Cómo conseguir dominar el tiempo

Una de las grandes batallas que libramos con nosotros mismos es el incontrolable deseo de dominar el tiempo.

El ser humano es el único ser vivo que tiene conciencia del tiempo. Esa conciencia nos dicta que hubo un pasado y que habrá un futuro. Que nuestra jornada laboral dura 8 horas y que tenemos 1 hora libre para comer. Que debemos terminar ese proyecto para tal fecha. Que quedan 3 días para el fin de semana y 1 mes para la primavera. Que el cumpleaños de ese amigo está al caer. Que hace 2 años de aquel viaje. Que estamos todavía muy lejos de la jubilación.

De la misma forma, cada vez somos más conscientes de que nos queda menos tiempo de vida. Cada vez oímos con mayor nitidez ese sutil tic-tac del reloj biológico que llevamos dentro. El látigo de seda de las fotos con menos arrugas que aparecen en nuestro álbum de recuerdos y del ritmo más acelerado del corazón cuando subimos por las escaleras va dejando muescas cada vez más agrias y profundas en nuestra conciencia del paso del tiempo.

Nuestra vida está organizada en torno al concepto del tiempo. Sin embargo, el tiempo no es una dimensión real. Creemos que es real, porque nuestra interacción con el mundo exterior se organiza en base a parámetros temporales, pero el tiempo es un constructo mental. Lo hemos inventado y hemos aceptado utilizarlo de forma homogénea en todo el mundo, con el simple objetivo de ser más organizados y eficientes.

Pero el tiempo no existe.

Lo que sucedió está en tus recuerdos.

Lo que pasará está en tu imaginación.

El pasado y el futuro son constructos de tu mente. No son reales.

No existe el tiempo.

Puedes estar recordando el pasado, imaginando el futuro, o prestando atención a lo que estás haciendo en el momento presente. Pero, hagas lo que hagas, ese momento presente es lo único que existe.

Ahora bien, aunque esto sea filosófica y empíricamente cierto, no podemos negar la enorme influencia que tiene en nosotros el tipo de relación que construimos con el concepto del tiempo. De hecho, muchas de las restricciones y limitaciones que nos impone la vida para sentirnos “felices” están basadas en el tiempo. Por eso, aunque en teoría el tiempo no exista en sí mismo, en la práctica lo sentimos como extraordinariamente real y relevante en nuestro día a día.

Las obligaciones laborales nos “quitan” tiempo.

Las tareas domésticas nos “quitan” tiempo.

Atender a la familia nos “quita” tiempo.

Los recados nos “quitan” tiempo.

Las llamadas nos “quitan” tiempo.

¿Y qué quiere decir eso de que “nos quitan” tiempo?

Simplemente, que durante ese tiempo no podemos hacer lo que queremos. No tenemos libertad de movimientos.

Estas obligaciones a veces son ineludibles (necesito dinero para sobrevivir, y necesito trabajar para ganar dinero) y a veces son autoimpuestas. Pero todas ellas son muy reales en nuestra mente y se perciben como una fuga de agua en el cestillo de nuestra vida. Como un tiempo que se ha escapado por las rendijas y ya no está disponible “para vivir”.

Verás que, sutilmente, todos nosotros relacionamos “vivir” con “autonomía”. Aunque no seamos plenamente conscientes de ello, el tiempo dedicado a lo que consideramos “obligaciones” no computa como adición positiva en nuestra escala de felicidad. Sólo el tiempo de “libertad” de decisión lo hace, asumiendo que ese tiempo se utiliza para producir emociones satisfactorias.

Sabemos que nuestro tiempo en esta vida es finito. Y a la vez percibimos que un montón de manos hercúleas invisibles nos roban parte de ese tiempo. Como los tiburones que perseguían la barca del viejo en “El viejo y el Mar” de Hemingway, las obligaciones van arrancando pedazos cada vez más grandes de nuestro pez. Y de esa sensación de impotencia surge el sentimiento de frustración de estar atrapados, y la ansiedad de no saber cómo librarnos del yugo tiránico del tiempo.

Este es un tema extremamente relevante para tu satisfacción vital y que requiere un cambio de paradigma en la forma en la que te relacionas con el constructo mental del tiempo.

Tu querido amigo Frank te lo va a mostrar.

Las dos dimensiones del tiempo

El tiempo es como un gólem de piedra. Como el Balrog de “El señor de los Anillos”. Un rival que te hará pedazos si intentas enfrentarte a él sin una buena estrategia.

Así que vamos a estrategizar un poco, ¿te parece?

Comencemos diseccionando el problema.

La experiencia personal de dominio del tiempo (o de subyugación a él) se ancla en dos componentes:

  1. De cuánto tiempo objetivo disponemos (el tiempo “físico” o “cronológico”)
  2. La forma en la que el uso de ese tiempo afecta a nuestra perspectiva subjetiva del paso del tiempo (el tiempo “mental” o “psicológico”)

La ecuación que estas dos variables componen es dinámica. Cómo gestionas una de las variables afecta a las posibilidades que la otra variable presenta ante ti. Y por tanto has de optimizar la combinación de las dos, en función de cuál sea tu personalidad y tus circunstancias particulares.

Esto quiere decir que la solución óptima de esa ecuación no es la misma para todo el mundo. Pero sí hay una serie de pautas, largamente universales, que te permitirán elevar la puntuación en ambas variables, e indirectamente, tu capacidad para obtener un buen resultado global.

Veámoslas.

El dominio del tiempo cronológico

El día tiene 24 horas. Necesitas 7-8 horas para descansar adecuadamente. El resto, en teoría, está disponible.

En teoría.

En la práctica, después de hacer frente a todas las obligaciones, sean reales o autoimpuestas, te queda muy poco tiempo “libre”, ¿no es verdad?

Tiempo hay, pero tiempo “fértil”, o tiempo en el que puedes hacer las cosas que quieres hacer, como las quieres hacer y con quien las quieres hacer… no hay tanto.

Y “energía vital” para encender el motor de ese tiempo fértil y usarlo con eficacia, tampoco hay demasiada. Cuando terminas con tus obligaciones, estás cansado y con la cabeza llena de distracciones.

En la vida humana promedio no hay prácticamente tiempo fértil ni energía vital para usarlo adecuadamente. ¿El resultado? Ese tiempo fértil se convierte, en las palabras del autor especializado en estoicismo Ryan Holiday, en tiempo “muerto”. Tiempo en el que estás en modo pasivo, tirado en el sofá, navegando las redes sociales o viendo la tele, presa del anzuelo de las tentaciones y estímulos más cercanos. Tiempo que no representa una adición positiva a tu escala de felicidad, sino simplemente una pausa para que el ratón tome aire y reanude su dinámica habitual de dar vueltas a la misma rueda.

Así un día, y otro, y otro.

Vives de fin de semana en fin de semana, con el aderezo esporádico de un tiempo extra de vacaciones. El tiempo cronológico va pasando, la energía vital se difumina, la salud se diluye…y llega un día en el que el telón se cierra y la obra termina.

Fin.

La vida sigue. Para los demás. Es sorprendente la facilidad con la que todo sigue adelante una vez que tú no estás. Aterrador, pero también un baño de ensordecedora humildad sobre la trivialidad de nuestra existencia, por mucho que tendamos a ir por ahí con el convencimiento de que somos el centro del Universo.

Bien, hasta aquí el plano dramático. Quizá te haya revuelto un poco por dentro, pero era necesario para introducir lo que viene.

Pasemos ahora al plano práctico.

¿Qué demonios podemos hacer para mejorar las cosas?

Tenemos dos factores escasos: El tiempo fértil y la energía vital para usarlo de forma efectiva. Queremos tener más de ambos, porque intuimos a un nivel muy visceral que son la materia prima de la que se compone el edificio de la felicidad que nos gustaría construir.

Veamos cómo podemos conseguirlo.

Empecemos por un principio filosófico fundamental: Has de diseñar tu vida para optimizar tu grado global de autonomía.

Este, y no otro, es el parámetro fundamental para la toma de decisiones de cierta trascendencia.

No es el dinero, ni el status, ni la posición profesional, ni la marca de la empresa, ni el qué dirán, ni con quién podrás relacionarte, ni lo que hace la mayoría, ni otros parámetros al uso.

La autonomía.

Tu capacidad para poder elegir cómo y cuándo haces honor a tus obligaciones. Porque obligaciones tendrás. Es ineludible y es sano. Pero no tienes por qué plegarte a aceptar todas las obligaciones que se te quieren imponer, ni tampoco plegarte a aceptar la forma en la que otras personas quieren que las cumplas.

Esto no es gratis. La autonomía es un bien caro. Para poder adquirirlo, primero has de demostrar tu valía. En todos los ámbitos. Tienes que trabajar duro y fraguar tu valor. Sólo entonces podrás acceder a la posibilidad de adquirir – o requerir – autonomía en los diferentes planos de tu vida. Lo que no tiene visos de obtener buenos resultados es, como muchos jóvenes hacen ahora, exigir flexibilidad de horarios, teletrabajo y más vacaciones sin haber demostrado un carajo sobre su valía y sin haber producido resultados.

Este principio aplica al plano profesional o a cualquier otro. Primero, demuestra valía. Después, puedes pedir. El mundo te dará muchas bofetadas si inviertes el orden. Puedes salirte con la tuya por un tiempo, pero no durará. Y no hay injusticia alguna en ello. Son dinámicas básicas de comportamiento humano.

Pasemos ahora al meollo del asunto.

La vida te llevará por caminos en los que llegarás a ciertas encrucijadas. Y en algunas de esas encrucijadas deberás decidir sobre el parámetro que quieres optimizar. Tendrás que elegir entre el trabajo que paga más y el que es más flexible. Entre la casa con hipoteca más grande y la casa con la hipoteca más pequeña. Entre la pareja físicamente atractiva pero más inflexible y difícil de contentar y la menos atractiva pero más abierta de miras y más fácil de contentar. Entre plegarte a las expectativas de familiares, amigos y desconocidos para evitar conflictos y decidir marcar tus propias reglas con riesgo de generarlos. Entre gastar casi todo lo que ganas y hacer un esfuerzo consciente para ahorrar e invertir una parte todos los meses para construir libertad financiera.

Con cada una de esas decisiones, ganas autonomía… o la pierdes. La mayoría de las personas la pierde, gota a gota, porque el mundo que les rodea les empuja hacia ahí. Y eso hace que su tiempo fértil y su energía vital se reduzcan progresivamente, como una boa que va asfixiando lentamente a su víctima.

Frank Spartan ha oído innumerables veces que el sistema está trucado, que es una estafa, que hay que trabajar toda la vida para poder rascar unas migajas de tiempo libre, etcétera, etcétera. Tiene parte de verdad. Muchas de las personas que tienen esa visión partieron de circunstancias complicadas que dificultan su capacidad de salir de ese atolladero. Pero también es verdad que muchas otras tomaron malas decisiones en sus encrucijadas. O, mejor dicho, tomaron decisiones que optimizaron otros parámetros distintos a la autonomía. Y, por tanto, esas personas tienen su parte de responsabilidad en el resultado, a pesar de que el azar siempre juegue un papel principal en el desarrollo de una vida.

Tienes un trabajo en el que se te valora más por el output (resultados) que por el input (horas trabajadas en un lugar concreto y de una forma concreta). Aprendes para ser cada vez más efectivo en tu desempeño profesional. Tienes una pareja con mentalidad relativamente flexible sobre lo que hay que hacer y cómo hacerlo (o decides estar solo si no la encuentras). Ahorras una parte de tus ingresos y la inviertes todos los meses. Dices no – con mano izquierda – a las actividades o personas que no te interesan o no te aportan. 

Adelante, venga. Dime que es imposible.

Bullshit.

Es perfectamente posible. La clave está en lo que haces en las encrucijadas. En qué parámetro decides optimizar.

Si tomas decisiones optimizando la autonomía en una dimensión de tu vida, tendrás cada vez más tiempo fértil. Si haces lo mismo en otras dimensiones, tu tiempo fértil crecerá exponencialmente. Tendrás menos obligaciones que no deseas. Y al sentir que tienes más control sobre tu vida y más tiempo para las cosas que deseas hacer, generarás más energía vital para ponerlas en práctica. Es un círculo virtuoso en el que cada pequeña victoria genera impulso acumulativo para ganar la siguiente batalla.

No me digas que no se puede. Se puede. Sólo tienes que dejar de apuntar a las dianas engalanadas y fluorescentes a las que apunta todo el mundo y apuntar a la discreta y modesta diana de la autonomía.

El dominio del tiempo psicológico

El segundo componente de la experiencia personal del dominio de tiempo es el tiempo psicológico.

Esto tiene su miga.

Cuando hablamos de tiempo psicológico, nos referimos a la experiencia subjetiva del tiempo. Y aquí entran a jugar varios aspectos entrelazados entre sí.

Las investigaciones psicológicas y neurocientíficas han constatado, desde hace ya muchos años, que la percepción del paso del tiempo tiende a alterarse en función de varios parámetros.

  • William James fue uno de los primeros autores en explorar este fenómeno en su libro “Principios de psicología” de 1890, argumentando que a medida que nos hacemos mayores, experimentamos una menor frecuencia de “eventos memorables”, lo que impacta nuestra percepción subjetiva del paso del tiempo. El que haya cada vez menos cosas “impactantes”, que llamen nuestra atención, hace que percibamos que el tiempo transcurre más deprisa.
  • Relacionado con esto, aunque con un enfoque diferente, Paul Janet presentó su “teoría de ratios” en 1877, argumentando que la percepción del paso del tiempo es función de cuánto tiempo de vida había ya transcurrido. Un año para un niño de 5 años es el 20% de su vida, mientras que el mismo tiempo cronológico para un adulto de 50 años es sólo un 2%. Por eso el adulto tiene la sensación de que el tiempo transcurre más rápido.
  • Otras investigaciones más recientes (como esta) han encontrado una relación significativa entre la percepción del paso del tiempo y el grado de “presión” que las personas sienten sobre el tiempo del que disponen. En otras palabras, aquellas personas que sienten que cuentan con poco tiempo para hacer las cosas que tienen que hacer (o que quieren hacer) tienden a percibir que el tiempo transcurre más rápido.

Por otro lado, tenemos la enorme influencia de otra variable: La atención.

Cuando nos encontramos inmersos en una actividad placentera (sea placer sano como el estado de “flow” de Mihály Csíkszentmihályi o un chute de dopamina barata en las redes sociales), tendemos a perder la noción del paso del tiempo. Cuando salimos de nuestro estado de embelesamiento, nos damos cuenta de que han pasado dos horas cuando parecían 30 minutos. Cuando nuestra atención está sumergida en una actividad sin distracciones, el tiempo psicológico transcurre muy deprisa.

Y finalmente, tenemos la percepción retrospectiva de la memoria: La pregunta de si, cuando miramos hacia atrás, tenemos suficientes recuerdos del pasado. Si tenemos pocos o con pocos detalles, nuestra sensación de que el tiempo ha transcurrido muy deprisa se acentúa. Si tenemos muchos o con muchos detalles, se ralentiza. Muy relacionado con la teoría de “eventos memorables” de William James.

La fórmula de dominio del tiempo

Muy bien Frank. Pero entonces ¿qué demonios debo hacer con todo este galimatías? ¿Cómo puedo unir todos estos puntos para mejorar mi dominio del tiempo?

Muy sencillo. Optimizando el resultado de esta ecuación:

Dominio del tiempo = (Cantidad de tiempo fértil) x (Porcentaje de tiempo asignado a tus grandes objetivos vitales + grado de variedad e intensidad de los momentos especiales) x (nivel de atención en el momento presente).

Ahí está.

Observa que no he dicho “maximizando” el resultado de esta ecuación, sino “optimizando”. El máximo no tiene por qué ser el óptimo. El óptimo es la dosis de dominio del tiempo que mejor se ajusta a tu personalidad y circunstancias particulares.

Exploremos ahora cada una de las variables de la ecuación.

Cantidad de tiempo fértil

Como hemos visto anteriormente, si tomas decisiones con el prisma de la autonomía como criterio principal en mente, la cantidad de tiempo fértil (sin obligaciones) del que puedes disponer irá aumentando progresivamente a lo largo de tu vida. Lo mismo hará tu nivel de energía vital (= motivación) para usar ese tiempo adecuadamente.

Veamos qué significa “adecuadamente”.

Porcentaje de tiempo asignado a tus grandes objetivos vitales

Si no dedicas tiempo a actividades con propósito existencial que te hagan sentir que tu vida ha merecido la pena, tarde o temprano acabarás con la sensación de que tu vida ha pasado muy deprisa. Puedes dedicar todo tu tiempo fértil a experimentar placeres mundanos, pero eso tiene muy poco impacto en el resultado de la ecuación de dominio del tiempo. El significado engrandece la vida, tanto en percepción temporal como en trascendencia, porque facilita el convencimiento de que las cosas que has hecho, o el efecto positivo en las personas con las que te has relacionado, perdurarán de algún modo después de que tú ya no estés.

Aparta un poco de tiempo para tus grandes objetivos. No te arrepentirás.

Grado de variedad e intensidad de los momentos especiales

La memoria se apuntala en la variedad e intensidad de los momentos especiales o memorables. Una vida de rutinas y hábitos puede proporcionar seguridad emocional, pero es una vida en la que el tiempo psicológico tiende a transcurrir muy deprisa, porque no hay “sorpresas”. Todo es un continuo uniforme en el que se ahogan los días, semanas, meses y años. Por eso, una de las claves para sentir que el tiempo del que disponemos “dura más” es crear momentos especiales, tanto variados como intensos.

Por si no lo sabes, ya te lo dice Frank: Los momentos especiales no suelen llegar si tú no los creas. Las personas van muy escasas de tiempo fértil y viven muy distraídas, lo que tiende a convertirlas en individuos vagos, dependientes de sus rutinas y con escasa iniciativa para actividades novedosas. Échate al hombro la responsabilidad de crear los momentos especiales tú mismo, sean compartidos con otros o no, que para eso has generado más tiempo fértil.

Una nota sentida, un plan innovador, un viaje impactante, un cumplido sincero, un regalo sorpresa. La vida está llena de oportunidades para crear momentos especiales. Aprovéchalas. Y una vez aprovechadas, documéntalas en la medida de lo posible para que los detalles perduren en la memoria: Fotos, una entrada de diario, etcétera, etcétera.

Nivel de atención en el momento presente

Nada de todo esto será efectivo si no centras tu atención en lo que estás haciendo, mientras lo estás haciendo. Cuanta más atención prestes, más detalles recordarás. Y cuantos más detalles recuerdes, mayor será tu sensación de que has hecho muchas cosas. O, en otras palabras, de que has usado bien el tiempo a tu disposición. Si recuerdas pocos detalles sobre un acontecimiento porque tu atención está dispersa, el cerebro tiende a sumergirlo en el olvido con el paso del tiempo. Y ese olvido afecta – negativamente – a tu percepción dinámica del tiempo pasado.

La consecuencia práctica de comportamiento para maximizar la atención es simple: Asigna tu tiempo fértil a pocas cosas y pocas personas. Pero que esas cosas estén muy bien hechas, y que esas personas reciban una dedicación especial. La atención ha de estar concentrada para poder hacer su magia.

Ahí tienes la fórmula de dominio del tiempo. No la pierdas de vista, ni a cada uno de sus componentes. O perderás de vista tu propia vida.

Pura vida,

Frank.

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