien enrevesado y plagado de vallas, trampas y bolas asesinas que se ciernen sobre nosotros desde todos los ángulos. Empleo, vivienda, inflación, estabilidad en las relaciones de pareja, disrupción tecnológica, estado del bienestar, flujos migratorios… Todo parece una oscura y temible amenaza para nuestros queridos querubines.

Pues bien, vamos a hablar de una estrategia muy sencilla para reducir el efecto desempoderante de esa incertidumbre. Una estrategia que se encuentra al alcance de prácticamente todo el mundo, y que tiene unas elevadas probabilidades de tener un impacto positivo relevante en nuestros hijos y sus posibilidades de vivir una vida feliz.

Suena a aceite de serpiente, ¿a que sí?

No lo es. Veámoslo.

El mejor regalo: La libertad de movimientos

Cuando te incorporas lleno de ilusiones a la edad adulta, compruebas que las cosas no son tan maravillosas como parecían desde la barrera. Lo que prometía ser un mundo de leche y miel, rebosante de libertad e independencia, en el que ya nadie te puede decir lo que tienes que hacer, es en realidad una selva decepcionante, repleta de restricciones y renuncias. Trabajos precarios, difícil acceso a la emancipación, limitaciones generalizadas en tus patrones de gasto y tu capacidad de planificación de futuro, incluyendo las posibilidades de formar una familia. Todo ello condiciona tu comportamiento, en particular el nivel de «riesgo» (o la propensión a salirte del camino marcado) que estás dispuesto a asumir en tu día a día.

En otras palabras, lo más probable en el contexto de las tendencias actuales del mundo occidental es que nuestros hijos comiencen a caminar con una piedra de enormes dimensiones a sus espaldas, que les obligue a agachar la cabeza y a enfocar la vida como un juego de supervivencia y limitación, en lugar de un juego de abundancia y desarrollo personal. Habrá excepciones, por supuesto, pero es probable que un gran porcentaje de ellos acaben en esa situación si no hay cambios relevantes en el camino.

Pues bien, eso no tiene por qué ser así. Podemos ayudarles a cambiar las reglas del juego. Pero para poder hacerlo, hemos de encontrar una forma de inyectar mayores niveles de libertad en sus vidas adultas.

Y la forma más directa y efectiva de hacerlo es expandir su flexibilidad e independencia financiera.

Sí, ya sé. La educación, los valores, la inteligencia emocional, tocar el violonchelo y el baile de San Vito son mucho más importantes que eso.

Chorradas.

Todo eso es muy importante, por supuesto. Pero si los chavales, ahora adultos, no gozan de suficiente libertad de movimientos para desarrollarlo y manifestarlo en su ecosistema personal, poco impacto tendrán esos preciados activos en el plano práctico. Y por eso, uno de los mejores regalos que podemos hacerles es posibilitar que empiecen a caminar dentro de un marco vital de menores restricciones financieras, para que así puedan desarrollar mejor su potencial dentro de ese mundo tan exigente hacia el que nos dirigimos.

No sólo eso. También vamos a conseguir que interioricen el hábito de espolvorear su vida con virutas de libertad de forma recurrente, una vez lleven ellos mismos el volante como adultos. Y eso tiene un valor incalculable, porque multiplica por varios enteros su capacidad de ser felices.

Veamos cómo puedes hacer esto paso a paso.

El proceso de cultivo de flexibilidad financiera

Para que tus hijos tengan flexibilidad de movimientos para dirigir sus vidas en la dirección que más les llama, lo primero que deben conseguir es reducir su necesidad de trabajar por dinero.

Deja que lo repita: Reducir su necesidad de trabajar por dinero.

Y eso es algo en lo que les puedes ayudar tú. Sin esperar. Puedes empezar ahora mismo.

Pero antes de entrar en detalles, aclaremos un par de conceptos.

La dinámica vital adulta comprende muchas actividades diferentes. Pero, como sabes ya muy bien, una gran parte de nuestra energía se destina a intercambiar nuestro tiempo y esfuerzo por dinero. Es lo que llamamos coloquialmente “trabajar”. La esencia de “trabajar” no es otra que esa: Nos comprometemos a dedicar una parte importante del tiempo del que disponemos a algo, y a cambio obtenemos una compensación económica, que después intercambiamos por lo que llamamos “vida”: Comida, cobijo, vestimenta, actividades de ocio, caprichos, etcétera etcétera.

En otras palabras, nuestra capacidad de “vivir” depende directamente de nuestra capacidad de obtener “dinero”. Y nuestra capacidad de obtener dinero suele depender del compromiso de nuestro “tiempo” a alguna actividad que la sociedad, o un grupo determinado dentro de ella, valora de algún modo.

Esas son las reglas del juego. Y dentro de esas reglas puedes jugar tus cartas lo mejor que puedas para construir un proyecto de vida que te permita sentirte satisfecho y feliz. Pero tus posibilidades de ganar, si perteneces a las nuevas generaciones, parecen reducirse cada vez más.

Por ejemplo, puedes tener la suerte de encontrar una ocupación que, además de proporcionarte dinero, te satisfaga desempeñar. O al menos, que no te moleste demasiado llevar a cabo. Si no lo consigues, tus opciones para ser feliz se circunscriben a lo que haces con el resto del tiempo que te queda. Y eso no es sencillo, porque si no estás satisfecho durante más de la mitad de tu tiempo consciente porque tu trabajo no te gusta, es jodido que el fotograma global de tu vida sea una obra de Picasso. 

Así que tu mejor opción, ya que probablemente tendrás que trabajar durante una gran parte del día, es apostar a encontrar una ocupación que te satisfaga lo suficiente, para que no tengas que depender de las migajas de tiempo que te quedan para ser feliz. Esa es la teoría.

Pero en la práctica hay un problema.

En la práctica, la presión de obtener dinero limita tus opciones. Es posible que alguna ocupación te atraiga pero no pague lo suficiente a corto plazo, o represente demasiado riesgo. Es posible que no tengas mucho tiempo para elegir entre las opciones que se te presentan. Y es posible que, una vez estés dentro de una, tampoco tengas mucho tiempo para parar y pensar si quieres explorar otros caminos, ni la voluntad de tensar las cuerdas para desempeñar tus tareas de la manera que a ti te apetece, aunque difiera de las expectativas de los demás.

Los gastos y las facturas aprietan. No te dejan levantar la cabeza y contemplar con tranquilidad hacia dónde quieres ir. No hay espacio para el ensayo-error. Te vuelves garantista, averso al riesgo (y a la aventura), “segurolas”. En otras palabras, vas tendiendo poco a poco a renunciar a la incertidumbre. Y con esa renuncia, renuncias también a la sal de la vida.

Esa es la cruda realidad de la inmensísima mayoría de las personas hoy en día. Y las tendencias actuales no hacen sino fortalecer la probabilidad de que esa situación continúe y se exacerbe en el futuro. El futuro en el que vivirán tus hijos.

¿Hay algo que puedas hacer para mejorar esa situación y darles mejores opciones?

Sí, lo hay.

Puedes darles una buena educación, enseñarles inteligencia emocional, valores… y el baile de San Vito. Pero eso, me aventuro a decir, seguro que ya estarás intentando hacerlo.

También puedes hacer otra cosa: Darles flexibilidad vital. Más opciones para navegar. Mayores posibilidades de encontrar la ocupación que les satisface y un poder superior de decisión sobre su vida en general.

¿Cómo?

Simplemente, enseñándoles a construir tiempo vital.

Tiempo en el que la presión de obtener dinero no exista, o se minimice.

Tiempo fértil en el que poder plantar, sin prisa, las semillas de la felicidad en sus vidas.

¿Y cómo se crea ese “tiempo vital”?

Mediante la construcción de un colchón financiero gracias a la práctica de la inversión y el efecto multiplicador del tiempo cronológico. Primero tú para ellos y después ellos para sí mismos.

Esto, que parece tan complicado, es una chorrada como un castillo y al alcance de todo el mundo que tenga una mínima capacidad de ahorro. No es necesario saber física cuántica ni hacer dobles mortales con tirabuzón. 

Visualicemos cómo funcionaría el proceso en la práctica.

Dos protagonistas: Gandalf (el padre, 50 años) y Frodo (el hijo, 10 años).

Gandalf mete 200 euros al mes en la cuenta de inversiones de Frodo, que los invierte automáticamente en un fondo de renta variable global diversificado. El proceso se ejecuta de forma automática cada mes sin que Gandalf tenga que dedicarle ni un segundo de su atención.

A medida que Frodo crece, va observando lo que sucede y aprende las implicaciones de invertir todos los meses.

Con hipótesis razonables, a sus 25 años Frodo tendría, redondeando, alrededor de 50.000 euros (32.000 euros descontando la inflación). En ese momento, su padre Gandalf deja de contribuir a las inversiones de Frodo, ya que Frodo está en edad de trabajar y es el turno de Gandalf para tumbarse al sol y tomar unos daiquiris sin que sus hijos le toquen tanto las pelotas.

Frodo consigue un trabajo y empieza a emular a su padre, aportando también 200 euros al mes a su cuenta de inversiones. A sus 35 años, Frodo acumula en torno a 200.000 euros (aproximadamente 100.000 euros descontando la inflación). Y si continúa con este hábito adquirido hasta su jubilación, Frodo habrá acumulado suficiente patrimonio como para no tener que depender de los caprichosos deseos de nuestros competentes gobernantes durante su dorado retiro. Lo cual, en vista de la dirección que toma la situación del «estado del bienestar», es probablemente muy deseable.

Y todo eso sin hacer nada. Cero. Zip.

Simplemente dejar que el tiempo transcurra.

¿Brujería?

No. Es simplemente la forma en la que el interés compuesto funciona. El secreto es empezar pronto. Lo demás llega solo.

Ahora dime, ¿cuántos jóvenes de 35 años conoces con 100.000 euros ahorrados?

Yo muy pocos. Y seguro que tú también. Parece una cantidad desorbitada, y lo es. Pero recuerda que se ha hecho realidad gracias a la utilización inteligente de unos meros 200 euros cada mes.

¿Qué es lo que te dan esos 100.000 euros?

Wrong answer: Un coche, 17 IPhones, viajar…

Right answer: Opciones.

Ese dinero es tiempo vital. Si un joven gasta 20.000 euros al año, ese dinero representa un tiempo vital de 5 años. 5 años en los que no necesita trabajar por dinero, y que puede emplear en dirigir su vida hacia donde más le interese. Aprender cosas, probar cosas, descubrir cosas. Cosas que ese joven no podría ni imaginar hacer si el yugo de la necesidad de dinero inmediato oprimiera su cuello, como es el caso de la mayoría de los mortales.

Un aspecto muy importante: El dinero ahorrado es suyo. Está a su nombre. Lo han visto crecer poco a poco durante mucho tiempo. Y cuando son ya adultos, han interiorizado ya el hábito de invertir. Ellos llevan ahora el volante y crean su propio destino. Es una situación que no tiene nada que ver con aquella en la que unos padres «ayudan» financieramente a su hijo cuando ya es adulto. La experiencia vital es diferente. Aunque monetariamente sea equivalente, vitalmente no lo es. En un caso fortaleces su autoestima, porque es él quien dirige el timón y soluciona los problemas desde que empieza su vida adulta; en otro caso, aunque actúes con tus mejores intenciones como padre al «salvarle» de las restricciones, quizás no tanto. 

«Pero 200 euros es mucho para mí. No puedo permitirme tanto». Da igual. Lo que puedas estará bien. Cada euro que destinas es un euro que compra flexibilidad vital multiplicada para tus hijos. No gastar ese euro hoy e invertirlo para tus hijos no les proporciona ese mismo euro en el futuro, sino un importe muy superior gracias al efecto del interés compuesto. Es una unidad de renuncia actual para ti que se intercambia por muchas unidades de disfrute futuro para una de las personas que más quieres, y precisamente cuando más los necesita. Pocos tratos son más obvios que este.

Disponer de ese tiempo vital o no disponer de él es, literalmente, la noche y el día. Son dos vidas radicalmente diferentes en capacidad de desarrollo, en libertad de movimientos y en potencial de encontrar propósito y felicidad.

Hacer esto está al alcance de muchísima gente. Pero poquísima gente lo hace.

¿Por qué?

No son conscientes de ello, o siendo conscientes, no empiezan lo suficientemente pronto para aprovecharse del efecto multiplicador del tiempo.

Haz eso para tus hijos. Probablemente es, después de tu cariño, presencia y atención, el mejor regalo que les puedes hacer si quieres maximizar su capacidad de ser felices.

Pero esto de invertir tiene su riesgo, ¿no Frank? ¿No puedes perder?

Sí. El riesgo no es cero. Pero a la hora de evaluar ese riesgo, debes considerar dos ideas muy importantes. La primera es que no hacerlo, en un contexto de tendencia continuada de restricciones vitales para los jóvenes desde el plano político, social e institucional, te catapulta hacia el resultado de un día a día repleto de limitaciones. Y la segunda es que el riesgo de pérdida de esa inversión es extremadamente bajo en un horizonte temporal suficientemente largo. Por eso es tan importante empezar pronto. Si empiezas pronto, las probabilidades de ganar – y ganar mucho – están a tu favor de forma abrumadora. Y por eso tiene tanto sentido que empieces a implementar esta estrategia con tu hijo cuando aún es un niño: El riesgo de la inversión se reduce materialmente, porque su horizonte temporal teórico es mucho más largo que el tuyo.

Resumiendo este galimatías en unas pocas palabras, lo que estarías haciendo es brindar a tus hijos posibilidades multiplicadas de construir un proyecto de vida satisfactorio, en un mundo que resulta cada vez más difícil de navegar para las nuevas generaciones.

Ahora que ya sabes todo esto, no puedes permitirte no hacerlo. Serías un “mal padre”, y eso no puede ser. Merry Christmas, y a trabajar.

Pura vida,

Frank.

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