De vez en cuando, Frank Spartan comparte un momento de café o cerveza con algún amigo. Muchos de esos encuentros duran relativamente poco tiempo, porque esas agendas endemoniadas con vida propia no permiten que cosas así se extiendan demasiado. De igual modo, las conversaciones suelen girar sobre temas circunstanciales, como experiencias recientes, el curso de papiroflexia de los hijos o el partido de fútbol del domingo que viene. En parte por las limitaciones de tiempo, en parte porque hablar de temas “banales” nos suele parecer a todos mucho más sencillo… y más exento de posibles riesgos.
En algunas ocasiones, sin embargo, ese momento se alarga un poco, y la conversación con él. Esa mera extensión del girar de la peonza provoca que la sensación de confianza mutua comience a florecer sutilmente. Y después de unos instantes, a veces, sólo a veces, suceden cosas.
El tono empieza a cambiar y se vuelve más grave. La cadencia del flujo de palabras se reduce. El grado de atención se intensifica. Y los temas de conversación se vuelven, como por arte de magia, «algo menos banales”. Afloran intimidades, confidencias y sentimientos que permanecen ocultos durante los fugaces y atropellados encuentros que experimentamos habitualmente. Ese es el tipo de interacciones que nos hace percibir que tenemos una conexión “especial”, “más profunda” o “que merece la pena” con alguien.
Si tienes ya unas cuantas décadas a tus espaldas, habrás comprobado que muchas de estas conversaciones “profundas” acaban girando sobre el tiempo que nos queda por vivir. El problema de salud de este, el susto de aquel, el fallecimiento de los padres del de más allá. Cosas que, desafortunadamente, suceden ya con frecuencia en esta etapa, y que desenlazan en disquisiciones filosóficas sobre lo corta e impredecible que es la vida.
La muerte nos asusta. A partir de cierto punto en nuestro recorrido vital, nos hacemos dolorosamente conscientes de que ya no nos queda tanto tiempo por delante. Esa toma de conciencia es como una intrusiva punzada que drena de gotas de ilusión nuestro día a día, lenta e inexorablemente. Cuando estamos muy ocupados no solemos reparar en ello, pero cuando tenemos unos momentos de silencio con nosotros mismos, ese pensamiento o sensación abstracta de que nos queda poco tiempo aparecen, lúgubres y desafiantes, sin ser invitados.
La angustia existencial que emerge de esta experiencia no es agradable. Y además de no ser agradable, resulta desempoderante. Merma nuestra energía e iniciativa para poner cosas en marcha y empaña nuestra perspectiva vital con una fina capa de apatía, por muy joviales que actuemos en nuestras interacciones sociales.
Sabes muy bien de lo que te hablo, ¿no es verdad?
Me queda poco tiempo.
No te gusta oírlo en tu cabeza. Y no te culpo. A nadie le gusta lo más mínimo.
Pero no tiene por qué ser así.
Hoy vamos a hablar de cómo puedes cambiar esta perspectiva sobre la muerte y el tiempo, y así librarte de sus perniciosos efectos en tu estado de ánimo.
Para que ya no sientas que llevas un saco de piedras a tus espaldas, sino todo lo contrario. Para que sientas que caminas ligero y feliz.
Para que la muerte sea tu aliada y no tu enemiga durante el resto de tu vida.
¿Preparado?
Pues vamos allá.
¿Qué concepto tenemos de la muerte?
El miedo a la muerte es universal. Prácticamente todos lo sentimos, o lo hemos sentido alguna vez, en mayor o menor grado. Y tiene dos raíces principales:
La primera, con enfoque hacia delante: Lo desconocido del futuro. No sabemos con certeza qué sucede después de la muerte. Y la incertidumbre sobre algo tan relevante no nos hace ni pizca de gracia.
La segunda, con enfoque hacia atrás: La pérdida del pasado. El dejar de ser nosotros, de compartir momentos con nuestros seres queridos, de pensar y sentir, de tener consciencia de nosotros mismos.
Esta segunda raíz es la más profunda y poderosa de las dos. Es la que apuntala con mayor firmeza la intensidad de nuestro miedo a la muerte: La aversión innata que tenemos a perder cualquier cosa, y mucho menos nuestra consciencia de nosotros mismos. Fuck that.
Ahora bien, no todo el mundo exhibe las mismas creencias ni utiliza las mismas herramientas a la hora de lidiar con este asunto.
La religión, por ejemplo, añade un componente interesante a esta dinámica. Las personas creyentes tienen fe en que la muerte, por aguafiestas que parezca, no es el final. Hay algo más en el guion para nosotros. Y eso indirectamente las lleva a concluir, con mayor o menor convicción, que no van a perder la consciencia de sí mismas al morir. Que seguirán siendo, de algún modo, ellas mismas. Quizá en otro estado – más etéreo y menos corpóreo – pero con una consciencia de sí mismas relativamente intacta.
En el otro extremo, tenemos a los ateos. Estos no creen que exista ningún dios, porque nadie les ha proporcionado evidencia suficiente de ello. Y por tanto concluyen que cuando llega la muerte, todo se acaba y santas pascuas. Tíos duros de cojones. Quizá un poco cenizos, pero coherentes con los hechos conocidos.
Y en el medio de ambos extremos tenemos a los que podríamos denominar agnósticos. No son estrictamente creyentes, ni estrictamente ateos. Forman parte de una paleta de colores variada, con ideas variopintas sobre lo que puede sucedernos después de estirar la pata, y abiertos de mente a descubrirlo cuando llegue el momento.
Puedes argumentar que, dependiendo de lo que elijamos creer, sufriremos más o menos por el miedo a la muerte, o que la influencia de este miedo sobre nosotros será más o menos intensa. Y probablemente tengas razón. Pero sea cual sea el grupo al que pertenezcamos, prácticamente todos nosotros empequeñecemos ante su presencia. El que nos quede poco tiempo es una idea que, una vez llegados a cierta etapa vital, nos martillea constantemente el cerebro. Los afilados dientes de la incertidumbre y el riesgo de pérdida se clavan con dureza en nuestras carnes. Es una ecuación existencial que anhelamos resolver y por eso este tema sale tan a menudo en esas infrecuentes conversaciones de confianza y conexión con los demás.
No sabemos cómo solucionar este problema. Y en esas conversaciones lo que estamos haciendo, sutilmente y sin apenas darnos cuenta, es pedir ayuda.
Llegados a este punto, voy a echarte una mano con este peliagudo asunto, porque Frank Spartan es así de enrollado. Eso sí, te pido mente abierta antes de leer lo que viene, porque no son precisamente pensamientos mainstream.
Let´s go.
Creencias sobre el tiempo y la muerte
La levedad del tiempo y la presencia de la muerte son como dos golems de piedra que vas a encontrar en tu camino tarde o temprano. Puedes intentar dejar de pensar en ellos, pero no los puedes evitar para siempre. En algún momento, aparecerán. Sólo puedes elegir cómo enfocar el momento en el que aparezcan durante tu travesía por la vida.
Seguramente has experimentado ya más de un atisbo de su poder. Quizá algún familiar o amigo se ha puesto gravemente enfermo. Quizá tus padres o tu hermano han fallecido. Quizá los familiares de algún amigo cercano. O quizá simplemente has comprobado que ya no puedes hacer las mismas cosas que antes. Que el cuerpo no responde de la misma forma. Y constatas en tus propias carnes que te estás haciendo viejo.
Todo eso son muescas que la levedad del tiempo y la presencia de la muerte dejan en tu estado de ánimo. Unas muescas son más profundas y otras menos, pero todas ellas dejan huellas que se van acumulando en tu alma, haciéndola más y más pesada.
Para solucionar esto, has de cambiar de enfoque. De perspectiva. De creencias sobre el tiempo y la muerte. Eso no es fácil, pero es necesario para vivir mejor. O vivir con mayor sabiduría, si lo prefieres así.
Hay dos creencias en concreto que debes adoptar e interiorizar en lo más profundo de tu ser. Y cuanto antes lo hagas, mejor que mejor.
1. La muerte es importante para la vida
Tener presente que vas a morir pronto es el filtro más potente de “bullshit” que existe.
En otras palabras, ante la presencia frecuente de la muerte en tu consciencia, las excusas para no hacer lo correcto se desvanecen.
Imagina que pudieras disfrutar de una vida ilimitada. ¿Cuál sería el incentivo para hacer las cosas bien? ¿Para qué levantarse del sofá? Hay tiempo de sobra.
La escasez es lo que provoca interés y lo que permite que algo adquiera valor.
La limitación de tiempo es lo que nos motiva a aprovecharlo lo mejor posible.
La ausencia de consciencia de esa limitación es lo que hace que bajemos la guardia y desperdiciemos multitud de momentos y oportunidades para hacer de nuestra vida una obra de arte.
Los estoicos decían: “Memento mori”, que significa “recuerda que vas a morir”.
A primera vista puedes pensar que eso de darle más bola a la muerte de la estrictamente necesaria es una filosofía deprimente, pero cuando observes con atención podrás comprobar que es todo lo contrario. Tener presente que vas a morir pronto es la luz que ilumina con mayor intensidad el camino de tus decisiones y tu comportamiento.
Ante esa luz, no hay espacio para tonterías. No hay espacio para personas tóxicas. No hay espacio para más tiempo en trabajos que no te satisfacen. No hay espacio para actividades que no te llenan. No hay espacio para hábitos no saludables. No hay espacio para la pereza o la vergüenza que te impiden crear momentos especiales, o para dejar cosas importantes sin decir o sin hacer.
El arte de vivir está inexorablemente anclado a la consciencia sobre la muerte. Y por eso la muerte es tan importante para la vida.
2. Si la muerte está, no estás tú, y viceversa
Epicuro de Samos, uno de mis filósofos favoritos, decía esto en su carta a Meneceo, allá por el año 275 antes de Cristo:
“Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros.
Todo bien y todo mal reside en la sensación,
y la muerte es la privación de toda sensación.
Así, el conocimiento de que la muerte no es nada para nosotros
nos permite disfrutar de la vida mortal,
sin añadirle la ilusión de la inmortalidad
y sin temer la privación de la vida.
Pues no hay nada temible en vivir
para quien ha comprendido que nada hay de temible en no vivir.»
Muchas personas creen que la filosofía de Epicuro estaba centrada en el placer hedonista y poco más. Nada más lejos de la realidad. Es una de las contribuciones más valiosas a la sabiduría de vivir que existen, centrada en la prudencia, la vida sencilla, la eliminación del sufrimiento y, sorpresa, sorpresa, la serenidad ante la muerte.
En este pasaje, Epicuro explica una idea muy poderosa: Nosotros y la presencia de la muerte son realidades mutuamente excluyentes. Cuando estamos nosotros, no está ella. Y cuando está ella, no estamos nosotros. Por lo tanto, no tiene sentido tenerle miedo. Es algo que no debe perturbar nuestra serenidad para vivir una buena vida.
Hace no mucho tiempo le dije a una persona muy cercana, en una de esas infrecuentes conversaciones, que no me importaba demasiado morirme mañana o dentro de 30 años. Me miró sorprendida, como si hubiera dicho algo sin ningún sentido o estuviera tomándole el pelo. Pero no, fui sincero y lo dije con absoluto convencimiento.
¿Por qué?
Porque no tengo la sensación de haber vivido mal. Todo lo contrario, tengo la sensación de haber vivido bien, sin gran cosa que haber dejado de hacer o haber cometido errores que deba corregir antes de que se me acabe el tiempo. Si muero mañana, dejaré de ser yo mañana. Si muero dentro de 30 años, dejaré de ser yo dentro de 30 años. Y mientras viva, el tiempo que sea, seré yo. Las únicas personas que serán conscientes de que ya no estoy serán los demás, no yo. No habrá sufrimiento alguno en mí, sólo en – quizás – algunas de las personas cercanas a mí que sigan viviendo. Y eso me entristece, pero lo hace porque estoy vivo ahora. No podrá entristecerme entonces, porque entonces ya no lo estaré.
Como dijo Epicuro en su carta, vida y muerte, sensación y ausencia de sensación, son realidades mutuamente excluyentes. Es nuestra mente la que las superpone en una compleja ilusión mental.
Esto no es un pensamiento frío, es simplemente lógico y muy real. Una idea que, una vez entendida, lejos de provocar ansiedad, estimulará enormemente la serenidad y la claridad mental en tu vida.
“Estar muerto es como ser idiota. Sólo es doloroso para los demás.”
– Ricky Gervais
El antídoto contra el sufrimiento
Vale Frank. Estas dos creencias están muy bien, pero no nos aíslan de los infortunios. No pueden evitar que el sufrimiento nos invada. No pueden protegernos de la amargura de hacernos mayores. Contra eso no hay cura posible.
Bueno, veamos si consigo convencerte de que eso no tiene por qué ser así.
Estas creencias, una vez interiorizadas, te ayudan a dejar de ver a la muerte y al tiempo que te queda por vivir como enemigos de tu estado de ánimo y tu claridad mental para tomar decisiones. El beneficio que producen no es «aditivo», sino que es un beneficio que se manifiesta indirectamente, “por eliminación”.
Estas creencias te ayudan a dejar de preocuparte. A que ceses de concentrarte en algo que antes representaba una amenaza para tu integridad personal y tu tranquilidad existencial, pero que ahora ya no lo hace.
Y ese “dejar de preocuparte” te permite crear espacio en tu mente – o más bien, en tu capacidad de prestar atención – para que puedas concentrarte en otras cosas más productivas.
¿En qué?
Por ejemplo, en hacer del momento presente una obra de arte.
Porque eso es todo lo que tienes. Este momento.
Cuando le dije a aquella persona que no me importaba demasiado morir mañana o dentro de 30 años, lo hice porque tengo el convencimiento de que he utilizado la suma de momentos presentes que he tenido a mi disposición relativamente bien. Y porque tengo el compromiso conmigo mismo de utilizar la mayoría de los momentos presentes que me queden, sean los que sean, lo mejor posible.
No sé cuántos de esos momentos tendré, ni me importa demasiado. Pero tengo este. En este, estoy escribiendo este rollo para interiorizar aún mejor estas ideas y también para que tú lo leas, por si te ayudan también a ti. Y eso me parece un buen uso de este pedacito de tiempo.
Pero bueno, ojajá haya muchos momentos futuros, ¿¿¿no??? – me dirás. La verdad es que no pienso prácticamente en ello. No lo hago porque ese deseo desvía la intensidad de mi atención del momento presente. Y además, no me interesa, porque es algo que no puedo controlar. Así que… ¿para qué prestarle atención alguna?
Después de este momento vendrá otro, y otro, y otro. Seré más viejo, tendré más limitaciones, y puede que me sucedan cosas buenas o cosas horribles. Pero en cada uno de esos momentos, dentro de mis posibilidades, podré decidir qué hago y qué no hago. Y cuando ya no haya más momentos, ya no podré decidir. Pero eso no importa, porque ya no estaré. Lo único que importa es lo que decido hacer ahora. Hoy. Eso es lo que marca la diferencia entre una vida bien vivida y una que no lo es tanto, e indirectamente lo que provoca que sientas angustia o serenidad ante la experiencia del paso del tiempo y la proximidad de la muerte.
«Ayuna, levanta pesas, corre, estira y medita.
Construye, vende, escribe, crea, invierte y posee.
Lee, reflexiona, ama, busca la verdad e ignora a la sociedad.
Adopta estos hábitos. Di no a todo lo demás.
Después, relájate. La victoria está asegurada.»
– Naval Ravikant
El mejor antídoto contra el sufrimiento que constantemente amenaza nuestras vidas es la pericia en el buen uso del momento presente, hasta que ese momento deje de existir.
Nada más, y nada menos.
Pura vida,
Frank.