Por un feliz y destilado 2024

Ya podemos arañar el comienzo de un nuevo año. Y como no podía ser de otra manera, Frank va a descapuchar su pluma para hacer algunas reflexiones.

He de confesar que los propósitos de año nuevo siempre me han hecho cierta gracia, porque son como hacerse trampas al solitario. Nos decimos a nosotros mismos que vamos a hacer esto o aquello, simplemente porque la Tierra ha terminado de dar una vuelta completa alrededor del Sol. Porque toca. Y cuando las cosas se hacen porque toca, no se suelen hacer muy en serio.

A pesar de todo, jugamos a este juego una y otra vez. Queremos creer. Confiamos en que las cosas cambiarán y que todo será mejor que ayer, porque la Tierra emprende una nueva órbita y con ella el universo nos concede una nueva oportunidad. Pero eso no es lo que suele suceder. Tras un breve periodo de tiempo ricamente especiado de euforia y convicción, tendemos a dejar de lado esas ridículas ambiciones y a volver dócilmente a nuestra cómoda, lineal y predecible existencia de antaño.

Y nada cambia.

Son muchas las razones por las que el juego de los propósitos de año nuevo no suele funcionar, pero esta reflexión no va de eso. Va de algo que esos propósitos dejan sutilmente entrever. Una de las grandes claves para vivir una buena vida.

Reflexionar sobre qué estamos haciendo y qué estamos dejando de hacer en este apasionante viaje.

 “La vida que no se examina no merece la pena”, decía Sócrates. Es una de mis citas favoritas, porque es demoledoramente cierta. Tomada en sentido literal puede parecer muy radical, pero lo que Sócrates quiere decir es que hay muchas trampas a nuestro alrededor que nos desvían del camino que conduce a vivir una buena vida. Y que si no tomamos proactivamente la decisión de detenernos de vez en cuando y comprobar si seguimos yendo en buena dirección, no haremos los ajustes necesarios y acabaremos, irremediablemente, perdidos.

Lo que Sócrates no decía es que estas reflexiones se deben hacer cada 31 de diciembre, bien atiborrados de turrón y alcohol, y después echarse a hombros una retahíla de retos absurdos que hemos visto en Instagram para sentirnos mejor durante unos pocos días. Eso ya es cosecha nuestra, porque somos auténticos especialistas en hacer chorradas y compartirlas con otras personas que también hacen chorradas.

Pero ya que estamos en las fechas oficiales de hacer propósitos de año nuevo, vamos a darle una vuelta a este asunto.

Veamos:

¿Qué tipo de propósito podría ser conseguible sin demasiado esfuerzo y aplicable a la inmensa mayoría de nosotros, y al mismo tiempo tener un impacto positivo considerable en nuestras vidas?

Para responder a esa pregunta, observemos el diseño que hemos creado para el mundo en el que vivimos y los comportamientos más habituales que dicho diseño provoca.

Isaac Asimov, uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo, acuñó una frase muy certera allá por el año 1988:

“El asunto más triste de la vida actual es que la ciencia gana conocimiento mucho más rápido que la sociedad gana sabiduría”.

Es un pensamiento con el que resulta difícil pelearse. Tanto entonces como 35 años después de que Asimov lo escribiera.

A pesar de la narrativa ideológica dominante de que el mundo se está yendo al carajo año tras año, que hay más pobreza, menos derechos, más enfermedades y más guerras, si tienes un pelín de rigor y consultas los datos es muy evidente que no es así. La tendencia, en prácticamente todos los indicadores relevantes, es incuestionablemente a mejor. Si lo que quieres es sobrevivir y prosperar, y te lanzan en paracaídas siendo bebé sin que sepas en qué lugar del mundo vas a caer, tienes muchas más probabilidades de conseguirlo si caes en el mundo actual que si lo haces en el mundo de hace varias décadas. No hay debate siquiera, salvo que seas un cenutrio ideológicamente lobotomizado y sin ninguna capacidad – o voluntad – de procesar información.

Ahora bien, ¿nos sentimos más satisfechos y felices en este mundo que no parece dejar de ir, objetivamente, a mejor?

Tu amigo Frank te diría, con escaso riesgo de equivocarse, que la respuesta a esa pregunta es no.

Y no nos sentimos más satisfechos y felices porque hemos diseñado el mundo para provocar, de forma natural, comportamientos que no redundan en nuestra felicidad. Disponemos de los recursos y los medios científicos y tecnológicos, pero es el diseño lo que falla.

Como dijo Asimov, no hemos diseñado el mundo con sabiduría.

Observemos los incentivos tenemos a nuestro alrededor. ¿A qué tipo de comportamientos nos impulsa el sistema que hemos creado?

Algunos de los ejemplos más evidentes son los siguientes:

  • Vivir deprisa
  • Llenar la agenda de actividades
  • Hacer varias cosas a la vez
  • Favorecer el contacto virtual sobre el personal
  • Dedicar mucho tiempo y atención a las redes sociales
  • Entretener a los niños con pantallas
  • Asociar el ocio con comer y beber en exceso
  • Inflar nuestro estilo de vida para aparentar
  • Estrechar nuestro margen financiero y perder libertad de movimientos
  • Hacernos más sumisos y dependientes de nuestro trabajo
  • Relajarnos y desconectar viendo Netflix
  • Comprar más de lo que necesitamos pulsando un botón
  • Favorecer temas de conversación banales y eludir temas de conversación importantes
  • Crear una máscara social que proyecte la imagen que queremos que los demás vean
  • Acumular desequilibrios emocionales sin resolver y sacrificar nuestra paz interior
  • “No tener tiempo” para cualquier cosa que requiera un poco de esfuerzo
  • Ofendernos ante cualquier opinión que amenaza nuestro ego
  • Dividirnos en grupos con diferentes ideologías enfrentados entre sí

Podría seguir, pero creo que captas la idea. El mundo que hemos diseñado con nuestro enorme poder científico y tecnológico nos impulsa, de forma natural, a vivir como zombis. Y zombis es lo que somos.

Cada vez más dependientes, confundidos y alienados, y cada vez menos conscientes de ello.

En este asunto, amigo mío, me temo no hay medias tintas.

Si te dejas llevar por los incentivos del sistema, mueres. El diseño es demasiado poderoso.

La única salida es comprometerte a llevar el timón. Montar tu propio diseño personal dentro del diseño del sistema. Y para eso sólo necesitas desarrollar dos hábitos fundamentales.

El primero, volviendo al principio de esta reflexión, es examinar tu vida. Detente y observa lo que estás haciendo y lo que estás dejando de hacer. No cada 31 de diciembre porque toca, sino cuando tú sientas que es necesario. El ritmo lo marcas tú, no el calendario.

El segundo, cuya importancia no puedo sobrevalorar, es saber decir que no.

Eliminar muchas cosas y centrar la atención en unas pocas.

Muy pocas.

Aquí tienes un propósito de fin de año ganador: La motosierra.

Reflexiona sobre todo lo que haces en tu día a día que no aporta gran cosa y empieza a cárgatelo sin contemplaciones: Costumbres, modos de relacionarte, ambientes, kilos de más, personas, actividades.

Y todo ese tiempo libre que voy a tener después de dejar de hacer todo eso… ¿con qué lo lleno? – me dirás.

Ese tiempo se llena por sí mismo, sin que tú tengas que hacer nada. Ahora no lo ves porque tu vida está llena de ruido, pero lo empezarás a ver una vez que la motosierra lleve un tiempo funcionando.

Cuando te centras en unas pocas cosas que merecen de verdad la pena, tu vida se convierte en un imán que atrae más cosas buenas – personas, caminos, ideas, oportunidades – de forma natural. Es una energía que irradias hacia el exterior sin poder evitarlo. Y el mundo tiende a recompensar ese tipo de energía, porque el mundo es un lugar cojonudo si haces las cosas bien.

Empieza a ser muy selectivo sobre con quién te relacionas, qué actividades practicas, qué contenidos consumes, por qué cosas te enojas, a cambio de qué renuncias a estar contigo mismo. Y si decides hacer algo o decides compartir tu tiempo con alguien, pon toda tu energía, atención y corazón en ello para que sean momentos brillantes.

Cuando dices “sí” a algo que no es esencial, estás diciendo “no” a algo esencial

Greg McKeown

Menos es más.

Siempre lo ha sido, y siempre lo será.

Que tengas un feliz y destilado 2024.

Pura vida,

Frank.