Recuerdo bien aquel día. Estaba leyendo el periódico y aquella noticia captó mi atención. La leí detenidamente mientras tomaba un café. Después de reflexionar durante unos momentos, envié un correo electrónico al fundador de la empresa a la que hacía referencia el artículo.
No sé muy bien por qué lo hice. No dije nada especial en aquel correo. Era una especie de “eh, me he dado cuenta de lo que estáis haciendo y me parece un gran proyecto”, junto con dos o tres pensamientos muy personales sobre la visión estratégica.
Al de poco tiempo, él me respondió. El tono de su mensaje era muy parecido al mío. Ambiguo, pero a la vez cercano. Algo había hecho “click” en un plano emocional, aunque no hubiera ninguna evidencia concreta de ello.
Decidimos vernos en una ciudad europea cercana al cabo de unos días. De aquel encuentro surgieron muchas cosas, entre ellas un compromiso de colaboración profesional muy atractiva desde todos los puntos de vista, una gran oportunidad de inversión y la posibilidad de conocer a otras personas muy interesantes de las que había mucho que aprender.
¿Y qué hizo posible todo eso? ¿Por qué entonces? ¿Por qué yo y no otra persona? ¿Cuál fue la moneda que Frank Spartan utilizó para acceder a aquella experiencia? ¿Su carisma? ¿Su inteligencia? ¿Su varonil tono de voz? ¿Su camisa hawaiana?
No. Quizá eso ayudara un poco, pero no fue el factor determinante.
El factor determinante fue el tiempo.
Simplemente tenía tiempo libre. Tiempo libre para leer aquella noticia. Tiempo libre para reflexionar. Tiempo libre para enviar aquel correo. Tiempo libre para coger aquel avión. Y tiempo libre para meterme en líos.
Y es que hay una lección vital de gran valor que solamente se deja ver a contraluz y que no terminamos de apreciar: Ese tiempo en el que no estamos ocupados, que a primera vista parece desperdiciado, ocioso, vacío y sin sentido, ese tiempo que nos empeñamos en llenar para evitar mirar hacia lugares que nos intimidan, es en realidad el tiempo que nos ofrece las mejores oportunidades para sacarle auténtico jugo a la vida. La moneda que más valor tiene.
La pregunta es: ¿Nos queda algo de ese tiempo?
No mucho, ¿verdad?
¿Por qué?
Veámoslo.
El problema de la humanidad
Es posible que hayas oído hablar de Blaise Pascal. Fue un investigador francés que murió muy joven, a los 39 años. Pero tuvo una vida muy prolífica y realizó contribuciones muy importantes en los campos de las matemáticas y la física.
Lo que no es tan conocido es que, en la última etapa de su vida, Pascal se concentró en aspectos relacionados con la filosofía y la teología, y algunas de sus ideas influenciaron muchos aspectos de las ciencias sociales tal y como las conocemos hoy. Se podría decir que profundizó en los complejos recovecos de la psique humana mucho antes de que la psicología fuera considerada una disciplina formal.
Pues bien, una de las grandes afirmaciones de Pascal en aquella época es ésta:
All of humanity’s problems stem from man’s inability to sit quietly in a room alone.
Según Pascal, nos asusta el silencio. Nos aterra la inactividad. Abominamos el aburrimiento. Y para evitar todo eso, elegimos un sinfín de distracciones sin sentido. Elegimos huir de nuestras emociones desviando nuestra atención hacia las engañosas comodidades de la mente.
En esencia, lo que nos dice Pascal es esto: No hemos aprendido a estar solos. No hemos aprendido a ser. No hemos aprendido a ser autoconscientes, a mirar hacia dentro, a conectar con nosotros mismos. Nos da miedo. Y por eso huimos.
Por cierto, Pascal llegó a esta conclusión en el siglo XVII. No había televisión, ni Internet, ni innumerables distracciones a nuestro alcance con sólo pulsar un botón con el culo pegado al sofá.
¿Habremos mejorado algo desde los tiempos de Pascal? Sí, no cabe duda de que hemos conseguido un gran progreso científico y tecnológico, pero ¿hemos progresado también en sabiduría, en equilibrio mental, en sentirnos mejor con nosotros mismos?
No sé tú, pero yo estoy oyendo un ruido de fondo que se parece a la bocina de Harpo Marx.
¿Por qué nos vemos arrastrados hacia permanecer ocupados?
El gran beneficio que Internet nos ha proporcionado es que ahora podemos acceder a prácticamente todo lo que queramos con suprema facilidad. Y ésa es también su mayor amenaza.
Ahora vivimos en un mundo en el que estamos conectados a todo. A todo menos a una cosa.
Nosotros mismos.
La práctica continuada de esa conexión tiene una consecuencia directa: Desarrolla y refuerza el hábito de poner nuestra atención en el exterior. Y eso es algo muy seductor. ¿Por qué estar solos cuando no tenemos por qué? ¿Por qué estar sin hacer nada cuando podríamos estar haciendo un montón de cosas y compartiéndolo con los demás?
Sí, eso es muy tentador. Pero tiene un pequeño problema: Esa dinámica de comportamiento nos desconecta cada vez más de nosotros mismos, porque no podemos llegar a conocernos mejor si siempre estamos ocupados, si nunca estamos en silencio, si nunca estamos solos.
Y cuando estamos desconectados de nosotros mismos nos pasan cosas que no son fáciles de explicar.
Por ejemplo, ¿por qué nos sentimos solos si no estamos solos? ¿Por qué nos sentimos vacíos si estamos siempre ocupados? ¿Por qué nos sentimos impotentes y sin capacidad de controlar nuestra vida si estamos conectados a todo lo que sucede? ¿Por qué todas esas tecnologías nos hacen sentir menos libres emocionalmente, cuando se supone que deberían hacer lo contrario?
Es extraño, ¿no es verdad?
O quizás no tanto.
Quizás la explicación es que a pesar de que intentemos eludir, a través de toda esa frenética actividad, la incomodidad de hacer frente a la relación que tenemos con nosotros mismos, esa incomodidad no desaparece realmente. La incomodidad sigue ahí, observándonos sin pestañear, mientras nosotros nos afanamos en ignorarla como buenamente podemos.
Déjame que te haga una pregunta: ¿Dirías que tienes un buen grado de autoconciencia? ¿Dirías que te conoces relativamente bien, que entiendes cómo te sientes y por qué, qué buscas y por qué, cómo te comportas y por qué?
Casi todo el mundo piensa que sí. Pero Frank Spartan está dispuesto a jugarse la barba a que casi todo el mundo está muy lejos de ese punto, por la sencilla razón de que muy pocas personas saben estar solas. Muy pocas personas saben estar sin hacer nada. Muy pocas personas deciden proactivamente detener esa espiral desenfrenada de actividad y explorar otra dinámica de comportamiento en su día a día.
Y eso es un ingrediente absolutamente clave para conocerse a uno mismo. Sin ese ingrediente, por muy inteligente, perceptivo o sensible que seas no puedes cocinar la receta. La tarta te saldrá de culo y no habrá valiente que se la coma.
Lo que Pascal dijo hace ya varios siglos sigue siendo cierto. Nuestro problema sigue siendo que no sabemos aburrirnos. No toleramos el aburrimiento. Lo asociamos a dolor, a vulnerabilidad, a dejar que nuestro lado oscuro invada un territorio que creemos que tenemos bajo control. Por todas estas razones, nos provoca aversión. Huimos de él como de un cobrador de facturas.
Pero, paradójicamente, es en el aburrimiento donde se encuentra la semilla de la felicidad.
De la felicidad que merece la pena, al menos.
Los peligros escondidos de una vida sin pausas
A primera vista puede parecer que una agenda repleta de tareas, planes y actividades, así como una mente que carbura a pleno rendimiento saltando de un sitio a otro, es un factor indicativo de una vida estimulante y activa. Y eso es probablemente cierto.
Pero la pregunta es: ¿Es ésa la forma de estimulación que tiene sentido adoptar para vivir una buena vida?
Eso ya no es tan obvio, ¿verdad? Al menos, a Frank Spartan no se lo parece. Y es que esta forma de estimulación va acompañada de algunos peligros.
1. Nos arrastra a actuar desconectados de nosotros mismos
Cuando estamos demasiado ocupados, acabamos creyendo cosas sin saber realmente por qué, sintiendo cosas sin saber realmente por qué y haciendo cosas sin saber realmente por qué. Acabamos convirtiéndonos en marionetas de las influencias externas. Acabamos viviendo sin dirección, sin brújula, sin timonel.
Para poder elegir un camino y una forma de vida que nos llene, primero hemos de conectar con nuestro interior. Primero tenemos que conocernos mejor. Primero tenemos que hacer las preguntas adecuadas, y saber escuchar las respuestas.
Sin silencio no podremos escuchar. Sin escuchar no podremos aprender. Y sin aprender no podremos entender quiénes somos y qué queremos en realidad.
Y ésa es la mejor estrategia para que nada parezca tener mucho sentido.
2. Debilita nuestra capacidad de apreciar la sutilidad
Cuando estamos demasiado ocupados, la calidad de nuestra atención se resiente.
No captamos el pequeño gesto de ese amigo que indica que no está tan bien como nos cuenta. No apreciamos esos momentos mágicos que constantemente se producen ante nuestros ojos. No acertamos a desenredar el nudo de esa emoción que nos sacude por dentro. No nos damos cuenta del gran impacto que una palabra o un pequeño gesto pueden tener en esa persona en ese momento.
Cuando entramos en esa dinámica, vivimos ciegos. Sólo vemos los raíles por los que circulamos, sin reparar en todo lo que nos rodea. Nuestra capacidad para relacionarnos con el mundo con sabiduría se atrofia.
Y eso no es bueno para nosotros, ni bueno para el mundo.
3. Reduce nuestra capacidad de identificar oportunidades
Cuando estamos demasiado ocupados, perdemos capacidad de identificar y aprovechar oportunidades.
El mundo está lleno de oportunidades. Oportunidades de involucrarnos en nuevos proyectos, de establecer nuevas relaciones con personas interesantes, de crear momentos especiales con familiares y amigos, de practicar actividades que nos proporcionen mayor satisfacción, de descubrir nuevos ambientes, de desarrollar nuevas habilidades, y un largo etcétera.
Una agenda repleta renuncia a todas esas posibilidades. Una agenda repleta imposibilita el desarrollo de otras dimensiones vitales. Una agenda repleta ancla nuestro potencial de satisfacción a la estrechez del mundo conocido, cerrando los ojos a la amplitud del mundo que nos queda por conocer.
Y eso implica cerrar la puerta a la aventura en nuestras vidas.
Aprende a detenerte
Ya hemos visto que no son pocos los peligros de una agenda demasiado ocupada y que seguir ese camino no parece lo más recomendable para vivir una buena vida. Pero ¿cuál es el antídoto? ¿Cómo podemos mejorar las cosas?
De una forma muy sencilla: Deteniéndonos.
Esto no es tarea fácil. El mundo a nuestro alrededor nos arrastra a permanecer continuamente en movimiento. Por eso, si no lo hacemos por iniciativa propia y mediante una decisión consciente no lo conseguiremos.
No voy a engañarte. Va a doler. Va a ser incómodo. No hacer nada no es fácil. Estar solo no es fácil. Pero casi nada que merece la pena es fácil, así que no te extrañes porque esto tampoco lo sea.
Estás intentando forjar un hábito. En todo hábito hay una fase de resistencia que puedes vencer con pequeños pasos y consistencia. Y también tienes estrategias más sofisticadas a tu disposición. Utilízalas. El objetivo merece la pena.
Cuando vayas aprendiendo a convivir con la soledad y la inactividad sin sentir incomodidad, la luz empezará a entrar. Empezarás a conocerte mejor, a entender con más agudeza emocional qué es lo que te mueve y por qué, a apreciar el mundo con una perspectiva diferente y a interactuar en él con mayor autenticidad.
Y aunque tus problemas no desaparezcan, es posible que esa autenticidad provoque que empieces a tener mejores problemas. Problemas que te hagan sentir que tu vida tiene un propósito alineado con quién eres y lo que quieres, y que el mundo, por alguna extraña razón, tiene un poco más de sentido.
No sé a ti, pero a mí eso me suena bastante bien. Así que quizás debas aprender a aburrirte un poco. Puede que no sea algo tan horrible como crees.
The overscheduled life is not worth living.
Naval Ravikant
Pura vida,
Frank.
Hola, excelente articulo, soy diseñadora de ambientes voy a aplicar estas ideas con mis
proyectos.
Hola,
Gracias… y suerte!