Emociones e IA: Dos caras de una misma moneda

Desde hace ya varios meses, no dejamos de hablar de la Inteligencia Artificial (IA). Que si un montón de trabajos van a desaparecer, que si los niños ya no van a aprender a pensar, que si las máquinas acabarán intentando exterminar a la raza humana como Skynet en Terminator, y un sinfín de teorías sobre las implicaciones de la repentina irrupción de esta tecnología en nuestras vidas.

Cuando nos encontramos a las puertas de un cambio que parece significativo, nuestro cerebro reacciona generando sensación de ansiedad. Nuestra percepción subjetiva del grado de incertidumbre sobre el futuro se dispara. Eso provoca que cuestionemos si nuestras circunstancias se verán negativamente afectadas de algún modo, y nuestra natural aversión a la pérdida provoca que nos afanemos en predecir qué demonios sucederá.

Este fenómeno psicológico de reacción a la incertidumbre del cambio es largamente universal. Pero dependiendo de nuestra personalidad y otros factores externos, nuestra forma de gestionarlo en la práctica es diferente. Las personas curiosas, proactivas y con medios a su alcance intentarán adelantarse y prepararse ante posibles escenarios futuros. Las personas perezosas y escépticas se dirán a sí mismas que las cosas no van a cambiar demasiado y harán oídos sordos al ruido de los medios de comunicación y las conversaciones alarmistas de su entorno. Y la gran mayoría de personas permanecerán en un territorio intermedio, en el que oyen cosas que no entienden del todo y se preocupan un poco, pero toman una actitud primordialmente reactiva. La inacción es la respuesta humana más natural ante un problema complejo.

¿Saldremos ganando o perdiendo con esta nueva tecnología? ¿Se elevará nuestra experiencia vital, o por el contrario se deteriorará? ¿Seremos más capaces o menos capaces? ¿Más felices o menos felices? ¿Nos sentiremos más o menos satisfechos con nuestra función y propósito en la vida?

La tendencia natural en las conversaciones de barra de bar es dar a estas preguntas una respuesta de brocha gorda: Será malo para todos o será bueno para todos, porque bla, bla, bla. Pero vamos a hilar un poco más fino, ¿te parece?

La tesis de este post es que esta tecnología supondrá un paso atrás para la mayoría – quizá la inmensa mayoría – de personas. No por las virtudes o defectos de la tecnología en sí, sino por nuestras propias limitaciones a la hora de utilizarla. Para una minoría de personas, sin embargo, supondrá un gran paso adelante. De hecho, este puede ser uno de los puntos de inflexión más potentes en la historia en cuanto a capacidad de diferenciación. La diferencia entre los que la usen “bien” y los que la usen “mal” será espectacular.

Para ilustrar este punto, hagamos un paralelismo con un tema que, aparentemente, no tiene nada que ver con la IA: La gestión de las emociones.

El gran fiasco de la gestión emocional

Recordarás que, en la época de la filosofía griega, la razón era considerada como el mayor sinónimo de la virtud, la espada más afilada, el caballo más rápido. Esta perspectiva se mantuvo relativamente intacta a lo largo de muchos siglos, pero hacia finales del siglo XX y especialmente en el siglo XXI, las cosas empezaron a cambiar. La razón pasó a un segundo plano y las emociones conquistaron el primer puesto en la escala de virtud de la cultura occidental.

La inteligencia, la lógica y la claridad mental fueron perdiendo terreno frente a la sensibilidad, la empatía, la compasión, la culpa, la ansiedad, la tristeza y la ira, a la hora de influenciar la conducta personal, la dinámica social, la política institucional e incluso el funcionamiento del poder legislativo y judicial en nuestra sociedad.

Las emociones cobraron mayor representatividad en el escenario. Experimentar una emoción pasó a convertirse en una causa legítima para actuar en consecuencia. Si me enfado por algo, estoy legitimado para reaccionar de forma agresiva. Si algo me ofende, estoy legitimado para atacar al que me ha ofendido. Si algo me entristece, estoy legitimado para culpar a algo o a alguien. Si me siento frustrado por no conseguir los resultados que quiero en un entorno concreto, estoy legitimado para criticar la forma en la que ese entorno está diseñado. Es la dinámica mental en la que funcionan muchos adultos y la inmensa mayoría de los niños en el momento actual. Algo que resulta paradigmático para nuestros abuelos, pero que es el agua en la que nadan los niños y jóvenes de esta generación sin ni siquiera darse cuenta de que esa agua está ahí.

En otras palabras, nuestra cultura favorece el que las emociones no se cuestionen. Si así lo siento, así es. Cualquier reacción de comportamiento que sea consistente con esa emoción es un comportamiento correcto y justificable en nuestras cabezas. Y aunque este principio moral de comportamiento aún “no cuele” en todos los casos, estamos yendo en esa dirección como sociedad muy rápidamente.

Las emociones son veneradas. Son consideradas como una manifestación natural de nuestra esencia. Y por eso la mayoría de las personas alaba sus emociones a través de su conducta. Eligen el acto que representa una elegante reverencia a sus emociones, acariciándoles el lomo, para no entrar en conflicto con lo que esas personas consideran “su verdadera identidad”.  

Esto es lo generalmente aceptado en nuestra cultura actual. Es el camino fácil, validado, reforzado y universalmente visible.

Pues bien, Frank Spartan te dice que, en la inmensa mayoría de los casos, la emoción marca el camino de comportamiento diametralmente opuesto al correcto. Es como una brújula que señala el sur. Lo que ocurre es que la inmensa mayoría de personas no se detienen a apreciar la naturaleza de este fenómeno ni a evaluar sus consecuencias prácticas.

Prácticamente siempre, la respuesta emocional lleva a una satisfacción interna efímera, pero peores resultados para uno mismo a corto, medio y largo plazo. En otras palabras, la respuesta emocional tiende a empeorar tu vida. Y esto es un principio difícilmente refutable si examinas tu propia experiencia histórica con un pelín de imparcialidad.

Las emociones son humanas, pero lejos de revelar más tu esencia, lo que hacen es desviarte temporalmente de ella. Son como distorsiones energéticas de tu persona que se producen alrededor de una media y que después revierten a ella. Y la clave de todo está en saber – o no saber – apreciar cuándo se está produciendo esa distorsión.

Cuando reaccionas a una herida a tu ego atacando al otro, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a una alegría haciendo un exceso, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a la tristeza de estar solo juntándote con el primero que pasa, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas al aburrimiento con entretenimiento pasivo, el resultado no suele ser bueno. Cuando reaccionas a la pereza tumbándote en el sofá, el resultado no suele ser bueno. Cuando haces “locuras” por amor, el resultado no suele ser bueno. Cuando te frustras de no obtener resultados y culpas a los demás, el resultado no suele ser bueno.

Todas estas situaciones no son reflejos de tu personalidad y no deben ser veneradas como tal. Son distorsiones. Desviaciones con respecto a quién eres cuando te encuentras en un estado equilibrado o estable. Espejismos que te marcan un camino que no suele redundar en lo mejor para ti. Y tu trabajo está en reconocerlas como tal antes de actuar.

Si haces eso, te garantizo que lo más probable es que concluyas que alimentar esa distorsión con un comportamiento acorde no tiene demasiado sentido para ti.

¿Quién hace esto en la práctica?

¿Quién va al gimnasio cuando se siente cansado? ¿Quién se calla un rato, respira y piensa antes de responder en una conversación agitada? ¿Quién busca la responsabilidad de la frustración o la tristeza en sí mismo antes de culpar a otros? ¿Quién hace las cosas en privado para satisfacer su orgullo personal en lugar de en público para conseguir la validación de los demás?

Muy pocas personas.

Esas son las personas que cuestionan sus emociones. Las que no huyen de la fricción. Las que a menudo concluyen que el camino hacia el que esas emociones apuntan no es bueno. Y las que, eventualmente, deciden tomar otro.

El resto de las personas, la gran mayoría, no cuestionan sus emociones. Creen que esa brújula siempre apunta al norte. Eligen el camino fácil, el camino de no fricción. Por eso obtienen malos resultados.

Y por eso la diferencia en experiencia vital entre unos y otros, en el conjunto de una vida, acaba siendo enorme. Mismas emociones, diferentes decisiones.

“Elige la respuesta no emocional ante cualquier situación y comprobarás cómo tu vida se vuelve más fácil.”

–  Naval

Lo mismo pasará con el uso de la IA.

La gestión de la Inteligencia Artificial

Es todavía muy pronto para vislumbrar el alcance de potencial aplicación de la IA a nuestras vidas, como individuos y como sociedad. Pero lo que parece evidente es que nos va a permitir realizar algunas – o muchas – tareas con menos esfuerzo.

La gran mayoría de personas va a adentrarse por ese camino sin cuestionarlo demasiado y se van a quedar en él. Van a intentar hacer lo mismo (o más de lo mismo) con menos esfuerzo. Ese es el comportamiento obvio, el generalizado, el fácil.

Esas personas van a elegir el camino de reducir la fricción. Y en ese proceso de reducción de fricción, van a atrofiar sus habilidades y su originalidad. Lejos de desarrollar su identidad y potenciar lo que les hace únicos, van a convertirse en seres humanos uniformes, intercambiables… y prescindibles.

La ausencia de fricción es el camino tentador y, al mismo tiempo, el camino de la destrucción de lo diferente. Todo lo bueno, todo lo duradero, todo lo que merece la pena se forja a través de la fricción, porque el desarrollo personal sólo es posible a través de ella. La fricción es la esencia de vida y el ingrediente fundamental para la satisfacción vital.

“El impedimento a la acción impulsa la acción; lo que se interpone en el camino se convierte en el camino. “

–  Marco Aurelio

Sin fricción no eres nada sino involución. Y el gran peligro de la IA es utilizarla exclusivamente para reducir la fricción en tu vida.

Antes de que existiera el “dating online”, las personas no tenían más remedio que interactuar unas con otras en la vida real. Acercarse. Correr riesgos. Experimentar el dolor de ser rechazado tras una conversación, y experimentar el placer de poder conectar tras varias conversaciones.  Era duro y difícil, y por eso, cuando lo conseguías, había satisfacción real para ambas partes. El “dating online” redujo considerablemente la fricción de conocer a alguien, pero lejos de mejorar la capacidad de conexión entre las personas, la empeoró. Ahora podemos conocer a la siguiente persona con un click, somos mucho más exigentes, menos tolerantes, nos fiamos menos de los demás, nos comprometemos menos, conectamos menos… y estamos mucho menos satisfechos en nuestras relaciones sentimentales que antes. Menor fricción, mayor fragilidad.

La ausencia de fricción nos vuelve menos resilientes, menos auténticos, menos originales, menos capaces de navegar las imperfecciones. Siempre ha sido así y siempre así será.

Entonces, ¿cómo debes gestionar el tenebroso fantasma de la IA para mejorar tu vida?

Buscando proactivamente la fricción en las áreas adecuadas a la hora de utilizarla.

Las áreas de desarrollo personal.

Las áreas que elevan tu originalidad, potencian tus fortalezas, estimulan tu curiosidad y facilitan tu capacidad para avanzar hacia tus objetivos vitales.

Por ejemplo, una de las grandes fuentes de diferenciación entre las personas será uso de la IA para el aprendizaje en general, y el aprender a aprender en particular.

La mayoría de las personas usará la IA para hacer mayor cantidad del mismo trabajo en menos tiempo. Una pequeña minoría usará la IA para descubrir cómo hacer cosas nuevas que aporten mayor valor que las antiguas.

La mayoría de las personas usará la IA para obtener mejores respuestas. Una pequeña minoría usará la IA para hacer mejores preguntas.

La mayoría de las personas usará la IA para buscar más información sobre un tema que sea consistente con sus creencias previas. Una pequeña minoría usará la IA para contrastar opiniones y argumentos contrapuestos sobre ese mismo tema y así depurar su sistema de creencias.

La mayoría de las personas usará la IA para obtener resúmenes de las cosas que tienen que leer. Una pequeña minoría usará la IA para profundizar en el entendimiento de algunas de las ideas concretas que ya han leído.

El resultado de esta dinámica, extendida a muchas áreas de la vida durante muchos años, es que habrá una enorme masa de individuos de desarrollo mediocre que se parecerán entre ellos cada vez más y serán más intercambiables entre sí y un pequeño grupo de individuos que destacarán enormemente sobre los demás, por haber sabido desarrollarse de forma diferenciada en sus respectivos campos de interés.

Al igual que con las emociones, la tecnología de la IA no hace más que señalarte cuál es el camino fácil. El camino evidente. El camino de la no fricción. Y tú puedes elegir seguirlo sin titubeos, o puedes elegir cuestionarlo y tomar otro camino más alineado con tus objetivos vitales, que con toda seguridad será más duro y más difícil que el primero. Es esa decisión personal, y no las emociones o la tecnología en sí, lo que determinará cómo se desarrolla tu vida.

Curiosamente, por muchos cambios tecnológicos que experimente nuestra sociedad, los caminos correctos hacia el esplendor del espíritu humano suelen permanecer inalterados. Y eso es un pensamiento esperanzador.

Pura vida,

Frank.

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